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El hermano de mi mejor amiga (Parte 8)

en Gays

Cuando entendimos que la habíamos cagado, Alexander le arrojó el celular y le dio la última patada (aún estaba enojado por lo que había intentado hacerme Nicolás en el baño). Nos fuimos rápidamente del lugar y nos dirigimos hacia donde Martina. No me había dado detalles del mensaje por el nerviosismo de la situación, pero por su tono de voz adivinaba que no era nada bueno. En el camino a la casa de Alexander, una nueva llamada nos alertó. Esta vez era Adriano, quién acusaba la llegada de un extraño mensaje.

Alexander jadeaba cuando llegamos a su casa. Corrió rápidamente hasta llegar a la habitación de Martina para asegurarse de que estaba bien. Con Fernando nos quedamos atrás, pues yo no tenía las largas piernas de Alexander, y en el camino nos encontramos con Adriano. Subimos rápidamente las escaleras y entramos donde Martina.

Estaba sentada sobre la cama, abrazando una almohada redonda con forma de Emoji con ojos de corazones, mientras Alexander leía el mensaje. Florencio, su loro, se removía en su jaula, como si pudiera percibir el miedo que Martina sentía.

-Incluso por teléfono noté a Florencio angustiado –le dije mientras me sentaba junto a ella-. ¿Estás bien?

-Sí, todo bien. Sólo… Estoy asustada, nada más –respondió.

-¿Será el mismo mensaje que me llegó? –preguntó Adriano acercándose a Alexander. Le tendió el celular. Alex asintió.

-Pero ¿qué dice? –preguntó Fernando.

-“Más temprano que tarde será tu turno” –leyó Alexander. Iba a comentar algo pero me interrumpió-: Hay más. Y esto va para mí.

-¿Para ti? –preguntó Fernando.

-Supongo que él sabía que lo iba a leer en algún momento –respondió. Volvió al mensaje y continuó-: “Entre más alto es el hombre, más grande es la caída. Tus cercanos son los que te destruirán”.

-Esto no parará –sollozó Martina.

-Somos el medio para destruirte –observó Adriano.

-Y lo está logrando –dijo Alexander sombrío. Me observó y luego a Martina. Se sintió culpable y dolido.

-Tenemos que hacer algo –intervino Fernando.

-¡No me digas! –dijo Adriano con sarcasmo. Estaba más afectado por la situación de lo que quería admitir-. Desbordas inteligencia.

-Oye, ¿qué te pasa? –preguntó Fernando descolocado.

-No me pasa nada –respondió Adriano. El miedo lo consumía-. Pero… No lo sé. Algo no huele bien.

-¿Qué estas insinuando? -pregunté. Sus ojos estaban afilados.

-¿A quién es el ataque? –preguntó al grupo.

-A mí –respondió Alexander-. Y a ustedes, para llegar a mí.

-¿Quién sale ganando? –preguntó nuevamente.

-Pues quien planea todo esto, supongo –respondí.

-Ahora viene lo interesante. ¿Quién no ha perdido? ¿Quién no recibió mensaje? –preguntó. El silencio se hizo, pero todas las miradas se fueron hacia Fernando. Tragó saliva.

-¿Qué? –exclamó.

-No digas tonterías –lo defendí-. Fernando no nos haría eso.

-¿Estás tan seguro? –preguntó maliciosamente-. Apenas lo conoces desde el inicio de clases.

-¡Somos sus amigos! –gritó Martina. El loro también gritó.

-Pero yo no, Miguel tampoco, y menos Alexander –Alexander empuñó sus dedos. Supe lo que en su mente sucedía, pero rechacé inmediatamente la teoría. No podía ser-. ¿Dónde estaba cuando atacaron a Diego?

-Con Martina –respondí. Martina asintió.

-Quizás no lo atacó él pero bien pudo haber ayudado –continuaba Adriano-. Quizás fue el de los mensajes.

-No tiene sentido – le decía Fernando-. Estábamos con Nicolás hoy cuando les mandaron el mensaje. ¿Verdad?

-Así es –respondí. Alexander se mantuvo en silencio. Pero recordé que, al igual que yo, hubo un momento en que Fernando nos dio la espalda detrás de un árbol. Fue justo antes de que Martina llamara por el mensaje. Mi estómago se contrajo-. Estuvo con nosotros, es imposible que haya sido él. Y Nicolás tampoco, pues nunca tocó su celular hasta cuando se lo entregó a Alexander.

Sentí la necesidad de cubrir a Fernando. No podía decir que hubo minutos en que se nos perdió de vista, o todo se descontrolaría. Había una explicación… Tenía que haber. La situación estaba tensa. Adriano estaba con miedo y paranoico. Martina temblaba sobre la cama mientras Alexander la abrazaba.

-En la galería de fotos del celular de Nicolás, vi unas donde salía Catalina –dijo de pronto Alexander.

-¿Qué? ¿Por qué no lo dijiste antes? –pregunté.                                                                

-Porque llamó Martina, y de la preocupación se me olvidó –respondió.

-¿Se conocían?

-No lo sé, puede ser –respondió-. Catalina, al igual que yo, repitió el año. Posiblemente se conocieron cuando estuvo él en el colegio.

-Tenemos que hacer algo –dije. Sentía que mi mente iba a explotar-. Alexander, llama a Miguel. Tiene que estar aquí. Debemos contarle lo que pasó.

Asintió y llamó. Apenas Miguel contestó se escuchó el distintivo sonido de las balizas de policía. Algo había sucedido en su casa, seguramente las cosas se habían descontrolado.

-¿Miguel? –preguntó Alexander.

-Sí, Alex, soy yo –contestó. Su voz sonaba agobiada.

-¿Qué sucedió?

-Mamá… Papá… -suspiró-. Las cosas no están bien. Se salió de control y los vecinos llamaron a la policía.

-¿Estás bien? –preguntó Alexander con preocupación.

-Sí, sí. Gracias –contestó Miguel-. ¿Para qué me llamabas? ¿Sucedió algo? ¿Nicolás confesó?

-No es Nicolás… Creo, no lo sé. No lo descarto –respondió-. Pero a Martina y a Adriano le llegaron mensajes. Esto no va a parar. ¿Te llegó a ti algo?

-No, nada –respondió. Y todos asentimos, suponíamos que el mensaje solo era para aquellos que faltaban en la venganza. Los que quedaban del círculo cercano de Alexander.

-Iré de inmediato –dijo Miguel con decisión.

-No, no te preocupes –lo frenó Alexander-. Soluciona las cosas en tu casa.

-No quiero quedarme aquí –dijo. Sentí que mi corazón se quebraba. Todos nos miramos sintiendo lástima por la situación.

-Está bien. Estamos en mi casa –Miguel asintió y luego Alexander colgó la llamada.

-No creo que eso haya sido por nuestro enemigo, ¿verdad? –preguntó Martina.

-No, no lo creo –respondió Alexander.

-Desde que lo conozco le han sucedido este tipo de cosas –dijo Adriano-. Prácticamente se crio en la calle, para evitar ver como sus padres se peleaban.

El ambiente se volvió lúgubre. Cuando llegó Miguel, lo pusimos al tanto de la situación. Su rostro se vio aún más agotado de lo que ya lo tenía cuando llegó. Vi el rostro de todos. Ojos apagados, mirada perdida, expresión tensa. Estábamos en un hoyo.

-Estoy agotado –dijo Adriano-. No puedo pensar en estas condiciones.

-Tienes razón –afirmé-. Ya ha sido mucho por hoy. Mañana tenemos que pensar en un nuevo plan.

-¿Te quieres quedar aquí? –preguntó Alexander a Miguel. Me sorprendió su propuesta. Miguel lo miró agradecido.

-Gracias, pero no. No puedo –respondió. Pero seguía mirándolo con profundo agradecimiento y alivio-. Tengo que regresar a casa. Me escapé, y no sé qué habrá sucedido una vez que me vine.

-Está bien –dijo Alexander-. Llámame si necesitas algo.

Me despedí de Martina y le hice una señal con la mano a Alexander. Fernando me tomó de los hombros y salimos. Noté la mirada de fuego que lanzó Alex a la mano de Fernando sobre mi hombro. Salí de la casa sintiéndome ahogado, mi mente giraba turbulenta. El brazo de Fer sobre mi comenzó a incomodarme… La incertidumbre me estaba matando. Pero quería tenerlo cerca, no quería que se fuera de mi lado. Me sentía protegido… Pero… ¡Agh! Sacudí la cabeza.

-¿Te llevo a tu casa? –preguntó.

-No, no es necesario –dije. Quería pensar.

-Está bien –respondió. Su voz no sonaba segura. Me miró con una gota de pánico en sus ojos-. ¿Todo bien?

-Sí, no te preocupes –respondí-. Nos vemos mañana.

Y continué en mi dirección hasta que Fernando prosiguió su camino. Una vez lo perdí de vista, me dirigí hasta el río. Necesitaba tener mi mente en blanco para comenzar a ordenar mis pensamientos. Mi celular sonó, y el pánico me inundó cuando vi que era un mensaje de texto. Pero vi el nombre de Alexander y el pánico se reemplazó por curiosidad.

“Tú y Fernando… ¿están saliendo?” decía el mensaje.

No supe qué responder. Lo dejé allí, más tarde vería si le respondía algo o no. Hacía frio, las nubes estaban oscuras y el río se veía imponente y turbulento. Me senté allí y decidí enfriar mi mente. Cuando los vi a todos juntos y abatidos, pensé en que nadie de ellos sería el culpable. Pero, aun así, quise estudiar a cada posible sospechoso, incluyéndolos a ellos. Sólo así, podría descartar objetivamente a alguien, sin estar nublado por la amistad.

-¿Por quién comienzo? –me pregunté. Yo estaba descartado, obviamente.

Adriano:

De todos, era a quién menos conocía. Y definitivamente era el que menos luces de inteligencia demostraba. Pero sabía de las discusiones previas entre Alex. Estaba en la fiesta (donde nadie lo vio mientras yo estaba en el segundo piso), y también estuvo en el parque (donde pudo haber tomado la foto). Y no estaba con nosotros cuando los mensajes se enviaron. Y es el único al que no le ha sucedido algo malo (Al igual que Martina). ¿Motivos? Celos. Venganza… Estoy casi seguro que la chica con la que estuvo en la fiesta había sido una de las chicas que estuvo con Alexander. Lo salvaba la posibilidad de que llegara su turno de ser víctima y de que en ningún momento hubo una instancia donde pudiera darme algo que me drogara en la fiesta.

Miguel:

Fue la primera víctima. Obviamente no fue él quien tomó la foto. El día de la fiesta se fue mucho antes de que sucediera la agresión. Sus problemas familiares existían, por lo que mentira no era. Tenía en contra que sí pudo haberme dado él la nota o la droga, o ambas. Pero con toda la información que existía, sólo podía vincularlo como el ayudante. ¿Motivos?... No lo sabía. Podrá ser… ¿Celos? Catalina y Alexander… Ella prefirió a Alexander antes que Miguel… No se me ocurría más.

Nicolás:

Pese a que no envió el mensaje, yo al igual que Alexander, no lo descartaba. Tiene motivos: su hermana.  Pudo meter la droga en mi trago mientras charlábamos. Pudo meter la nota mientras me manoseaba en el baño. El solo hecho de que intentó forzarme en el baño ya era un indicio que podía hacer algo incluso más grave. También estaba la sospechosa relación previa que tenía con Catalina… Su inocencia se había descartado sólo por el mensaje que se envió mientras Alexander tenía su celular, pero eso no lo liberaba del todo, lo que me llegaba a la siguiente persona:

Sofía (hermana de Nicolás):

Oculta en la sombras, y había pasado olímpicamente desapercibida. Con información sobre nosotros, debido a que conocía a Alexander y nos veía a diario en el colegio (pese a que nosotros no a ella), lo que le daba el plus de espiar sin ser tomada en cuenta por nosotros. Tenía un motivo: Alexander. El despecho, los celos y la ira, perfectamente podía ser canalizada de esa forma, sobre todo si contaba con alguien dispuesto a ayudarla: su hermano. Pudo ser ella quien mandó el mensaje… quizás nos estaba observando en la calle y nunca nos percatamos. Quizás ese mensaje fue para intentar limpiar la inocencia de su hermano o para cubrirlo.

Catalina:

En realidad, no sabía casi nada de ella. Salvo que es hermosa y vende drogas. Pero tenía una conexión con un sospechoso (Nicolás), lo que la hace una sospechosa también. Sumado a que posiblemente tenía una motivación: estar con Alexander. Ya que, desde que todo esto comenzó, fue cuando su “relación” se hizo conocida ante todos.

Martina:

Supongo que ella también está descartada. No sería capaz de dañar así a su hermano, y definitivamente no ganaría nada con todo esto… ¿O sí?

Y, por último, Fernando:

Hasta donde sé, pudo ser él quien tomó la foto con Miguel. Para ese momento, Martina y él ya se habían despedido cuando salieron del Mall. En la fiesta… De partida, se empeñó en que con Martina decidiéramos ir.  También… tuvo la posibilidad tanto de echar la droga en alguna cerveza, y de dejarme la nota. Quizá fue él quien mandó el mensaje, y no Sofía, para salvar a Nicolás y estén trabajando juntos…  Sofía pudo haberlo contactado ya que en todo el colegio era evidente que él con Alexander no se llevaban bien. ¿Motivos? Alexander. Nunca hubo nada bueno entre ellos. ¿Celos? Puede ser, me confesó que siempre le gusté. De entre todos, era quién menos perdió y el único que había ganado algo. Bueno, eso si el hecho de haber follado conmigo se puede considerar como ganar.  Pero era muy absurdo todo, no podía ser él. Sólo era un conjunto de coincidencias. Aunque sentía que se me escapaba un detalle…

Los volví a repasar, uno a uno. Pero sentía que no avanzaba. Recurrí a los libros y a las películas. Siempre se repetía lo mismo: el malo era quien menos lo esperabas. Pero eso se podía cumplir siendo el malo la persona más obvia, como también la persona que menos sospecha levantaba. Y, en este caso, existían ambos. Me quería matar.

No encontré solución, al contrario, ahora desconfiaba de todos. Por un momento quise alejarme y no juntarme con ellos al otro día. Pero luego recordé una frase que Alexander me dijo una vez: Mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos aún más cerca.  Y me decidí. Tenía que pensar con la mente fría, y siguiendo la frase de Alexander, fue que decidí llamar a Fernando y le pregunté si podía irme a dormir a su casa.

-¿Qué? ¿Por qué? –preguntó sorprendido.

-No lo sé –dije. No se me había ocurrido que tendría que argumentar-. Pero estamos de vacaciones, y pensé que sería buena idea.

-Eh, bueno. Sí, claro –respondió entusiasta de pronto-. Le avisaré a mamá que vendrás a cenar.

Llegué a mi casa, coloqué ropa en mi mochila y llamé a mamá para decirle que me iría a dormir donde Fernando. Tenía pensamientos confusos respecto a él, pero quería confiar y necesitaba estar seguro de que podía hacerlo. Es por eso que quería asegurarme, observarlo desde cerca. En parte me sentía culpable por sospechar de él pese a todo lo que me había dicho, pero mientras tuviera dudas en mi mente no podría estar tranquilo.

La casa de Fernando era muy hermosa y grande. Tenía tres niveles, siendo el último más pequeño, que estaba hecho con grandes ventanales donde había una mini biblioteca y sala de estudio. El padre de Fernando (a quién aún no tenía el agrado de conocer) usaba ese lugar para sus investigaciones, y cuando no estaba, Fernando lo usaba para estudiar. Era silencioso, luminoso y con una vista que transmitía mucha paz. En el segundo nivel habían dos habitaciones (y solo se ocupaba una, pues Fernando no tenía hermanos) con sus respectivos baños, y una sala de estar. En el primer piso (que era el más amplio) estaba el living, el comedor, un baño de visitas, la habitación matrimonial, la cocina y una terraza que daba al patio trasero.  

Toda esa construcción estaba rodeada de césped muy bien mantenido, hortensias, rosas, un pino, un árbol de manzanas, un cerezo y un árbol el cual desconocía su nombre. Sólo había ido 2 veces previamente a la casa de Fernando (y siempre con Martina), pues normalmente solíamos juntarnos en la casa de nuestra amiga ya que tanto a Fernando como a mí nos quedaba más cerca. Pero las ocasiones que fui, fueron suficientes para recordar lo espectacular que era esa casa y lo pequeña que era la mía a comparación.

Un brillo húmedo y dorado cubría al horizonte cuando toqué el timbre en la entrada. A continuación salió Fernando y abrió el portón invitándome a entrar a la casa. Apenas di el primer paso, sentí el agradable calor hogareño que había dentro del living. Estaba su madre y Olga, una empleada doméstica, ambas me saludaron con amabilidad. La señora Olga me ofreció algo para beber, pero lo rechacé, pues ya estaba por irse a su casa y no quería atrasarla.

-La cena ya está en el horno –le decía a la mamá de Fernando-. En unos minutos más estará lista.

-Está bien, muchas gracias.

-Bueno, me retiro. Que estén bien, nos vemos mañana –se despidió la mujer.

-Tu papá vendrá a cenar –le dijo a Fernando-. Se desocupó antes de la universidad.

-Oh, genial –contestó, aunque su rostro no expresaba el mismo entusiasmo de sus palabras.

-Al fin lo conoceré –dije yo.

-Cierto. Las veces que han venido, tú y Martina, no han coincidido con él –mientras hablaba observaba el parecido entre ella y Fernando. Las pecas en los pómulos le daban la misma intensidad en la mirada, aunque sus ojos eran de color café-. Pero él ya ha escuchado mucho de ustedes, pues Fernando siempre nos cuenta lo que hacen.

A continuación se disculpó y se dirigió a la cocina a ver el horno. Fernando intentó iniciar una conversación respecto a lo sucedido en la tarde, pero le dije que no era el momento de hablarlo. Era peligroso llegar al tema mientras estuvieran sus padres cerca. Fue así que decidimos hablar de nuestros planes en vacaciones.

-… y me quedaré en casa –decía yo-. No tengo mucho panorama. Sólo Netflix e invernar. ¿Y tú?

-La próxima semana nos iremos a nuestra antigua ciudad, para ver a nuestra familia –comentó. Me sentí un poco descolocado al enterarme que lo iba a perder de vista por algunos días. Definitivamente eso no estaba en mis planes.

-Por allá es muy lindo –intervino su madre entrando al living nuevamente-. Por estas fechas se tiñe todo de blanco por la nieve.

Acto seguido, se escucharon unas llaves y luego la puerta abrirse. Un hombre alto, atractivo, de unos 35 años, entró al lugar. Llevaba un maletín y un traje de color negro. Mandíbula perfecta, ojos azules y cabello castaño oscuro. Indudablemente era el padre de Fernando. Tanto la madre como el padre de Fernando, eran muy atractivos, y se comprendía de dónde había heredado tan bellos rasgos.

-Buenas tardes, familia… Oh, hay visitas –dijo, mientras se quitaba el traje y dejaba el maletín.

-Buenas tardes, don…

-Fernando –dijo, Fernando.

-… Fernando –continué. No sabía que tenían el mismo nombre. Sonreí.

-Hola…

-Diego –le dije mientras me tendía su mano.

-… Diego ¡Ah! Tú eres el famoso Diego –me miró de pies a cabeza-. He escuchado mucho de ti y de Martina. Es un gusto conocerte al fin. Me alegra que Fernando se haya hecho amigo de chicos tan buenos como ustedes.

-No es para tanto –sonreí sintiéndome abrumado.

-Fernando dice que eres uno de los mejores de la clase –argumentó-. Y no sólo eso, si no que le ayudas mucho a estudiar.

-Bueno, pues sí. Es mi amigo, y si puedo ayudarlo lo haré –respondí.

-Bien podrías hacerle clases particulares –pensó en voz alta.

-¡Papá! –se quejó Fernando con las mejillas coloradas.

-Es cierto, en ciencias te ha ido horrible. Conseguiste mejorar gracias a la ayuda de tu amigo –le dijo mientras la madre de Fernando nos invitaba a la mesa-. Bien podrías ir mejor si Diego te da clases un par de veces a la semana. ¿Podrías?

-Eh, no lo sé.

-Por supuesto te pagaré, es un trabajo –propuso.

-No sé si Fernando se sienta un poco incómodo –dudé.

-No, no lo hará ¿verdad?

-No, papá –respondió rendido.

-Entonces supongo que sí –respondí.

Comenzamos a cenar y los padres de Fernando se enfrascaron en una conversación respecto a sus respectivos trabajos. Mientras tanto, yo disfrutaba de la fabulosa lasaña que había preparado la señora Olga.

-… y lo ingresaron con una peritonitis apendicular difusa –le contaba Don Fernando a su esposa, sobre el hijo de un pariente lejano.

-¡Uf! –exclamé

-Exacto –coincidió el padre de Fernando.

-¿Eso es muy malo? –preguntó mi amigo, un poco perdido.

-Pues sí, puede ser mortal, incluso. Un shock séptico y se muere –respondí. Me miró confundido-. Es… mmm… Es la complicación de una apendicitis. Sucede cuando el apéndice se rompe debido a la inflamación y la necrosis, y contamina al peritoneo. Ocurre cuando el diagnóstico y tratamiento es muy tardío. Imagina que si la apendicitis se trata rápidamente, al tercer o cuarto día ya puedes ser dado de alta. Mientras que si no, y pasan más de 48 horas hasta que es tratada, podrías estar prácticamente una semana con tratamiento con tres antibióticos distintos. O, en casos más graves, entrar en shock debido a la infección esparcida por el peritoneo.

-Oh, vaya –dijo Fernando, quién aún no entendía la información.

-¿Qué edad tienes? –preguntó el padre de Fernando.

-Catorce –respondí.

-¿Por qué sabes de estas cosas? –preguntó alucinado.

-Simplemente sé cosas –sonreí-. Me gusta leer.

La cena terminó y Fernando me arrastró a su habitación. Su padre me había absorbido en una conversación y Fernando me había rescatado.

-¿Te preparo la otra habitación o dormirás con Fernando? –preguntó su madre mientras subíamos las escaleras.

-¡Conmigo! –gritó Fernando, mientras respondía por mí.

Me arrojó dentro de su habitación y cerró la puerta tras él.

-Creo que le agradé a tu papá ¿verd…? –la pregunta quedó inconclusa.

Fernando se había lazado sobre mí, haciéndome trastabillar. Su boca encontró la mía y me comenzó a besar con hambre y desesperación. Mi mente entró en un estado de confusión debido a lo repentino, y también a causa de mis pensamientos previos. Pero intuí que sería muy sospechoso si lo rechazaba, así que me dejé llevar. Además, lo que hacía me estaba encantando.

-¿Todo bien? –preguntó de pronto, con mirada excesivamente escrutadora.

-Sí, todo bien –respondí de inmediato.

-Lo lamento, es que después de la última vez, sólo he pensado en volver a repetirlo –respondió-. Podemos, ¿verdad?

-Eh, sí. Claro.

Y volvió a comer mi boca. Respiraba agitado y todo su cuerpo se frotaba contra el mío. Nuestras erecciones se comenzaron a hacer evidentes, y la ropa nos empezó a estorbar. Me llevó hasta la cama, la cual no tenía cubierta, sino que solo estaba el colchón.

-¡Rayos! Se me había olvidado que habían lavado –dijo.

Pero continuó besándome. A pesar de su intensidad, sus besos seguían siendo cuidadosos, como si cada movimiento lo midiera a conciencia. Por momentos me olvidaba de todo, y en ocasiones el miedo y la duda volvía. « ¿Esto era lo que quería conseguir con su plan? » Me preguntaba. «Estás asumiendo que él es el culpable» Me contestaba. En un momento quise parar, pero la calentura del momento me poseyó y elegí seguir.

Me dejó sentado sobre la cama y se irguió. Tomó su ropa desde abajo y se la quitó levantando los brazos, dejando su abdomen estirado, fibroso y perfecto. Reparé en que poco a poco se le estaba acentuando el caminito de pelos que iba desde el ombligo hasta su pubis. En algún momento se le vería endemoniadamente sexy, aunque para mí ya lo era. Me fui directo a su abdomen, besé cada centímetro, hasta subir a sus pectorales que comenzaban a definirse mejor. Lamí sus tetillas rosadas, las cuales al instante se erectaron por la humedad.

Fernando había llevado sus manos detrás de su nuca, mientras dejaba a mi disposición su cuerpo. Se veía tan masculino en esa pose, pues su abdomen se veía tenso, y por la flexión en sus brazos, se le marcaban los bíceps. Desabotone su pantalón y lo llevé hasta el suelo. Su slip de color verde limón apenas había sido capaz de contener a la bestia, que se paró con fuerza, levantando la tela cual carpa de circo, produciendo que las aberturas de los costados se levantaran, dejando salir a un testículo. Mi pene mojó mi bóxer al ver eso.

-Creo que alguien se quería escapar –dije con voz erótica.

Me acerqué y lamí al testículo izquierdo. Su piel caliente tocó mi lengua, y acaricié los escasos vellos que allí habían. Su escroto se recogió en respuesta. Fernando mordía su boca, con los ojos cerrados, respirando agitadamente. Dirigí mi mirada hacia el punto más alto de la columna que se erguía bajo la tela de su slip. Me acerqué y mordí su contorno. Sentí que se sacudió.

No quise torturarlo por más tiempo y decidí quitarle el slip y por fin dejar libre a la bestia. La tomé con fuerza y le exprimí unas gotas de pre-semen. El cuerpo de Fernando vibró, aunque estaba manejando la situación con más calma que la vez anterior. Retraje su prepucio con cuidado, y liberé su glande grueso y acolchado. Abrí mi boca y lo dejé entrar, ambos gemimos cuando comencé a succionar. De verdad me encantaba cómo su glande rellenaba mi boca, era simplemente genial chupar su verga.

Cada vez que me detenía en su glande y succionaba, su abdomen se tensaba, evidenciando que la intensidad era la suficiente como para hacerlo estremecer. Por momentos descendía hasta sus testículos y los lamía, jugando con ellos, pues se recogían y estiraban según cuanta lengua y saliva ponía al asunto.

De un momento a otro me detuvo, supe que quería devorar mi trasero. Me desnudó en un par de segundos sin dejar de admirar cada centímetro de mi cuerpo. Me iba a acomodar en la cama, pero debido a que estaba el colchón desnudo y para evitar manchas difíciles de explicar, decidí ir a una silla que estaba al costado de su escritorio.  Me hinqué sobre ella con las piernas ligeramente abiertas, y con mi pecho sobre el respaldo. En esa pose, mi espalda quedó estéticamente curvada, mis nalgas quedaron ligeramente separadas y mi agujero al aire libre.

-Vaya… -dijo Fernando. Me giré y lo vi embobado observandome. Se sentó en el suelo y se quedó mirándome por unos segundos-. Que paisaje tan bello.

-Fernando… -susurré, sonrojado.

-Diego, podría estar toda la noche aquí sentado contemplándote –dijo casi hipnotizado.

Me sentía muy expuesto en la pose en que me encontraba, y me encendía de sobre manera que Fernando se quedara babeando al verme así. Gateando se acercó cual perro olfateando su comida. Mordió mi nalga derecha y luego la izquierda. Suspiré cuando su boca se metió entre ambas y comenzó a besar mi ano. Sentí que una corriente eléctrica subió por mi coxis y espalda, hasta llegar a mi cuello y luego explotar por mi boca. Todo lo que me hacía se sentía mucho mejor en esa pose.

Bajaba por mi ano hasta mis testículos, dejando caer un río de baba. Tomaba mi pene duro, y lo empujaba hacia abajo para conseguir lamer parte de su tronco. Crucé mis brazos por sobre el respaldo de la silla y los usé para apoyar mi cabeza, mientras paraba mi culo para dejarlo completamente a su disposición. Sentí que separó mis nalgas para observar bien mi agujero y luego comenzó a meter un dedo, haciendo movimientos circulares.

-Mm, Diego… Me encanta como se siente desde adentro –decía mientras atravesaba mi ano y llegaba hasta mi recto.

Yo gemía y disfrutaba de la exploración. Movía mi culo hacia atrás y en círculos, buscando más y más. Como recompensa, dejó ir un segundo dedo. Cada cierto tiempo los sacaba y sentía que, por la posición en la que me encontraba, mi culo quedaba más abierto de lo acostumbrado. Pero no me desagradaba, al contrario, me excitaba. Y a Fernando, por su expresión, veía que igual le calentaba verme así.

Quiso experimentar y meter un dedo de cada mano. El dolor se hizo presente, pero el morbo pudo más y consiguió hacerlo. Metió su lengua con hambre y la sentí muy dentro de mí haciendo cosquillas. Por mi verga chorreaba el pre-semen hasta mis testículos, anunciando que mi orgasmo pulsaba por salir.

Al fin Fernando se puse de pie. Su pene se tambaleó igual de baboso que el mío. Esparció el pre-semen por todo el contorno y se acercó a mí. Tubo que flexionar sus rodillas y yo empinar más mi trasero. Apuntó hasta mi deseoso agujero y preguntó:

-¿Estás listo?

-S… ¡ah! –no había alcanzado a responder cuando su glande venció la resistencia de mi ano y comenzó a entrar-. Hmm… ¡oh! Uff…

-Amo tu culo –confesó cuando toda la cabeza de su pene estuvo dentro-. La primera porción hace resistencia e impide que entre, pero cuando atravieso esa zona, siento que tu culo toma mi pene y lo introduce dentro de ti. Como si lo succionara.

Envolvió sus manos alrededor de mi cintura y acostó su cabeza en mi hombro, mientras su cadera iba hacia adelante y atrás, penetrándome con dedicación. Podía entender a lo que se refería anteriormente, pues yo igual sentía que pasado cierto punto, mi interior se aferraba a su mástil evitando que saliera. Cerré los ojos y me acomodé, disfrutando la forma en que me rellenaba, con calma y delicadeza. Sentir su cuerpo junto al mío, sus brazos rodeándome, y su respiración en mi cuello me relajaba deliciosamente.

Al cabo de un rato, sus embestidas comenzaron a hacerse más duras. El ruido de nuestras pieles aplaudiendo llenó la habitación, que ya estaba con un aroma a sexo y hormonas distintivo en adolescentes.

-¡Ah!... Mmm… Sí… Fer… Fernando –dije entre gemidos.

-¿Sí? Uff… ¿Qué sucede? –preguntó intentando recomponerse.

-¿Estamos… Ah… Estamos haciendo mu-mucho ruid-oh… ah…? –dije con dificultad.

-No pasa nada –respondió-. Desde abajo no se escucha nada. Y mis papás nunca suben a mi habitación.

Y continuó dándome con fuerza. Sentí que mi orgasmo se aproximaba, y Fernando decidió cambiar de posición. Salió de mi cuerpo y mi ano boqueó ampliamente. Fernando quedó sorprendido de cómo se veía mi agujero.

-Me dejas abierto, campeón –le dije mordiéndome el labio, con un tono de voz cargado de lujuria. La piel se le erizó.

De pronto, y envuelto por la pasión y la adrenalina, me tomó y me tiró contra su escritorio. Un cuaderno salió volando y una caja con post-it de colores se esparció sobre el suelo. Colocó mis piernas en sus hombros y volvió a meter su pene mi agujero. Estaba tan excitado que comenzó a taladrarme con desesperación. Metió sus dedos a mi boca y comencé a chuparlos, al mismo tiempo que él capturaba mi dedo pulgar del pie y hacía lo mismo.

Gemí ante la situación, y la respiración se fue haciendo rápida. Mis gemidos quedaban ahogados en sus dedos, cuando sentí mi pene vibrar. Con su mano libre envolvió mi pene y comenzó a sacudirlo. Las estocadas profundas contra mi próstata se sincronizaron con los disparos de leche que comencé a liberar. Los chorros salieron volando por el aire, cayendo en su mano, en mi abdomen, y en su pared azul.

Acto seguido, puso sus ojos en blanco y mordió sus labios para ahogar sus bufidos. Cada músculo de su abdomen se marcó, las venas de sus oblicuos y bajo vientre se acentuaron amenazantes, y poco a poco fue llenando mi interior de leche. El escritorio temblaba con cada embestida, amenazando con hacer un agujero en la pared. Pero Fernando estaba extasiado y se había vuelto un animal sediento de sexo.

Cuando por fin dejó de correrse, volvió a la tierra y me observó avergonzado. El sudor perlaba su cuerpo, y sus costillas se expandían con ansiedad. Sonreí, y luego el lanzó una carcajada.

-Wow… -dijo. Se acercó y me besó.

-¿Qué fue eso? –pregunté sorprendido.

-No lo sé –respondió sacudiendo la cabeza-. Sólo pasó.

-Me encanta.

Sonrió. Salió de mí, y sentí alivio cuando mi ano liberó al huésped. El semen salió rápidamente y cayó sobre su escritorio. Su pene estaba de un rojo intenso, cubierto de semen, y poco a poco se iba desinflando. Me ayudó a bajar y me llevó hasta su baño. Me dijo que me duchara primero mientras él limpiaba el desastre y ordenaba la cama. Se detuvo al ver que en su mano quedaban restos de mi semen.

-Supongo que hay que comenzar limpiando esto –dijo mientras me miraba. Se llevó la mano a la boca y la limpió con la lengua-. Sabe a ti.

Respondió, y luego salió. Sentí cosquillas en mi estómago y en mi pecho. Abrí la llave de la ducha y comencé limpiar. Mi ano había quedado agotado e irritado debido a la intensidad de su follada. Y mientras se pasaba el efecto de la calentura, volví a la realidad. ¿Habré sido un tonto por venir hasta acá y follar con él? ¿Me arrepentiré después? Esperaba que no. Por lo demás, lo había disfrutado tanto que ni aunque tuviera la posibilidad de deshacer el pasado borraría esto.

Cuando acabé la ducha, Fernando ya había limpiado todo el lugar. Salí del baño y luego me relevó él, dándome una cariñosa nalgada cuando pasó junto a mí. Tomé mí mochila y me coloqué el pijama, para luego proceder a esperarlo en la cama. Al rato salió, se colocó una camiseta sin mangas y un pantalón holgado (que le marcaba absolutamente todo, y se le metía deliciosamente entre las nalgas), y luego se sentó junto a mí.

-¿No te dará frío? –le pregunté. Mi pijama era como si fuera a dormir con los pingüinos, mientras que el de él era demasiado veraniego.

-No creo. Me da mucho calor dormir acompañado –respondió.

Pasó su brazo alrededor de mí hombro e instintivamente me apoyé en él. Acarició el lóbulo de mi oreja y nos quedamos allí unos minutos. Había silencio, sólo el ruido de nuestras respiraciones se podían oír. Y no era incómodo, simplemente era disfrutar del silencio… juntos. Sentí deseos de llorar por estar sospechando de él. Siempre tan tierno, tan amable, tan cariñoso… Era imposible que quisiera hacerme daño… ¿Verdad?... Internamente imploraba que alguien viniera y respondiera a esa pregunta, diciendo por fin que él no tenía nada que ver.

Me miró y me preguntó si me sentía bien. Asentí. Mis labios buscaron los suyos y nos unimos en un tierno beso.

-Te quiero –me dijo.

-Y yo a ti –respondí con un nudo en la garganta y una sensación de temor en el pecho.

Incluso así, tomé mi teléfono y busqué el mensaje de Alexander.

Sí…”.

Le respondí escuetamente. En tiempo record me llegó un mensaje en respuesta. No estaba seguro si abrirlo. Pero la curiosidad me ganó.

Necesito hablar contigo”.

Mi corazón comenzó a latir. Fernando estaba cayendo en un estado de sopor, y lentamente me fui separando para huir hasta el baño y poder mensajear más tranquilo.

“No creo que sea buena idea”.

Le contesté. Sentía que el tema aún estaba muy reciente como para poder hablarlo con él cara a cara. Iban a salir palabras de las cuales podría arrepentirme después, debido a que la herida continuaba fresca.

“Tenemos que hablar. Tengo mucho que decir”.

No sabía qué hacer. Estaba seguro que no quería volver con él. No me sentía seguro a su lado, y después de haberme sentido tan a gusto con Fernando (omitiendo el sentimiento de desconfianza que había aflorado durante el día), me había dado cuenta de cómo se siente realmente ser querido y valorado. No quería volver a sentirme como un juguete o algo desechable. Y tampoco quería verlo, pues me causaba rechazo estar cerca de él, además de mucha confusión.  Pero, por otra parte, sentía que era necesaria esa conversación. Si el ciclo no se cerraba, no iba a poder continuar.

“Mañana a las 11 en el río. Será la última vez”

Fue necesario aclarar que sería la última vez. Necesario para él y para mí. Yo mismo me estaba poniendo el freno de que eso no podía seguir. Nos íbamos a juntar, decir lo que teníamos que decir, y después cerrar el ciclo. Nada más.

“Te veo ahí... Gracias”

Se me apretó el pecho con ese mensaje. Era tan extraño leerlo tan… ¿humano? No lo sé, sentía que algo había pasado en él. Todo lo sucedido le estaba afectando, y ya no se oía/leía como el orangután egocéntrico que normalmente solía ser. Sacudí la cabeza. Sin responder nada más, me devolví a la cama. Fernando estaba boca arriba, con su brazo derecho todavía en el lugar donde yo me encontraba.

La habitación estaba fría, así que lo cubrí con las frazadas y me acosté junto a él, ocupando el lugar que me correspondía. Coloqué mi cabeza en su hombro y mi mano en su pecho, y me dormí sintiendo en mis dedos su respiración.

A la mañana siguiente desayunamos y le dije a Fernando que tenía que ir a buscar un encargo donde una tía antes de juntarme con los demás en la tarde. Así que, luego de despedirme de todos y agradecer la hospitalidad, me fui inmediatamente camino al río. Mi mente no daba más, ya no pensaba ni planificaba, sólo estaba viviendo cada segundo.

Faltaban 10 minutos para las once de la mañana, pero Alexander ya estaba allí. Me sorprendí al verlo, pues jamás llegaba antes de la hora programada. La puntualidad nunca fue su fuerte. Mis piernas temblaban cuando me acerqué a él. Se giró al escuchar que me acercaba y sus ojos brillaron por unos segundos.

-¿Todo bien? –preguntó queriendo sonar casual.

-Sí –respondí. Me senté guardando un metro de distancia entre él y yo. Un metro que se sentía eterno.

-¿Por qué tienes una mochila? –inquirió.

-No pasé la noche en la casa –respondí antes de tomarle el peso a la información que le estaba entregando.

-¿No? ¿Dónde fuiste? –preguntó con una gota de pánico en su voz.

-No es problema tuyo –le dije. Por alguna razón me sentía culpable.

-¿Dónde Fernando? –su mandíbula se tensó-. ¿Tuvieron…?

-Alexander… Suficiente –lo corté.

-Dime la verdad –preguntó dolido.

-¿Por qué?

-Necesito saberlo.

-Pues sí –respondí-. Tuvimos sexo. ¿Contento?

-No, no lo estoy –miró al suelo-. Pero supongo que no puedo reprocharlo.

-… -no esperaba esa respuesta.

-¿Son novios?

-No, sólo amigos… Sólo… No lo sé, ambos queríamos y ya –dije. No sé por qué sentía la necesidad de explicárselo-. Y estuvo bien. Más que bien.

-Ya…

-¿De qué querías hablar? –pregunté. Sentía mis mejillas coloradas.

-Quería disculparme –dijo. Era digno de publicarlo en la portada de alguna revista o hacer cadena nacional. Alexander se iba a disculpar por algo. ¿Era el fin del mundo?-. No digas nada. Déjame hablar.

-No pensaba decir nada.

-Mejor así –tragó saliva incómodo-. No se me da bien esto. Pero… Diego, de verdad me siento horrible. No por los otros, si no por ti… por todo lo que has pasado por mi culpa. No le tomé el peso hasta esa noche en la fiesta. Juro que jamás me había sentido tan culpable por algo. No sé qué me hiciste, pero salvo por Martina, nunca me había preocupado tanto por alguien. Y me di cuenta que siempre fui una basura contigo, cuando tú siempre fuiste genial conmigo. De pronto sentí la necesidad de recompensarte todo, pero… pero era muy tarde. La conclusión de esta primera parte es que, de alguna forma que no esperé y no quise ver, te convertiste en alguien muy importante para mí. Y de verdad lo siento por no haberte tratado como merecías, y también lamento mucho que por mi culpa… haya sucedido eso tan horrible.

-… -no podía articular palabra. Sentía que si abría la boca iba a llorar. Alexander tomó aire y continuó:

-Lo segundo es que nunca hubo nada con Catalina, te lo prometo por lo más sagrado que tengo: Martina –agregó-. Sé que pudieron pensar, tú y Martina, porque hablé con ella y me lo contó, que yo tenía algo con Catalina desde antes porque me vieron con ella en algo sospechoso. Pero no es así. La razón de que estuve más cercano a ella era porque me dejaba a mí la droga más barata. No te niego que le coqueteaba un poco, pero sólo era para ahorrar dinero y ya. Y la droga ni siquiera era para mí, sino para los chicos.

-Y ese día…

-Ese día estaba furioso, Diego. Acababa de encontrar la fotografía, no me contestabas los mensajes, había golpeado a Miguel –hablaba sintiendo todavía el recuerdo de su enojo-. No estaba en mis cabales y me sentía muy confundido porque me estaba afectando más de lo que debía. No me gusta que coman de mi comida ¿sabes? Lo que es mío es mío y nadie puede tocarlo. Pero no se suponía que tu fueras mío ¿entiendes? En mi mente no era así como te veía. No eras un juguete, no. Pero estabas en un limbo que no sabía clasificar porque no me daba cuenta de lo profundo que habías calado. Yo creía que lo tenía controlado, y pensé que sólo sería algo pasajero, y que en cuanto dejara de parecer algo novedoso nos distanciaríamos. Pero al parecer tenía sentimientos ocultos que no estaba preparado para asumir.

- Vaya… -no sabía qué decir. ¿Esto era una especie de declaración de amor?

-Estaba tan desestabilizado por todo lo que sentía, que fui donde Catalina. Ya había escuchado antes que ella tenía drogas lo suficientemente fuertes para apagar mi mente –me dijo poniéndose muy serio y mirándome intensamente-. Esa fue la intención por la que la busqué. Estaba sola en los vestidores, y le pedí que me diera algo que me dejara knock out. Pero no pensé que drogarme me pondría vulnerable y que Catalina lo aprovecharía. Fue justo cuando llegaste.

-¿Por qué no la apartaste? –pregunté dolido, recordando que no había hecho nada por quitársela de encima.

-Porque tú eras mi objeto de furia. Me sentí traicionado ¿Entiendes? Yo, Alexander… no podía alguien… un niño, verme la cara de esa forma. Yo era quién hacía esas cosas, no al revés. Por primera vez me sentí como el “juguete” –contestó-. Ahora, pensándolo de manera fría, entiendo que pensé todo de la peor forma. Pero en ese momento mi cabeza no estaba del todo bien. Y cuando te vi ahí, pasmado, con los ojos brillosos y con un nudo en la garganta, mientras Catalina me tocaba fue… no lo sé. Me sentí bien… Quería hacerte daño… Desquitarme contigo… Vengarme. Así era yo, Diego una bestia sin sentimientos. Era… Pero ya no. Porque después, los días siguientes, y cuando Miguel y Adriano me hicieron ver que la foto era una especie de trampa, me sentí una mierda por haberte hecho y dicho todas esas cosas. Y no quiero volver a sentirme así.

-Pero… ¿por qué no me hablaste? Si pudiste perdonar a Miguel ¿por qué a mí no?

-Por orgullo… Para mí fue muy difícil darme cuenta del error, y todavía era mucho más difícil hacer lo que ahora hago, Diego. Y también me sentía dolido por las cosas que me dijiste cuando fui a tu casa en busca de explicación. –explicó-. Tenía mi ego y orgullo herido, y para alguien como yo, tragarse las palabras y pedir perdón es algo casi impensable. Sostuve la farsa sólo porque no estaba preparado para asumir que me había equivocado y que tenía que retractarme. Sabía que no iba a durar mucho, las cosas con Catalina estaban mal porque ni siquiera quería follar con ella. Y ella sólo me aguantaba porque le gustaba alardear con el resto de las chicas. Pero esa noche de la fiesta me hizo tomar valor y dejar todo. Ya no quería esperar más para cortar todo. Esa noche marca un antes y un después. Y aquí estoy, humillándome, siendo una basura, pidiendo perdón.

-Pedir perdón jamás es humillarse –le dije con firmeza-. Es una muestra de valor tan grande que en vez de humillar honorifica. Es darse cuenta que a veces cometemos errores, pero que aprendemos de ellos, y somos lo suficientemente valientes para asumir la responsabilidad y no volver a repetirlos. Siempre y cuando sea sincero y de corazón, claro.

-Entonces… ¿me perdonas? –preguntó. Sus ojos grises brillaban suplicantes. Su barba estaba más larga que de costumbre… Se veía un poco abandonado-. Son disculpas sinceras y de todo corazón.

-Sí, te perdono –lo hacía porque conocía al antiguo Alexander, y lo que acaba de hacer era algo que ese Alexander jamás haría. Estaba arrepentido de verdad, y estaba prácticamente yendo contra su naturaleza al intentar reparar el daño-. Pero no volveremos a tener lo que antes teníamos.

-Ya… -respondió. Daba la impresión de que había una parte de él que sabía que eso pasaría, mientras que había otra que tenía la esperanza de que todo volviera a ser como antes.

-Espero que lo entiendas –dije-. No sé lo que tengo ahora con Fernando, ni sé si durará. Pero definitivamente, pese a todo lo que hay en mi mente, me he sentido de una forma en la que jamás me sentí contigo. Estar con él me hizo dar cuenta de todo lo… diferente que fue estar contigo. Te perdono, pero la herida está muy fresca. Y no me siento bien estando cerca de ti. Necesito repararme.

-No quiero perder el contacto –dijo casi con desesperación.

-No será así –le aseguré-. Sobre todo ahora, por lo que está sucediendo, seguiremos viéndonos. Sólo hay que mantener la distancia… Una distancia saludable y razonable.

-Entiendo. Está bien. Mientras estés bien, lo comprendo –dijo.

Nos quedamos en silencio unos minutos, mirando el río y sintiendo la brisa helada.

-¿Te puedo preguntar algo? –dijo de pronto-. No lo tomes a mal. Sólo quiero saber.

-Eh, sí –respondí.

-¿Crees que Fernando tenga algo que ver? –preguntó-. No es porque sienta celos o porque no me caiga bien, pero debo admitir que Adriano tenía un buen punto.

-… -no me esperaba esa pregunta. Y me coloqué nervioso al darme cuenta que no tenía una respuesta concreta-. Creo… No. Es inocente.

-¿Crees?

-No lo sé, Alexander –contesté sintiéndome mal por decirlo-. Quiero creer que no tiene nada que ver. Después de todo lo que hemos pasado, me sentaría muy mal descubrir que él tiene algún grado de responsabilidad.

-¿Por qué estas con él si no estás seguro del todo? –preguntó. Me estaba poniendo en aprietos.

-Porque… Me gusta estar con él. Aunque sea todo un engaño –decía amargamente- me ha hecho sentir cosas que nunca antes había sentido. Y no quiero dejar de sentirlo. Y prefiero vivir en una mentira antes que darme de cara contra la verdad.

-No creo que eso sea lo mejor –dijo. Estaba preocupado por mi decisión.

-Sé que no lo es –el silencio se volvió a hacer. Pero esta vez fui yo quién lo rompió-: ¿Tú crees que tiene algo que ver?

-Para mí todos son sospechosos –respondió-. Salvo tú y Martina.

-¿Y por qué no has matado a nadie? –pregunté medio en broma.

-Porque quiero hacer las cosas bien –contestó seriamente-. Y para eso necesito pruebas. Mientras tanto, y como antes te dije, hay que tener a los amigos cerca, pero…

-… a los enemigos más cerca -continué-. Entiendo… Fue lo que me dije para estar cerca de Fernando.

-Pues no lo olvides –remarcó-. Yo por eso le ofrecí alojamiento a Miguel.

-¿Sigues sospechando de él? –pregunté sorprendido. Pensé que después de lo que había sucedido lo había descartado. O por lo menos haberlo descendido en la escala de posibles sospechosos-. ¿No confías en que entre él y yo...?

-Sí confío en ti. No volveré a desconfiar de ti. Jamás –dijo de forma tan segura que quedé frío ante la intensidad de su mirada-. Pero… no lo sé. Miguel, antes de que todo esto pasara, quiso intentar abordarte.

-¿Qué? –eso no me lo esperaba.

-Fue después de que lo hicimos por primera vez –contó-. Les conté que había tenido una buena experiencia y él quiso probarlo también. Pero yo se lo prohibí.

-¿Miguel… quería…?

-En realidad –pensó- no sólo era él. Otros del grupo igual. Algo tienes, Diego, que eres también del gusto de los “heteros”. Supongo que mi insistencia porque nadie te tocara, hizo que me pusiera en evidencia y notaran que eras un punto débil para mí.

-Según eso –medité rápidamente- cualquiera de tu grupo pudo ser. No necesariamente Miguel. Jamás intentó nada conmigo. Nunca. Ni cuando pasó lo de la foto y nos volvimos más “amigos”. Quizás sólo fue una calentura del momento. Y no hay absolutamente nada que lo involucre en algo.

-Lo sé, y por eso me da rabia –gruñó.

-Yo creo, Alexander –le acaricié el hombro- que quieres que él sea el culpable. Para ti es más fácil que sea él. Así todo sería más simple, y podrías justificar tu rabia hacia él, de que por su “culpa” nosotros nos hayamos distanciado. Pero si te ciegas solo en él, no verás el panorama completo, y creo que deberíamos investigar a los demás de tu círculo de amigos...   

-Te quiero, Diego –dijo de pronto con sus ojos llorosos. Fue… Fue como si alguien tomara mi corazón y lo exprimiera dentro de mi pecho. Verlo así, con sus bellos ojos grises húmedos y triste me caló profundamente. Es tan irreal viniendo de él que me sentí un monstruo por provocarlo, aunque eso ni siquiera tuviera sentido-. Si no hubiera sido por esa maldita foto, no te hubiese perdido. Y si no te hubiese perdido, jamás te hubiese dejado un segundo solo en esa fiesta como para que te…

-No vale la pena vivir del pasado –le dije. Una lágrima cayó por mi mejilla-. Elegí seguir para adelante, y no dejarme consumir por lo que ya sucedió. Si no lo hago, no avanzaré.

-Me gustaría ser tan fuerte como tú ¿sabes? –una sonrisa triste se dibujó en su boca-. Fuerte en espíritu… Mis músculos no son nada en comparación a tu fortaleza interna. No soy nada comparado contigo. Soy un imbécil horrible, completamente desechable que solo sirve para hacer la vida de los demás miserable. Todos estarían mejor sin…

-Cállate –lo interrumpí-. No termines la oración.

-Pero es cierto.

-No, no lo es –le dije con seriedad-. Te estas rindiendo. Dices eso como si lo que hiciste antes de los 18 años te definiera de por vida. Y no, no es así. Te diste cuenta de cómo eras, ahora cámbialo. Está en tus manos. Si no quieres seguir siendo así, haz algo… Tienes muchos años para ser un nuevo Alexander.

Y me besó. Me derretí cuando volví a sentir sus labios. Y me derretí al notar la diferencia en su beso… no eran como los otros. El calor se propagó por mis labios, descendió por mi garganta e infló mi pecho. Quería quedarme ahí por siempre, pero debía mantenerme firme. Me separé.

-Perdón –dijo mientras saboreaba sus labios.

Y mi celular sonó. Di un brinco cuando oí la llamada, e inmediatamente contesté. Era Fernando.

-Diego… Hola… ¿Dónde estás? Se escucha el viento muy fuerte.

-Llegando a casa –contesté-. ¿Qué sucede?

-Llamo para decir que viajaré hoy. Papá consiguió algunos días libres y nos iremos hoy –eso no era bueno para mis planes. Alexander escuchó también y me miró inquieto. Que estuviera lejos nos complicaba-. Pero podré reunirme con ustedes. Sólo que apenas terminemos, tendré que irme rápidamente al aeropuerto. Así que espero que no nos tardemos mucho.

-Ok, no te preocupes –respondí-. Nos vemos luego.

-Creo que tu enemigo se va –observó Alexander.

-No es mi enemigo… -dije.

-No lo sabes aún.

Pasada las dos de la tarde llegué a la casa de Martina. Ese día estaba su madre, así que nos fuimos a la sala del segundo piso para que no nos oyera. Fernando recién llegaba cuando nos comenzábamos a preguntar por él y Adriano.

-Perdón por la tardanza –dijo cuando se sentó. Llevaba su bolso con él-. Pero tuve que venir con carga. Y aviso de inmediato que tendré que irme antes.

-Está bien –lo tranquilicé-. Ya les expliqué a los chicos tu situación.

-¿Y Adriano? –preguntó.

-No lo sé –respondió Alexander-. En la mañana me dijo que venía.

-Será mejor que lo llame –dijo Miguel con rostro preocupado-. No quiero sonar paranoico pero el mensaje que recibieron no era muy alentador y es mejor asegurarse que todo está bien.

-Ni lo pienses –habló Martina con pánico en su voz. Luego se dirigió a Fernando-: ¿Por cuánto tiempo te irás?

Mientras Fernando hablaba con Martina, Miguel llamó a Adriano. Al cabo de unos minutos regresó con rostro más aliviado.

-Está bien. Se confundió con la hora –puso los ojos en blanco.

-¿Sabe ver la hora siquiera? –preguntó enfadado Alexander-. No comprendo cómo llegó a último curso si ni amarrarse los cordones sabe.

-En fin, como sea –habló Miguel-. ¿Qué haremos? Fernando se irá de vacaciones, pero nosotros tenemos que hacer algo ¿no?

-Estuve pensando –comencé. Iba a omitir completamente el encuentro que había tenido con Alexander durante la mañana- y creo que debemos ampliar la búsqueda.

-¿Más? –preguntó Martina.

-Creo que nos fuimos muy a lo obvio –dije mientras me ponía de pie-. No descarto a Nicolás ni a Sofía aún, pero aún hay más personas de las que sospechar. Porque hay información que es difícil que ellos hayan podido obtener.

-¿Entonces? –preguntó Fernando.

-Quizás quien está involucrado no es alguien obvio. Si no alguien del grupo de Alexander o algún enemigo del colegio.

-Eso solo lo reduce a unas… mmm, déjame pensar… ¿Trecientas personas? –ironizó Miguel.

-En estos momentos pienso en Gonzalo –dije. Aún recuerdo como se le enfrentó ese día en el entrenamiento, cuando Martina nos descubrió en el baño con Alex-. O quizás Matías. O alguno de los matones que constituyen su grupo de amigos.

-Me siento mareada –se quejó Martina-. Es mucha gente a la que investigar.

-Pues tendremos que comenzar pronto, entonces –dijo Alexander-. Hay mucho que hacer y poco tiempo antes de que haya un nuevo ataque.

En eso llegó Adriano, con una sonrisa estúpida en su cara, demostrando algo de vergüenza por su retraso. Se sentó y le dimos un breve resumen de lo que habíamos hablado. Su cara se desfiguró cuando vio que nuestro potencial número de sospechosos había aumentado.

-¿Y cómo lo haremos? –preguntó-. La mayoría de los chicos de nuestro grupo ni siquiera están en la ciudad.

-Eso hay que pensar –respondí sin ideas.

-A mí nadie me saca de la cabeza que… -miró a Fernando.

-Adriano… -advertí.

-¿Qué? Pero si es cierto. No confío en él –Fernando se removió incómodo. Observó la hora ansioso.

-Amigo, no puedes hacer acusaciones así como así –intervino Miguel. Me dio una mirada de apoyo. Le agradecí-. Si desconfiamos de nosotros, todo esto se arruinará.

-Ustedes están ciegos –se quejó Adriano-. Esto es evidente.

-Si no hay pruebas, todos somos inocentes. Porque así como lo acusas a él, yo podría acusarte a ti –le dijo Miguel con firmeza. Adriano se sorprendió-. Las cosas ya están bastante feas como para que las compliques más.

-Es verdad –asintió Martina-. Todos estamos en esto, chicos. Somos un equipo ahora, y tenemos que defendernos los unos a los otros.

-Que bonita frase. Pero esto no es una película de Disney –saltó Adriano. Martina bajó la mirada sintiéndose ofendida-. Tanto a ti como a mí nos puede pasar algo malo en cualquier momento ¿acaso no lo ves?

-Adriano, comprendo que el miedo te tenga así de paranoico –comenzó Alexander-, pero si vuelves a hablarle así a Martina, el mensaje que recibiste será el menor de tus problemas.

-Suficiente –intervine. Adriano miraba de forma acusatoria a Fernando pero dejó de insistir. Por otra parte, Fernando se veía demasiado incómodo y se revolvía constantemente.

-Creo que tengo que irme –dijo cuando vio la hora por quinta vez-. El vuelo sale en dos horas, y tengo que irme al aeropuerto. Mis padres me esperan allá.

-Está bien –le dije. Nadie más habló.

-Me llamas si sucede algo.

Se levantó y tiró de su bolso, dándole un golpe a Adriano que estaba junto a él. El rostro de éste último se puso de un rojo intenso.

-Disculpa –dijo Fernando. Pero no había ni una gota de arrepentimiento en su voz.

Desapareció por la puerta antes de que Adriano pudiera replicar algo.  

-Lo siento, pero no confío en él –insistió Adriano al cabo de un rato.

-Debe haber alguna opción para acelerar esto –dijo Miguel, intentando de no darle más tribuna al comentario de su amigo-. Deberíamos intentar negociar o algo.

-Si supiéramos quién es podríamos, pero no sabemos –habló Alexander, que miraba a Miguel como si fuese un tonto por sugerirlo.

-Pero él (o ella), debe estar cerca de nosotros –continuó Miguel-. Hay que intentar hacerle saber que queremos dialogar. Debemos intentar comunicarnos. Hay que agotar las posibilidades.

-¿Comunicarnos? –preguntó Adriano-. ¿Mandarle alguna carta?

-¿Y sabes dónde vive? Pedazo de inútil –dijo Miguel, mientras Adriano bajaba la cabeza.

-Llamarlo –dijo Martina de pronto-. Tenemos su número.

-¡Es cierto! –exclamé. No sé cómo no se nos había ocurrido antes intentar devolver la llamada.

-¿Tú crees que nos contestará? –preguntó Alexander con escepticismo.

-Quizás no de nuestros números –intervino Miguel-. Pero del teléfono de la casa puede que sí. Seguro no lo tendrá registrado.

-Podríamos tomarlo por sorpresa –señalé-. Posiblemente no se espere una llamada.

-Bueno. No perdemos nada con intentarlo –aceptó Alexander. Salió a buscar el teléfono inalámbrico y luego lo trajo hasta la habitación.

Martina revisó su celular y buscó el número de quién había mandado el mensaje. Alexander lo marcó y esperamos expectantes. Mientras se escuchaba el tono de marcado, ni una mosca voló en el ambiente. Casi podía escuchar el corazón de todos palpitando. Pero nada sucedió.

-¿Ven? –dijo Alexander. Tanto Miguel como yo nos vimos, concordando que no nos podíamos quedar solo con el primer intento.

-Llamaré de nuevo –dije, y le quité el teléfono.

Puso sus ojos en blanco pero me dejó hacerlo. De nuevo nos sumergimos en la atención de la espera.

-Creo que no fun… -no alcanzó a terminar su réplica cuando una voz habló desde el otro lado.

-¿Si? ¿Hola?

Todos quedamos de piedra cuando escuchamos la familiar voz. El teléfono se me cayó de las manos, y luego la llamada se cortó. Martina y yo compartíamos la mirada de pánico. Miguel tenía los ojos tan abiertos que pensé que se le caerían. A Alexander se le comenzaban a marcar las venas de las sienes y su mandíbula se tensaba.

-Fernando –susurró Martina.

-Se los dije –habló Adriano-. Pero nadie me quiso creer.

Quise golpearlo por tener la razón. Y quise golpearme por haber caído en el juego. No lo podía creer. 

(He leído todos sus comentarios y realmente me alegra que les haya gustado esta historia. Pueden encontrarme en Wattpad como Angel Matsson, y en mi blog: Angelmatsson.blogspot.com dónde encontrarán relatos similares)