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Malas decisiones (Parte 4)

en Gays

Desperté por la notificación de un mensaje antes de que la alarma hubiese sonado. No había dormido bien, y el mensaje fue enviado por la misma persona que había impedido que conciliara el sueño.

“Diego… ¿estás?”

No estaba seguro de responder. Pero pensé que no valía la pena resistirme, ya que sabía que tarde o temprano lo haría. Y no iba a cometer el mismo error de ignorarlo. Sólo hablaría con él… No hay nada de malo en eso ¿verdad? No le estaba siendo infiel a Alexander. Quizás sólo le estaba omitiendo que hablaba con Fernando, pero era mucho menos grave. Por lo demás, aún no estaba seguro de por qué no le había contado a Alexander que me había comunicado con Fernando.

Mi madre siempre decía que cuando uno siente la necesidad de ocultarle algo a alguien es porque en el fondo sabe que no está haciendo lo correcto. Eso quería decir que en el fondo aún tenía la duda de si lo que hacía estaba bien o mal. Una parte de mí quería pensar que se lo tomaría a bien, pero mi parte más realista sabía que no sería así. Sus celos lo invadirían y todo se volvería complicado.

“Estoy”. Le respondí.

El mensaje fue visto y rápidamente entró una videollamada. Intenté arreglarme lo mejor que pude para que no me viera con rostro de trasnochado. Contesté e inmediatamente me recibió con una radiante sonrisa. Quedé sorprendido ante el cambio en su rostro desde la última llamada. Se veía más repuesto y descansado, y la sonrisa que se dibujaba en su boca se transmitía a su mirada. Me veía con la misma expectación con la que un niño ve una juguetería.

-Buenos días –dijo de forma risueña. Su cabello se veía revoloteado y su voz sonaba más grave de lo habitual debido a que, seguramente, venía recién despertando.

-Buenos días, Fernando –le respondí con una sonrisa.

-¿Qué tal dormiste? –preguntó con entusiasmo.

-Bien –mentí. No quería arruinar su estado de ánimo-. ¿Y tú?

-Excelente –contestó-. Apenas desperté corrí donde mi madre para pedirle el celular. No te molesta ¿verdad?

-No, para nada-.

-Genial… Necesitaba verte y hablar contigo –dijo mientras se acomodaba, acostándose boca abajo-. Por un momento pensé que lo de anoche había sido un sueño. Tenía que comprobarlo.

-Bueno, pues no lo fue. Aquí estoy –le sonreí. Se quedó embobado mirando mi sonrisa-. ¿Y tu padre?

-Trabajando –me dijo-. No estará en todo el día. Últimamente ha estado muy ocupado debido a que lo invitaron a participar en una conferencia en Dinamarca a finales de Febrero. Por supuesto que eso me beneficia, ya que no me ha puesto atención y no he tenido que hablar con él.

-¿La relación no ha mejorado? –pregunté, adivinando la respuesta-. ¿En ningún momento dará su brazo a torcer?

-No, y no lo hará –respondió amargamente-. Y mamá también se ha dado cuenta. Creo que, debido a sus sentimientos hacia él, mamá pensó que recapacitaría. Lo cual no ha sucedido, y solo empeora.

-Que triste –lamenté.

-Sí, pero no quiero hablar de él –dijo de pronto-. Quiero hablar de ti. ¿Qué has hecho todo este tiempo? ¿Cómo está Martina? ¿Qué tal está… Alexander?

-Pues yo no he hecho mucho… Sigo yendo la Gym, y los días los paso junto con Martina, Alexander y Gonzalo. Martina y Gonzalo están juntos –dije esto último con énfasis. Fernando abrió los ojos con sorpresa-. Sí… Ya llevan cerca de 2 meses. Al parecer tenían contacto desde mucho antes, pero en secreto.

-¿Y qué dijo Alexander? –preguntó-. Recuerdo que tuvieron una discusión muy fea el año pasado.

-Se lo tomó mejor de lo que pensé –le respondí-. Fue el primero en notarlo. En ese momento tu y yo pasábamos mucho tiempo junto y no nos dimos cuenta lo que sucedía con Martina. Pero, en fin, últimamente hacemos todo los 4 juntos. Salimos, vemos películas, vamos a nadar. Nos volvimos muy amigos.

-Genial –dijo con una gota de tristeza. Intentaba incluir tanto a Martina y a Gonzalo, para que no fuera evidente lo de Alexander y yo.

-Alexander, por otra parte, ha estado trabajando y en poco más de un mes entrará al instituto a estudiar para ser preparador físico –le conté.

-Vaya, esa carrera le queda muy bien –respondió. Pero había una sombra en sus ojos que expresaba duda. No se hizo esperar para soltarla-. Diego… ¿Tú y Alex…?

-Somos buenos amigos –mentí. Sentí mi corazón romperse debido a esa mentira. Pero prefería romper el mío y no el de él. Automáticamente sus ojos resplandecieron otra vez-. Él, junto con Martina y Gonzalo, me ayudaron mucho.

-Me alegro mucho –contestó. De pronto sus mejillas se encendieron y otra pregunta soltó-: Diego… ¿Tú y yo…?

-No lo creo, Fernando –me sentía horrible por la mentira anterior, pero sería más horrible ilusionarlo de forma tan descarada. A pesar de esa respuesta, su luz no se apagó-. Estuve estos dos meses convenciéndome de que ya no te vería. Es complicado… Te quiero, eso es así y no cambiará. Eres un chico muy importante para mí. Pero no sé si te quiero de “ese” modo, o de si quiero tener lo mismo de antes. Sobre todo considerando que ni siquiera estás acá. ¿Comprendes, cierto?

-Lo comprendo –sonrió. Era una sonrisa sincera. Yo no entendía nada-. Es completamente entendible, Diego. Es natural y es algo que me esperaba. Y me agrada… Me agradan los retos. Pero no hablemos de eso, es acelerarse mucho. Sólo me importa el ahora y el hecho de que volvimos a hablar. ¿Cómo han estado tus padres?

-Bien, súper. Mamá hace un par de días estuvo un poco resfriada, pero ya está mucho mejor –le contesté.

-Oh, vaya. Mándale mis saludos-.

-Sí, claro –no estaba seguro de si lo haría. Mencionarlo sólo provocaría que hicieran muchas preguntas, sin mencionar que Alexander podría enterarse.

-¿Qué planes tienes para hoy?-.

-No lo sé –respondí-. Creo que ir al río a nadar. Está haciendo mucho calor.

-Aquí igual, mira –dijo. Apuntó hacia la ventana y se veía una mañana con un sol radiante. Luego apuntó a cómo estaba vestido. Llevaba una camiseta sin mangas y sólo un bóxer… Bloqueé esa última parte y me enfoqué en lo grande que se veía, pese a que se notaba más enflaquecido. Poco a poco se convertía más en un hombre-. ¿Todo bien?

-Sí, sí –respondí rápidamente-. Es sólo que… te ves más grande. Tu voz igual suena diferente. El sol de verano hace maravillas en los adolescentes.

-Así parece. Mamá me dice lo mismo –coincidió-. Y sí, la voz se me engrosó un poco. Por lo demás, tu igual te ves más grande, y tu voz suena diferente, aunque igual de dulce.

-Bueno, convengamos que tanto no he crecido –reí-. Ya sé que no puedo esperar crecer más de lo que ya he crecido.

-No importa, me gustas así –dijo de pronto. Me sonrojé-. ¿Puedes ponerte de pie para verte mejor?

-Eh… -dudé un segundo, pero no pude negarme. Asentí y me puse de pie para mostrarme ante él. Di un giro rápido y una reverencia. Sonrió.

-Pues te ha hecho muy bien el gimnasio –observó-. Ya no estás tan enclenque, aunque te mantienes igual de adorable y apapachable.

-¿Tú crees? –pregunté.

-Sí… Aunque creo que eso va más en tu ángel que en tu físico –contestó-. Inspiras ternura. 

-Ya… -me quedé en silencio. Me sentía extraño ante sus cumplidos. Necesitaba detener esto por un rato antes de que las cosas se salieran de control-. Bueno, creo que me ducharé. ¿Hablamos en otro momento?

-¿Ya te vas? –preguntó triste.

-Sí, no he tomado desayuno y estoy muerto de hambre –expliqué-. Además estoy apestando en estos momentos y necesito una ducha.

-Bueno, está bien –se resignó-. ¿Hablaremos después?

-Sí –contesté. Aunque no estaba muy seguro de si era posible.

-Ok… Hablamos luego, entonces –me lanzó una sonrisa de despedida.

-Hasta luego, Fer –le sonreí de vuelta. Sonrisa que se apagó apenas la llamada se cortó.

Me sentía muy confundido ante lo que había sucedido. Era más que evidente que Fernando coqueteaba conmigo, y yo no sabía cómo actuar frente a eso. No quería derribarlo de la nube de forma tan violenta, pero tampoco podía dejar que me coqueteara ni se ilusionara. No le podía explicar las razones porque sabía que le haría daño el saber que yo estaba en una relación con Alexander. Pero el no decirle eso también provocaba que pensara que tenía el camino libre para volver a estar conmigo.

Me sentía ahogado. Eran caminos demasiado complejos, y cada uno iba a repercutir de una forma que no estaba preparado para afrontar. Era definitivo, tenía que contarle a alguien todo lo que pasaba. Y ese “alguien”, por supuesto, era Martina. Y como si me hubiese estado escuchando, Martina me llamó para preguntarme si podía ir al río con ellos en la tarde.

-¿Y Alexander? –pregunté. Tenía entendido que le tocaba trabajo.

-Sale a las 3:30pm, así que estará allá cerca de las 4 –respondió mi amiga.

-Genial, así tendré tiempo de ir al gym después de almorzar-.

-Nos vemos luego –se despidió.

Me acurruqué en la cama y cerré los ojos un momento. El calor ya se hacía presente, y sentía una capa de sudor en mi cuerpo. Estiré mis extremidades para desperezarme, y luego me armé de ánimo para levantarme de la cama e irme a la ducha. A pesar del calor, me duché con agua caliente. Masajeé mis músculos que estaban adoloridos, y lavé con delicadeza mi culo, debido a que lo sentía un poco irritado.  

Al salir, me vestí con mi outfit deportivo, y procedí a tomar desayuno. Cuando llegué a la cocina y vi la hora, decidí que sólo tomaría un vaso de leche, para no tener el estómago lleno cuando fuera la hora del almuerzo. Me senté a ver la televisión en living con mis padres, ubicándome en el espacio que había entre ellos dos. Mamá me llenó de besos y papá me hizo cosquillas en mi vientre. Luego me abrazaron y nos quedamos así un par de minutos.

Minutos maravillosos, por lo demás. Allí me sentía protegido y seguro, como si ellos fueran un escudo que me protegiera de todas las cosas que me aproblemaran. Junto a ellos sabía que cualquier cosa que sucediera por fuera era insignificante. Aspiré el aroma familiar y casi me dormí de tan relajado que me sentía. Pero justo papá se levantó y nos llamó al comedor para almorzar.

Eran cerca de las 2 de la tarde cuando iba saliendo con mi bolsito deportivo en camino hacia el gym. Sentía algo en mi pecho que necesitaba liberar por medio del deporte. Apenas entré a las instalaciones me encontré con Jean.

-¡Hola, campeón! –me saludó con alegría-. Llegamos juntos.

-Hola, Jean ¿qué tal todo? –pregunté mientras me estrechaba su enorme mano.

-Bien, todo tranquilo, por ahora –respondió vagamente.

-¿Por ahora?-.

-Es mi último mes libre –explicó-. El próximo comienzo a estudiar.

-Vaya, pensé que ya estabas estudiando algo -.

-Pues sí, entré a estudiar el año pasado, pero no era lo que quería –me dijo-. Así que me salí y ahora comenzaré de nuevo.

-Genial –lo animé.

-¿Comenzamos? –preguntó cuando estuvimos de vuelta de los camarines-. Hoy solo vine por ti.

-¿Cómo?-.

-Hoy no iba a venir porque me quería tomar estas semanas para descansar y disfrutar mi tiempo libre –me dijo-. Pero no quería fallarte.

-Oh, vaya. Pero no es necesario que…

-No, tranquilo. Decidí hacerlo, ya que me ayuda para mantenerme en forma. No quiero acostumbrarme a no hacer nada –sonrió-. Y en vez de venir sólo a entrenar, prefiero coincidir contigo así hago las dos cosas y aprovecho el tiempo. ¿Estás listo?

-¡Sí, señor! –dije con firmeza. Agradecía que me acompañara. No me gustaba ir cuando él no estaba, porque me daba vergüenza entrenar con gente que no conocía. Ya nos conocíamos, y él sabía mis capacidades y debilidades.

Fue así que me tuvo por más de una hora explotando mis músculos. Cuando terminamos, caí rendido sobre la colchoneta respirando tan agitadamente que sentía que mis pulmones saldrían disparados por mi boca. Tenía sudor desde el pelo hasta la punta de mis pies, y sentía mi cuerpo como si fuese jalea. Jean, por otra parte, seguía dando saltos a mi costado. Lo observé con admiración, intentando ignorar la forma en que su bulto se sacudía con cada salto.

-Ayúdame a levantarme –le pedí mientras estiraba mi mano.

-Ven, debilucho –dijo mientras me tiraba hacia él como si yo fuera solo un muñeco de peluche.

-Me reventaste –le dije mientras caminaba de forma inestable hacia las duchas.

-Lo siento. Se me olvida que eres un niñito debilucho –bromeó mientras me palmeaba la espalda.

-Te aprovechas sólo porque mides el doble que yo y no puedo golpearte –me quejé.

-¿Me quieres golpear? –se burló-. Inténtalo, si quieres.

-¡Ja! No quiero hacerte daño –ironicé.

-Anda, inténtalo –dijo mientras se paraba junto a su casillero.

-¿En serio? –pregunté.

-Sí, claro –respondió-. No haré nada. Sólo da tu mejor golpe. Pero cuidado, no te vayas a lastimar.

Entorné los ojos, pero asentí. Jean se colocó en posición (Piernas ligeramente separadas, manos en su cintura, cabeza al frente y todos sus músculos tensos) para esperar el golpe. Prácticamente todo su cuerpo estaba protegido por una capa de músculo que detendría sin problemas mi golpe. Pero fui más astuto, no quería hacerle daño pero si quería sobresaltarlo. Fue así que solté el golpe en una de sus partes más sensibles… Su pubis.

-¡Dios! –gritó cuando lo hice. Todo su cuerpo se movió. Le acerté justo por sobre su miembro (mi intención no era golpear sus genitales)-. ¡Eso fue golpe bajo!

-Ups… Cada quien busca su ventaja –reí-. Además, no te quejes. Apenas te dolió.

-Es una parte sensible. Me asusté –dijo mientras se sobaba con la mano. No pude evitar hacer contacto visual con su paquete.

-En fin, ya es tarde –dije volteándome para desnudarme e irme a la ducha.

-Parece que te hubieses orinado –observó de pronto, cuando saqué mi bóxer humedecido por el sudor. ¿Acaso estaba viendo mientras me desvestía?

-Sí, creo que sudé demasiado –respondí. Oculté mi rostro para que no viera mis mejillas encendidas. Luego corrí hacia la ducha.

-¿Y has sabido de Fernando? –preguntó de pronto.

-¿Fernando? ¿Por qué? –me puse nervioso.

-Por nada, no lo sé. Hace tiempo que se fue y pues…-.

-No, nada –mentí. No estaba seguro de por qué lo hacía-. Su padre se volvió loco y lo aisló del mundo.

-¿Todo por ser gay? –su frente se arrugó molesto. Yo ya le había contado anteriormente parte de la historia-. Que horror. Pobre chico. ¿Tú estás bien?

-Sí. Poco a poco lo he ido aceptando –respondí.

En todo momento intentaba evitar mirarlo. Sabía que una vez hiciera contacto visual con su cuerpo desnudo, no iba a poder despegar los ojos de él. Continué duchándome, y podía jurar que su mirada estaba clavada en mí. Por suerte fue él quien terminó primero, se despidió y se fue.

Apenas acabé la ducha me cambié de ropa y me dirigí hasta el río. Iba a mitad de camino cuando sentí la necesidad urgente de meterme al agua. El calor era insoportable. Cuando llegué, me encontré con Martina y Gonzalo que iban también de camino.

-¡Eh! ¡Chicos! –grité mientras corría hacia ellos.

-¿Qué tal, Diego? –saludó Gonzalo mientras me palmeaba la espalda.

-Luces horriblemente sudado –observó Martina.

-Honestidad brutal –fingí ofensa-. Vengo del Gym, y el calor me está matando.

-Y que lo digas. El sol está asesino –coincidió el novio de mi amiga.

-Por cierto, estuvo genial la fiesta –le dije.

-¿Sí? ¿Lo pasaste bien? –preguntó sonriente.

-Genial –respondí. Omitiendo mentalmente lo sucedido con Alexander.

-¿Tú cómo lo pasaste? –pregunté mientras lo miraba y a la vez a Martina.

-Eh… Bien –respondió con nerviosismo. Una sonrisa tímida se le dibujó en la comisura, y sus mejillas se colorearon.

-¿Sólo “bien”? –insistí.

-Yo… Bueno…-.

-Sabes que Martina me contó ABSOLUTAMENTE todo ¿Verdad? –le dije. Ahora todo su rostro estaba sonrojado-. Así que no es necesario ser tan escueto.

-Martina… -susurró Gonzalo.

-¿Qué? Es mi mejor amigo –le dijo ella.

-Sí, pero… Bueh. Estuvo genial. Maravilloso –confesó finalmente-. Jamás había sentido algo así. Literal fue muy… intenso. Pero si le dices a Alexander algo de esto, te arrancaré la lengua.

-¿Le tienes miedo a Alexander? –pregunté de forma provocativa.

-No. Miedo no: respeto –corrigió-. Sabes que a veces es muy irracional. Pero sé que no se atrevería a hacerme nada sin motivos. Y no creo que lo que hicimos con Martina sea un motivo. Sólo que con él estas cosas suelen ser más incómodas.

-Lo sé, lo sé –coincidí-. De mi boca no saldrá nada. De todas formas, no creo que quiera saber tan detalladamente lo que sucedió. Lo más probable es que ignore el tema.

-Eso espero –dijo Gonzalo.

-Y yo –dijo Martina.

-Ahora lo importante –paré de caminar-. ¿Puedo ser el padrino de la bendición?

-¡No juegues con eso! –me regañó Martina, mientras yo me reía.

-¡Dios, por favor no lo oigas! –dijo Gonzalo al cielo-. Estúpido.

-Sólo era una broma –dije mientras seguía riendo.

-Te salvas sólo porque ustedes son hombres y no corren estos riesgos –atacó Gonzalo.

-Eso sí. Aunque el condón no sólo ayuda a evitar embarazos –observé.

-Obvio, lo sé. De todas formas, dudo que ustedes usen –dijo Martina.

-Pues no –confesé-. Lo hacemos al natural. No hay nada mejor que leche al desayuno, almuerzo o a la hora que sea.

-Eres un cerdo –dijo con asco Gonzalo, para luego reírse.

-¡Saca esa imagen mental de mi cabeza! –gritó Martina.

-Sorry not sorry –bromeé-. De todas formas, nosotros nos hicimos exámenes. No somos irresponsables.

-Por suerte…-.

Caminamos por un sendero hasta el lugar de siempre. Apenas nos detuvimos me quité toda la ropa para sólo quedar con mi short y corrí hasta el agua. Gemí de alivio cuando la frescura tocó mi piel caliente. Cerré los ojos con todo mi cuerpo bajo el agua, y disfruté de la tranquilidad del momento. El viento acariciaba mi rostro, escuchaba el cantar de las aves, y oía risas a la distancia. No sé cuánto tiempo estuve así, sólo volví a la realidad cuando el ruido de alguien entrando al agua perturbó mi desconexión mental.

Abrí los ojos, pero antes de que estos se acostumbraran a la luz mi cuerpo fue levantado hasta que ya no pude sentir el fondo del río. No tuve que verlo para saber que era Alexander. Conocía de sobra su fuerza y sus músculos alrededor de mi piel. A continuación escuché su risa y luego salí disparado hacia atrás.

-Ja, ja. Que chistosito –le dije cuando volví a salir a la superficie.

-¿En qué estabas pensando? –preguntó-. Desde que llegué estabas en modo zen.

-En nada importante –respondí rápidamente.

-¿Seguro? –insistió. Avanzó hacia mí. Sus pectorales estaban casi a la altura de mi cara. Me miraba de forma analizadora-. Cuando estas así de tranquilo y pensativo siempre es por alguna razón. ¿Algo te preocupa?

-Sólo Dios sabe –contesté y con mi mano le tiré agua al rostro.

Sonrió y saltó sobre mí. Comenzamos un juego de luchas que, obviamente, él ganó. Le gustaba mostrar su fuerza superior, y más le gustaba la idea de someterme. Lo cual coincidía con mi gusto a que me sometiera… a que me hiciera de él. Ese poderío, esa fuerza… uff… era excitante. Me mordí el labio y automáticamente supo que necesitaba de él. Su boca atacó la mía y nos fundimos en un beso acalorado. Gonzalo y Martina comenzaron a molestarnos lanzando silbidos y risotadas desde la distancia.

-¡Vayan a un motel! –gritó Gonzalo. Alexander le mostró de forma poco educada su dedo medio.

-La varita se quiere salir de su caja–le susurré. Su pene se enterraba con fuerza en la zona bajo mi ombligo.

-Quiere entrar en ti –me dijo con voz cargada de fuego-. Ya sabes, la varita elige al mago.

-Sólo anoche me tuvo –contesté-. No deberías estar tan ansioso.

-Nunca tengo de ti lo suficiente –mordió el lóbulo de mi oreja-. Siempre quiero más, y más. Eres como una droga a la que me volví dependiente.

La situación se estaba poniendo intensa. Decidí que era momento de salir del agua o terminaríamos follando a vista y paciencia de todo el mundo. Caminé lentamente para darle tiempo a mi erección para que se bajara. Me recosté en el césped para que el sol secara mi cuerpo. Pero rápidamente la sombra del enorme cuerpo de Alexander me cubrió, para luego tirarse sobre mí a comerme la boca.

-Alexander… Nos están… viendo –dije entre beso y beso.

-Que vean lo que quieran –contestó.

-Me siento un poco incómodo –podía notar el calor en mis mejillas.

-No les hagas caso… -iba a decir algo más pero el sonido de mi celular lo interrumpió.

Estaba justo sobre mí, dentro de mi bolso. Como Alexander estaba sobre mí, no podía tomarlo para contestar. Fue así que él introdujo la mano y lo sacó.

-Es una videollamada –observó. La desesperación subió por mi cuerpo. Sentí que por un breve segundo mi corazón se detuvo y luego aceleró-. Es de un número desconocido. ¿Contesto?

-¡No! –dije bruscamente. Le quité el celular y colgué. Me quedó mirando pasmado. Suavicé la voz-. Mira cómo estamos, Alexander. Era un número desconocido. ¿Qué hubiese pensado? Iba a creer que me estabas follando, o algo así.

-Pues es algo que me gustaría hacer, de hecho –sugirió. Y por suerte su sistema circulatorio estaba preocupado de irrigar su pene y no su cerebro. Pues, apenas mencioné algo relativo al sexo, dejó de pensar en la llamada. Pese a que nuevamente volvió a sonar. Rápidamente colgué y apagué el celular. Y antes de que saliera de su transe sexual, abracé su cintura de manera que su pene quedara aplastado entre nuestros cuerpos, y lo besé.

Necesitaba que su mente no pensara en la llamada y en mi extraño comportamiento. No tenía ganas de follar, pues el pánico se había apoderado de mi cuerpo. Pero tenía que fingir para mantener a Alexander desconcentrado. Sentí dolor de estómago de sólo imaginar lo que hubiese sucedido si Alexander hubiese contestado esa llamada. Creí que vomitaría, pero corté el beso y le pedí que nos pusiéramos de pie.

-Vamos donde no puedan vernos –le sugerí. Y aproveché de respirar para calmar mis nauseas. Alexander asintió y le avisó a su hermana que estaríamos dando una vuelta.

-Estás atrevido hoy –dijo mientras caminábamos por unos senderos hasta un lugar que nos cubriera de miradas indiscretas-. La última vez que lo hicimos al aire libre fue en el parque cerca del mall, ¿recuerdas?

-Como olvidarlo –respondí. Fue el mismo día en que caí en la trampa de Adriano y nos tomaron la foto que había sido la gatillante de que pasáramos un horrible año escolar.

Aún no conseguíamos llegar a un lugar lo suficientemente privado, pero Alexander comenzaba a perder la paciencia. Me tomó del brazo y me estampó contra un árbol, para empezar a besarme con desesperación. Resoplaba con excitación, como si no hubiese follado en días.

-Mira como me tienes –dijo mientras tomaba mi mano y la ponía en su duro paquete.

Siguió besándome, a la vez que bajaba su short y ponía mi mano sobre su pene directamente. Estaba caliente y palpitante. Comencé a masturbarlo al son del beso, y lo oí gemir. Me besaba a la vez que hacía un movimiento pélvico contra mi mano, y jadeaba con placer.

-Chúpala –me ordenó. Obedecí, pese a que la preocupación persistía en mi conciencia.

Tomé su pene de la base y lo acerqué a mis labios. Apenas abrí la boca Alexander enterró su miembro hasta el fondo de mi garganta. Me quejé por el dolor e hice una arcada por lo repentino. Sacó su pene por unos segundos para que tomara aire, y rápidamente volvió a embestirme. Dolía, pero aguanté. Mis ojos estaban humedecidos y sentía mis mejillas a punto de explotar por el esfuerzo.

-Oh… Que rico –disfrutaba. Su pene salía cubierto de saliva, la cual goteaba por mi cuello. Cada vez que sacaba su pene aprovechaba de respirar aceleradamente, intentando recuperarme para la nueva embestida-. Me gustaría llenarte la garganta de leche… Pero quiero tu hoyito, bebé.

-Lo que quieras –respondí entre cortado. Me sentía ligeramente mareado. Lo peor de todo, es que ni siquiera estaba disfrutando debido a lo mal que me sentía por lo de la llamada. Era una tortura. Una tortura que merecía por no ser sincero.

-Ponte en cuatro –demandó-. Ahora.

Me tiré al suelo y adopté la posición. Él caminó alrededor mío, disfrutando de mi sumisión mientras se masturbaba. Se paró detrás de mí y me dio una nalgada sobre mi short húmedo. Dolió… mucho, pues mi piel estaba fría y húmeda por el agua. Acertó una segunda nalgada que me hizo dar un grito. De inmediato en la zona comencé a sentir calor y ardor.

Pese a que por dentro estaba sufriendo, tenía que fingir que me gustaba. No quería echarle a perder el momento, pues eso lo despertaría del trance y comenzaría a hacer preguntas. Se acercó y en un solo movimiento me bajó el short y el slip, dejando mi culito al aire libre. La brisa en ese lugar provocó que se me erizara la piel.

-Grr, te lo comeré todo –dijo mientras se arrodillaba y apretaba mis nalgas-. Es sólo mío.

A continuación hundió su cabeza y comenzó a comerme el agujero. Jadeé ante la intensidad con la que lamía mi centro. Literal enterraba toda su cara entre mis nalgas, moviendo su lengua con desesperación. De pronto escuché que escupía, y pronto sentí dos de sus dedos intentando entrar.

-Respira hondo –ordenó. Lo hice-. Ahora bota el aire.

Cuando lo comencé a hacer, introdujo de golpe sus dedos hasta los nudillos. Gemí y solté el aire de golpe. Lanzó una carcajada traviesa y me mordió la nalga derecha, la cual también dolió. Mi respiración era agitada y sentía mi cuerpo tenso. Alexander estaba demasiado ocupado jugando con sus dedos y lengua en mi agujero como para darse cuenta.

-Amo tu agujerito, bebé –dijo mientras introducía su lengua-. Es demasiado acogedor.

Subió dando besos por mi espalda hasta mi cuello. Lamió mi oreja y dijo:

-¿La quieres dentro?

-Sí –respondí.

Bajó con lentitud hasta mi agujero. Me pidió nuevamente que tomara aire y repitiera lo que había hecho anteriormente. Con un poco de miedo repetí la acción, y volvió a suceder lo mismo. Sólo que con tres dedos. Sentí un ardor en todo mi agujero debido a ese movimiento. Él separaba mis nalgas para asegurarse que sus tres dedos estuvieran completamente dentro de mí, mientras yo gemía por el ardor que eso producía.

-No aprietes, bebé –dijo. Pero yo no lo hacía a propósito, simplemente estaba tenso.

Sentí gran satisfacción cuando sacó sus dedos. Pero eso sólo avisaba que vendría algo más grueso. Y en efecto, pronto sentí su glande haciendo círculos alrededor de mi agujero. A continuación dijo lo que yo estaba temiendo que dijera.

-Toma aire, bebé –una sonrisa traviesa lució en su rostro, junto con una mirada relampagueante.

No quería hacerlo… Mi cuerpo no estaba respondiendo positivamente. Estaba seguro que en otro momento hubiese estado toda una putita en esa situación, pero en ese momento no. En ese momento quería estar en mi casa, pensando en qué haría con Fernando y Alexander. Pero finalmente lo hice… Respiré profundo y poco a poco fui soltando el aire.

-¡AH! –grité/gemí-. ¡Ay!

-Mmm ¡Dios! –disfrutó Alexander.

Mi ano palpitaba con desesperación, y sentía en toda su longitud punzadas dolorosas que provocaron que mis ojos volvieran a humedecerse. Alexander, por otra parte, sólo gemía de placer. Prácticamente se había montado sobre mí, penetrándome sin parar hasta que nuestras carnes aplaudieran. Sentía completamente toda la longitud de su miembro jugueteando en mi interior y sus testículos golpeando contra mí.

-¡Como aprietas, bebé! –jadeaba.

Por momentos sacaba su pene y lo reemplazaba con su lengua, para luego volver a meterlo completamente. Nuestras pieles chocaban cada vez más fuerte, provocando que sintiera vivamente el golpe de sus huevos contra mí. Se podía diferenciar claramente sus gruesos gemidos junto con los míos más agudos.

De pronto salió de mí y me levantó, para luego acomodarme contra un árbol. Escupió en sus dedos y sin ninguna dificultad introdujo tres. Los hizo vibrar diabólicamente y no pude evitar gemir de gusto. A continuación los sacó, me dio una nalgada y volvió a penetrarme. Con su mano izquierda me abrazaba por el cuello para lamerme la oreja, y con la derecha levantaba mi muslo para empotrarme contra el árbol.

En esa posición notaba violentamente la forma en que su pene friccionaba mi interior. Fue así que comencé a sentir que me correría, pese a que no me había tocado, ni tampoco tenía intención de hacerlo. Simplemente mi cuerpo respondió automáticamente a las atenciones de Alexander, y se reveló contra mi mente.

-Ah… Ah… -comencé a gemir. Alex supo que me correría y aceleró las embestidas-. ¡Oh, Dios! ¡Ahh!

De mi pene comenzaron a salir chorros de semen que dieron contra el tronco del árbol. Sentí mis piernas perder la fuerza, pero Alexander apoyó su cuerpo contra el mío, para dejarme completamente pegado al tronco. Lo oí gruñir y resoplar.

-¡Oh! Mm…. Que rico, bebé –disfrutaba de mis contracciones.

Al minuto siguiente sus embestidas se hicieron superficiales y un gemido gutural salió de su boca. Su pene palpitó y comprendí que se estaba derramando dentro de mí. Mordió mi deltoides y luego apoyó allí su cabeza, mientras susurraba lo rico que le había parecido.

-Me encantas, Diego –dijo. Y me envolvió con sus brazos-. Te amo más que a nadie.

Me sentí culpable al oír esas palabras. Por suerte no esperó una respuesta, porque me hubiese sentido muy cínico al responderle lo mismo cuando he estado ocultándole cosas. Me besó por la espalda hasta llegar a mi culito. Le dio un poco de amor, y luego me acomodó el short. Posteriormente, me tomó de la mano y volvimos hasta donde estaba Martina y Gonzalo.

Estuvimos algún rato hablando de la vida y de que cada vez faltaba menos para entrar a clases, y para mi cumpleaños. Pero en mi mente seguía estando Fernando. Comenzaba a sentirme culpable por haberle cortado la llamada. Casi podía imaginármelo ilusionado llamando, con una sonrisa en su cara y ojos felices, y luego confundido por el rechazo. Me sentía una mierda de persona.

-Si tomo más tendré que orinar –decía Alexander a Gonzalo, en una conversación que yo no estaba prestando atención.

-Hablando de eso –interrumpí-, iré a orinar por ahí. Vuelvo en un ratito.

Tomé mi celular y me alejé de ellos. En el camino lo prendí y comencé a llamarlo. Tuve una sensación amarga cuando no respondió y colgó. Me senté sobre una piedra y volví a intentarlo, pero nuevamente no tuve respuesta. Pensé que la había cagado, pero a los segundos fue él quien llamó.

-¿Diego? –preguntó de pronto con preocupación.

-Fernando, estás ahí –dije.

-Sí, sí ¿todo bien? ¿Por qué no respondiste?

-Estaba un poco ocupado –respondí-. ¿Por qué no contestabas? Creí que te habías molestado o algo.

-No –sonrió-. Mamá tenía el celular.

-Ah, ya veo –dije con alivio.

-¿Estás en el río? –preguntó-. Veo muchos árboles detrás de ti.

-Sí. El calor es horrible –me quejé.

-¿Fuiste solo?

-No, vine con los chicos –expliqué-. Martina, Gonzalo y Alexander.

-¡Genial! ¿Están por ahí para saludarlos? –preguntó con entusiasmo.

-No, fueron a comprar algo para beber –mentí.

-Oh, vaya. Me gustaría verlos-.

-Quizás después –le dije-. ¿Qué haces tú?

-Hacía ejercicio –me dijo-. Lo que me abrió el apetito.

-Eso es bueno-.

-Sí. Siento que volver a hablar contigo me despertó –sus ojitos brillaron-. Me siento más motivado que nunca.

-Vaya… Que bueno –le sonreí-. ¿Y tu padre? No quiero que te metas en problemas por estar hablando conmigo.

-Llega en la noche –respondió-. Así que tenemos tiempo de sobra.

-Genial-.

-Que ganas de estar ahí contigo –soltó de pronto-. Tomando sol, bañándonos en el río, pasándolo bien.

-Necesitas sol, de hecho. Estás hecho un papel –observé. En efecto, su rostro se veía muy pálido-. No tienes color en la cara.

-Y no sólo en la cara –se levantó la camiseta y bajó unos centímetros el elástico de su short deportivo. Dejó a la vista un oblicuo perfecto-. Ahí sí que estoy pálido.

-Vaya… -dije. Tragué saliva.

-Por otra parte, tú estás bastante bronceado –dijo-. Me gusta cómo te ves así.

-… -no supe qué responder. Decidí cambiar un poco la conversación-. Por cierto, Jean estuvo preguntando por ti.

-¡Oh! ¿Cómo está? –preguntó con entusiasmo

-Genial. Aunque ya no trabajará ayudando a su tío como antes –le expliqué-. Entrará a estudiar y quiere descansar este mes.

-¿Y con quién entrenas?

-Con él. Dijo que a pesar de no trabajar, irá igual a entrenar –le dije-. Así que irá los mismos días que yo para no dejarme solito.

-Que amable –sonrió-. Extraño los días en que íbamos juntos.

-Tampoco fue hace tanto tiempo. Apenas hace unos 3 o 4 meses.

-Lo sé, pero siento que fue una eternidad –y lo comprendía. Ahora que lo pensaba, también sentía que el tiempo transcurrido fue extremadamente largo, cuando en realidad no eran tan así. Es increíble que tu estado anímico interfiera tanto en la percepción que tienes del tiempo-. Cada día lo sentía como si fuera una semana. Cada segundo estaba cargado de pena y dolor. Todos estos meses fueron una tortura. Me hace tan feliz poder volver hablar contigo.

-Y a mí –coincidí.

-Me ayudas a escapar un poco de esta cárcel-.

-Ojalá pudiera hacer algo más-.

-Y lo haces. Hablas conmigo. Puedo verte y oírte –sonrió-. Es todo lo que quería. Todo lo que esperé.

-Eres muy tierno –le dije de corazón. Escucharlo decir eso, con sus ojos brillantes y su sonrisa tranquila, me hacía sentir unas lindas cosquillas en el pecho. Fernando es tan sano y puro, que transmite mucha serenidad.

-Por cierto, y antes de que se me olvide, recuerda mandarle mis saludos a Jean, y dile que te cuide de mi parte.

-No necesito que me cuiden –entorné los ojos.

-Sé que no, pero nunca está de más.

-Bueno, está bien. Le diré…-.

-¿Qué dirás? –preguntó una voz detrás de mí. Sentí un balde de agua fría caer por mi espalda. Rápidamente corté la llamada y me giré para encontrarme con la mirada escrutadora de Alexander.

-Alexander… -susurré apenas sin aire.

-¿Qué pasa, Diego?-.

Moví mis labios pero las palabras no salían. Sentí que mi celular quemaba. ¿Qué iba a hacer ahora?

-¿Con quién hablabas? –preguntó.

Creí que en cualquier minuto me iba a desmayar.

 

(Aquí está el nuevo capítulo. Comenten, opinen, insulten. Lo que quieran. Instagram: @AngelMatsson)