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Malas decisiones (Parte 3)

en Gays

A los pocos segundos de que el mensaje fue enviado, comencé a sentir una enorme ansiedad. Mil cosas pasaban por mi cabeza, misma que se volvía cada vez más loca por cada segundo que transcurría. El mensaje fue leído y sentí que el aire escapaba de mis pulmones. Bloqueé el celular y lo dejé en el suelo, pues me producía nerviosismo ver lo que podría responder.

Pero el tiempo pasó y el mensaje no fue contestado. Tomé nuevamente el celular y lo desbloqueé. Salía la hora de su última conexión (10 minutos antes), pero no había señales de respuesta. ¿Se habrá enojado? ¿Ya no quería hablar conmigo? ¿Le sucedió algo? El miedo inundó mis pensamientos, aunque había una pequeña parte que agradecía que no respondiera, porque eso significaría que ya no tendría que preocuparme por él. Definitivamente era una parte malvada y egoísta de mi cerebro.

 Cuando ya estaba por rendirme, volvió a estar en línea. Vi el “Escribiendo” y nuevamente la ansiedad me invadió.  Mi corazón palpitaba tan rápido que lo sentía latir en mis oídos. La voz de mi conciencia intentaba salir desde el fondo de mi cabeza, pero utilicé toda mi fuerza para dejarla allí encerrada.  No la necesitaba ahora. No podía hablarle para luego no contestarle. Estaba siendo cruel con alguien que no lo merecía. No había sido culpa de él. Él no tenía culpa de mi indecisión.

Llevaba mucho rato el “Escribiendo” en la pantalla. Y de un segundo a otro se detuvo y entró una videollamada. Entré en pánico y mi celular se resbaló de mis manos y se estrelló contra el suelo. Dudé sobre si responder, pero antes de que mi mente lo decidiera, mis manos ya lo habían hecho. Sólo tomó un par de segundos para que un par de ojos azules aparecieran en la pantalla. Sentí mis ojos humedecerse.

-Diego… -susurró. Y vi una lágrima caer sobre su mejilla-. Gracias… Gracias por contestar. Que gusto volver a verte.

-Fernando… -dije. Y recién ahí me di cuenta que me estaba aguantando la respiración. Su rostro se veía cansado. Sus ojos estaban tristes. Sólo lograba ver su cara, y había muy poca iluminación.

-Te extrañé demasiado… -me dijo en voz muy baja, mientras cerraba sus ojos agradeciendo el momento-. Todo este tiempo ha sido una tortura sin ti, amor. ¿Cómo estás? ¿Está todo bien? Perdón por todo. Perdón por haberme alejado. Apenas pude contactarme lo hice, te lo juro… ¿Por qué no contestabas? Estaba muy preocupado.

Quedé abrumado por todo lo que decía. No sabía a cuál de todas las preguntas responder primero. Y ni siquiera estaba seguro de lo precisa que serían mis respuestas. Estaba en silencio viendo su precioso rostro, y sentí mi corazón romper al verlo tan destrozado.

-Bien… Estoy bien… -respondí. No podía decir lo contrario. Lo que yo sentía no tenía comparación con lo que vivió él-. No debes pedirme perdón, Fernando. Nada de esto fue tu culpa. Eres tú el que debe perdonarme… Fui un cobarde al no responderte. Fui un estúpido, perdóname por favor.

-No, no lo eres –dijo rápidamente.

-Sí, lo fui –interrumpí-. No podía soportar el miedo de volver a pasar por lo mismo. Me aterraba volver a ti y que te volvieran a alejar. Caí muy bajo anímicamente cuando te fuiste, Fernando. No quería vivir… Quedé hecho polvo, y me tuvieron que recogerme de a pedacitos. Salir de ahí costó mucho trabajo, y cuando creí que ya estaba todo superado tu mensaje llegó y me derrumbé.

-Lo entiendo, Diego –dijo con sinceridad.

-Fui un imbécil –solté con enojo. Y me enojaba aún más el hecho de que Fernando me entendiera y no estuviera enfadado conmigo. Me hacía sentir una basura de persona.

-Diego, no lo eres. Es completamente entendible. No te culpo. Todo esto fue un evento muy traumático –sus ojos comprensivos me desestabilizaban-. Es obvio que tu cuerpo entrara en un modo defensivo. Lo importante es que tu corazón se sobrepuso y me hablaste.

-Eso creo… -susurré-. ¿Cómo has estado tú?

-Bueno… -con su expresión facial dijo más de lo que las palabras podrían comunicar-. Ha sido difícil…  Desconozco a mi propio padre, Diego. Sin mamá no hubiese podido sobrellevar todo.

-Pero ¿qué sucedió después de que te fuiste? –pregunté.

-Llegamos a la nueva casa y me encerré… Lo hice en todos los sentidos –explicó-. Me sentía completamente cerrado y hermético. Papá no me sacaba sus ojos de encima y no me permitía salir. Pero ya ni eso quería, no tenía sentido salir si no iba ser contigo. Además, para asegurarse que no me contactara con alguien, me quitó todo lo que pudiera usar con ese fin. Mi único contacto con el exterior era la televisión.

“No dormía por las noches y apenas conseguía dormir durante el día. Mis ojos y mi garganta dolían porque sólo lloraba. Bajé de peso, mucho. Y poco a poco lo he ido recuperando ya que él se asustó y me obligó a ir a donde un amigo que es nutriólogo. Hubo un día que se puso en plan “papá del año”, y me compró algunas máquinas para que hiciera ejercicio y pudiera distraerme. Para esa fecha, papá ya ni siquiera se molesta en vigilarme, pues ya había conseguido lo que quería… Me había roto. Había destruido mis esperanzas a tal nivel que se había asegurado que ya no tuviera fuerzas de luchar. Así he estado este último tiempo… el ejercicio es lo único que me mantiene cuerdo. Bueno, también he leído… mucho. Me ayuda a desconectarme de la realidad. Pero en todo momento haz estado tú en mi mente. Por más que me haya roto, por más que me haya dejado sin fuerzas, tú no te vas de mi cabeza…”

Estaba en silencio escuchando lo que me decía. Me hacía sentir terriblemente culpable el hecho de que mientras yo me divertía con Martina y Alexander, él haya estado pasando momentos tan horribles solo. Y, pese a todo eso, siguiera pensando en mí.

-¿Y cómo conseguiste comunicarte conmigo? –pregunté finalmente. Había dicho que su padre le había quitado todo.

-Porque mamá me ayudó. Al principio le dolía verme así pero no intervenía. Papá la tenía convencida de que era lo mejor –dijo-. Pero cuando comenzó a ver que las cosas sólo empeoraban, me ofreció su ayuda. Fue así que te agregué a whatsapp desde su celular –explicó-. Revisaba a cada minuto si respondías, todos los días. Mamá me dijo que mejor me rindiera, que quizás ya habías dado el siguiente paso y que simplemente no querías hablar. Que ya me habías superado. Pero yo sabía que no era así. No era algo que se superara así de fácil… Me negaba a creer que hubieses desechado todo lo que sentías por mí. Yo sabía que sólo necesitabas tiempo… Y tenía razón –su rostro se iluminó con una sonrisa infantil-. Apenas contestaste el mensaje me avisó. Preferí la videollamada porque necesitaba ver tu cara, y porque así hablaríamos más en menos tiempo. Papá está durmiendo, y por eso hablo despacio. No quiero despertarlo.

-Pero es peligroso –le dije.

-No importa, Diego. Hace meses no veo tu carita preciosa –sonrió, aunque sus ojos no brillaban de la misma forma como antes lo hacían cuando sonreía-. Vale la pena correr el riesgo.

-No, no lo vale –le contradije-. No quiero que te metas en problemas de nuevo por mi culpa. Será mejor que cortemos la llamada.

-No, por favor –me suplicó. Realmente lo hizo.

-Fernando, es peligroso. Si te llega a descubrir perderemos definitivamente la comunicación –argumenté-. Tienes que ser inteligente.

-¿Volveremos a hablar? –preguntó. Dudé por un segundo qué responder.

-Sí… -dije finalmente.

-Diego… ¿Todo ha estado bien? –Su mirada era intensa. Sabía la intención que había detrás de esa pregunta.

-Ha pasado mucho, Fernando –le dije escuetamente-. Pero no es momento de hablar de ello.

-Está bien, lo entiendo –dijo con una gota de angustia-. Te quiero… ¿Lo sabes?

-Lo sé… -respondí. Iba a cortar… Estuve a punto de hacerlo, pero las palabras salieron antes-: Yo también te quiero.

Automáticamente la mirada se le iluminó. Había escuchado algo que seguramente temía no volver a escuchar. Sus ojos felices fue lo último que vi cuando la llamada finalizó. Me di cuenta que tenía en mi rostro una sonrisa infantil a causa de lo que había sucedido. Pero pronto retorné a la realidad… ¿Qué haría ahora? ¿Le tenía que decir a Alexander? Técnicamente yo no había hecho nada malo ¿cierto?

Sabía que no era algo malo, pero no podía dejar de sentirme mal al respecto, como si hubiese traicionado a Alexander. Pero no podía ignorar a Fernando por cobardía mía. Desde el principio tuve que haber hecho lo correcto y manejar mejor la situación con él, y no simplemente dejarlo bajo la alfombra hasta este momento. También sabía que la razón por la que le hablé tampoco era la más buena. Lo que tenía claro era que ya estaba hecho, y que no pretendía volver a ignorarlo.

Repasé en mi mente lo que había sucedido. Volví a reproducir nuestra conversación, y me sentí mal por todo lo que había vivido. Notaba su rostro más delgado, sus ojos cansados, su voz quebrada. Lo pude imaginar esperando ansioso mi mensaje, sin perder la esperanza e ilusionado. Sacudí la cabeza apartando esa imagen, pues me hacía sentir un monstruo sin corazón.

Me quedé allí en la oscuridad por algunos minutos, en silencio. Sentí ganas de llorar nuevamente. Era increíble que tuviera tantas cosas de las que preocuparme siendo todavía tan joven. Sentía mis emociones revueltas, y no sabía qué camino seguir. Me estresaba toda esta situación. No quería estar mal con Alexander, pero su comportamiento era extremadamente incorrecto. Y quería estar bien con Fernando, pero no podía estarlo cuando no estábamos en la misma sintonía, ni yo estaba seguro de lo que realmente sentía por él.

Mientras sollozaba en la esquina, escuché crujir el suelo. Elevé el rostro y lo vi ahí, con mirada compungida.

-¡Por Merlín! –exclamé debido a la sorpresa.

-Sólo quería verificar que estuvieras bien –dijo. Sentir su preocupación me hizo querer soltar con más intensidad las lágrimas. Corrió hacia mí y me estrechó en sus brazos-. Bebé, no llores…

-No quiero estar triste… -susurré-. No quiero sentirme así.

-Es culpa mía, lo sé –dijo mientras sentía su corazón latir-. Tienes razón. Estoy haciendo mal las cosas, perdóname.

-Sólo me quieres cuidar…-.

-Pero no de la mejor forma. Estoy siendo un estúpido… No quiero volver a ser el mismo. Quiero ser mejor –sus ojos grises me miraron. Estaban humedecidos-. Quiero ser la persona que te mereces.

Lo miré completamente hipnotizado. Sus palabras me llenaban el pecho, pero mi conciencia decía «¿Realmente te lo mereces?». Sus labios tocaron los míos y sentí el calor entrar en mi cuerpo y despertar cada célula. Automáticamente mi mente se apagó y se dejó llevar por Alexander. Ese efecto producía en mí… Simplemente mi cabeza se desconectaba y mi cuerpo se volvía completamente suyo, para que hiciera con el lo que se le antojara.

Adoraba no tener que pensar y que él me manejara. Nunca he sido bueno para tomar decisiones, por lo que ahí solamente tenía que disfrutar, ya que cualquier cosa que él hiciera sería bien recibida por mí.

Mientras me besaba comenzó a soltarse el pantalón, y fue mi bati-señal para bajar y liberar su miembro. Su olor a macho inundó mi nariz cuando la saqué por completo. Se había duchado hace ya varias horas, sumado al sudor por el calor y el baile, daba como resultado una verga de macho con un sabor inigualable. Mi sabor favorito, por cierto. Un suspiro de su boca salió como resultado de que su glande chocara con mis amígdalas. Succioné con fuerza a medida que me acercaba a su glande, saboreando toda su longitud y provocando que mi boca se llenara de saliva. Sentí que se estremeció cuando llegué a su glande.

-Oh, bebé… -dijo mientras me daba unas palmaditas en la nuca como gratificación.

Masturbaba lentamente su pene con mi mano derecha al mismo tiempo que mi lengua masajeaba su escroto. Sus huevos colgaban deliciosamente a causa del calor de su cuerpo, y fue un gusto jugar con ellos. A continuación subí lamiendo por su base hasta llegar nuevamente a su glande. En un movimiento sorpresivo comencé a succionar esa zona con fuerza y gula, provocando mucha fricción con mi lengua y paladar.

-¡Dios! –gimió Alexander, mientras se removía desesperado ante tal estímulo en ese lugar tan sensible. Me detuve, sintiendo cómo respiraba con agitación-. Sentí que me orinaría.

Resopló y con su mano se tiró un poco de aire en el rostro, intentando tranquilizar su respiración. Su glande se veía de un rojo muy intenso, y todo su pene brillaba con una capa de saliva. Luego descendió, y liberó mi pene.

-Me encanta que ya estés mojado – me dijo mientras con su dedo pulgar esparcía mi pre-semen alrededor de mi glande, provocándome una deliciosa pero desesperante sensación. Una maravillosa tortura.

A continuación acercó su lengua y lamió la cabeza de mi pene. Me mordí el labio cuando lo sentí. Sin previo aviso abrió su boca y engulló mi miembro por completo. Gemí. Tuve que sostenerme para que mis piernas no se doblaran debido al debilitamiento que sentía cada vez que me succionaba el glande. Me hizo separar las piernas y escupió en dos de sus dedos. Continuó con la mamada y a eso le sumó un masaje circular alrededor de mi ano.

Cada cierto tiempo aplicaba un poco de presión, provocándome cierta ansiedad. Movía mi cadera tanto para meter más mi pene en su boca y además para sentir más profundamente sus dedos en mi culo. Notó que ya estaba desesperado porque los metiera, así que no me hizo esperar más. Los metió a su boca con gula para humedecerlos, y luego buscó mi agujero para comenzar a meterlos.

-Ah… -gemí cuando, con la mitad de los dedos dentro, comenzó a frotar mi punto G-. ¡Ah!

Grité en el momento que hundió de golpe el trayecto de sus dedos que faltaba por meter. Sus nudillos tocaron mi carne y sentí la yema de sus dedos tocar muy profundo en mí.

-Uff, bebé… Como aprietas… -decía.

Sentía que me orinaba cuando succionaba mi glande y a la vez movía sus dedos dentro de mí. Escuchaba resoplar a Alexander mientras hacía sus movimientos, y podía oler las ganas que tenía de meter más que sólo sus dedos. Fue así que, un par de segundos después, sacó sus dedos y se levantó. Me tomó de las axilas y me sentó sobre la mesa de ping-pong. Me quitó la ropa que le estorbaba y, sin perder tiempo, me sostuvo de las rodillas y las llevó hasta mi pecho.

Mi ano quedó frente a él y se lanzó a devorarlo con hambre. Sentí que toda mi rajita estaba inundada de su saliva, y fue momento para meter tres dedos. Me quejé. Siempre los tres dedos eran más molestos. A pesar del tiempo no lograba acostumbrarme. Cuando sentí que llegaba al final, me dio una orden:

-Separa tus nalgas, bebé –rápidamente lo hice. Al instante sentí que empujó y metió lo que faltaba de sus dedos.

-¡Ah! –gemí por el dolor.

-Lo siento –se disculpó-. Pero ahora sí están dentro completamente.

Sentía que todo mi anillo anal estaba muy estirado, ahorcando sus tres dedos. Ardor y calor sentía en toda esa zona, sobre todo cuando giró los dedos. Volví a quejarme. Luego los sacó y su lengua los reemplazó. Fue maravilloso sentir su calor y humedad, acariciando mi ano e intentando entrar. Me sentía abierto y lubricado. Él se alejó y admiró su trabajo.

-Tienes un agujero maravilloso, bebé –se mordió el labio-. No me canso de decirlo.

-Y es todo tuyo… -sonrió complacido y vi cómo su pecho se le inflaba.

Su pene estaba duro como un tronco y de su glande emanaba líquido pre-seminal. Lo acercó hasta mi agujero y empujó. Entró limpiamente, provocándome un largo gemido de satisfacción, y un leve quejido cuando la parte más gruesa entró. Amaba sentirme lleno, y adoraba ver su rostro de placer cuando me rellenaba.

-¡Ah! ¡Ah! –me quejé cuando sus embestidas se hicieron rápidas y profundas.

-¿Duele? –preguntó, sin detenerse-. Siento que choco con algo.

-¡Ah!.. ¡Dios! –gemí, mientras intentaba poner mis manos en sus caderas para frenar su profundidad-. Siento que se saldrá por mi vientre. Lo noto chocar dentro de mí.

Seguramente por la posición en la que nos encontrábamos, su pene daba de lleno contra la pared superior de mi intestino, dando la sensación de que chocaba por la parte interna de mi abdomen. Era un dolor sordo y profundo, pero no agudo y punzante. Era bastante morboso…

Alexander sonrió de forma maquiavélica y supe que lo usaría a su favor. Fue así que comenzó a alternar sus embestidas, primero de forma profunda y violenta, y luego de manera lenta y calmada.

-¡Ah! ¡Ah! Mmm –gemía con desesperación en la primera fase. Literal sentía que la cabeza de su pene haría un orificio en mi vientre, bajo el ombligo.

-Ah, que rico –disfrutaba Alexander. Seguramente tocar fondo y el hecho de que todo mi cuerpo se tensara cuando lo hacía, le producía más placer-. Aprietas maravilloso.

Luego me hacía descansar y aminoraba sus embestidas, para luego repetirlo, una y otra vez. Una deliciosa tortura, que me llevó al orgasmo sin siquiera tener que manipular mi pene. Un orgasmo intenso y largo, que me hizo retorcerme sobre la mesa, y que provocó que Alexander se moviera aún más rápido.

La mesa comenzó a temblar con violencia. Rodeé su cintura con mis piernas y él me sostuvo en sus brazos justo cuando una de las patas de la mesa se torcía provocando que la mesa se desestabilizara. Sin para de moverse me llevó hasta la pared y me apoyó ahí. Mi culo aún se contraía alrededor de su pene, y pronto el gruñido de Alexander comenzó a aparecer. Capturó mi boca con hambre y metió su lengua casi hasta mi garganta, mientras daba sus últimas embestidas. Tenía mis parpados apretados, aguantando mis ganas de gritar debido al dolor que me producía los golpes de su glande en mi interior.

Poco a poco las embestidas se fueron haciendo más flojas, y sus jadeos se hicieron más fuertes. Yo me sentía abrumado, intentando recuperarme de la lluvia de sensaciones. Cuando su pene salió desinflado mi culo, se escuchó un “plop”, y a continuación cayó al suelo parte de su semen. Me besó en esa posición unos segundos más, mientras sentía su leche chorreando de mi culo abierto.

Luego me soltó y toqué el suelo. Mis piernas temblaban un poco, pero podía sostenerme. Saqué una servilleta que tenía en el bolsillo de mi short y limpié su semen del suelo y mi corrida. Cuando nos disponíamos a bajar, nos encontramos en el pasillo con Martina y Gonzalo, quienes venían ligeramente despeinados, con las mejillas coloradas y con sonrisas centellantes. Con mi amiga hicimos contacto visual y supimos rápidamente lo que sucedía. Sonreímos de forma traviesa.

-¿Qué sucede aquí? –preguntó Alexander, levantando una ceja.

-No tienes ningún derecho de decir nada –le advirtió Martina con un dedo amenazante.

-Alexander…- iba a intervenir Gonzalo, pero Alex lo interrumpió.

-No te atrevas a decir algo –le dijo-. O me aseguraré que no te funcione la verga ni para orinar.

A continuación me tomó del brazo y me llevó indignado por el pasillo.

-Resultó mejor de lo que pensé –le sonreí a Gonzalo que quedó levemente petrificado. De pronto choqué con la espalda de Alexander, quien se había detenido de golpe. Se giró.

-Supongo que… -comenzó a decir mientras miraba su hermanita.

-Sí, Alexander –respondió mi amiga, a la vez que sus pómulos se coloreaban.

Intuí que se refería a si habían usado condón. Conforme con la respuesta, siguió su camino.

-Me tienes que contar todo –le dije a Martina en voz baja, de tal manera que tuviera que leerme los labios para entender. Me hizo un guiño en respuesta.

Bajamos las escaleras y me dirigí al baño para refrescarme y limpiarme, pues aun sentía mi culo viscoso. Me senté y mientras dejaba salir todo, mi mente divagó a lo sucedido con Fernando. Me sentí enfermo por unos segundos. Era innegable que aún sentía algo por él. Verlo nuevamente y hablar con él me llenó de una paz que hace mucho no tenía. Una parte de mí quería saber de él, quería saber que estaba bien… Necesitaba volver a escuchar su tierna voz (que, por cierto, tenía la sensación de que se le había puesto ligeramente más grave), y ver sus angelicales ojos azules.

Y, lo que más me hacía sentir mal, era que a pesar de todo eso que Fernando me hacía sentir, igual terminé follando con Alexander. Sentía que de alguna forma le estaba siendo infiel a ambos, aunque técnicamente no fuese así. Pero sentía dudas, muchas dudas. Mis sentimientos no estaban claros, y no sabía cómo solucionarlo. Los quería a ambos, pues ambos me llenaban de formas diferentes. Ambos eran los ingredientes indispensables de la receta que quería para mi corazón.

Sentí el caos en mi pecho. No sabía qué hacer ni cómo manejarlo. Lo único que sabía era que no quería dañarlos. Pero no era estúpido, y sabía que cualquier decisión que tomara iba a dañar a alguno. Sólo esperaba que no fuera algo tan grave y que entendiera las razones. El problema era que ni yo estaba seguro de cuáles eran. Me sentía una persona terrible.

De todas maneras, no valía la pena que me estresara. Fernando estaba muy lejos, seguramente, y Alexander estaba aquí. Mientras no tomara una decisión, tendría que mantener las cosas como estaban. Y, obviamente, intentando hacer lo correcto, sin dañar a nadie.

De pronto la puerta se abrió, y escuché la voz de mi amiga.

-¿Diego? ¿Estás por ahí? –preguntó. El eco de su voz rebotó en las baldosas del baño.

-Sí ¿qué sucede? –pregunté de vuelta, mientras me arreglaba la ropa y salía del cubículo.

-Sólo quería charlar contigo –dijo. Y de inmediato me entusiasmé con la idea. Cuando salí a paso lento, Martina me miró con extrañeza-. ¿Todo bien?

-Excelente –le respondí con sonrisa traviesa. Martina abrió los ojos con sorpresa-. ¿Y tú?

-Genial. Aunque creo que Gonzalo fue más tierno conmigo –lanzó una risita.

-Ya veremos cómo será en un tiempo más –le di un guiño-. Ahora necesito detalles. Absolutamente todo. Desde que salieron de la fiesta, hasta qué tan grande lo tiene.

-¡Diego! –rio por lo bajo mientras sus mejillas se coloreaban-. Bueno, está bien.

-Soy todo oídos –dije. Pero antes de que comenzara a hablar, le mandé un mensaje a Alexander para que no se preocupara por la tardanza.

-Cuando entramos y nos alejamos de la multitud –comenzó a relatar-, subimos rápidamente las escaleras para rehuir de ojos fisgones. Apenas la oscuridad nos invadió, comenzamos a besarnos locamente. No dábamos más de dos pasos sin tener que detenernos para besarnos en alguna pared.

“Sentía mi corazón latir súper fuerte, y era tanto por la ansiedad como por el pánico. Llegamos hasta la habitación que él había preparado, y lo primero que pensé fue que se había esmerado en hacer que se viera romántico. Muchas velas, luces de colores e incienso. A decir verdad, era un lugar bastante inflamable –reímos-, pero muy acogedor. Al principio nos costó un poco, porque sólo nos besábamos y ninguno se atrevía a pasar al siguiente nivel. Sabía que él temía hacer algún movimiento por miedo a cómo pudiera reaccionar, así que tuve que hacerle saber que estaba receptiva. Así que le tomé sus manos y las coloqué a la altura de mi trasero. Desde ahí, todo fluyó mejor.

Me apretó contra su cuerpo y sentí todo su… miembro –se sonrojó-. Luego nos desnudamos y nos observamos unos segundos. Ya nos habíamos visto nuestras partes íntimas antes, pero ahora estábamos completamente desnudos.

-¿Y cómo la tiene? –pregunté ansioso.

-Pues… no lo sé. Es el primero que veo –respondió-. Para mí es grande, por lo menos. Es más o menos de este grosor –hizo un círculo con su dedo índice y pulgar-, y así de largo –hizo el gesto con las manos.

-Vaya… bastante interesante –aproximadamente era unos 17cm de largo por 4 de ancho-. ¿Dolió? ¡Sigue contando!

-Está bien… Bueno, cuando estuvimos desnudos –prosiguió- se acercó a mí me besó mis pechos. Luego me llevó hasta donde ese encontraba la cama (una cama inflable. Bastante cómoda), y me separó las rodillas para meterse entre ellas y… Me hizo sexo oral. Ya sabía lo que me gustaba, así que fue una excelente experiencia. Después me besó mientras con su mano me masturbaba. Me sentía muy mojada, y le dije que me sentía lista. Se acercó y se acomodó. Se colocó el condón y comenzó a hacer presión. Sentía que la cabeza de su glande abarcaba toda la zona. Costó que entrara, y sentí dolor cuando lo hizo. Aguanté mientras se hundía y llegaba hasta el fondo. Era extraño, muy extraño. Doloroso pero muy placentero. Sentía que mi vagina palpitaba y se calentaba, al igual que su pene en mi vientre. Fue muy tierno y caballeroso. Se preocupó en todo momento que yo estuviera cómoda. Lo hicimos 2 veces. Antes pensaba que los orgasmos eran ricos, pero después de los que tuve hoy… uff… Estos eran mil veces mejores.

-Vaya… Me alegro que haya resultado todo bien –la abracé.

-Aún me siento extraña –dijo.

-Ya te acostumbrarás –le aseguré.

Salimos nuevamente y nos dirigimos hasta donde estaban nuestros hombres.

-¿Dónde estabas, amor? –preguntó Gonzalo.

-Charlaba con Diego –respondió mi amiga.

-¿Sobre qué? –preguntó con curiosidad.

-Si te respondo te avergonzarás –le dije. Automáticamente su rostro se enrojeció. Cuando Alexander se acercó, recuperó la compostura.

-¿Sucede algo? –preguntó Alex.

-No, nada –se apresuró a contestar Gonzalo. Si bien, Gonzalo no reaccionaba con el mismo grado de temor ante las provocaciones de Alexander como el resto de la gente, sí le tenía cierto respeto. Por otra parte, yo sabía que Alexander sólo fingía ser así de brusco con Gonzalo, pues en el fondo le había tomado gran cariño y lo consideraba un buen amigo. Pero obviamente era algo que Alexander jamás diría en voz alta.

Pero era algo que se notaba claramente. Cuando Alexander hablaba con Gonzalo se dirigía a él como a un igual, mientras que cuando hablaba con sus “amigos” del colegio, siempre dejaba ver que él estaba por encima de ellos. Recordé ese roce que tuvieron tiempo atrás durante un entrenamiento, y sonreí al comprobar los giros irónicos de la vida.

El resto de la noche fluyó sin incidentes. Comimos pastel, bailé con Gonzalo (me gustaba que no se sintiera incómodo por hacerlo), nadamos en la piscina, y lo pasamos genial. Cuando nos dirigíamos a casa, iba acurrucado en el pecho de Alexander, intentando luchar por no quedarme dormido. Cosa que se me hizo muy difícil, debido a que el pecho de Alex era mi hábitat natural, y su mano jugando con mi cabello producía un efecto sedante irresistible. Desperté con un beso suyo en mi frente, mientras me avisaba que ya habíamos llegado.

En modo zombie me bajé y me despedí de todos. Me dirigí hasta la casa, y rápidamente me encaminé hacia el baño para cepillarme los dientes. Luego, sin más energías, me arrastré hasta mi cama. Acaricié la parte baja de mi abdomen, pues aun sentía el dolor en esa zona. El recuerdo de su pene golpeándome desde adentro me invadió. Calor subió hasta mis mejillas las cuales se encendieron de inmediato. Automáticamente mi pene se irguió.

-Creí que dormiríamos –le dije. Sí, le hablaba a mi pene. No se burlen, tenemos buena comunicación.

Palpitó en señal de respuesta. No podía negarme. Me quité la ropa y comencé a tocarme. Acaricié mi pubis y mis testículos, mientras con la otra mano iniciaba movimientos de sube y baja. Mordí mis labios y cerré los ojos para concentrarme en el recuerdo de la follada y disfrutar de mi tacto. Tomé una almohada y la coloqué bajo mi cadera. Posteriormente separé mis piernas para que mi agujero quedara libre para ser acariciado.

Con mi pre-semen humedecí mis dedos y tracé círculos en mi hoyito. Lo sentía cansado, caliente y ligeramente dolorido por la actividad que había tenido horas antes, pero aún estaba hambriento de atención. El primer dedo entró con facilidad. Mordí mi labio con lujuria. Se sentía caliente, húmedo y viscoso, razón por la cual decidí de inmediato meter un segundo dedo. Fue así que rápidamente tenía dentro mi dedo medio y anular.

Hacía fuerza para meterlos lo más profundo posible, a la vez que con la yema hacía presión hacia arriba, frotando ese lugar maravilloso. Por momentos los sacaba completamente, escuchando un gracioso ruido al cierre, para luego meterlos hasta los nudillos. Mi pene respondía mojándose aún más. Decidí que era momento de ponerle fin y comencé a aumentar la velocidad de la paja.

Mis dedos se frotaban contra mi próstata al mismo ritmo de mi masturbación. Mi respiración fue aumentando y comencé a jadear como perra en celo. Movía la cadera con descontrol ante ambos estímulos, apretando mi agujero para sentir todavía más mis dedos en mi recto. De un segundo a otro sentí una chipa diabólica nacer por dentro de mi cuerpo, para luego ascender por mis testículos, subir por el tronco de mi pene y finalmente explotar en mi glande. Gemí. Una corriente eléctrica se propagó desde la punta de mis pies hasta el resto de mi humanidad cuando comencé a eyacular.

Resoplé exhausto sobre mi cama. Saqué los dedos de mi culo y cerré los ojos hasta recuperar el aliento. Saqué papel higiénico del cajo que estaba al lado de mi cama y limpié mi corrida. Sentía todo mi cuerpo agotado y cada movimiento lo hacía de forma letárgica. Una vez todo limpio decidí que ya era momento de dormir.

Con sonrisa de satisfacción procedí a poner una alarma para no despertar tan tarde. Eché un vistazo a mis mensajes para ver el “Ya estamos en casa” de Martina, y sin querer vi el chat con Fernando que se encontraba un poco más abajo. Automáticamente el dolor de la parte baja de mi abdomen y el ardor de mi ano se fueron hacia mi estómago. Sentí allí una opresión y algo que quemaba. La culpa se esparció por mi cuerpo y una horrible sensación subió por mi garganta.

¿Cómo iba a manejar lo que estaba por suceder?

 

(Aquí está el nuevo capítulo. Comenten, opinen, insulten, lo que quieran.