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El hermano de mi mejor amiga (Parte 6)

en Gays

Ese día me sentía como un alma en pena. Me encerré en mi habitación y no podía parar de martirizarme por todo. Nada tenía sentido. Intentaba buscarle una salida al problema, pero no había solución. ¿Por qué no me preguntó antes? ¿Acaso no dudó? ¿Estaba desde antes con Catalina? Y aunque no fuera así ¿se justificaba que se lanzara a sus brazos sólo por sentirse “traicionado”?

No entendía su accionar, y eso me hacía dudar de todo. Absolutamente todo lo vivido estaba en la balanza y todo estaba puesto en duda. No había nada claro y mi mente trabajaba sin parar, mientras mi corazón se partía. Sentía dolor, decepción y miedo. ¿Quién mandó la foto? ¿Qué buscaba? ¿Qué más estaba dispuesto (o dispuesta) a hacer por conseguir su cometido?

Tomé mi celular mientras se cargaba, y al encenderlo vi numerosos mensajes de Alexander de la mañana. Cada mensaje sonaba más irritado que el anterior. Suponía que fue cuando recibió la foto, y como yo no llevaba el celular no los leí. Estaba en eso cuando sonó una nueva notificación:

“Abre la puerta”. Decía el mensaje que Martina me lo había enviado. Lo iba a ignorar, no me atrevía a mirarla a la cara y que me dijera “te lo dije”. Pero era mi mejor amiga, casi una hermana, y la necesitaba más que nunca. Reuní fuerzas y levanté mi humanidad de la cama para ir a abrirle la puerta.

Lo primero que hizo cuando me vio fue abrazarme. Eso detonó que mis defensas bajaran y las lágrimas salieran cual tsunami de mis ojos. Sus brazos me envolvieron y me acariciaron la nuca. Cuando pude recomponerme caminamos hasta el living. Me senté y ella se sentó junto a mí. Me miraba con preocupación, y también triste.

-Primero quiero decirte que lamento que estés en esta situación. No me alegro para nada –dijo-. Eres mi amigo, y siempre te voy a apoyar, en las buenas y sobre todo en las malas.

-Espero que no hayan más malas –dije entre sollozos.

-¿Qué les dirás a tus padres cuando lleguen y te vean así? –preguntó.

-Esperaba que para ese momento ya me encontrara mejor –confesé-. Pero… Pero esto no se pasa…

-Está bien, Diego. El dolor es para que duela. Desahógate, llora –me volvió a abrazar-. Te sentirás mejor.

Y le hice caso. Por varios minutos me quedé sobre su hombro dejando ir todo el dolor. Un dolor que se reproducía en mi pecho y me apretaba la garganta. Un dolor que quemaba y me producía un malestar en el estómago. Un dolor que nadie quiere sentir, pero que no depende mucho de nosotros que suceda o no. Pero Martina tuvo razón, y al cabo de un rato sentí la presión disminuir. Lo suficiente para no perder el control.

-¿Qué sucedió, Diego? –preguntó.

-No quiero hablar de eso –le dije. Si no pensaba en eso el dolor no me comía.

-Amigo, ignorar los problemas jamás es la solución. Estarán allí igual, esperándote –me aconsejó-. Busquemos una solución, juntos.

-¿Por qué quieres solucionarlo ahora? Tú nunca estuviste de acuerdo –le dije. Sonó más a acusación. Pero Martina no lo tomó en cuenta.

-Porque aquí hay algo extraño y quiero averiguarlo –respondió-. Y Alexander no quiere hablar conmigo, está hecho una fiera. Cuando lo encontré con Catalina… Me sentí muy desilusionada, una parte de mí quiso creer que había cambiado. Lo encontré en su peor momento, drogado y desorientado. Pero…

-¿Pero qué? –pregunté.

-No lo sé. Todo es extraño. ¿Por qué lo hizo? ¿Para qué intentó convencerme que había cambiado? ¿Para qué se la jugó tanto por ti, si al final se metió con ella? Es demasiado esfuerzo para después desecharlo de esa forma.

-Quizás solo quería sexo gratis. Quizás solo era un gay de closet que quiso un culo que follar en completo secreto y saciar ese lado de él que quiere ocultar –dije amargamente-. Y seguramente se metió con esa para mantener la imagen, o quizá como arrepentimiento. No lo sé. Aunque…

-¿Aunque? –ahora era ella la interesada.

-La foto –dije.

-¿Qué foto? –preguntó. Me levanté y la fui a buscar para que la viera con sus propios ojos.

-¿Qué mierda? –dijo. Me sorprendió escucharla usar esas palabras-. ¿Ves? Insisto, esto es muy… extraño. ¿Qué sucedió entre tú y Miguel?

-Nada –me apresuré a contestar-. Ese día, después de que fuimos al mall, lo ayudé a buscar un dinero que se le había perdido entre el pasto. En la foto se ve cuando me agradeció por la ayuda.

-Eso es muy raro –dijo.

-Pues sí, lo fue. Pero de verdad estaba agradecido –le expliqué-. Además, fue él quien me advirtió que Alexander estaba actuando raro.  Intenté hablarlo contigo, pero tuviste que salir ¿recuerdas? Me dijo que había querido hablarlo con él, pero Alexander no lo tomaba en cuenta. En el mall los vi discutiendo, de hecho. Seguramente hoy intentó hablar con él de nuevo,  pero se llevó un puñetazo en respuesta.

-O tal vez fue por la foto –pensó Martina. Y creo que eso tenía más sentido. O quizás pudieron ser ambas cosas.

-Esto cada vez se enreda más. Hay una persona que sabe lo tuyo con Alexander, y seguramente también sabía que la relación entre mi hermano y Miguel estaba inestable –meditó-. Y quiso dar un golpe que lo desestabilizara por ambos lados, uniendo los dos puntos sensibles.  Pero ¿Qué busca ganar con eso? ¿Cuál es la finalidad?

-No lo sé, Martina. Y francamente no me interesa. Porque nada de lo que hizo empujó a Alexander a los brazos de Catalina –contesté con amargura. No me importaba la razón que tuviera esa persona para hacer lo que hizo, solo me importaba lo que Alexander me había hecho-. Nadie lo obligó, fue él solo quién lo decidió. Quizá solo lo hizo por desquitarse tras haber sacado las peores conclusiones de la foto. O quizá esto estaba desde antes, y simplemente ahora lo descubrí porque actuó sin pensar debido a todo lo sucedido.

-Me cuesta creer que haya estado con ella desde antes –dijo Martina, como un pensamiento al aire. Y me sorprendía que fuera ella quién ahora lo defendiera.

-No me interesa si es de ahora o de antes, el punto es que lo hizo –sollocé. Y me sentí estúpido, porque ni siquiera me debía fidelidad. No éramos nada. Solo asumí que había una especie de compromiso tácito. Era un tonto por sentirme así.

-Tienes razón. Lo hizo, es verdad –me acarició la espalda-. Pero no es un motivo para dejar de investigar. Hay alguien allí afuera haciendo jugarretas, y te arrastró a una de ellas. Quizá los esté vigilando. No lo sé, pero todo el dolor que sientes úsalo para mover cada engranaje de tu cerebro y encontrar a esa persona. Porque tengo la corazonada de que este no será su único ataque.

“Ataque”… Me sentía como en medio de una guerra. Pero era una guerra que yo no tenía por qué luchar. Además, ya me habían sacado del camino. Decidí simplemente mantenerme alejado de él. No era quien yo creí que era, y no quería que me vieran la cara otra vez.

Faltaban un par de días para la fiesta de aniversario, y ya no me parecía tan importante. Los primeros días post discusión, fueron bastante complicados y extraños. El primer día, Alexander estuvo con rostro furioso toda la mañana. Me miraba con desdén y también a Miguel. Me producía dolor verlo, y más aún sentir esa mirada. Y me daba nauseas que se paseara con Catalina, quién lucía a Alexander como si fuera un bolso de diseñador de moda.

El segundo día hubo un cambio, Miguel parecía haberse vuelto a integrar al grupo. Alexander no lo miraba amistoso, pero ya no lo hacía con enojo. A mí me miraba de una forma difícil de explicar. Veía su malestar y su enojo. Quería hablar con él, pero cada vez que ese pensamiento entraba a mi mente, mis recuerdos florecían y la furia subía por mi cuerpo.

Al tercer día, mientras estaba en el baño, apareció Miguel. Me entregó una nota y se marchó rápidamente antes de que pudiera preguntarle algo. Me senté en el W.C y comencé a leer lo que la nota decía:

No sé quién fue la persona que tomó la foto. Estoy intentando averiguarlo. No sé muy bien que tenías tú con Alexander, pero al parecer esa foto le enfadó mucho. Le expliqué que era un malentendido y Adriano sirvió de testigo para confirmarle lo del dinero de mi abuela. Y también para explicar que después de ese suceso en el parque yo me encontré con él de camino. Alexander también está investigando, aunque Catalina no lo deja tranquilo y está siempre encima de él. Algo está pasando, y mientras no sepamos, espero que tengas cuidado. También quiero que sepas que yo no te culpo de nada

Cuando terminé de leer se me vinieron mil preguntas a la mente. ¿Por qué una nota? ¿De verdad Alexander lo perdonó? Y, si ese es el caso ¿por qué no ha hablado conmigo? Ahora que aclaró el malentendido, ¿por qué no me pedía perdón?... Lo que me llevó a otra pregunta ¿Tenía que pedirme perdón? Quizás no. Por eso, seguramente, no me había buscado y seguía con Catalina. Si tuviera interés en mí, se habría acercado para hablarme…

Fernando y Martina fueron de gran apoyo esos días difíciles. Sobre todo Fernando, quién tuvo que ser soporte tanto para Martina como para mí, ya que Martina había sufrido un gran distanciamiento con su hermano. Fernando se mantenía estoico y firme, aguantando nuestros malos días. Y también espantando a Matías, que otra vez volvía a acechar a Martina. Quedé sorprendido de la voz y el carácter que sacó. Los entrenamientos de boxeo le habían servido para crecer como hombre y para afirmar su personalidad. Se veía más seguro y fuerte que antes, lo cual a Matías desconcertó. Eso, sumado a nuestro desinterés por participar en su clásico juego, fue suficiente para que nos dejara en paz.

-Tenemos que ir igual a esa estúpida fiesta –dijo Fernando de pronto.

-No tengo ganas de celebrar nada –dijo Martina.

-Yo menos. No quiero encontrarme con ya-sabes-quién –dije.

-Chicos, no lo hagamos por el resto. Si no por nosotros –argumentó-. Es injusto que nuestra felicidad dependa de lo que otros hagan o dejen de hacer. Nuestra felicidad solo depende de nosotros. No nos privemos de pasar una linda noche. Iba a ser nuestra noche ¿recuerdas, Martina? Nuestra primera fiesta juntos.

-No lo sé… -No creía que fuera una buena idea ir.

-Tienes razón –dijo Martina, por otra parte-. Diego, no ganarás nada quedándote en casa y atormentándote. Tenemos que salir y olvidar todo, aunque sea por una noche.

-Pero tu hermano estará ahí –dije.

-Junto con decenas de personas más. No es obligación que lo veas. Y aunque lo hagas, no será diferente a las veces que lo ves en el colegio.

-Diego, no dejes que él manche lo que será un lindo recuerdo de nosotros –Fernando estaba empeñado en hacernos ir-. Si no vas, cuando seas viejito te arrepentirás.

-Está bien –sonreí. Tenía razón. Estaba comportándome como un tonto. No iba a permitir que Alexander arruinara mis momentos con mis amigos. Me negaba a ser ese tipo de persona, y tampoco quería arrastrar mis amigos a mi hoyo de tristeza.

El día de la fiesta tuve que mentalizarme en que lo pasaríamos bien. Sabía que ver a Alexander iba a desestabilizarme, pero no podía perder el control. Entré a la ducha y dejé que el agua se llevara mis miedos. Recorrí la suavidad de mi piel con la esponja mientras el agua caliente relajaba mis músculos. Por un momento, mientras me enjabonaba, recordé cuando sus manos tocaban mi cuerpo. Cuando sus brazos me envolvían o cuando sus dedos atrapaban mis turgentes nalgas. Aparté esos recuerdos de mi mente y apresuré la ducha.

Al salir, ya tenía en mi cama la ropa lista. Usaría un estilo semi-formal, y bajo el consejo de mi mejor amiga, había elegido la ropa que más sacaba partido a mi cuerpo. Ella creía que con eso me iba a sentir mejor, de alguna forma que sólo ella comprende. La parte superior se ajustaba a mi cintura, marcando una ancha espalda, dando paso a un pantalón que se ceñía muy bien a la curva de mi culo y marcaba mis firmes piernas.  El pantalón y el corbatín de moño eran de un color rojo escarlata. La camisa era de color blanco y la chaqueta de color gris.  

Una vez vestido, procedí a realizarme el peinado de rigor. En ese momento entró Martina para apurarme. Iba hermosa, con el vestido verde que anteriormente le había sugerido. Su pelo castaño relucía en un moderno peinado que adornaba con algunos rizos. Y sus ojos grises perfectamente maquillados, con un delineado que intensificaba su mirada de una manera muy sexy.

-¿Estás listo? Te estamos esperando para tomarnos una foto –dijo apresurada.

-Sí, ya voy –respondí. Se fue por la puerta y la acompañé.

En el living nos esperaban mis padres y Fernando. Quedé levemente impactado cuando vi a Fernando, se veía irreconocible. Solía usar ropa ancha que para nada dejaba ver el buen cuerpo que tenía. Incluso sentía que se veía hasta más alto. Usaba un traje azul completo, con detalles negros en los botones, una camisa blanca y una corbata negra. Sus zapatos (al igual que su traje) parecían ser muy caros, y relucían con elegancia. Todo ese conjunto parecían intensificar aún más el color azul de sus ojos, que descansaban alegres sobre esa cama de pecas que se formaban sobre su pómulo.

Lo saludé y mamá rápidamente nos pidió acomodarnos para la fotografía. Tomamos una con Martina en medio, otra donde salíamos sólo Martina y yo, otra donde salía Martina y Fernando, y otra donde salíamos Fernando y yo. Finalmente tomaron fotos individuales. Una vez listos, papá nos llevó hasta el colegio.

-¿Te cortaste el cabello? –pregunto Martina.

-Sí, lo acomodé un poco –dijo. En efecto, se veía bastante ordenado y bien perfilado. Lo que iba perfecto con su perfecta mandíbula, le daba una agradable simetría a su rostro. Aunque, en realidad, Fernando tenía el tipo de rostro que absolutamente cualquier cosa se le vería bien.

-Diego parece de la realeza –bromeó Martina-. Tu peinado es muy correcto.

-Igual que lo soy yo –dije. Reímos.

Al llegar, nos bajamos del auto, no sin antes recibir algunas palabras de papá:

-Chicos, sé que ustedes son personas sanas, pero no sería un buen adulto responsable si no les digo lo siguiente –comenzó-: No beban alcohol. No fumen, ni menos se droguen. No acepten tragos de extraños. No se despeguen de su vaso. Estén siempre juntos.

-Sí, papá –contesté.

-¿A qué hora paso por ustedes? –preguntó-. ¿A las 12?

-Pasaremos a una celebración que harán luego de esta –dijo Martina. Me congelé, no estaba en mis planes ir a esa fiesta también-. La organiza mi hermano, no se preocupe. Nosotros le llamaremos para que nos vaya a buscar. No se preocupe, no será tan tarde, sólo estaremos un rato.

-Eh… Bueno, está bien –dijo finalmente. Martina le dio la dirección-. Pásenlo genial. Y no olviden lo que les dije.

-¿Iremos también a esa fiesta? –le pregunté de pronto a Martina.

-Pues sí. Si vamos a hacer esto, que sea en grande –dijo con firmeza. Y a continuación caminó empoderada hacia la música que sonaba dentro del recinto.

Fernando observó mi malestar y me envolvió los hombros con su brazo para arrastrarme en la dirección que nuestra amiga seguía. Gracias a mi señor tenebroso, no me topé en ningún momento con la cara de Alexander, y con el pasar de los minutos, comencé a dejarme llevar por la música. Fue un momento perfecto, sólo Fernando, Martina y yo, gritando, riendo y bailando. Sin pensar en nada más que en el ritmo de las canciones.

Al cabo de unas horas el sudor perlaba nuestra frente, y decidimos detenernos a tomar un poco de aire fresco. El cielo estaba estrellado y con una briza gélida que calaba los huesos. Ya eran cerca de las 10 de la noche, bastante temprano. Estuvimos conversando y tomando fotos, y cuando el frío comenzó a hacerse incómodo, volvimos a entrar. Para nuestra sorpresa, nos dimos cuenta que había ocurrido una baja significativa del número de asistentes. Principalmente eran los de penúltimo y último curso.

-… temprano. ¿No se suponía que comenzaba después de que terminara esta? –le decía Susana Guzmán, de último curso a Sofía Montesinos, su amiga.

-Yo feliz huyo de esta. Si no hay alcohol no es una fiesta –comentaba Sofía.

Martina se acercó a nosotros para hacerse oír sobre la música.

-Vámonos –nos dijo-. Esto ya va a morir pronto. Si no están los de último curso, los demás tampoco querrán estar.

Salimos esquivando a numerosos chicos de primero que bailaban excitados con sus parejas y/o amigos. Por suerte la casa donde continuaría la fiesta, no quedaba muy alejada de la escuela. Cuando estábamos por acercarnos me entró la duda de si nos dejarían pasar, al ser de primero no estábamos invitados. Y después de lo sucedido con Alexander, no estaba seguro si estaba en pie el trato. Para nuestra buena suerte, entramos camuflados con un grupo de chicos y pasamos desapercibidos. Una vez dentro era más fácil mantenerse allí, pues todos comenzarían a beber con descontrol y a nadie le importaría ver a tres chicos de primer año.

Allí el ambiente era muy diferente. La música era más intensa y con letras más grotescas. Rápidamente el olor de hormonas adolescentes hirviendo por los acalorados bailes fue inundando el ambiente. Martina desapareció un instante y volvió con tres latas de cerveza. Estaba decidida a pasarlo bien.

-No gracias. Yo paso –dijo Fernando, rechazando la cerveza que Martina le entregaba. Sabíamos que él no bebía, pero supongo que Martina creyó que haría una excepción-. Tengo que estar lucido si les llega a pasar algo.

-No beberemos tanto –se quejó nuestra amiga-. No nos queremos delatar cuando nos venga a buscar el papá de Diego.

Mientras ellos discutían, divisé algo que me congeló el pecho. En la cocina, y entre un gran tumulto de gente, descubrí a Alex, observándome fijamente. Quizá cuanto tiempo estuvo mirándome antes de que yo me percatara. Mi estómago se retorció cuando noté que estaba con Catalina, quién le hablaba rápidamente sin que este le prestara atención.

-Disculpa ¿ese asiento tiene dueño? –preguntó un chico de pronto, interrumpiendo la conexión visual que tenía con Alexander.

-Eh, no. Creo que no –respondí. Se sentó junto a mí y se presentó.

-Hola, soy Nicolás –me tendió su mano.

-Y yo Diego –le contesté. Lo observé momentáneamente. No recordaba haberlo visto en el colegio. Era un chico alto, de piel blanca y cabello negro con risos. Tenía ojos almendrados de un simpático color verde. Y una barba que delineaba su mandíbula, muy coqueta. Cuando me tendió su mano, noté un tatuaje de un ave en su muñeca.

-Es por la paz –dijo al ver que me había quedado observando el tatuaje-. Una paloma, ya sabes.

Me sonrió y mostró una amplia y atractiva sonrisa. De labios gruesos y rojos, bastante besables. ¿Me estaba coqueteando? Volví a mirar a Alexander, y me encontré con una escena que no me hubiese gustado presenciar. Tenía a Catalina empotrada contra la pared, mientras le comía la boca con desesperación. Ella tenía su pierna derecha levantada y apoyada en la cadera de Alexander, mientras éste se frotaba descaradamente.

-¿Estás bien? –preguntó Nicolás. Seguramente mi cara se había desfigurado. Miró en la dirección que yo miraba, pero no encontró el objeto de mi atención.

-Sí, todo bien –respondí intentando recomponerme. No iba a dejar que Alex arruinara mi noche-. ¿No eres de nuestro colegio, verdad?

-No, yo estoy en la universidad. Salí el año pasado, pero mi hermana sigue en el colegio, va en penúltimo curso–respondió-. Debe andar por algún lado de la casa bailando.

-No te ves como universitario –le dije.

-Bueno, todavía tengo 17 –contestó-. Me adelantaron de año por mis calificaciones o algo así.

-Ah, que bien. Eres un superdotado –bromee.

-Eso dicen –se encogió de hombros-. ¿Y tú eres de penúltimo curso?

-Eh, no. Soy de primero –respondí. Abrió los ojos con sorpresa.

-¿De verdad? No te ves como alguien de primero –contestó-. Supongo que la vestimenta te hace ver mayor. Creí que solo tenías la cara de bebé, no la edad de uno.

-Tampoco es para tanto –reí-. Nos llevamos por apenas 3 años.

Aunque a esa edad, la diferencia se notaba demasiado. Nicolás se integró a nuestro grupito, y nos contó sobre cómo llevaba su vida universitaria. Por momentos nos divertíamos viendo las estupideces que hacían los chicos que ya estaban bajo el efecto del alcohol, y las numerosas parejas que sobaban sus cuerpos de manera casi pornográfica. Vi a Miguel entrar a la cocina y me saludó cuando se percató de mi presencia. Me hizo un gesto con su mano en su estómago, dando a entender que tenía hambre. Me preguntó (con señas) si yo igual tenía y le respondí que sí.

Unos segundos después apareció que la mitad de un sándwich de queso y jamón, la cual me tendió mientras él se comía la otra.

-¿Todo bien? –preguntó.

-Eh, sí. Todo bien –respondí. Nicolás miró a Miguel y sin tomarlo en cuenta, continuó hablando con Martina. Su cuerpo estaba muy cerca del mío, pues yo estaba en medio de ambos, y la música impedía que sus voces se escucharan bien al hablar-. ¿Y tú?

-Aburrido. No tengo muchas ganas de estar aquí –contestó.

-¿Y eso? –le pregunté. No pensé que fuera el tipo de chico que no le gustaran las fiestas.

-Es que Alexander está con Catalina –sentí que el sándwich se devolvía por mi garganta-, y Adriano con Isidora. Como verás, no me siento muy cómodo estando junto a ellos. Además, mamá me llamó y las cosas no están muy bien con papá.

-Oh, vaya –dije. Iba a decirle que se quedara con nosotros, pero no estaba seguro que Fernando o Martina estuvieran de acuerdo.

-Bueno, es mejor que me vaya –dijo, antes de que alcanzara a tomar una decisión-. Nos vemos el lunes.

-Adiós –le dije, mientras se perdía entre el mar de gente.

Tomé un largo sorbo de la cerveza y luego me paré para ir al baño.

-¿Dónde vas? –preguntó Nico cuando me levanté.

-Quiero ir a orinar –le dije.

-Oh, espera. Igual voy yo –se paró-. Así te sujeto la puerta y después tú a mí. Con tanta gente ebria, entran al baño sin siquiera golpear, y creo que la puerta no tiene pestillo.

Al parecer, Nicolás ya conocía la casa, por lo que él me condujo hasta el baño. Al abrir la puerta, nos encontramos con un chico que estaba desmayado en el suelo. Sin siquiera sorprenderse, Nicolás lo arrastró de los pies y lo dejó afuera, lateralizado. Luego entramos y cerró la puerta, apoyando su espalda en ella para que nadie entrara.

Se quedó allí como si fuera lo más natural del mundo. Tímidamente desabroché mis pantalones y comencé a orinar. Sentí mis mejillas sonrojarse cuando el ruido de la orina chocando contra el agua decoró el ambiente. Por el espejo que estaba frente a mí, noté que él miraba hacia abajo, por lo que me relajé un poco. Cuando terminé, hicimos el cambio y fui yo quien se quedó de portero.

Miraba al techo para no volver la situación incómoda. Luego de unos segundos sentí que algo pasaba, pues no lo escuchaba orinar. De pronto se giró y me miró. Con su mano derecha sujetaba su pene desde la base, el cual movía como un látigo aún sin estar completamente erecto. La sorpresa invadió mi cuerpo y sentí mis mejillas sonrojarse.

-¿Qué sucede? –pregunté inocente.

-No sucederá nada que no quieras –respondió con voz ronca y sexual. Mientras decía eso su pene terminaba de ponerse duro. Tenía un color blanco, que contrastaba con su glande rosa. Dos venas se trenzaban por su tronco, haciéndolo lucir peligroso.

-Nico… -avanzó hacia mí con mirada feroz. Su boca calló la mía, a la vez que su pene se frotaba contra mi pantalón.

-Tienes un culo de infarto ¿sabías? –me dijo al oído. Ahora entendía por qué estaba mirando hacia abajo cuando lo vi a través del espejo. Tomó mi mano y la llevó hasta su pene. Palpitaba con fuerza e irradiaba un intenso calor.

-Suéltame, no quiero –le dije. Y en verdad no quería. Era una lástima, pues era un chico bastante guapo y agradable, pero después de esto se había esfumado toda buena impresión que tenía de él.

-Por favor, vamos. Sé que quieres –insistía mientras besaba mi cuello y sus manos recorrían mi pantalón.

-Nicolás… No… -le volví a decir. Sus manos desabrocharon mi pantalón y comenzaron a bajar-. ¡Basta!

Grité. Se detuvo en seco. Me miró de una forma extraña, mas no insistió. Acomodé mi ropa mientras lo observaba con furia y decepción. Se alejó y comenzó a hablar:

-Disculpa. Lo siento, no sé qué me pasó –dijo. Por mucho que su rostro reflejara arrepentimiento, algo en sus ojos no me convencía.

No me detuve a decirle nada más, sólo quería salir de ahí. Abrí la puerta y corrí por el pasillo mientras Nicolás me hablaba, hasta que de golpe choqué contra alguien que venía en la dirección contraria. Trastabillamos y perdía el equilibrio, pero consiguió sujetarme antes de que cayera al suelo.

-Diego, disculpa –se lamentó Adriano-. Te estaba buscando. Me dijeron que habías estado con Miguel ¿viste donde se fue?

-¿Ah? Sí, sí –respondí intentando enfocar mi mente, dejando atrás el momento con Nicolás-. Dijo que se iría a su casa. Al parecer, no se encontraba muy a gusto.

-Oh, ya veo –una chica lo llamó desde atrás, y luego de hacerme una seña con la cabeza desapareció.

Vi a Nicolás caminar en mi dirección y me oculté entre el mar de gente, pues no quería hablar con él. Al ser más bajo que la mayoría ahí, se me hizo complejo hacerme espacio entre la multitud, y cuando ya estaba por llegar donde mis amigos tropecé en los pies de alguien y caí al suelo. Unas manos me sujetaron de la cintura y me levantó como si yo fuera un muñeco de trapo.

-Otra vez en el suelo ¿es costumbre tuya? –dijo. Y automáticamente el recuerdo de esa misma pregunta llegó a mi mente. Me había preguntado lo mismo hace un tiempo atrás, cuando Matías me había empujado mientras intentaba molestar a Martina.

-Pues no –respondí, al igual que aquella vez. Alexander me miraba fríamente, aunque había un brillo extraño en sus ojos.

-¿Te puedes retirar, por fa? Interrumpes el baile –dijo Catalina. Y las ganas de levantarme y desfigurarle el rostro a patadas nacieron desde mi vientre.

Quería hablar con Alexander y quería golpear a Catalina, pero Nicolás se abría paso entre la multitud y preferí salir de ahí antes de armar un embrollo. Llegué donde mis amigos y me miraron con sorpresa.

-¿Estás bien? –preguntó Martina.

-Sí, lo estoy –respondí mientras me sentaba por fin.

-¿Estás seguro? –preguntó Fernando analizándome el rostro. Me miraba con aire preocupado y protector. Me sentía bien teniendo amigos que se preocuparan tanto por mí.

-Sí, sí. Es solo que vi Alexander con Catalina –les dije. Técnicamente no era mentira, sólo que no era la verdad completa. Me regañé por no ser sincero, pero no quería arruinarles la noche. Me prometí contárselo al otro día.

Nicolás comprendió con mi mirada que no era conveniente que volviera a sentarse con nosotros y retrocedió, dándome una última mirada que me hizo creer que no sería la última vez que lo vería Sentía la boca seca después de haberme comido el sándwich, y de la situación con Nico, y luego Alexander… En realidad buscaba la excusa para tomar la cerveza que había dejado a medio beber y empinármela de un solo sorbo. Fue maravilloso sentir la frescura invadiendo mi garganta y el gas de la cerveza haciéndome cosquillas en la boca.

Mientras Martina nos sacaba fotografías, sentí mi celular vibrar en el bolsillo de mi chaqueta. Cuando introduje la mano para contestar, noté algo diferente. Dentro del bolsillo, además de mi celular, había un papel doblado y que no sabía cómo había llegado allí.

Segundo piso, primer pasillo a la derecha, segunda habitación de la izquierda. Tenemos que hablar bb. No le digas a nadie

Intenté enfocar mejor lo que estaba leyendo. Volví a leer y me detuve en el “bb”.  De pronto sentía que las letras se veían borrosas. La adrenalina se liberó en mi cuerpo y me sentí mareado. Miré por alrededor y no encontré por ningún lado a Alexander. Catalina bebía en compañía de otras chicas de último curso, y no había rastro de Alex.

-¿Dónde vas? –preguntó Fernando cuando vio que me levanté.

-Necesito llamar por teléfono –respondí. “No le digas a nadie”, decía el mensaje-. Estaré arriba, puede que haya menos ruido.

-Si no vas para afuera –dijo Martina.

-Se me congelará la vida –respondí-. Está haciendo mucho frío.

Dicho eso, rápidamente atravesé el living hasta llegar a la escalera. Martina y Fernando se quedaron riendo y sacando fotografías con un pequeño grupo de chicos de segundo que, seguramente, se habían colado a la fiesta igual que nosotros. Cuando subí comencé a sentir más fuerte el mareo, mientras la ansiedad dominaba mi cuerpo. La duda nació. ¿De qué querrá hablar? No estaba seguro si me sentía preparado para una conversación. Aun así avancé. Llegué a la habitación y golpeé la puerta. Para ese momento sentía que el mareo se acentuaba aún más, y comencé a dudar que se debiera a la adrenalina o la ansiedad.

La puerta se abrió pero la oscuridad reinaba en su interior. La luz de la luna que entraba finamente por las persianas, apenas conseguía hacer visible siluetas de la cama. De pronto, una mano salió por la puerta y me tomó con fuerza, tirando de mí para meterme dentro de la habitación. El movimiento brusco acentuó el mareo que ya tenía y mi cabeza comenzó a girar.

-¿Alex? –pregunté a la oscuridad, pero no oí respuesta.

Mis piernas comenzaron a hacerse débiles junto con todo mi cuerpo. Sentía que el sueño atacaba mi cuerpo sin saber por qué. Me tomaron del brazo y me empujaron sobre una cama. Intenté incorporarme pero mi cuerpo pesaba, y comencé a desesperarme. Mis ojos querían cerrarse, pero usaba todas mis fuerzas por mantenerme despierto y luchar.

Todo pasaba muy rápido, en menos de 2 minutos desde que había golpeado la puerta, me encontraba sobre la cama, boca abajo y con mi pantalón en mis muslos.

-¿Eres tú, Alex? –preguntaba. Y rogaba porque contestara y me dijera que sí.

Tiró de mi ropa y mis nalgas quedaron al aire. Sus manos las tocaron y amasaron con fuerza, disfrutando cada centímetro. Reuní fuerzas para luchar nuevamente, aún más cuando sus manos separaron mis nalgas, dejando expuesto mi ano. Pero pese a toda la intención que ponía en moverme, apenas conseguía que mi cuerpo se levantara unos cuantos centímetros.

Entré en pánico cuando sentí que dejaba caer saliva entre mis nalgas. Grité, pero de mi garganta solo salía un ruido flojo y liviano, incapaz de hacerse notar por sobre la música. Sentí que su glande tocó mi centro y ahí definitivamente me convencí que Alexander no era. Sentí miedo, pues pese a todo lo anterior, inconscientemente quería creer que era él para no asumir la terrible situación en la que me encontraba. Pero ya no había otra opción, era inconfundible, pues Alexander tenía un glande más pequeño que el resto de su tronco, mientras que el chico de ahora tenía un glande ligeramente más grande y acolchado. No era Alexander… ¿Quién era entonces?

-¿Quién eres? –pregunté. Las energías abandonaban mi cuerpo-. Dime… Por favor… Déjame, quiero irme.

Sentía que por momentos mi mente se dormía, para luego despertar abruptamente. Me tomó de la cadera para mantener quieto mi culo y comenzó a empujar. Sentí una presión en mi centro mas su pene no consiguió entrar. No sé por qué creyó que sólo necesitaba saliva para conseguir penetrarme. Lo oí lanzar un quejido de dolor. Seguramente se había lastimado o torcido el pene intentando entrar.

Con enojo, como si la culpa hubiese sido mía, introdujo dos de sus dedos. Me quejé ante el repentino dolor y brutalidad con la que intentaba dilatarme. Sus dedos se removieron en mi interior con fuerza, estirando mi ano de manera salvaje. Posteriormente, volvió a escupir en mi agujero, y esta vez sí logró entrar. Lágrimas cayeron por mi rostro cuando su pene se deslizó con violencia por mi recto. Noté nuevamente que se quejó por el dolor, pero no retiró su miembro. No tenía ni cerca el tamaño o el grosor del pene de Alexander, pero aun así dolió como el infierno.

Todo mi cuerpo lo rechazaba, mi ano no se acomodaba para él y mi interior se retorcía para sacarlo. Pero el gemía y gemía, mientras me penetraba sin piedad. Era horrible que disfrutara de mi cuerpo mientras yo lo detestaba tanto. Me sentía usado, sin valor, impotente. Gritaba y lloraba de rabia, pero eran sonidos débiles, y eso me enfadaba todavía más. 

Me tomaba de las caderas y me follaba con tanto ímpetu que conseguía que mis pies se levantaran del suelo. Era como si de la cintura para abajo yo fuera un muñeco de trapo, y manejara mi culo a su voluntad. Sentí nauseas, y quería vomitar cuando su glande golpeaba mi próstata. Odié esa sensación que antes me volvía loco.

Sólo sacó su pene cuando me giró para comenzar a follarme boca arriba. Chillé cuando su pene entró bruscamente en mi interior. Intenté ver a través de la oscuridad algo que me diera una pista de quién era, pero llevaba una especie de manta negra sobre su cuerpo y un pasamontañas sobre la cara. Hice un esfuerzo para incorporarme y ver más de cerca, pero me empujó hacia atrás y me lanzó un escupitajo en la cara.

Sus embestidas se aceleraron. Me volvió a escupir. Más aceleró. Lo escuché bufar de placer y morbo. Le excitaba humillarme, le excitaba violarme… Le calentaba tenerme allí, indefenso, para disfrutar de mi cuerpo a su antojo. Volvió a escupirme. Su saliva chorreaba por mi mejilla hasta mi oreja, mientras que otro poco bajaba por mis labios. Sentí asco y ganas de vomitar. Él lo notó, y lo aprovechó para humillarme aún más.

Su mano se fue a mi boca y me apretó las mejillas para hacérmela abrir. Luché para que no lo consiguiera, pero usó su otra mano para cubrirme la nariz sin parar de penetrarme. Me sacudí por varios segundos, pero no tuve más opción que abrirla para respirar. Acto seguido, acertó justo en el centro un abundante escupitajo.

Mientras yo hacía arcadas y tosía, el comenzó a retorcerse de placer. Embestía tan profundamente que sentía su pene casi bajo mi vientre. Tuvo que cubrir su boca para ahogar sus gemidos, al mismo tiempo que su pene vibrara dentro de mí. Su excitación era tal que podía imaginar su pene muy duro dentro de mi culo sacudiéndose y liberando su contenido seminal. Lo escuché respirar sonoramente después de su orgasmo, aunque aún su pene convulsionaba en mi interior.

Salió de mí, y sentí que a presión salía su semen desde mi ano hasta la cama. Con cada boqueo de mi esfínter salían más grumos de leche, dejando como evidencia lo placentero que había sido para él. Tomó mis rodillas y las llevó hasta mi pecho, y a continuación un flash me cegó. Con brutalidad metió sus dedos en mi culo como memorizando la forma en que me había abierto el ano, y a continuación llevó sus dedos a mi boca. Estaban empapados de su semen. Mientras intentaba escupir sus fluidos de mi boca, el flash volvió cegarme, pero esta vez cerca de mi rostro. Luego sentí que revolvió entre mi bolsillo, y después dejó algo sobre mi pecho, para posterior mente salir con rapidez por la puerta.

Me quedé allí, sólo, llorando y encolerizado. Limpié mi boca mientras mi agujero dolía horriblemente, siguiendo todo el camino hasta mi recto. Un dolor profundo, que entumecía mi interior. No tenía fuerzas para incorporarme ni vestirme, y sintiendo como el sueño me vencía me sentí desvanecer... Pero ya se había ido… Había terminado… ¿O no?

Con lágrimas y saliva en mis mejillas, fui perdiendo fuerza y me dejé llevar por el sueño. No sé cuánto habrá pasado, pero un golpe en la puerta me hizo volver a la realidad. Un cuerpo gigante entró a la habitación y corrió hacia mí.

-¿Diego? ¡Diego! –dijo Alexander cuando entró-. ¿Qué…? ¡Diego!... ¿Estás bien?

-… -estaba tan desorientado que no fui capaz de responder. Encendió la luz y mis ojos reaccionaron con dolor.

Llegó hasta mí y pasó su brazo bajo mi espalda para acercarme a él y abrazarme. Con una sábana limpió mi cara y comenzó a moverme para que le respondiera. Tomó su teléfono y marcó rápidamente:

-¡Martina, al segundo piso ahora! –le gritó. Escuché que Martina le preguntaba sobre qué había sucedido, pero Alexander no le respondió. Simplemente le dijo las indicaciones y cortó.

-Alexander… -dije somnolientamente. Aunque poco a poco sentía que disminuía esa sensación.

-Diego… ¿Quién te hizo esto? –preguntó. Sus ojos se volvieron oscuros, diabólicos y temerarios. Había rabia inhumana dentro de ellos.

-No sé... No sé –dije mientras lloraba.

Con la misma sábana limpió entre mis piernas y comenzó a vestirme. En ese instante Martina entró en la habitación. Cuando vio la escena su rostro se descompuso.

-¿Qué…? ¿Qué pasó? –preguntó. Alexander no respondió.

-¡Responde, maldita sea! –exigió Fernando. Estaba enojado. Muy enojado.

-Es evidente –dijo Alexander, con esa voz cargada de ira. Si las miradas mataran, en ese momento Fernando estaría muerto con la que Alexander le lanzó.

-Alex… Alex… -se acercó Martina. Estaba nerviosa, asustada, triste. Sus manos temblaban-. Dime, ¿qué pasó? Por favor… ¿Diego? ¿Estás bien? ¿Qué sucedió?

-Yo… No sé. Recibí un mensaje de Diego: “Segundo piso, primer pasillo a la derecha, segunda habitación de la izquierda. Tenemos que hablar bb. No le digas a nadie” –citó-. Pero pese a que era del teléfono de Diego, no se leía como si lo hubiese escrito él. Supe que algo andaba mal y subí de inmediato a averiguarlo.

-Esto es muy grave –dijo Martina-. Hay que llamar a la policía.

-No –dije de pronto. Todos se sobresaltaron. Mientras hablaban yo había tomado la nota que había dejado sobre mi pecho antes de salir. Martina tomó el papel y lo leyó.

-“Comprendo por qué lo elegiste, Alexander. Que delicia” –citó con una mueca de asco y desdén. Pero el texto continuaba-: “Esto será nuestro secreto. O Diego se hará famoso en internet”. ¿Qué? ¿Cómo así?

-Me tomó fotos –les dije. Me sentí consternado, pero poco a poco recuperaba fuerzas-. Nadie puede saber esto.

-Ese imbécil –se quejó de pronto Alexander-. Me las va a pagar.

-¿De quién hablas? –preguntó Martina.

-De Miguel, él fue –dijo con seguridad. Me molestó que siguiera con eso. Todo por esa estúpida foto. Me dolía que aún desconfiara de mí.

-No, no fue él. No hay nada entre él y yo -argumenté-. Además. se fue poco después de que llegamos –dije mientras intentaba ponerme de pie-. Fue Nicolás.

-¿Nicolás? –preguntó sorprendida Martina.

-¿Y ese quién es? –preguntó Alexander con un leve tono celoso.

-Lo conocimos hoy –le dije a Alexander. Luego miré a Martina y Fernando-: En el baño se intentó propasar.

-¿Qué? ¿Por qué no nos dijiste? –Fernando lucía molesto al preguntar.

-Porque no fue nada grave y no quería arruinarles la noche –expliqué-. Se los contaría mañana.

-Pero algo no calza –comentó Martina luego de unos segundos de silencio. La cabeza me dolía. Alexander se paseaba nervioso por toda la habitación, mirándome con ojos culpables. Fernando lo miraba de manera acusadora-. ¿Por qué Nicolás haría todo esto? ¿Lo conoces? –preguntó a su hermano.

-No, no me suena su nombre –respondió.

-La persona que está haciendo todo esto; la foto, los mensajes, las notas, lo hace con una intención –decía Martina cual detective-. Y está dirigida a Alexander. Sería ilógico que lo hiciera un completo desconocido.

-Dijo que su hermana estaba en el colegio –recordé. Alexander se erizó. Vi su expresión y casi pude imaginarme cómo pasaban los recuerdos de todas las chicas con las que se acostó y utilizó como polvo de una noche-. Me siento enfermo.

-Tenemos que llevarte al hospital –dijo Martina preocupada.

-No, no. Nada de eso. Sólo necesito descansar –dije mientras caminaba hacia la puerta-. Esto no lo tiene que saber nadie ¿Entienden? Si esas fotos llegan a salir a la luz, mi vida estaría arruinada.

-Diego, creo que… -intentó argumentar Martina, pero la interrumpí.

-Yo no soy una estrella de Hollywood, Martina. Ningún programa me contactará y me ofrecerá millones por hablarlo –expliqué-. Esas fotos se compartirán en todo el colegio, y ni siquiera podré salir a la calle de la vergüenza.

-Sería ilegal tener esas fotos, Diego. Es pornografía infantil –razonó mi amiga.

-¿Y qué harán? ¿Encarcelar a un colegio completo? –pregunté-. Pues no, no pasará. Y aunque la investigación sirva para encontrar al que hizo esto, todo el daño colateral me destruirá.

-No podemos quedarnos de brazos cruzados –dijo Fernando.

-No lo haremos –prometí-. Pero hoy quiero descansar.

-Ven, vamos –me tomó Alexander. Me solté bruscamente-. ¿Qué sucede?

-No quiero irme contigo –dije.

-¿Qué dices? Vamos, yo te llevo –insistió.

-No, suéltame –luché torpemente.

-Pero… Diego… -decía mientras me intentaba sujetar.

-Te dijo que lo sueltes –dijo Fernando, quien se interpuso entre ambos. La mirada severa que le lanzó a Alex produjo que mi piel se erizara. Los músculos de su perfecta mandíbula se marcaban a través de la piel.

-No quiero estar contigo, Alexander. Todo esto… Todo lo que me hicieron, no fue por mí, fue por ti –le dije. Su rostro se descompuso-. Soy un daño colateral. Fui solo un medio para dañarte. Así como fue Miguel.

Alexander no dijo nada. Bajó el rostro en silencio. Fernando me tomó de los hombros y me ayudó a avanzar. Le dije a Martina que llamara a mi padre para que nos viniera a buscar. El aire de la noche fresca acarició mi rostro. Dentro de la casa la temperatura había subido a un nivel sofocante. De pronto, un reflejo entre el césped atrajo mi atención. Me acerqué, y reconocí mi celular. Desde allí, seguramente, Nicolás había mandado el mensaje a Alexander. Me golpeé mentalmente por tener el celular sin PIN.

Luego de unos minutos en el cual nadie se atrevía a hablar, divisé a la distancia el auto de papá.

-¿Vienes con nosotros, Martina? –pregunté.

-No. Alexander ya se va, no quiere quedarse. Me iré con él –dijo.

-Está bien, pasaremos a dejar a Fernando entonces -.

-¿Me puedo quedar en tu casa? –Preguntó cuándo papá ya estacionaba el auto-. Me preocupa dejarte solo, sin poder hablarlo con nadie.

-Eh… Creo que… -miré sus ojos preocupados-… está bien. Quédate.

-¡Hola! ¿Qué tal lo pasaron? –preguntó papá.

-Genial –respondí actuando la mayor sonrisa de diversión de mi vida, mientras mi cuerpo gritaba por dentro-. Estuvo muy divertido.

-Me alegro mucho –contestó-. ¿Vienes, Martina?

-No, señor, me iré con Alexander –le dijo.

-Oh, bueno. Que tengan buen viaje –se despidió y echó en marcha el auto.

12:23 am, decía el reloj. La última vez que vi la hora, antes de subir la escalera, habían sido las 11:20 pm. Calculaba que estuve en esa habitación por cerca de media hora, entre el tormentoso momento con Nicolás, y los minutos en que dormí. Le informé a papá que Fernando se quedaría a dormir, y asintió sin inconvenientes.

Cuando llegamos, le indiqué a Fernando que pasara a mi habitación y le informé que me iría a duchar. Lo necesitaba en el alma. Fue glorioso sentir cómo el agua acariciaba mi cuerpo, pero muy intensa que ponía la ducha, no se llevaba la suciedad interna que tenía. Mi cuerpo se retorció cuando limpié el semen seco de entre mis nalgas y mis muslos. Sentía mi ano adolorido y entumecido. Mi boca todavía tenía el sabor de su semen y saliva. Quise llorar, pero no valía la pena.  Levanté mi cabeza con fortaleza, y me prometí que no dejaría que nada ni nadie me derrumbaran.

Salí de la ducha, lavé mis dientes y entré a mi habitación. Fernando estaba sentado en la esquina de la cama esperándome.

-¿Me prestas pijama? –preguntó.

-Sí, claro –dije. Me metí al closet y le entregué uno-. Creo que te quedaran un poco pequeños.

Y en efecto, fue así. Fernando era más alto y más fibroso que yo, aunque normalmente no era evidente por su gusto de usar ropas anchas. Con el pijama, por otra parte, se resaltaban sus bíceps, su fibrosa espalda y su bien cuidado abdomen. Sin mencionar que el pantalón le marcaba obscenamente el paquete y el culo. Me miró divertido.

-Creo que sí me queda un poco ajustado –sonrió de manera inocente.

-Pero cumple la función de abrigarte, por lo menos –bromeé.

Mientras él ordenaba su ropa, me coloqué el pijama y me metí a la cama. A continuación Fernando igual lo hizo. Nos quedamos mirando al techo por algunos minutos.

-¿Estás bien? –preguntó tímidamente.

-No –respondí-. Pero estoy mejor que hace un rato.

-¿Te… te duele? –preguntó. Intuí que fue una pregunta difícil de formular.

-Sí… Y no sé por qué duele tanto –agregué.

-Porque no querías, Diego. Tu cuerpo se resistió, es lógico que no se… adaptara –explicó. Y tenía sentido. El dolor lo sentía como si hubiese sido mi primera vez.

-Espero que mañana disminuya – y luego me giré para intentar dormir.

Fernando se quedó mirando el techo. Cerré mis ojos, pero no pasaba nada. Me giré, y luego otra vez. Pero nada sucedía. Volví a mi posición inicial, de costado, mirando hacia la derecha. Suspiré. De pronto lo sentí moverse. Su cuerpo se pegó al mío, y su mano tocó mi hombro.

-Shh… Duerme –dijo en susurro. Mi cuerpo vibró.

-Gracias por quedarte –le dije. Como respuesta me envolvió con su fuerte brazo, y en un pestañeo caí rendido ante Morfeo.