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Malas decisiones (Parte 5)

en Gays

-¿Diego? –preguntó Alexander al ver que no recibía respuesta de mí parte-. ¿Con quién hablabas?

-No te puedo decir –respondí improvisando sobre la marcha.

-¿Por qué? –inquirió con ojos filosos.

-Porque Martina me lo pidió –dije mientras metía mi celular al bolsillo y comenzaba a caminar.

-¿Martina? –preguntó Alex dubitativo.

-Alexander, no hagas preguntas si no quieres saber la respuesta-.

-Quiero saber la respuesta –insistió.

-Tu hermana me matará –dije rápidamente-. Pero no desesperes, pronto sabrás. Sólo no le hagas preguntas, menos si está Gonzalo cerca o lo arruinarás.

-No estoy entendiendo nada, Diego –y la verdad es que yo tampoco. Mi boca había tomado vida propia y sólo improvisaba una salida para salvarme el pellejo. Y la mejor forma de hacerlo, era dejar confundido a Alexander.

Para continuar en el personaje, me adelanté al paso de Alexander y caminé hasta donde Martina. Ella me miró confundida. Antes de que dijera cualquier cosa, le tomé la mano y la arrastré lejos de su hermano y de Gonzalo.

-Necesito tu ayuda –le susurré.

-¿Qué? –preguntó sin entender-. ¿Qué pasó?

-Estoy hablando con Fernando –solté de pronto, y sentí una gota de alivio al exteriorizarlo. Su expresión cambió de golpe.

-¿Es en serio? –aunque en sus ojos sabía que sí lo era.

-Sí… Pero te lo explicaré después –dije de inmediato-. Necesito que me ayudes. Alexander casi me descubre.

-Sabes que lo que haces no es lo más correcto ¿verdad? –preguntó.

-Lo sé –respondí-. Pero no entiendes. Prometo explicarte todo. Sólo ayúdame con esto. Le dije que la llamada tenía que ver con un mensaje para ti. No vio con quién lo hacía y sólo le dije que era secreto y que Gonzalo no debía saber.

-Diego…

-Lo sé, Martina. Sé perfectamente que es una bomba de tiempo. No sabes cuánto me odio por esto –solté casi al borde del llanto.

-Está bien, está bien –dijo comprensiva. Me abrazó-. Lo haré… Pero luego me dirás todo lo que sucede.

-Muchas gracias –sollocé.

Volvimos a nuestro lugar y Alexander nos miraba de manera sospechosa. Iba a decir algo, pero Martina lo interrumpió:

-Después te cuento, Alexander –lo dijo de tal forma que Gonzalo no se diera cuenta-. Pero tranquilo, no es nada grave. Sólo es privado.

Gracias al cielo eso fue suficiente para que Alexander se relajara un poco y evitara las preguntas. Pero quién no pudo evitarlo fue mi amiga. Apenas llegué a mi casa escuché tocar el timbre y la vi con rostro ansioso.

-No podía esperar –dijo. Entró y se instaló en el living. Mis padres no estaban, así que podríamos hablar tranquilos-. Antes que nada, quiero hablar con él.

-Sí, claro –le dije de inmediato. Estaba seguro que Fernando estaría feliz de verla. Y esperaba que con eso no preguntara sobre el corte tan repentino que había sucedido horas antes-. Sólo evita mencionar lo que hay entre tu hermano y yo. No le he dicho que estamos saliendo.

-Está bien. Sólo quiero volver a verlo –su voz sonaba con emoción.

Tomé mi celular y descubrí sus mensajes preguntando si todo estaba bien. Los ignoré y toqué el ícono de llamada. Las primeras dos fueron ignoradas, pero sabía que se debía a que su madre lo tenía. La tercera fue contestada. Sus ojos preocupados rápidamente cambiaron a sorpresa y emoción.

-¡Martina! –chilló, aunque rápidamente bajó el volumen de su voz. Seguramente su padre estaba en casa-. Martina… Que bella sorpresa.

-Fernando, amigo… Tanto tiempo –dijo ella con ojos llorosos-. Te extrañé tanto.

-Yo igual. ¿Cómo estás?-.

-Muy bien… Todo ha ido genial –respondió ella.

-Me imagino… Diego mencionó algo al respecto –sonrió.

-¿Le contaste de Gonzalo? –me preguntó Martina.

-Obvio –respondí.

-Eres un cotilla-.

-Un poco –reí.

-¿Y a ti cómo te va? –le preguntó a Fernando.

-Cada vez mejor –contestó este con una gran sonrisa.

Estuvimos los tres hablando amenamente por unos minutos. En todo momento admiraba el rostro feliz de Fernando, y disfrutaba escuchando su risa. Sentía una grata cosquilla en mi corazón al notar la diferencia de cómo estaba en ese momento y de cómo estaba la primera vez que lo vi. Era un cambio abismante en tan poco tiempo.

El momento fue interrumpido cuando unos ruidos provenientes desde su lado comenzaron a intensificarse.

-Son mis padres –dijo cabizbajo-. Deben estar discutiendo, de nuevo.

-Ánimo, Fernando –susurró Martina-. No dejes que sus problemas te consuman. No dejes que tu sonrisa se vuelva a borrar.

-No lo haré –afirmó mientras nos miraba-. Pero no me dejen sólo, por favor. No soportaría la soledad de nuevo.

-Estaremos contigo –le dije-. Te prometo que lo estaré.

Un fuerte ruido nos sobresaltó, y luego se escucharon grandes zancadas desde el lado de Fernando.

-Viene mi padre –informó, y luego cortó la llamada.

Con Martina nos quedamos mirando asustados. Sentía mi corazón palpitando a mil por hora. Esperaba de todo corazón que no lo hayan descubierto.

-¿Ahora entiendes? –le pregunté-. Hablé con él por primera vez durante la fiesta de Gonzalo. Justo después de haber discutido con Alexander. Pero Fernando llevaba intentando comunicarse conmigo desde mucho antes. Lo ignoré… Y me siento muy culpable por eso. Me siento horrible por no haberle respondido antes. Pero tenía miedo… Sabía que sería difícil. No es algo tan simple. Lo que ocurrió con Fernando fue un ciclo que no se cerró, por lo que es una herida que jamás se cicatrizó, sólo se ocultó.

-¿Aún sientes cosas por él?-.

-Sí –contesté con sinceridad-. Y también por Alexander. ¡Es complicado! Quiero dispararme en el cráneo y no pensar más. Pero ponte en mi lugar. Yo no terminé con Fernando porque no lo quisiera o porque nuestra relación se haya agotado. Fue porque me lo arrebataron de las manos. Y estuve todo este tiempo intentando suprimir mis sentimientos hacia él, convenciéndome de que ya no lo volvería a ver. Pero esos sentimientos no desaparecieron, simplemente los encerré bajo llave. Y se mantuvieron allí ocultos mientras otro sentimiento nació, que es el que tengo por Alexander. Pero ahora Fernando apareció, sucedió algo que no pensé que pasaría y la cerradura se rompió y volvieron a aparecer los sentimientos. En estos momentos tengo un caos en mi cabeza y en mi pecho.

-No sé qué decir – dijo Martina luego de unos segundos de silencio-. No puedo comprender lo que sientes, pero imagino que debe ser terrible.

-No quiero hacerlos sufrir, Martina –le confesé-. Ninguno se lo merece. Fernando ha pasado un infierno, y no quiero devolverlo ahí. Y Alexander me recogió en mi peor momento y me ayudó a salir adelante. Me encantaría ser sincero con ambos, pero sé que Fernando caería en un hoyo del que no sé si podría volver a salir. Y Alexander…

-Ya… Sí, entiendo. Mi hermano puede ser algo complicado –pero ambos sabíamos que era más que sólo eso.

-No quiero mentirles, pero me aterra lo que podría provocar la verdad-.

-Te entiendo, Diego. Comprendo que es una posición complicada –me dijo mientras me abrazaba-. Pero es algo que está sucediendo ahora. No decir nada no mejorará las cosas, al contrario, sólo las empeorará. Será mucho peor que Alexander lo descubra por sí solo que si lo escucha de ti. Y ya estuvo a punto de descubrirlo.

-Lo sé… Por cierto, ¿qué le dijiste?-.

-Le dije que te había llamado Marcela-.

-¿La prima de Gonzalo? –pregunté confundido-. ¿Por qué ella?

-Le dije que ella gustaba de mí, y que estaba intentando acercarse a mí a través de ti –dijo. Quedé levemente pasmado por la forma en que había manejado la situación-. De esa forma calzaba por qué había que guardar silencio y no decirle a Gonzalo. Y le dejé claro que no volvería a ocurrir por… Bueno, por obvias razones.

-¿No sospechó nada?

-No, nada –me confirmó-. Pero, Diego, tienes que decirle a Alexander. Debes decirle cuanto antes. Debes aceptar que la bomba ya inició el conteo, y es preferible una explosión controlada a una sin control… Porque de todas formas explotará igual, tarde o temprano.

“Porque de todas formas explotará igual, tarde o temprano”… El resto de la noche se repitió esa frase en mi mente. Martina tenía razón, no podía seguir ocultando lo que sucedía. Pero todavía me aterraba la idea… Por otra parte, me frustraba que toda la tranquilidad que había conseguido se fuera a la basura. Y se sumaba a eso la preocupación por Fernando. Esperaba que su padre no lo hubiese descubierto.

Por fortuna, al otro día en la mañana me escribió para decirme que estaba bien. Que simplemente en su casa las cosas no estaban muy bien, pero nada fuera de lo común. Al parecer, ese tipo de discusiones se estaba haciendo habitual.

Los días fueron pasando, y conseguí hacerme un horario de seguridad. Horarios en los que podía hablar con Fernando y horarios en los que podía estar con Alexander. De tal manera que ninguno interrumpiera los momentos que tenía con el otro. Sentía que podía hacerlos feliz a ambos de esa forma.

-Pero ¿a qué costa? –me preguntó Martina un día-. Quieres abarcar mucho, y eso te está desgastando.

-Pero ellos están felices –señalé.

-Sólo es una ilusión –me dijo-. Tienes que parar esto.

Y lo sabía. Si bien había acomodado mi día para poder darle tiempo a ambos, en todo momento pensaba la situación indicada para contarle a Alexander lo que sucedía. Pero siempre que creía encontrarla, me arrepentía a último minuto. Tenía una lucha mental, y también una lucha en mi pecho. Mi cabeza batallaba sobre si estaba traicionando o no a Alexander. Una parte decía que no, pues nunca le hablé a Fernando con otra intención que no fuera de amistad. La otra decía que sólo por el hecho de hablar con él en secreto ya se consideraba como infidelidad.

Mientras tanto, en mi corazón ocurría una lucha de sentimientos. Fernando y Alexander revoloteaban entre mis aurículas y ventrículos, peleando por conseguir reinar allí. Una pelea infructuosa, pues ambos eran sentimientos potentes, incapaz de triunfar por sobre el otro. Era profundamente desgastante. Mantenerlos feliz a ambos en secreto me estaba quitando todas las energías.

Faltaban sólo unas semanas para entrar a clases, me había despertado temprano por una pesadilla que llevaba noches atormentándome. Como todas las mañanas, esperé la llamada de Fernando, quién puntualmente la hizo a las 10am.

-Buenos días –le dije.

-Buen día, pequeño –me respondió con sonrisa radiante-. ¿Dormiste bien?

-Sí –mentí-. ¿Y tú?

-También –respondió con sonrisa infantil-. Soñé contigo.

-Se te está haciendo costumbre últimamente –mencioné.

-Es que me duermo pensando en ti –explicó-. Supongo que quedas en mi subconsciente.

-Puede ser-.

-La cosa es que desperté feliz –dijo a la vez que me entregaba una radiante sonrisa.

-Se te nota en la cara –sonreí. Verlo feliz automáticamente me ponía feliz.

-Y no sólo en la cara –se le dibujó una sonrisa picaresca.

-¿Qué? –pregunté un poco sorprendido.

-Pues… -apuntó hacia abajo de forma sugerente-. Él también despertó feliz.

-Tuvo que ser un buen sueño, al parecer –dije un poco incómodo. Esperaba que sólo fuera una broma y cambiara de tema.

-Lo fue –afirmó-. Fue una mezcla de imaginación y recuerdo.

-¿Recuerdo?

-Pues claro. Recuerdos de ti y de mí… Ya sabes –se sonrojó, y yo también lo hice-. Hay cosas que simplemente son inolvidables.

-Pues sí… -asentí.

-No se quiere bajar –rio. Sonreí sintiéndome nervioso-. Creo que revivir memorias no ayuda mucho.

-Pues no, no ayuda –dije, y sonó un poco más cortante de lo que pensé.

-¿Todo bien? –preguntó.

-Sí, disculpa –me miró dudoso.

-¿Seguro? –insistió.

-… -pensé en lo que había hablado con Martina-. No.

-¿No? –preguntó sorprendido.

-No está todo bien –le dije-. Te quiero, Fernando. Mucho… Pero…

-¿Pero?-.

-Las cosas son diferentes ahora –intenté explicar-. Estamos muy lejos… Además de que han pasado muchas cosas.

-¿Estás con él, cierto? –preguntó de pronto. Quedé helado.

-Sí –respondí. Sentí mis ojos humedecerse.

-¿Pero me quieres?

-Sí –contesté. Fue una respuesta que vino desde mi pecho-. Pero tú estás allá, y él acá... Aunque a veces pienso en ti cuando discuto con él… Cosa que es más común de lo que solía ser. Y… ¡Ah! No sé.

-Sabes que no quise dejarte ¿verdad?

-Lo sé, Fernando. Esto no fue tu culpa –le aseguré-. No quiero lastimarlos, y tampoco quiero perderlos.

En eso sentí que mamá me llamaba a desayunar.

-Me tengo que ir, perdón –le dije. Y le corté la llamada.

Sentí un gran alivio al contarle que estaba con Alexander, pero sentía que aún faltaba más por decir. Sólo que no podía seguir en ese momento sin quebrarme en llanto. Además quería pensar mejor lo que le diría. De todas formas, decirle la verdad a Fernando me impulsó a contarle a Alexander. Fue así que me decidí ir a su casa en cuanto llegara del trabajo.

-Lo haré hoy –le dije a Martina.

-¿Estás seguro?-.

-Sí –respondí.

-Está bien. Le diré a Gonzalo para que salgamos y puedas estar solo con Alexander –me informó.

-Gracias –eso ayudaba mucho. Me moriría de vergüenza si alguien más escuchaba la reacción que él pudiese tener. Porque estaba seguro que no sería algo tranquilo. Pero primero pasaría al gym para liberar un poco de tensión.

-Estás más serio que de costumbre –observó Jean mientras estiraba mi pierna y la acercaba a mi tronco. Estábamos sobre la colchoneta, y me ayudaba a elongar. Su cuerpo estaba peligrosamente sobre mí-. ¿Todo bien?

-Sí, creo –respondí con esfuerzo, pues mi rodilla estaba casi frente a mi cara.

-No es muy convincente esa respuesta –observó mientras su pelvis chocaba contra mi muslo. Me enfoqué en la conversación y no en la cercanía del ejercicio.

-Sólo tengo muchas cosas en mi cabeza –le expliqué. Se levantó para luego iniciar nuevamente el ejercicio pero con mi otra pierna.

-Pues en este lugar no se permiten ese tipo de cosas –me dijo, y nuevamente su pelvis chocó con mi muslo. Podía sentir su bulto a través de la tela-. Deja los problemas afuera y despeja la mente.

-Tienes razón, lo haré –asentí.

Luego nos levantamos y comenzamos con el plato fuerte. El tiempo voló entre risas y jadeos. En un abrir y cerrar de ojos ya me encontraba en las duchas listo para vestirme e irme. Me despedí de él justo cuando se estaba desnudando para meterse a la ducha, debido a que se había entretenido en las pesas.

-Diego –me llamó. Me giré y antes de que me diera cuenta su cuerpo desnudo me abrazó-. No sé lo que sucede, pero en tu rostro veo que no es algo bueno. Espero que te haya ayudado a distraerte esta tarde.

-Fuiste de gran ayuda –le sonreí.

-Me alegro. Sólo quiero que sepas que si alguien te está molestando, me tienes a mí para defenderte –tensó sus músculos y besó sus bíceps-. Y si es otra clase de problemas, estaré para escucharte todo lo que necesites ¿Ok?

-Muchas gracias, de verdad –le dije. Y sentí que mis ojos se humedecían. Me volvió a abrazar. Sentir su contención fue muy sanador. Me hizo sentir renovado, y me hizo ignorar el hecho de que estaba completamente desnudo.

Salí del gym sintiéndome liviano y seguro de que lo que iba a hacer era lo correcto. Cuando llegué donde Alexander, Martina y Gonzalo también se encontraban allí. Alex me recibió con esa cálida sonrisa y sus ojos juguetones. Me abrazó y me besó. Sentí un fuerte malestar en mi pecho ante eso. Vi que Martina también lo sintió.

-¿Dónde van? –preguntó Alexander, cuando los chicos se aproximaron a la puerta.

-Saldremos a comer –contestó Martina.

-Oh, vaya. Quedaremos solitos –dijo Alex mientras me miraba como un cazador ve a su presa.

-Procura no quebrarlo –soltó Gonzalo mientras le palmeaba la espalda. Sentí un golpe de calor en mis mejillas. Martina colocó una expresión de disgusto ante el comentario de su chico.

-No prometo nada –se relamió Alexander.

Los chicos desaparecieron y Alexander se acercó a mí. Me besó con fiereza y me apretó el culo con ambas manos. Me alejé.

-Ahora no, Alex –dije. Tenía que calmar la situación para iniciar la conversación por la que iba a su casa-. Vengo muerto del gym.

-Oh, vale –dijo mientras se sentaba junto a mí y me acariciaba la espalda-. ¿Tienes hambre?

-Sí, un poco-.

-Pediré sushi –me informó-, para que veamos con alguna película. ¿Quieres?

-Suena genial –Después de la película se lo diría.

Minutos después nos encontrábamos sentados comiendo sushi, con “Harry Potter y la Orden del Fénix” en la televisión. Alexander la escogió porque sabe que es una de mis favoritas. Me acurrucó entre sus brazos y acercó la bandeja con la comida para estar más cómodos. Por un momento olvidé a lo que iba. Estar acostado en su pecho mientras comíamos y disfrutábamos de la película me tuvo hipnotizado. Una gran parte de mí no quería perder eso.

Al cabo de un rato le película terminó, lo que significaba que el momento de la verdad se acercaba. Entré en pánico y necesité dilatar más la situación. Tomé los vasos y platitos que habíamos utilizado y los llevé hasta la cocina para lavarlos. Cosa completamente inusual en mí.

Mientras los lavaba, Alexander apareció detrás de mí. Supe de inmediato que no venía con buenas intenciones. Me abrazó por la cintura y pegó su pelvis a mi trasero de tal manera que me hizo chocar contra el lavaplatos. Resopló a la altura de mi cuello, provocando cosquillas que se propagaron hasta mi espalda.

-Alexander… -.

-¿Qué sucede? –preguntó mientras hacía movimientos circulares con su cadera.

-Estoy lavando los platos –me excusé.

-Pues continúa –dijo, mientras me besaba el cuello y sus manos bajaban hasta mi pantalón.

-¿Qué haces? –pregunté con voz débil, pues sus caricias me estaban haciendo perder la batalla.

-Shh… -me silenció-. Tú sigue en lo tuyo.

De un tirón bajó mi pantalón dejando mi culo al aire. Mi parte racional iba a protestar, pues había una conversación que tenía que suceder. Pero esa parte se silenció de golpe cuando su cara se hundió entre mis nalgas. Gemí. Finalmente le hice caso, continué enjabonando los platos mientras él me comía el culo. Después de eso se lo diría.

Con torpeza limpiaba los platos, y casi suelto uno cuando sus dedos comenzaron a entrar en mí. Me producía mucho morbo la situación, y notaba que a él le sucedía lo mismo pues me tocaba con mucho ímpetu. Dos de sus dedos frotaban las paredes de mi interior, a veces girando, a veces sólo entrando y saliendo. De cualquier forma me hacían gemir.

Su lengua volvió al ataque cuando me disponía a enjuagar lo que había lavado, y llegó un momento en el que me tuve que detener y afirmar para evitar quebrar algo. Fue cuando me pidió separar las piernas y comenzó a meterme tres dedos, al mismo tiempo que me besaba el cuello.

-Aguanta, bebé –dijo. Mientras los hundía observaba los gestos que iba haciendo-. Te ves tan sexy.

-¡Ah! –gemí cuando los giró.

-No aprietes, bebé –se mordió los labios-. Aún no…

Cuando llegó a los nudillos sentía una enorme presión en mi ano, pues luchaba por cerrarse sin lograr conseguirlo. Movió sus dedos como si su mano fuese un vibrador, causando que gimiera como una puta en celo. Sonrió satisfecho y luego la retiró. Gemí cuando por fin salió.

-Continúa con lo que haces –me pidió. Respiré hondo y le obedecí. Terminé de enjuagar y comencé a secar lentamente.

Por su parte, escuché que se bajaba el cierre y sacaba su miembro. Con su mano derecha separó mis nalgas y con su mano izquierda guio su verga. Gemí suavemente cuando comenzó a entrar. Lo hizo de manera limpia y lenta, avanzando de forma tranquila y muy placenteramente.

-Ah… -gemí cuando entró la parte más gruesa.

-Oh, bebé, que delicia –dijo cuando mi anillo anal rodeó la base de su pene.

Mis manos continuaban secando un plato que no necesitaba secarse más, pues mi mente se había desconectado de las acciones que realizaba y solo se focalizó en esa masa de carne que perforaba mi agujero. Comenzó a embestirme mientras me mordía el cuello y susurraba cuanto le gustaba.

Por momentos me la empujaba tan adentro que llegaba a levantarme del suelo. Al cabo de un rato se apegó a mí y me abrazó por la cintura, alejándome del lavamanos. Me levantó y llevó torpemente de vuelta hacia el living, sin sacar su pene de mi culo. Llegamos hasta el sofá y nos dejamos caer allí. Gemí cuando quedé sentado sobre sus muslos, sintiendo su pene punzando en el fondo de mis tripas.

Luego puso sus manos bajo mis muslos y los atrajo hacia él, dejándome con las piernas elevadas. No entendí el motivo de eso hasta que vi nuestro reflejo en la pantalla de la televisión. Se podía ver perfectamente mi culo siendo atravesado por una gruesa verga, junto con la sonrisa morbosa de Alexander atrás de mí.

-Tienes el culo coloradito –señaló con voz cargada de lujuria. Y, en efecto, pese a que era un reflejo en el televisor, se lograba ver que toda la piel alrededor de mi agujero tenía un aspecto levemente enrojecido.

No esperó respuesta de mi parte y comenzó a mover su cadera para embestirme. Poco a poco fue aumentando la velocidad. Cabe destacar que mi excitación al ver ese plano en el reflejo se elevó al mil por ciento. El movimiento de sus gordos testículos era hipnotizante, y ver cómo mi ano se expandía según el grosor de su pene era extremadamente morboso.

Pero eso no fue nada comparado con lo que hizo después. Ya que elevaba la velocidad de las embestidas y de golpe sacaba su verga de mi culo, dejando a éste abierto y boqueando con desesperación. Nunca había visto mi agujero así de expuesto, pero no me causó tanta excitación eso, sino la expresión que colocó Alexander.

-Oh, bebé… Quiero reventarte –dijo. Sus ojos eran fuego y su sonrisa prometía que me llenaría todas las tripas de leche.

Repitió ese movimiento varias veces, y cada vez sentía que mi agujero se veía más enrojecido y maltratado. Pero no quería que se detuviera. Me excitaba demasiado mirar su expresión cada vez que lo hacía, y me producía cosquillas placentera sentir el aire en esa zona cuando sacaba su pene.

Por otra parte, no quería que la sesión de sexo terminara, porque eso significa que ya no tendría más excusas y tendría que afrontar la verdad.

De pronto juntó mis piernas y las sujetó con solo un brazo. Con el otro brazo disponible sujetó mi cara y la llevó hacia él, para darme un pasional beso. Mientras su lengua invadía mi cavidad oral sus penetraciones fueron aumentando. Sentía su pene apuñalar las paredes de mi recto y me provocaba gemir en su boca cada vez que lo hacía.

-Gime, bebé. No te reprimas –decía a la vez que aumentaba la profundidad de las estocadas, provocándome gemir aún más.

Comía mi boca entre cada gemido, disfrutando lo que su verga hacía en mí. Llegó un momento en que gemía tanto y tan seguido que el beso se imposibilitó, y fue exactamente cuando él también comenzó a gemir y gruñir.

-Oh, bebé ¡Ah!... Me corro –dijo.

-¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! –gemí repetidamente ante la violencia de sus embestidas.

A continuación comencé a sentir una viscosa humedad esparciéndome por mi intestino, y acompañado a eso fui notando que la velocidad disminuía. Sus ojos estaban cerrados disfrutando de la intensidad y fuerza del orgasmo, mientras sentía su pecho subir y bajar con desesperación.

-Eso estuvo muy rico –dijo mientras lamía el lóbulo de mi oreja.

Su mano acarició mi abdomen y bajó hasta mi pene. Mientras lamía mi oreja comenzó a masturbarme lentamente. Su verga seguía dentro de mí estimulándome, aunque no tan dura como antes. Mordía mi cuello y lamía mi mandíbula a la vez que poco a poco aumentaba el ritmo de la paja.

Empecé a gemir de gusto y a contraer mi culo. Se sentía divertido ahorcar su pene esponjoso, pero incluso así era excitante. Mordió mi hombro y luego subió hasta mi boca besando mi cuello. Al cabo de un rato comencé a retorcerme de gusto y a jadear con desesperación. De un segundo a otro exploté con un profundo gemido, disparando leche en todas las direcciones. Fue tan intenso, que apreté mi agujero y su pene fue expulsado con violencia.

Él acarició mi vientre y pecho mientras yo intentaba recuperar el aire, aun sintiendo electricidad cosquilleando mi piel. Luego de un minuto volvió a elevar mis piernas como en un inicio y conseguimos ver que de mi maltratado agujero escurría su leche y caía sobre sus testículos.

Rápidamente me levanté y me dirigí hasta el baño. Sentí que me observó un poco confundido ante la brusquedad de mi salida, pero el sexo ya había terminado y había vuelto a surgir mi parte racional. En el baño limpié mi semen de mi pecho, y expulsé su leche de mis entrañas. A continuación salí del baño y choqué contra su pecho. Me abrazó y me llevó así hasta su habitación.

-Quiero estar contigo así todo el resto del día –dijo mientras me tiraba a la cama y me acurrucaba contra su pecho.

Sentir su calor y su protección me desestabilizó. Sentí un temblor por mi cuerpo y una mezcla de emociones batallando en mi pecho. Las lágrimas cayeron por mi mejilla y sin poder controlarlo comencé a llorar. Alexander se exaltó y se incorporó con preocupación.

-¿Qué sucede? –preguntó. Pero no podía para de llorar-. Diego… ¿Qué pasa? Dime…

-Alex… -sollocé.

-Diego, me estás preocupando –dijo con nerviosismo. Me tomó de la mandíbula y me miró con intensidad-. ¿Pasó algo? ¿Te hice daño?

-No, no –respondí con rapidez-. Es sólo que… No quiero que te enojes ¿bueno?

-Sí, claro –accedió-. Puedes decirme lo que quieras.

-Fernando apareció… -solté sin más. Ya no podía silenciarlo más. Sentí que mi corazón se detuvo y que el ambiente se enfriaba.

-¿Qué? –dijo frunciendo el ceño.

-Lo que escuchas. Desde hace un par de semanas que volví a hablar con él –reafirmé.

-¿Está acá?

-No. Pero por whatsapp. Me habló hace tiempo, pero no le quise responder. No estaba preparado –expliqué-. Pero cuando discutimos para la fiesta de Gonzalo… Algo me llevó a hacerlo… Le hablé y desde entonces que lo seguimos haciendo.

-¿Por qué no me dijiste? –preguntó mientras se sentaba en la cama con expresión neutra y ojos perdidos.

-No lo sé… -respondí.

-Sí sabes –dijo con seriedad-. Algo así no lo ocultarías por nada.

-Es que… -tomé aire-. Me sentía confundido… y pensé que te enfadarías.

-¿Estás con él ahora? ¿Por eso llevas tanto tiempo comportándote de forma tan extraña? –preguntó. Pude ver en sus ojos el dolor y el entendimiento. Estaba juntando todas las piezas del puzle.

-No, no estoy con él –le respondí con seriedad-. Sabes que no haría una cosa así ¿cierto?

-…. –no respondió. Ese silencio lo sentí como una patada en mi estómago.

-No lo haría, Alexander. Nunca –le confirmé.

-Pero estás confundido ¿no?

-Sí, lo estoy. Pero no por eso te engañaría –le contesté-. No niego que Fernando aún tenía esperanzas y no me atreví a echárselas por el suelo. Me sentía culpable. No me atreví a decirle de inmediato que tú y yo estábamos juntos. Pero finalmente lo hice porque entendí que era lo correcto y que no podía mantenerlo feliz con una mentira.

-¿Lo quieres? –preguntó de pronto.

-Sí, lo quiero –respondí con sinceridad.

-Entonces quédate con él –dijo con voz apretada. Sus ojos brillaban.

-No se trata de eso –le intenté explicar-. También te quiero. Los quiero a los dos.

-No puedes tenernos a ambos –me dijo rápidamente-. Créeme que no podría compartirte.

-No quiero tenerlos a ambos –dije exasperado-. Escucha, Alexander… Ustedes dos han sido los hombres más importantes de mi vida. Ustedes dos son especiales para mí y me marcaron por siempre. Si yo terminé con Fernando fue porque me lo arrebataron, no fue porque el amor que tenía por él se haya acabado. Y lo sabes. Con el tiempo ese sentimiento se durmió, pero no desapareció, y paralelamente surgió lo que siento por ti. Cuando él me volvió a hablar, ese sentimiento despertó y ahora tengo una lucha en mi pecho que no puedo controlar.

-… -Alexander se encontraba en silencio, mirando a la nada.

-Di algo –le pedí.

-¿Qué quieres que diga? ¿Qué todo está bien? Porque no, no lo está –me dijo de forma brusca-. Me has estado engañando todo este tiempo.

-No digas eso, no te he engañado.

-Pero me has ocultado cosas –reformuló.

-Era difícil de explicar –dije-. ¿Tú crees que para mí es fácil? ¿Acaso crees que es mí decisión sentirme así de confundido? He pasado noches sin dormir por esto, Alexander. Me he desgastado todo este tiempo ocultando un secreto para no dañarte ni para dañar a Fernando, a costa de estarme dañando a mí mismo. Yo no decidí sentirme así y odio estar de esta forma y que tu estés triste por culpa mía. No sabes cuánto pensé la forma de hacer esto sin que ninguno saliera dañado pero no hay manera de que sea así.

-Necesito estar solo ahora –dijo de pronto.

-¿Qué? –pregunté descolocado.

-Quiero estar solo. Necesito pensar –respondió secamente.

-Pero, Alexander…-.

-¡Déjame solo! –me gritó.

-Eh… Bueno, está bien –dije. Me puse de pie y esperé a que hiciera algún gesto de despedida. Pero no fue así.

Caminé fuera de su habitación sintiendo una briza fría bajando por mi espalda desde mi cuello. Con cada paso que daba sentía una opresión más fuerte en mi pecho. Al salir de su casa las lágrimas bajaban por mis mejillas, y un zumbido en mi oído me decía «La cagaste».

En la noche recibí una llamada de Martina, quién preguntaba por lo que había sucedido.

-Alexander está mal –me informó-. No ha querido salir de su habitación.

-Me siento horrible por eso –le confesé.

-Era necesario, Diego. Las cosas sucedieron así, y era algo que tenía que pasar –me dijo-. Claramente no fue una noticia bien tomada, pero ya no hay nada que hacer. Sólo darle tiempo.

-Lo quiero, Martina –sollocé.

-Lo sé, Diego –me sonrió-. Y sé que él también te quiere.

Realmente esperaba que fuera así. No quería perderlo. Si bien mis sentimientos hacia él y Fernando eran igual de intensos, los había separado y había decidido por seguir con Alexander. Él era mi presente, Fernando era mi pasado, y estaba seguro que poco a poco lo comprendería y mis sentimientos hacia él serían sólo fraternales. No podía arriesgar lo que tenía con Alexander, algo que era real y tangible, por una fantasía del pasado.

Pero eso no significaba que quisiera cortar la comunicación con Fernando… aunque de todas formas fue así. Después de esa última vez que hablamos, no conseguí volver a hablar con él. Le mandé un par de mensajes que fueron leídos e ignorados. Después ya ni siquiera le llegaban, por lo que deduje que me había bloqueado.

Por otra parte, Alexander me evadía y tampoco quería hablar conmigo.

-Necesito pensar las cosas –me había dicho la última vez que logré contactarme con él.

Comprendí que lo necesitara y le di espacio. Fueron días extraños para mí. Por un lado me sentía liviano y descansado, pues en mi pecho ya no habían secretos que ocultar. Por otra parte, me sentía solo y estúpido por el hecho de que Fernando y Alexander se hubiesen alejado de mí. Faltaba poco para el inicio de clases, y también para mi cumpleaños, y me frustraba que las cosas no estuvieran yendo como pensé que lo harían.

En todo ese tiempo, Jean fue de gran ayuda. Las idas al gimnasio con él eran bastante terapéuticas. Con él podía hablar de cualquier cosa, y me alegraba que no tuviera algún tipo de conexión con Alexander. Me sentía más libre que cuando hablaba con Martina, pues cuando hablaba con ella no podía parar de asociarla con Alex.

-No puedo más –le decía a Jean. Me sentía agotado y con los músculos adoloridos.

-Sólo 10 flexiones más –me pedía.

-Creo que moriré –dramaticé.

-¡Tú puedes, Diego! –me animó.

Finalmente lo logré y caí rendido. Jean gritó jubiloso y me levantó como si yo fuera un muñeco para abrazarme.

-¡Lo lograste! –dijo mientras me sacudía con orgullo.

-Creo que no puedo mover mis brazos –me quejé.

-Vamos a las duchas. El agua te ayudará.

Y fue así. El agua en mi piel fue deliciosa y me relajé bastante. Cerré los ojos para disfrutar el momento mientras Jean se duchaba junto a mí. Sin quererlo, las lágrimas comenzaron a asomarse y a mezclarse con el agua de la ducha. Un sollozo me delató y capturó la atención de mi amigo.

-¿Diego? ¿Todo bien? –preguntó.

-Sí, sí. No te preocupes –le respondí intentando forzar una sonrisa. Pero no logré mantenerla y comencé a llorar.

-¿Qué sucede? ¿Te duele algo? –preguntó mientras me tomaba de los hombros-. Quizás te exigí mucho.

-No, no, nada de eso –lo tranquilicé-. Sólo estoy emocionalmente lábil.

-Oh… Entonces llora –me dijo. Acarició mi rostro-. Te hará bien.

A continuación me abrazó, y fue el detonante para que liberara el llanto acumulado. Me aferré a sus músculos y lloré de rabia, de pena y de frustración. Sus manos acariciaban mi espalda y mi nuca, entregándome una paz que poco a poco me fue calmando. Al cabo de un rato me separé de él y sonreí aliviado.

-Vaya, eso ayudó bastante –dije con una sonrisa. Sentía mi pecho menos apretado que antes.

-Llorar hace bien, Diego. Es liberador –me dijo-. Y sabes que conmigo puedes hacerlo.

-Gracias, Jean. Créeme cuando te digo que ha sido una bendición tenerte en mi vida –le confesé-. Me has ayudado bastante.

-Me alegra que sea así –me sonrió. Me giré para ir a vestirme, pero me tomó del hombro-: Todo estará bien ¿ok? Y recuerda que siempre puedes contar conmigo.

-Lo sé –sonreí-. Gracias.

Me vestí y luego me dirigí hasta mi casa pensando en lo que había sucedido. Me sentía un poco avergonzado por el episodio, pero a la vez me sentía muy liberado. Llorar en sus brazos y dejar ir la opresión había sido muy liberador. Agradecía la actitud de Jean, que a pesar de ser tan imponente, por dentro era un ser humano muy protector y sensible.

Me dirigí hasta mi casa sintiéndome más aliviado de cómo había salido de allí. Cuando estaba llegando noté una figura corpulenta sentada en la entrada mirando la pantalla de su celular. Sentí un golpe de sorpresa al ver a Alexander allí, y caminé lentamente pensando sobre cuál sería el motivo de su presencia después de varios días esquivándome.

Cuando advirtió mi presencia guardó su celular y se levantó. Pasó su mano sobre su nuca, lo que me indicó que estaba nervioso.

-Hola –le dije.

-Hola, Diego. ¿Cómo estás? –preguntó intentando sonar casual.

-Bien. Un poco cansado, vengo del gym –le dije-. ¿Y tú?

-Bien, igual –respondió. El silencio se hizo. No me animé a hablar pues se veía que él quería hacerlo y por alguna razón no se atrevía-. ¿Puedo pasar a tu casa?

-Eh, sí, claro –contesté.

Caminé por delante de él y abrí la puerta. Le dije que tomara asiento mientras iba a dejar mis cosas a mi habitación. Aproveché ese momento para respirar hondo y ordenar mis ideas. Decidí que lo dejaría hablar y simplemente me dedicaría a escucharlo. Volví al living y me lo encontré expectante.

-Diego –comenzó-, tenemos que hablar.

-Te escucho –le dije-. La vez anterior dije todo lo que tenía que decir. Intenté buscarte y me rechazaste. Si estás ahora aquí, es porque eres tú quién quiere hablar.

-Pues sí, es cierto –asintió-. Necesitaba pensar.

-¿Lo hiciste?

-Sí, lo hice. Mucho –respondió.

-¿Y…?

-No puedo estar sin ti, Diego –dijo con voz quebrada. Y automáticamente el aire salió de mis pulmones y mis ojos se llenaron de lágrimas-. Te quiero más de lo que puedo soportar. Te quiero tanto y te conozco tan bien, que puedo entender tus motivos de que guardaras silencio, y tengo la seguridad de que jamás me traicionarías.

-Alex…

-No quiero que te alejes de mí –dijo de forma casi suplicante-. Me haces bien, Diego. Me haces sentir bien. Y claramente puedo entender por qué Fernando te quiera para él, no lo puedo culpar. Y tampoco puedo culparte en sentirte confundido entre él y yo después de todo lo que pasó, además de que últimamente no he hecho las cosas bien. Puedo entender que lo eligieras por sobre mí.

-No digas eso, Alex –interrumpí-. Él no está por sobre de ti. Simplemente son personas diferentes.

-Pero yo me he comportado como un desquiciado –se lamentó-. No quiero ser eso. Y tengo que trabajar en ello. Y, si quieres estar conmigo, prometo que lo trabajaré más duro que nunca. Y la prueba será que aceptaré que Fernando esté en tu vida nuevamente. Como amigo, claro está. Sé que lo quieres, y sé que él te quiere. Y no puedo privarte de eso, porque confío en ti.

-Valoro mucho eso, Alex –lo abracé-. De todas formas, no he vuelto a hablar con él.

-¿Qué? –preguntó descolocado. Al parecer se había esforzado mucho en aceptarlo para demostrar que era capaz de no comportarse como un celopata, para que a final de cuentas no sirviera de mucho.

-Desde la última vez que te conté, no he vuelto a saber de él –dije con tristeza.

-Oh, vaya. Quizás, al igual que yo, necesita pensar –razonó-. Para él debe ser difícil también esta situación. Posiblemente necesite entender que lo más sano que puede haber entre ustedes dos es una buena relación de amistad a distancia. Y lógicamente debe ser complicado de aceptar.

-Tienes razón. De todas formas me siento triste por este alejamiento repentino. Sigue siendo alguien importante en mi vida.

-Lo sé, bebé –me abrazó.

Nos quedamos así unos minutos, sin decir nada. Fue gratificante volver a sentirme entre sus brazos. Luego recordé que no le había dado ninguna respuesta concreta, así que para que entendiera mi decisión, subí hasta sus labios y lo besé. El sabor de su boca hizo vibrar mi cuerpo, dándome a entender lo mucho que lo extrañaba.

Los días transcurrieron con normalidad. Volvíamos a ser los de antes y todo estaba bien. Aun sentía el malestar en mi pecho por la incomunicación con Fernando, pero estaba tranquilo porque sabía que en el fondo había hecho lo correcto. La vuelta a clases llegó y junto con eso llegó mi cumpleaños.

La fecha cayó justo un día miércoles, y en mi familia es tradición celebrar el cumpleaños exactamente el día que corresponde. Por lo que apenas salí de clases la celebración comenzó.

-Por suerte la primera semana no mandan muchos deberes –dijo Martina.

-Habla por ti, yo ya tengo mucho que hacer –señaló Alexander.

-La universidad es otro mundo, amigo –dijo Gonzalo.

Nos encontrábamos comiendo unos sándwich que mamá había preparado, mientras Alexander nos detallaba cómo habían sido sus primeros días.

-Creo que ya me hice un amigo –nos contó-. Es bastante agradable, y se nota que tiene los pies en la tierra. Los otros son unos cabrones sin cerebro.

-Algo así como tú al año pasado –bromeó Martina-. ¿Qué esperabas? Estudias para ser preparador físico.

-¿Cómo se llama? –pregunté.

-No tengo idea. Le digo “Bro” –rio-. Se me olvidó su nombre y me dio vergüenza preguntarle después de 3 días.

Nos colocamos a reír y fuimos interrumpidos por mi padre quién nos dijo que era momento del pastel.

-¿No esperaremos a Tomás? –pregunté. Era uno de mis primos más cercanos. Sólo él y Jean habían faltado a mi fiesta. Aunque Jean me había dicho que no podía venir porque había tenido que cuidar a su hermano menor.

-Dijo que venía un poco atrasado –respondió mamá.

 Asentí y me puse de pie. En ese preciso instante el timbre sonó. Me dirigí alegremente a la puerta para recibir a mi primo, cuando fue otra figura la que apareció.

-¡Feliz cumpleaños! –dijo Fernando con una sonrisa radiante-. Perdón por no haber llegado antes, pero tuve que pasar a la escuela para inscribirme. No te pude avisar porque aún no adquiero un celular.

Yo estaba congelado en la puerta sin saber qué hacer. Las palabras no me salían y mi cuerpo no respondía.

-Bebé, te estamos esperan… -se interrumpió Alexander al ver quién estaba del otro lado de la puerta.

Acto seguido, mi vista se nubló y perdí el equilibrio…

(Comienza la recta final. Comenten, compartan, opinen. En mi Instagram @AngelMatsson estaré publicando las fechas de los próximos capítulos)