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El hermano de mi mejor amiga (Parte 5)

en Gays

Los días siguientes fueron bastante agradables. Pese a que aún teníamos que guardar las apariencias en el colegio, de todas formas me lanzaba miradas lujuriosas cuando lo veía pasar cerca de mí. Y el hecho de que Fernando y Martina estuvieran al tanto, me hacía sentir mucho más cómodo y ligero.

-… y apenas puedo mover el cuerpo –Martina me miraba con espanto y Fernando con incomodidad. Creo que dije más información de lo que era necesario.

-Eh, me alegro… Supongo –contestó Fernando.

-Gracias, Diego. De verdad, muchas gracias. Necesitaba tener esa imagen mental –dijo con sarcasmo Martina mientras hacía una mueca de asco.

-Primero se quejaban porque no les contaba nada, y ahora porque sí les cuento –regañé-. No los entiendo.

-Pues hay algunas cosas que te puedes reservar –dijo Martina.

-No sabía que tenías tan buena elongación, te felicito –bromeó Fernando. Me reí, y Martina terminó por caer en la tentación de risa.

-Al fin una sonrisa –le dije a mi amiga-. Debes darle crédito a tu hermano. Aún no ha metido la pata.

-Aún… tú lo has dicho –contestó. La risa se apagó.

Pero el timbre sonó y volvimos al salón. Alexander me guiñó el ojo mientras pasaba por la ventana, le sonreí de forma tímida, esperando que nadie se hubiese dado cuenta. Los últimos días lo sentía totalmente diferente. Había cambiado mucho en comparación a antes, y ahora cada vez que estábamos a solas no se despegaba de mi boca.

El día anterior, luego de ir a dejar a Martina, había pasado a mi casa. Hicimos un tour por las habitaciones mientras me follaba. Probamos todas las poses existentes, algunas muy complicadas, otras muy dolorosas y otras en la que sentía que con cada embestida me haría correr. Su verga era insaciable y aprovechaba al máximo cada momento que teníamos juntos para rellenarme, y no se contentaba solo con un round. Y al final de cada sesión mis labios quedaban hinchados de tantos besos y mamadas, y mis músculos quedaban fatigados. Pero la sonrisa de infinita satisfacción en mi rostro no la borraba nada.

El día sábado nos juntamos con Martina y Fernando en el mall para comprar algunas cosas que nos faltaban para la fiesta de aniversario. Quedaba poco más de una semana, y Martina estaba llena de ansiedad.

-Será nuestra primera fiesta juntos –decía con emoción. Llevaba varios días practicando con la cámara fotográfica para tomar las mejores fotos para el recuerdo.

Luego de estar gran parte de la mañana de tienda en tienda, nos detuvimos para ir a comer, ya que el hambre nos estaba consumiendo. Me aparté de ellos unos segundos para ir al baño. Hice lo que tenía que hacer y salí en su búsqueda. Pero me detuve cuando vi a Alexander y su grupo de amigos en el otro extremo del lugar. Estaba lejos, pero por su cuerpo y estatura no pasaba desapercibido.

Estaba hablando con su grupo de amigos, y mientras caminaba los vi disolverse. Quedó sólo Alex y Miguel que comenzaron conversar. Sea lo que sea que Miguel dijo, a Alex le cambió el rostro y comenzó a negar con la cabeza. Miguel lo miró con una especie de resignación, que por momentos se transformaba en una mueca de enojo. Finalmente sacudió la cabeza, y luego asintió, para posteriormente alejarse. Alexander lo observó con disgusto, hasta que sus ojos se toparon con los míos. Su mirada volvió a la normalidad.

-¿Todo bien? –le pregunté cuando llegué.

-Eh, sí –respondió. Pero prosiguió cuando vio mi expresión preocupada-. No pasa nada, es sólo que Miguel se mete donde no debe. En fin ¿y Martina con el otro?

-Fernando –le dije. Tenía la costumbre de siempre “olvidar” el nombre de Fernando-. Se adelantaron para almorzar. Yo andaba en el baño.

-Ah, genial. Pues ve, entonces. Yo tengo cosas que hacer –dijo. Por inercia intenté darle un beso, pero me lo esquivó. Se me olvidaba lo de no mostrar algún tipo de acercamiento extraño en público.

-No busques problemas –le dije mientras me alejaba.

-No los busco, ellos me encuentran –respondió con una sonrisa burlona-. Pero tranquilo, no pasa nada.

Voltee los ojos y suspiré. No tenía la autoridad para obligarlo a nada, así que sólo esperé que no estuviera en malos pasos. Me giré y me fui en búsqueda de mis amigos. Mi estómago crujía, y esperaba que ya hubiesen pedido algo para comer.

-Al fin llegas –dijo Fernando-. Pensé que te había tragado la alcantarilla.

-Es que me encontré a Alexander –les dije mientras me sentaba.

-Ah, sí. Creo que se iban a juntar para planear una fiesta –nos dijo.

-¿Qué fiesta? –pregunté.

-Una que harán posterior a la fiesta de aniversario –explicó-. Como la del colegio termina a las 12 de la noche, ellos quisieron hacer una para continuar celebrando por su propia cuenta. Y, por lo que escuché, quieren hacer algo grande.

-Oh, vaya –exclamó Fernando.

-Cuando los encontré, vi que Alexander hablaba un poco ofuscado con Miguel –le conté a Martina.

-El otro día lo escuché discutir con Adriano. Además…-.

-¿Qué? –le pregunté curioso.

-Lo oí hablar con Catalina –dijo. Me sorprendí.

-Tu crees que…-.

-No lo sé. ¿Tú has notado algo? –preguntó.

-No, nada –respondí haciendo memoria.

Catalina era una chica de último curso, quién era conocida dentro del bajo mundo del colegio debido a su negocio. Ciertos días, y por previa reservación, traía drogas que bajo ningún motivo deberían haber dentro de un colegio. Yo sabía que Alexander fumaba marihuana y, de hecho, tenía una planta en su casa. Pero siempre me juró que no consumía otro tipo de droga.

-Que extraño –dijo ella.

Mientras comía pensaba en el motivo de su conversación. Pero llegué a la conclusión que no ganaba nada con especular, puesto que lo más sensato era preguntarle directamente. Fue en ese instante cuando recibí un mensaje en el celular.

Nos vemos en el parque de atrás, bb. En 15 min

Me excitó que ni siquiera se molestara en preguntar. Simplemente asumía que la respuesta iba a ser positiva. Y obviamente no se equivocaba. Terminé de tragar la comida, y les dije que me tenía que ir. Yo no tenía nada que comprar, pues había decidido en usar un traje que anteriormente había usado para un matrimonio.

-¿Por qué te vas tan rápido? –preguntó Martina.

-El deber llama –le respondí con sonrisa traviesa-. Tendrán que ir por el postre sin mí –les dije con un doble sentido que provocó que Martina alzara sus cejas y que Fernando se removiera con timidez.  

La salida trasera del Mall daba a un camino que atravesaba al parque de aproximadamente 8 hectáreas. Y Alexander me había comentado que había una zona de grandes arbustos que era ideal para tener unos momentos de privacidad, y ese era el momento de comprobarlo. Bajé hasta el primer piso, y caminé con premura entre la multitud. Brevemente logré divisar al grupo de Alexander que también se dirigía a la salida, pero él no estaba entre ellos. Seguramente ya estaba afuera esperándome. Me apresuré para que no nos vieran estar juntos. Alexander me había pedido que no despertáramos sospechas en su grupo.

A la distancia vi al enorme espécimen masculino que se erguía con soberbia bajo el sol. Al verme, hizo un movimiento con la cabeza para que lo siguiera. Dando amplias zancadas, logré darle alcance y nos perdimos entre los árboles.

-¿Alcanzaste a comer? –preguntó.

-Sí –respondí intentando recuperar el aire-. ¿Y tú?

-Ahora comeré –respondió con voz rasposa y morbosa. Sus ojos de cazador se posaron en mí y sentí que un rayo lamía mi cuerpo.

-No estoy muy seguro de que sea la mejor idea venir hasta acá –le dije mientras llegábamos a un lugar lleno de pasto y rodeado por arbustos y árboles.

-¿Por qué no? –me preguntó como si la respuesta no fuera obvia.

-Porque nos pueden descubrir –respondí.

-Eso es lo excitante ¿o no? –dijo mientras se detenía y se acercaba a mí.

Mojó sus labios y luego los mordió. Se estaba saboreando, y eso sólo significaba que quería atacar mi boca. No podía negarme a ese hombre. Estiré mi cuello, y el descendió levemente para poder unirnos en un beso. Sus manos me rodearon y me apegaron a su cuerpo, mientras nuestras bocas se juntaban y nuestras lenguas danzaban.

Pronto la sensación de que nos estaban observando se disipó, y sólo existíamos él y yo. Sus manos bajaron por mi cuerpo y se apoderaron de mis nalgas. En un ágil movimiento me levantó del suelo y me sostuvo entre sus brazos. Lo abracé con mis piernas y me afirmó contra un árbol, el cual sirvió de soporte para que todo su torso se presionara contra mí. Sus caderas seguían el ritmo del beso, consiguiendo frotar su paquete contra mi culo.

Cuando sentí que mi pene estaba inundado de pre semen Alexander se detuvo. Me dejó en el suelo y comenzó a soltarse el cinturón con rapidez. Al instante supe que tenía que arrodillarme y esperar que ese trozo de carne cayera frente a mí. Siempre era un placer verlo desde ese ángulo. Tan alto, tan fuerte, tan macho. Concediéndome el honor de recibir su verga apetitosa.

Cuando por fin consiguió liberarla saboreé mis labios. Automáticamente mi boca se llenó de saliva, recordando su delicioso y conocido sabor. Me acerqué con lentitud para hacerlo esperar. Su aroma de macho llegó a mis fosas nasales, provocándome un apetito voraz que tuve que contener para no lanzarme a devorarlo. Luego comencé a sentir su calor irradiándome, y casi podía escuchar como las arterias llenaban de sangre caliente cada centímetro.

Mis labios se posaron en el espacio entre sus testículos y su pene. Con dulzura y lentitud fui subiendo dando pequeños besos por su tronco. Deposité un tierno beso en la punta de su glande, y lo miré. Sus ojos estaban inyectados en sangre, me miraban con las ansias de que me lo introdujera pronto en la boca. Disfruté el momento de tenerlo así de expectante. Saqué la punta de mi lengua y le di una traviesa lamida. Tembló.

-Ya métetela en la boca, maldita sea –rugió. Y obedientemente lo hice.

Abrí mi boca y en medio segundo conseguí meterla hasta más de la mitad. Succioné y apreté con mis labios todo su grosor, para luego subir hasta que llegué a su glande. Conseguí ordeñar un poco de su pre semen, acompañado de un gemido de satisfacción. Le sonreí. Su mano bajó hasta mi boca:

-Tienes labios maravillosos –dijo. Y sentí un fuego en mi pecho.

No alcancé a responder nada, puesto que su mano se fue a mi nuca y me hizo tragar nuevamente su pene. Ya estaba tomándole práctica a las mamadas, y como la forma de su pene era más aguda en la punta y gruesa en la base, podía permitirme tolerar mejor las estocadas profundas. Fue así que se le hizo más fácil follarme la boca, sin tanta resistencia de mi parte. Mis ojos estaban llenos de lágrimas cuando por fin se detuvo y me hizo poner de pie.

Besó mis labios y acarició mi lengua que aún tenía un poco de su pre semen fresco. Mordió mi labio y luego me giró. El árbol sirvió de apoyo para conseguir inclinarme y prepararme para lo que venía. Bajó mis pantalones y me dio una nalgada por sobre mi slip que me provocó un leve ardor. Luego se inclinó y acercó su cara a mi culo. Tomó mi slip y sacó algo de su bolsillo. A continuación sentí la tela rasgarse. Había fabricado un agujero justo a la altura donde estaba mi ano.

-¿Era necesario romperlo? –le pregunté.

-Por supuesto que sí. Era cosa de vida o muerte –respondió con esa voz ronca cargada de sexo.

Seguido de eso su lengua se hizo presente. Gemí. Trazó círculos alrededor de mi ano, y rápidamente incursionó con dos dedos. Mi culo se abrió con un poco de dolor ante la intromisión, pero inmediatamente se acostumbró a sus masajes. Los metió y sacó un par de veces, y luego introdujo su lengua por la pequeña apertura. Posteriormente entraron tres de sus dedos y pronto ya estaba listo para recibirlo.

Separé mis piernas hasta donde mi pantalón permitió y arqueé la espalda. Escuché que Alexander dejaba caer un escupo, y a continuación sentí el calor de su glande haciendo presión. Relajé mi culo y poco a poco su verga fue abriéndose camino. Abracé el árbol para no perder el equilibrio mientras comenzaba a embestirme. No esperó a que me acostumbrara para empezar a taladrarme. Aun así, paulatinamente los gemidos de dolor fueron reemplazándose por placer.

Miré hacia atrás, y lo vi subiéndose la camiseta para sostenerla con la barbilla entre su cuello. Su abdomen fibroso y marcado me saludó, y mi ano palpitó. Ambas manos se aferraron a mi cintura y rápidamente el golpeteo de nuestros cuerpos chocando decoró el ambiente. Sus embestidas eran fuertes y profundas, por lo que tenía que sujetarme con firmeza del árbol para no caer.

Cuando sacaba su verga por completo sentía una corriente de aire entrando por mi agujero que me producía pequeños calosfríos. Y cuando entraba, amaba sentir toda la textura se su pene abriéndome hasta que sus vellos tocaban mi piel y la respiración se me cortaba.

-Míralo… Ah… Cómo boquea pidiendo más –decía luego de haber sacado su miembro, admirando mi ano abierto-. Es como un pez fuera del agua. Que delicia.

Y luego bajó. Vibré cuando su lengua se deslizó por mi agujero, haciéndome cosquillas por mis paredes anales. Era fabuloso como se sentía ese apéndice caliente y viscoso haciendo jugarretas en ese lugar. Y por mucho que intentaba capturarlo con mi ano, conseguía escaparse deslizándose fuera.

-¿Quieres más? –preguntaba. Y no se dirigía a mí precisamente, sino que hablaba con mi agujero-. Eso, boquea por más. Tómalo todo.

Se levantó y dejó ir su pene completo. Gemí. Su mano envolvió mi cuello y comenzó a acelerar las estocadas. El agarre se fue haciendo más intenso, a la vez que sus embestidas fueron aumentando en fuerza. Sentí dificultades para respirar y mi cuerpo se comenzó a tensar, pero curiosamente sentía más intensamente lo que su miembro hacía dentro de mí. Mi verga comenzó a pulsar y una explosión de energía recorrió mi piel. El orgasmo se propagó por mi red nerviosa y se hizo presente en todo mi cuerpo.

De un segundo a otro me soltó y salió de mí. El aire vino a mis pulmones, pero rápidamente eso cambió, pues me tomó de los hombros y me dejó arrodillado para luego meter su pene dentro de mi boca. Rápidamente el calor inundó mi cavidad oral, y el sabor de su pene mezclado con el sabor de mis jugos internos acariciaron mis papilas. Introdujo su verga casi por completo, volviendo a cortarme el aire y sostuvo mi cabeza. Comenzó con movimiento de caderas y folló mi boca, al son de los ruidos guturales que hacía mi garganta, hasta que los chorros de semen espeso de macho se deslizaron por mi traquea.

Un grito vikingo salió de su boca mientras movía sus caderas dentro de mí, descargando su semen profusamente. El líquido viscoso y caliente descendió por mi garganta, y no se detuvo hasta que ya no hubo más que drenar. Salió de mí y pude volver a respirar. Mis ojos estaban agolpados de lágrimas y la saliva caía por la comisura de mis labios. Me levantó como si fuera su juguete favorito, y me besó. Luego se despegó y me miró con una luz de orgullo en sus ojos.

-Quiero follarte de nuevo –me dijo sin más. Su pene apuntaba todavía poderoso, aun brillando por los fluidos que lo cubrían-. Pero es tiempo de irnos.

Y luego volví a ser consiente de donde nos encontrábamos. Rápidamente acomodé mi ropa y comencé a mirar en todas las direcciones. Pero no había moros en la costa. Se acercó y me abrazó, mientras caminábamos.

-Buena experiencia ¿no crees? –preguntó-. Adrenalínica.

-Sí, no lo niego. Pero igual es muy arriesgado –respondí. La garganta me escocía, al igual que mi agujerito.

Se rio y me dio una nalgada. Cuando se comenzó a divisar gente, tomó distancia de mí. Me aseguré que mi ropa estuviera bien, e intenté poner una cara de normalidad. Me iba a dirigir hacia la salida, cuando noté que Alexander se volvía hacia el mall.

-¿No te vas? –le pregunté.

-No, tengo que hacerle unas compras a mamá –respondió-. Nos vemos mañana.

Me despedí con un movimiento de manos y seguí el sendero para atravesar el parque, pues mi casa quedaba a unos 15 minutos caminando. El parque se veía bellísimo, porque aunque el invierno comenzaba, todavía quedaban vestigios otoñales. Y ese día, pese a que estaba un poco frío, el sol arrancaba brillos dorados de las copas, y el césped se elevaba de un verde vivo. Me metí entre algunos arbustos, y saqué mi celular para tomarle una foto a un árbol que tenía hermosas hojas marrones y anaranjadas. Posteriormente capturé la imagen de las hojas caídas de bellos colores anaranjados y amarillos, sobre una cama de césped verde.

Al cabo de un rato continué mi camino, hasta que de pronto vi un rostro conocido. Miguel estaba hablando solo, bastante triste y compungido. Rebuscaba entre el pasto y daba patadas al aire. Iba a pasar sin tomarlo en cuenta, pero mi corazón de abuela me impidió hacerlo.

-¿Estás bien? –le pregunté. Sus ojos estaban enrojecidos, y su mandíbula temblaba.

-Sí, estoy bien -respondió. Obviamente era una mentira.

-Bueno, está bien –Dije. No iba a insistirle.

-En realidad no –dijo de pronto-. Perdón. Estoy furioso porque perdí el dinero que mi abuela me había pedido sacar del cajero en el mal.

-¿Qué? ¿Cómo? –pregunté.

-Veníamos tonteando con los chicos. Ya sabes, entre algunos golpes y empujones que nos solemos dar en tono de juego –explicó-. Y cuando estábamos saliendo del parque me di cuenta que el dinero no estaba. Y seguramente cayó por aquí, pues en este lugar nos detuvimos por más tiempo. Y por aquí es, más o menos, el lugar donde por última vez verifiqué que traía el sobre.

-¿Estás seguro? –pregunté.

-No, no lo estoy –dijo con voz temblorosa-. Pudo ser en cualquier parte. Pero tiene que estar aquí. Si no, no podré encontrarlo jamás.

-¿Y tus amigos? –pregunté luego de comprobar que no había ninguno cerca.

-No lo sé. Cuando me di cuenta que no estaba el dinero, salí corriendo de inmediato –respondió, mientras continuaba mirando el suelo, buscando entre el largo pasto.

-Soy un estúpido –dijo mientras llevaba sus manos a su cabeza.

-Pues sí. Y un descuidado –le dije-. Pero te ayudaré.

No estaba seguro por qué me encontraba allí ayudando a quién menos esperé, pero sabía que mis principios estaban por sobre una tonta riña antigua. Estuvimos alrededor de 10 minutos buscando en ese cuadrante, entre pasto, arbustos, plantas y flores. Hasta que de un momento a otro lo escuché exclamar jubiloso. Me giré y lo vi sosteniendo un sobre sobre de papel doblado con su mano al cielo.

-No lo puedo creer –decía-, creí que no lo encontraría.

En un lapsus de alegría, me abrazó por varios segundos mientras sentía su corazón latir rápidamente. Luego se apartó y me miró a los ojos:

-Gracias, en serio –me dijo-. Pese a todo lo que ha pasado, me alegro mucho de que te hayas tomado el tiempo de ayudarme. Sin ti, quizás cuanto rato más hubiese tenido que estar aquí.

-No te preocupes, no hay por qué –le dije. Me tendió la mano y luego se despidió.

Camino a casa me fui pensando en lo curioso de lo que había sucedido. Jamás me hubiese imaginado estar en esa situación. De todas formas, esperaba que sirviera como una forma de limar las asperezas y evitar problemas a futuro.

El lunes llovía intensamente. Me dispuse a irme rápidamente a tomar la locomoción, cuando descubrí a Alexander llegando en el auto. Desde que Martina nos descubrió, yo había decidido que no quería que me fueran a buscar ni a dejar, para que el ambiente no se colocara incómodo. Ninguno de ellos creyó que fuese necesario, pero yo sabía que sí. Por lo cual, me tomó por sorpresa que llegaran sin avisar.

-¿Pasa algo? –pregunté cuando me subía.

-Pasa que llueve –dijo Alexander, con mirada aprehensiva-. No quiero que te de un resfriado de nuevo.

-No es para tanto –contesté.

-Pues sí, lo es –respondió. Ni mi mamá se preocupaba tanto.

-Está bien –dije sin más. Martina lo miraba levemente sorprendida. Luego me miró a mí.

-Más vale prevenir –agregó.

Cuando llegamos al colegio la lluvia estaba en su máximo esplendor. Antes de entrar al salón, decidí pasar el baño a orinar. Alexander me acompañó.

-Menos mal te fui a recoger, o hubieses llegado empapado –dijo desde el urinal de al lado.

-Eh… Sí… Gracias –respondí nervioso. Me había puesto nervioso por el hecho de que estuviera orinando junto a mí.

-¿Por qué te sonrojas? –me preguntó cerca del oído.

-Por nada –respondí. Acomodé mi ropa y me disponía a lavarme las manos cuando me detuvo.

-¿Te pone nervioso ver esto? –preguntó mientras movía su pene, que aún dormido se veía de buen tamaño y apetitoso-. Pensé que estabas acostumbrado.

-Pues no –respondí. Me giré para lavarme las manos. Sentí su presencia detrás de mí y sus dos manos capturaron mis nalgas, llegando incluso a levantarme.

-Pues ya somos dos –dijo. Y se fue. Tuve que esperar unos segundos para que mi corazón dejara de latir con tanta violencia. Respiré profundo, y me dirigí al salón.

-¿Estás bien? –Preguntó Martina-. Estás colorado.

-Sí, todo bien –respondí con una sonrisa.

Me senté y escuché vibrar mi teléfono. Era un mensaje de Alexander:

En nuestro lugar, en el primer receso

Mi corazón se volvió a acelerar.

-… Entonces, Diego, ¿cuál es la diferencia esencial de las bacterias Gram positivas de las Gram negativas? –preguntó el profesor de biología. La pregunta insidiosa fue porque me encontraba mirando por la ventana en dirección a “nuestro lugar”.

-Pues las bacterias Gram positivas poseen peptidoglucano en la composición de su pared celular, el cual se tiñe de color azul-violeta. Mientras que las Gram negativas presentan una membrana externa lipídica que envuelve a la bacteria y que mantiene la estructura impermeable, con una fina capa de peptidoglicano entre esta y la membrana plasmática, por lo cual no se alcanza a teñir –el profesor quedó momentáneamente pasmado.

-Exacto. En las Gram positivas la pared celular que recubre la membrana plasmática está compuesta por una gruesa capa de este péptido, el cual se tiñe mediante la tinción de Gram. Mientras que la pared celular en las Gram negativas, se constituye de una pequeña capa de peptidoglucano y otra capa externa lipídica, la cual impide que se pueda teñir… -la explicación continuó mientras realizaba un dibujo en la pizarra, detallando las estructuras.

Martina simplemente sonrió, mientras que Fernando me miró con admiración.

-Creo que tendrás que ayudarme a estudiar para el examen –me dijo.

Luego de un rato, el profesor recibió una llamada y nos dijo que tendría que retirarse, por lo que podíamos salir antes al receso. Al salir, me sorprendió ver a Alexander en el pasillo de los baños con Catalina. Noté que ella le pasaba una bolsa pequeña con un contenido que no alcancé a divisar. Fernando me habló para preguntarme lo que sucedía, y cuando me volví a girar, Catalina había entrado al baño y Alexander se dirigía a su salón.

No estaba seguro si contarle a Martina lo que había visto, pues sabía que se preocuparía. Preferí guardármelo e intentar averiguar por mí mismo. Fue así que nos sentamos en nuestro respectivo lugar y comenzamos a charlar sobre el evento próximo.

-¿Crees que sea necesario ir a la fiesta que harán los amigos de Alexander? –preguntó Fernando.

-Será entretenido –dijo Martina. Por alguna razón estaba entusiasmada. Tenía muy grabada en su mente los típicos bailes escolares de las películas gringas, y le hacía ilusión ser partícipe-. Además, me costó poder convencer a Alexander de que nos invitara.

-¿Por qué? –le pregunté.

-Porque somos de primero, a nadie le interesa que vayamos –respondió.

-¿Y cómo conseguiste que pudiéramos ir? –preguntó Fernando.

-Porque si no iba yo, mamá no iba a dejar que fuera él –sonrió Martina-. Y yo no iba a ir si ustedes no iban conmigo. No le quedó más remedio que aceptar.

-No creo que le haga mucha ilusión que vayamos –dije. Y era obvio, con nosotros allí (y sobre todo por Martina), iba a estar un poco coartado para hacer de las suyas.

-Que fueras tú, sí –dijo Martina-. Pero Fernando y yo, no lo creo mucho.

 Me sonrojé cuando Martina dio a entender que mi presencia sí le agradaría a Alexander. Cuando el calor invadió mi rostro el timbre sonó. Segundos después salía Alexander del salón. Me buscó con la mirada, y me hizo la batiseñal.

-Chicos, el deber me llama –les dije.

-¿En serio? –pregunto Martina. Fernando se mantenía en silencio. Cuando entrabamos a ese tema se cohibía un poco.

-Pues sí. ¿Qué te puedo decir? Es insaciable –le respondí.

-Vete luego. No quiero oír ese tipo de cosas de él –me dijo mientras me echaba con sus manos. Fernando miraba el cielo incómodo.

Corrí en su dirección y me apresuré. Teníamos que aprovechar el escaso tiempo. Cuando llegué, recordé la pregunta que en mi lengua pulsaba por salir. Abrí la puerta y me recibió con esa lujuriosa sonrisa. En su pantalón ya había un bulto palpitante. Tuve que frenar a mis hormonas para poder hablar.

-¿Sucede algo? –preguntó cuando notó que no me había lanzado sobre él.

-Sólo quería hacer una pregunta –dije. Me levantó una ceja en señal de impaciencia-. ¿Qué te entregó Catalina?

-Nada que te interese –respondió. Y se acercó a mí.

-¿Estás…? ¿Consumes algo más? –pregunté sintiéndome más nervioso que él.

-No, no lo hago –continuaba acercándose. Su brazo me rodeó y su abdomen fibroso chocó contra mí.

-¿Seguro? –inquirí.

-Sí, Diego. Nada más –contestó muy cerca de mí-. Si quieres revísame.

Tomó mis manos y las llevó hasta sus bolsillos. Tanteé pero no encontré nada además de su celular. Luego condujo sus manos hacia el centro… Rápidamente noté la dureza bajo la tela. Levanté la vista. Se saboreó los labios. No tuve más remedio que arrodillarme y bajar su pantalón.

Liberé su pene y lo envolví en mi mano. Se sentía muy caliente y palpitante. Retraje el prepucio e introduje su glande en mi boca. En un abrir y cerrar de ojos, me encontraba acribillado contra la pared, mientras sus dos manos sostenían mi nuca y me taladraba la boca con su verga. Mis ojos estaban llenos de lágrimas y me sentía ligeramente mareado debido a la dificultad para oxigenarme.

Su pene entraba muy profundamente en mi garganta, pero no era suficiente para lo que él quería. Estaba empeñado en meterme su pene tan adentro como fuese posible, y no descansaría hasta que su vello púbico chocara contra mi nariz. La saliva caía por mis labios, y a ratos me sacaba su pene para besarme o para ponerme a chupar sus testículos. Finalmente me sostuvo de mis cabellos con su mano derecha, y empezó a violarme la boca. Dos estocadas profundas fueron suficiente para sentir su leche bajando por mi garganta.

-Traga –ordenó-. Bébela toda.

Tragué con obediencia y desesperación, pues no retiraría su miembro hasta que no quedara ninguna gota, y yo necesitaba urgentemente respirar. Cuando ya no hubo nada más que drenar, sacó su pene y tosí con locura. Mis pulmones se llenaron de aire y poco a poco me fui recomponiendo. Guardó su pene en su bóxer, y luego pasó sus brazos por mis axilas para ponerme de pie, ya que todavía me sentía un poco inestable.

-Eres genial –me dijo. Me dio un beso en la frente. Sentí cosquillas en mi pecho. Me abrazó y descansé brevemente en su pecho-. Creo que la próxima vez conseguiré metértela toda. Aunque hoy estuviste perfecto. Me siento orgulloso de lo que hemos logrado, campeón.

Le sonreí. Me alegraba poder complacerlo. Me aseé el rostro, y luego procedimos a salir. Me dio un coqueto agarrón en la nalga, y luego salió corriendo para ir a juntarse con sus amigos. Mi garganta dolía, y todavía tenía el fuerte sabor a semen en mi lengua. Pasé a comprarme una Sprite y luego me dirigí donde mis amigos.

-¿Estás bien? –preguntó Martina con preocupación-. Tienes los ojos rojos. ¿Estuviste llorando?

-¡Dios! –exclamó Fernando-. Diego, no digas nada. Y no, Martina. No creo que haya estado llorando. Créeme, no quieres saberlo.

-Que observador –le dije. Mi voz sonó distorsionada. Fernando se revolvió incómodo. Martina quedó pensando y al cabo de unos segundos comprendió.

-¿No crees que se está pasando? –preguntó. No me esperaba esa pregunta-. Tu garganta debe estar…

-Eh, bueno. No lo sé –y en realidad no lo sabía. Yo sólo hacía lo que él me pedía.

El timbre sonó y encaminamos a la sala. Evité hablar en todo el resto del periodo. La garganta me dolía mucho, y mi voz apenas se oía. Me despedí de mis amigos solo con un movimiento de manos y me dispuse a caminar. En la esquina del colegio escuché que alguien gritaba mi nombre. Me giré y me sorprendí al ver a Miguel caminando en mi dirección.

-Hola –saludó. Le respondí el saludo con un movimiento de cabeza-. Eh, bueno. Quería hablar contigo sobre algo.

-¿Sobre qué? –pregunté. Miguel hizo un gesto doloroso al escuchar mi voz.

-¿Estás resfriado? –preguntó.

-Eh, sí. Un poco –dije.

-Bueno, no importa. Quería hablarte de Alexander –dijo. Rápidamente comencé a ponerle más atención a sus palabras-. Él es uno de mis mejores amigos, y si hago esto es porque no quiero que se meta en problemas. Y a nosotros no nos escucha… He intentado hacerle entender, pero se pone agresivo. Y bueno, como tú y yo limamos asperezas, me sentí en la confianza para pedirte ayuda.

-… -me quedé en silencio esperando a que continuara.

-Sé que ustedes se llevan bien. Además, lo conoces hace más tiempo. Te lo digo a ti porque Alexander me mataría si le cuento a Martina –dijo-. La cosa es que anda metido en malos pasos…

-Ah… Sé a lo que te refieres –dije.

-¿Sí? -preguntó sorprendido-. Bueno, entonces sabrás que es peligroso ¿verdad?

-Pero él me dijo que… -

-Lo siento, ya me tengo que ir –me interrumpió. Adriano se dirigía hacia nosotros-. Sólo te pido que lo vigiles ¿ok? A nosotros no nos tomará en cuenta, pero quizás tú puedas evitar que se meta en problemas.

Dicho esto se fue donde Adriano, quien me miró interrogante. Me giré y continué mi camino con la extraña sensación de que Alexander me ocultaba algo. Y realmente era algo grande, de lo contrario uno de sus mejores amigos no vendría pidiéndome ayuda. Aunque, además, el hecho de que viniera a mí me colocó un poco paranoico respecto a que quizás nos estábamos poniendo en evidencia.

De todas formas no interesaba, pues Miguel pareció no darle mayor importancia. Lo que sí importaba era lo turbio que estaba sucediendo entre Alexander y Catalina. Le mandé un mensaje a Martina para saber si podía ir a su casa. Quería conversarlo con ella en persona, y ver si podría hablarlo también con Alexander. Pero su respuesta fue negativa, debido a que tenían una salida familiar. No me quedaba de otra que hablarlo al día siguiente en el colegio.

Esa mañana, cuando desperté, noté algo raro. Y, en efecto, había despertado, pero no precisamente por la alarma del celular. Cuando me giré vi que estaba apagado, y cuando vi la hora en el reloj de la pared me di cuenta que ya eran pasada las 8 de la mañana. Me levanté con velocidad y corrí para vestirme y cepillarme los dientes. Si me apresuraba conseguiría llegar para el segundo periodo.

Cuando iba de camino, me percaté que se me había quedado el celular. Igual daba lo mismo, pues ni siquiera había alcanzado a cargarle la batería. Sólo esperaba que Martina no se preocupara demasiado. Conseguí llegar justo a la mitad del primer receso. Entré saltando la muralla de atrás, y atravesé el patio intentando pasar inadvertido.

Dejé mis cosas en el salón y luego procedí a salir a buscar a mis amigos. Apenas salí, vi algo que me dejó pasmado. Miguel iba con rostro furioso y con el ojo derecho hinchado y de color violeta. Intenté seguirlo, pero me hizo una señal de negativa y sólo dijo “Alexander” antes de salir por la puerta. Adriano, que lo acompañaba, se quedó dentro del colegio. Corrí hacia él para preguntarle, mientras buscaba a Martina por los alrededores.

-¿Qué pasó? –pregunté.

-Alexander –dijo-. Miguel intentó que lo dejara.

-¿Dejar qué? –pregunté asustado.

-Creo que está en los vestidores –respondió-. Con Catalina.

No entendía nada, pero corrí hacia los vestidores. ¿Por qué me había mentido respecto a que estaba consumiendo más cosas? No había necesidad de hacerlo. ¿O es que acaso se estaba volviendo adicto? Había oído que era muy fácil volverse adicto a ese tipo de drogas. Pero no… Quizás sólo era un malentendido. Alexander me había dicho que no…

Entré a los vestidores y caminé por los lockers, hasta que los vi. Y no de la manera en que yo pensé. Alexander estaba contra la pared, mientras Catalina lo besaba y metía mano dentro de su pantalón descaradamente, mientras él no hacía nada por evitarlo. Quedé completamente desconcertado, pues no era la situación que yo había imaginado.

-¿Alexander? –dije. Mi voz sonaba quebrada. Sentí un hoyo en mi pecho.

-¿Qué quieres? –preguntó Catalina mirándome ofendida por haber interrumpido el momento. Alexander me miró, sus ojos estaban inyectados en sangre y tenía un vestigio de furia en su mirada.

Cuando me vio intentó incorporarse, pero Catalina lo empotró contra la pared.

-Calma, cariño, yo me encargo –le dijo Catalina. Luego me miró-. ¿Puedes irte? Estamos un poco ocupados, por si no te diste cuenta.

Y me fui, con el corazón deshecho y las lágrimas atoradas en la garganta. Me había mentido. Me había ilusionado. Catalina no solo lo proveía de drogas, si no que le daba algo más… Me sentía enfermo. Corrí por el colegio y fui a buscar mis cosas. No podía quedarme ahí en ese estado.

-¡Diego! –gritó Fernando. Me detuve en seco. Me giré y venía junto con Martina-. ¿Qué pasó?

-Alexander… Catalina –sollocé.

-¿Dónde está? ¿Qué sucedió? –preguntó Martina.

-Tengo que irme –dije-. No quiero estar aquí.

Me sentí mareado y con nauseas. Tomé mis cosas y dejé a mis amigos allí. Ambos notaron que no me apetecía hablar más, y no quisieron detenerme. Vi que Martina comenzó a llamar a su hermano, pero no logré averiguar si dio con él, pues volví a saltar la muralla y me dirigí a mi casa. Durante todo el trayecto no paraba de recordar la escena. Los labios de Catalina besando la boca de Alexander, y sus manos tocando su pene. Ardía el fuego en mi interior. Sentía que estaba ultrajando algo que me pertenecía. Quería volver el tiempo y golpearla, y destruirle el rostro a patadas. Me enojaba no haber podido reaccionar de otra forma. Pero al verlos, solo me sentí roto y desilusionado. Me sentí un niño indefenso.

 Llegué a la casa y me encerré en la habitación. Quería dormir, pero cada vez que cerraba los ojos la escena volvía a mi mente. Estaba furioso y triste. Pensaba en lo que Miguel me había advertido, y en cómo no me pude dar cuenta antes. Y era lógico, Catalina era una chica hermosa, con un culo perfecto y unos pechos a la medida. Era del todo gusto de Alexander. Y le ofrecía drogas, por lo demás. Yo no era competencia.

Aun así, había algo que no terminaba de encajar. ¿Por qué había reaccionado con tanta rudeza con Miguel? Él solo pretendía sacarlo de ahí. Quizás Alexander no se daba cuenta, y estaba hipnotizado por el placer del sexo y la hipnosis de las drogas. Pero ¿tanto lo iba cambiar la droga como para pelearse con sus propios amigos?  ¿Tan inmerso estaba? ¿Cómo no me fijé antes?

Cerca de las 2 de la tarde alguien tocó la puerta. No necesité ver para saber quién era. Ese toque sólo lo tenía Alexander. Volvió a golpear, pero esta vez más fuerte. La siguiente vez fue aún más fuerte.

-¡Abre la maldita puerta! –gritó.

Mi cuerpo vibraba por el miedo. Volvió a golpear y llegué a saltar del susto. Me acerqué a la puerta. Si no le abría, el escandalo iba a ser tal que los vecinos se alarmarían. Respiré y me mantuve firme.

-¿Qué quieres? –le dije cuando abrí. Sus ojos estaban encolerizado.

-Tenemos que hablar –espetó. Casi podía botar espuma por la boca.

-No tenemos nada de qué hablar –le dije-. Con lo que vi es suficiente.

-Pues tu tan mal no lo haces –me dijo.

-¿Perdón? –me ofendí-. Yo no he hecho nada. Eres un… ¡Ándate! No sé para qué viniste. Eres un cerdo.

-¿Yo? Lo mío con Catalina… -escuchar eso fue suficiente para que mi mente se desconectara. Cerré la puerta y le grité que se fuera. Si escuchaba más sentía que vomitaría.

-No te quiero ver más –fue lo último que le dije-. No me hables, no me mires. Olvídate de mí. Fuiste el peor error que he tenido. Me das asco. No has cambiado en nada. Quédate con ella.

-¡Perfecto! ¡Genial! Porque me complace de una forma que no te imaginas –dijo secamente.

Lo sentí como una bofetada. Las lágrimas corrían por mi mejilla. En el fondo esperaba que insistiera, que me dijera que todo era un error. Pero nunca sucedió. Escuché que algo se deslizó por debajo de la puerta, y luego oí el portón cerrarse. Cuando recogí el objeto, Alexander echó andar el motor de su auto y luego de dar una potente acelerada se marchó.

Era una foto. Y no cualquier foto. Era una en la que capturaba el momento exacto donde Miguel y yo nos abrazábamos. Era de ese día en el parque, después de ayudarlo. Atrás había una nota:

Para que veas a quienes les entregas tu confianza.  No tienes amigos. Estás solo

¿Quién tomó la foto? ¿Qué estaba pasando? ¿Qué pensaba Alexander de mí? Me sentí mareado. Me senté en el piso y mi mente voló…