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El hermano de mi mejor amiga (Parte 4)

en Gays

El río pasaba justo en el punto medio entre la distancia de su casa y la mía. Desde pequeños fue nuestro punto de encuentro, sobre todo en los días de verano. Era nuestro lugar para jugar, reír, pasear, y también donde íbamos a hablar nuestros problemas o tristezas. Se me vino a la mente el día en que más lágrimas amargas se derramaron sobre sus aguas. Fue precisamente el día en que Alexander se fue a Canadá. Martina sintió que un trozo de su corazón la abandonaba.

Era un poco poético que varios años después volviéramos ahí, a causa del mismo personaje, pero por diferente motivo.

Desde el colegio, el camino era más largo que desde nuestras casas, por lo que tuve que subirme al primer taxi que encontré. Tenía las piernas ansiosas y las manos me temblaban. Quería llegar pronto, aunque no estaba seguro lo que tenía que decir. “¿Perdón por follar con tu hermano?” o “¿Perdón por mentir?” o quizás “Perdón por ser un amigo horrible, si quieres me tiro al río y me suicido”.

Cuando me bajé del taxi, la briza otoñal sacudió mi cabello. Entré al parque y atravesé el bosque en dirección al río. Los árboles rugían por el viento, dejando caer sus hojas sin vida, entregando un paisaje bastante dramático. Caminé por un sendero y llegué al río, avancé por la orilla hasta que llegué a nuestro sitio frecuente. Era una especie de medialuna que se formaba a la orilla del río, con un gran sauce que hacía de techo, y con una capa de verde pasto en el suelo.

Martina estaba allí, sentada sobre una roca, con la cabeza entre sus rodillas y sus brazos cubriendo su cara. La lluvia comenzó a caer nuevamente. Me quedé parado, observándola, sin atreverme a refugiar bajo el árbol. No estaba seguro sobre cómo iniciar la conversación.

-Si no vas a decir nada es mejor que te vayas –dijo sin elevar el rostro. Me quedé sorprendido al sentirme descubierto.

-No me iré –dije luego de unos segundos.

-Entonces no te quedes ahí, parado como estúpido. Vas a agarrar un resfriado –sonreí. Incluso en ese estado seguía preocupándose por mí.

Di unos pasos y me refugié bajo el árbol. Si bien el sauce no detenía completamente la lluvia, era mejor estar ahí que afuera. Me senté frente a ella, y la miré fijamente. Sentí una incomodidad en el trasero y Martina se dio cuenta, pero no dijo nada. Evitaba mirarme a los ojos, y yo no quería comenzar a hablar sin que antes lo hiciera. Y no lo hizo hasta varios minutos después.

-¿Podemos hablar? –pregunté. Asintió con la cabeza. Sus ojos estaban hinchados y húmedos-. Primero quiero decirte que lo lamento. En serio que lo hago. Siempre supe que lo que hacía no era lo correcto, y lamento mucho haberme enrollado con él…

-No es solo porque te hayas enrollado con él –dijo-. Es por todo. No eres solo tú, también es él. Son ambos.

-No entiendo –dije. Y en realidad no entendía.

-Hace días me di cuenta que algo raro pasaba –respondió. Y ya estaba empezando a molestarme que todo lo que yo hiciera fuese para todos tan evidente-. Es decir, no sabía exactamente lo que sucedía, pero ambos estaban muy sospechosos.

-Pero ¿qué es lo que sabías? –pregunté ya un poco desesperado.

-Era evidente que babeabas por Alexander. Eso era claro, y no te culpo por sentirte atraído por él. Además, creía que no iba a pasar más allá de una simple fantasía. Hasta que noté un comportamiento diferente en Alexander hacia ti. Y comencé a temer por ti…

-¿Por mí?-.

-Sí, Diego. Hay muchas cosas que finjo no saber, pero que sé. Semanas previas había escuchado ese estúpido jueguecito que habían pactado Alexander y sus amigos…

-Sé a lo que te refieres –dije. Me miró sorprendida-. Me contó sobre eso.

-Pues tenía razón, entonces. Sospeché que se iba a aprovechar de que tú estabas colado por él y te iba a usar… Y mis sospechas se volvieron más claras cuando se ofreció a irte a buscar a la casa todas las mañanas para llevarte al colegio. Es por eso que he estado tan perspicaz. Y esa mañana hablé con él –y recordé que ese día Martina se había quedado hablando con Alexander mientras yo saludaba a Fernando. Y también recordé el gesto contrariado que llevaba Alexander luego de hablar con su hermana-. Antes de ir a tu casa, le confesé que había escuchado lo que él y sus amigos hacían, y le advertí que contigo no se metiera. Y se lo volví a repetir cuando llegamos al colegio. Me juró que no haría nada. Pero sí lo hizo, y quizás cuantas veces…

-Martina…-.

-Me tardé en descubrir que algo pasaba. Nunca los dejaba solos, siempre buscaba una excusa para estar con ustedes –Y eso explicaba muchas cosas. Quizás esa era la verdadera razón por la cual no podíamos ir a follar a su casa-. Pero ustedes seguían extraños, y eso me decía que algo estaba sucediendo. Hasta que tus ausencias dejaron de ser creíbles… Intenté pensar que no era así… Intenté creer en la promesa de mi hermano… Pero finalmente dudé y los seguí… Ya sabemos cómo terminó.

-Yo…-.

-Si estoy triste es porque mi hermano traicionó mi confianza, y porque mi mejor amigo me mintió y no fue capaz de contarme lo que sucedía, mientras yo hacía todo para protegerte –dijo-. Estoy herida, estoy frustrada. Sé que en parte es mi culpa porque yo tampoco quise advertirte de su juego, pero quería creer en él, y quería creer que si llegaba a pasar algo tú me contarías. Pero caíste en su juego y me mantuviste a margen. Se supone que somos mejores amigos…

-Yo quería contarte, pero él me dijo que no lo hiciera… Y yo…

-No lo digas… No digas que lo quieres. Eres un juguete para él, te está usando y te manipuló para que no dijeras nada.

-No es así, Martina. Yo sabía en dónde me estaba metiendo, y me arriesgué igual. Incluso cuando me contó todo. No me obligó a nada… Quizás… Quizá de verdad tu hermano quiere estar conmigo.

-¡Ja! ¿De verdad crees eso? ¿Crees que se iba a enamorar de ti porque se juntaban un par de veces en los baños del colegio?

-Respecto a eso… Las cosas con Alexander comenzaron antes... La primera vez sucedió cuando fuimos a tu casa a ver una película, y tú con Fernando fueron al trabajo de tu madre ¿recuerdas?

-… -Su rostro de impacto me causó un retorcijón de tripas.

-Si de verdad fuera parte de su juego, esto ya habría terminado. Si esto sigue es porque ambos queremos. Me gusta tu hermano, siento cosas por él. Y estoy casi seguro que él siente lo mismo por mí. Sólo que no sabe demostrarlo, o quizás aún no se da cuenta por su extraño pensamiento machista.

-Yo... –Martina lucía casi enferma por toda la información. Seguramente se sentía un poco decepcionada de que sus sospechas llegaran tan tarde.

-Escúchame –le dije-. Nada de lo que te dije justifica lo que pasó. Tienes toda la razón de sentirte traicionada. Sé que tuviste buenas intenciones aunque interviniste una vez que lo que teníamos con Alex ya hubiese empezado desde antes. Pero debes comprender que él no me tiene obligado ni manipulado, debes aceptar que Alexander no es como piensas.

-Diego, yo conozco a mi hermano. Sólo Dios sabe cuánto lo amo, pero eso no impide que no vea la persona que es. Si de verdad tuviera las intenciones que tú imaginas, me lo hubiese dicho cuando lo confronté, pero no fue así. Y eligió actuar desde las sombras. Usando la excusa de irte a buscar y a dejar sólo como un pretexto para tenerte vigilado, y para manipularte.

-No es así, en serio. La forma en que es conmigo es muy diferente a como es normalmente. Hay un gran cambio, sólo que tú no lo ves.

-Es porque yo lo veo como es en realidad y no como quiero que sea o como él aparenta ser –me sostuvo la mano-. De verdad no quiero que te dañe. Me enojaría mucho que te rompa, sabiendo lo que significas para mí. Y me aterra que haya conseguido calar tan profundamente en ti.

-No lo hará, ya verás –le dije.

-Me gustaría creerte, pero lo conozco demasiado. Su ego, su lujuria y su falta de límites lo ciegan. A él solo le importa su propio bienestar, su propio placer, y usa a la gente solo para su beneficio, sin importar las consecuencias. Todo eso, sumado a su “problema” lo hace ser alguien peligroso para ti.

-¿Problema?.. ¿Qué sucede, Martina? Me asusta que hables así de él…

-No lo conoces, Diego.

-Ayúdame a conocerlo, entonces –le sugerí. Me miró a los ojos y pensó. Se veía dubitativa, no estaba segura de si debía hacerlo.

-Alexander tiene problemas para el control de la ira. Cuando se enoja se transforma y sale de sí. Es por ese motivo que mis padres lo obligaron a inscribirse en dos deportes, para que de alguna forma liberara la rabia que acumula –Eso explicaba mucho: su exceso de energía, su capacidad de hacer que hasta lo más mínimo se convirtiera en una batalla a muerte, y también la forma en que su mirada cambiaba cuando se enojaba.

-Eso no me sorprende demasiado. Simplemente explica lo que ya se podía ver normalmente.

-Pero no es lo único. Su exceso de ira y su capacidad de intimidar a cualquiera, lo volvió muy reconocido en su colegio en Canadá. Y sucedió allá lo mismo que aquí, se hizo popular y un sujeto codiciado por las chicas más aventureras y adictas al peligro. Y tal como aquí, él las consideraba juguetes para su placer. Hasta que una se enamoró perdidamente de él. Obviamente él no sentía lo mismo, ella sólo era un recuerdo desechable. Pero no desistía, le mandaba cartas y hacía todo para llamar su atención. Y un día, sin poder resistir más el rechazo y la indiferencia, se quitó la vida.

-Mierda… -sentí la sangre abandonar mi rostro.

-A Alexander no le importó. O si lo hizo, jamás lo hizo saber. Fue un escándalo en el colegio, pero no podían hacer mucho, la decisión la tomó ella… Pero el mejor amigo de la chica, junto con su hermano, intentaron hacer “justicia”. En pleno colegio le hicieron una encerrona a Alexander y se le fueron encima. Pero Alexander, que ya estaba acostumbrado a las peleas, los dominó. Los golpeó, y no se detuvo hasta que dos profesores y un compañero, lo quitaron de encima. Papá quedó descolocado cuando lo vio con toda esa sangre salpicada. Fue la gota que derramó el vaso. Alexander salió del colegio, y bueno… Ahora está aquí.

-No sé qué decir –estaba en shock.

-Alexander me ama, y sé que jamás me haría daño. Pero es porque soy su hermana. No quiero que corras la misma suerte, Diego. No te pido que lo odies, sólo no te involucres más. Me da miedo lo que pueda hacer.

-¿Va a psicólogo? –por alguna razón necesitaba saber eso.

-Actualmente no. No quiere, pero mamá y papá están poniendo todo el esfuerzo para intentar convencerlo de alguna forma.

-Martina, te creo absolutamente todo. Pero creo haber visto un Alexander diferente este último tiempo. Y estoy seguro que…

-¿Qué lo vas a hacer cambiar? –preguntó-. Diego, no seas iluso.

-Creo que me siento enfermo –dije. Todo en mi cabeza daba vueltas. Pero era cierto, habían momentos en que Alexander dejaba ver otro lado de él. Un lado menos aterrador, y estaba seguro que a medida que el tiempo pasaba, se iba haciendo más visible-. Necesito pensar.

Nos quedamos en silencio bastante rato. No estaba seguro qué hacer, pero llegué a la conclusión que lo mejor era alejarme de él por un tiempo y pensar las cosas de forma fría. Martina se conformó con eso, y luego nos fuimos a nuestras respectivas casas.

Me fui caminando, pensando en todo lo que había sucedido. En mi mente estaba en lucha las dos versiones de Alexander: la que exponía Martina, y la que veía yo. Por momentos ganaba la de Martina, pues la evidencia era enorme. Pero a veces, era mi versión la que tomaba protagonismo, porque, si bien sólo eran pequeños atisbos, todo apuntaba a que con el tiempo irían en aumento. ¿Era posible, cierto? El Alexander que vi en mi primera vez, no es el que continué viendo en las siguientes veces. Su tacto era diferente, la forma de hablarme era diferente, y sobre todo, la forma de verme era muy distinta…

El problema de eso era que Martina no lo veía, porque Alexander era así sólo conmigo. Y mientras ella no se diera cuenta, no podrá pensar de otra manera. Odiaba estar en medio de todo. Sabía que me traería problemas hacer cosas a escondidas. Sabía que Alexander traería turbulencia a mi vida. Pero, incluso así, me arriesgué por él.

Al otro día desperté sintiéndome enfermo. Sentía todo mi cuerpo caliente, y el dolor de cabeza era tanto que me molestaba abrir los ojos. Mamá me aconsejó no ir a clases, luego de regañarme por haber llegado todo mojado el día anterior. Intuí que Alexander no me iría a buscar esa mañana, así que le mandé un mensaje a Martina para contarle que me quedaría en cama y no iría a clases.

Luego de eso me volví a dormir. En ese breve periodo, tuve un sueño. Estaba bajo el sauce con Alexander, sentado en la orilla con los pies en el agua. Sus ojos eran cálidos y amigables, exactamente a como los recordaba de cuando éramos más niños. Sus manos acariciaban mi piel, y yo no podía perder contacto visual con él. Luego la escena cambiaba, y yo me encontraba sobre él, cabalgándolo con intensidad. Podía sentir su miembro dentro de mí perfectamente, pulsando a la altura de mi vientre, y arrancándome pulsos de electricidad en mi interior. La velocidad aumentaba, y a medida que la penetración se hacía salvaje, su mirada se oscurecía. Pronto sus ojos se volvieron de un negro diabólico, y sus manos estrangularon mi cuerpo, impidiendo que yo pudiese escapar. Grité para soltarme, porque sentía que sus embestidas comenzaban a romperme por dentro…

Desperté. Mi corazón latía con violencia. Todo mi cuerpo estaba sudado y mi cabeza pulsaba. Eran las 10 de la mañana, así que decidí levantarme y darme una ducha para despejar mi mente y enfriar mi cuerpo. Coloqué un poco de música y disfruté del agua acariciando mis curvas y mi piel.

Sentía mis muslos un poco entumecidos debido a la posición incómoda en la que habíamos estado con Alexander el día anterior en el baño. Recordé ese momento… recordé su tacto sobre mi piel y su miembro entrando y saliendo. Pero luego recordé el sueño y todo lo que me había dicho Martina. Consideré la idea de alejarme de él. Quizás, era la solución para volver a tener la vida despreocupada que tenía. Siempre supe que estar con alguien traería más problemas que soluciones-Sobre todo si ese alguien ya era un problema por sí solo.

Sequé mi cuerpo y me apliqué una crema que usaba mamá para las tensiones, que tenía un rico aroma a miel. Luego me preparé un té y me tendí en el sofá a ver televisión. Ya eran poco más de las 11 de la mañana. La ducha me había sentado bastante bien y la fiebre había bajado un poco. Justo cuando recordaba lo mala que es la TV durante la mañana, el timbre sonó.

Me levanté y me dirigí a la ventana para ver de quién se trataba. Me quedé de piedra cuando vi la silueta de Alexander. Rápidamente cerré la cortina y retrocedí. ¿Qué estaba haciendo en mi casa a las 11 de la mañana? ¿Qué quería? Lo sabría si abría la puerta, pero no quería hacerlo. No estaba preparado para hablar con él, aún tenía mucho que analizar.

El timbre sonó nuevamente, y una voz poderosa se irguió a continuación:

-¡Diego! ¡Abre la puerta! Sé que estás ahí, te vi por la ventana –me di una palmada en el rostro por ser tan poco cuidadoso. Pero me quedé estático, como si eso me hiciese desaparecer-. Por favor, Diego, tenemos que hablar.

Caminé hacia la puerta y me apoyé en ella.

-No quiero hablar, Alex –le dije tranquilamente.

-¿Por qué no? –preguntó con una gota de impaciencia.

-¿Te parece poco lo que sucedió ayer?

-Bueno… Pues, por eso mismo tenemos que hablar –argumentó-. Ya hablé con Martina, anoche… bueno, en realidad me gritó y yo solo escuchaba –sonreí al imaginarme la situación-. Pero conseguimos llegar a un acuerdo, aunque no le agradó mucho.

-¿Cuál? –pregunté interesado.

-Si me dejas entrar te lo cuento –respondió. Pude imaginar su sonrisa petulante cuando dijo eso. La curiosidad mató al gato, dicen. La curiosidad tocó mi puerta, y yo inmediatamente comencé a ronronear.

-Está bien –dije. Abrí la puerta. Su rostro con una sonrisa de autosuficiencia me saludó. Rápidamente entró y cerró la puerta tras él.

-Que buen recibimiento –señaló levantando la ceja derecha. Por dios, me derretía cuando lo hacía. Pero luego aterricé y me di cuenta que lo decía porque sólo llevaba un slip y la parte de arriba de mi pijama. El living estaba calefaccionado y se me hacía muy cómodo andar así.

-No esperaba visitas –dije nervioso. Me iba a dirigir a mi habitación para cambiarme de ropa.

-No seas tonto, quédate así –dijo sonriendo-. Te he visto más desnudo que eso.

-Ya, pero ahora es diferente –mis mejillas se sonrojaron.

-Tonterías –dijo, haciendo un movimiento con los hombros-. Quédate cómo estás, me gusta ese look.

Se mordió los labios. Mis mejillas ardieron. Pero, como siempre, le hice caso y me senté en el sofá. Tomé un cojín y lo puse entre mis piernas, para mayor seguridad. Se sentó frente a mí. Me miraba como si fuese un gato mirando a la carnicería. Abracé más fuerte el cojín.

-Habla –le pedí con voz temblorosa.

-¿De qué? –jugueteó. Fruncí el ceño-. Bueno, está bien.

-¿Entonces…? –lo apuré.

-Pues, nada. Me dijo lo que seguramente a ti también te dijo. Estaba furiosa conmigo –sonrió.

-¿Qué es lo divertido? –le pregunté.

-No lo sé. Me siento más liviano, con un peso menos de encima –dijo-. Me hizo sentir bien poder hablarlo con alguien… El punto es que le dije que tenía razón en estar molesta. Pero también le dije que no podía asumir cosas malas de mí sólo por mi pasado. En el fondo me estaba condenando por algo que aún no he hecho: lastimarte. ¿O sí?

-No… Creo que no-.

-Exacto. La parte en que le mentí fue lo que más le di razón para estar enojada. Y me sentí mal porque no quise hacerlo.

-No se te hizo muy difícil…-.

-Que no se me haga difícil no quiere decir que me sienta bien por haberle mentido –añadió-. Si lo hice fue porque no sabía cómo explicarlo. Es difícil explicar lo que tenemos ¿sabes? Pero ya que ella lo sabe ahora, todo es más liviano.

-¿Y en qué quedaron? –no quise indagar más en sus sentimientos al respecto, porque no quería hacerme falsas ilusiones.

-En lo que le dije. Es decir, mientras ella no tenga motivos reales, y mientras tú quieras seguir con esto, no hay razón para que ella se interponga. Sea lo que sea que tengamos, no es algo que cause daño a ninguno de nosotros. Y ninguno está obligado a mantenerlo –dijo. Me causaba conflicto ese “sea lo que sea”-. Por lo que vine aquí para confirmarlo. ¿Quieres continuar, verdad?

-Eh…-.

-¿”Eh”? No es la respuesta que esperaba –señaló-. ¿Qué sucede?

-Digamos que saber eso sobre ti… sobre tu pasado, no me dejó muy claro todo –respondí.

-Diego, no estoy orgulloso de mi pasado. Pero es mi pasado, no puedo hacer nada respecto a eso. Tú estás en mi presente, y eso es lo que importa –dijo con voz firme-. Yo ya no soy ese chico, y es injusto que impidan que me lo saque de encima, si a cada rato me lo recuerdan.

-… -no estaba tan seguro sobre lo que decía. Ese chico todavía existía…

-Déjame demostrarte que he cambiado –me miró a los ojos. Temblé-. Por favor, permíteme hacerlo. Aunque no creas, he cambiado mucho. Tú mismo puedes notarlo ¿recuerdas? Ya no soy el mismo chico con el que perdiste tu virginidad.

-Es cierto –contesté. El fuego comenzó a nacer en mí. Tal vez tenía razón, estaba logrando conquistarlo. Había cambiado por mí. Es más de lo que muchas han intentado o logrado. Él no era un hombre cursi ni fácil, así que si había logrado tanto con él, eran pasos enormes. Si continuaba… pronto el “sea lo que sea” iba a significar algo más. No podía rendirme-. Tienes razón. Comprendo que para ti sea difícil, y no niego que ha habido pequeños cambios, pero que para ti son enormes.

-Exacto –asintió-. Te prometo que esto mejorará. Si bien esto tiene que seguir siendo secreto, por obvias razones –las cuales son que simplemente éramos folla-amigos-, pero ya no es necesario que lo ocultes con Martina o Fernando. Y creo que eso ya es suficiente, teniendo en cuenta que son los únicos que importan del colegio.

-En efecto -tampoco me interesaba hablarlo con otra gente. Ellos eran mis únicos amigos.

-¿Entonces todo bien? –preguntó con entusiasmo.

-Sí –respondí.

Gritó de júbilo y se puso de pie. Se acercó a mí y me abrazó. Oler su perfume me subió al cielo, y sus brazos alrededor de mi cuerpo me confortaron de forma increíble. Su mano bajó por mi muslo en forma traviesa. Me removí. No iba a caer en el juego tan rápido. Si bien éramos folla-amigos, yo no era su juguete.

-Creo que es mejor que te vayas –le dije-. No me siento muy bien hoy –aunque, a decir verdad, me sentía mucho mejor que en la mañana.

-Pero… -protestó.

-Es mucho que digerir, Alexander. Sólo quiero pensar –le pedí. Me sorprendí al ver una mirada comprensiva. Acarició mi mejilla.

-Está bien, bebé –vibré al escucharlo.

Lo acompañé hasta la puerta, y me despedí.

-Descansa –dijo, y sin previo aviso insertó un beso en mi frente.

Automáticamente una ola de sensaciones se amplificaron desde esa zona en mi frente, hasta todo el resto de mi cuerpo. Sentí un calor intenso punzando en mi cabeza y que causó que mi corazón se acelerara. Noté la sorpresa en su rostro. El beso había sido un acto reflejo que simplemente le nació, y que no pensó. Su cuerpo había actuado sin pedirle permiso a su cerebro. Sonrió. ¡Sonrió! Es decir, no le desagradó.

Era mi momento.

Salté sobre él y me dirigí hasta sus labios. Se sorprendió, mas no me esquivó. Mi boca tocó sus turgentes labios, y todo el mundo se apagó. Vi colores cuando su boca se abrió y su lengua se deslizó dentro de mí. Mi pecho se infló cuando nuestras lenguas bailaron por primera vez. ¡Dios! Besaba muy rico. Su sabor era delicioso. Su agarre era tan masculino, que sentía que reclamaba todo mi cuerpo para él. Sentí ganas de llorar. El cumulo de sensaciones estaba desordenando mis emociones.

Luego de lo que parecieron horas, se separó de mí. Me miraba expectante. Sus labios estaba más rojos e hinchados que nunca. Miró mi entrepierna, la que delataba un gran bulto en mi slip. Lo tomé de la mano y lo invité a pasar otra vez. Una media sonrisa nació de la comisura de su labio. Entró rápidamente y me tomó de la cintura. Me levantó como si fuese una pluma, y automáticamente mis piernas lo envolvieron. Atacó mi boca, mientras me conducía a mí habitación.

Me sentía ahogado por sus besos, pero cada pausa que hacía para respirar sentía que me quitaba valiosos segundos. No quería por nada en el mundo despegarme de su maravillosa boca. Era mil veces mejor de lo que en mis sueños imaginé. Era increíble el efecto que un beso podía provocar en mi cuerpo. Cada caricia se sentía amplificada, y mi cuerpo vibraba como si fuese un orgasmo constante.

Me dejó caer en la cama y él quedó sobre mí, aun con mis piernas alrededor de su cadera. Su pantalón del uniforme se frotaba contra mi slip, en un movimiento constante y delicioso. Sentía su erección tras la tela, gritando por salir. Y también sentía la mancha de humedad que había en mi slip, y que con cada beso aumentaba su radio. Se apartó de mí. Me miró detenidamente, y noté que tanto él como yo estaba sorprendido por cómo todo había girado de un momento a otro. Apostaba mi testículo derecho a que ni él se imaginó el efecto que ese beso iba a producir.

Pero no me detuve a analizarlo, pues al instante humedeció sus labios y volvió al ataque. Era irreconocible. Jamás había sentido tal deseo de su parte. Sus manos y su boca estaban por todas partes, reclamando cada milímetro de mi piel, succionando el oxígeno de mis pulmones e intercambiándolo por placer.

A una velocidad intergaláctica, tomó mi pijama y me lo quitó. Para luego descender y tomar mi slip desde el elástico y bajarlo por mis piernas hasta hacerlo volar por la habitación. Contempló mi desnudes y amé sentirme tan deseado por él. Gruñó. En un pestañeo su ropa voló por la habitación, y su pene quedó libre apunando al techo. Admiré la forma de flecha que tenía, más agudo en la punta y más grueso en su baso.  Su glande estaba congestionado en sangre, y sus gordos testículos se tambaleaban cual macho alfa.

Arremetió contra mí, y esta vez nuestros cuerpos estuvieron en contacto piel con piel.

-Que suave estás… Hueles rico… Eres delicioso –decía mientras se frotaba contra mi cuerpo. Había sido una buena decisión usar la crema de mamá-. Quiero devorarte..

La temperatura subió un par de grados más. Su pene se clavaba a la altura de mi ingle, mientras que mi pene le embarraba de pre-semen su bajo vientre. Sentí sus manos bajar por mis costados, hasta que llegaron a mis muslos. Ambas manos envolvieron mis piernas, y luego se levantó. Acercó mis rodillas a la altura de mi pecho y dejó mi culo expuesto para él. Se saboreó con morbo al ver el tesoro que se ocultaba entre mis dos masas de carne.

Se posicionó mejor entre mis piernas, y descendió para quedar frente a mi ano. Abracé mis rodillas para ayudarlo, y rápidamente se hundió para devorar mi agujero. Gemí. Grité, de hecho. Mis sentidos estaban a flor de piel y cada lamida se sentía aumentada en cien. Mordió mi nalga izquierda, sólo para oírme gritar otra vez.

-¡Ahh! –chillé. Una mezcla de dolor y placer.

-Más fuerte –me animó. Esta vez mordió la nalga derecha.

-¡Ahh! ¡Dios! –me quejé. Sonrió.

Escupió en mi centro, y comenzó a incursionar con sus dedos. Frotó con dos de ellos por alrededor de mi ano, y luego dio un rápido azote con ellos en mi agujero que me hizo gemir. Mi ano boqueó adolorido, pero buscando por más atención. Lentamente sentí que comenzó a realizar presión, y poco a poco sus dedos se fueron adentrando en mi cuerpo.

-Bebé, no aprietes –dijo, pues mi ano se había cerrado de forma refleja-. Relaja el culito.

Siguió metiendo sus dedos, hasta que sus nudillos tocaron mi piel. Mordí mis labios al sentir sus dedos revoloteando en ese estrecho canal. Por momentos los sacaba completamente, y su lengua entraba en su lugar para lubricar. Luego se apartó y dejó que liberara mis piernas. Sentía mi ano viscoso y ligeramente abierto. Tomó mi cadera y me hizo girar, para quedar boca abajo.

No tuvo que pedirlo para que yo, sumisamente, tomara la posición correcta: pecho a la cama y culo al cielo, con la espalda en perfecta curva. Sus ojos se iluminaron. Sus manos capturaron mis nalgas con energía, arrancándome un gemido. Las separó hasta más no poder, y se quedó algunos segundos apreciando mi palpitante agujero. Dejó caer saliva, y arremetió con tres dedos. Sólo bastaron algunos movimientos para conseguir la dilatación perfecta.

Pronto sentí un cuerpo extraño acercándose a mi ano. Expedía calor y lujuria. Mi culo tembló al sentirlo cerca, ansioso por recibir a su intruso favorito. Con su mano izquierda separó mis nalgas, y con la derecha tomó firmemente su miembro para guiarlo en la dirección correcta. Su glande tocó mi piel justo en el lugar donde había caído su escupo. Jugó con él, y lo esparció por todo el contorno, como si con su pincel pintara un lienzo.

-Aquí vamos –dijo de pronto. Y el aire escapó de mi boca cuando su glande comenzó a hundirse.

Entró lenta y suavemente. Dolía, pero no un dolor terrible, pues la forma de su pene hacía que la entrada se abriera lentamente. Además, mi cuerpo ya estaba preparado para recibirlo, por lo que ya conseguía relajarse para dejarlo entrar. Aun así mi estrechez impedía que la penetración resultara sin ningún tipo de molestias. Por lo que igual tuvimos que hacer una pequeña pausa cuando iba en la mitad, y otra cuando por fin estuvo completamente dentro.

En el momento en que mi culo se acostumbró, pude cerrar los ojos y disfrutar del vaivén. Sólo escuchaba sus gruñidos masculinos de fondo y el golpeteo de nuestros cuerpos al chocar. Me acomodé y abracé la almohada, dejando mi cuerpo a su completa disposición.

Sus manos recorrían mi cuerpo como si fuese una extensión del suyo. Tocaba mis muslos, mi cadera, mi cintura, mi cuello y tiraba de mi cabello. Le gustaba tenerme así: sujeto del pelo mientras me empotraba por la espalda. La punta de su verga clavaba mis intestinos, provocando que gimiera en cada ocasión. Una mezcla de dolor y placer recorría mi cuerpo cuando sucedía eso. Una mezcla bastante peligrosa.

-¿Estas más caliente, bebé? ¿O es ilusión mía? –preguntó.

-Creo que sí lo estoy. Tuve un poco de fiebre en la mañana –respondí.

-Aquí dentro te sientes arder –dijo mientras enterraba con fervor su verga en mi interior, consiguiendo moverme unos centímetros-. Me fascina.

Yo no conseguía distinguir si el calor era por la fiebre o por la excitación. Quizás era por ambas cosas, aunque en ese momento no sentía ningún síntoma y sólo había placer.

Sacó su pene por completo, y dejó mi ano boqueando. Bajó para besarlo y saborearlo. Amaba la forma entusiasta con la que me comía el culo. Me hacía sentir como el caramelo más deseado. Subió por mis nalgas y por mi columna, hasta llegar a mi cuello. Sus manos me envolvieron y me giraron. Quedé boca arriba y él se hizo un espacio entre mis piernas. Rápidamente lo rodeé con ellas y esperé que su pene entrara nuevamente en mí.

Por supuesto no me hizo esperar. Introdujo su glande y se detuvo para observarme. Lo miré deseoso por más.

-¿Sigo? –preguntó. Mi ano boqueaba desesperado por más, ahorcando su glande con ansiedad, intentando succionarlo y arrastrarlo hasta el fondo.

-Sí… -pedí. Esperó unos segundos más-… Por fav… ¡Ahh!

-Mmm… -gimió cuando sin aviso previo me dejó ir su verga completa.

El dolor se expandió por mi cuerpo, pero se apagó cuando sus labios tocaron los míos. Sorprendido lo vi a los ojos mientras nuestros labios comenzaban a moverse. El placer me inundó y cerré mis parpados dejándome llevar. Ese beso potenció las sensaciones que inundaban mi cuerpo de una manera maravillosa. ¿Cómo me pudo privar de este placer antes?

Cuando abrí los ojos, encontré que él me continuaba viendo.

-¿No cerraste los ojos? –pregunté. Era raro que en un beso alguien no cerrara los ojos… ¿verdad?

-No –respondió-. Quería verte.

Y de pronto una mar de sensaciones reventó dentro de mí. Una descarga eléctrica cruzó por mi ano y por mi pene, que subió por mi espalda hasta mi cuello, para luego salir por mi boca en forma de un ahogado gemido. Un río de semen estalló por mi glande, golpeando los cuadritos de su abdomen.

-¿Te he dicho que me encanta que te corras sin tocarte? –preguntó de forma autosuficiente.

Me sonrojé. Simplemente mi cuerpo respondía a él. Se fue hacia mi boca nuevamente (me encantaba que no dejara de hacerlo) y comenzó a penetrarme de forma bestial. Podía sentir en sus músculos tensos y en su aroma a macho sudado, que su orgasmo estaba por llegar pronto. Mis gemidos se ahogaban en sus labios y me concentré en apretar su miembro con mi ano y ordeñarlo cual vaca lechera.

Sentí su cuerpo temblar y su respiración haciéndose ruidosa. El gemido dio paso al gruñido, y segundos después comencé a notar la viscosidad llenándome por dentro. Fue satisfactorio sentir su orgasmo, y luego sentir cuando dejó caer su cuerpo sobre el mío. Me sentía repleto de felicidad, pues pese a que ya me había llenado de leche, seguía comiéndose mi boca con mucho ímpetu.

-No estoy de acuerdo, Diego –dijo Martina. Acababa de terminar la primera clase. Fernando nos observaba en silencio y con ojos preocupados-. Pero ninguno va a escucharme, y tampoco puedo obligarlos. No me queda más remedio que darles la oportunidad de intentarlo.

-No nos tienes mucha fe ¿verdad? –pregunté. En el fondo sabía que lo hacía para protegerme, pero una parte de mi estaba enojada por que no creyera que su hermano pudiera sentir algo por mí.

-A ti, sí, Diego. Pero a él no –contestó. Tanto a Fernando como a mí nos daba escalofríos la forma tan agresiva con la que hablaba de su hermano-. Me gustaría que fuera diferente, pero todos los cursos de acción que toma él son turbios. Aun así, más le vale no meter la pata.

-¿Por qué? –pregunté.

-Simplemente porque no le conviene tenerme en su contra –dijo. No me atreví a preguntar más. La abracé-. ¿Y eso?

-Gracias por darnos la oportunidad –le dije.

-No sé si debas agradecerlo –respondió sombría. Luego me observó y su mirada se relajó-. Sólo te aconsejo que te hagas respetar… y que mantengas los ojos abiertos.