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El hermano de mi mejor amiga (Parte 7)

en Gays

Desperté sintiéndome muy a gusto. Mi nariz estaba fría debido al invierno acechante, pero el resto de mi cuerpo estaba protegido por un agradable calor. Fernando seguía abrazado a mí, durmiendo plácidamente. Al parecer, ese abrazo había producido en ambos un efecto sedante. Me aparté para que cuando despertara no estuviéramos en la misma posición y no le incomodara. Suponía que para él sería un poco raro dormir de esa forma con otro chico.

Cuando hice el primer movimiento, todo su cuerpo se movió cual boa constrictor sobre mí. De pronto abrió los ojos sorprendido, había sido un acto reflejo ese movimiento. Me vio observándolo y se alejó con una sonrisa tímida.

-Buenos días –lo saludo.

-Buenos días –respondió-. ¿Cómo dormiste?

-Como un bebé –dije. En efecto, jamás había dormido tan profundamente como en ese momento-. Te llamaré cuando tenga insomnio.

-Feliz vengo –contestó.

Lo quedé mirando. Sentía algo diferente. La situación era un poco extraña, no me incomodaba, pero algo pasaba. Fernando captó que yo estaba percibiendo algo y se revolvió nervioso.

-¿Pasa algo? –le pregunté.

-No… Bueno, sí –dijo finalmente-. Hay algo que quiero decirte.

-Sí, claro. Dime –lo insté.

-No sé cómo decirlo… -miraba hacia el techo. Sus pómulos se colorearon.

-¿Está todo bien? –le pregunté-. ¿Dije algo mientras dormía?

-No –respondió y lanzó una risilla nerviosa-. Es respecto a otra cosa.

-Fernando, si no me dices luego…-.

-Me gustas –dejó caer. Las palabras se me cortaron-. Listo, ya lo dije. Me gustas, Diego. Y sí, soy gay, por si no lo has notado aún.

-¿Es en serio? –pregunté anonadado-. Creí que tú y Martina… Ya sabes… Pensé que había algo entre ustedes.

-Pues no, no hay nada. Sólo somos amigos –dijo.

-¿Y ella lo sabe? –pregunté.

-Pues sí –respondió.

-¿Desde cuándo? –me sentí un poco herido por no haberlo sabido antes.

-Desde ese día que la acompañé al trabajo de su madre, ¿recuerdas? –hice memoria. Recuerdo que ese día, cuando llegaron, estaban un poco extraños, pero no le tomé mucha importancia debido a lo sucedido con Alexander-. Pues en el camino ella me confesó que yo le gustaba.

-¿Really? ¿Cómo es que no supe esto antes? –exclamé.

-Porque la rechacé. Le dije que era gay, y que tú me interesabas –explicó-. Obviamente no se lo tomó muy bien. Pero después terminó aceptándolo.

-Ahora entiendo esas conversaciones privadas que tenían –dije.

-Pero nos estamos apartando de lo importante: me gustas, Diego –repitió. Esta vez lo dijo mirando a mis ojos con tal intensidad que sentí un agradable cosquilleo en mi pecho-. Desde que te conocí me cautivaste de todas las formas posibles.

-¿Por qué no me lo dijiste antes? –pregunté.

-Porque era evidente que no sería correspondido. Babeabas por Alexander –argumentó-. Yo desde antes me había dado cuenta de lo suyo, para mí era muy notorio. La forma en que se miraban decía mucho. Temía que si te lo decía nuestra relación se volviera incómoda.

-¿Y preferiste quedarte en silencio? –sentí culpa. Muchas veces conversé con ellos y di detalles (a veces muy explícitos) de nuestros momentos con Alexander, sin saber que podría estar hiriendo a Fernando.

-Diego, yo te quiero en serio. No quise ponerte en una situación complicada. Preferí guardarme lo que sentía para no hacerte tomar decisiones difíciles –dijo. Era cautivador que sacrificara sus sentimientos de esa forma-. Me gustaba lo que teníamos, y no quería ponerlo en peligro. Pero ahora es diferente. Ya no estas con Alexander, y después de lo que sucedió anoche confirmé que para mí tu bienestar es demasiado importante. Entendí que era momento de ser fiel a mí mismo y liberar lo que sentía por ti.

-Me dejas sin palabras –cada frase que salía de su boca me hacía recordar todo lo que él hacía por mí. Abrí mi mente y me sentí estúpido por no notar los detalles. Habían muchos, por todas partes. Todas esas pequeñas cosas eran parte de algo enorme.

-Sólo quiero que lo sepas –dijo con seriedad-. No busco nada de ti. No quiero que te preocupes por un “nuevo chico” en tu vida. Está bien si no es reciproco. Pero era algo que tenía que decir. Espero que nuestra amistad siga igual que antes.

-Espero que sí –le acaricié el rostro-. Eres una gran persona, Fernando. No sé qué habré hecho para tener un amigo tan leal y bueno como tú, y como Martina, claro. Te mereces un chico igual de bondadoso que tú, no un chico roto como yo.

-No digas eso –dijo bruscamente. Noté que esas palabras lo ofuscaron-. Tú eres el chico ideal: inteligente, amigable, gracioso, apasionado. Sabes distinguir tipos de Rojo que yo ni sabía que existían. Te gusta usar enjuague bucal de manzana por la mañana y de menta por la noche. Haces que cualquier momento sea divertido. Ayudas a los demás cuando no entienden la clase. Me encanta cuando sonríes y se te acentúa más el hoyuelo de la mejilla derecha que el de la izquierda. En serio, me cautivas. Eres el sueño de cualquier chico.

-Vaya… -me sentí un poco abrumado.

-La lista suma y sigue, Diego. Podría estar toda la mañana mencionando cosas de ti –dijo-. Como que a pesar de que eres diestro, usas el celular con la mano izquierda. O que cuando te pones nervioso te tocas el lóbulo de la oreja…

-Rayos… -exclamé. Eso era exactamente lo que estaba haciendo.

-Eres perfecto. Y me encantaría que te dieras cuenta, y te vieras como yo te veo.

-No creo que sea para tanto-.

-Pues sí lo es. Y si no lo ves, es porque Alexander nunca lo valoró ni te lo hizo saber. Él solo se preocupaba de él y te usaba como un…

-Basta –dije. Me dolía escucharlo.

-Perdón –respiró-. Sé que entre ustedes hay algo, lo puedo ver. Te creí cuando decías que él era diferente, y puedo ver en sus ojos que te quiere. Pero hizo las cosas mal, y te dañó. De intenciones no vive el mundo, sino de acciones.

-Sí, lo sé. Me di cuenta, quizás un poco tarde, pero lo hice –contesté.

-Me alegro por eso –me acarició el cabello-. Haz pasado por mucho. Analízalo, estúdialo y aprende. Que los errores y problemas que sucedieron, no se vuelvan a repetir.

-Eso espero –me incorporé para verlo más de cerca-. Gracias, otra vez, por quedarte. Y gracias por haberte sincerado conmigo. Gracias por todas tus palabras.

-Gracias a ti –dijo, y lo hizo con una gratitud que le hizo brillar la mirada.

-¿Por qué?

-Por existir –respondió, y a continuación depositó un beso en mis labios. Fue muy corto, pero lo sentí muy intenso.

Luego se alejó y procedió a cambiarse de ropa. La luz de la ventana bañaba su silueta, y la imagen que recibí fue una diferente a la que estaba acostumbrado. Ya no veía a Fernando el “amigo”, si no al “hombre”. Definitivamente había tenido un notable cambio desde que llegó hasta ahora. Tenía un cuerpo impresionante y muy bien proporcionado. Ni siquiera pude detectar alguna falla, todo era perfecto, incluso hasta la simetría de sus pecas en sus pómulos. Era el único chico que su belleza interior era compatible con su belleza exterior.

Aparté la mirada y lo imité. Era hora de desayunar, y no quería poner incómodo el ambiente. Tenía mucho que pensar, y no tenía ánimos de convertirlo a él en un nuevo problema en mi vida. Me agradaba que hubiese sido sincero y también comprensivo al entender que no me encontraba en un buen momento para preocuparme de otro chico en estos momentos. Involucrar más sentimientos con él, o darle algún tipo de esperanza, sólo serviría para hacerle daño. Y obviamente no quería eso.

-¿Cómo durmieron? –preguntó Mamá. Como buen día domingo, nos esperaba con un rico desayuno en la cocina.

-Muy bien –contestó Fernando, sentándose junto a ella.

-¿Qué tal estuvo la fiesta?-.

-Divertida –respondí antes que mi amigo-. Había mucha gente, bailamos harto y nos tomamos muchas fotografías.

-Oh, que bello. Las quiero ver –dijo mamá con emoción.

-Sí, claro. Martina nos las tiene que mandar –dijo Fernando.

Papá se sentó a la mesa, y comenzó a hablar con Fernando de un tema que no escuché. Mi mente todavía repetía la escena de anoche y pensaba en Nicolás. De alguna forma tenía que llegar a él, pero no sabía cómo comenzar a buscarlo. Mientras todos comían, mi estómago estaba clausurado, sin tener nada de apetito.

-¿Te quedarás a almorzar? –preguntó papá a Fernando, una vez que terminamos de desayunar.

-No, muchas gracias. Pero necesito una ducha y un cambio de ropa –contestó.

Luego, al cabo de un rato, se despidió de todos y lo acompañé a la puerta.

-¿Estarás bien? –me preguntó.

-Sí, amigo. Gracias –le dije.

-Lo encontraremos –me dijo de pronto-. No sé cómo, pero lo haremos.

-Quizás haya una forma –me miró con sorpresa-. Es muy fácil de errar, pero no se me ocurre otra forma.

-¿Cuál es? –preguntó.

-Sus ojos –dije-. Eran verdes, y almendrados.

-Ya... ¿Y qué con eso?

-Que existe la probabilidad que su hermana igual los tenga así –me miró dubitativo-. Como mínimo tenemos un 25% de probabilidad de que sea así, sino es que más.

-Deben haber muchas chicas con ojos verdes en el colegio –dijo.

-Pero se reduce si sólo buscamos chicas de penúltimo curso –agregué-. Es lo único que tengo, no se me ocurre nada más.

-Está bien –asintió, no muy convencido-. ¿Y qué haremos cuando la encontremos? ¿Has pensado que ella pueda estar al tanto de todo?

-No lo sé. Primero hay que encontrarla.

El lunes comenzaba la última semana del semestre, pues después daban comienzo las vacaciones de invierno. Era nuestra última oportunidad de encontrar a la chica, de lo contrario tendríamos que esperar prácticamente 3 semanas, hasta el regreso a clases.

-Tenemos que encontrarla esta semana sí o sí –decía Adriano. Ese día en la mañana, habíamos hablado Fernando, Martina y yo. Le conté a nuestra amiga lo que teníamos en mente, y ella insistió en que teníamos que incluir a Alexander y sus amigos. Obviamente yo no quería, pero pese a mi sorpresa, Fernando igual estuvo de acuerdo. “Entre más ojos tengamos, más rápido la encontraremos”, había dicho-. Si no… cualquier cosa podría pasar durante las vacaciones.

-¿A qué te refieres? –preguntó Miguel.

-Es obvio ¿no? Primero tú, después Diego –comenzó. No le dimos detalles de lo que me había sucedido, sólo le dijimos que me había hecho pasar un mal momento-, es lógico que haga algo contra mí o…

-… contra mí –continuó Martina-. O contra cualquiera que tenga relación con Alex.

-Si te atreve a tocar un pelo… -se encolerizó Alexander.

-Pues tenemos que buscar a la chica ya –dijo Miguel. Alex lo miró con furia. Miguel lo notó-. Alexander, deja de mirarme así. Nuestro problema ya está hablado y solucionado, y creo que ya pagué el precio.

-Alexander –comencé-, si vamos a hacer esto, tenemos que estar enfocado en nuestro enemigo en común. Si te detienes en el pasado, no serás capaz de mirar claramente el futuro.

El timbre sonó anunciando que el receso había acabado. Acordamos que en el próximo receso nos echaríamos de cabeza a buscar a la chica. Por suerte la clase estuvo floja, pues los profesores estaban ocupados ingresando nuestras calificaciones al sistema y afinando los detalles para el cierre del primer semestre. Mientras que yo estaba perdido en mis pensamientos. Adriano tenía razón, la primera víctima fue Miguel, quién a causa de la foto enviada anónimamente terminó con un puñetazo en la cara por parte de Alexander, consiguiendo que la confianza entre ambos se desestabilizara. Posteriormente, fui yo quien recibió un ataque directo, con la intención de dañar aún más a Alexander. ¿Quién sería la próxima víctima?

La razón de ser era evidente: destruir a Alexander. Pero destruirlo de una manera inteligente, y bastante enferma. Deducía que era alguien que conocía de alguna manera a Alexander, o por lo menos tenía una idea de él, y sabía que un enfrentamiento cara a cara no sería la mejor opción, por lo que tuvo que buscar una manera de dañarlo sin tener que atacarlo directamente. Así fue como nos atacó a nosotros con Miguel, consiguiendo desestabilizar a Alex, sembrando desconfianza con su mejor amigo y violando a… bueno, a mí. Fue como profanar su comida, herir su orgullo.

La persona debería tener un muy buen motivo y ser un sociópata (o probablemente ambas), para maquinar un plan tan arriesgado que podría incluso llevarlo a tener problemas con la justicia. Pero luego recordé la historia que me contó Martina, respecto a la chica que se suicidó en el antiguo colegio de Alexander. El hermano de la chica y un amigo ella, intentaron vengarse y se enfrentaron contra Alex, lo cual no salió muy bien. Había una enorme probabilidad de que la historia se estuviese repitiendo, solo que Nicolás se había preparado mucho mejor. Nicolás… ¿Será ese su verdadero nombre? ¿Será universitario? Ni siquiera recuerdo que mencionara la carrera que estaba estudiando.

El timbre sonó. Mi estómago se contrajo de los nervios. Salimos al patio, y nos dividimos el colegio para comenzar a buscar.

-Esto sería más fácil si Alexander guardara en sus recuerdos las chicas con las que se involucra –dijo Fernando.

-Una chica más, una chica menos ¿A quién le importaba? No pensé que pasaría esto –dijo. Sentí una punzada en el pecho cuando hablaba de ellas como si no fuesen nada. ¿Así era yo para él? Su mirada me respondió…

-No perdamos tiempo –dijo Martina-. A buscar.

Y nos separamos. Pronto me di cuenta que el sistema no iba a funcionar. Eran demasiados estudiantes, pues por cada nivel habían 4 cursos (A, B, C y D), de 40 estudiantes cada uno. Sumado a que no conocíamos ni a la mitad de los estudiantes de penúltimo curso, y se nos confundían con otros de cursos inferiores o superiores, fue un caos. No conseguimos mucho en esa primera salida.

-Tendremos que ir salón por salón –dijo Martina-. Si no todo será muy confuso.

-¿Cómo se supone que haremos eso? –preguntó Miguel cabreado.

-Mañana es Martes –dijo de pronto Fernando.

-¿En serio? Que inteligente –ironizó Alexander.

-Mañana es el día del aniversario, estúpido –continuó Fernando-. La fiesta se hizo el fin de semana previo, pero el día real es mañana.

-¿Y qué con eso? –preguntó Adriano.

-La señorita Paula dijo que el director daría un discurso, y que se presentaría el coro del colegio y no sé qué más –explicó Fernando-. Eso quiere decir que se hará lo mismo que en todos los actos.

-Juntarnos en el auditorio –dijo Martina con rostro iluminado-. ¡Nos ordenan por niveles! Allí será más fácil buscar, porque estarán todos los de penúltimo curso en un solo sector.

Pospusimos nuestra investigación hasta entonces. El resto del día estuve con mucha ansiedad y nerviosismo. En todo momento mi mente buscaba pistas, o intentaba planificar lo que sucedería cuando lo encontráramos. Creaba situaciones para tener ensayado lo que haría en cada una de ellas, y así no me tomaran por sorpresa.

-Iré contigo –dijo Fernando una vez que me despedí de él y Martina cuando salíamos del colegio.

-¿Por qué? –pregunté.

-Porque no quiero que andes solo por la calle –respondió. Lo dijo como si fuese lo más lógico del mundo.

-No creo que sea necesario -.

-No te estaba preguntando –dijo seriamente.

-Pero tu casa queda hacia el otro extremo –argumenté.

-No importa, y no discutas –recordé cuando papá me regañaba… a los 6 años.

-Sí, papá –bromeé. En el fondo se me hacía tierno que me quisiera acompañar. Y no negaba que su compañía durante el trayecto se me hizo más que agradable.

A la mañana siguiente, antes del timbre inicial, nos juntamos para ponernos de acuerdo. Durante el discurso, todos los de penúltimo curso estarían juntos en un mismo sector, lo que dejaba a nuestra población objetivo más concentrada. En total eran aproximadamente 160 alumnos, entre hombres y mujeres. Intuíamos que el 50% serían mujeres, por lo que se reducía a 80 en el peor de los casos.

-La búsqueda debe comenzar apenas entremos al auditorio, cuando estén las luces encendidas –decía Martina-. Si no, no conseguiremos ver nada.

Fue así que inmediatamente nos dirigimos al auditorio, y llegamos exactamente cuando el timbre sonó. Comenzaron llegando de uno en uno, para posteriormente hacer ingreso en grandes grupos. Nos dividimos las butacas en partes iguales, para ordenarnos de mejor forma.  De los 26 estudiantes que estaban en mis butacas, la mitad fueron hombres. De la otra mitad, el 80% tenía ojos cafés, el 10% los tenía azules, el 5% grises y el otro 5% de color negro.

El discurso dio inicio y me fui a sentar a mi respectivo lugar con desanimo. Segundos después se unieron Martina y Fernando, mientras que Alexander y su grupo, se reunieron con su curso respectivo al otro extremo. A diferencia mía, mis amigos tenían rostros excitados. Mi rostro se iluminó al instante.

-¿Cómo les fue? –pregunté de inmediato.

-Bien –respondió Fernando-. Yo encontré a 2 con la descripción. Fernanda Balladares y Sofía Sandoval.

-Y yo encontré a 3 –siguió Martina-. Ángela Astudillo, Tamara Martínez y Marcela Aranda.

-Genial. Ahora Alexander tendrá que reconocer sí estuvo con alguna de ellas -dije, y me dio un poco de repulsión.

-Sí, además hay que esperar los resultados de ellos –dijo Fernando cuando el discurso daba inicio.

Al final de la ceremonia nos juntamos todos nuevamente. Alexander no había obtenido resultados, mientras que Adriano y Miguel habían tenido 1 y 3 respectivamente. De los 9 resultados, Alexander había estado con 6. Y con dos de ellas había estado al mismo tiempo. ¡Dios! No sé cómo no ha embarazado a alguna en todo este tiempo. Literal se había follado a medio colegio.

Mientras identificábamos a las chicas por redes sociales, de pronto una me pareció familiar. Por dos razones: estaba seguro que me la había cruzado en la fiesta, y además, el parecido era innegable.  Nos detuvimos en el perfil de Sofía Sandoval. La vi con atención. Era ella, estaba casi seguro. El color de ojos era ligeramente más oscuro que el de Nicolás, pero la forma y la sonrisa eran casi idénticas. Tenía 877 seguidores en instagram y seguía a 250 personas. Revisé las personas a las que seguía y busqué el rostro de Nicolás. Lo único que pude encontrar fue a un Matías Nicolás, cuya cuenta era privada y no tenía una foto de perfil de su rostro.

-¿Será él? –preguntó Fernando.

-Habrá que averiguarlo –dijo Alexander amenazadoramente. Caminó raudo entre la multitud y se dirigió en dirección a Sofía.

Martina corrió para detenerlo, pues intuía que no sería muy amable para preguntar. Le dio alcance justo cuando la chica lo observaba de manera extraña. Había una mezcla de deseo, miedo, tristeza, enojo, y quizás cuanta emoción más que él había provocado y luego destruido con su actitud. Martina lo tomó del brazo y le habló, mientras Sofía quedaba brevemente desconcertada.

-Tuviste que dejarme –regañaba Alexander.

-¿Eres estúpido o solo imbécil? –preguntó Martina ofuscada-. No podemos enfrentarla así de golpe. Si Nicolás se entera que lo encontramos quizás las cosas se pongan más difíciles.

-¿Qué plan tienes? –pregunté.

-No lo sé –pensó-. Seguirla, quizás. Saber dónde vive. Puede que allí veamos a Nicolás.

-Está bien –aceptó Alexander.

-No, tú no irás –dijo Martina-. Sería muy sospechoso.

-Iré yo –se ofreció Adriano-. Creo que la he visto ir por mí misma dirección. No sería raro si la sigo.

-Pero no lo conoces – le dije.

-Sí veo alguien con la descripción que nos diste, le tomaré foto o lo que sea.

-Avísanos apenas sepas algo –le dijo Alexander.

El resto de la mañana no pude sacarme de la cabeza lo mucho que se parecía Sofía a Nicolás. Además, estaba extasiado porque nuestro plan estaba saliendo bien, y esperaba que la suerte siguiera de nuestro lado.

Ese tarde no hubo novedades. Adriano había descubierto el domicilio de la chica, mas no había visto algún rastro de Nicolás. Cuando Fernando me iba a dejar a la casa el día jueves, mi teléfono sonó.

-¿Quién es? –preguntó Fernando.

-Adriano –le dije. Era una videollamada por whastapp. Inmediatamente contesté.

Alcancé a distinguir la imagen de una casa de dos pisos, con grandes ventanales y de estilo bastante hogareño. La puerta estaba abierta y una sombra se veía mover. Adriano parecía estar detrás de un auto grabando a más de 50 metros.

-Creo que ahí viene –susurró desde el otro lado.

Enfocó la puerta y de pronto un chico alto salió con unos bolsos que cargaba en una camioneta. Esos rizos y ese cabello negro eran inconfundibles. Era él, no había dudas.

-Es él –le dije en susurro. La cámara se movió y avanzó hacia su dirección.

-No, Adriano. No lo hagas –lo detuve rápidamente-. No ganarás nada enfrentándolo. Ya sabemos que es él y sabemos dónde vive. Ahora devuélvete. Mañana lo hablaremos con todos.

-Está bien –respondió no muy convencido. Y luego la llamada se cortó.

Miré a Fernando, y al igual que yo, tenía una expresión de ansiedad. Llegamos a mi casa y rápidamente llamé a Martina.

-Lo encontró –dije apenas contestó.

-… -Martina quedó en silencio intentando procesar la información. De fondo podía escuchar el revolotear de su Loro mascota, Florencio-. Mañana será el día, entonces.

A continuación arreglamos que mañana, después de clases iríamos todos a su casa en su búsqueda. Quizá, si íbamos todos, conseguiríamos intimidarlo pues ya se sabría descubierto.

Mi corazón palpitaba con fuerza al saber que pronto el infierno terminaría. No podría volver a sentirme tranquilo sin que Nicolás nos asegurara que nos dejaría en paz. Y mañana sería el día… Mi estómago se anudó. Mi cuerpo se tensó al comprender que al día siguiente iba a estar frente a frente con mi abusador. Ya no tenía tanta ansiedad por que llegara ese momento.

-Todo estará bien –me consoló Fernando, al ver que mi ánimo comenzaba a decaer. Indudablemente su presencia estos días había sido vital. De alguna forma mística siempre conseguía hacerme sentir seguro y tranquilizarme-. Todos estaremos ahí, no estarás solo.

-Gracias –le dije. Últimamente se lo decía bastante seguido.

-¿Y ahora por qué? –preguntó. Acariciaba mi cabello y me miraba con tanta dulzura que mi corazón se derretía.

-Por todo –me incorporé. Lo miré de frente-. Sin tu compañía y tus palabras no podría haber sobrevivido a esto.

-Sí hubieses podido, Diego. De todos, y pese a que tu físico no lo demuestre, eres el más fuerte –me dijo. Sus ojos transmitían tal seguridad que me era imposible debatírselo-. Tu mente y tu corazón son fuertes. Confía en ellos, siempre. Ya verás cómo podrás superar cada obstáculo que en tu…

Y lo besé. No sé por qué lo hice. Quizá porque su fe en mí, su dulzura y todo lo bueno que me transmitía provocó esa reacción en mi cuerpo. Quizá fue porque simplemente quería hacerlo, quería conectarme de esa forma con el hombre que en ese momento me estaba alimentando el alma. Quizás eran ambas cosas. Pero lo hice, y fue celestial. Pero me detuvo.

-Diego… -dijo sorprendido. Sus mejillas ardían.

-Perdón –respondí avergonzado.

-No, no te disculpes. Es sólo que… -se tocó la boca, acariciando el fantasma del beso que acababa de ocurrir- no esperaba eso. ¿Por qué lo hiciste? No es que me queje, pero me sorprendió.

-No lo sé, quería hacerlo –respondí-. ¿Te gustó?

-… -sus mejillas sonrojadas respondieron por él-. ¿Te enojarías si te digo que me gustaría repetirlo?

Sonreí. Y la respuesta fue un nuevo beso. Era notable la diferencia entre los besos que Alexander solía darme, con los que Fernando me daba en ese momento. Eran lentos, tranquilos, dulces, casi como disfrutando cada centímetro de mi boca y lengua. Memorizando el sabor que mis labios tenían, y con una intensidad bestial. Era curioso que pese a que el beso fuera calmado, en mi pecho y cuerpo estuvieran sucediendo tantas cosas diferentes. Era maravilloso…

Me separé para respirar. Sus bellos labios estaban hinchados y enrojecidos. Sus pecas estaban sumergidas en un mar rosado, y sus ojos brillaban de una manera especial. Me encantó verlo de esa manera. Imaginé que esa era la forma en que Alexander me veía cuando me besaba, y entendí por qué le ponía tanto verme así, pues en ese momento quería hacerle de todo a Fernando.

Miré hacia abajo y noté un objeto no identificado haciendo un considerable bulto en su entrepierna. Se cubrió con el cojín del sofá avergonzado. Intentó recomponerse incómodo.

-¿Qué sucede? –pregunté.

-Disculpa, en serio –decía preocupado-. No es el momento… yo… Perdón. El beso fue… uff.

-Calma, calma –lo tranquilicé. En verdad estaba muy nervioso-. Todo está bien.

-No quiero hacerte sentir incómodo –me dijo apenado-. No pude controlarlo.

-Está bien. ¿Me ves incómodo? –negó con la cabeza-. Entonces todo está bien. Yo quiero seguir.

-Pero… -ahora todo su rostro estaba de un rojo intenso- somos amigos, Diego.

-¿Y qué? –pregunté-. No necesitamos estar casados para hacerlo. Siglo 21, Fernando –no pude evitar recordar que ese mismo discurso lo había usado Alexander conmigo-.  Yo confío en ti y quiero hacerlo, eso es lo importante. ¿Quieres tú?

-Diego… yo –miraba hacia los lados con nerviosismo-. Sí, sí quiero. Pero…

-Todo está bien conmigo, en serio –lo tranquilicé.

-Soy virgen, Diego –dijo de pronto. Sentí una explosión de sorpresa en mi cuerpo. Pero luego lo pensé y concluí que no era algo extraño, pues apenas comenzábamos la adolescencia. Verlo tan vulnerable, inocente y dulce, me provocó una enorme ternura. Comprendí la razón de su nerviosismo y sus restricciones.

-Oh, está bien –dije con comprensión-. Entiendo. Tu primera vez debe ser especial y…

-Si es contigo será especial –dijo con seguridad-. Es solo que…

-¿Qué pasa? –pregunté. Si quería hacerlo conmigo, y yo con él, no entendía el motivo de su preocupación.

-No quiero… -comenzó tímidamente-… no quiero decepcionarte. Sé que no soy como Alexander y…

-Detente ahí mismo –le dije-. Te prometo que sería imposible que pudieras hacer algo que me decepcionara. Sí, no eres como Alex, eres mil veces mejor, y en tantos sentidos que ahora entiendo por qué siempre te sintió como una amenaza.

-… -me miró agradecido-. Pero él tiene más experiencia.

-Pues tú la tendrás –aseguré-. Yo me encargaré de eso.

Sus ojos se abrieron sorprendidos, y rápidamente me lancé sobre él. De inmediato supe que ese momento sería una “primera vez” para ambos. Tanto él como yo estábamos remando en aguas desconocidas. Con Alexander todo era lujuria, fuego y hormonas. Donde él tenía la iniciativa y yo solo obedecía. Con Fernando era diferente, ambos jugábamos a partes iguales. Había cariño, calma, suavidad, aunque la hormona adolecente estaba igual.

Mi cuerpo aplastaba al suyo, y pude sentir su dureza palpitando a la altura de mi pubis. Me excitó saber que estaba produciendo eso en mi mejor amigo. Estar en esa situación con un amigo, saber que su erección punzaba bajo mi cuerpo, que su boca besaba la mía y que pronto lo tendría dentro de mí, me producía un morbo tremendo.

Luego de unos minutos noté que el sillón se nos estaba haciendo muy pequeño. Me puse de pie y lo tomé de la mano para invitarlo a mi habitación. Cuando se levantó pude ver que su pene se marcaba por todo el costado derecho, casi saliendo por el borde del pantalón. Fernando estaba demasiado colorado, aún sin poder creer la situación en la que se encontraba.

Entramos a mi habitación y lo senté en la cama. Me hice espacio entre sus piernas y me quité el suéter y la camisa del uniforme. Fernando me observaba alucinado, estudiando mi cuerpo frente a él. Me calentaba de maneras nucleares la forma en que me miraba y la expresión de incredulidad que tenía. Mis manos fueron al botón de mi pantalón, pero por fin su voz apareció:

-No lo hagas –me detuvo-. Quiero hacerlo yo.

Sentí un escalofrío por mi columna. Asentí y aparté mis manos. Sus brazos se extendieron con nerviosismo. Su lengua humedecía sus labios y me miraba buscando aprobación. Cuando vio que yo no me oponía a nada, desabrochó mi pantalón con mayor seguridad. Tiró de él hacia abajo, y luego observó el resultado. Grabó en su mente mi cuerpo semidesnudo, solo cubierto por un bóxer que tenía un prominente bulto con una mancha de humedad.

Respiró profundo y tomó el elástico de mi bóxer. Me miró pidiendo permiso. Mordí mi labio y le guiñé el ojo, como señal afirmativa. Poco a poco tiró de la tela, mi pene se liberó de su encarcelamiento y terminó de erguirse. Resopló cuando por fin me tuvo desnudo. Me giré para que me viera por completo. Volvió a resoplar. Su frente estaba perlada de sudor, pese a que la temperatura exterior era más bien baja. Con su mano echó viento en su rostro. Podía ver la taquicardia que estaba experimentando en ese momento.

-No sabes cuantas veces soñé con esto –dijo. Y no lo dijo de manera sexual. Si no como si de verdad estuviera cumpliendo un sueño.

-Ahora es real –le confirmé. Tomé sus manos y las puse en mi cintura.

Me acercó a él y me besó el abdomen, para luego abrazarme y apoyar su mejilla en mi vientre. Por alguna razón sentí ganas de llorar. Me tenía desnudo, completamente a su disposición, y su primer movimiento era besar mi vientre y abrazarme. ¿No era el chico más dulce de la tierra? Le acaricié la nuca.

-No puedo evitar pensar en lo que te hizo ese chico… -dijo de pronto. Sus ojos brillaban.

-No hablemos de eso ahora –le pedí.

-¿Estás seguro que quieres…?

-Sí, Fernando. Lo quiero –le aseguré con decisión.

Su mano bajó por mi cadera y se deslizó hasta mis nalgas. Sus ojos cerraron en forma refleja mientras saboreó sus labios.

-Son mejor de lo que las imaginaba –confesó. Sentí calor en mis mejillas-. Tienes un culo muy lindo ¿sabes? Todo lo tuyo es perfecto.

-Eso no es cierto –dije cohibido-. Tu cuerpo sí que es perfecto.

-Lo mío es ejercicio, entrenamiento –argumentó-. Lo tuyo es genética.

Me giré para que pudiera verlo de frente. Sus ojos se abrieron como plato cuando tuvo mi culo a solo centímetros de su cara. Por un momento entró en pánico y no supo qué hacer.

-Anda, no muerde –le dije- aunque aprieta un poco.

-¿Sí? –preguntó mordiéndose el labio.

-Sí. Te envuelve y se cierra a tu alrededor –decía-. Creo que tiene vida propia.

-¿Lo puedo ver? –preguntó. Su respiración y ansiedad aumentaba. Yo me sentía explotar.

-Tú puedes todo –le respondí.

Sus manos atraparon mis nalgas y las separaron. Mi piel ardía, y cuando expuso mi ano un aire frío lo acarició y me estremecí. Cada mano sostenía una nalga, y sus dedos pulgares quedaron en los bordes internos. Los sentí acariciar por alrededor de mi agujero. Esperé que dijera alguna palabra, pero en un milisegundo enterró su cara y me hizo gemir de la sorpresa.

No me esperaba ese movimiento, y francamente me encantó que se atreviera a hacerlo. Su apéndice húmedo acarició mi ano y el espacio entre mis nalgas. No dejó espacio sin llenar de su saliva. Lo oía bufar como un toro hambriento, y mi cuerpo completo temblaba. Su lengua presionaba con fuerza haciéndome jadear del gusto.

-¿Te gusta? –preguntó de pronto con preocupación.

-¡Dios! ¡Sí! –respondí.

-Mi lengua no entra –observó confundido.

-No suele entrar –le respondí-. A menos que sea una vez que ya me… Ya sabes.

-Pero en las películas he visto…

-Las películas no cuenta la verdad, amigo –le dije-. Definitivamente mi ano está un poco más cerrado que el de los actores de las películas porno.

-Vaya… -se sonrojó-. Pensé que lo estaba haciendo mal.

-Lo haces perfecto –lo animé. Y volvió al ataque-. ¡Ah!...

De pronto me giró, y con el mismo apetito e intensidad, metió mi pene baboso en su boca. Quedé de piedra. Un gemido de sorpresa salió de mi boca y mis piernas casi perdieron el equilibrio.

-¿Qué pasó? –preguntó asustado-. ¿Te hice daño?

-No, no. Para nada –respondí luego de recuperarme de la sorpresa-. Al contrario. Es que… Nunca me la habían chupado.

-¿Qué? –preguntó sorprendido-. ¿Es en serio? –se escuchaba indignado.

-Sí –me sentí ligeramente incómodo.

-Pero Alexander… ¿No?

-No, nunca –respondí.

-Es un egoísta de mier…-.

-Fernando, déjalo así –le pedí-. No es momento de hablar de él.

-Tienes razón, perdón –dijo. Miró mi pene y luego a mí-. ¿Puedo?

-Por supuesto -.

Y mi glande desapareció en su boca. Se sentía delicioso el calor y la presión alrededor de mi mástil. Por momentos sus dientes rozaban, pero luego de un rato su habilidad fue mejorando. La calentura pulsaba por explotar, así que detuve la mamada. Me miró confundido, pero antes de que preguntara lo empujé para atrás.

-Hay que igualar las condiciones –dije. Asintió, e hizo un movimiento para quitarse el suéter, pero lo detuve-. Es mi turno.

Me acerqué y le saqué el suéter. La camisa se le ajustaba en los lugares correctos, y botón por botón se la fui desabrochando. Sus firmes pectorales dieron paso a unos marcados abdominales. Se los acaricié con un poco de envidia por ese fantástico cuerpo. Levantó una ceja cuando notó que me detuve en su abdomen más de lo necesario. Sonreí.

Luego fue el turno de sus pantalones. Descendí y solté su botón. Mis manos estaban ansiosas cuando comencé a tirar de ellos. Su bóxer rojo me saludó con un potente bulto palpitante. Se lograba demarcar completamente su erección, incluyendo sus testículos. Era una bella imagen en 3D. Quité sus zapatos para poder sacarle los pantalones, y me lancé de lleno a su bóxer. Sus ojos estaban expectantes a mi reacción cuando tiré del elástico y la punta de su glande me saludó. Mordí mi labio.

Poco a poco fue descubriendo un suculento ejemplar. Pese a la edad, su pene se aproximaba a los 17 centímetros, asegurando que en un futuro los pasaría. Era un delicado color blanco (aunque un tono más oscuro que su color de piel), con un glande de un maravilloso color rosa brillante. Su prepucio no conseguía cubrir por completo la cabeza de su pene, y daba la sensación de que le quedaba ajustado. Y, en efecto, cuando lo retraje, noté que había que aplicar un ligero esfuerzo debido que no deslizaba tan fácilmente (Aunque no como para que fuese incómodo masturbarlo). Sus testículos tenían unos cuantos vellos de color negro, al igual que la base de su pene. Lo justo y necesario para que se viera muy estético para su edad.

Su glande rosita tenía una capa muy fina de pre-semen, que ataqué antes de darle aviso. Ahogó un gemido ante esa sensación. Mi lengua se llenó de ese líquido lubricante y lo saboreé con hambre. Sus gemidos fueron música para mis oídos, y comencé las succiones a la vez que masajeaba esos testículos cargados de semen virgen y adolescente, listo para ser disparado como Dios manda por primera vez.

Por momentos sacaba su verga de mi boca para lamer sus testículos, y para comprobar que lo estuviera pasando bien. Y en efecto, así lo era. Estaba extasiado, y respondía a cada caricia con gemidos de placer. Retraje su prepucio nuevamente y me aproximé a su glande. Se veía tan delicado que me daba la impresión de que era muy sensible al roce. Lo chupé como si estuviera extrayendo oro desde las profundidades de su cuerpo. Confieso que me encantó más que nunca chupar su pene. Su glande llenaba mi boca de una manera diferente a la que acostumbraba, y era muy satisfactorio succionar un glande gordo y turgente.

-¡Ah!... –gimió-. ¡Dios! Diego…

-¿Te gusta? –pregunté.

-Esto es increíble –dijo.

-Y eso que no es la mejor parte -.

Iba a volver a chupar pero me detuvo. Estaba al borde del orgasmo y quería guardar su corrida para otro lugar. Entendí su petición y me tiré sobre la cama boca abajo para dejar mi culo a su disposición. Miré por sobre mi hombro y lo vi de pie, observando mi cuerpo sin saber por dónde comenzar. Se veía tan alto y masculino, y a la vez tan inocente e indefenso. Me gustaba eso ambiguo de él, porque me provocaba potentemente dos cosas: ternura y lujuria. Su personalidad y su mirada dulce hacía que quisiera abrazarlo, acobijarlo en la cama y cantarle una canción para dormir. Pero su cuerpo hecho a mano, su altura y su estampa, provocara hacerle cosas tan perversas que haría sentir orgulloso al diablo.  

Ese equilibrio entre la lujuria y la ternura, me tenía totalmente excitado. Moví mi culo de forma sugerente como una manera de decirle que estaba ansioso por sus atenciones. Mordió sus labios mientras sus ojos seguían mi contoneo casi hipnóticamente, y extendió sus manos haciendo un movimiento inquieto con los dedos. Tocó mi culo y se acercó lentamente. Le indiqué que poco a poco fuera usando su lengua y dedos para ir haciéndose camino.

El primer dedo entró más lento de lo que era necesario. Fernando tenía un gesto de infinita concentración, que se decoraba con un lindo color rosa en sus mejillas. Me causó gracia que mientras movía el dedo también movía su cuerpo al mismo ritmo. Le guiñé un ojo y lo insté a que continuara con el siguiente.

-No tengas tanta piedad –le aconsejé-. ¡Ah..!

-¿Así? –preguntó con una sonrisa malvada en el rostro. Técnicamente me había hecho caso, sólo que se fue al otro extremo y los metió de golpe. Me encantó.

-Busca el punto medio –le dije mientras me recuperaba de la punzada. Pero ambos sabíamos que lo había disfrutado.

Desde ahí Fernando fue conociendo mi cuerpo y adaptándose a mis requerimientos. El movimiento de sus dedos dentro de mí era por momentos suaves y después intensos. Le gustaba sacar sus dedos de golpe y meter su lengua hasta lo más profundo.

-No es un sueño ¿verdad? –preguntó mientras introducía un tercer dedo. Estaba extasiado mientras veía como sus dedos se perdía en mi ano. Su pene babeaba y palpitaba, dando la sensación de que se correría solo con desdearme unos minutos más.

-Ni un sueño se asemejaría a esto –le contesté. Para mí también era alucinante tener a mi mejor amigo, un guapo espécimen, metiéndome sus dedos y casi listo para empotrarme.

-Se siente muy rico aquí –me confesó.

-Imagina eso que sientes, pero alrededor de tu pene –sus ojos se revolvieron.

Y pronto ya no tuvo que imaginarlo. Consideré que era el momento después de tanto tiempo. Paré mi culo y apoyé mi pecho en la cama. Le hice una señal para que diera comienzo a la faena y me respondió con seguridad y ansiedad. Tomó mi cadera con firmeza, asegurándose de que no me fuera a escapar (lo que obvio no iba a suceder), en una señal de posesión de mi cuerpo. Con su otra mano guio su gordo mástil hasta mi agujero.

Sabía que dolería, estaba acostumbrado al glande agudo de Alexander, pero Fernando tenía uno grande y grueso, que abriría más bruscamente mi canal. Fernando temblaba cuando la cabeza de su pene tocó mi ano, y se quedó quieto. Percibí un poco de miedo, por lo que fui yo quien se comenzó a acercar a él. El dolor no tardó en llegar de forma aguda y penetrante. Me retiré, Fernando se colocó como un tomate cuando vio mi ano boquear en primera instancia. Pero eso no sería nada a comparación de cómo quedaría después de haber culminado.

Rápidamente introdujo dos de sus dedos con un poco de su pre-semen para lubricar, y volví a al ataque. Esta vez entró con menos problema y me fui ensartando lentamente. Fernando cerró los ojos bruscamente y comenzó a jadear, mientras clavaba sus dedos en mi cadera. Resoplaba y jadeaba, intentando retener su orgasmo.

-No te reprimas –le dije.

-No quiero correrme tan rápido –dijo.

-No pasa nada, está bien. A todos les pasa la primera vez –lo tranquilicé-. Sobre todo después de toda la previa que hicimos.

-Pero es muy pronto –todos sus músculos estaba tensos. Mi culo se contrajo-. ¡Oh! Por Dios, no hagas eso.

-¿Hacer qué? –sonreí maliciosamente.

-Eso con tu culo ahh… ¡Maldición! –se quejaba cuando lo volví a hacer.

-¿No te gusta? –pregunté.

-No… Es decir, sí, pero me correré –y volví a apretar, mientras movía mi culo de forma rotatoria-. Ah… ¡Ah! Hmm… ¡Oh!

Gimió mientras sentía chorros interminables de semen en mi interior. Era impresionante la cantidad de leche que disparaba, como si llevara años sin correrse. Sentía mi culo inundado de semen.

-No lo puedo creer –dijo Fernando. Estaba mareado, respiraba con dificultad llevando gran cantidad de aire a sus pulmones.

-Ni yo –dije mientras sentía que su pene seguía palpitando en mi interior. Literal Fernando era un semental lechero.

-Jamás había sentido algo así. Nunca. Fue mejor, mil veces, un millón de veces mejor –confesó.

-¿Quieres descansar? –pregunté.

-¡No! No… -respondió. Sus caderas se movían. Su erección no había disminuido.

-¿Seguro? Ah… -pregunté mientras se movía dentro de mí.

No respondió, sino que siguió invistiéndome. Adolescentes, llenos de energía y lujuria. Insaciables, siempre con leche en los testículos para eyacular las veces que sean necesarias. Con cada embestida sentía que parte de su corrida se filtraba y caía por mis huevos y muslos. Pero era genial, pues a la vez servía para lubricar y que su pene se deslizara como en mantequilla.

Al principio sus embestidas eran algo torpes, pero al cabo de un rato se fue haciendo regular y rítmico. Rápidas y profundas.  La forma en que su glande punzaba en mi interior se sentía diferente al tener su glande más superficie de contacto, y el dolor era menos agudo y más aguantable.

-Quiero verte –dijo. Se detuvo para cambiar de posición.

Se escuchó un “plop” cuando su glande salió de mi ano, y junto con eso cayó un resto de su semen sobre la sábana. Y aún sentía más en mi interior.

-¡Dios! ¿Qué onda tus testículos? –reí.

-Yo estoy igual de sorprendido que tu –confesó. Pero sentía una nota de orgullo en su tono-. Sólo Puedo decir que hay más de donde vino eso.

-De aquí no te irás hasta que te hayas vaciado por completo –aseguré.

Me acosté de espaldas sobre la cama y abrí mis piernas. Fernando se acomodó entre ellas y las puso sobre sus hombros. Su pene entró sin nada de dolor, arrancándome un delicioso gemido de placer al sentirme lleno nuevamente. Se acercó a mi boca y comenzamos a besarnos a la vez que su pene entraba y salía de mi cuerpo.

Con cada beso sentía que quedaba sin respiración. Sus manos sujetaban mi rostro con parsimonia, aferrándose a mí, sin querer dejarme ir. Lo cual se me hacía muy tierno, porque sentía que yo, junto con lo que estaba sucediendo ahora, era importante para él, y no sería solo una follada más. Sería su primera vez, su primer chico, y me recordaría por siempre. Hasta me sentí un poco triste de que mi primera vez no hubiese sido tan digna de recordar.

-Ah… Hmm… -comencé. Sentía que el orgasmo estaba próximo. Con esa pose, sus besos y caricias, sentía que ya estaba en mi límite.

-¿Te quieres correr? –preguntó. Me embistió con fuerza. Gemí. Tomó mi pene y comenzó a masturbarme, a la vez que hacía chocar con brutalidad su cuerpo contra el mío.

-¡Ah!... ¡Umh!... ¡Ay! –gemía yo, repetidamente con cada estocada.

Mi pene estaba bañado de pre-semen por lo que su mano se deslizaba con gracilidad. Mi ano comenzaba a doler por el cansancio, debido a que Fernando estaba tardando demasiado en correrse después de su primer orgasmo. Y eso me excitaba. Me sorprendía el aguante que estaba teniendo, y me calentaba la idea de que me dejara el culo agotado de tanto bombeo. Simplemente satisfactorio.

-Hmm, que rico –dijo cuando mi culo se contrajo-. Ya viene.

Y en efecto, ya llegaba mi orgasmo. Las contracciones se hicieron presente, envolviendo toda la longitud de su pene, y estrangulándolo hasta cortarle la circulación. Maldijo cuando la presión en su miembro le comenzó a aproximar a su segundo orgasmo. En ese mismo instante yo comenzaba a correrme entre sus dedos que se movían furiosos frotando mi glande. La electricidad recorrió mi cuerpo y el aire salió de mi cuerpo, un gemido ahogado y una contracción prolongada.

Fernando bufó y gimió. Con mi contracción anal, y sus fuertes embestidas, sentí punzadas de dolor que potenciaron mi orgasmo y que abrieron paso al suyo. Mientras yo intentaba recuperar el aire y la conciencia, los bufidos de Fernando fueron en aumento. Gruñía como un animal furioso, con gemidos roncos y movimientos potentes. Los músculos se le acentuaron y las venas de sus sienes y de su cuello amenazaron con reventar.

Toda mi cama se movía cuando sus gemidos se ahogaron, y cuando sus disparos de leche me fueron rellenando, sus embestidas lentas pero profundas hicieron que la pared retumbara. Sentía que su pene saltaba, amenazando con atravesar la piel y aparecer por mi pubis, pues la presión que ejercía hacia arriba era poderosa. Mi ano ardía y sentía un calor en todo el músculo de esa zona. Sus ojos estaban cerrados y su boca abierta, mientras respiraba de forma entrecortada, con la frente perlada de sudor.

Su pene salió de mí ya sin fuerza, provocando un ruido de “Plurff”, debido al vacío que se produjo y al gorgoteo de su leche saliendo. Una briza fresca calmó el calor de mi agujero, que boqueaba desesperado al sentirse vacío, vomitando una cantidad de semen y fluidos jamás antes vista. Fernando quedó sorprendido al ver el resultado de su faena, y cayó junto a mí sin fuerzas en las piernas.

Me miró preocupado pero le devolví una sonrisa satisfecha. El culo me dolía como el infierno, pero amaba sentirlo así. Su pene descansó sobre sus testículos, y se fue desinflando cubierto de una capa viscosa. Incluso en reposo se veía apetecible y perfecto.

-¿Te duele? –me preguntó.

-Un poco –respondí-. Pero es genial.

-¿Te gustó? –volvió a preguntar.

-Fue alucinante –le respondí. Respiró aliviado-. ¿Te gustó?

-¿Te cabe alguna duda? –bromeó-. No creo que pueda olvidar esto jamás. Nunca pensé que se sentiría así… Gracias, de verdad.

-No me agradezcas. Suena como si te hubiese hecho un favor –le dije.

-Pero…-.

-Pero nada, no digas nada. Simplemente disfruta este momento –le acaricié los labios.

-Me duelen los testículos –dijo de pronto. Reí-. No sé si es por las embestidas…

-…¿ o por tu interminable corrida? –agregué.

-Nunca había eyaculado así. Pero hoy estaba tan excitado que sentía que mis testículos se retorcían, liberando a presión todo el semen que estaba guardado. Fue… -suspiró- alucinante. Además, tu igual te corriste mucho.

-Sentí que me orinaba –confesé-. La presión que ejercía tu mano alrededor de mi pene, y la lubricación que había, fue maravillosa. Mi glande está colorado y muy sensible.

Sonrió satisfecho al asegurarse que yo lo había disfrutado también. Me abrazó. Descansamos desnudos, ignorando las bajas temperaturas que afuera se presentaban, acariciando nuestros cuerpos y hablando de la vida. Pero la hora avanzó y pronto mis padres llegarían. Nos fuimos a quitar los restos de semen al baño, y después llevé la cubierta superior de mi cama a la lavadora. Luego lo acompañé hasta la puerta y nos despedimos. Mañana nos esperaba un día turbulento.

Lo vi alejarse, y lo sentí más hombre y más maduro que nunca. Estaba seguro que esa sesión de sexo lo había cambiado para siempre, dándole una seguridad diferente a la que tenía y un aura de macho, pero todavía con su tierna y encantadora personalidad. Cerré la puerta antes de que el impulso por ir a buscarlo y desnudarlo para que me follara en plena vía pública me dominara.

Al día siguiente se había vuelto a formar el grupo. El timbre había sonado y daba inicio a las vacaciones de invierno. Nos preparábamos para ir en búsqueda de Nicolás, e intentábamos hacer un plan de acción.

-Debemos ir todos –decía Adriano-. Lo vamos a intimidar.

-¿Tú crees? –preguntaba Martina con preocupación.

-Sí, no es la gran cosa –respondió.

-En ese caso, es mejor que vaya yo solo –dijo Alexander, quién ya tenía una expresión desafiante-. Creo tener lo suficiente como para poder contra él.

-Si vas tú, voy yo –afirmé.

-Ni se te ocurra. No quiero que estés cerca de él –dijo con severidad.

-Tengo que estar ahí. No olvides que fui yo quien…-.

-No lo olvidaré nunca –interrumpió, y la rabia ardía en sus ojos-. Por eso quiero destruirlo.

-Iré, y no puedes detenerme –zanjé.

-Si va Diego, voy yo –dijo Fernando-. No quiero dejarte solo.

-No estará solo, yo estaré con él –alzó la voz Alexander.

-Me refería a solo contigo –explicó Fernando. El rostro de Alex fue como si hubiese recibido una bofetada.

-Es mejor que vayamos pronto –agregó Miguel, y tomó a Alexander del hombro antes de que este decidiera romperle la cara a Fernando.

Miré a Fernando sin creer que hubiese tenido las agallas para decir lo que dijo. Pero Miguel tenía razón, debíamos ir luego o perderíamos mucho tiempo. La procesión hasta la casa de Nicolás fue silenciosa, pues nadie tenía muchas intenciones de iniciar una conversación. Fernando estaba muy cerca de mí, logrando que pudiera oler su perfume en todo el camino. Alexander por momentos lanzaba miradas recelosas, pero por suerte no decidió montar un numerito. De pronto un celular sonó y nos sacó de la tensión del silencio.

-¿Mamá? –preguntó Miguel al contestar indiferente. Se escuchó un grito y una mujer hablar de manera dificultosa-. ¿Qué sucede?... ¿Estás bien?... Claro, claro… Voy de inmediato.

-¿Qué pasó? -preguntó Martina. Estábamos todos pasmados por la llamada. El grito, el llanto, y cosas quebrándose. Definitivamente algo malo pasaba. Adriano le lanzó una mirada de entendimiento.

-¿Tu padre otra vez? –preguntó. Miguel asintió.

-Lo siento, chicos –dijo Miguel. Su rostro de pronto había cambiado. Lucia muy avergonzado y triste-. Tengo que irme.

-Sí, está bien. No te preocupes –recordé que la noche de la fiesta había mencionado que tenía problemas en la casa. Ahora imaginaba a qué tipo de problemas se refería. Me sentí mal por él.

-Martina, tu igual deberías irte –dijo Alexander-. No creo que sea necesario que vengas.

-Alex, yo…-.

-Tiene razón –coincidió Fernando. Alex lo miró sorprendido-. Es peligroso, no es algo que debas ver.

-Adriano, ¿puedes acompañarla a casa? –preguntó Alexander. Pero no era una pregunta como tal, pues aquí la respuesta tenía que ser afirmativa sí o sí.

-Eh, sí, claro –respondió Adriano. Habló con Alexander y le indicó la dirección, y además le mandó una foto de la casa.

Martina no tuvo opción que aceptar. No sin antes pedirme que me asegurara que Alexander no perdiera el control. Me sentí un poco inseguro al notar que nuestro grupo estaba disminuyendo. Pero la forma de caminar de Alexander me transmitía que se iba a asegurar que nada malo nos sucediera. Al cabo de unos minutos, reconocí la calle que anteriormente había visto por video llamada.

Apenas pisamos la calle, la puerta se abrió y salió Nicolás sonriente. Quedé frío ante lo repentino, pues creí que llegar a él sería más complejo.

-¿Compro una coca-cola? –preguntó a alguien que le hablaba desde adentro. La voz respondió afirmativamente-. ¡Vuelvo en 10 minutos!

-¿Es él? –preguntó Alexander.

-Sí –respondí. Y para mi sorpresa, el primero en ir al choque fue Fernando. Alexander lo miró igual de sorprendido que yo, y lo siguió rápidamente.

Los ojos verdes de Nicolás se congelaron cuando me vio, y luego notó que dos chicos iban en su dirección con actitud amenazadora. Intentó correr, pero Alexander lo alcanzó con amplias zancadas y lo tomó del cuello para dirigirlo a un lugar que no fuera frente a su casa.

-¿Qué sucede? Suéltame –decía mientras se revolvía.

Fernando lo tomó desde el otro lado y lo llevaron a rastras hasta una plaza con varios robles y muchos arbustos. Fernando lo soltó y Alexander lo tiró al suelo con rabia. Yo observaba todo varios metros más atrás. Una fuerza invisible me impedía avanzar y verlo desde más cerca.

-¿Diego? ¿Qué mierda su…? –la palabra se cortó debido a un golpe que Alexander le dio en el rostro.

-No te atrevas a dirigirle la palabra –le dijo con furia-. Ni siquiera lo mires.

-¿Y tú quién eres? –preguntó mirándolo sin comprender lo que sucedía.

-¿Ahora no me conoces? –preguntó Alexander que se movía inquieto, intentando contener las ganas de asesinarlo de la manera más horrible-. Después de todos tus ataques y mensajes, ¿ahora no sabes quién soy? ¡Ja!

-¿Y a este qué le pasa? –preguntó Nicolás a Fernando. Miraba a Alexander como si estuviera loco.

-No sé, dime tú –dijo Fernando. Pese a que su aspecto no era salvaje como el de Alexander, podía ver en sus ojos y en lo seco de sus palabras que estaba furioso por dentro, pero guardando la compostura-. ¿Por qué crees que estamos aquí?

-No lo sé. Apenas y te conozco –respondió. Alexander se acercó de manera intimidatoria.

-Di la verdad, cerdo asqueroso –le espetó. Nicolás puso los ojos como platos. Alexander estaba perdiendo el control.

-¡Digo la verdad! A ti no te conozco. Y a ellos los vi apenas una vez en la fiesta del aniversario, nada más –respondió. No se atrevía a mirarme.

-¿Qué hiciste ese día en la fiesta? –preguntó Fernando.

-Pues nada, estuve con ustedes y después… -tragó saliva-. Después me fui con mi hermana.

-No estás siendo honesto. Detesto a los mentirosos –dijo Alexander con sonrisa psicópata-. Me dan ganas de romperles las piernas.

-¡Hombre! ¿No puedes bajarle un poco a la violencia? –Nicolás temblaba.

-Di la verdad ¿Qué hiciste? –Presionó Alexander-. ¿Qué le hiciste a Diego? Violador, enfermo.

-… -Nicolás palideció. Fernando lo miraba con repulsión.

-¡Míralo! –demandó Alexander. Yo me sentía enfermo-. ¡Que lo mires!

Nicolás alzó la mirada. Sus ojos estaba llorosos y una sombra de humillación cubría su cara.

-¡Di la verdad!

-No sucedió nada… Sólo… -titubeó. Fernando y Alexander abrieron los ojos esperando por fin la verdad-. Sólo fue una confusión en el baño, y me propasé un poco. Nada más. ¡Diles, Diego! ¡Diles que no fue nada! Apenas lo toqué.

Fernando se decepcionó al descubrir que no era la confesión que esperaban, pero disfrutó ver que Alexander de todas formas le daba un golpe en el rostro.

-¿Cómo te atreves? –decía mientras le lanzaba una patada en el costado-. ¿Qué más hiciste?

-¡Nada! ¡Lo juro! Después Diego salió corriendo –explicó-. Yo no lo volví a ver. Me fui con mi hermana, es cierto.

-Pues no te creo nada –dijo Alexander-. Tú intentabas forzarlo, y en el baño no te funcionó. Así que lo drogaste y conseguiste que subiera. Y allí lo… Y después me dejaste un mensaje ¿Qué pretendes?

-No sé de qué me hablas. Yo ni te conozco –Alexander volvió a patearlo.

-Pero tu hermana si me conoce ¿verdad?

-¿Eres Patricio? –preguntó.

-No –respondió Alexander con el ceño fruncido.

-¿Tomás?

-Tampoco.

-Entonces no sé quién eres. Sólo me ha hablado de ellos –decía mientras se sobaba las costillas.

-Confiesa, maldito cerdo –volvió a atacar. Preferí darles la espalda y mirar hacia otro lado. No quería ver cómo Alexander lo golpeaba.

-Les juro que yo estaba con mi hermana. No le hice nada a Diego –escuché que respondió-. Puedo demostrarlo. Toma mi celular, y revisa la galería de imágenes.

Oí que Alexander lo tomaba, y supuse que revisó los videos de ese día y las horas en que fueron creados. Me giré para ver lo que sucedía. Al igual que yo, Fernando estaba de espalda, tras un árbol, seguramente para no presenciar la patética escena de Nicolás en el suelo. Pero, como yo, se había girado para ver lo que Alex hacía. Ambos nos miramos cuando vimos que la expresión de Alexander fue cambiando a medida que revisaba las imágenes y se convencía de la verdad. En ese mismo instante mi teléfono sonó.

-Diego, algo pasó…. “Shh, Florencio”… –dijo Martina, intentando callar a su loro mascota que se había revoloteado y parloteado ansioso. La voz de Martina se oía temblorosa-. Me acaba de llegar un mensaje de texto. ¿Es Nicolás? ¿Ya lo tienen?

-Lo tenemos –respondí-. No es él… -Dije en voz alta. Alexander me miró con incredulidad y Fernando inclinó la cabeza con frustración. Estábamos otra vez en el mismo punto. No sabía qué hacer.