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Historias de Llafranch (01: El joven Flo)

en Grandes Relatos

INTRODUCCION

Este relato se está escribiendo a temporadas en Llafranch, un pueblo de la Costa Brava, durante breves escapadas en completa soledad, lejos de mi familia. Contiene muchos personajes e historias paralelas que lo acercan y alejan de la trama central, pero no llegan a perderla. Espero que lo leais libres de prejuicios y con sentido del humor. Tanto si os gusta como si no, podéis escribirme para contar cuantas sugerencias, opiniones o lo que sea se os ocurran.

(I: El joven Flo)

No es posible datar este relato en el tiempo, ya que todos los datos se perdieron al irse a la mierden los ordenatas con el gran cataclismo. Tan solo decir que las cosas que aquí se cuentan fueron posibles en él. Tampoco puede decirse donde. Puede recordar muchos lugares conocidos o soñados. Que cada cual sea capaz de imaginarlo, pero el que sea tan burro de no reconocer al Mare Nostrum, mejor no siga. Allí, en el denominado MC (Mundo Conocido) utilizaban el sistema métrico decimal, el calendario Juliano, casi nunca llovía (excepto del Ríu Gran para arriba, y poco), y hacía calor. Habían desaparecido los virus y las bacterias, y el único peligro era exponerse mas allá de la línea de contaminación. En pocos minutos kaputen.

Flo acababa de perder a sus progenitores, Pirrín y Kat, los reyes de Aragó, el más grande, próspero y poblado del MC. Estaba solo puesto que no habían más clones ni hermanos de su especie. Bueno, decir solo tan solo era un decir. Tenía a su tío político Ibnrazin que era el Virrey en Penyscola, familia lejana en Al-Andalus (las colonias del Sur)... y a mas de 1500 servidores repartidos por el espléndida fortaleza-palacio real del Castell en la capital Morvedre (antigua Arse y Murviedro), por 12 palacios mas y por 20 quintas. Por parentesco era príncipe, el Príncipe Flo. Tenía 21 años. No sería Rey hasta que así lo decidiera el Virrey. Hasta entonces quedaría bajo la tutoría de Ibnrazin. Vamos a contar las cosas que pasaron.

Sus padres habían sido disueltos en la nada de forma nada accidental. Pirrín tenía por costumbre ser penetrado violentamente por un antilocus mientras torturaba a sus esclavas en el potro. El humanoide posee un curioso pene en forma de martillo que en estado normal mantiene un aceptable estado de rigidez y cuyas alas al rozar las paredes del ano del Rey le hacían gozar sobremanera. El antilocus normalmente solo se excitaba con mutantes de su especie, pero el causante de la desgracia del padre de Flo era nuevo de trinqui y desconocido genéticamente por Arius, el sabio chamán y amigo de Pirrín, discípulo dilecto y favorito del gran Gabielo, del que se decía que resucitaba a los muertos. Se suicidó por aburrimiento a los 180 años. Sus cenizas las legó a su discípulo. Se asegura que poseen poderes mágicos. A pesar de sus ruegos por analizar su ADN antes de ser sodomizado por el bicho, el Rey hizo caso omiso al sabio Arius, y, tras hacer colgar del potro boca abajo con las piernas abiertas a una joven nubia totalmente desnuda para ser apaleada en el valle peludo, se arrodillaba en su sitial preferido para recibir unas buenas sacudidas, con tan mala fortuna que el animalote, que tenía muchos genes heredados de su madre, una esclava hembra creciente, se excitó sobremanera de ver a los latigazos surcar el bajovientre de la desgraciada esclava. Y sucedió lo que el chamán temía, y es que el artefacto del antilocus se puso duro como una piedra. Para mas inri cuando se pone choto, las protuberancias laterales aumentan de tamaño considerablemente lo que produjo el desgarramiento del recto primero, y del budellaje después. Cuando pudieron parar el asunto ya no había nada que hacer y Pirrín se desparramaba literalmente en el interior de la piscina, soltando intestinos reventados y mierda por lo que quedaba de su esfínter.

Su madre no lo lamentó demasiado puesto que tenía sus propias maneras de disfrutar y no le hacía puñetera falta el ganso de su marido, cuyo pene estaba gangoso por falta de uso. Además le olía el aliento a antilocus.

En fin, que tras unos breves funerales y el castigo a los culpables: la nubia y el engendro, que fueron empalados en el potro uno frente al otro muy lentamente para que duraran lo más posible y así amenizar con sus gritos las honras fúnebres, el palacio volvió a la normalidad cotidiana para gozo y disfrute de la reina y de Flo que empezaba a hacer pinitos en el asunto del sexo y de sus añadidos.

Su madre le proporcionaba de cuando en cuando las esclavas más dóciles de su harén personal al que había incorporado lo más selecto del de su difunto marido. El resto había sido sacrificado en sus orgías privadas - incluyendo los mutantes por sí acaso- de las formas más diversas. Su forma preferida de hacerlo era colgar a sus víctimas por los pezones e introducir ligeramente por la vagina o por el ojete un asta lubricada, añadiendo peso poco a poco en los pies hasta que este desgarraba el delicado sostén y el cuerpo quedaba ensartado. Las mas de las veces la afilada punta asomaba por el vientre por la natural caída del cuerpo pero se recuerda el caso de una joven, sacrificada a pesar de su extrema belleza por tener la piel demasiado oscura - casi negroide -, que quedó erguida en posición casi vertical. Tardó mas de dos días en aparecer la punta del estilete entre sus cabellos negros. La visión de tan prolongada agonía excitó tanta a la reina que produjo una veintena de nuevos intentos, todos ellos sin éxito. Flo quedó muy impresionado - favorablemente, claro- aunque era muy joven aún para desarrollar sus dotes de varón emergente y sacar el debido provecho, y se prometió perfeccionar el artilugio empalador para obtener mejores resultados cuando fuera tiempo de ello.

Flo odiaba a su madre. Había nacido de una inseminación paterna con Iar, la esclava de piel más clara entre las emergentes. Su padre lo había querido así por consejo de Arius que pronosticó excelentes resultados de la unión. El tiempo le daría la razón como más adelante veremos. Kat, emergente también, no poseía la capacidad reproductora de Iar y tenía la tez más oscura. A pesar de eso le tenía cierto aprecio a su hijo por progenia y le invitaba a veces a participar con ella en sus asuntos sexádicos por iniciarlo en sus prácticas. Ese era uno de los motivos del desapego; a Flo no le gustaban los tíos y en las orgías de Kat los había en cantidad. De hecho ella era la única hembra en ejercicio, aparte del regocijo visual de ver atormentar a sus esclavas habitualmente. Kat se hacía penetrar por todos sus orificios inhibiendo su capacidad peneclitórica, siempre por machos o mutantes. Cuando era ella la que sacudía, manipulando previamente su vagina conseguía erectar su botoncito hasta alcanzar unos 9 centímetros, siempre lo hacía a los culos de los maromos. Todo ello asqueaba profundamente a Flo. Solo soportaba el espectáculo añadido de ver los cuerpos heridos por el látigo.

Flo no era ni guapo ni alto ni puñetera falta que le hacía. Tardó tiempo en desarrollar sus espléndidos órganos de goce. Un día Kat le observó escondida mientras practicaba con su juguete. Fue entonces cuando su madre comenzó a fijarse en él aunque no dio en principio demasiada importancia. No obstante tomaría en sus medidas para estar debidamente informada. No tardó en ocurrir y sería Moá, una de las esclavas del harén que ejercía de espía de la reina cuando funcionaba por los aposentos de Flo, la que vería con sus propios ojos - todos ellos- la promesa que tenía entre las piernas. Flo la había despertado en plena noche excitado por un sueño. La había hecho atar a su poste preferido y la había azotado con sus propias manos con una vara de bambú en sus nalgas. Su vagina y ano aparecían enrojecidos ante sus ojos lo que puso en marcha el mecanismo típico de los emergentes puros y de buena casta. Su pene creció hasta alcanzar los 18 centímetros al mismo tiempo que la opresión del deseo ahogaba su pecho. Se acurrucó y mordió con fuerza los labios vaginales sintiendo el líquido caliente de la sangre sobre sus labios. Siguió mordiendo los muslos, los mofletes, el clítoris... mientras su verga llegaba a los 22 centímetros de largo y 6 de diámetro, y su lengua en paralelo se iba alargando y transformando en bífida. Luego la penetró por el ano con violencia sintiendo lo que nunca había sentido, mientras Moá gemía de dolor. Gritar le hubiera costado como mínimo recibir 20 azotes extras con el látigo de nudos. Gracias a que tenía experiencia y su esfínter había adquirido gran elasticidad no sufrió daños de consideración, lo que le permitió no perder el conocimiento y seguir sufriendo el mamporro de nuestro héroe por vía vaginal. Como había parido y la figa -a su pesar- estaba rezumando líquido placentero aguantó el embate mas o menos hasta que hizo tope con el estrechamiento preuteral, con la fortuna de que Flo se arrugó, todavía inexperto e inconsciente de las posibilidades de que su verga, que ya tenía 30 centímetros, pudiera reventar todo lo que pillara a su paso. Así que volvió a sacarla para volverla a introducir en la boca de Moá donde, apenas rozó su lengua, explotó como una manguera con el semen amarillo de los primerizos per tot arreu.

Agotado y sorprendido por la experiencia, empapado de sudor, se sumergió en la piscina mientras - para hacer boca antes de volverse a dormir- mandó colgar de los brazos a Moá para relajarse viendo sus axilas peludas y sudorosas; las gotas de sangre y sudor caer por sus muslos y emanar por todos los poros de su cuerpo, mientras el látigo más ligero y fino del instrumental restallaba en su espalda y costados dejando finos surcos violáceos, todavía visibles en la luz turbadora de las dos lunas que asomaban por la terraza de sus aposentos. Se durmió plácidamente.

Cuando la esclava se recuperó fue con el cuento a la reina Kat que de invitarlo amablemente a sus bacanales sexuales pasó a obligarlo sin contemplaciones con el fin de aprovecharse de sus atributos, lo que consiguió en una sola ocasión. Sería la última. Flo tuvo que sodomizar a su progenitora bajo la amenaza de la temida verga nudosa. A pesar de que Kat de 58 años era una mujer todavía atractiva sin excesivos descuelgues o pieles de naranja gracias a las pócimas del sabio Arius, la presencia de los efebos y monstruos habituales inhibía a Flo. Ni las salvajes heridas cortantes sobre la piel de Moá - que así cobraba los servicios prestados- realizadas por una fina cimitarra con filo de oro y que dejaba finos y excitantes surcos granates caer por sus costillas, lograba poner mínimamente en forma la mágica polla que apenas hizo mella en el generoso agujero de la reina a pesar de los esfuerzos del pobre Flo. Aquella, furiosa, contuvo las ganas de azotar a su hijo, mas por miedo a su futura venganza cuando hubiera cumplido la edad para ser rey, que al cariño que pudiera profesarle. Recordaba el caso de su tíabuela que tuvo que soportar en el potro de tortura 1000 incisiones de clavos de 5 cm en sus partes blandas hasta morir al cabo de 4 días por un caso similar. Así que le echó de la fiesta y se consoló con un elúmen de lengua gigantesca que le hizo penetrar hasta casi el intestino grueso. Aquella noche Flo decidió que los días de su madre estaban contados.

Preparó su venganza en la forma habitual, mediante la traición. Encomandita con su adorado Arius que odiaba secretamente a Kat por sus anteriores desprecios a su amigo el Rey y a él mismo, introdujeron en el recto de Abdul, uno de los favoritos del harén, una cuchilla que actuaría al apretar el culo de forma adecuada, y que no advertiría Kat hasta que fuera demasiado tarde. A Abdul le prometieron que una vez consumado el acto podría follarse, torturar o matar si le apetecía a su novio platónico Amio, maricón como él, como premio. Joder entre esclavos sin permiso estaba penado con la muerte lenta

Kat parecía demasiado relajada y los planes comenzaron a correr peligro, puesto que el artefacto impedía cagar a Abdul, y este ya llevaba doce días sin hacerlo gracias a un fármaco de Arius, y no podía retrasarse mas la natural evacuación, además de que reiniciar la operación podía tener problemas por los espías de la reina, hasta que un buen día, después de despachar algún asunto de estado, la reina se dirigía hacia sus aposentos por el jardín oeste del palacio y vio a unos niñitos angelicales de la servidumbre perseguir, alcanzar, desnudar y atar a unas ramas a una niñita de pelo rubio y tez muy clara, para a continuación azotarla con unas ramas de sauce. Inmediatamente la parrusa - de la reina, claro- comenzó a zumar y la conminó a montar una pequeña celebración.

Esta tuvo lugar inmediatamente en su piscina privada, llena de aceite de cocoide, de viscosidad parecida al de oliva pero blanco y de sabor muy dulce, donde se introdujeron ella, cuatro efebos - entre ellos Abdul- y dos elúmenes. Mientras en el escenario habitual hizo traer a los esclavitos a los que proporcionó armas más convincentes - ramas nudosas de bambú- para que siguieran con lo suyo. Kat fue penetrada y lamida una y otra vez por delante, detrás y boca, corriéndose tantas veces que ya se podía temer que la cosa pudiera terminar así, hasta que - la tradición es la tradición- decidió terminar la juerga sacándose la polla: metió sus dedos en la vagina, rascó con su larga uña en donde ella - y solo ella- sabía, y comenzó a crecer su clítoris de entre los colgajos interiores, muy rápidamente por la excitación, con su característico color rojizo y liso para, una vez llegado a su tope, ensanchar la punta hasta adquirir la forma del glande de los tíos pero sin agujero. Era una verdadera pilila erecta pero sin el conducto uretral, que quedaba en su soca.

Como era previsible eligió a Abdul para ser ensartado, gracias a que tenía el esfínter muy estrecho y con hemorroides. Mientras un bicho le metía la lengua por su culo, le empitonó y le dio una sacudida brutal, solo dulcificada por el líquido que los mojaba. La sangre comenzó a brotar por una almorrana lo que dio mas ánimos a Kat para el mete-saca. El esclavo del arma escondida esperó su momento, y cuando la viciosa estaba a punto de estallar - justo cuando mayor sería el daño- cerró su culo.

Un grito desgarrador acompañó a la expulsión hacia atrás de la mujer y su enculador sátiro por la presión de la sangre. Ambos cayeron de espaldas al fondo de la piscina. Él desangre tenía tal fuerza que a la superficie blanca emergía un gran géiser rojo. Cuando acudieron en su ayuda Kat estaba casi desangrada. Flo se dirigió al pobre Abdul y le cortó la cabeza limpiamente con una espada (según Arius de samurai en un antiguo país llamado Japón) que le suministró el chamán. Muerto el perro se acabó la rabia. Arius se llevó a su sanatorio a la moribunda anunciando que en cuestiones del rojo líquido poco podía hacerse. El palacio entero estaba consternado.

Mandaron llamar rápidamente a Ibnrazin y al resto de la parentela y notables de su casta que acudieron lo más rápidamente que los tiempos permitían. La reina Kat duró dos días y medio, justo tras la llegada del tutor y tío de Flo. Inmediatamente se preparó el cortejo fúnebre con el cadáver embalsamado por Arius, y que ofrecía un magnífico aspecto, hasta Morella, en cuya Fortaleza-palacio se encuentra el panteón del clan. Allí se honró a Kat con unos grandes funerales, amenizados con los gritos de los empalados componentes de la orgía - niños incluidos- como era tradicional. Con el traslado del lustroso cadáver al panteón, situado dentro del mismo palacio, terminó la fiesta - ¡ y la primera parte de la venganza de Flo!.

Ibnrazin, que adoraba de verdad a su sobrino, insistió en que lo acompañara a Penyscola donde no le faltaría de nada, pero Flo insistía acongojado en permanecer cerca de su madre para honrarla con sacrificios y honores, al menos por un tiempo. El Virrey, que sabía de la indiferencia con que Pirrín había visto el tormento y muerte de su madre auténtica, asada en una parrilla por sus progenitores y posteriormente devorada por las jaurías reales, cuando fue descubierta fornicando con un esclavo, estaba aparentemente conmovido por la actitud de su sobrino al que parecía inútil consolar. A su pesar tuvo que abandonarlo por exigirlo sus obligaciones del virreinato y partió a los dos días del enterramiento no sin antes obtener la promesa de Flo de visitarlo lo antes posible. Cuando hubieron pasado otros cuatro días y recibieron la noticia de la llegada de Ibnrazin a Penyscola, el principito y su compinche se prepararon para el segundo acto.