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Mi conversación con Alexia

en Sadomaso

MIS CONVERSACIONES CON ALEXIA

Conocí a Alexia por una concatenación de casualidades... la primera, coincidimos en una boda lejos de nuestros lugares de residencia. La segunda, fuimos solas. Eran parientes lo suficientemente allegados como para obligarnos a desplazarnos, e insuficientemente próximos para provocar una invasión familiar. La tercera, las familias de los novios eran gente de dinero y tuvieron el detalle de reservar habitaciones en el mismo lugar donde se celebraba la fiesta, el Parador Nacional. Alexia y yo compartíamos habitación. Por ultimo y más importante, nos sentaron juntas en esa mesa "escoba" que recoge a gente suelta. Además, fallaron 4 invitados, quedando solo 4. A partir de la tarta, la pareja que nos acompañaba nos dejo solas... y ahí empezó todo.

- ¿Alexia? ¿Princesa griega, por un casual? Dije cuando nos presentaron...

Ni que decir tiene que la química entre nosotras empezó a emanar a borbotones, y que en poco tiempo intimamos mucho mas de lo que podría considerarse prudente. Yo llevaba el mismo vestido de kookai que provoco el miniescandalo familiar de la entrada del 2000, y no sé si cuando lo llevo se enciende la libido a mi alrededor o fue debido a los vapores del brut nature, o que, pero fue Alexia la que acerco su boca a mi oído para decirme:

- que a gusto besaría tus pechitos...

- eso no te saldrá gratis...

- cuanto debo pagarte...

- te lo diré en la habitación...

- hazme un adelanto...

- te dejaras hacer lo que yo quiera...

- ¿solo eso? - Pregunto inocentemente Alexia...

Di mi callada por respuesta mirándola fijamente a los ojos. Apure la copa de cava y me levante.

- voy al aseo...

- te acompaño.

Nos dirigimos al espacioso baño. Estaba vacío. Nos metimos en una de las cabinas y candamos la puerta. Yo me senté en el inodoro y baje los tirantes del vestido dejando mis senos al aire. Alexia se sentó de frente sobre mis rodillas y rozo con sus labios secos ambos pezones. Para humedecerlos me beso en la boca, introduciendo apenas su lengua hasta tocar la mía. Busco mi pechito derecho y lo chupo... pero de verdad. Era como si fuera un bebe extrayendo leche. Nunca me habían libado así. No era precisamente mi forma favorita de ser besada y cuando iba a hacer parar el ordeñe abrieron la puerta del aseo y un sinfín de gritos y parloteos retumbo en las asépticas paredes. Así que deje hacer los segundos suficientes para empezar a notar algo, y... ya me abandone definitivamente al chup chup. Note como mi pezón parecía estirarse, y mi vagina empezó a sudar. Aunque tenia las manos unidas al tórax a causa del vestido caído, con una mano tome la cabeza de Alexia y la lleve al otro pecho. Con la otra me abrí paso entre sedas y carnes alborotadas hasta separar el elástico de mi ingle y buscar la profundidad de mi sexo. Con mis dedos lubricados acaricie mi clítoris ya enervado mientras estaba a punto de manar leche de mis senos por tanta succión. Yo no soy demasiado gritona pero tuve que reprimirme mucho cuando me vino el orgasmo.

No sé cuanto tiempo paso hasta que pude recuperar el aliento y las fuerzas suficientes para incorporarme. Alexia permaneció de pie, risueña, esperándome.

- joder, tía, un día te dará un colapso.

- ya te he contado que no soy multiorgásmica, pero que cada uno mío vale por diez - dije mientras me recomponía el vestido.

Cuando salimos al salón le dije por lo bajini:

- no creas que doy por saldada tu deuda.

- eso espero -, contesto Alexia.

- no sabes lo que te dices.

- ya será menos.

- espera a que subamos y veras.

Seguimos de cháchara el tiempo prudencial para no hacer un feo a los novios y a la concurrencia. Cuando por fin subimos a la habitación nos comíamos con la mirada ascendiendo por la amplia escalera. Cuando Inés cerro la puerta se quedó inmóvil mirándome fijamente. Sus ojos brillaban de deseo, pero era un deseo salvaje, impío... tanto que me dio un poco de miedo.

- quítate el vestido Alexia.

La obedecí sin replicar. Mientras me desvestía note como crecía una especie de ahogo en mi pecho, señal inequívoca de que algo iba a ocurrir, que deseaba fervientemente, pero que seguro no podría controlar. Mi vulva estaba humedecida desde mucho antes de que me cebara en los pechos de esa zorra. Mmmmmmmm, que cosa más buena... Como se pusieron duros de repente a poco de entrar la jauría de adolescentes... y la muy guarra, como se corrió.

Cuando iba a quitarme el suje me hizo parar.

- no sigas... y no te quites las bragas. Arrodíllate en la cama. En la esquina. Los talones fuera.

Hice lo que me pidió. Me sentía a su merced. Empecé a pensar que me había equivocado. No me va el sado. Nada de nada. A ella sí. Me lo había confesado. Y sin embargo...

La habitación era muy grande y espaciosa. Detrás del lecho de baldaquino había mucho sitio. Yo oía a Inés haciendo cosas pero no la veía.

- ¿qué me vas a hacer? Pregunté.

- daño, me respondió.

- ¿mucho?

- el que tu quieras.

Callé. Y espere. Unas manos recogieron mi pelo en una coleta, y unos labios besaron mi nuca. Se me erizaron los vellos. Inés arrastraba su boca por mi cuello, suave, delicadamente, casi sin tocarme. No pude evitar gemir. Sus manos me rodearon y se posaron en mis pechos forrados por la suave seda marca Cacharel, y bajaron gozando de la piel de mi tórax hasta mi vientre. Los labios se desviaron a mi hombro y mordieron el tirante estirándolo, estirándolo... hasta que no dio mas de sí creo, por la violencia del golpe al soltarlo.

- ayyyy -, mediogrité. No pude evitarlo. Me había dolido. Pero no me moví. Aquello no era nada. Inés bajó el tirante deslizándolo con sus dientes... y volvió a besarme las cervicales, mientras sus dedos jugaban con el elástico de mis braguitas, estirándolo y dejando que volviera a su lugar. El tirante del sostén que todavía quedaba en su sitio corrió la misma suerte que su gemelo, después de besar un poco mas violentamente mi hombro. La dentadura de Inés terminó con mis arneses íntimos, en mi cintura, sin que las gomitas de mis braguis dejaran de hacer su trabajo. Con mis pechos al aire estaba en evidencia. Los pezones erectos, duros, pedían guerra, que Inés, desde luego no les iba a negar.

- estas caliente, ¿eh princesa?

Animada por la, - hasta entonces- delicadeza de trato, me envalentoné.

- ¿este es todo el daño que ibas a hacerme? Dije girándome sobre mis rodillas hacia ella.

- de ti depende. De ti depende- contesto, todavía enfundada en ese sutil e insinuante vestido de seda oscura, causante de no-se-que escándalo sansilvestrino. Ante mi cara de extrañeza continuó:

- ya sabes que me gustan los juegos, y vamos a jugar a uno. Y tu serás la protagonista-

- y tu. ¿Que serás?

- yo te haré cosas. Si aguantas diez minutos esas cosas, ganas. Si no, pierdes, contestó con un pelín de sorna.

- ¿qué cosas? y... ¿que tengo que aguantar? - Pregunte con cierto resquemor.

- Contestare a lo segundo. Aguantaras lo que te haga sin correrte.

- ¿sin correrme has dicho? ¿sin correrme? - repetí incrédulamente ante lo que había oído decir, y con indisimulado alivio. La prueba estaba chupada.

- si. Lo que oyes: 10 minutos sin correrte - añadió sin inmutarse.

- ¿porque 10 y no 20?

- es el récord.

- Ah... ¿y si me corro...?

- Entonces te azotare... con esto – Y me tiró un cinturón de tiras de cuero trenzadas. Lo tomé con mi mano. Era duro pero flexible. Debía de hacer bastante daño, desde luego.

- ¿Te han azotado alguna vez princesa?

Lo dijo en un tono de voz, como si lo estuviera haciendo todos los días, y yo sabia que no era así, que se alimentaba de fantasías... sus fantasías, como yo tenia las mías. Pero su aplomo y seguridad me fascino. ¿Y si me había mentido? ¿Y si su inexperiencia relatada era falsa? ¿o era puro teatro, una representación del papel de ama-dominante-torturadora, su papel soñado?

- ¿No me vas a contestar, cielo? Dijo Inés rompiendo mis pensamientos.

- Ya te lo dije. No me gusta el sado – contesté.

- pues de ti depende que esta no sea la primera vez.

- ¿y si supero la prueba Inés. Entonces que?

- Entonces me azotarás tú a mí – contesto sin inmutarse.

- ¿Y si no quiero?

- Eso es cosa tuya.

Desde luego que lo haría, desde luego. Tenia unas ganas locas de bajar los humos a esa zorra perversa, prepotente y... encantadora.

- ¿quieres que te tape los ojos, Alexia?

- No. No quiero.

- Gírate otra vez de rodillas hacia el cabezal. Con los talones fuera, solo los talones. Así. Muy bien. Toma – Y me dio unas pinzas de pelo, pequeñas, puntiagudas.

- ¿ Y esto...? - pregunte probando el muelle, muy duro, por cierto.

- quizás las necesites – y acto seguido me bajo las bragas, quitándomelas por debajo de mis rodillas.

- ahora ponte a cuatro patas. Así, bien apoyada. Abre bien las piernas. Bien abiertas. Muy bien.

Tomó los almohadones de las camas, y... ya no vi más. Yo miraba mis dedos, mis manos. Imaginaba que se estaría quitando su vestido escandaloso, mientras contemplaba mis partes traseras, bien expuestas, bien accesibles a esa mirada lasciva, impúdica, lujuriosa, obscena, que descubrí apenas quedamos solas; y que pronto ¡muy pronto por favor!, serian objeto de a saber que perversas caricias.

Sí. Ella estaba ya desnuda. Las puntas de sus senos rozaron mis nalgas, mis muslos. Las de sus dedos mis costados, mi vientre, mi espalda. Su pubis se paseó por mi trasero. Empecé a agrietarme, a abrirme, a abandonarme... No, ni hablar. Alexia piensa en hacienda. En tu citación del mes pasado. En aquel desagradable funcionario... siento unos labios que recorren mi hendidura, acariciándola, casi sin tocarla... y una lengua húmeda y cálida se desliza aviesa alrededor de mi esfínter, como jugando al escondite con él, amagando, retirándose. Alexia piensa en esa oficina siniestra. Ese desprecio. "A ver, papeles. Justifique ese gasto". Me derrito... esa ramera ataca mi punto débil. Su músculo unta de impía saliva en un prolongado beso negro la estrecha puerta. Entra sin llamar. Me esta sodomizando una lengua larga, increíblemente larga... y dulce. Siento como late, como vibra, como se estremece mi anillito... joder, ahora me toca mi vientre, mi pubis, esos dedos, esos dedos que juegan con mis pelitos ensortijados. No. El pulgar no. Hay Inesita... así... así. Uffff. Que bien... que gusto. Así, así, en mi clítoris. Joder, la lengüita, no para. Me voy a ir...joder, hay que aguantar un poco mas... El IVA, si, mañana vence el plazo... mmmmm que bueno. Sí. Sí. Así. Mételo dentro de vez en cuando. Nota mi humedad. Siiiiiiii, muy bien. Sigue Inesita... Joder, no voy a aguantar...

La pinza. Si, la pinza. Donde más duela... en mi pezón. Jo, si, si que duele. Uff, que gusto, si Inesita... así así, sigue así, mueve tu dulce lengua en mi culo... no pares. Voy a apretar la pincita con mis dedos. Tiene que dolerme mas, más. Mmmmmm, si, duele. Joder, esto no hace nada, es peor... ay, así me gusta, que bien, coño, estoy chorreando. Inés... puta, cabrona. No pares si, así, así... uy no, no, noooo...

...

- Princesa, levanta. Venga, que no es para tanto.

- que bien mi amor, que bien... ven conmigo... bésame.

Me tendí a su lado y la bese despacio... en su boca, en sus mejillas, tiernamente.

- entonces... ¿te ha gustado?

- siiiiiiiii, me ha encantado Inesita.

- ¿sabes cuanto has durado cielo?

- me da igual. No me importa.

- once minutos y medio.

- Vaya, gané.

- Si Alexia ganaste. ¿Que vas a hacer conmigo?

Me quede un rato haciendo la pose del pensador. Se me habían ido las ganas de azotarla. A pesar de los detalles sado había sido tan dulce, tan tierno... hacia años que no había tenido un orgasmo así.

- Inés, quiero saber cosas de ti, de tu vida, de tus experiencias.

Me arrellane cómodamente en la cama. El balcón estaba abierto y una suave brisa hacia muy agradable el estar, pero, Alexia sugirió salir fuera. Apagamos la luz y salimos. Nos sentamos desnuditas en los cómodos cojines sobre los sillones de mimbre:

- De verdad... ¿Te han azotado alguna vez Inés?

- Sí. Lo han hecho... y más de una vez.

- Inés, quiero que me cuentes la primera vez que lo hicieron.

- Esta bien - tome aire y empece la historia de mi tía Balma...

Bueno querida princesa, ocurrió cuando yo tenía 16 años, (justo al siguiente de mi tarde con Laurita). Vaya año para mi, !como ya comprobarás! Mi madre tenia la sana costumbre de pasar la semana de fiestas en el pueblo natal, y con ella toda la familia. Es algo sagrado para ella. Nos reunimos todos y se aprovecha para ver al personal y no perder el contacto. Yo tenia allí una pandillita de nativos y veraneantes y lo pasaba relativamente bien. Cuando llegamos un jueves, un sinfín de amigos, conocidos y otros se acercaron por la casa para saludar y cotillear. Una de las que primero se dejó caer fue Balma, mi tía Balma como yo la llamaba. Yo la adoraba. Es alta, grande, siempre en su punto... para mí la más guapa de todas las mujeres. Era dos años más joven que mi madre y su mejor amiga desde la infancia. Hacia años que yo no la veía por el pueblo. Nada mas aparecer por el patio y verme a mí, me dio uno de esos besos de que te hable, besos de falso amigo/amiga, esos que se dan en la mejilla pero tan esquinados que llegan a rozar furtivamente los labios. Cuando note la humedad de su saliva en la comisura de mi boca me quede un poco parada sin saber porque. Mi madre ni se entero, claro. Balma estaba restaurando su casa. Después me enteré que acababa de separarse de su marido y venia para airearse y dar un vistazo a las obras. Mi madre la invitó inmediatamente a quedarse unos días más. Las fiestas no empezaban hasta el lunes. Mi madre no solo le hacia un favor a su amiga, también se lo hacia a sí misma, porque de esa forma se quedaba a mi cuidado, ya que marchaba de viaje con mi padre hasta el martes, y el resto de mi familia no tenias previsto aparecer hasta el lunes. Quedaba otra hermana mía que estaba con su marido en la casa de sus padres en el mismo pueblo. Aunque dormía fuera, siempre venia a desayunar a casa y no la abandonaba hasta después de cenar, en la calle, como se hace todavía hoy. Esta claro que mi madre no se fiaba demasiado de mí. Tenia motivos, la verdad. Así que el viernes a media mañana nos quedamos solas Balma, mi hermana Trini y yo. Esa misma noche no salí, y me quede a cenar en la mesa comunitaria callejera frente a nuestro portal. La gente se fue a casa tardísimo, pero nos quedamos de charrera un rato mas Balma y yo acariciadas por el frescor de noche. Hablamos de muchas cosas... estudios, familia, amores,... cuando fuimos a dormir, yo entre la primera en el baño, el único de la casona. Yo siempre que podía dormía desnuda, como hago ahora, pero por obligación usaba un pijamita corto. Balma (en adelante, también mi tía Balma) y yo éramos las únicas que no teníamos adjudicada habitación, así que nos tocaba el desván, que sirve de paso a la terraza trasera y no tiene intimidad. Dentro hacia un calor espantoso. Me acosté y apague la luz. Paso un buen rato hasta llego mi tía. No encendió la luz pero vi que, al contrario de la noche anterior en que todavía estaban mis padres en casa, iba totalmente desnuda. Se veía claramente por el reflejo del alumbrado de la calle. Se sentó larga en la cama. Te prometo que no me moví un milímetro y que ella ni me miro, pero me dijo como si supiera que estaba despierta:

- ¿Te importa que fume?

Le conteste que no. Mientras fumaba me decía:

- "hace calor; estas sudando, verdad?... yo también".

No se porque me puse la mano sobre el pantaloncito apretándome el coñito, bueno, si lo sé... nunca antes había estado durmiendo junto a una mujer mayor desnuda a mi lado aunque fuera cama contra cama, y me venían a la memoria "ciertas" fantasías de niña. Me estaba poniendo muy caliente, pero ella ni me miraba. Cuando termino el cigarro me dijo:

- ¿Te estas tocando, verdad?

Yo me quede helada, -¿Cómo lo sabes?- Pregunte.

- Por el olor. ??? - No lo sabia -, le dije.

- Hay muchas cosas que no sabes.

Después hubo una pausa, un silencio pesado, caliente, opresivo, lascivo... que Balma por fin rompió:

- ¿Inés, has estado alguna vez con una mujer?

- No, nunca -, le conteste.

Se giro y se sentó en la cama frente a mí.

- Siéntate, me ordenó. Estabamos sentadas una frente a la otra.

- Levántate. La obedecí.

Ella se inclinó hacia mí, levantando un poco el top dejando mi barriguita al aire... y empezó a besarme el ombligo... lo hacia como si lo estuviera haciendo con mi boca... metiendo ligera y dulcemente su lengua, arrastrando sus húmedos labios por alrededor...

Querida Alexia... tu no has visto todavía mi ombliguito. Es amplio y podíamos llamar "carnoso", en una, entonces, poco prominente barriguita, pero que ya prometía su actual redondez... sigo...

Nunca antes ningún tío me había besado de esa forma. Después descubriría que ningún tío me había besado... de otras muchas. Yo estaba paralizada mientras la cabeza de mi tía embutida en mi vientre iba y venia al compás de mi respiración jadeante...

Sus manos bajaron mi calzón que cayo a mis pies. Tomaron mis glúteos y los separaron... su dedo medio jugueteó con mi esfínter, hasta introducirse en él... uffff.

Así estuvo un buen rato hasta que, harta de vientre se separo como una fiera, con la boca entreabierta y babeando. Ella también jadeaba de deseo.

- levanta los brazos.

Se levanto y me quito la camiseta del pijama por encima de mi cabeza.

- no bajes los brazos. Manténlos arriba, bien estirados.

Acerco su cara a una de mis axilas, un poco pobladas del incipiente vello de la pubertad, y la acaricio con su mejilla, para después olerla...

- me gusta tu olor, Inés... y busco mi pecho, aprisionando mi pezón con sus labios...

Bueno, voy a parar, pues si sigo voy a tener que meterme en el aseo a masturbarme, cosa que siempre hago al evocar esa, mi primera - y verdadera - iniciación al sexo. Tan solo te diré que mi tía me hizo descubrir mi propio cuerpo. Me dio mas placer en esa noche que en mis múltiples –y poco afortunados- encuentros anteriores con estúpidos muchachitos... y no tan muchachitos, pero igualmente negados. Desde entonces me hice el firme propósito de ser otra persona. Me propuse dejar de acostarme con todo bicho viviente, y así terminar mi fama de chica fácil. No lo conseguí. Eso es mas difícil de lo que parece.

Pero... volvamos a la historia:

Ese fin de semana pasaron otras cosas con mi tía Balma, tan excitantes... o más quizás, que la que te he contado.

La noche siguiente volví a casa relativamente temprano, sobre las nueve, después de una excursión con bicis hasta el pueblo vecino. Me duche y bajé al patio, es decir, el portal de casa. Balma, mi tía Trini, y dos señoras mas estaban de palique. Cogí una silla y me senté a leer. No había visto a mi tía en todo el día, ya que, aunque salí temprano ella ya no estaba.

- ¿No sales esta noche Inés?- preguntó mi tía Trini.

- No tía. Estoy muy cansada y no tengo ganas, dije levantando apenas la cabeza del libro que estaba leyendo. Mire de reojo a Balma. Me estaba observando, casi me desnuda con la mirada, o, al menos, eso sentí. Me alegre por dentro. Contaba los minutos para que se hiciera la hora de acostarse. Al fin llego tras una exasperante e interminable sobremesa. Subimos las escaleras y repetimos la secuencia de la noche anterior, solo que esta vez salí desnuda del aseo.

- Ponte algo inmediatamente, me espetó duramente al cruzarse conmigo.

- Pero... protesté débilmente.

- No hay pero que valga. Ponte lo que quieras pero no quiero encontrarte así en la cama.

Confundida y ¿porqué ni decirlo?, un poco decepcionada, entré en el desván y busque mi pijamita, perdido en el fragor de la batalla. No lo encontré y me puse bragas y sujetador, apagué la luz y me tumbe en la cama humillada.

Tardo en venir, bastante mas que la noche anterior. Yo estaba realmente cansada de la excursión. Además habíamos tenido un incidente desagradable, conmigo de protagonista. Nos habíamos bañado en el río desnudos, chicos y chicas, después de comer, en un rincón apartado. Uno de los nativos se encapricho de mí, e intento que nos fuéramos tras unos árboles solos. Varias parejas ya se habían perdido así que el mozalbete creía tener derecho a hacerlo. Por supuesto me negué. El tío empezó a insultarme. Verlo vocear con su polla medioerguida... tan patético... No pude evitarlo, me dio la risa. Me quería matar. Tuve que salir corriendo, porque estaba también borracho. Tuvieron que sujetarlo. Yo quería volver al pueblo sola, pero me convencieron de que me quedara. El resto de la tarde fue muy tenso, y solo me relajé en la ducha. Ya estaba medio dormida cuando entro Balma en el desván. Estaba desnuda como la noche anterior y llevaba una bolsa.

- ¿Duermes? Pregunto sabiendo que la estaba esperando.

- No, repuse.

- Perdona por la bronca, pero nunca te desnudes sin que yo te lo pida.

Se acerco y me beso en la boca. Se tendió en su cama con la espalda apoyada en el cabezal dejándome sitio, dando unos golpecitos en el ladito libre:

- Ven aquí conmigo.

Hizo que me tendiera de lado, con mi cabeza apoyada sobre su vientre. Pase un brazo por detrás de su cintura y el otro descansaba sobre su muslo. Ella me acariciaba el cabello y la espalda con ternura. Yo estaba en la gloria. A pesar del calor espantoso y de la alta temperatura corporal de mi tía, el sentir su piel en mi mejilla, el oler su cuerpo, acariciar su piel... hubiera querido permanecer así toda mi vida. Mi tía tomó mi muñeca y deposito mi mano en su regazo. Acariciar su pubis remolineando mis dedos en la espesura de su vello me produjo una descarga de flujo que no paso desapercibida a mi amada tía.

- No tengas prisa Inés, no tengas prisa.

- Sabes tía, ayer te mentí. Si que he estado con una chica.

Y le conté mi episodio con Laurita, en este mismo lugar hacia un año. Pero le oculte mis fantasías con mis hermanas. No fui capaz.

- Inés, hacer el amor no siempre es tierno y delicado. A veces es violento, humillante, incluso doloroso. Aunque no lo creas lo que le pasó a tu amiga es bastante normal. El placer se obtiene de muchas formas, como podrás comprobar.

- Nunca antes había disfrutado tanto como anoche, nunca. Y creo que nunca lo haré -, dije con convicción, olvidándome de todas mis elucubraciones sadomasoquistas.

Balma se sonrió, y jugueteando con mi pelo y acariciando con ternura mi nuca me dijo:

- ya me di cuenta anoche de que no eras totalmente virgen... y por lo visto tampoco has debido pasártelo demasiado bien.

Yo me quede un poco sorprendida por la frase: "totalmente virgen" ¿si llevaba follando desde los 13 años? Como si me hubiera leído el pensamiento mi tía no me dio tiempo a preguntar.

- esta noche quiero quitarle a los chicos el privilegio de tu verdadera virginidad. Venga, levántate... que te noto bastante a punto.

Tenia razón mi tía, estaba muy a punto... mi vagina no había dejado de manar desde el momento que la abrace, desde el momento que sentí su cuerpo de mujer a mi lado... que diferente con los sórdidos y poco satisfactorios momentos compartidos con mis anteriores amantes... Como la noche anterior obedecí sin chistar. Me deje llevar hacia lo desconocido de aquella frase enigmática, intuyendo que algo nuevo iba a descubrir.

- arrodíllate Inés... así... de través. Ponte tiesa. Te voy a vendar los ojos.

Eso todavía aumento si cabe mi morbo por lo que iba a descubrir. Mi tía paso un pañuelo de seda por mi cabeza e hizo un nudo fuerte. Yo no veía nada absolutamente.

- Ahora inclínate... apoya tus brazos en la cama... abre bien los muslos... bien abiertos... así, muy bien. ¿Estás cómoda así?

Moví mi cabeza afirmativamente. Si, estaba cómoda... y otras cosas: caliente, intrigada, empapada en sudor...

Oí claramente a mis espaldas a Balma manipulando en el bolso... sacando algo... un tarro abriéndose... pasos acercándose... una caricia en mis nalgas... en mis ingles... en mi sexo... unas manos rodeando mi cintura y tirándome hacia atrás... algo duro rozando mi muslo... un dedo untado de algo viscoso e introduciéndose en mi ano... lubricándolo... mi respiración honda y profunda... jadeante... gimiente... al saber por fin lo que iba a pasar...

- Ay... Me duele... me duele mucho.

- Espera Balma, espera... no te impacientes.

Era demasiado grande... e inanimado, frío, duro... pero sobretodo grande. Me dolía muchísimo. No lo iba a soportar.

- Tía, por favor, me haces mucho daño – supliqué.

Aflojó el movimiento... sin dejar de moverse... acariciando mis cabellos, mi cuello, mi espalda.

- tranquila cielo, tranquila. Espera un poco... un poco mas... espera... ya veras.

Me mordía los labios del suplicio. Cada movimiento de mi tía significaba una punzada dolorosa, una grieta que me martirizaba, que me abría, que me rompía, hasta que... las torturas parecieron menos intensas... menos traumáticas...

Empecé por dejar de sufrir, de sentir, de rechazar. Poco a poco el placer se abrió camino. Mi mano buscó mi vulva a riesgo de perder el equilibrio. Balma, que no perdía detalle me sujetó con mas fuerza de mi cintura mientras su pene ortopédico se movía ahora suave y rítmicamente. Los ayes dieron paso al silencio... al ronroneo, a los suaves gemidos, a la respiración jadeante, al grito ahogado. El otrora arnés duro, frío, insensible, artificial se había convertido en muelle, cálido, tierno, como un apéndice que era prolongación de las dulces carnes de mi tía. Empece a temblar, a reír, a mover mis caderas, mis nalgas, buscando no solo el roce, sino acompasarme a ese vals desconocido para mí. Ni las fuertes manos de Balma asidas a mis ancas pudieron impedir que mi cuerpo se proyectara hacia delante cayendo de bruces, a las primeras pulsiones del orgasmo, convulso, profundo, indefinido, abandonando al asta agresora y a su sabia instructora.

Desperté temprano, muy temprano. Me dolía el culo. Mucho. Mi tía ya no estaba y me extraño. Me la encontré en el baño. Estaba ya vestida, acicalándose los ojos.

- ¿Dónde vas tan pronto? Todavía no son las 8.

- Me duele mucho el culito tía. No sé si podré hacer caquitas otra vez.

Balma me miro, y estallo de la risa. Cuando por fin ceso de reír me abrazó. - Por supuesto que podrás, que te crees... - No terminó la frase. Volvió a carcajearse a mi costa. Yo estaba un poco picada. Jolín, es que me dolía mucho.

- Venga, ya vale de decir tonterías; vístete y vamos a tomar un té antes de que venga Trini.

Me duche y vestí en un santiamén. Baje a la cocina. Balma había preparado ya la infusión.

- ¿Te vas?, pregunté al verla mas arreglada de lo normal.

- Sí. Me voy a Barcelona. Tengo una cita con el arquitecto y cosas que hacer. Volveré lo antes posible pero seguramente tarde.

- ¿Puedo acompañarte?

- No. No puedes.

Viendo mi cara de decepción, tomo mi mano. – Ya lo sé Inés, será nuestra ultima noche. Además se lo prometí a tu madre. Volveré, pero no me esperes despierta -.

- ¿Me llamarás cuando llegues aunque este dormida?

- Lo haré; descuida que lo haré.

Pasé el resto del día nerviosa. Era nuestra ultima noche, y esperaba con impaciencia lo que tuviera que ocurrir. Además no sabia por donde iban a ir los tiros. ¿Seria la Balma cariñosa y dulce de la primera noche? ¿o la mas dura e implacable de la segunda? Salí con mi panda por la mañana y tarde a la piscina. Por fin vino la hora de la cena, de la tertulia, de irse a la cama. Balma no aparecía.

- Me voy a dar una vuelta tía.

- No tardes Inés. ¿Llevas llaves, no? Balma llegara tarde.

- Voy un momento al bar a ver si todavía esta la gente. Si, llevo llaves.

Aquellos días, todo lo que no fueran las noches con mi tía me parecía un muermo. Tardé todo lo que pude en volver a casa. Tenia la esperanza de encontrarla. No estaba. Me acosté.

No quise apagar la luz. Quería estar despierta cuando llegara... si llegaba. No; llegaría; seguro. Un ruido... la puerta del patio. Aquí estaba por fin. Pasaron unos minutos interminables. La puerta del patio otra vez; cerrándose. Mi tía Trini que se habría dejado algo. Jolín, que mal. Otra vez. Ahora sí... alguien sube la escalera... mi tía. Pasos... cogí rápidamente la novela de la mesilla.

- Hola, soy yo. ¿Todavía despierta?

- Sí tía. No podía dormir.

Dejo en su cama su bolsa de viaje. - Ahora vuelvo. Voy al baño.

Inmediatamente empece a notar la excitación, la ansiedad, el deseo, la opresión en mi pecho. Mi vagina se encharco literalmente. La espera se me hizo eterna.

Apareció por el umbral. No iba desnuda como las otras noches. Llevaba un jeribeque de finísima lencería negra: corsé, ligueros, bragas, medias, guantes, zapatos de tacón. Yo estaba alucinada. Sin mirarme se recogió su media melena con una goma. A pesar de ir pulcramente depilada la vista de sus axilas me turbo todavía más si cabe. No te lo había dicho hasta ahora. Balma pasaba de los cincuenta pero tenia la casta de las mujeres grandes y proporcionadas. La edad no había hecho estragos en ella. En algunos aspectos m0as bien al contrario, como su cara. Había adquirido serenidad y dulzura. Su cabello castaño no revelaba ninguna blancura. Tenia pechos pequeños, no demasiado aplanados por los años y el tute. Su vientre, algo fondón, seguía siendo mas que apetitoso. Quizás su punto débil eran sus nalgas, ya claramente descolgadas, aunque sus muslos eran largos y apenas mostraban piel de naranja. Yo la había observado desnuda siempre a oscuras. Hay que decir que su vistosa indumentaria disimulaba de forma notable las pocas, pero inevitables señales de la edad.

Se puso a buscar dentro de su bolsa. Saco varias velas de gran tamaño que dispuso estratégicamente a la entrada del desván donde había una pared con una gran alacena, y mucho espacio delante. Yo la observaba inquieta. Encendió las velas y apago la luz. Quedamos en una semipenumbra inquietante. Mi cama quedaba más próxima a la entrada. Se sentó en ella.

- Ven Inés, ven aquí... a mi lado.

Estabamos juntas. Yo la mire con curiosidad. Su expresión era seria, pero desprendía seguridad.

- ¿Recuerdas anoche cuando te conté que había formas de amor que no necesariamente iban acompañadas de tiernas y suaves caricias? ¿lo recuerdas?

- Sí tía, lo recuerdo. Lo de anoche fue una de ellas, ¿no?

- no exactamente.

Balma me miro en silencio unos instantes antes de volver a hablarme - Inés, ¿sabes lo que es una sumisa?

Eso si que me sonaba a chino. -¿sumisa? ¿Quieres decir una chica obediente, no?. Pues no, no lo sé muy bien.

Balma me miraba con una mezcla de ternura y lascivia. Estaba claro que disfrutaba con su labor de iniciación.

- Una sumisa es una mujer que por propia voluntad y libremente pasa a ser propiedad de otra persona, a la que se somete, a la que se entrega de forma total y absoluta, obteniendo su propio placer a través de ese sometimiento, que implica también la humillación. La sumisa es menospreciada, insultada, vejada por aquella persona, hombre o mujer, a la que pertenece. Incluso del dolor físico provocado por un castigo de su amo o ama.

- Ya... ¿de verdad puede producir placer un castigo?

Balma repreguntó

- ¿has oído hablar de las relaciones sadomasoquistas?

Yo tenia una idea difusa del significado exacto de ese término, pero sabia a que tipo de relaciones se estaba refiriendo mi tía. En realidad yo era muy pánfila en todo lo relacionado con la educación sexual. Quedaba fuera del alcance de mis conversaciones con mi hermano. Por supuesto a años luz de las mantenidas con mi madre. Pero con solo nombrar Balma esa palabra mi mente voló... mis pulmones se hincharon... mi vientre se vacío, y mi vista se obnubiló.

- Sí. Mas o menos sí, lo sé. Mentí a medias.

- ¿Has conocido alguna relación de ese tipo? ¿alguna conversación explícita? ¿algo?

El recuerdo de Laurita vino a mi cabeza inmediatamente. ¿Era eso una relación sadomasoquista? No estaba muy segura, así que volví a mentir a medias:

- No. Desde luego que no. Afirme con una cierta rotundidad.

- Inés, la línea que separa el placer del dolor es muy muy fina. Tan tenue... tan difusa... a veces parece inexistente. Acabas no sabiendo dónde empieza uno y termina el otro. El dolor sabiamente administrado es una fuente mas de placer, y... ay, muchas, muchísimas veces el placer es el causante del sufrimiento humano.

Mientras Balma así me hablaba, con su característica dulzura y seducción, yo me fijaba en sus ojos. Tenían un brillo intenso como nunca había visto a nadie en mi vida. Era una gata en la penumbra. Estaba gozando... sin tocarme todavía ni un pelo, aunque era yo y solo yo quien se lo estaba proporcionando.

- Inés, quítate la camiseta.

Sin rechistar me la quite. Estaba solo con los amplios calzones del pijama. Balma se inclinó hacia mí. Puso su boca en mi pezón izquierdo aprisionándolo con sus dientes. Primero apenas rozándolo, con su lengua moviéndose acariciadora... Cada vez apretaba más... y más... mientras se me ponía hinchado y duro. Balma no dejaba de mover sus dientes de forma que mi supersensible apéndice girara sobre su eje, izquierda... derecha... La presión cada vez era mayor. Yo ya gemía. Balma seguía... seguía...

- Mmm...

Ya sentía mucho dolor pero no proteste. No quería que parara... era casi insoportable. Balma se me adelanto; fue ella quien decidió hacerlo.

- ¿Vas entendiendo Inés?

- Me ha dolido mucho tía, mucho, de verdad- No mentía.

Por respuesta Balma introdujo su mano por el elástico del pijama buscando en mi sexo, hundiendo su dedo medio en mi interior, y me lo paso por los labios sonriendo:

- No lo dudo Inés, no lo dudo

Enrojecieron hasta las uñas de mis pies. Efectivamente yo estaba muy mojada. Y, desde luego no quería parar.

- Tía, ¿tú has conocido a alguna sumisa de verdad?

- Sí. A bastantes.

- Y... ¿alguna se te ha entregado?

- Mas de una- contestó Balma con una sonrisa picara.

- Tía...

- Dime querida.

- Yo quiero ser tu sumisa.

No era un acto premeditado pero sentía tal atracción por mi tía y por todo lo que la rodeaba que si me hubiera pedido que me tirara por la barandilla de la terraza lo hubiera hecho. Ante tan seria afirmación, Balma no pudo hacer otra cosa que quedarse en silencio observándome. Si se hubiera reído de mí, cosa que yo desde luego no esperaba, no sé que hubiera sucedido.

- Inés, ¿sabes? Para ser una sumisa hay que cumplir una serie de requisitos. No basta con ser mujer y desearlo mas o menos.

Como la miraba con cierta perplejidad continuó.

- Una sumisa tiene que ser libre e independiente, tanto en lo referente a su situación familiar como económica. Elegir ser sumisa implica a veces muchos sacrificios, difíciles de soportar cuando los lazos familiares y profesionales no son propicios.

Yo replique con vehemencia.

- Pero yo quiero ser tuya, quiero ser de tu propiedad, ir donde tú vayas, hacer todo lo que tu me pidas. Por favor tía.

- ¿Y que hacemos con tu madre Inés? Si no eres ni mayor de edad.

Era verdad. Estaba soñando con la luna. Pero... había algo que no comprendía. ¿Porqué me había hablado de todo eso para después rechazarme?

- Pues... déjame al menos ser tu sumisa por esta noche... anda... por favor...

Ella lo estaba esperando. Había tejido de forma sutil la red en que yo caería irremisiblemente. Sabes Alexia, yo por entonces no tenía ni pajolera de amas, sumisas y todo eso. Te lo repito: en realidad, aunque había follado mas de una vez, yo era una pipiola en materia de sexo. Mis padres todavía no me permitían ir al cine salvo a películas "apropiadas". Tampoco podía leer novelas de índole supuestamente carnal. Fíjate que no me dejaron leer "Pantaleón y las visitadoras". Puedes figurarte mi estado de ignorancia ante la situación en que me encontraba. Solo estaba segura de dos cosas: que estaba superexcitada, ebria de deseo, de un deseo tenebroso, oscuro, pecaminoso... fascinante. De lo otro que estaba segura es que quería entregarme a Balma... dándole todo lo que quisiera. ¿Hasta que punto? No lo sé. Ella decidiría por mí. Así entendía yo lo que era ser su sumisa.

- ¿Te gustaría de verdad ser mi sumisa por esta noche? Me dijo suavemente, acariciando mi mano.

- Sí. Claro que sí. Me gustaría, pero ¿cómo se es? - Lo dije con toda sinceridad. Una cosa es imaginarlo. Otra muy distinta hacerlo. Y más que hacerlo empezarlo.

- Tu no te preocupes. Déjame hacer. Y de momento... relájate. Ya llegara el momento de excitarse para disfrutar de verdad. Ahora quiero que te quites el pantalón del pijama y que te pongas un sujetador. Solo el sujetador. Venga...

Mientras hacia lo que me perdía, Balma me observaba. Yo me sentía tan atravesada por su mirada de deseo infinito, que casi me dolía.

- Así, así esta muy bien. Ahora Inés voy a atarte.

- ¿Atarme? ¿porqué?

- Porque eres mía y yo puedo hacer de ti lo que me plazca, ya lo sabes. Y tu no puedes ni quejarte ni protestar, ¿sabes cielo? Vamos allí, junto a la alacena. Lo haremos a la argolla de arriba.

- Pero...

- Ven... Me acaricio los cabellos con dulzura, mientras me decía:

- Me gusta que estés tensa y asustada. Forma parte del juego; como la forma en que voy vestida, como las velas. ¿No te da un poco de morbo verme así, la situación... el ambiente?

- Sí, mucho, la verdad, pero...

No insistí. Me deje llevar. Era cierto; la situación era muy morbosa, excitante... Mi tía pasó unos pañuelos por mis muñecas para que no me dolieran. Después por ellas paso un nudo corredizo con la cuerda que había sacado de la bolsa, para pasarla por la argolla y tirar... hasta que mis brazos quedaron bien alzados... casi hasta dolerme. Yo estaba sudando, por el calor y por la emoción. Una bofetada de mi propio olor corporal me vino a la cara al abrirse mis axilas.

- Estas perfecta Inés, perfecta.

No sabia a ciencia cierta lo que quería decirme, pero ahí no paro mi asombro por lo que estaba ocurriendo.

- Ahora voy a taparte los ojos con esta venda.

- ¿porqué? ¿Porqué quieres hacer eso? Yo quiero verlo todo.

- Es mejor así cielo. Veras, la gracia esta en sentirse atrapada, asustada, indefensa... El no ver lo que va a pasar contribuye a crear ese sentimiento de ansiedad, angustia,... morbo..., a merced de alguien que no eres tu. Estas ahora mismo atada, inmovilizada... dime, ¿qué es lo que sientes?

- No lo sé. De verdad, no lo sé. Tengo un poco de miedo porque no sé lo que quieres hacerme. Creo que vas a hacerme daño, ¿verdad?... Tía, hazme lo que quieras, pero por favor, no me tapes los ojos.

- Esta bien. De acuerdo. Solo una cosa. No tenses los músculos. Relájate, ¿vale?

Asentí con la cabeza. Estaba muerta de miedo. Balma fue hacia su bolso del que extrajo una especie de látigo grueso, como de goma. Parecía una porra larga. Me estremecí.

- No temas Inés, es grueso pero blando. No prescindirás del bikini muchos días.

En esos momentos ya era plenamente consciente de que las cosas no iban a ir precisamente como yo me imaginaba en mis fantasías, pero... Balma tenia razón. Estaba totalmente turbada, excitada, asfixiada por la pasión más oscura, como si yo fuera la protagonista activa –y no pasiva- de mis calenturas mentales. Me sentía tan indefensa, tan... poseída, tan convencida de que mi voluntad no contaba... bueno, eso no era enteramente verdad: quería con todas mis fuerzas estar así... con Balma decidiendo que hacer conmigo, que fuera mi dueña... la propietaria de mi cuerpo. Veía en sus ojos que lo que estaba ocurriendo le producía placer... y yo quería proporcionarle ese placer... ser su objeto de atención, sexual o de lo que fuera...

Se planto ante mí, alta, hermosa, firme y decidida, con la verga en su izquierda, su brazo bueno...

- Inés. Eres mía. Me perteneces. ¿Lo sabes verdad?

- Sí tía, soy tuya.

- lo eres porque quieres. Nadie te obliga. ¿No es cierto?

- Sí tía. Quiero ser tuya. Quiero serlo con todas mis fuerzas.

- Bien Inés. Entonces sabes que puedo hacer contigo lo que me plazca, cualquier cosa que se me ocurra. ¿Cierto?

- Cierto Balma. Solo quiero complacerte en todo. Cumplir tus caprichos.

- Incluso puedo ofenderte, humillarte, hacerte daño...

En estos momentos yo ya estaba vencida. Era una autómata sedienta de oscuros e indefinidos deseos.

- Hazme lo que quieras tía...

A partir de ese momento la situación tuvo un punto de inflexión. En un segundo Balma se trasformo:

- En adelante llámame Ama, y no me tutees ¿Esta claro?

Al ver ese cambio dude unos instantes, lo que me costó un vergazo en mis muslos de esa – otrora dulce – tía Balma.

- ¿Esta claro zorra? Repitió con fuerza.

- ... Sí, sí Ama.

- Muy bien. Inés...

- (diligentemente) si, dime.

Un nuevo golpe con el grueso flagelo me hizo rectificar.

– Sí Ama...

- Eres una ramera. Lo sabes, ¿verdad? Una pequeña puta viciosa. Eso es lo que tú eres.

- Sí Ama, lo soy - De nada hubiera servido protestar, además de que oírle decir esas cosas aumento si cabe mi excitación.

- Eres tan asquerosamente puta que no mereces otra cosa que mi desprecio. No vales nada. Eres basura.

- Sí Ama.

- Y las puercas pervertidas como tu solo hay una forma de tratarlas. ¿Lo sabes?

No sabia que contestar, pero la verga dolía mucho y no quería repetir. Así que no quise mentir...

- Vd. es mi Ama y lo que yo pueda pensar no vale.

Se quedo pensando ante mi impecable respuesta. De verdad Alexia, ni yo misma se como pude contestar así...

- Sigue, por favor. Me tienes en ascuas... pero quiero que sepas que te comprendo perfectamente. Mucho más de lo que crees.

La respuesta de Alexia me extrañó un tanto pero continué:

Mi tía Balma continuo ensañándose conmigo, inmisericorde...

- Inés, de todas las putas esclavas que he conocido tú eres con mucho la mas pervertida, la mas puerca viciosa. Mírate tus muslos... chorreando por las babas de tu coño... cerda.

Era verdad. Notaba como la humedad caía por la cara interior de mis ancas.

- Puta Inés, voy a darte lo único que te mereces... voy a azotarte.

¿Era verdad lo que estaba oyendo? ¿O era solo un sueño? Mire a mi tía de arriba abajo. Si, entonces me di cuenta. Era uno de esos sueños despiertos de mi niñez y adolescencia. Una de mis repetidas fantasías: mujeres en ropa interior colgadas y apaleadas. Yo era exactamente una de ellas. Claro... pero peor: insultada, humillada, despreciada... y yo, encima... feliz.

- Lo sé Inés...

Lo que siguió lo puedes imaginar: Balma descargó su extraño látigo sobre mi vientre. No sé cuantos fueron... diez, veinte... mi tripa parecía un tambor. Yo no quería cerrar los ojos pero después del quinto o sexto latigazo los cerré bastantes veces, cuando iba a recibir el siguiente golpe. Hacia fuerza con todos los músculos de mi cuerpo. Estaban tensos y duros como piedras. Balma me castigaba de forma implacable. Con su brazo zurdo me torturaba... mientras su mano derecha se escondía en su sexo, hurgando en sus pliegues...

- ¿estabas de frente a ella, no? Preguntó Alexia con los ojos abiertos como platos...

- Sí.

- ¿Te pego en el pecho?

- No. No lo hizo. Siempre de tetas para abajo... hasta el pubis

- Ya...

- No sé cuanto duró aquello. Mi tía se paro de repente y empezó a toser y a convulsionarse... y se dejo caer sobre la cama entre espasmos. Estuve unos minutos viendo como se corría... después se hizo la oscuridad para mí.

......

- Volví a ver a Balma al año siguiente. Se comportó conmigo como si nada hubiera pasado. Y desde luego habían pasado muchas cosas ese 1982, el año del cambio como se le llamó, cuando esos chicos con chaqueta de pana ganaron las elecciones ante el espanto de mis padres. Yo tampoco le hice a mi tía demasiado caso, la verdad. Después nos vimos con ocasión de la boda de mi ahijado, bastantes años después. Seguía conservándose estupendamente para su edad. Yo sabia que no termino su casa. La vendió antes de finalizar las obras y no apareció mas por el pueblo. Se fue a vivir con una mujer, en Barcelona. Mi madre estaba avergonzada. Ya le supo a azufre que se divorciara, así que puedes figurarte. El recuerdo más vivo que conservo de ella es su cuerpo desparramado sobre la cama, casi inmóvil, sacudida por espasmos cíclicos. Su cara de satisfacción que acompañaba cada temblor señalaba lo inacabable del orgasmo, que reverberaba, que parecía no tener fin, mientras yo pendía de mis muñecas, con mi cuerpo magullado y las articulaciones de mis extremidades doloridas. Así permanecí un buen rato, como una de mis fantasías de niña, colgada de un gancho jamonero, con mi mente extraviada en mil pensamientos, hasta que se recupero y me desató. Lo que paso después hasta que desperté no lo recuerdo. Las consecuencias sí. Tuve que hacer de tripas corazón bastantes días después. Y el dolor físico no fue lo peor... fue su ausencia, que desapareciera de mi vida. Nunca sabré si lo que hizo fue algo desinteresado y didáctico, o un acto tremendamente egoísta. No lo sé...

- Joder tía, que fuerte...

- Un poco. Bueno Alexia, ya está; esta es la historia que querías saber.

- Inés...

- dime princesa.

- Te mentí. Yo también he conocido algo parecido... solo parecido...

A la entrada del verano del 82, cuando yo estaba a punto de cumplir quince años, uno menos de la edad en que te las viste con tu tía, mis padres estaban en pleno proceso de separación. Mi madre era arqueóloga del Ministerio de Cultura, y desde que se casó paso a trabajos administrativos en Madrid. Siempre manifestó su nostalgia por el trabajo de campo. Me contaba aventuras sin fin de excavaciones en Jordania, Egipto o Siria. Adoraba a los Árabes. Mi padre venia de una familia de rancio abolengo asturiano, con casa solariega y todo. Gente muy estricta y puritana. Eso no era obstáculo para que mi bisabuelo fuera un grandísimo putero y un extraordinario jugador. Ya sabes, vicios privados y virtudes publicas. Llego a ganar en el juego una preciosa mansión. Era una gran casa de dos plantas, con jardines y un amplio bosque situada en el mismísimo interior de un pueblo cerca de Gijón. Allí la llamaban la casa del indiano, por el origen del que la mandó construir. Desde entonces allí vive siempre algún miembro de mi familia paterna. Ahora lo hace Anselmo, primo hermano de mi padre. Mi tío esta lisiado y se casó relativamente tarde con mi tía Claudia, mayor que él. Yo conozco muy bien esa casa, pues he pasado muchas temporadas de vacaciones en ella. Cuando mi madre le dijo a mi padre que se iba de casa, yo terminaba el curso y decidieron llevarme allí hasta que se entendieran en los tramites. Llegué con mi madre antes de comer. No permaneció en esa casa ni un minuto mas de lo estrictamente necesario, ya que se llevaba muy mal con Claudia. Allí me quede con mis tíos, con la promesa de mi madre de que si algo iba mal la llamara y acudiría inmediatamente a por mí. A pesar de lo triste de la situación familiar yo estaba relativamente contenta. El sitio me encantaba, y tenia una gran amiga en el pueblo, y una pandillita, con dos chicos que desde siempre me pretendían. Comimos los tres en silencio. Mis tíos, que no tenían hijos, siempre me dispensaban un trato más correcto que obsequioso, algo que yo prefería al empalago y a la falsa cordialidad. Cuando terminamos fui al baño, y ya en mi habitación, cuando ya me disponía a salir mi tía me reclamó abajo.

- Alexia, ¿has estado en el baño?

- Sí tía, ¿Porque?

- Ven...

Me condujo arriba, al cuarto de aseo.

- la toalla de manos esta mal colgada. Las puntas no coinciden. Y el posajabon esta fuera de su lugar- y continuó...

– ya sabes que la norma de esta casa es el orden y la pulcritud. Lo sabes, ¿verdad?

- Sí tía, lo siento.

- no basta con sentirlo. Hoy no saldrás. Vete a tu habitación hasta la hora de la cena.

Resignada me dije... Vaya, la primera en la frente. No recordaba yo a una tía Claudia tan estricta. A fastidiarse tocan.

A la hora de la cena bajé y vi a mi tía sola. Pregunte por tío Anselmo. Me dijo que estaba en la ciudad y no sabría cuando llegaría. Cenamos. Cuando ella tomaba su café sonó la puerta de entrada. Ella apuró su taza y salió del comedor, indicándome que seguía sin poder salir y que subiera de inmediato a mi habitación, cosa que hice sin rechistar. Cuando subía las escaleras oía a mis tíos, que hablaban con una tercera persona, una mujer.

Esa noche paso algo muy raro. Me desperté porque tenía sed, y baje a la cocina. Justo al lado oí ruidos y voces. Provenían de las estancias situadas junto a un vestíbulo de servicio, anexo a las escaleras que bajaban a las bodegas. Soy curiosa de naturaleza, así que me acerqué. Había luz en una de las piezas pero la puerta estaba cerrada, así que miré por el ojo de la cerradura. Lo que vi me dejo alucinada. Una chica joven totalmente desnuda a cuatro gatas en el suelo, con cadenas en sus tobillos... y mi tío Anselmo meando sobre ella. Mi tía también estaba allí; estaba seguro porque oía su voz, pero no la podía ver. Quede paralizada sin saber que hacer, hasta que reaccioné y subí pitando a mi habitación.

Ese espectáculo me desveló un buen rato, y me desperté tarde. El desayuno era la única comida del día que no exigía horario fijo, ya que mis tíos lo hacían en su habitación. Decidí ducharme antes de bajar. Lo hice con la puerta cerrada pero sin candar, a mi pesar, pero ya estaba habituada. Una de las cosas que más me extrañaron la primera vez que pise la casa fue que ningún cuarto tuviera cerradura –baños inclusive-, a excepción de las estancias privadas de mis tíos.

Estaba secándome cuando mi tía Claudia entro sin llamar. Yo no estaba acostumbrada a ese tipo de comportamiento e iba a protestar, cuando vi su cara de enojo.

- Alexia, ¿este es el caso que me haces?. Mira tu ropa, dejada caer en un rebullo... mira el suelo todo mojado... ¿para qué están las alfombrillas?... y el champú, fuera de su sitio... ¿qué voy a hacer contigo?

La palabra se me helo en la boca. De verdad, no era consciente del autoritarismo de mi tía. Solo pude articular un desvaído y poco convincente:

– Lo siento tía, de verdad, no volverá a ocurrir...

Entonces sucedió algo inesperado. Mi tía con voz que no admitía replica me dijo:

– ponte frente al inodoro y apoya tus manos en la tapa.

Yo estaba perpleja pero la obedecí. Me quite la toalla, quedando ante ella totalmente desnuda, y me incliné sobre la taza. Al lado estaba el lavabo, y por el rabillo del ojo –no me atrevía a girar la cabeza- vía mi tía que empapaba una toalla de manos, y la escurría girándola sobre su eje, hasta que, juntando sus extremos, se enroscó. Sin soltarla, Claudia golpeo mis nalgas con ella con fuerza y saña. Y yo aguantando con los ojos inundados de lágrimas. Mis padres jamas me habían puesto la mano encima; ni un cachete ni un zarandeo. Y aquí estaba yo aguantando que una extraña me castigara físicamente. Sin embargo ni chisté.

- Te lo repito por ultima vez: cumple las normas de mi casa. La próxima que no lo hagas lo haré con la fusta- y desapareció.

Tras la reprimenda, humillada y dolorida, de nuevo a mi habitación hasta la hora de comer.

A las dos en punto estaba yo en el comedor. Cuál fue mi sorpresa al ver que la doncella que servia los platos era la chica encadenada sobre la que mi tío orinaba. La voz de mi tía me sacó de mi extrañeza.-

- Alexia, esta es la nueva criada (mi tía resaltó lo de "criada"). Su nombre es Ludivina.

Nos saludamos con una ligera inclinación de cabeza. Las sorpresas de esa casa no dejaban de maravillarme.

Ludivina no llegaría a los veinte. A pesar del uniforme de sirvienta, poco favorecedor, era atractiva. Un poco delgada y de piernas cortas, pero estaba bastante bien.

Yo estaba dispuesta a pedir permiso a mi tía para salir, pero no hizo falta...

- Alexia, si quieres puedes ir al pueblo con tus amigas. Hasta la hora de cenar.

- Gracias tía... muchas gracias- conteste sumisamente.

Nada mas terminar de comer, salí pitando a casa de mi amiga. Nos fuimos juntas al río, solas, como hacíamos cuando nos encontrábamos por primera vez. Allí charrábamos y charrábamos, hasta que se hacia la hora de volver. Sin embargo esta vez no me demoré hasta apurar el tiempo. No sabia porque, pero después de quedar para el día siguiente en la piscina, corrí hacia casa. Tenia el presentimiento de que algo iba a ocurrir, pero... nada pasó.

Cenando con mis tíos, Claudia me preguntó cuál era esa amiga tan especial que yo tenia.

- Es Jordina, la hija de la farmacéutica.

- esa chica no te conviene Alexia, tiene los cascos ligeros y no goza de buena fama. Además, ¿qué se puede esperar de la moral de una divorciada, que, encima le pone a su hija un nombre catalán?

A pesar de captar la indirecta, no contesté.

Esa noche tampoco salí. La curiosidad me consumía. Me puse el despertador a las 3 de la mañana, mas o menos la hora que vi a Ludivina con mis tíos. Quería bajar a la cocina y comprobar si se repetía lo ocurrido la noche pasada. Faltó el canto de un euro para que me pillaran. Al abrir la puerta del vestíbulo oí pasos hacia donde yo estaba. Me dio el tiempo justo de volver y agacharme tras un armario. Los vi de nuevo: Ludivina delante, desnuda, con los tobillos unidos por una cadena, las muñecas esposadas y un collar en su cuello, del que salía otra cadena que portaba mi tío Anselmo, desnudo de cintura para arriba, con una especie de medias negras. Detrás mi tía Claudia con un corsé negro y zapatos de tacón alto... y una fusta en la mano. Me dio tiempo de sobra para tales observaciones por el lento caminar de mi tío y por la relativa claridad. El que Ludivina era muy delgada era mas que evidente. Sus pechos, sin el uniforme, aparecían bastante mas voluminosos. Desde luego, era muy atractiva. Me fui a dormir tremendamente excitada.

A la mañana siguiente, después de ducharme plegando escrupulosamente las toallas y secando el suelo, bajé a desayunar, y hasta la hora de ir a la piscina me fui al bosquecillo a leer un rato. No paso mucho tiempo hasta que apareció por allí Ludivina:

- Señorita Alexia; su tía la reclama urgentemente en su habitación.

Fui corriendo hacia la casa con el corazón en un puño. Y no por miedo precisamente. Subí la escalera de dos en dos. En mi cuarto estaba Claudia con mirada fiera.

- entra – y cerró la puerta tras de sí.

- ¿esta es la forma de obedecerme? ¿De prometer que serias cuidadosa? Mira:

Y me mostró mi ropa defectuosamente –según ella- plegada, un libro fuera del estante, y una silla separada de la pared.

En lugar de enviarla a la mierda solo contesté:

- lo siento... de verdad lo siento. Soy una descuidada...

- desde luego que lo eres. ¿Recuerdas lo que te dije ayer en el baño, ¿verdad?

- Si tía, "la norma de esta casa es el orden"

- No. Te dije que la próxima vez te castigaría con la fusta. Venga, quítate los shorts.

Solo entonces me di cuenta que la llevaba en la mano, la misma que anoche debió usar con Ludivina. Por increíble que parezca la obedecí.

- ahora las bragas. Te arrodillas junto a la cama, te subes la camiseta y te tumbas en ella.

Volví a obedecerla dócilmente y me dispuse a recibir el castigo. Fue mucho más terrible de lo que había imaginado. Esta vez si grité de dolor. Lloraba sin cesar, y pedí piedad, pero Claudia no me hizo ningún caso. Ya cansada de azotarme cesó con el correctivo.

- la próxima vez será peor. Hoy no saldrás en todo el día. Y salió hediendo a sudor por el esfuerzo.

¿Salir... para que? No podría ir a la piscina en mucho tiempo. Mi tía había sido muy cruel con mis nalguitas que quedaron atravesadas de marcas.

Pase todo el día llorando. Sin embargo ni se me pasó por la cabeza llamar a mi madre.

- ¿por eso me dijiste que me comprendías cuando te contaba mi experiencia con Balma, no?

 

Sí Inés. Además del dolor sentía... una especie de excitación morbosa por lo que estaba ocurriendo, ¿sabes?

- sigue...

La prohibición de salir no afectaba a hacerlo de la casa. Aunque apenas podía sentarme me comporte con toda la dignidad que me fue posible en la comida. Ludivina me observaba y yo a ella. Sabia algo, seguro.

Por la tarde aunque no tengo costumbre de hacerlo me tumbé a dormir la siesta. Me dio miedo hacerlo desnuda como me hubiera gustado así que me puse una camiseta sin mangas y unas braguitas. No dejaba de pensar en la escena del trío nocturno y comencé a excitarme. Me masturbé. Desde hacia mas de un año en que Jordina me había enseñado, no lo había hecho. Me corrí enseguida a pesar de la falta de práctica, y me dormí plácidamente.

Cuando me levanté me fui con mis acuarelas al cenador del jardín, a pintar flores. Al poco apareció Ludivina. Se puso detrás de mí viendo mis bocetos. Desde luego no venía a eso.

- Duele, ¿eh?

- ¿cómo lo sabes? Repliqué.

- Me quede fuera y escuché todo. ¿Porqué te dejas hacer eso? Ella no es tu madre. No tienes porque aguantarlo.

La miré de arriba abajo. De verdad, me dio rabia.

- ¿Y tu porqué dejas que te aten como a una perra?

Le cambió la cara.

- ¿Qué dices mocosa? ¿Qué sabes tu?

- esta casa no tiene cerrojos. Ya lo sabes de sobra.

Debió afectarle mucho lo que le dije porque salió echando humo. De repente paró y me dijo:

- ándate con ojo. Yo les cuesto mucho dinero, pero tu puedes resultarles gratis- y desapareció.

Esa noche no sirvió la cena, ni al día siguiente, ni al otro... Mi tía Claudia me dijo que su padre se había puesto muy enfermo y que había tenido que dejar la casa.

Los días siguientes fueron tranquilos. De mañana a la piscina... con pantalón corto, claro. Por la tarde siesta; y con la panda hasta la hora de cenar, después de la cual no me permitían salir. En mis siestas fantaseaba con Ludivina, pero también conmigo misma. Me veía en tercera persona, desnuda y arrodillada mientras ella o mi tía Claudia azotaban mi culo. Instantáneamente me mojaba por dentro y acababa masturbándome. Cuando salía nunca llegaba tarde. Siempre esperaba acontecimientos al llegar, pero nunca pasaba nada.

Así pasaba el tiempo y nos acercábamos al sábado. Ese día una amiga celebraba su cumple con una fiesta. Mi tía me dio permiso para asistir, pero debía estar en casa a la una.

Llego el día. Después de cenar corrí a vestirme para la ocasión. Me puse un vestido de fiesta muy corto de lino blanco y salí corriendo, ya que el jolgorio empezaba a las 9. La fiesta era en los jardines de la casa, con muchos rincones donde esconderse. De entrada mis dos galanes se pegaron a mi vera, tal era la devoción que por mí sentían, ante las risas de Jordina y de las demás chicas. Así estuve trasteando con los dos, hasta que el baile empezó en serio, es decir, con el lento. Entonces tuve que decidirme por uno. Escogí al mas mayor, que solo tendría apenas un año mas que yo, y era mucho mas alto. Jorge, que así se llamaba, no tardó en intentar apretarse a mí como una lapa y poco a poco según vencía mi resistencia, me conducía disimuladamente a lugares a salvo de miradas inoportunas. Yo le dejaba hacer pues estaba ya algo excitada. Entre nuestros cuerpos ya no cabía un alfiler. Aunque yo tenia las piernas largas, al ser bastante más bajita que él, en mi tripita notaba su miembro, duro como una piedra. El chico intentó besarme en la boca, pero no le dejé. Sin embargo no puse reparos a que paseara sus labios por mi cuello y acabara mordisqueando el lóbulo de mi oreja. Eso fue mi perdición. Ante mi actitud consentidora lo intentó de nuevo y... me dejé besar. Jorge, envalentonado, me desabotonó el vestido e introdujo su mano por el hueco, metiéndola bajo el suje acariciando mi pecho. Había acertado en la elección; era la primera vez que un chico me ponía a cien, y ya me veía perdiendo mi virginidad, pero... algo muy caliente apareció en mi vientre: el muchacho se había corrido del calentón. Azorado, balbuceando torpes disculpas se fue al cuarto de baño. Volvió al poco rato con la camisa por fuera del pantalón, pero... la magia se había roto. Se me fueron las ganas de seguir. Además, Jordina a la que busqué para contarle lo sucedido había desaparecido, probablemente en la espesura, así que como ya eran las 12 y media, me retiré.

Al llegar a casa y abrir la puerta me encontré con el amplio vestíbulo iluminado. Mis tíos estaban sentados en dos sillones. Cuando me vieron entrar mi tía Claudia me hablo con ese tono autoritario que tanto me imponía:

- vienes pronto, Alexia. Que pasa, ¿tienes algo que ocultar?

Me sorprendió la pregunta, pero de nuevo ese sentimiento de mansedumbre se apoderó de mí.

- No tía. Nada. ¿Porqué?

- ¿Ah sí? ¿Y esa mancha del vestido?

Entonces caí en el error. No me había percatado de que Jorge podía haberme manchado a mí también. Inventé una excusa poco creíble.

- es agua. Me salpicó al lavarme las manos.

- ¿Agua? ¿Ahí? Ven... acércate.

Fui hacia ella temblando, con un ahogo en mi pecho. Se inclinó y olió la mancha.

- ¿agua Alexia?

No tenía sentido mantener la mentira.

- No tía. No es agua.

- ¿que es entonces Alexia?

Callé, y mi silencio me condenaba.

- Ven Anselmo. Dime que crees que es. A ver si piensas lo mismo que yo.

Mi tío se levanto trabajosamente, se agacho y olisqueó mi vientre. Asintió con la cabeza.

- Alexia... quiero que seas tú la que me diga lo que es.

- esperma -, dije con voz casi inaudible.

- No te he oído. Mas fuerte.

- Es esperma... semen.

- Conque es esperma... Ya... Y... ¿Cómo fue a parar ahí ese... esperma?

- es de un chico.

- Ya sé que es de un chico estúpida, pero... ¿cómo Alexia? ¿Cómo llegó hasta ahí? Quiero saberlo...

Yo estaba aterrada. ¿Qué pensaba mi tía que había hecho?

- Fue bailando tía, solo bailando. Lo juro. Se fue él solo.

- Algo harías tú para que se fuera. ¿Qué hiciste Alexia?

El interrogatorio me estaba ahogando, y yo cedía terreno poco a poco.

- Nada tía, de verdad, Se fue solo.

- ¿Solo? ¿Sin tocarle? ¿Sin tu colaboración? No te creo Alexia. Más vale que me digas la verdad.

- Bueno, bailábamos cerca.

- ¿cómo de cerca Alexia?

- bastante cerca, tía.

- ¿bastante? ¿Solo bastante? Creo que mientes.

- Bueno, muy cerca.

Mi tía iba aumentando en intensidad su tono autoritario, que me achicaba, que me desarmaba, que me dejaba a su entera merced, que me rebajaba hasta extremos insospechados. Ella había sido consciente de su poder sobre mí desde la primera vez que me reprendió. Ahora tenia su oportunidad e iba a llegar hasta el final. Sabes Inés, lo que sucedió después fue un calco de tu experiencia final con tu tía Balma.

- Sigue Alexia, sigue por favor...

- ¿así que sin mas, dejaste que un chico se aplastara sobre tu cuerpo? ¿O fuiste tú quien se sobó con él? ¿fuiste tú o él?

- (pausa) Los dos tía.

- Recapitulemos. Vas al baile vestida provocativamente y te das el lote con el primero que encuentras. Y el niño eyacula sobre ti, sin ayuda, el solito. ¿Pretendes que me crea que no hicisteis nada mas que apretaros el uno al otro?

- (pausa) Bueno, también me besó.

- Ahora también te besó, vaya... ¿solo eso Alexia? Prométeme que solo te besó. Júrame que no te tocó; que no dejaste que te manoseara a su antojo. Anda, hazlo...

No podía hacer otra cosa que agachar la cabeza humildemente. No me atrevía a hablar, lo que era al fin y al cabo darle la razón.

- Esta bien Alexia. Ya veo lo que en realidad eres. (hizo una pausa) ¿sabes como llama la gente a las chicas que se dejan hacer lo que tú te has dejado hacer? Lo sabes, ¿verdad?

- No lo sé, tía...

- Sí. Sí lo sabes. La gente dice que son unas golfas; unas rameras; unas... putas. Lo sabías, ¿verdad? Confiesa que lo sabias...

- Sí tía, lo sabia.

- desde luego que lo sabias. No lo decías porque tú eres una de ellas, ¿no es así?

Como yo callaba repitió casi gritando:

- ¿NO ES ASÍ ALEXIA? ¿NO ES VERDAD QUE TÚ ERES UNA PUTA?

- (débilmente) si tía, lo soy

- MAS FUERTE. NO TE OIGO.

- Soy una puta.

- Otra vez Alexia...

La que gritó ahora fui yo

- SOY UNA PUTA...

Un bofetón me hizo girar la cara.

- Aquí solo grito yo... ¿te enteras puta?

- Perdón tía...

- ¿Sabes Alexia...? O mejor debería decir... ¿sabes puta, como se corrige a las crías -COMO TU- que se comportan como putas, COMO HAS HECHO TU... y como Ludivina? (pausa) ¿Te acuerdas de ella, verdad? ¿Sabes que solo tiene un año mas que tú?

Lo sabia. Estaba segura de que le había ido con el cuento a mi tía Claudia. Ese pensamiento me distrajo momentáneamente del estado de docilidad absoluta en que me encontraba, pero solo fue eso, un instante.

- ¿No quieres saber como tuve que corregir a Ludivina, a la puta Ludivina? ¿O ya lo sabes?... Si, creo que lo sabes muy bien, ¿verdad?

No sabia qué hacer. O me callaba; o me hacia la tonta una vez mas, o... lo decía todo. Creo que Claudia esperaba que contestara que sí que lo sabía, pero sentí tanta vergüenza que no acertaba qué hacer. Esta vez no me acorraló. Esperó. Sabía lo que se hacía.

- a las putas se las castiga -. Dije sin convicción.

- ¿Cómo se las castiga Alexia? ¿Cómo castigamos tu tío y yo a la puta Ludivina?...

El silencio era más opresivo que nunca... en realidad no sabia como la habían castigado. Solo vi que mi tío la meaba, y que la encadenaban. Solo tenia 14 años. No sabia nada de esas cosas; nada de sado, de dominación... nada de todo eso...

- No lo sé tía Claudia, no lo sé. De verdad. Te lo juro. Solo vi que iba con cadenas. Créeme por favor.

- Además de puta, fisgona...

- Por favor tía, no vi nada... de verdad, te juro... os lo juro a los dos. Solo la vi con cadenas. Solo eso...

La vehemencia que da la verdad convenció al - hasta entonces silencioso - tío Anselmo.

- Es igual Claudia... déjalo.

Instantáneamente tía Claudia dejó claro quien mandaba allí, con un contundente - cállate Anselmo -. Pero al menos el interrogatorio finalizó. Me tomó del brazo sin miramientos.

- Ven conmigo...

Fuimos a la cocina. De allí al office; después al vestíbulo de servicio; encendió un interruptor y... Por fin pude ver que había tras la puerta misteriosa... un gimnasio. Seguramente allí mi tío haría diariamente sus ejercicios de rehabilitación, porque se veían unas poleas en el techo con unos brazaletes para descansar las muñecas. También ví un espejo de pie con ruedas, unas espalderas, pesas...

La voz autoritaria de mi tía me devolvió a la realidad.

- Despójate del vestido Alexia. Quítate también los zapatos y las bragas.

Quede frente a ella solo con el suje. Me acercó hasta las poleas. Me levantó un brazo y lo introdujo por una de las apoyamuñecas. Con un pequeño candado la cerró de forma que lo sostenía en alto perfectamente. Repitió la operación con el otro y estiró de la cadena. Quede colgada literalmente. Salieron dejándome sola.

- ¿cómo te sentías Alexia?

Excitada Inés... profundamente excitada. Casi me ahogaba la ansiedad... el deseo mezclado con el pavor.

- te creo princesa; sigue...

No sé el rato que paso hasta que volvieron. A mi se me hizo eterno. Tío Anselmo iba con su ridículo panty negro, rematado con un anchísimo cinturón, y botas altas. Claudia... con su corsé negro y sus zapatos de aguja. Llevaba en su mano un látigo. No era la fusta con que había lastimado mi culo y, probablemente, había usado con Ludivina aquella segunda noche. No: era un látigo como los de las películas. Me estremecí al verlo. No podría soportarlo.

- Tía, por favor, no me pegues con eso. No con esa cosa... te lo suplico tía Claudia...

- Cállate puta. Cállate o te amordazo.

No había quien me parara... aquello era demasiado para cualquiera... y yo solo tenia 14 años... una cría. No cesaba de suplicar gimoteando:

- Por favor... por favor... con eso no...

No sé si se apiadó de mí o tuvo miedo de las posibles consecuencias del terrible castigo que me iba a aplicar. Ahora, después de tantos años, creo que fue lo segundo. Yo la tenia enfrente. Mi tío estaba detrás de mí. Pude ver claramente que intercambiaron miradas. Finalmente, tras unos instantes de duda salió del gimnasio, volviendo al poco tiempo con la fusta, la de siempre.

Respiré hondo...

Se puso detrás de mí y me quitó el cierre del sostén. Tío Anselmo condujo el espejo de forma que nos veíamos las caras. Claudia quería mi rostro para ver como sufría. La vi perfectamente... como alzaba su brazo amenazador para descargar el primer fustazo...

....

Alexia se calló. Interrumpió su relato. Estaba empezando a amanecer. La vi. Tenia sus ojos inundados de lágrimas.

Permanecimos ambas unos minutos en silencio. Alexia, por fin, continuó con su historia:

....

El resto puedes imaginártelo. Desperté en mi cama. Mi espalda chillaba que no había sido un sueño... y mi olfato que mi cuerpo olía a orina. En ese estado estuve en la cama hasta las mil. Nadie vino a molestarme. Después del mediodía me levanté, me duché como pude y baje a la cocina a comer algo. Luego me fui al bosque. Volví a casa pasadas las 10 de la noche. Nadie me vino a incordiar, ni siquiera para recordarme que era domingo y había que ir a misa. No sabia que iba a pasar en adelante si continuaba en esa casa pero no quería llamar a mi madre. Eso sí que no. Ni hablar.

Al día siguiente, ya menos dolorida, intenté hacer vida normal. Comí con mis tíos, salí, cené... no paso nada. Ni al día siguiente; ni al otro. El jueves mi tía me hizo llamar. Yo estaba en el bosque pintando. Había renunciado definitivamente

a la piscina. Acudí sin ningún tipo de idea preconcebida. Lo que fuera a ocurrir lo aceptaba sin más.

- Alexia, prepara tu equipaje. Tu madre llegará esta tarde. Ha obtenido tu custodia y te vas con ella. Espero no volver a verte mas por esta casa.

Y me dijo que podía retirarme.

.....

- ¿eso fue todo?

- Si Inés, eso fue todo. No me lo podía creer. Irme con mi madre... esa misma tarde. Así, sin más. En un principio estaba como... cabreada, molesta por lo sucedido... incluso sentí una especie de rencor contra mi madre por sacarme de allí. Afortunadamente el acompañarla al Atlas 15 días puso las cosas en su sitio. No hay nada como trabajar de peón limpiando piedras con un pincelito a 40º a la sombra para quitarte de la cabeza ideas negras.

- ¿y las marcas? Tu tienes la piel pálida.

Las disimulé. La verdad, mi madre tampoco se fijaba demasiado en mí. El sol acabó por hacerlas desaparecer.

Era ya claramente de día. Alexia estaba desnuda, como yo, tumbada de lado en la hamaca. Pronunciaba estos últimos retazos de su historia, con su cabeza gacha, sin mirarme. Sus ojos parecían absortos en su sexo... viendo sus dedos remoloneando en su rojizo vello púbico. No había cambiado de posición en los últimos minutos

 

- princesa...

- dime Inés.

- Eres una puta...

Dije esas palabras con voz suave, pero firme. Alexia ni se inmutó. Tardo en responder. Lo hizo sin mover la cabeza ni dejar de juguetear con sus pelitos.

- Sí Inés, lo soy...

Levantó la cabeza y me miró.

- Soy una grandísima puta, ya lo sé.

Me levanté de la hamaca.

- Vamos adentro... puta...