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Historias de Llafranch (03) - El Haren II

en Sadomaso

EL HAREN II

La siguiente era una flor muy delicada llamada Ilo. Rubia con pelo largo y liso que adornaba graciosamente con una diadema de flores; tenía una cara preciosa con ojos azules; largas piernas y pecho pequeño. Piel muy clara e inmaculada como si no hubiera visto nunca el sol, pero tenía pequeñas cicatrices en toda la cara anterior del cuerpo: pechos, costados, axilas, vientre, pubis y muslos. Talle estrecho y caderas proporcionadas. Culo en consonancia con el resto, redondo y provocador por su exquisita pulcritud. Tenía un semblante tímido y recatado a pesar de su desnudez, ambas manos dejadas caer disimuladamente sobre su sexo que se entreveía pequeño y suave. Magnífica para ser atravesada y acabar como la puta de mi madre, pensó Flo con emoción. Para comprobarlo le hizo repetir la operación de mostrar sus agujeros a corta distancia de sus ojos, notando un delicioso aroma emanando de sus encantos, lo que le turbó sobremanera. Inmediatamente le vino a la cabeza el consejo de su tío, y decidió que una vez en casa sus carnes y las de Age serían las primeras en medir con el látigo, esperando que Arius las pudiera recomponer puesto que sería una lástima echarlas a perder.

Era la séptima hija de un rico hacendado de Palafrugell, cosa rara puesto que las hembras tan fértiles y conejas eran cosa del pasado. A pesar de ser la primera chica, su padre estaba hasta las narices de ver parir a su mujer, y si ya de por sí el sentimiento de paternidad era mínimo en la época, en este caso era menos que nulo. Su madre era una mujer bellísima pero tanto parto la había afectado de forma apreciable. Este sería el último, puesto que su marido la repudió y envió a vivir con la servidumbre como una esclava más, justo al día siguiente de parir. La niña creció con sus hermanos para mal, puesto que la utilizaron como juguete desde su más tierna infancia. Como era propiedad particular de ellos, ningún esclavo osó nunca tocarla. Ni siquiera hablar con ella. Así que se crió en la más absoluta ignorancia de la vida, que ella identificaba con trabajar como una sirvienta de su familia y ser apaleada de vez en cuando para diversión de sus hermanitos.

El padre y sus hijos eran muy aficionados a la caza y pasaban largas temporadas, casi todo el tiempo en realidad, cazando en los vecinos Pirineos, matando osos y preferentemente humanoides salvajes. Los primeros por placer y para enmoquetar el suelo de sus pabellones particulares, y los segundos por un placer todavía mayor, sobre todo las hembras, ya que les encantaba su carne. Cuando la pequeña tenía doce años y ya venía sufriendo azotes y torturas por parte de sus hermanos desde los cinco, fue violada por primera vez. No lo había sido antes porque aquéllos tenían a su disposición el harén de su padre, pero el mayor se fijó un día en ella mientras recogía agua del pozo de la finca, y vio pelitos en sus sobacos al levantar los brazos a alzar una garrafa. No se había percatado de que Ilo había cambiado, a pesar de que la había azotado personalmente hacia un mes. Cayó en la cuenta de que lo había hecho mientras se protegía con ambos brazos el cuerpo, de manera que no se fijó en su pechitos de adolescente. Además, no la desnudó del todo y no apreció su pubis con vello rubio. Como siempre andaba con una discreta túnica que le llegaba a las rodillas como única ropa, ni cayó en la cuenta de en la belleza y voluptuosidad innatas de su hermanita. Sin pensarlo dos veces de llamó a sus hermanos, tenían un espíritu gregario, y la llevaron a una estancia que llamaban el pabellón de caza, adornada con cabezas de oso y humanoides disecados.

Allí la conminaron a desnudarse y apreciaron lo que se estaban perdiendo. La inclinaron en un sitial hecho ex-profeso, algo muy común en las casas bien, y uno tras otro la violaron, penetrándola por vagina y ano de forma violenta y cruel. Ilo gritaba de dolor y de vergüenza no entendiendo nada de lo que estaba pasando, puesto que en anteriores torturas sus hermanos nunca habían hecho lo que estaban haciendo. Hasta llegaron a hacerlo de dos en dos, obligando a Ilo a adoptar posturas rarísimas. Al fin, con el ano agrietado y el himen destrozado, manando semen y sangre por sus agujeros muslos abajo, fue colgada de unas anillas con poleas e izada por las piernas colgando, dejando el suelo forrado de piel de oso hecho una pena por goteo de líquidos. Sus hermanos se pusieron en círculo alrededor de ella, cada uno con su flagelo favorito, y fue azotada por puta. De izquierda a la derecha, el mayor utilizando un látigo convencional que hacía restallar en el pecho de Ilo, abriendo surcos en su piel. El segundo con una vara de bambú cuyos nudos se marcaban en el costado derecho. El tercero portando una verga hecha con rabo de toro golpeando las nalgas. El cuarto con una vara flexible que golpeaba a sus pantorrillas. El quinto usaba un gato de nueve colas con el que desollaba en cada golpe la espalda y riñones de la infortunada e inocente criatura. El sexto le sacudía en el vientre de revés con una rama de olivo, y por fin el séptimo, situado frente ella la pinchaba con un punzón, romo por fortuna para Ilo, en el monte de Venus muslos y ombligo. A la tercera ronda al hermano mayor le falló el golpe y fue a dar al imbécil del que tenía enfrente en plena cara, con lo que se pusieron a pelearse entre ellos, dejando en paz a Ilo, que ya hacía rato que había perdido el conocimiento.

Desde ese día, cada vuelta de cacería era más de lo mismo, con el añadido del padre que se sumó al carro dándola con un cable metálico en el bajo vientre; tres veces intentó escapar al oír la llegada de la partida; en vano. Mas aún, constituía un aliciente más para los brutos que la buscaban por los bosques vecinos como si fuera una pieza más de caza, lanzando los mastines a su caza y captura, llevándose la muchacha algún mordisco y azote de propina. Los períodos de cacería los pasaba plácidamente cuidando jardín, esperando que las piezas cobradas fueran abundantes y que volvieran de buen humor, evitando al menos ser flagelada más de la cuenta. El mismo día que cumplía quince años coincidió con la vuelta de los monteros que habían hecho porra. Ilo temió lo peor. Para su suerte, su virtuosa familia tuvo la feliz ocurrencia de sustituir el asado de humanoide habitual en la noche de llegada, por asado de ser humano que, a la postre, era lo mismo. Así que escogieron como víctima a su propia madre y esposa. La tendieron desnuda sobre la mesa de carnicero que había construido para el menester con argollas para sujetar las piernas, brazos y cuello de los humanoides que podían coger vivos. La sujetaron por las muñecas y la pierna izquierda, justo en el tobillo, y entre cuatro tomaron la pierna derecha abriéndola hasta romper la articulación de la cadera, mientras la mujer aullaba como una ternera. Para hacerla callar le arrancaron la lengua con unas tijeras y le cortaron las orejas, que reservaron para churruscarlas en el asado. Depilaron su pubis y los sobacos y tomando un cuchillo de tocinero cortaron la extremidad fláccida al nivel de la cabeza del fémur para secar la pata como si fuera un jamón en su refugio de caza en uno de los valles del Valira, a dos mil metros de altura donde hacía un poco más de fresco. Después la desguazaron abriendo el vientre y sacando las entrañas: intestinos, útero, páncreas, vejiga y bazo, y aprovecharon los riñones y el hígado. Limpia por dentro cortaron la cabeza y manos que echaron a los perros y la colgaron de la única pata para que se desangrara. Después la atravesaron por la guía de la asadora, poniéndola sobre los apoyos, prepararon unas buenas brasas y la asaron al fuego lento durante más de tres horas dándole vueltas un esclavo horrorizado. Les gustó tanto y quedaron tan hartos que dejaran tranquila a Ilo esa noche. Buen provecho y feliz cumpleaños.

La triste vida de Ilo se prolongó de esta forma los siguientes tres años temiendo, con razón, que cuando su familia se hartara de ella acabaría en sus estómagos, hasta que por sorpresa, una inspección de la Hacienda Real llegó a la finca. La familia estaba de caza, por supuesto, así que los inspectores se dedicaron a husmearlo todo. El padre de Ilo era catalán del Norte, al fin y al cabo un país confederado al Reino de Aragó pero observado con lupa. A base de sobornos el hacendado se había mantenido lejos de la mirada del fisco, pero Ibnrazin que procedía del interior y odiaba a los polacos no era cómo Pirrín y cuando tuvo ocasión mandó a su inspector jefe Borrell a sacar pasta de los catalanes.

El jefe de la inspección se fijó en Ilo que no había perdido un ápice de su belleza inocente, delicada y... bueno, muy lujuriosa, a pesar de las señales del trato que recibía. El padre volvió a toda velocidad a intentar salvar la situación, es decir, a negociar los cuartos con el mandado real, que consideraba corrupto como todos. Cuando el acuerdo estaba prácticamente ultimado, el funcionario se interesó por Ilo de forma tal que el hacendado no tuvo más remedio que regalársela como esclava, lo que cerró el acta de acuerdo mutuo inmediatamente. Para indignación de sus hijos, Ilo partió al día siguiente con el séquito real. El jefe de la inspección no quería la chica para él si no para su hijo que había quedado paralítico en un estúpido accidente múltiple de carromatos a causa de la niebla. Así que llevó a Ilo a una clínica especializada que curó las señales de látigo dejándola limpia y resplandeciente. Cuando la mostró a su hijo esté quedó estupefacto por la belleza de la muchacha. Todo parecía que iba a convertirse en una vida plácida para la nueva esclava, haciendo compañía al lisiado y distrayéndolo con canciones y lecturas pero ¡ay! La fatalidad acompañaba a la chica. El paralítico había quedado impotente en el accidente, cosa que no quería admitir, no deseando otra cosa que tener una erección. Al ver al Ilo comenzó a concebir nuevas esperanzas, y como todos los hombres se excitaba con los sufrimientos y torturas de las chicas, sobre todo si eran tan hermosas como la que le habían regalado. Sin embargo, gustaba hacerlo el mismo personalmente y con sus propias manos que eran como tenazas. Con sus duras uñas una vez llegó a desollar a una negra para después hincarle los dedos hasta arrancarle el corazón. Por fortuna para Ilo también había perdido fuerza pero el que tuvo retuvo.

Así que todas las mañanas se veía obligada a tenderse boca arriba en una mesa sujeta de brazos y piernas, bien abiertas en aspa, para colocarse el sentado en su silla bien apoyado en un hueco redondo, donde con sólo agacharse podía morder casi cualquier parte de su cuerpo. Empezó acariciando la suave piel arriba y abajo, pasando los dedos alrededor de y rotando sobre sus suaves mugrones, pellizcándolos suavemente. Después por las axilas rascando apenas los brazos con las poderosas uñas. Le hurgaba el ombligo lentamente bajaba hacia el pubis, enroscando los dedos en su vello. Ilo sentía una sensación de placer que nunca había conocido, apercibiéndose que los pechos se le endurecían y que algo húmedo manaba dentro de ella. Cuando Cundo que así se llamaba el lisiado introdujo los hábiles dedos en el interior de su parrusa separando sus labios mayores y acariciándole el clítoris, éste se puso duro como una piedra. Ilo tembló de placer mientras el pecho le oprimía. El líquido chorreaba por la vagina. Cundo untó los dedos en ella y se embadurnó el fláccido pene intentando lo imposible mientras su mano izquierda masajeaba las tetas de la ya traspuesta Ilo.

El puñetazo seco y duro, de arriba abajo, con toda la fuerza que da la desesperación descargó inesperadamente sobre el vientre de la esclava que quedó sin respiración. El siguiente descargó sobre la teta izquierda mientras las uñas de la otra mano se clavaban en el pezón de la derecha. Hubiera muerto ahogada allí mismo de no ser porque el paralítico se puso a llorar con desesperación llevándose las manos a la cara mientras la artillería colgaba inerte. Al recuperar la respiración el dolor intenso la dejó sin sentido después de lanzar un grito desgarrador. La despertó un terrible mordisco en la figa que le arrancó un trozo de carne y vello mientras Cundo juntó ambos pulgares cuyas uñas eran puntiagudas y fuertes como tenazas tomando entre ambos el pezón todavía dolorido por el golpe. Presionó con fuerza y casi lo arranca mientras un chorro de sangre salpicó su cara. Ilo perdió definitivamente el conocimiento, y no lo recuperó hasta despertar en la clínica con todo el cuerpo vendado y presa de un dolor inimaginable. El inspector jefe, cosa rara, amaba a su hijo y estaba presto a cumplir sus caprichos pero aunque rico era lo suficientemente honrado para no tener una fortuna personal suficiente para recuperar el material humano estropeado, caro carísimo, así que reconvino a su hijo Cundo para que dosificara sus torturas, parando el suplicio cuando se desmayara su juguete, y procurando no matarlas del todo. El bestia abría continuado hincando las uñas por todo el cuerpo de Ilo después de su pérdida de conciencia hasta que con seguridad hubiera muerto desangrada.

Después de recuperarse Ilo fue llevada de nuevo en presencia de Cundo. Cuando vio que de nuevo los criados las desnudaban y se disponían a amarrarla al potro comenzó a gritar y vociferar como una posesa. Hicieron falta cinco esclavos para reducirla y colocarla in situ mientras el joven se relamió con perverso placer; intelectual, claro. El otro, ni de coña. Los esclavos le pusieron una mordaza e Ilo, presa de terror vio cómo Cundo, sentado en su silla desnudo ante ella tomaba con su mano izquierda su inútil polla, masturbándose en un último e inútil intento de trempar, simultáneamente a pasar al suplicio. Con su mano derecha agarró unas tenacillas para poder dosificar el tormento, tal como había pedido su padre, y las dirigió hacia el blanco vientre. Allí comenzó a dibujar círculos alrededor del ombligo, clavándolas en la blanda carne, y presionando hasta reventarla tiñendo de rojo la bella barriguita. Ilo manifestaba su dolor de la única forma de podía: sudando por todos sus poros y meándose. Las heridas que producían los pequeños alicates debían tener unos tres milímetros, pero al poco rato, todo su vientre tenía marcada una espiral sangrienta que llegaba al pliegue del pubis. De ahí el torturador se dirigió a la teta que tenía más cerca, la derecha. La primera incisión fue en su base, continuando los pellizcos también en espiral y hacia arriba hasta llegar al pezón. Una cruz dibujó entonces en cada pecho cruzando las redondas marcas. Cuando se apercibió que Ilo estaba sin sentido, chorreando sudor hasta hacer un charco que le caía sobre su picha, mandó a un esclavo que reanimara a la pobre e infortunada esclava, qué se cagó al despertar con una mierda líquida y verde. A Cundo le gustó eso y le quitó las mordazas para oír los gritos de espanto y los gemidos desgarrados. Sin piedad hincó los alicates afilados en la parte interior del brazo derecho, el más cercano, justo donde comienza el vello de las axilas, abriendo la piel como si de un retal de tela se tratara. Una vez el arco fue lo bastante amplio, tomo con sus manos los rubios pelos para estirar la piel y de paso desollar el sobaco, pero le resbalaban por estar totalmente mojados. Así que lo hizo a la tremenda, hincando las uñas de sus tres dedos medios en la carne abierta y de un estirón salvaje se llevó toda la axila por delante, como si de la cabellera de un indio se tratara, pasándosela por la cara y envolviendo su picha con ella, como esperando poderes mágicos que, por supuesto, nunca llegaron. Ilo, ronca de gritar había vuelto a perder sentido mientras Cundo, dale que te pego a la manopla, bajo un manar continuo de sangre, sudor y lágrimas, pisum y mierda. Retiraron a Ilo medio muerta, esta vez a un aposento con un catre. Dos esclavos la bañaron y untaron con pomadas y la dejaron descansar convencidos que no duraría otro asalto

Cuando al día siguiente fueron a despertar a Cundo lo encontraron muerto. Se había suicidado cortando su polla miserable y desangrándose por la cañería rota. Descanse en paz.

Ilo quedó maltrecha pero entera. Al cabo de seis meses sus heridas cicatrizaron razonablemente, pero las huellas del martirio quedaron visibles, sobre todo por la pérdida total del vello axilar derecho.

A partir de la muerte de Cundo nadie le hacía caso en la casa y continuó siendo una chica dulce e inocente a pesar de sus pasadas experiencias. Se adornaba con flores y hojas de colores, hasta que fue vendida a Mussa.

Y esta que hace aquí? preguntó Flo a la vista de la última de las chicas, la preñada.

Hagamos otro paréntesis y veamos su historia, que era un poco singular, ya que esta chica era una humanoide de las montañas como las que cazaba el amigo de Palafrugell. En realidad eran pueblos que no querían saber nada de la civilización y vivían plácidamente en las montañas pirenaicas. Su único problema era los cazadores, los comedores de carne humana y algunas batidas de negreros de poca monta, ya que estos seres en su mayoría eran morenos o negros, como muy oscuros, y se consideraba esclavitud de segunda fila. Una de esas batidas de cazaesclavos dio con ella por casualidad en uno de los bosques cercanos al valle del río Valira, mientras plantaba trufas en una cueva. Se despistó al no oír el cuerno de aviso. Tenía trece años, morena aunque no negra ni mulata, con una cara preciosa y piel suave aunque un poco peluda. Ya era una mocita cuyos grandes pechos se evidenciaban bajo los huecos de la piel de ciervo que la cubría. Antes de llevarla al campamento decidieron divertirse un poco: la desnudaron, la abrieron de piernas, por cierto muy bien formadas, le miraron el peludo coño, abriéndolo con los pulgares, y decidieron desvirgarla allí mismo.

La virginidad no era una virtud demasiado valiosa, así que, cómo no iba a perjudicar su posible carrera como comida de gourmets, o como esclava de segunda fila (?), se la hicieron los seis guardianes de Agentaria, la compañía negrera para la que trabajaban. Se la metieron por delante y por detrás. Por fortuna para ella tenía la regla en ese momento, ya que las hembras de las montañas eran fértiles en su mayoría. Al ver la sangre caer por sus muslos pensaron que era por la pérdida del virgo.

La presunta salvaje resistió muy bien el castigo, sobre todo gracias a su elástico culo, que la salvaría más de una vez en su negro futuro. Fue llevada al campo de clasificación en Olot, donde la registraron con el nombre de Teme por ser el de la última esclava que se había vendido allí. Pronto aprendió a leer y escribir, y los guardias de campo abusaron con ella de la follanda y sodomizanda porque era con mucho la esclava más sexy, aunque a su pesar, porque era muy tímida y recatada. No se quedó preñada porque los guardias tenían autorización del gerente y usaban condón; nunca se sabe lo que puede pasar con las chotas de montaña. Cuando tenía dieciocho años fue trasladada a Girona al mercado de esclavos con doce chicos y seis chicas. Ya llevaba más de tres años sin ser violada por precaución de echarla a perder, pues el gerente esperaba sacar buen dinero de ella como esclava sexual, que eran las que mejor se pagaban, a pesar de su morenez. Lástima que no fuera rubia, que tuviera la tez más clara, o que sacara más partido a su espléndido cuerpo caminando más erguida o mirando de forma más seductora. Aunque los buenos gourmets escaseaban en esa tierra de olor cerdo y mierda de vaca que siempre ha sido l´Empordá, la compañía no había perdido la esperanza de hacer negocio.

La vistieron con un traje de gasas transparentes que le llegaba justo a tapar el chocho. Llevaba bragas del mismo material que solo translucía el negro y abundante vello púbico. El vestido le caía desde los hombros con un gran escote dejando los brazos a aire, y con un cinturón de cuero que se recogía en su cintura. Con sólo quitar los cierres metálicos de los hombros, los tirantes caerían y de cintura para arriba mostraría su espléndida pechera.

El cabello, con una raya en medio caía suelto con media melena. Los vellos axilares habían sido recortados y habían arrancado con pinzas hasta la raíz gran parte de ellos para que la depilación durara una buena temporada, pues no era moda tener una pelamenta tan abundante en los sobacos. Era lo mejor de los veinte lotes de la subasta.

Desgraciadamente para la compañía, el público era mayoritariamente granjero. A pesar de que el rugido fue general entre populacho cuando el tratante soltó los amarres de los hombros, la mejor oferta no llegaba al 50% de lo esperado. Este se lo pensó; lo consultó con el delegado de Agentaria, y dudaron si la llevaban a Morvedre o Penyscola, grandes emporios del vicio y de los buenos catadores, aunque tendría que competir con las walkirias del Norte, blancas y rubias. Por fin decidieron venderla al ofertante: un hacendado de Ultramort llamado Gil. En realidad este viejo pulgoso y fétido la quería para regalársela a la vaca de su esposa, tortillera de pro; y para sacarla como diversión en algunas fiestas con sus amigos. Incluso con un poco de suerte podría traspasársela a su buen amigo Mussa, el mejor cazatalentos del Mundo Conocido.

A Gil ni puñetera falta le hacía Teme ya que tenía a sus tres mutantes. Era maricón perdido. Además, odiaba a las mujeres, sobre todo a la suya. Prefería torturar a jóvenes mancebos. Así, el marica con Teme y sus 4 muchachos partieron hacia el pueblo.

Cuando se la mostró a su legítima, marimacho perdido, está ni espero a comer con su marido. Se la llevó a la siesta, la desnudó y quedó tan excitada al ver su juguete que la figa le hizo charco en el suelo. La bruja la manoseó, le comió el chocho y el culo, le mordisqueó las tetas, le lamió los pelos de los sobacos, el cuello, en su espléndida nuca, en las orejas, los dedos de los pies; le metió la lengua hasta el garganchón, se la estacó en el culo. Solo con eso se corrió tropecientas veces. Cuando parecía que quedaba satisfecha se ató a la cintura un cipote liso y reluciente de tamaño descomunal y haciendo arrodillar a Teme la inclinó e introdujo por su ano; primero la embadurnó con mermelada para lubricarla, metiendo después la polla ortopédica muy despacio. Cuando vio que la esclava lo tragaba todo, la penetró con violencia. Teme gemía de dolor, pero sus esfínteres resistían los cañazos sin partirse. Cuando se cansó del agujero negro le llegó el turno a su coño. Volvió a lamerlo y besarlo hasta que se puso chorroso. Ni el natural recato de la chica podía poner trabas a la madre naturaleza. Después se la estacó cuan grande era, y comenzó a menearlo con violencia. Teme se corrió a su pesar, ya que tenía muy a mano su punto G. La bruja se cansó al final y se acostó con las patas abiertas, y se durmió mientras abrazaba a su esclava tocándole el chocho. Así comenzó su estancia en Ultramort.

Teme pasó a pertenecer exclusivamente a la vieja. Esta la tenía a su entera disposición y todas las tardes y noches disfrutaba como una cerda con sus encantos y atributos. Jugaba con ella como si fuera una muñeca. La vestía y desvestía, la bañaba, le cortaba el pelo, le dejó crecer la pelamenta de los sobacos hasta dejar una abundante y lisa cabellera negra, asomando por sus vestidos con tirantes. Le encantaba el olor a sudor que emanaba de sus axilas. Nunca redujo sus espesos, ensortijados, negrísimos cabellos púbicos, ni siquiera los que, bajando por la regata inferior, cubrían sus abultados labios sexuales. Incluso el ojete del culo estaba lleno de vello. Sólo depilaba sus piernas perfectas y bien torneadas, y más bien poderosas que gráciles. Era una belleza salvaje y turbadora hasta el paroxismo. Así transcurrieron dieciocho meses llevando una vida relativamente cómoda, puesto que se había habituado a la concupiscencia. Sólo era azotada muy de cuando en cuando, si su ama se ponía de muy mal humor y cometiera alguna falta, como romper un vaso o tirarse la sopa por el vestido.

Hasta que para su desgracia llegó un señalado día: Gil dio una fiesta con invitados en la finca. El marica degenerado de Gil suministraba pienso a las granjas y haciendas ganaderas de los alrededores. Uno de sus mejores clientes era un hacendado vecino de Palafrugell. Este iba a cerrar el trato cuatrienal con Gil en el curso de una comida. Se presentó en la finca acompañado de sus seis hijos. Teme contra la opinión de su dueña fue obligada al incluirse en la servidumbre dada su buena presencia. Además, después de ser convencida por su esposo de que la pela era la pela consintió en que la vistieran de la misma insinuante forma con que la había comprado como esclava. Cuando los comensales ocuparon sus sillas reclinadas y apareció ella con sus pelambreras asomando de sus carnes deliciosas, apenas distinguidas bajo las transparencias, los siete de Palafrugell se quedaron bocavadats. Era lo más excitante que habían visto desde hacía dos meses, en que su esclava favorita, hija del padre y hermana menor de los seis, había sido objeto de una transacción comercial con el Fisco estatal. De todos sus múltiples atributos, los pelos del coño asomando de las bragas transparentes les puso a cien. En la sobremesa se cerró el trato, que incluyó una cláusula adicional: Teme sería cedida para uso y disfrute de la familia desde la hora de la siesta hasta el amanecer. Por presiones de la mujer, Gil llegó a renunciar a un contrato a perpetuidad para venderla a los libertinos.

Cuando la muchacha fue entregada en el pabellón de invitados los 7 elementos la estaban esperando desnudos y con las vergas empalmadas. No se andaron con rodeos: le desgarraron los tules sin ningún miramiento y le pusieron a 4 patas. La penetraron uno por uno peleando por ver quién iba primero, primero por el ano, después por la vagina, nuevamente por el ano, y así sucesivamente. A las tres corridas, cuatro de ellos cayeron agotados. Los otros no parecía que iban a detenerse. El semen encharcaba el suelo y las colchas de los lechos. Quedaron todos extenuados y ordeñados, aunque no el más pequeño que era medio mongólico, que siguió dándole un par de polvos más, hasta que cayó rendido con los huevos encogidos y secos. Habían pasado más de seis horas violando a Teme que estaba semiinconsciente. Sin dejarle tiempo a recuperarse la cogieron y colgaron de los pies separándolos lo más posible, después de haber atado sus brazos detrás de la espalda. La izaron dejando su cabeza apenas tocándole suelo y sus cabellos negros descolgándose sobre él. Después de descansar un rato volvieron a la carga. Durante otras tres horas la volvieron a penetrar de dos en dos, inclinando sus vergas hacia abajo. La leche se derramaba por el vientre y por su pecho bajándole hasta su cara y cabellos que estaban empapados de semen y sudor. Ya en el límite de sus fuerzas y cuando las fuentes estaban más que secas y los cipotes arrugados y escocidos (imaginemos como estarían los conductos de Teme), pasaron al tercer acto después de tomar un tentempié. A falta de látigos y vergas tomaron sus correas y propinaron una soberana paliza a la pobre chica, dándole por cada parte de su cuerpo con las hebillas, sobre todo a los chochos, tetas, culo y vientre pero sin descuidar el resto: muslos, espalda, brazos. Incluso en su cara y cuello arrearon sendos zurriagazos. Aprovechando los últimos momentos antes de amanecer comenzaron a darle patadones con sus botas de montaña, tres de ellos en la nuca. Una última coz le dio un pleno rostro cuando llamaban a la puerta para pedir su devolución.

Cuando la vio su ama maldijo a su marido, a los brutos pero sobre todo a la pobre Teme por tener un cuerpo tan lascivo. Estaba echada a perder. La tiraron a la paja de las caballerías sin siquiera curar sus heridas. De no haberse criado Teme en las montañas hubiera muerto a las pocas horas, pero se recuperó en menos de un mes aunque con el cuerpo lleno de señales. Al ser llevada de nuevo a presencia de su ama, está tenía una nueva Barbie, que su marido hubo de comprar para no oír a su mujer. La bruja comenzó a reír a carcajadas, a contarle los cardenales y cicatrices, para después, con la colaboración de su muñeca, desnudarla, atarla y azotarla encima por puta. Después se la follaron de nuevo con sus cipotes ortopédicos y la volvieron a enviar a las cuadras a trabajar.

Lo peor aun no había llegado, estaba preñada. Tanto semen depositado en su higo durante la noche de autos había producido el milagro. A los tres meses se hizo evidente su estado. El amo era partidario de dejarla tranquila, que tuviera a su hijo, y venderlo a algunos amigos a los que les gustaba mucho la carne tierna; al fin y al cabo era hijo de humanoide, pero su mujer se negó en redondo. Ella y Barbie se habían convertido en unas arpías sádicas y la reclamaron para que se hiciera con ella un escarmiento ejemplar. Así que Gil mandó encadenarla en el patio en una especie de barra, colgada por los brazos con argollas en las muñecas, mostrando sus abundantes cabelleras. Las piernas abiertas descansaban en otra barra con nuevas argollas en los tobillos. Estaba totalmente desnuda con su vientre ya abultado por su preñez de cuatro meses. Allí la dejaron en exposición pública. Todos los días atardecer, a la vuelta del trabajo, recibía veinticinco vergazos delante de toda la servidumbre en su bombo, con alguno de propina a sus voluminosas tetas. Por la mañana temprano y al anochecer le daban alimento para mantenerla viva. Así transcurrieron 15 días hasta que tuvo lugar una visita inesperada: el amigo Mussa. Este se apiadó de esos culos y esas tetas tan apetecibles, porque era un buen catador, y pensaba que le reportarían buenos dividendos, puesto que en Penyscola comenzaban a cotizarse las pieles más doraditas. Así que Gil, no sin gran cabreo por parte de su mujer, la malvendió, aunque la mala puta exigió que en el contrato hubiera una cláusula por la que la esclava seguiría recibiendo veinticinco vergazos en su vientre durante los nueve meses de embarazo, aunque abortara antes de tiempo.

Musa se la llevó a su finca donde la curó adecuadamente. Estaba extrañamente prendado de ella.