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Historias de Llafranch (03) - El Haren I

en Grandes Relatos

EL HAREN I

Nuri fue fabricada como clon. Equivocadamente fue rechazada para el papel que tenía encomendado: guerrera y guarda jurado, así que, pensando que crecería torcida y deforme fue enviada a una granja en el Gran Plá en la Catalunya Central. Así se conocía el orfanato o lugar donde se adiestraba a los chicos y chicas, futuros esclavos que pudieran ser útiles entre tanto desperdicio humano. Los que no se pudieran aprovechar servirían de pienso. Así eran las cosas en tierras dominadas.

En la granja creció y conoció a una niña de su edad que nació sorda y muda y que todos conocían como Tata. Al menos ella atendía a ese nombre al leer los labios del que lo pronunciaba. Nuri era morena y fuerte; Tata rubia y delicada aunque no tenía complexión débil, mas bien lo contrario, era anchita de cuerpo y tenía fortaleza. Por ello trabajaban juntas en una tarea fatigosa de reciclar PVC. Los supervisores de la granja se apercibieron muy pronto del error cometido con Nuri pero la clásica manera de hacer las cosas en la Administración Pública consistente en mantenella y no enmendalla no modificó su status de montar piezas estúpidamente. Con los años su superioridad era tan manifiesta que los gansos de los capataces la trasladaron para que hiciera su trabajo a pesar de su corta edad, adquiriendo cada vez mas responsabilidades para que aquellos gandulearan todo el tiempo. Nuri protegía a su amiguita y se hacía respetar por su capacidad y cualidades innatas, amén de su fiereza y mal genio. Al caer la noche las nenas descansaban juntitas, desnuditas y abrazadas amorosamente - sin malicia de momento -.

Hasta que una noche ocurrió: Nuri tenía su mano sobre el regazo de Tata que a causa de un sueño comenzó a moverse rozando su sexito con el dedo de su amiga. El movimiento continuó inconsciente y placenteramente hasta que acabó de despertarse. Dándose cuenta de lo que pasaba tomó la mano de Nuri y se la restregó acariciándose el coñito notándolo humedito y suave. Nuri se despertó. Inmediatamente captó lo que ocurría y siguió jugando con su dedo en la cosita mojadita de Tata, metiéndolo en el agujerito o rodando sobre una puntita durita mientras jadeaba notando a su vez una excitación hasta ese momento desconocida. Con su cuerpo casi encima por pura intuición puso sus labios sobre el incipiente pezoncito de la rubita que soltaba un gemido a la vez que metía su manita en la entrepierna de Nuri lo que aumentó el gusto que sentía sobresaltándose de placer. Las dos chicas estaban a cien. Así estuvieron larga rato entre roces y caricias. Se besaron en la boca y en los pechos y en el vientre sin dejar de acariciarse largamente las parrusitas. Nuri fue la primera en comenzar a temblar y sentir como el pecho le oprimía para, a continuación sentir un extraño e incontrolable goce espasmódico que la dejó exhausta y vacía por dentro. Tata se había quedado quieta mirándola sorprendida. Nuri la tumbó y puso su boca sobre su figa abierta y jugosa en un acto del subconsciente colectivo lamiendo de abajo arriba. Tata lanzó un hondo suspiro; pensaba desfallecer hasta que suave y mansamente se corrió. Las chicas acababan de descubrir lo que daban de sí sus púberes cuerpecitos.

Y así pasaron los mejores años de su vida, mientras se magreaban y se relamían su coñito y se propinaban estocadas con la lengua en ojete cada noche, floreciendo cómo dos orquídeas: una parecía un brillante tallado con mil aristas otra una joya de oro pulido. Cuando la pubertad las sorprendió fueron separadas del primer estadio de La Granja. Llegados a este punto podían pasar al status de disponibles para la esclavitud para ser vendidas por el Estado o tomadas a su servicio, o bien servir de distracción al populacho en ejecuciones públicas, privadas o en comidas de ricachones, dependiendo del estado físico en que se encontraran. Ambas superaron el examen pasando a un pabellón sólo para chicas. Los vagos de los guardianes y capataces hicieron continuar al Nuri en su anterior trabajo mientras que Tata pasaba a labores de la tierra, pero no que no eran demasiado pesados para ella.

Así que la felicidad continúo hasta el día fatídico que la sorda fue víctima de la lascivia de un capataz que hacía tiempo que le había echado el ojo. Como Nuri protegía a su amiga de cama y de todo lo demás, mientras estuvieron juntas no hubo nada que hacer, pero la morenita tenía que separarse durante la jornada laboral de la zona donde se encontraba Tata, y el sátiro aprovecho la ocasión. Con una excusa la llevó a un bosque cercano al huerto, un lugar que ni pintado donde había un tronco de pino gigantesco tumbado y seco. Allí quitó la ropa de Tata y totalmente desnuda le apoyó sobre el tronco apartando sus muslos y piernas atándolas a unas estacas que había preparado previamente. Estaba amarrada al pilón y lista para el suplicio. El guarda la violó, primero por la vagina y después por vía anal. Tata lloraba sin cesar. Después de aliviarse el muy cabrón, por si le acusaban se había preparado la coartada de darle una buena zurra, y aunque le acusara se inventaría alguna excusa, ya que no podía follarse uno a las futuras esclavas. Después le echaría al muerto a algún esclavo y diría que la había castigado por ello. Así que con el látigo reglamentario comenzó a fustigarle la espalda, nalgas y muslitos de Tata de forma especialmente cruel cuando le daba a su sexo, golpeando en sentido longitudinal y dejando marcados los nudos del látigo en el valle de los placeres. Era un flagelo corto que dejaba una señal púrpura cada vez que golpeaba en la blanca piel de la nena, que gemía y lloraba sin descanso. Cuando pensó que era suficiente, Tata tenía el cuerpo de pena. La abandonó sin soltarla, esperando que por un golpe de suerte se la merendaran las alimañas. De esta forma no tendría que dar explicaciones.

la buscaron durante dos días. Nuri estaba destrozada. Buscaba y buscaba día y noche, hasta que la casualidad quiso que uno de los guardas persiguiendo a su perro la encontrara medio muerta. Fue llevada a la enfermería donde los cuidados de Nuri, que obtuvo permiso para ello, hicieron el milagro, quedando casi sin huellas aparentes. Tata estaba aterrorizada pero al final con su lenguaje particular que sólo Nuri entendía le explicó lo sucedido. Nuri juró venganza.

Para llevarla a cabo no tuvo que esperar demasiado. Una jauría de lobos merodeaba por los alrededores poniendo en peligro las manadas de ovejas. Los guardianes, Nuri entre ellos, fueron por parejas a su búsqueda. La casualidad quiso unirla al verdugo de Tata.

A salir de vigilancia, Nuri, conociendo el carácter libidinoso de su acompañante, trazó un plan: se insinuaría al cerdo para que saliera de la ruta prevista con la promesa de dejarse sodomizar. El tipo cayó en la trampa y sugirió un lugar en el bosque, exactamente el sitio ya conocido donde había torturado a Tata. Un sexto sentido dijo a Nuri que allí había sucedido todo y que allí tendría que hacerlo. Al llegar al lugar donde se había consumado el sacrificio, y junto al árbol caído, Nuri tomó al guardián y lo tiró al suelo con una llave, haciéndole creer que era una hembra apasionada. El tipejo, sorprendido primero, excitado después al ver que Nuri se quitaba la pechera y le pasaba las tetas por su cara – disimulando su asco – como tomando la iniciativa, se dejó hacer. Vago hasta final.

Nuri, se echó atrás sobre sus rodillas, y le quitó los calzones, dejando a la vista un pobre instrumento pero todo tieso. Comenzó a pasarle la lengua por el frenillo, aguantando de nuevo la náusea y pensando que era la puntita de Tata. Nuri nunca había tenido relaciones con tíos pero obedeciendo a su intuición pasó los labios húmedos por las tetillas del capataz; el fulano que tenía un concepto del erotismo de un saltamontes, se cansó y puso a Nuri de rodillas. Después tomó su polla con la mano para introducirla en la boca de la chica. Nuri lo hizo y empezó a felar el asqueroso miembro que se puso erecto del todo. Cuando ella intuyó por la hinchazón de las venillas que el tío iba a correrse, se preparó para el mordisco. Cuando ese momento en que el pijo se para porque viene lo inevitable, Nuri dio el golpe, con tal violencia, que lo partió como si fueran un flan. Quedó con la caperulla en la boca y llenándose la cara de sangre y semen tal como si el tronco talado fuera una manguera. El capataz gritando como un poseso fue rodando por los suelos desangrándose, mientras Nuri se levantaba, después de limpiarse la boca lo amordazó al mismo tronco en que había violado a su amiga. Lo ató panza arriba mientras más sangre seguía mandando. Y le decía: cabrón, a ver si puedes conmigo en lugar de pobres chicas. Después tomó una daga y lo abrió en canal desde el cuello hasta los testículos. Separó los músculos del vientre y sacó sus intestinos e hígado al aire con la esperanza de que los lobos y buitres acudieran al olor y se lo trapiñaran. Después lo desató, y todavía vivo esperó a que muriera. Tardó cuatro horas en hacerlo. Como no tenían que volver hasta el atardecer, corrió hacia su ruta marcada sola por si salían a buscarlos. Nadie lo hizo, y a la hora prevista volvió a la granja, donde pregunto por su acompañante, diciendo que se había separado a primera hora porque quería ver unas trampas. Todos los hombres eran cazadores, y el capataz desbudellado las tenía en un bosque cercano, en lugares secretos para que no le chafaran los sitios adecuados. Teniendo en cuenta que la zona estaba plagada de ellos sería como buscar una aguja en un pajar. Nuri nada dijo a Tata de lo sucedido y esta no llego a descubrirlo. Al principio la cosa pareció ir bien pero el cadáver al fin fue descubierto a los nueve días, consumido por los buitres y otras alimañas, sin aparentes rastros de violencia.

En circunstancias normales el caso hubiera sido sobreseido y Nuri nada debería de temer pero.. ay; en lugar de dar carpetazo al asunto sin complicarse la vida como era el deber de todo funcionario, el jefe del campo-granja tenía una afición secreta. Desde joven llevaba detrás como un tesoro un viejo arcón adquirido en las colonias del Norte, lleno de libros anteriores a la era digital, todos ellos de misterio, escritos por gente muy rara con dos o más nombres: Erle Standley Gardner, Vazquez Montalbán, Philip Marlowe... Su preferido era uno de cuatro: Sir Arthur Conan Doyle. Se lo sabía casi de memoria. Amaba tanto a su protagonista que se consideraba a sí mismo como un irregular de Baker Street. Así que se dirigió al lugar de autos con su lupa y empezó a rastrear. No tardó en relacionar lo que observó con una de las narraciones, Estudio en Escarlata. La tierra húmeda del bosque estaba llena de huellas, con el tipo de suela de las sandalias reglamentarias de los guardas, pero de dos tamaños. Como todos eran gigantones, ¿ quien podía calzar un 38? ; pues la chica. Elemental querido Watson.

Nuri estaba tumbada durmiendo con Tata, dando oyó que llamaban a la puerta preguntando por ella. Se puso el uniforme y acompañó a la guardia sin sospechar que sabían todo lo sucedido. La llevaron en presencia del jefe de la granja y la interrogaron, y cuando ella negó todo conocimiento del asunto un vergazo tremendo en su espalda la dejó sin aliento. El bestia del jefe de la guardia, un gigante que medía dos metros y pesaba ciento ochenta kilos la tomó de los cabellos y la levantó en el aire conminándola a hablar. Nuri, sabiéndose perdida espero a recuperar el aire en sus pulmones y con toda la fuerza de que fue capaz arreó un rodillazo en los huevos del bruto. Un sonido líquido, un grito, y dejar caer a la muchacha el suelo fue todo uno. Inmediatamente los guardianes que quedaron se lanzaron sobre ella y, aunque uno de ellos se quedó sin ojo, finalmente fue reducida y encadenada, tras lo cual le arrancaron el peto y el resto de sus vestidos, dejándola desnuda tirada en suelo, donde comenzaron a golpearla con toda la saña de que fueron capaces, con los garrotes reglamentarios, hasta que cayeron al suelo agotados los tres guardias que quedaban útiles.

El jefe del campo abrió un expediente dónde anotó todo lo sucedido para remitirlo ante la Delegación del Gobierno, convocó al personal liberto y esclavo a la sala de juntas; allí mostró a Nuri desnuda y encadenada. Tata al ver a su amiga en ese estado rompió a llorar, cayendo en la cuenta la muy estúpida de lo que había sucedido y sintiéndose culpable. El juez y jefe, un tipo sádico, leyó los cargos dónde sentenciaba de muerte a la esclava, dejando al del cojón reventado y al tuerto de elegir la forma de hacerlo. Éstos ya habían trazado un plan: en un montículo próximo, no demasiado lejos del campo, clavaron cuatro estacas gruesas de aproximadamente un metro de altura, usando a Nuri como bestia de carga, desnuda y llena de cadenas. Transportaron al montículo vigas y pilares y tablas de madera para hacer un sombrajo que hicieron construir a la condenada a golpe de látigo. Cuando el tenderete estuvo listo ataron a Nuri boca arriba por brazos y piernas a las astas ayudados por caballos percherones, tensándola de tal norma que le dislocaron las muñecas y tobillos. Tensa como una cuerda de arco. Y comenzó el sacrificio: cada atardecer subía al montículo los guardas y todo el voluntario que deseara apuntarse a azotar a Nuri hasta que les viniese en gana. Descansaban bajo el tejadillo y volvían a la carga tantas veces como les apetecía. Cada noche era un suplicio pero el día era aún peor, puesto que el sol secaba la carne viva y el dolor y el hedor iban unidos. Al quinto día milagrosamente Nuri seguía viva, ya que Tata aprovechaba el sueño de los verdugos para dar de beber y alimentar a su pareja, y pasarle un bálsamo que había preparado una vieja arpía del campo (a cambio de gozar de sus encantos, naturalmente), y terminar lamiendo las heridas de Nuri delicadamente y también porqué no decirlo, lujuriosamente.

Al décimo día aparecieron los buitres que, tímidamente primero y decididamente después, comenzaron a picotear a las partes blandas de la pobre chica: el pecho, la barriguita, el monte de Venus. Menos mal que estaba maciza como una roca, además de tensada por las cuerdas, lo que impidió que las bestias traspasaran los músculos del vientre y comieran sus entrañas, lo que habría significado el final de Nuri. La fortuna quiso que en ese momento apareciera Mussa, buscando material. Al ver lo que pasaba dio varias palmas y los buitres, valientes ellos, desaparecieron y se apostaron en un árbol cercano.

El cazatalentos se acercó y observó que Nuri tenía el plexo solar y el vientre agujereados, y a punto de ser visibles los intestinos y otras vísceras. Mussa tenía acciones en la granja, ya que se trataba de una empresa mixta, y exigió al jefe que le informara del porqué una posible transacción comercial era alimento de carroñeros. Musa tenía informes de la evolución del personal femenino del campo, y muy buenas referencias de Nuri. Así que, todavía viva, fue trasladada a la enfermería donde su médico personal, discípulo no demasiado aventajado de Arius, en sus tiempos de cátedro en Montpeller intentó salvar lo salvable.

A pesar de que el médico hizo un buen trabajo Nuri quedó con unas cicatrices muy evidentes, huecos en sus carnes blandas y con manchas en su tronco. Fue una suerte que los pajarracos no se comieran sus ojos y que su cara fuera respetada mínimamente. Musa partió hacía su granja en el Empordá, y al regreso Nuri estaba recuperada. Ella y Tata fueron empaquetadas hacia el centro de distribución en el galeón de Mussa. Tenían diecinueve años.

Volvamos a Penyscola, con Flo continuando su inspección:

- Y tú como te llamas, dijo dirigiéndose a otra rubia muy alta.

- Naa, respondió. Era muy grande, pechos voluminosos, redondos y firmes; ojos azules enormes y boca voluptuosa. La mamará bien, pensó Flo. El resto del cuerpo con piel muy lechosa con pecas rubias. Tenía el vello del pubis recientemente afeitado, lo que permitía distinguir su sexo interno rosado y jugoso. El culo redondo, con nalgas suaves y blandas aunque tieso y firme. Era el compromiso perfecto entre proporción, carnes abundantes, y ausencia de desplomes, cuelgues o grasas rugosas.

- Ven aquí, dijo Flo. Cuando llegó hasta él le hizo dar la vuelta y agacharse. Ábrete los culos, le mandó. Naa con ambas manos en los cachetes dejó a la vista un ojete limpio y sonrosado. Flo asintió con la cabeza, comprobando que a pesar de la presión de las manos agarrando la piel de las nalgas no tenía ni pizca de celulitis. Después la mandó retirarse junto a Nuri y Tata.

Naá nació esclava en una quinta del interior. Como era costumbre la apartaron de su madre y se crió con la canalla. Los chicos torturaban a las niñas para ir haciendo boca desde la más tierna infancia, dejando muy claro quién era quién. Todo el mundo estaba muy de acuerdo en eso, por supuesto. Pronto empezó a dejar claro que no era como el resto de las nenas: no dejaba que la azotaran, ya que era fuerte y astuta y consiguió de esta forma que los chicotes la admitieran en su rol, y a la hora de martirizar a las niñas, era la más perversa y refinada.

Los chicos se morían de ganas por cogerla y hacerle sufrir todas las torturas que ella practicaba, pero le tenían miedo y eran demasiado pequeños para denunciar su actitud. Aunque los niños de la esclavitud se criaban salvajes hasta la edad de trabajar, este tipo de conducta feminista se consideraba un mal ejemplo y se corregía inmediatamente con graves consecuencias para la infractora, pero mucho peores para los imbéciles blandos que lo consentían. Así que cuando Naá tenía diez años y aún no era una auténtica adolescente era la jefa del grupo, más por miedo que por adhesión.

Ella intuía que mientras se divirtiera con niñas y no tocara a los varones – con el látigo, claro - no habría problema. Aun así tuvo varios intentos de motín, y en el último de ellos los tres chicos mayores la esperaron agazapados, sorprendiéndola en un recodo del camino. A duras penas, lograron sujetarla y arrastraba a un olivo, pero cuando intentaban desnudarla y descuidaron la presa, se volvió lanzando uno al suelo y zafándose de los otros dos. Presas del pánico al ver que agarraba dos piedras de considerable tamaño, huyeron despavoridos y la dejaron en paz definitivamente. No la denunciaron por miedo y vergüenza, aunque se la tenían jurada.

Los chicos de su edad fueron llevados a trabajar a los pocos meses. En la quinta situada en un lugar llamado antiguamente Massalió, se fabricaba aceite para el Estado. El gerente era un vago malversador que lo vendía a precio inferior de mercado a particulares y amigos que lo transportaban a las tierras sometidas. Como tenía mano de obra abundante, casi todos varones, y muy pocas hembras, estas últimas eran llevadas a trabajar más tarde que los chicos. Así que Naá se fue transformando redondeando sus caderas y muslitos, creciéndole unos enormes pechos, sacando un hermoso culo, y poblándose de pelitos las partes más apetecibles de su cuerpo.

Afortunadamente no salió a su madre, ya que no tuvo nunca la regla. Es decir, siguió la norma general de esta parte del MC de ser estéril. El cambio le vino precozmente a los once años, y aún quedaban al menos dos para que fuera llevada a trabajar, así que continúo en el pabellón de las mujeres aprendiendo de las más arpías y viciosas todo lo que había que hacer con sus agujeritos. A su vez perdió todo aliciente el jugar con los muchachitos, ya que los que quedaban eran muy críos para ella. Los de su edad habían sido trasladados a los barracones de los hombres que vivían separados más de un kilómetro.

Comenzó a frecuentar las compañías femeninas. Durante el día haciendo gala de su fuerza, las perseguía hasta cazar a las que más le gustaban. Las solía arrastrar hasta su lugar favorito: un olivo enorme en un hueco del monte, cuyo tronco se recostaba inclinado hacia el suelo. Allí desnudaba a sus víctimas: jóvenes adolescentes de incipientes pechos, pelitos escasos y culito pito e inmaculado. Las, agarraba, ora inclinadas boca arriba sobre la base de olivo, con las piernas separadas cuando quería castigar su chochito, o bien boca abajo cuando el objetivo era el orificio anal. Primero les lamía con su lengua hasta notar que zumaban, para a continuación darles un mordisco brutal hasta traspasar los dientes las blandas carnes, y notar el sabor salado de la sangre en su boca. Las pobres víctimas, amordazadas para no gritar, saludaban a mares y se meaban o cagaban encima lo que excitaba todavía más a Naá. A veces les introducía por el culito primero un dedo, luego dos, tres, hasta casi reventarles el esfínter. Las chicas solían terminar atadas de los brazos a una rama y azotadas con una fusta que Naá había robado a los guardianes, a cuyas anchas espaldas y caían todas las culpas, todo ello sin que nadie rechistara. Cualquier criatura que osara denunciarla sería probablemente azotada de nuevo por embustera. Además, ya sabemos que era normal que las hembras fueran torturadas desde su más tierna infancia. Por las noches, sus mismas víctimas del día eran obligadas a compartir catre con Naá, que se las había arreglado para tener un compartimento separado, mediante préstamo de sus encantos y habilidades a la jefa de las esclavas. Las visitantes de Naá eran obligadas a lamerle los pechos y axilas y darle mordiscos gradualmente más fuertes por todo su vientre, costados y bultos púbicos. Después debían comerle el coño mientras introducían el dedo en su ano. Cuando se corría se daba la vuelta y se hacía estacar lo más hondo posible la lengua en el agujero negro, mientras masajeaban su clítoris. El líquido vaginal de Naá manaba como una fuente, empapando sus muslos. Por fin, al cabo de cinco o seis orgasmos se dormía plácidamente.

Así pasaron los meses hasta que cumplió trece años. Ese día amaneció como cualquier otro; Naá se despertó excitada como de costumbre y con ganas de guerra. Más que de costumbre, puesto que había tenido que compartir lecho con la más bruja de las esclavas que tenía más de sesenta años, y que tenía de contentar como pago por favores antiguos. Ella no había disfrutado en absoluto con ese cuerpo arrugado y deforme, que, además, olía a ajo, pero la guarra resoplaba como una marrana cada vez que se corría. De esa noche Naá sacó en claro una cosa que le impresionó sobremanera: la vieja le contó acerca de la existencia de determinadas mujeres que tenían la capacidad de hacer crecer un pito; se llamaban hembras emergentes, y aunque ella no había visto a ninguna, aseguraba su existencia. Naá hubiera dado un pecho por tener esa cualidad, pero era algo que consideraba imposible puesto que se había tocado la figa introduciéndose los cerdos hasta el cuello del útero sin que tal hecho ocurriera. No sospechaba ella que tal circunstancia no coincidía necesariamente con la pubertad. Así que, tras desayunar, a aliviarse. I y se dirigió a la caza y captura de una muchacha a la que torturar. No tardó demasiado en llevarse a una morenita culona al olivo, donde le ha amarró, desnudó y puso con el culo en pompa. Comenzó lamiéndole el coño y al sentir la humedad introdujo sus dedos para embadurnar su ano. Mientras lo hacían volvió a pensar lo que haría en ese agujerito con un buen cipote. Se excitaba sobremanera y dudo entre soltar a la nena y obligarla a comerle el coño, o a hacerse una paja mientras la propinaban mordiscos en sus blandos y abundantes culos. Eligió lo segundo y comenzó a acariciarse el clítoris mientras lamía el ojete redondo y negro. Introdujo un dedo medio en la vagina hasta el fondo, tocando todos sus bordes varias veces. Una opresión le subió desde su vientre hasta el pecho mientras un gusto reconcentrado inundó un punto determinado de su cueva. Volvió a localizarlo y a masajearlo… y de nuevo una oleada de placer la embargó y obligó a jadear, puesto que quedó sin respiración mientras que el circulito mágico empezó a perder sensibilidad simultáneamente a que el clítoris comienza a empalmarse como nunca había visto antes, y crecer ante sus asombrados ojos de forma rápida y progresiva. Cuanta más sensibilidad y goce perdía el interior de su coño, mayor se hacía su cipote sin que por ello la opresión del deseo cesara. Los jaleos asustaron a la morena amarrada al árbol, que ya había pasado antes por el trance e imaginaba alguna barbaridad por lo insólito de lo que estaba ocurriendo, puesto que lo normal era que el suplicio fuera matinal y el sexo nocturno. Naá cayó en la cuenta que era una de las privilegiadas mujeres como las que le contó la anciana. Tenía una verga que muchos chicos envidiarían. Cuando llevó su mano sobre ella la notó sensible y dura, y el placer se hizo más intenso. Chota como una burra se inclinó sobre el culo abierto y introdujo su polla mientras gritaba la morena. Pensaba que era más fácil pero al encontrar resistencia y desconocedora del poder de penetración prefirió embadurnar su verga con líquido vagina. Al introducir los dedos volvió acariciar su punto sensible y, milagro, todavía le creció más. Introdujo los dedos mojados en el esfínter de la morena lubricándolo, y le estacó el aparato, metiéndolo de golpe hasta el mango. Gritó de placer y empezó un mete-saca con jadeos acompasados, los de ella, y los de la sodomizada, que también disfrutaba del castigo. Se corrió siete veces y la amarrada dos. Cayó desfallecida, agotada y relajada, y se quedó dormida. Al despertar procedió a lo acostumbrado. Ató a la morena en la rama y le propinó cincuenta latigazos en las nalgas y en los pechos. La desató y amenazó con los peores suplicios. Y se fue tan contenta.

Al poco tiempo, la llevaron a trabajar al campo. Al verla los 3 golfos a los que había ridiculizado urdieron un plan para vengarse. Al atardecer, cuando volvía, sola por supuesto, le tendieron una emboscada. Se apostaron junto a un ribazo. Ellos solos nunca hubieran podido hacerlo, pero se conchabaron con tres gigantescos guardias. Cayeron sobre ella y la redujeron, trasladándola a un rincón discreto. Allí mientras los grandotes la sujetaban con las piernas abiertas, los vengadores le arrancaron las ropas y la sodomizaron y se corrieron en su culo. Naá lloró de rabia más que dolor, puesto que aunque virgen de coño y culo los calibres eran ridículos para sus orificios. Suerte que dejaron intacta la figa ya que el himen era más estrecho. Naá conservó la calma y pensó:

- si los guardias quieren parte del botín tendré una oportunidad al cambiar de papel, porque estos cabrones son un los flojos, así que voy a relajarme y dejar hacer para conservar las fuerzas. Si no es así estoy perdida, porque seguro que llenarán mi vagina y mi ano con hojas de ortigas taponándolas con un palo, y me rasparán los bajos con zarzas, como me veían hacer a mí a las niñas. Y después me matarán por miedo de alguna forma horrible.

La ocasión llegó: mientras un guardia dejaba uno de los brazos a un jovencito, y comenzó a quitarse los calzones, Naá se zafó del jovenzuelo, y pegó un puntapié a los cojones del guardia que se había separado y, rápida como una centella le metió los dedos en los ojos al otro. Los niñatos como buenos cobardes quedaron paralizados mientras Naá, con la fuerza que da la desesperación y el pánico, dio un cabezazo tremendo en la cara al tercer guardia. Con los peligrosos fuera de combate, los miedicas fotieron el camp. Naá terminó la faena pateando los huevos a los tres brutos a los que dejó hechos un ovillo en el suelo y a patadas los tiró ribazo abajo. Volvió hacia su barracón todavía de día dando un rodeo hasta el río, donde se desnudo y se dio un baño en sus limpias aguas, quitándose el semen asqueroso que todavía se pegaba a su cuerpo. Sintiéndose mejor y muy tranquila volvió al campo de mujeres ya de noche, sabiendo que por la cuenta que les tenía los guardias se callarían como muertos al haber sido derrotados por una mujer.

Y en efecto así fue, los guardias para justificarse acusaron del ataque a los tres esclavos cobardes, que murieron empalados para escarmiento y conservación de la disciplina.

Al llegar al campo, a Naá la estaban esperando. Fue conducida al despacho del jefe. A su lado había un hombrecillo calvo y con mirada astuta.

- Naá, le dijo el gerente, este señor es Martínezford. Oye lo que tiene que decirte.

- he visto todo lo sucedido desde un lugar cercano donde había ido a mear, así que tienes dos opciones: morir empalada por conducta inmoral después de ser despellejada viva y quemada con hierros candentes en los pezones, ombligo y partes nobles (higo y culo), o bien aceptar mi oferta: convertirte en amazona. Sabes que puedo comprarte como esclava pero eso llevará trámites innecesarios, así que este procedimiento rápido de entregar una solicitud de forma voluntaria está contemplado por una antigua directiva europea, así que elige.

Naá estaba aterrada. Había oído contar a las esclavas viejas que había chicas luchadoras: las Amazonas. Era un deporte muy extendido en el Este: Constantinopla, la República Serenísima, Samarkanda… Aquí en Aragó se practicaba también en els Paisos Catalans del norte, aunque no como un espectáculo nacional como en estos lugares. También se hacían giras de exhibición, aunque lo usual era practicarlo en los circos o en los palacios privados peleando hasta la muerte. También sabía que todas morían muy jóvenes, pero la perspectiva que le arrancaran la piel a tiras ya la había visto en una ejecución parecida hacía un año y era bastante peor, así que aceptó.

Ni llegó a pisar su aposento. Partió inmediatamente hacia una fortaleza de piedra gris situada más al norte y que se conocía como el monestir de Poblet donde tenía su sede la cuadra de Martínezford.

Llego justo el día que cumplía 15 años. La alojaron en un pabellón con 9 chicas más, todas enormes y fuertes, muy hombrunas, que se relamieron de gusto con la novata. Como estaban prohibidas las torturas entre amazonas fuera de los combates no pudieron tocarle ni un solo pelo por si aparecían cardenales y eso costaba cien latigazos a la autora, aunque como los entrenamientos y lecciones terminaban siempre con señales, aprovechando esos períodos las nuevas eran apaleadas por las noches por las veteranas. Así que se contentaron con obligarla a lamerles el culo y comerles el coño a la compañía en pleno. Pronto comenzaron las prácticas de lucha y enseguida se demostró que Naá, aunque muy joven sería difícil de manejar en poco tiempo. La lucha se regía por muy pocas normas. Peleaban totalmente desnudas: su único vestido era unos copos protectores en la parte femenina más sensible, los pechos. Un puñetazo o cabezazo en ellos podía dejar a una mujer fuera de combate. Si tenían buenos músculos en el plexo solar podían soportar los golpes en el estómago mucho mejor. Luchaban descalzas y valía absolutamente todo. Cuando una luchadora dejaba en el suelo otra inerme, su deber era matarla con sus manos, con sus defensas pectorales, o con las de su víctima. Así hasta el siguiente combate. Casi todas palmaban. Si conseguían luchar en el circo la posibilidad de supervivencia era mayor, ya que el populacho podía perdonar a la caída, aunque si lo hacían en las fiestas privadas de los ricachones o fiestas oficiales, donde además la forma de matar a la perdedora contaba, cabía la posibilidad – bastante remota - que algún patricio complacido comprara a la vencedora, obligando al manager a ello, a causa de una deuda o compromiso. En ese caso existían normas muy estrictas para la amazona liberada: debía ir siempre encadenada y sus carnes reblandecidas con la tortura de forma habitual, para evitar ataques de venganza o de ira. No se conocía el caso de ninguna que llegara a los treinta años. Había algunas otras normas establecidas, como por ejemplo, cuando el ring, que era cuadrado, era sobrepasado por alguna luchadora más de tres veces, la otra luchadora tenía derecho a dislocarle un brazo. Si volvía a caer fuera, le dislocaban el otro, lo que significaba la muerte segura.

Las amazonas eran marcadas con un distintivo único para todo el MC (otra antigua directiva europea) para ser reconocidas y tratadas como se merecían cuando, por alguna circunstancia dejaban la lucha: bien encadenadas y apaleadas regularmente. Un artilugio normalizado (DIN 12AA1203) de hierro al rojo vivísimo era aplicado sobre la axila derecha. La marca debía ser bien visible por lo que las amazonas siempre iban inmaculadamente depiladas, bajo pena de 100 latigazos. Algunas para evitar descuidos se cauterizaban el pelamen. Naá pasado el suplicio decidió conservar su hermoso vello dorado. Era una muchacha cuidadosa y nunca tuvo problemas con su blanca piel axilar, siempre lisa, suave y tremendamente lujuriosa para la vista y el tacto lingual.

Naá era una alumna aventajada y aprendió muy pronto; al año apenas, ninguna otra osaba tocarle un pelo fuera de las horas de entrenamiento; a los diecisiete era la más sabia y más fuerte y todas le tenían un gran respeto. Todas las noches, a las compañeras menos marimachos las llevaba a su lecho y disfrutaba con ellas, utilizando su divino cipote. Después del sexo, en las jornadas de más entrenamiento en que ninguna de ellas – Naá incluida – se libraba de moratones y cardenales, las machacaba a rodillazos en los bajos como símbolo de sumisión. Por supuesto que todas las novatas eran primero para ella. Las disfrutaba hasta cansarse, aunque las más agraciadas eran sus protegidas casi a perpetuidad. Recién cumplidos los dieciocho años la consideraron apta para su primer combate. Rara era la amazona que lo hacía antes de los veinte puesto que costaba mucho dinero su mantenimiento y entrenamiento y los jefes de las cuadras tenían que estar muy seguros de la victoria, pero Naá ya estaba madura. La llevaron a pelear a la masía del gobernador en la antigua Tarraco, relativamente cerca. Estaba un poco nerviosa puesto que la contrincante era de una reconocida cuadra de Nubia, colonia del Reino al sur del antiguo Egipto, al otro lado del Mare Nostrum.

La lucha tendría lugar en una sala de columnas con suelo de mármol sobre la que se había colocado una tarima de madera de medidas reglamentarias: diez por diez metros, cosa muy rara porque habitualmente se luchaba sobre moquetas amarillas para que destacara el color de la sangre. El lugar estaba abarrotado de personalidades y presidido por el gobernador y cuatro ilustres visitantes de ojos rasgados procedentes del confín del MC, ya en la antigua Asia, tumbados en chaiseslongues con hetairas en cueros sirviendo de platos con sus vientres. Naá vio a su contrincante y se estremeció: era una negra más alta que ella con el cabello muy corto cortado a cepillo, todo músculo y aristas, hombruna, con defensas pectorales de oro que en realidad no hacían falta, porque su pecho era casi inexistente. Se diría que era un tío a no ser por su cabellera negra rizada bien visibles a ambos lados de su chocho enorme. Cada defensa en realidad era un punchón de casi ocho centímetros de largo, verdaderas dagas cortantes. Nunca lo había visto en sus años de preparación. En el aprendizaje luchaban con petos de cuero duro y en la formación avanzada se usaban los de lucha, metálicos y con clavos. Cada amazona tenía su estilo, pero la mayoría de ellas quedaban heridas por las puntas. Ella usaba para sus enormes pechos copas erizadas de clavos de casi un centímetro de largo y se había acostumbrado a pelear con los brazos bien abiertos para no rozar con las peligrosas puntas, pero lo que veía la aterrorizada. Debería tener mucho cuidado. Un abrazo de esa bestia atravesaría sus costillas y pleura, y alcanzando al pulmón sería el final. Martínezford sentado en la última fila la mirada sin expresión alguna.

Y comenzó la lucha: las dos amazonas, con los brazos extendidos, tras unos titubeos de observación se enzarzaron como en la lucha grecorromana. Dieron unos vueltas en círculo y de repente la negra sujeto a Naá, balanceándose hacia atrás con la esperanza de que cayera sobre ella y quedará ensartada. Naá que lo había esperado se apoyó con sus brazos y dio una voltereta por encima, pasando de largo y cayendo al otro lado. Antes de levantarse vio a la negra ponerse de pie de un salto sin apoyarse, y dirigiéndose a ella le propinó un patadón en el vientre. Naá aguantó el golpe, y otro, y otro más. Muy astutamente y pensando rápido decidió aguantar el chaparrón, y hacer creer a la bestia negra que la novata estaba groggy. Sólo tenía que estar alerta por los punzones. La quinta patada fue en el costado y sintió un dolor penetrante. Se hizo la derrotada, simulando estar KO. Aún fue pateada un par de veces en el coño. Aunque su capacidad de resistencia era notable, si la negra seguía con esa táctica perdería sus fuerzas muy pronto. Entonces la africana cayó en la trampa, y creyendo que estaba sobre una moqueta blanda se lanzó en plancha para acabar con ella. Naá giro sobre sí misma evitando su contacto. La negra quedó clavada a la tarima boca abajo. Quedó atónita al no poder levantarse cayendo en la cuenta de su error. Antes de que pudiera soltarse presionando hacia el suelo con sus brazos poderosos, Naá se levantó y se dejó caer de rodillas sobre su espalda, inmovilizándola todavía más al clavarse totalmente los enormes puntuales metálicos en la madera. Entonces volvió a dejarse caer, pero esta vez de rodillas sobre sus riñones una y otra vez, y a golpear con sus duros tobillos sus costados hasta que la negra, sin respiración soltó un estertor. Apoyo un pie sobre su espalda, tomo uno de sus brazos y le aplicó una llave dislocándoselo primero, y rompiéndoselo después. Después tomó el otro y repitió la misma faena, quedando la negra absoluta y totalmente inútil. Comenzó a saltar sobre ella de nuevo con las rodillas pegadas y golpeando sobre sus riñones. A la quinta caída de rodillas vio que se formaba un charco con un líquido rojo: la negra meaba sangre. Después, con la morena totalmente a su merced le soltó el peto defensivo, y la volteó panza arriba. Estaba a punto e inmóvil. Se inclinó sobre ella y abriendo su boca todo lo que puedo le arrancó el pezón derecho de un mordisco brutal, y ante sus aterrorizados ojos se lo comió. Volvió por otro y se lo arrancó también de un bocado. Se lo sacó de la boca y se lo metió en la de la negra hundiéndolo en su garganta. Cogiendo la defensa puntiaguda por el lado de la daga, sajó el vientre de la morena con varias pasadas, después con sus dos manos le abrió la barriga y le arrancó el hígado, con todo su cuerpo bañado de sudor y sintiendo como le manaba el líquido vaginal piernas abajo por la excitación del combate. Levantó la víscera en lo alto con ambas manos en señal de triunfo duchándose con la sangre que manaba de la víscera. Había vencido en apenas cuatro minutos. En la noche, de vuelta a Poblet se enteró de que la negra a la que había vencido tenía 26 años y que había matado a 49 luchadoras, más otras trece en entrenamientos.

Martínezford estaba impresionado, esta chica era un filón. Con la joven que era y con lo buena que estaba pronto sería un ídolo popular. La reservaría para el circo. Para su desgracia, también el gobernador se había fijado en ella, así que seis meses después en Poblet se recibió un mensaje del Delegado del Gobierno para que Martínezford y su amazona se presentaren en el Palau del Rey en Poblesec, la antigua Barcelona, para un nuevo combate en una fiesta privada con la embajadora de Samarkanda, único lugar del MC con matriarcado, donde las mujeres eran libres y no dependientes de un hombre. El resto de Estados detestaban esa costumbre, pero la ausencia de espíritu guerrero y la desaparición total del concepto de conquista llevaban a soportarlo. Además, en Samarkanda City, la capital, se fabricaban la totalidad de las sedas del MC, vestidos necesarios a causa del calor por frescos y agradables al tacto. Ante tal petición Martínezford no podía negarse, y pensó que si Naá ganaba en un escenario tan exquisito todavía aumentaría su cotización, incluso podría llevar a su amazona al Este donde podría hacerle todavía más rico.

Por las noticias recibidas de la velada, sería todo un acontecimiento con auténtica expectación por la pelea que sería su punto álgido. Nunca se habían visto antes tanto capitostes. La embajadora, una gorda celulítica presidía la sala y no perdía detalle al aparecer la amazona. Si ganaba y estaba en condiciones pensaba tomarla en préstamo esa noche, pagando a Martinezford, naturalmente. Naá estaba tranquila aunque no sabía quien sería el contrincante. Era por lo visto un secreto. Ya llevaba diez minutos en el cuadrilátero esperando, donde una alfombra color amarillo reglamentaria sustituía a la tarima cuando apareció el energúmeno. Una cara de espanto era la bella estampa de Naá. Ante sus ojos una enorme bestia, una gran masa de carne de mas de trescientos kilos: un luchador de sumo; además, hombre. Ningún luchador de cualquier sexo o disciplina podía vencer jamás a uno de estos monstruos, cuyas artes se remontaban a muchos años antes del periodo de los cataclismos. Sintió flojera en las piernas ya que estaba segura de estar acabada. Sin embargo, su espíritu guerrero le hizo reaccionar y disponerse a vender cara su vida. Al sonar el gong se lanzó como una bala y soltó una pierna con un salto hacia el cuello del mastodonte que aguantó el golpe sin inmutarse. La cogió por el cuello y de media vuelta la lanzó fuera de la lona. Se levantó y fue de nuevo contra el sumo. Este permanecía en el centro agachado con los codos apoyados sobre las rodillas. Llevaba un grueso taparrabos apenas visible por un caído vientre monstruoso, enorme y abultado, que le protegía de los golpes bajos. Una patada en los cojones de Naá le hizo cosquillas. De nuevo la sujetó por entre piernas y riéndose, la volteó de nuevo la fuera del ring. Era la segunda vez.. El bestia parecía no tener puntos débiles, pensó Naá, mientras volvió a lanzarse sobre él: quería ganar tiempo y pensar pero no quería parecer astuta. Besó el suelo otras tres veces con cuidado de no salir del cuadrilátero, y cada vez tardaba más incorporarse. Estaba intentando su táctica favorita basada en su gran resistencia: que el japonés la subestimara. Se había trazado un plan casi suicida pero era lo único que podía salvarla. El gigante, que era todo fuerza y escasa maña, viendo a Naá aparentemente madura se dispuso a acabar con su víctima y, confiado, se lanzó decididamente sobre ella. Naá, incorporada, buscando el cuerpo a cuerpo le hincó la rodilla en su voluminoso barrigón, haciendo caso omiso de su táctica inicial de mantener la distancia. Al ver que se encontraba a su alcance, el chino la atenazó con el brazo derecho y, como esperaba Naá, le enganchó del cuello, volteándola pegando contra él su espalda para huir de los petos erizadas de clavos. Con su mano izquierda sujetó a Naá por su cintura impidiéndola zafarse levantándola en el aire. Comenzó a apretarla con sus poderosos brazos arqueándola para ahogarla. Naá tenía escasos segundos para resolver su plan, de lo contrario estaba muerta. Mientras golpeaba su codo izquierdo hacia atrás de forma torpe, aparentando desesperación, dobló su brazo libre buscando en su espalda el cierre de peto, lo encontró y abrió fácilmente y cuando ya la presión en su garganta era insoportable lo lanzó contra el monstruo dándole de lleno en pleno rostro.

El sumo dio un grito terrible e instintivamente se llevó las manos sobre su herida cara. Naá al verse libre se escapó y con una llave le hizo caer de espaldas, lanzándose de cabeza sobre su entrepierna. Le quitó la faja dejando al descubierto un minúsculo pene y dos gruesos testículos, y de un terrible mordisco le arrancó de cuajo la polla y un cojón. El chino empezó a aullar como un verraco, al tiempo que cerraba las piernas de golpe atrapando entre ellas a Naá. Esta no había calculado bien y el golpe le produjo un dolor intensísimo desde el cuello hasta la punta del pie izquierdo. A duras penas se separó y viendo que el gordo tenía ambas manos cubriéndose los bajos, descargo de nuevo con la defensa sobre su cara reventándole ambos ojos. El chino estaba KO, pero por instinto se colocó boca abajo en posición fetal para protegerse de nuevos golpes. Naá resistiendo un dolor indecible y una pérdida de movilidad progresiva, viendo el agujero anal de gran calibre a la vista, metió de su puño por él, introduciéndolo todo lo que dio de sí, agarró con su mano el intestino y lo arrancó con fuerza, llevándoselo detrás. De resultas del esfuerzo, cayó de espaldas con los budellos en su mano. El gordinflón empezó a rodar de un lado a otro con la víscera colgando soltando mierda y sangre a chorro como una manguera, salpicando a los sorprendidos espectadores situados en la cercanía, lanzando estertores y vómitos por la boca seguidos de un manantial de sangre. Tras varias convulsiones quedó inmóvil, muerto entre un mar rojo y amarillo de sangre y mierda. Naá apenas pudo levantarse y alzar el brazo derecho en señal de victoria. Después se desvaneció. Despertó en la carreta inmovilizada por una escayola desde el cuello hasta la cadera. Tenía dos vértebras rotas que de milagro, no le habían partido la columna vertebral.

Tardaron más de un año en quitarle el yeso, y seis meses más con masajes y ejercicios para intentar su recuperación, pero ya no era la misma. Martínezford estaba desolado, puesto que había perdido a su flor más preciada. Ahora tenía que tomar una decisión: teniendo en cuenta que las amazonas no podían ser vendidas como esclavas, ya que así lo estipulaba la legislación vigente con la máxima pena, la única que aplicaba a los hombres la tortura previa al empalamiento, y para ello, tal como ya sabemos, todas tenían marcada la señal prescrita bajo el sobaco derecho, siempre bien visible y depilado, no quedaba más remedio que cargarse a su antigua estrella, y que sirviera de alimento a carroñeros o a los antropófagos, ya que no tenía fincas agrícolas donde ponerla a trabajar de bestia de carga hasta reventar. Sin embargo su codicia pudo más. Martínezford sabía lo que tenía que hacer para hacer desaparecer sus antecedentes de luchadora y venderla como esclava Esta chica tenía una piel tan clara que con el tratamiento adecuado podía hacer, sino desaparecer, si disimular su marca. Esta, apenas visible depilada, sería prácticamente imposible de descubrir dejando crecer su abundante vello axilar... siempre que pudiera pasar como... otro tipo de señal: ningún método más directo y efectivo que la tortura. Dejando su cuerpo marcado para siempre a nadie se le ocurriría sospechar de su pasado al ver una marca mas en lugar tan apetecible. Puede que no sacara mucho por ella, quizás la compraran para trabajar pues todavía era muy fuerte, o mejor algún vicioso amante de las cicatrices, pero menos era nada

La hizo venir a Poblet desde la quinta dónde convalecía. Naá pensó que nada bueno le esperaba. Al llegar fue inmediatamente esposada y conducida hacia los sótanos donde se encontraban las salas de castigo. Junto a la entrada de la escalera la esperaban cuatro de sus antiguas compañeras, precisamente sus mayores enemigas, que inmediatamente la arrastraron a patadas y puñetazos a la cámara de tortura, la desnudaron, quitaron las esposas y amarraron panza arriba de brazos y piernas al potro. No podían marcarla de nuevo en la axila derecha donde se encontraba la señal reservada a las esclavas amazonas porque podría hacer sospechar. En lugar de eso comenzaron a tirar de las cuerdas, dislocándole las articulaciones. Naá gritaba de dolor, sudaba como una cerda y se cagó y se meó varias veces. Sin aflojar la tensión la apalearon las 4 a la vez con varas nudosas, cascándole los pechos, la barriga, los muslos y el sexo. Cuando tuvo el cuerpo totalmente tumefacto la soltaron y amarraron por las muñecas y tobillos con argollas móviles a unas barras, de forma que quedó colgada en forma de asta. Las poleas comenzaron a estirar y la sangre manaba brazos abajo al clavarse las argollas en su carne. Con su cuerpo totalmente tensado, la más vengativa de todas tomó un artefacto conocido como látigo de ganchos, y le propinó 25 latigazos, convenientemente repartidos entre sus tetas, barriga y pubis. Eran mas que suficientes.

Cada azote arrancaba pedacitos de piel, pelo púbico y carne por cada uno de los diez terribles miniganchos, esquitando de sangre a Martínezford que presenciaba la escena y a las amazonas presentes. Para terminar la faena tomaron el látigo entre dos, cada una de una punta, y lo aplicaron sobre cada costado, desde la cintura hasta el codo, estirando como si de una sierra se tratara. Cada vaivén arrancaba de cuajo piel y trocitos de carne. Una de ellas, con tal saña que desgarró su pecho derecho dejándolo partido y descolgado. Con el cuerpo en carne viva desde el cuello hasta las rodillas, la soltaron y arrojaron a una celda. Al día siguiente entró en coma y Martínezford, temiendo por su vida y por sus pelas llamó a su médico personal a toda prisa. Este, también discípulo como Arius del gran Gabielo, hizo un buen trabajo, recuperandola, dejándola terriblemente señalada pero viva. En seis meses mas mejoró en gran medida, recobrando en parte su espléndida y suave piel pero, aunque todavía fuerte y lozana había perdido su antiguo poderío. Fue vendida a Mussa a poco de cumplir los veinte años.

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