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Abluciones previas

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ABLUCIONES PREVIAS

(Fragmento del diario de Alicia, correspondiente al día 7 de agosto del 2.003)

Esta tarde, sobre las 6:00, yo no tenía ganas de salir. Estaba apoltronada en el sofá de casa, frente a la televisión, viendo una "españolada" (como yo llamo a los películas españolas del año "ven acá que te peino", de esas que suele presentar el Parada en Cine de barrio). No había nada mejor en los demás canales, así que me tuve que resignar.

Me estaba quedando adormilada, presa de la más absoluta vagancia (que era más perrera que otra cosa), viendo las evidencias de todo lo que había hecho aquel aburrido domingo, encima de la mesa: la caja de pizza que aún contenía restos, el quitaesmalte, las gafas de sol, las llaves del coche (yo misma fui a por la comida con tal de salir a la calle) algo de dinero, la agenda de teléfonos, el móvil, un crucigrama, el periódico (abierto por la guía de TV) y su suplemento dominical y...el mando de la tele, pero la verdad es que éste andaba por el suelo. Yo estaba descalza y llevaba unos cómodos pantalones de chandal y una camiseta de tirantes.

Como iba diciendo, me estaba quedando dormida, con un sueñecito de esos tan ricos que solo puede provocar el aburrimiento, cuando sonó el teléfono. Me costó Dios Padre y ayuda levantarme y descolgarlo.

"¿Cariño?"

"¿Hummmmmmm...?"

"Tienes dominguitis, Alicia!? ¡¡¡ Ja ja ja ja !!! Vamos arriba, preciosa!!!"

"Pablo...! Hola, cielo...!!!"

"Te propongo una cosa: qué te parece si te desperezas, te pones guapa... si es que eres capaz, porque creo que ser más de lo que eres es imposible y..."

"¡Tonto...!"

"Ja ja ja, ...y te invito a cenar? ¿Hace?..."

"Pues, déjame pensar..."

"Alicia..."

"Ja, ja, ja, claro, tonto, ¿a qué hora?

"¿A las 9:30? ¿Te parece bien? Yo te paso a buscar."

" Perfecto...un beso!"

"¿Solo uno, gatita? ¡joder! Qué tacaña estás, ja ja jajaaa!!...te quiero, luego nos vemos."

"Hummmmm......"

Y colgé. Bueno, al menos mereció la pena contestar, porque si llega a ser un vendedor de cacharros de cocina lo mato ( ¡¡Ya me las ingeniaría, el teléfono no sería un impedimento, nada podría aplacar mi ira dominguera!!). ¡Y estaba feliz, feliz, feliz! Adoro a Pablo! Humm...Pablo!!

Apagué la tele y me dirigí al equipo de música. Billie Holliday. Si. Puse uno de sus discos y mientras sonaba su "Day in. Day out", me dirigí a mi cuarto, allí es donde está también el cuarto de baño. Y fui bailando, total, vivo sola...bailaba mientras me desnudaba al ritmo de la sensual música. Me liberé de los pantalones, que dejé caer al suelo, salí de puntillas de ellos y continué con la camiseta, contoneándome hacia abajo, despacio, mientras la deslizaba por mi cabeza. Ya en el quicio de la puerta de mi habitación, doblé la rodilla y con la pierna abarqué el quicio y agarrándome con una mano me eché hacia atrás sin dejar de bailar, mientras que con la otra me sujeté el pelo en un desastroso moño (llevo el pelo largo). Me eché a reír, "Señor, lo que hace el amor".

Tengo un espejo enorme en mi habitación, de esos de cuerpo entero, me puse delante de él, vestida solo con la ropa interior. Doblé los brazos hacia atrás y desabroché el sujetador. Las tiras me las quité cual Rita Hayword (o como se escriba) deshaciéndose de los guantes en la película "Hilda". Hasta cogí el sostén por los extremos y, como ella hace con un guante, lo estiré por encima de mi cabeza, balanceándolo.

Con las piernas juntas, la derecha un poco adelantada y casi tapando a la izquierda, estirando mi cintura... sin dejar de contonearme al suave son de la música, contemplando la sensualidad de mi cuerpo reflejado en el espejo. Tiré el sostén con solo un coqueto gesto de muñeca y bajé las manos, deslizándolas pausadamente por mis costados, bordeando mis senos hasta llegar al elástico de las braguitas. Introduje los pulgares, deslizandolas hacia abajo, sin dejar de mirar mi imagen, por mis muslos, mis rodillas, mis pantorrillas, mis finos tobillos y...¡fuera!. Las recogí con la punta del pie derecho y doblando la rodilla hacia atrás las dejé caer. Me coloqué recta frente al espejo, ensayando varias posturas como tratando de seducirme a mi misma. Me encanta mi cuerpo.

Pero no podía demorarme demasiado, no tenia tiempo.

Así que me metí en el baño, donde otro espejo, esta vez de muslos arriba, me esperaba. Me miré a mí misma a los ojos, con cara de niña mala..."Ah, pícara Alicia"...sonreí.

Accioné el grifo de agua caliente y me introduje en la bañera, primero un pie y luego otro. Cuando vi el potente chorro de agua cayendo, perdiéndose por el sumidero, me excité. Ya andaba contenta desde que me contemplé en el espejo, pero ahora, con todo ese chorro de agua cayendo...me arrodillé y lo toqué, por lo que se deshizo entre mis manos. Estaba demasiado caliente, casi me escaldó, pero no era desagradable. Regulé el agua e hice que saliera por la alcachofa de la ducha, que levanté y puse sobre mi cabeza, para mojarme el pelo. Noté cómo el agua me lo empapaba hasta dejarlo totalmente mojado, sintiendo la fuerza del chorro en mi cabeza y permitiendo que el básico elemento se deslizara por mi piel formando finos y gruesos regreros. Bajé la presión. Eché la cabeza atrás y sentí el agua directamente en la cara, cayéndome por la garganta, por entre mis senos y en ellos mismos, por mi vientre plano, mi sexo, mis muslos, hasta llegar al suelo de la bañera. Ya algunas gotas habían preferido permanecer en el vello púbico. Y yo estaba tan excitada... bajé la alcachofa, volvía subir la presión y el agua volvió a salir en una furiosa hilera de finos, decenas de chorritos, ansiosa, me lo llevé al sexo, aplicándole directamente el agua. Para ello me abrí de piernas todo lo que me permitieron las paredes de la bañera y el hecho de estar arrodillada.

Es una sensación única sentir el agua golpear con fuerza el sexo, mi sexo. Lo fui acercando y alejando, alternativamente y muy despacio, imaginando cómo los fluidos que yo producía por allí abajo se mezclaban con el agua y cuya mezcla iba formando un riachuelo que nacía en mi sexo, se deslizaba por el suelo de la bañera y desaparecía a borbotones por el sumidero.

Yo era una montaña y mi vagina el manantial.

Pero no podía demorarme demasiado, no tenía tiempo. Solo podía centrarme en las abluciones previas a mi cita, como si fuera un ritual de purificación, para que Pablo me penetrara con su fantástico y sagrado pene. Porque Pablo era un dios y yo una sumisa y vil mortal disponiéndome a su adoración. Necesitaba concentrarme en mi cuerpo y alejar con el agua la pereza y el aburrimiento que en aquella tarde de domingo se habían impregnado en mi piel.

Cogí la esponja y derramé un poco de gel sobre ella. Pero en seguida me arrepentí. Lo que hice entonces fue verter el jabón sobre mi mano derecha y di comienzo al ritual. Primero me enjaboné el brazo izquierdo, suavemente, desde el hombro hasta la muñeca, girando en mi mano y volviendo a subir hasta el hombro para seguidamente hacer otro recorrido, frotando con movimientos circulares, lentos, rítmicos, sin olvidar las axilas. Seguidamente me eché más gel, esta vez en la mano izquierda, y repetí el proceso con el otro brazo. Más gel. Qué importancia tenía gastarlo todo.

Me lo apliqué directamente del bote a la piel. Derramé buena parte por mis senos, dejando que resbalara por mi vientre, y comencé a frotarme suavemente los pechos, perfectamente lubricados por la abundancia de gel.

Mis pezones no tardaron en "empitonarse" y endurecerse, al cabo de un rato hasta me dolían un poco. ¡¡Humm, qué placer, de verdad!!. No pude evitar llevarme la mano al sexo, ya casi no podía mas, me eché gel directamente ahí y comencé a extenderlo por mis labios vaginales, por el pubis, hasta que se me quedó blanco de espuma. Eso me hizo reír, así que me fabriqué un bikini mínimo de espuma, poniéndome en los pezones un buen pegote. Lástima que no me pudiese mirar al espejo y...¿y por qué no!?. Me levanté, salí de la ducha (no sin poner el suelo del baño pringando de agua, gel y espuma), con el pelo chorreando y me miré. Una fantasía. ¿he dicho ya que me encanta mi cuerpo? ¡¡soy una narcisista declarada!! Empecé otra vez a bailar, me metí de nuevo en la bañera y me enjaboné las piernas, siempre muy lentamente, apoyándolas por turnos en el borde de la bañera, inclinándome sobre ellas y notando el peso de mis abundantes senos sobre los muslos, hasta que, cuando le llegó la vez a la pierna derecha, la recorrí en sentido ascendente y aproveché la postura para asearme las nalgas, recorrer con mis manos enjabonadas la rajita de mi culo. Ni qué decir tiene ya que la espuma de mi sexo se había diluido por la cantidad de flujos que allí había. Me lubriqué con bastante gel las nalgas, sin llega a hacer espuma, y las restregué ligeramente contra la pared mientras me quitaba el jabón de la mano derecha y me introducía dos dedos por la vagina, para comprobar qué estaba... francamente MUY húmeda.

Seguidamente procedí a enjabonarme el pelo. Utilicé un champú de vainilla, un dulce olor que aún después de secarme el pelo continuaría ahí. Sabía que a Pablo le encantaba hundir su cara en mi pelo para aspirar su olor. Lo tengo largo, muy abundante y de color castaño. Hundí los dedos en mi pelo, masajeándolo y extendiendo bien el champú, mientras el agua seguía cayendo sobre mi, así que me di la vuelta y dejé que el chorro cayera directamente sobre mis nalgas, levantando el culo todo lo que pude, como si me fueran a penetrar. Y comencé a contonearme, bailando quedo, al ritmo de la desgarrada voz de la Holliday.

Sintiendo. Esa era la clave: SENTIR. Abrir los poros y sentir, sentir, sentir. Con las manos, con la nariz, con los ojos, con la lengua, por los oídos, con la piel, con TODA la piel. Tenía tantas ganas de masturbarme...pero no tenía tiempo. A las 9:30 vendría Pablo.

Abrí la mampara lo suficiente como para sacar el brazo y coger una cuchilla que estaba en la estantería. Eché un poco de gel en la mano y me lo apliqué en ese punto en el que el muslo y el sexo se unen, y rasuré los pocos vellos que habían crecido ahí, formándome con la cuchilla un negro triángulo de abundante vello púbico. Perfecto. Como las axilas y las piernas: lisa como la piel de un bebé.

Me aclaré con un buen chorro de agua caliente y otro de agua fría, sin dejar de lavarme de nuevo el coño, que lo tenía totalmente humedecido. Salí de la ducha y me envolví con una toalla, secándome lentamente, acariciándome la piel con cada movimiento. Después me desenredé el pelo y me coloqué una toalla a modo de turbante.

Desnuda, me maquillé. Tengo la piel suave y sin una sola mancha en la cara, por lo que no necesito polvos o cremas como base. Me maquillé los ojos con una fina línea de khöl negro y apliqué a mis párpados sombra de ojos de tono marrón claro, que hacía resaltar el verde de mis ojos. Me pinté los labios con un marrón un poco más claro aún, porque los tengo tan carnosos que si los pinto de un color fuerte parecen verdaderas bembas.

Salí del cuarto de baño por fin. Me dirigí al armario y saqué el vestido de cuero negro, que coloqué sobre la enorme cama de matrimonio, e inspeccioné el cajón de la ropa interior. Escogí un tanga rojo pasión, de algodón, y tan nuevecito que ni siquiera contenía mis olores aún. Me los puse bailando, moviendo las caderas de un lado a otro, juntando las piernas y con el culo en popa, de frente al espejo y sin dejar de mirarme. No me puse sostén. Para qué. Total , el vestido me quedaba como un guante, bien ajustadito y me sujetaba el pecho.

Después elegí el calzado. En esto tardé bastante, me costó decidirme. Al final opté por unas elegantes y finas sandalias, descubiertas por atrás y con un tacón de pasarela. Me los puse y ensayé unos pasos. El espejo reflejaba la imagen de una hermosa mujer, con una toalla enrollada a la cabeza, un tanga reducido a la mínima expresión y unos altísimos tacones sosteniendo un esbelto cuerpo dorado por el sol.

Pero miré el reloj, alarmada y me sorprendió ver que ya eran las 9:20, Pablo no tardaría en llegar! Me puse el vestido, de abajo a arriba y me recoloqué el pecho metiendo la mano por el escote. ¡¡Ah, pero no podía dejar de mirarme al espejo!! Me quité la toalla de la cabeza y sacudí el pelo, aún medio mojado, pero no me importó. Me miré de frente, de lado, de espaldas y del revés, estirada, de pie, inclinada, agachada. Aquel vestido marcaba todas mis formas, y la verdad es que me daba un poco de apuro ponermelo para salir a la calle.

Sonó el interfono. ¡el interfono! Pablo!

"¿Si?"

"¿Alicia!"

"¡¡Voy!!"

Me puse muy nerviosa, aún me faltaba arreglarme el pelo! Volví a descolgar el telefonillo...

"¿Pablo?"

"Dime.."

"Oye, sube un momento , que me falta un poco!"

"Ay, mujeres...¡ábreme, princesa!"

en el ínterín, me perfumé detrás de las orejas, en la parte interna de las muñecas y en el canalillo. Estaba tan nerviosa que apenas acerté a retocarme los labios y a aplicarme rímel en las pestañas, cuando Pablo llamó a la puerta. Me recompuse mejor el vestido, suspiré, sonreí y me dirigí al recibidor y abrí la puerta. Pablo. Un maravilloso especimen masculino. Vestía un traje de chaqueta de un suave tono grisáceo y me miraba comiéndome con los ojos. Empecé a darle unas torpes explicaciones sobre si mi pelo, que no me dio tiempo, etc. Pero él entró, cerró la puerta a mis espaldas y me besó sin decir nada, empujándome hacia atrás con sus manos en mi cintura, llevándome hacia mi cuarto. Yo andaba hacia atrás, retrocediendo sobre mis tacones y tratando de guardar el equilibro, sostenida e impulsada por aquel cuerpo en cuyo epicentro ya comencé a notar una dura protuberancia que no tardé en acariciar, insinuante, a través de la finísima tela del pantalón...

 

Ahora estoy en mi casa. Pablo acaba de marcharse porque dentro de unas horas tiene que ir a trabajar (son más de las 5:00 de la mañana). Hemos estado haciendo el amor prácticamente toda la noche. Ni siquiera hemos cenado. Creo que me estoy convirtiendo en una viciosilla del sexo por culpa de este hombre. Y encima tanto arreglarme para nada, porque aún no habíamos llegado a la cama cuando yo ya había perdido los zapatos por el pasillo y el vestido...aún ni sé por dónde anda. Creo que Pablo ni se ha dado cuenta , de lo quemado que estaba.

Al menos el pelo ya lo tengo seco.

Recuerdo que cuando era pequeña mi padre me solía castigar con irme a la cama sin cenar, advirtiéndome: "Y no rechistes porque encima te vas calentita a la cama y sin cenar!!"... Hoy, más de 20 años después, también me voy a acostar "calentita" y "sin cenar". No es tan malo...no es tan malo ir calentita y sin cenar a la cama.

ALIENA DEL VALLE.