BOCETOS.
Hoy al mediodía he matado a un hombre. Se lo merecía. Sólo soy una pobre chica
indefensa en una ciudad de víboras. Se sentó a mi lado en el metro y, casi
enseguida de haber arrancado la máquina, cerró los ojos y simuló que dormía.
Falso. Aunque también es imposible que sólo fuera un ligero sopor. Menos
erróneo, pero falso igualmente. En tan poco tiempo es imposible. Vamos, si lo
sabré yo, que cojo el metro todos los días a las 7:00 de la mañana para ir al
insti. Pero no le maté porque fingiera dormirse en el metro: le maté porque
deslizó suavemente su asquerosa cabezota canosa, como aquel que no quiere la
cosa, hasta apoyarla sobre mi hombro izquierdo. Y ahí se quedó. La gente miraba.
Observaba en silencio , esperando mi reacción. Querían espectáculo y yo se lo
di. Creo que lo que acabo de hacer no es tan grave, a fin de cuentas sólo he
matado a un hombre y no a todo el vagón de metro. Aunque eso no hubiera estado
de más. Les hubiera matado a todos. Por mirar en silencio mi agravio.
Yo maté a Armando Guerra porque allá donde iba siempre tenía que andar a la
gresca con todo el mundo, y ya se me hacía muy repetido, siempre contando los
mismos chistes malos, siempre bebiendo ron con Fanta-limón y siempre intentando
ligarse a la dueña del garito. En fin, que una noche que había bebido más de la
cuenta le até a una silla y le sacudí de manporros hasta que lo tumbé. Además
tampoco me gustaba su nombre, destacaba demasiado.
No sabía que hacer con aquel cuchillo. Era un cuchillo enorme, de esos que usan
los carniceros, y que me había tocado en un sorteo que hizo Pepillo, el
jamonero. El caso es que yo creo que aquella rifa estaba amañada, pero claro, es
normal, yo voy y le compro un jamón todos los sábados, así que al hombre no se
le pudo ocurrir otra feliz idea. Pero claro, como aquel cuchillo no era de
cortar jamón..., pues a ver qué hacía con él. En realidad la culpa la tuvo él,
por ponérseme en medio y por hacerme aquel regalo tan tonto.
Maté a toda aquella familia porque se pasaban todas las noches viendo la
televisión. Y no es que eso me incumba, pero claro, la cosa cambia si a Mí me
molesta el ruido. Y aquella gente parecía que estaba sorda. La ponían a toda
pastilla hasta las doce de la noche. Y luego también se les oía hablar mucho.
Ellos vivían en el segundo J y yo en el primero H. Pero se les oía. Era
insoportable.
Le maté porque me dijo que vendrá sobre las 4,30 y no apareció hasta las 6,45.
Eso no se le hace a nadie, y menos a mí, con lo que soy yo para la puntualidad.
Jamás he llegado tarde a ningún sitio. He tenido la santa paciencia de esperarla
todo este tiempo porque tenía que asegurarme de que jamás lo volviera a hacer. Y
para eso no tuve más remedio que matarla.
En realidad todo ha sido un burdo accidente. Aquel transeúnte pasó a la hora
equivocada y por el lugar menos indicado. Yo no tengo la culpa de vivir en un
octavo piso y de que me guste jugar con el mando de la tele justo cuando estoy
apoyada en la barandilla de la terraza. Se me fue de las manos. En serio.
Además, ¿por qué iba yo a querer matar a aquel tipo, si no siquiera le conocía?
Ya les digo, fue un accidente.
Le maté porque vi como se copiaba en uno de los exámenes de acceso. En realidad
no lo habría hecho de no ser porque aquella estúpida sí fue admitida y yo no. Es
comprensible, yo había estudiado mucho mientras que ella había estado de
parranda toda la noche, trafagando por ahí. No me arrepiento, he librado al
mundo de una escoria. Deberían agradecérmelo, carajo.
Yo, Mengana de mí, que tanto te había esperado, fulano de ti. Al final quién nos
iba a decir que él, Zutano de sí mismo, nos iba a desbaratar los planes de esta
forma.
Le maté porque me preguntó que qué era lo que yo más deseaba en esta vida. "Tus
ojos", le respondí. Pero lo que yo no me esperaba es que se los sacara allí
mismo y me los brindara en una bandeja de plata. Un gesto muy bonito, si, pero
algo sucio por aquello de la sangre. El caso es que me dio tanta rabia de tener
que limpiar otra vez la alfombra que, ya puestos, la manché de verdad. Pero esa
vez, con TODA la sangre, hasta la última gota que contenía su cuerpo de querubín
enamorado.
Me senté a su lado en el autobús. Era calvo como una bola de billar. Era una
calva brillante, suave y curvilínea. Una calva nacida para ser besada hasta la
saciedad. Así que aproveché uno de los zarandeos para inclinarme sobre él...
En fin, jamás olvidaré aquella calva. Bendita alopecia.
Le bastaron 3 segundos para barrer todas mis esperanzas, y es tan duro verlas
esparcidas por el suelo de la cocina... al menos podría haberlas barrido bien,
no hubiera estado de más, no?
¿O ni siquiera eso me merezco?
Así que no tuve más remedio que matarle. Por todo y por nada. Y estoy segura de
que ha sido lo mejor que he hecho en mi vida.
Chiquilla, que niño más hermoso, cuánto tiene?
- Catorce meses va a cumplir pasado mañana. Este es el más pequeño que tengo.
- ¿Y cuantos tienes?
- Once.
Todo el autobús puso cara de incredulidad ante tamaña proeza procreadora en
pleno siglo XXI. Sin embargo, aquella gitana citó a toda su prole: Josefa (por
su bisabuelo José), Carlitos (por aquellos dibujos tan graciosos), Dégol (Maria
de la Degollación de los Santos Inocentes), Alberto Jesús, Ana Rosa (por la
presentadora tan mona de la tele), Esther María, Carmen Jenifer (porque era muy
moderno), Paquito (por su padre), Sebastián y Santiago, que son los mellizos y
Roberto Carlos, el pequeño, por lo del futbolista.
Me jode tener que levantarme todas las putas mañanas para ir al puto trabajo.
Pero no me queda otro remedio. JODER. Todos los días igual. Que monotonía,
joder. Un día de estos, mando todo a tomar por el culo y me largo a... bueno,
pues igual, también a tomar por el culo. Todo lo que tengo o puedo conseguir
está tirado por el suelo. Así que mejor me quedo en casa. Ala.
Hoy me he atrevido a ir. La verdad es que no fue tan terrible como desde un
principio me lo había planteado. Sin embargo, antes de ir al Servicio Provincial
de la Mujer he ido a la comisaria del distrito y le he denunciado. Lo hice
porque sé que jamás podré quitarme de la mente la imagen de mi hijo de 12 años
lanzándosele al cuello y gritando eso de "¡No mates a mi madre!". Él no lo ha
entendido, y sé que nunca conseguirá entenderlo. Él no es padre.
Anselmo se acabó por convencer de que lo mejor que podía hacer era acabar con su
vida una mañana, cuando, al abrir el frigorífico, descubrió que Justina había
acabado con el último cartón de leche desnatada que había en la cocina.
Aliena del Valle.-