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En el callejón

en No Consentido

EN EL CALLEJÓN

Hace apenas una semana que un desconocido abusó de mi sexualmente, me violó..., y supongo que escribiendo lo que pasó, conseguiré exorcizar los fantasmas que me atormentan desde entonces. Y no es que lo pasara mal – que lo pasé -, sino que, al cabo, creo que acabó por gustarme demasiado... y eso es lo que me preocupa. Además de la rabia que siento, claro.

Yo trabajo como dependienta en una tienda de ropa femenina de Madrid. Muchas veces tengo que quedarme hasta tarde, ya que la dueña del establecimiento no es partidaria de echar a las clientas a empellones cuando llega la hora de cerrar. Y precisamente quien se tiene que quedar allí, atendiendo, soy yo. Pero desde luego que no me quejo, sería estúpido por mi parte: es un trabajo que me gusta y encima me pagan muy bien.

El caso es que aquel fue uno de esos días en los que no tuve más remedio que quedarme hasta más tare de lo habitual. Cuando por fin se fue mi última clienta – una mujer mayor, pesada como ella sola, que quería comprarle un vestido a su hija -, cerré los escaparates y las puertas exteriores y volví a meterme dentro de la tienda. Quería arreglarme porque había quedado con Diego, un chico que conocí no hace mucho y con el que salgo últimamente. Se me había hecho bastante tarde, así que corrí a la trastienda y me desnudé (no era plan de ir con el "uniforme") para ponerme la ropa que me había traído de casa, consistente en una minifalda tableada, negra, y una camisa blanca, muy entallada, que desabroché varios botones para dejar a la vista un generoso escote. Me monté en unos zapatos de tacón muy alto y me até el pelo a la nuca. Me miré en uno de los espejos y me encantó lo que vi. Vestida para matar. Diego se moriría al verme... porque aquella iba a ser una noche especial. Muy especial. Aquella iba a ser La Noche.

Apagué las luces y lo dejé todo en orden. Salí de la tienda y comencé a caminar calle abajo. Diego y yo habíamos quedado en que él me pasaría a recoger con el coche en la rotonda del final de la calle, pues ésta era unidireccional y a él le venía mal. Iba caminando, pensando en el encuentro, en mi chico, en lo bien que nos lo íbamos a pasar y en que ya estaría esperándome por lo tarde que era... cuando fui consciente de lo solitaria que estaba la calle. Solo se oía el resonar de mis tacones en la acera, no había ni un alma. Y encima había muy poca iluminación (lo que me hizo pensar en la alcaldía de Madrid...).

Fue entonces cuando pensé en el callejón. Tenía que pasar por un callejón y la calle estaba desierta. El crimen perfecto. Pero decidí quitarme de la cabeza ideas tontas. Empecé a caminar más deprisa.

Y entonces ocurrió. Fue como si mi miedo hubiera invocado a la bestia.

Sentí que me tapaban la boca y que una mano me sujetaba de la cintura y me empujaban hacia el callejón.

"¡Como grites de corro a hostias, hija de puta!."

¡Si, hombre! ¿Y Qué más!? Si aquel gilipollas pensaba que no me iba a defender iba listo. Asentí obediente con la cabeza. Él pareció darse por satisfecho con aquel gesto, pero justo cuando iba a apartar su manaza de mi boca, le propiné un mordisco en el empeine con toda mi alma, mientras que lanzaba las manos hacia su cara. Pero él se adelantó a mis movimientos. Me sujetó con fuerza de las muñecas con una sola mano y con la otra me agarró del pelo obligándome a echar la cabeza hacia atrás. Era bastante más alto y mucho más fuerte que yo.

"Vaya, vaya, vaya... ¿pero qué tenemos aquí!? Conque la gatita sacas las uñas, eh? Ja, ja, ja...!! Mira, zorrita, por tu bien, será mejor que te comportes y no hagas tonterías. Ahora mismo me vas a hacer la mejor mamada de tu vida. Y cuídate de hacerlo mal, porque te rajo!!... y te advierto que yo soy de los que cumplen sus promesas. ¿Me has entendido?."

Ni que decir tiene que no me dio tiempo a contestar. ¡Ni me hubiera atrevido!. Me empujó hacia abajo, hincándome de rodillas en el duro suelo de asfalto. Ya tenía la bragueta bajada, así que con una mano se sacó la polla, que ya casi tenía en su máximo esplendor, y sin dejar de sujetarme el pelo, me guió hacia ella. Sentí tanta rabia que me dieron ganas de pegarle un mordisco y arrancársela de cuajo, pero tuve miedo. Así que no me quedó otra que comenzar a lamérsela. Y... me avergüenza admitirlo, pero me gustó. Su glande tenía una forma perfecta. Bueno, ya sé que no hay un prototipo, en fin... pero a mi me lo pareció. Y además era muy suave. Y olía tan bien... a hombre. A sexo.

Apoyé mis labios sobre el glande y respiré profundamente, intentando captar todo su olor, queriendo memorizarlo para que jamás se me olvidara. Si. Quería comerme aquel miembro hasta que no quedara nada. Fui consciente de encontrarme ante la mejor polla de mi vida.

Le sujeté de la base con una mano, sintiendo el cosquilleo de su vello púbico, y fui dándole pequeños lametones, hasta que le oí gemir. Lo hice como si me estuviera comiendo una especie de helado... desde la base hasta la punta, para luego, ir metiéndomela poco a poco en la boca, mientras que con la lengua iba rodeando todo lo que entraba. Al la altura de la base del glande, en esa zona tan rugosa, él se recostó de lado en la pared. Le estaba gustando. Y me sentí orgullosa. Y me sobrevino un sentimiento de culpa. Jamás me había sentido tan... hum. Cómo decirlo. ¿Tan guarra? Señor! Le estaba haciendo una felación a un desconocido... es más!! ¡¡A un violador!! Y encima yo estaba disfrutando!! Y para colmo me sentía orgullosa de estar provocándole tanto placer a aquel gilipollas!!!...

Me afané más en mi tarea. Ya no me importaba nada. Me quedé con su pene metido en la boca hasta donde pude, jugueteando con mi lengua, moviéndola ávidamente, como una loca, escuchando sus gemidos que me excitaban a pasos agigantados. Sentí un deseo fortísimo de ser penetrada. Sentí cómo ardía mi sexo, cómo empezaba a segregar fluidos sexuales que me empapaban el tanga, los pantys. Quería gritar (siempre he sido muy gritona en estos casos), pero no podía porque tenía una enorme polla metida en la boca y hasta el fondo.

Cuando ya sentí que no podía más, cuando ya estaba a punto de echarme a llorar de puro placer, él se inclinó, sacándome de la boca parte del pene por su movimiento, y, cogiéndome de las axilas con ambas manos, me obligó a levantarme. De un tirón me arrancó la falda y de otro, hizo que mis pantys y mi tanga pasaran a mejor vida. Lástima. Uno de los mejores que tengo. Pero ese pensamiento pasó fugaz por mi mente. Estaba tan ansiosa de sexo que todo me daba igual.

Me empujó bruscamente contra la pared y me impulsó hacia arriba. Yo entendí, y le rodeé la cintura con mis piernas. Entonces me penetró sin contemplaciones. Sentí cómo aquella estaca de carne se introducía dentro de mi con una facilidad pasmosa. Intenté verle la cara, pero estaba tan oscuro que no hubo modo... quizás la llevara tapada con una pasamontañas o algo así. Daba lo mismo. Su polla, aquella maravillosa polla estaba dentro de mi. Me empujaba tan violentamente, pero al mismo tiempo con tanto cuidado de no lastimarme, que me sobrevino un orgasmo que me dejó agotada.

De repente, en el silencio de la calle, pude escuchar que un coche se acercaba. Mi violador me puso rápidamente una mano sobre la boca y me presionó fuertemente para que no hiciera ruido, al mismo tiempo que cesaba su movimiento de mete-saca. Le noté alerta, distante, frío como el mármol. El coche pasó lentamente a menos de dos metros de donde estábamos, lo justo para darme cuenta de que quien conducía era Diego. No quise gritar. Deseé con todas mis fuerzas que no nos viera, que simplemente pasara de largo. Me excitó la idea de pensar que, mientras que un desconocido me violaba salvajemente, mi chico estuviera pasando tan cerca de nosotros, preocupado, pensando quizás en lo peor, mientras que yo estaba allí, disfrutando...

Cuando pasó, el desconocido se afanó más en acabar su trabajo. Me bombeó hasta hacerme llegar al éxtasis, sacando casi por entero su polla de dentro de mi para enseguida volver a meterla entera y de un solo golpe. Cuando sentí su cálido semen dentro de mi, me corrí de nuevo. Él paró, agotado, con nuestros cuerpos sudorosos apoyados contra la pared, yo sintiendo cómo su pene se iba empequeñeciendo dentro de mi...

Entonces salió de mi y me dejó tirada en el suelo, con dos regeros de fluidos deslizándose por el interior de mis muslos. Yo tenía los ojos cerrados, pero intuía que él seguía allí, a mi lado, supongo que recomponiéndose.

"Follas como las diosas, gatita...te prometo que nos volveremos a ver, zorra."

Y se marchó. Solo llegué a ver cómo salía tranquilamente del callejón, silbando despreocupado.

Y allí me quedé yo, sola, tirada en el frío asfalto, desnuda de cintura para abajo, gimiendo por el vacío que se había creado en mi interior... y soñando con que aquel hijo de puta realmente cumpliera sus promesas...

Aliena del Valle.-