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Carta a un amante parisino

en Dominación

ALIENNE DU VALLÉE A CHARLES CHAMP D´HIERS.

París,
Castillo de Saint Antoine , 27 de marzo de 1.768.

 

¡¡ Volved, mi querido marqués de Montreal du Loire, volved !!

Ah... pero qué escribe mi pluma, bajo qué extraños designios me hallo... os necesito tanto, que al punto deseo que partáis de nuevo hacia París, pero de sobra soy consciente de vuestro obligado ostracismo. Mas no os preocupéis, pues quizá mi íntima amistad con Madame du Pompadour pueda servir para persuadir a nuestro rey, Luis XV.

Dispensadme si no le concedo a Su Majestad el trato adecuado, pero para mí, quien osa separarme de vos, no merece tal distinción, aún cuando el común de los mortales si lo haga. Me veo obligada a admitir que en momentos como éstos, cuando París es una fiesta y vos no estáis para verlo, deseo con frecuencia mereceros nuevamente y acabar por ofrecer al mundo un ejemplo de constancia. ¡Ah, Charles!, ¿por qué os habéis refugiado en tierras tan lejanas y tan pobres para un espíritu como el vuestro? ¿¡No os dais cuenta de que no sois digno de tal situación!? ¿Acaso ya no me amáis como merezco?...

Pero tenéis razón, mi anhelado marqués: nuestro destino es conquistar. Así me lo planteasteis aquella cálida mañana de abril en los jardines de Versalles, fallecido ya mi esposo... y así hemos de afrontarlo ahora y siempre.

Entendedme, estoy disgustada de verme privada el placer de veros y del motivo de esta privación. Sé que no os enojaréis ante mi debilidad, pues ¿por qué ibais a enojaros por un sentimiento que vos mismo habéis hecho nacer?.

Con todo, he de deciros que he cumplido vuestro encargo al pie de la letra... tal es el encanto de la amistosa confianza, pues ella es la causa de que seáis vos aquel a quien más amo, aunque en realidad sea este pueblerino quien más me complace en estos días.

Vuestras órdenes, que he recibido sumisa y postrada de rodillas, me han resultado encantadoras, mi exquisito Charles, y vuestra manera de darlas, aún más adorable. Haríais amar al despotismo... pero abusáis de mis bondades, aún después de no serviros de ellas sino para aplacar vuestro aburrimiento en la campiña, en vuestro retiro impuesto.

Sin embargo no es la primera vez, bien lo sabéis, que siento no ser ya vuestra esclava... Jamás recuerdo sin absoluto placer los tiempos en los que me honrábais con acciones más dulces que la que me proponéis en vuestra epístola, tanto ansío gozar de vuestra mundana naturaleza de nuevo, mi caro Charles.

Paso, pues, a relataros mi experiencia.

Sería de madrugada cuando vuestro pueblerino lacayo alcanzó mis tierras. Hicisteis bien en enviarlo a mi castillo de *** , a las afueras de París, pues no me hallo en la capital desde vuestro destierro, a fin de no verme sometida a indiscreciones.

He de reconoceros que nada más verle estimé pobremente vuestro gusto, ya que me pareció un burdo e insignificante ser de quien no podría extraer placer alguno. Mas huélgome en admitir que incurrí a error...

Os cuento.

Yo estaba en mi recámara, disponiéndome para el sueño pues la noche se me presentaba anodina sin vos a mi lado – como todas las noches desde que marchásteis a Sagarçaçu -, cuando Monique irrumpió en la habitación y me comunicó que acababa de llegar un jinete a las puertas del castillo. La pobre no supo decirme de quien se trataba, solo que parecía siervo. Ya sabéis cómo es Monique, he de tener paciencia con ella dada su tierna edad, así que me vi obligada a regañarle por su actitud – exijo que llamen a la puerta antes de entrar y de que se informen sobre quien entra en mis dominios – y, a sabiendas de que el recién llegado no podría ser otro sino alguno de vuestros lacayos con noticias de vos, di las órdenes convenientes para que nada le faltara.

En cuanto Monique salió, me coloqué una toca sobre los hombros y bajé llena de impaciencia a encontrarme con vuestro sirviente. Al verle no me fijé en él, pues como comprenderéis, no tengo costumbre de fijar mi atención en los criados... a no ser que sea para analizar a través de ellos a sus amos. Pero éste no era caso.

- "¿ Quiénes sois?" – le pregunté – " ¿y por qué venís en mi busca?. Sois reservado con mis sirvientes, mas no tendréis la audacia de serlo conmigo."

- "Señora" – me respondió -, "os portáis tan noblemente conmigo, que habría de reprocharme la más negra ingratitud si mantuviese mi reserva para con vos. Vengo por recomendación de vuestro fiel servidor, el marqués de Montreal Du Loire, para que me hospedéis aquí hasta que deis respuesta a la misiva que él os envía" – y diciendo esto se acercó a mi y, arrodillándose y con la cabeza gacha ( percibid, marqués, la sumisión el gesto...), me hizo entrega de vuestra carta, la cual leí en aquel preciso instante con suma atención y con más ansias de las que vos halláis vivido jamás, señor marqués.

Seguidamente dispuse que se retiraran todos, a fin de que Silvie, el mozo y yo quedáramos a solas. Todos, hasta Monique, saben que cuando doy éstas órdenes no han e molestarme bajo ningún concepto, ya esté ardiendo todo París.

Todo fue dispuesto tal y como vos me pedisteis, Charles. Todo lo presidía mi hermosa silla tallada a mano y con cojines blancos (que no es que la silla fuera blanca; andáis flaco de memoria, amado mío) y la tina, a un lado de la habitación, rebosante de espuma y sales perfumadas. Yo misma fui encendiendo todas y cada una de las decenas de velas que Pierre previamente había colocado estratégicamente. ¿Recordáis a Pierre...? Era él quien siempre nos preparaba y decoraba las estancias que vos tanto admirabais...

Yo llevaba aquel vestido de terciopelo burdeos, el mismo que llevé cuando el vizconde de *** tuvo la vil osadía de verter vino por mi generoso escote... una lástima que ya no viva para contarlo, ¿no creéis...?

El vestido contrastaba magníficamente a la luz de las velas con la palidez de mi piel y los albos cojines del sillón; mi regia figura se ergia cual diosa dispuesta a recibir un sacrificio cuando vuestro mozo entró. Mi fiel Silvie, vuestra elegida, permanecía arrodillada a mis pies, medio apoyada en mí.

Quizás esa imagen, dueña y sierva, fuera demasiado, pues de puro milagro no se me desmayó el pobre muchacho al vernos. Nosotras, como ya os imaginaréis, permanecimos impasibles. Esperamos a que se repusiera y entonces Silvie se levantó, se acercó a él y, sin mediar ni una sola palabra, comenzó a desnudarle ante su asombro. ¡¡Ah, Charles querido!! ¡Nos os sintáis ofendido si os digo que su cuerpo desnudo es un regalo de los dioses! ¡El trabajo en los campos no solo lo ha embrutecido, sino que ha obrado maravillas es su magnífico cuerpo!¡ Me sentí inflamada hasta el éxtasis al ver aquella poderosa verga que en tan poco tiempo había alcanzado su máximo esplendor! Ese mozo, que con sus ropas solo parecía un hombre envejecido y sucio está, al igual que nosotros, querido Charles, en la plenitud de la vida! ¡Ah, amado, qué buen ojo tenéis cuanto al placer se trata! Éste es uno de los mejores regalos que me habéis hecho jamás...!!

Pero si sencillo resultó desnudarle, casi imposible fue obligarle a tocar el agua. Yo no intervine en ningún momento, consciente de que una orden mía bastaría para acallar su empeño. Preferí que fuera Silvie quien se las arreglara para conseguir que vuestro efebo se lavara. ¡Y lo consiguió, vive Dios! ¡Vaya que si lo consiguió! Ya sabéis que esa muchacha dulce y sumisa se convierte en una leona cuando se trata de satisfacerme. Lentamente se desnudó, sin apartar sus tiernos ojos color miel de los el muchacho y se introdujo cual ninfa en la tina de agua espumosa, solemne pero con cierto aire complaciente que acabó por convencer al mozo por entero.

Yo mientras observaba la escena tremendamente satisfecha de mi fiel Silvie. Vi cómo ella lavaba con sus propias manos al muchacho. Calculé que habrían de tener, poco más o menos, la misma edad, si bien luego comprobé que Silvie era algo mayor que él. A la cálida luz de las velas asemejaban a dos ángeles, Charles. Me sentía tan dichosa, que solo el pensar que vos no os hallábais presente para gozar de aquella visión me pudo ensombrecer un tanto el semblante.

Cuando salieron, sin haberse hablado en ningún momento – esos silencios me son especialmente gratos, pues en ellos solo hablan los cuerpo -, se colocaron frente a mi, sobre la exquisita alfombra regalo del conde de B*** y ella, siguiendo instrucciones que yo previamente le había dado guiada por vos, comenzó a secar a vuestro mozo con la lengua. Pero vuestro mozo no tenía ojos sino apara mí, penas se atrevió a mirarme directamente cuando se hallaba en la tina, pero desde el momento en que se encontró frente a mi, apenas pudo apartar sus mirada de mi cuerpo, de mis rostro, de mis ojos, seguramente envalentonado por el ser único hombre que había allí, teniendo a dos hembras para él solo...

Fue entonces cuando yo me alcé lentamente la falda del vestido. Ya me notaba un agudo dolor en los pezones, ya que el corsé me estaba tan ceñido que mis pechos carecían de espacio suficiente. Recuerdo que pensé en eso, en mis pezones endurecidos como rocas, mientras observaba cómo Silvie, que había empezado a lamerle desde los pies, ya iba a la altura de la pelvis, sin haber alcanzado el fogoso sexo del muchacho, lo cual, por supuesto, tenía prohibido, ya que aquel placer sólo me podría corresponder a mi... pero no os preocupéis por ella, pues sé que, cada vez que halla oportunidad, se escapa para retozar con el hijo mayor de mi maître.

Comencé, pues, a masturbarme muy despacio. No quería excitarme demasiado porque no podía permitirme el lujo de perderme ni un solo detalle de la escena, y si bien no llegué al orgasmo, mi sexo quedó totalmente humedecido y lubricado... Efectivamente, a los pocos minutos vuestro mensajero manchó con varios chorros de semen mi querida y costosa alfombra. Vos calculásteis mal. Confiásteis en que tardaría no más de diez minutos, pero señor... he de corregiros: ¡no tardó ni cuatro!. Quedé muy complacida, Charles. El pobre, apenas supo balbucir una disculpa. Charles... se corrió sin apenas haberse tocado, fue increíble, de verdad. Os hubiera satisfecho esa imagen, no sabéis cuánto lamento que no halláis podido disfrutar de ello.

Seguidamente, ordené a Silvie que nos dejara a solas. Ella, conocedora de mis aviesas intenciones, recogió pícara sus ropas y salió de la estancia sin ni tan siquiera vestirse, pero, como ya os digo, seguramente su amante ya la estaría esperando en sus habitaciones. Vuestro mozo ni la miró marchar, pues no me quitaba la vista de encima. ¡Cuán halagada me sentí!...

Pero como os iba diciendo, hallándonos ya a solas y yo con mis flujos ya empapándome el vestido, le rogué que se acercara a mi. El obedeció, pisando distraídamente su propio semen al aproximarse a mi. Eso, que me excitó aún más, mi amado marqués, a él pareció azorarle. Tuve piedad de su tímida actitud...

- " Ya veis que estoy empapada, señor. Confío en que tengáis la amabilidad de secadme de la misma de la misma manera que mi criada ha hecho con vos" – le dije.

¡Oh, Charles! Esto ocurrió hace apenas unas horas y aún me invade el deseo al recordar la expresión que se dibujó en su apolíneo semblante! Aquella encantadora criatura se arrodilló ante mí y, hundiendo su rostro entre mis muslos, se apoderó de mi sexo con tal maestría y de un modo tan absoluto , que no puedo tener para con él sino el menor sentimiento que no fuera de estimación y de amor. Estoy entusiasmada del efecto de sus encantos y me halaga sentirme amada por un muchacho tan puro e inocente. Su trabajo en vuestros campos, me reitero en la observación, no ha embrutecido su alma del todo, Charles querido. Creo que el tiempo que pase él aquí me va a resultar dolorosamente breve, pues hará que mi espera sea más dulce y ya sabéis cuánto y cómo añoro vuestra presencia.

Vuestro lacayo me hizo alcanzar el éxtasis, conseguí tocar el Cielo de la mano de un siervo, señor marqués... Y confío y espero que el Cielo me vuelva a abrir sus puertas de su mano durante todos y cada uno de los días que él pase en mi compañía. Ha pasado de ser un vulgar lacayo, un simple mozo, a ser mi invitado, mi amante, mi dios, mi dueño y mi señor... durante dos semanas. Más no. hasta ése punto os soy fiel, marqués, que os obedezco hasta para seros infiel. A esto me habéis arrastrado y yo, pobre mortal, a ello me entrego.

Me levanté temblando. Me postré de rodillas ante él y, cogiendo su hermosa verga entre mis manos, la besé hasta que me dolieron los labios. Lo hice reverencialmente, reconociéndolo como el único objeto de deseo. Él solo respondió a mi actitud con un profundo suspiro, casi un gemido, que aumentó más aún, si cabía, mi deseo. Comencé a lamerle, desde la base hasta la punta de su suculento pene, saboreándole como él me había saboreado antes a mi, embriagándome con sus jugos, hasta que me concedió el placer de beber su semen, su espeso, cálido y abundante semen, Charles... Pero no os llaméis a engaño. Aquella no era floja empresa para mí, pues habéis de saber que, desde que vos desaparecísteis de la escena parisina, yo no había vuelto a probar las mieles masculinas.

No obstante, ya sois conocedor de mis costumbres: no me gusta consentir en demasía a mis amantes durante los primeros encuentros. Así pues, me repuse, me alcé, pues estaba arrodillada y, limpiándome ligeramente con los dedos las leves gotitas de semen que permanecían en mis labios, le ordené que se retirara. Quizás por ello mi dulce Adonis creyó que me había sentido ofendida, pues dio comienzo a una serie de tiernas quejas que de poco no me partieron el corazón, pero supe mantenerme firme.

He decido continuar con mi trabajo, vuestro encargo, mañana por la noche. Espero que no os importe, amado mío.

 

 

Comienza a amanecer. Confío en que el aire fresco de la mañana me permita dormir y olvidar mis desvelos. Os prometo que, por muy deslumbrantes que sean los encantos de este hombre, no me ocuparé demasiado de él sin pensar lo suficiente en vos.

Adiós, marqués; buenas noches y suerte... Pensad que si no conseguís a esa mujer, las demás se ruborizarían de haberos poseído.

Saludos a mi estimada señora la marquesa de Montreal du Loire.

Recomendadme a sus oraciones.

Quedo, sin cumplimientos y sin reserva, totalmente suya,

Alienne du Vallée...

 

Postdata: Como vos me pedís, hospedaré a vuestro mozo en mi castillo durante el plazo

de dos semanas, con la excusa de que aún no os he dado respuesta. Esta carta, que ahora tendréis en las manos, os la envío a través de Monique (obviamente llevará escolta). Veremos qué podéis hacer con ella, pues su actitud a veces puede con mi paciencia. Cuidad el trato que le dispensáis, pues aún es muy joven...

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