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Enrico Henriques

en Confesiones

ENRICO HENRIQUES

Recorrí miles de kilómetros sólo para ver cómo Enrico, el "delfín", cabalgaba sobre las descomunales olas del Pacífico, en las costas de la Baja California. Había comenzado mi viaje desde España, por lo que fue casi una proeza transcendental – casi dieciocho horas de vuelo y unas siete en autobús - que yo esperaba tuviera su recompensa.

Me hospedé en un hotel fantástico, de esos que salen en las películas, cuyas puertas están más o menos alineadas y es un enorme edificio de planta baja. En la entrada, cada puerta tenía un pequeño jardín vallado y, nada más traspasarlo, estaba ya la arena de la playa. Una arena fina, blanca, suave. Y el mar. Un mar terrible. El Pacífico, pese a su nombre, no es el Mediterráneo.

La primera vez que vi a Enrico en persona, estaba rodeado por un enjambre de muchachas que no se despegaba de él ni con agua caliente, así que decidí no acercarme y esperar un momento más oportuno. Estaba claro que era uno de los surferos o surfers o surfistas ( ¿cómo demonios...?) más cotizado por las féminas. Comprensible. Era un especimen de macho en toda regla. Era alto, aunque no excesivamente y con unos rasgos muy marcados, guapo hasta el aburrimiento. Su pelo era completamente negro, tanto que era graciosísimo ver cómo contrastaba con los demás chicos, todos rubios, todos iguales, todos muy made in USA.

Enrico era especial.

Tenía unos enormes ojos azules, su piel, dorada de sol parecía sedosa y traslúcida, y su cuerpo solo podía compararse al de un mismísimo dios. Se notaba que tenía sangre africana, pero esta herencia se fundía en él en una insólita mezcla en extremo deseable. Tenía unas cejas altas y bien dibujadas, una nariz pequeña y delicada, con los orificios muy abiertos, y unos labios gruesos de niño, pero tan sensuales, que daba un no sé qué que se yo de mirarlos. Unos labios que pedían a gritos ser mordidos. Y un culo capaz de sostener al mundo.

Pasaron los días y no hubo modo de acercarme a él. Hasta un buen día creí que se me presentaba mi oportunidad en forma de fiesta de exhibición, así que me puse un bikini mínimo, con la parte de arriba en forma de triángulo, pero sin ser tanga, y allí que me presenté. Traté de llamarle la atención por todos los medios, pero nada.

Frustrada, y ya al anochecer, regresé a mi habitación de hotel, cené frugalmente y, habiendo tomado la decisión de largarme de regreso a España en el primer vuelo del día siguiente, me acosté. Pero no pude dormir. Recuerdo que me pasé más de tres horas dando vueltas y más vueltas en la cama y sin que me viniera el sueño. Me levanté sudorosa y me di una ducha, para ver si me relajaba. Al salir del baño y ver de nuevo la cama, con las sábanas revueltas, volví a desanimarme ante mi fracaso. Un viaje tan largo para nada. Y lo peor era que al cabo de unos días tendría que regresar a la maldita oficina. Me acerqué a la ventana y miré hacia la playa y pensé que un paseo no me vendría mal. Me puse un pareo atado a la cintura y sin nada debajo (total, no había nadie afuera y sería agradable sentir el contacto directo de la arena), y la parte de arriba del bikini y, descalza y todo, salí al exterior.

Hacía una noche fantástica. ¡¡Y hasta se veían las estrellas!!... me dirigí a la playa caminando despacio, sintiendo la aún cálida arena bajo mis pies. Al llegar a la orilla me senté y cerré los ojos, percibiendo el olor a yodo, el ruido de las olas, dejando que la suave brisa me despeinara. Me tumbé, relajada, y pensé que no sería una barbaridad pasar la noche al raso, bajo las estrellas.

Fue entonces cuando noté que no estaba sola. Abrí los ojos y me incorporé ligeramente para mirar hacia la orilla, y pude distinguir la silueta de alguien, que parecía estar girado hacia mi, de espaldas al mar, observándome. Contrariada, me puse de pie y me iba a marchar cuando pude verle mejor. Enrico. Pero no me estaba mirando, había sido un efecto de la luz. Estaba de pie, semidesnudo, con solo una toalla alrededor de la cintura, y mirando al mar. Solo. Completamente solo. Me puse mala.

Sin embargo no hice nada. Me quedé allí quieta, mirándole. Mis ojos se habían acostumbrado a la poca luz. Estaba como extasiada. Me imaginé que realmente éramos amantes y que él me estaba esperando. Y me puse más mala todavía. Entonces pensé que no llevaba nada debajo el pareo. Y eso ya fue el culmen.

Fue entonces cuando, o bien porque él me intuyera también, o bien porque pensó ya en irse, Enrico se giró. Y me vio. Se acercó lentamente hasta donde yo estaba y me saludó. Me dijo que me había visto ultimamente por allí... en fin, que comenzamos a hablar. Yo me sentía como una adolescente hablando con el chico más guapo del instituto. Muy triste a mis 27 años. Pero esa actitud pareció surtir efecto. Él notó mi inquietud. Quizás por eso calló bruscamente y se quedó mirando al mar, en silencio.

Me tragué mis miedos y le puse una mano sobre su hombro desnudo. Él giró la cara y me miró. Sonreí. Y él comprendió.

Se acercó más a mi y se acomodó a mi lado. Sin dejar de mirarme, posó sus manos en mi cintura y de éstas a mis nalgas, y comenzó a amasarlas con suavidad al principio y con firmeza mas delante, supongo que notando demasiado claramente la piel a través de la fina tela. Entonces deslizó las manos por debajo del pareo y confirmó que no llevaba nada. Sonrió pícaro, mientras se mordía el labio inferior. Yo me tumbé despacio sobre la arena, como ofreciéndome por entera a él, y eso pareció gustarle.

Enrico se echó sobre mi y comenzó a recorrer con sus suaves labios mi pecho, poniéndome la piel de gallina por el hecho de notar su respiración, arrancándome literalmente la parte de arriba del bikini con los dientes, mientras que con una mano me quitaba de un tirón el pareo. Ya estaba completamente desnuda ante él. La suave brisa me estremeció. Estaba muy caliente y ya lo único que quería era ser penetrada.

Por fin, dejo de tocarme los pechos, pero sin dejar de besarme, deslizó su mano entre mi pubis y tocó mi clítoris. Comenzó a masajearlo lentamente, en un movimiento que me llevaba a la locura y casi hacia que me deshidratara por mi vagina. Yo me estaba volviendo casi loca, pero él continuaba lentamente. Notaba los regueros de flujo que me bajaban por los muslos. Ya no podía más. Me coloqué sobre él y me fui acomodando poco a poco sobre su enhiesto pene. Note su punta en la entrada vaginal y como se abría camino dentro de mí, adaptándose a mi, hasta tocarme la pared de la matriz. Me la metí hasta el fondo con cuidado, notando como se curvaba para tomar la forma de mi vagina y comencé a mover las caderas. Comencé a cabalgarle lentamente, con cuidado. Él me volvió a agarrar los pechos con fuerza, sintiendo cómo se movían dentro de la cuenca de sus enormes manos. Comencé a ir más rápido y me vino el primer orgasmo. Pero yo no quería parar, desde luego... Su polla entraba y salía, entraba y salía, salpicando y chapoteando en mi sexo. Cabalgué sobre él como una loca, engullendo con gula todo su poderoso músculo, oyéndole gemir y casi sin poder creerme que Enrico por fin estaba dentro de mi.

Entonces, me levantó, aún sin que su pene saliera el todo de mí, y me tumbó quedándose él sobre mí, se puso mis tobillos sobre sus hombros y me embistió de una manera salvaje, empujándome tan fuertemente que creí que me iría a partir en dos, como si quisiera atravesarme, haciendo ver que era él quien tenía el poder, quien dominaba. Me hizo alcanzar varios orgasmos tan fuertes que me quedaba sin aliento, pero a él eso parecía excitarle más. De repente, Enrico hizo un par de movimientos convulsivos, apretó los dientes y se quedó quieto… hasta que explotó dentro de mi, llenándome de su semen...

Quedó exhausto sobre la arena de la playa, derrumbándose como un gigante derrotado. Entonces, coloqué mi mano alrededor de la base del pene, apretando bien, para ver toda aquella polla en su esplendor... pero no pude aguantar demasiado esa visión, necesitaba comerme aquella polla ya, así que no tardé en dale lentos y húmedos lengüetazos, notando el sabor de su piel, desde la base hasta la punta del capullo, chupando siempre un poco la puntita en busca de más liquido seminal. Notaba cómo poco a poco se iba empequeñeciendo, pero parecía costarle, dados mis lametones. Luego pasé la lengua alrededor de la base del glande, mientras que le acariciaba suavemente los testículos, y me metí la punta en la boca, aprovechándolo todo, para que no se desperdiciara ni una sola gotita de su delicioso néctar...

 

Efectivamente, regresé a España al día siguiente, feliz, relajada y con la verdadera sensación de haber estado de vacaciones. No he vuelto a saber nada más de Enrico. Supongo que seguirá allí, cabalgando las olas, como yo cabalgué sobre él... habrá conocido a otras, quizás, pero seguro que ninguna le ha ansiado tanto como yo.... una española que recorrió medio mundo solo para follarle.

Aliena del Valle.-