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Preocupación

en Grandes Relatos

RELATO 10

Preocupación

ECSagardez

Desde hace días algo le preocupaba… Empezaba a desconfiar de Raúl… Tenían 15 años de casados y en ese tiempo nunca se había comportado de la manera que lo hacía una semana atrás… Su mirada lasciva por observarle los glúteos y acariciarlos en forma morbosa, la hacían sentir mal… Pero algo en su interior provocaba que no le hiciera el mínimo desaire.

Irene deseaba reclamarle y decirle lo mal que se sentía por su actitud, pero también conocía el carácter de su esposo, el cual estallaba enseguida si alguien se oponía a sus deseos. No tenía escapatoria, Raúl era muy impositivo y estaba segura que en ese instante no era la excepción.

No quería entrar a la dinámica de practicar la sodomía. Pero él siempre insistía en que se dejara. Reconocía que nadamás observaba sus caderas y era muy explícito al decirle:

- Que bonitas nalgas tienes, mi vida, espero que algún día sean mías. Estoy seguro de que no te me vas a escapar.

II

Y esas expresiones, hacían sentir mal a Irene, aunque también reconocía que tenía un buen cuerpo y, sobre todo, unas buenas caderas, toda vez que desde niña se había ejercitado mucho y ahora de mujer casada asistía constantemente al gimnasio a realizar sus ejercicios aeróbicos.

La práctica de aerobics la hacían tener un buen cuerpo que era la envidia de sus amigas y vecinas. Y más de una vez recibía en las calles de la ciudad los piropos de muchos hombres atrevidos, quienes no reparan en si la mujer es casada o es simplemente una ama de casa.

Aunque en estos momentos se sentía mal por lo que estaba pasando desde hace una semana con su esposo, jamás se había negado a compartir la intimidad con él. Al contrario, lo amaba y disfrutaba a plenitud los escarceos amorosos, la forma en que él tocaba sus senos, los apasionados besos que se brindaban, además de dejarse conducir con esa suavidad y ternura que él tenía para llevarla al éxtasis del amor.

III

Irene reconocía en Raúl a un buen amante. Tenía un toque distintivo para hacerle el amor, la forma en que la conducía a la cama, como la despojaba de la ropa, como recorría con su lengua todo su cuerpo y una gama de acciones que la transportaban a lo más recóndito del placer y el orgasmo.

Con los ojos cerrados, siguió recordando haber conocido a Raúl en una fiesta de la Facultad de Medicina a donde ellos estudiaban. Aunque él le aventajaba en cinco semestres. Desde siempre le pareció haber conocido a su principe azul y a los tres meses de conocerse tuvieron su primer encuentro, en el departamento de soltero que compartía con sus amigos Alfonso y Ricardo, quienes se convertían en cómplices de esa citas furtivas.

Raúl a pesar de lo que se dijera de él, era un buen estudiante y terminó su carrera, logrando de inmediato ingresar a trabajar a la Secretaría de Salud y poco a poco fue ahorrando hasta poner su consultorio, en el cual le iba muy bien. Al grado de que enseguida le propuso matrimonio y no dejó que ella terminara su carrera.

En sus pensamientos, Irene no estaba arrepentida de haber dejado sus estudios para convertirse en ama de casa y compartir su vida con el hombre que siempre había amado y con quien procreó dos hijos, Raúl y René. Pero de una semana atrás su comportamiento en torno a sus glúteos, le tenía preocupada y en su interior bullía la idea de sentirse como una prostituta.

IV

Algo tenía que hacer para quitarle a su esposo esos malos pensamientos. Pero no atinaba a encontrar solución a su problema. Su amiga Raquel, a la que más confianza le tenía, en esos momentos se encontraba de viaje por Querétaro y su comadre Elvira tenía días que no se aparecía por la casa, luego de la discusión sostenida por haberle cobrado un préstamo de dinero que le había hecho.

Estaba en una encrucijada. No encontraba a quien hablarle ni confiarle ese secreto que la atormentaba, pero lo que más deseaba era un consejo, que le indicara la actitud que debía asumir cuando su esposo, Raúl, quisiera hacerla suya, tras advertirle que esas nalgas serían de él algún dia.

V

Esa semana había transcurrido y al recordar las palabras de Raúl, los ojos de Irene se llenaron de lágrimas, por la impotencia de no tener una solución a lo que para ella, estaba segura, representaba un auténtico problema…

Esa noche escuchó cuando el auto se detuvo frente a la casa. La recámara de ellos daba a la calle y podía oir todos los ruidos de los vehículos que pasaban por ahí, las risas de los niños que jugueteaban afuera y los cuchicheos de las personas que caminaban cerca. Por ello advirtió que Raúl había llegado y no quería ni verle a los ojos…

Raúl, llegó hasta donde ella estaba y la saludó cortésmente:

- Amor, cómo has estado este dia –fue la pregunta-

Irene, respondió:

- Aquí nadamás, igual y pensando.

- Y en que piensas –repuso él-

- En muchas cosas, pero no es el momento para comentarlas contigo. Quizá más adelante lo hablemos.

VI

Raúl ni se inmutó y tras darle un beso en la frente, salió de la recámara y se dirigió a la cocina, donde sacó del refrigerador un bote de jugo y tras abrirlo, procedió a beberlo con avidez, tenía una sed insaciable.

Más tarde, se preparó un emparedado y se trasladó a la sala de su casa donde encendió el televisor y procedió a ver un programa de noticias. Era una persona que le gustaba estar informado, por lo que no era extraño que fuera un asiduo televidente de los noticiarios.

Se mostraba tranquilo, en ningún momento corría por su mente que su esposa, Irene, estuviera preocupada. Ni mucho menos le daba importancia a su gusto por acariciarle los glúteos.

Luego de un buen rato de ver el televisor, se dirigió a su despacho donde revisaba sus notas, las cuales sacó de su portafolio y tras ponerlas en orden, hizo varias llamadas al hospital donde trabajaba para preguntar si no existía algún problema o emergencia que atender.

La recepcionista del hospital le respondió que todo estaba en completa calma y en caso de que hubiera algo urgente, enseguida se comunicarían con él… Raúl agradeció la respuesta y apagó la luz del despacho para dirigirse a la cocina de nuevo.

VII

Irene, a pesar de estar en la recámara, seguía pensativa y alcanzaba a escuchar los pasos que daba su marido. Pero su cabeza daba vueltas tratando de hallar una forma en cómo debía reclamarle a su esposo ese comportamiento que a ella le parecía inusual y, además, indigno de un hombre tan preparado como Raúl y que a ella la hacía sentir la peor de las mujeres.

En alguna ocasión, cuando recién casados, Raúl intentó penetrarla por detrás, pero ella lo rechazó y duraron varios días enojados. Sin embargo, él demostró haber comprendido que Irene no aceptaría ser follada en forma anal. Y dio por olvidado el incidente.

Por eso la preocupación de ella, en esa semana, tras chulearle sus nalgas y decirle que algún día serían de él y que no se le iba a escapar, la tenían pensativa y tratando de buscar la mejor de todas las soluciones para no herir la vanidad de su esposo.

Ya no pudo más. Irene, quien se encontraba acostada, con voz entrecortada gritó:

- Raúl, ven un momento, por favor.

El le respondió, enseguida voy. Estoy preparando algo para tí…

VIII

Cuando Irene escuchó eso. Su corazón latió apresurado y su cabeza dio un vuelco y comenzó a pensar muchas y muchas cosas…

No tardó ni tres minutos, cuando Raúl hizo acto de presencia en la recámara, llevando en la mano un objeto largo y de varios centímeros, que hizo a Irene abrir los ojos y al escuchar que le decía:

- Prepárate, mi vida, voltéate y ponme ese trasero que desde hace tiempo tengo ganas de que sea mío…

Irene ya no pudo más y comprendió que no tenía salida alguna. Por lo que hizo lo que Raúl le dijo, se alzó el camisón y se bajó el bikini negro que portaba.

Raúl se solazó con esas nalgas y tras acariciarlas para que se pusieran flojitas, procedió a limpiar una con algodón y alcohol para darle un pinchazo… Al tiempo que le decía:

- Vas a ver mi vida que con esta inyección te vas a reponer de esta gripe. Las pastillas que has tomado no te hacen ningún efecto, por lo que era necesario ponerte esta ampolleta para que te recuperes más rápido, además de lograr por fin mi objetivo, el que esas nalgas fueran mías. Mañana te pondré otra y una más pasado mañana, estoy seguro que te aliviarás de inmediato…

IX

Irene tomó la mano de Raúl y se la besó apasionadamente. Al tiempo de expresar:

- Gracias amor… Si vieras cuan preocupada me tuviste esta semana con esa advertencia tuya, que mi mente se puso a trabajar en algo verdaderamente morboso…

Raúl sonrió y sólo alcanzó a decirle:

- Tontita… Tu si que eres lasciva…

Los dos se echaron a reir