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Cuando se pierde un amor

en Grandes Relatos

* Relato 31…

Cuando se pierde un amor

ECSagardez

Conocí a Zorayda y Zulema cuando ambas llegaron a vivir al barrio con sus padres, don Víctor y doña Teresa… Las dos tenían escasos cinco y seis años de edad, respectivamente, pero tenían algo en común eran extremadamente guapas.

Sus padres las cuidaban con exageración, porque eran las princesas del hogar y porque los chamacos del barrio, no perdían la oportunidad para chulearlas a pesar de su corta edad.

El tiempo pasó y la amistad de mis abuelos con los padres de Zorayda y Zulema se fue acrecentando, al grado de iniciar una relación de compadrazgo, cuando las chicas hicieron su primera comunión. Por lo que existía la confianza para visitar su hogar e incluso comer con ellas. En ese sentido, doña Teresa era un angel de Dios…

Nuestro relato comienza cuando Zorayda a los catorce años empezó a tener problemas con la glándula tiroides y su cuerpo delgado por el ejercicio físico comenzó a evolucionar de tal manera que se volvió adiposo…

Eso la sometió a un estado de depresión y aunque los doctores le recomendaban paciencia y una serie de ejercicios, ella no aceptaba la descomposición de su cuerpo, porque no quería ser la burla de los chamacos…

II

La tristeza de Zorayda se agrandó más cuando su hermana Zulema, con quien era muy unida, se dirigió a la ciudad de Puebla a estudiar y estar al lado de una tia, hermana de su padre, quien había enviudado y estaba sola, por lo que les pidió a sus padres que la dejaran vivir con ella.

Don Víctor y doña Teresa no se negaron a dicha petición, porque la tia Marisela siempre se había portado bien con ellos, cuando tenían algún problema…

Esto sumió a Zorayda en una tremenda desesperación y realizó su primer intento de suicidio, al ingerir insecticida. Sin embargo, la llegada a tiempo de don Víctor, quien solicitó la atención de los servicios de emergencia, no se produjo el fatal desenlace.

Zorayda no volvió a ser la misma y aunque continuó con sus actividades escolares, era lógico que su estado de ánimo no la dejaba concentrarse en sus trabajos estudiantiles y las calificaciones, antes altas, empezaron a descender…

III

Una tarde de sábado, en que los vientos de Sotavento amenazaban con un fuerte huracán en Veracruz, me la encontré que se dirigía a la punta de la bocana, con la mirada perdida y enseguida procedí a seguirla y llamarla:

- Zorayda… Zorayda… Zorayda… A dónde vas chiquita…

La respuesta nunca llegó, ella siguió caminando, mientras las olas del mar golpeaban con fuerza el muro de contención y algunas gotas de agua salada llegaban a su cuerpo y rostro, lo cual parecía no importarle…

No me quedó más remedio que seguirla, porque tenía conocimiento de sus impulsos suicidas y pensé lo peor, pero no había tiempo para avisarle a sus padres…

Así que con determinación y arrojo la seguí hasta la punta de la bocana y la volví a llamar…

- Zorayda… Zorayda… Zorayda…

Ella siguió inmutable… Su rostro seguía taciturno… Y su boca no presentaba ningún signo de miedo ni desesperación… Estaba tranquila, como si supiera de antemano a lo que iba…

IV

Desesperado porque Zorayda no me hacía caso… Me acerqué lo más que pude a ella y la jalé de un brazo, con tal fuerza que pareció haber despertado de su letargo y se arrojó a mis brazos para echarse a llorar…

Yo le pregunté:

- Pero qué ibas a hacer… Dime, por favor, que tenías en mente…

Su llanto se hizo más fuerte y busqué la forma de calmarla… Hasta que poco a poco fue recuperando el habla y sólo me alcanzó a decir:

- Hoy en la mañana unos chamacos de la escuela, me dijeron gorda adiposa y otras cosas que me hirieron…

En respuesta, le dije:

- Niña, no te preocupes por eso… Tu estás guapisima, la faz de tu cara tiene rasgos muy hermosos… Si le echas ganas a tu enfermedad, lo más seguro es que recuperes tu cuerpo como cuando competías en las carreras atléticas…

Zorayda, me dijo con inocencia:

- Eso me dices tu porque eres amigo… Pero le gustaré a un hombre… ¿Querrá hacer el amor conmigo, así con este cuerpo…?

La pregunta me sorprendió… Pero yo tenía que ganar terreno con ella, antes de que se arrepintiera de haberme confiado su secreto…

La invité a tomar un café y aceptó a regañadientes… Nos regresamos caminando por el muro de la bocana y buscamos la intimidad de una sobria cafetería, donde nuestra plática nos llevó a confidencias sexuales, mientras saboreábamos nuestras humeantes tazas del aromático grano…

V

Las horas pasaron y cerca de las 8 de la noche, la situación estaba al rojo intenso… Hasta que me dijo con voz entrecortada…

- Estarías tu dispuesto a hacerme el amor en este momento…

Sus palabras me dejaron atónito… Y le respondí: Sí… ¿Por qué no?

Ella sugirió el momento:

- Llévame contigo a algún lugar donde podamos estar solos en la intimidad…

La sugerencia no demoró mucho… Pagué los cafés y me la llevé a un motel cercano a la zona de panteones… Por aquello de la lejanía con el centro de la ciudad… En ningún momento Zorayda se comportó nerviosa… Como si supiera a lo que iba…

Entramos al cuarto y ella se desnudó de inmediato… Me pidió que lo hiciera y ambos quedamos como Dios nos arrojó al mundo…

Su cuerpo a pesar de su gordura, no se veía adiposo como los chamacos la llamaban… Usaba un bikini azul cielo que sólo verlo me empalmó de inmediato… Ella logró sonrojarse al ver mi miembro y se acercó para tomarlo entre sus manos…

Me sorprendió la inocencia de su pregunta:

- Dime… ¿Ahora qué hago?

Sus dudas me dieron la impresión de que era su primera vez y se dejaría conducir para hacer lo que yo quisiera… El sólo pensar eso despertó mi morbosidad… Y le respondí:

- Mámala… Has de cuenta que vas a saborear un rico helado del sabor que a ti te guste…

No dudó ni un instante y se hincó frente a mi para pasarle su lengua en el glande… Lo hacía de tal forma que parecía tener en su boca un barquillo de vainilla, me confesaría después que era su sabor favorito…

Ella siguió lamiendo y relamiendo mi verga… Lo cual me estaba poniendo a cien… Pero mi sorpresa fue mayor, cuando se la introdujo toda en su boca y parecía que mi punta tocaba sus amigdalas, pero no tenía ningún efecto de asco… Se la sacaba y se la volvía a introducir… Hasta que su mirada buscó la mía, como diciéndome en silencio si me estaba gustando… Y era verdad, lo estaba disfrutando…

VI

Mientras me mamaba la verga, Zorayda se tocaba con loco frenesí y entusiasmo su vagina… Y en la forma en que lo hacía me indicaba que estaba acostumbrada a masturbarse, porque llegó el momento en que cerró los ojos y su boca se cerró más de lo normal para enterrarme sus dientes con suavidad… Hasta que su cuerpo se convulsionó espasmódicamente para tener un fuerte orgasmo…

Volvió a abrir la boca y a seguir relamiendo… Al tiempo que también se la sacaba para decirme:

- Perdona… No pude evitar la emoción del momento… Has de creer que me vine… Gracias por tu apoyo…

Y siguió lamiendo y relamiendo, para introducirse mi verga toda en la boca cuando percibió que tendría mi eyaculación… Por lo que no hizo gesto alguno al sentir mi descarga de sémen que inundó por completo su garganta… Mientras de la comisura de sus labios salían algunas gotas de leche, que con los dedos volvió a dirigirlos hacia su boquita…

VII

La calentura estaba en todo su apogeo… Teníamos cerca de una hora en el hotel y aún teníamos tiempo para seguir en el acto sexual… La acosté en la cama y le dije que abriera bien sus piernas… Me metí entre ellas y comencé a oler su coño que tenía una gran mata de vellos púbicos, como a mi me gustan…

Con la lengua fui separando los vellos, hasta llegar a sus labios vaginales los cuales besé y seguí introduciendo mi lengua hasta que encontré el botoncito del placer… Su clítoris era ligeramente grueso e invitaba a sorberlo y acariciarlo… Así que hice lo primero y me entretuve en él por un buen tiempo, aprisionandolo con mis labios y pasándole mi lengua…

La reacción de Zorayda no tuvo parangón… Su cuerpo se estremeció de tal manera que tuvo una fuerte descarga de fluidos que se quedaron en mi boca y se escurrieron entre sus muslos… Qué orgasmo, fue en verdad algo inenarrable…

Era tal la excitación de Zorayda que con débil voz, sólo alcanzó a decirme:

- Ya metémela por favor… Quiero sentirla… Quiero hacerlo como en las películas pornográficas… Esto me está gustando y tu eres el culpable…

Me retiré de su entrepierna y la puse en posición de ataque, no me importó su gordura, en ese momento estaba a mi disposición una señorita y no había que desaprovechar la situación…

Poco a poco y sin ansiedad manifiesta le puse la cabeza de mi verga a la entrada de su vagina, para introducirla suavemente… Ella a cada embestida hacía gestos de dolor… Por lo que me detenía por unos instantes a fin de que su vagina se amoldara a mi miembro… La mitad del grueso mástil empezó a hacer de las suyas, porque ella derramó unas ligeras lágrimas… Era notorio que su hímen había sido perforado, porque un hilillo de sangre manchó mi pito y unas gotas de sanguinolenta masa llegaron a la sábana…

Zorayda había perdido conmigo lo más preciado que tiene una mujer: Su virginidad… Pero no le importó, cuando me dijo:

- Métela más… Ya no siento dolor… Lloré de felicidad… De esa que tu me estás dando en este momento… Sigue por favor no te detengas, quiero tenerla toda adentro…

No requerí de más invitación… Le introduje poco a poco mi miembro hasta que mis huevos chocaron con sus glúteos… Eso fue el detonante, porque se revolvió con tal locura que nuestro vaivén se volvió intensamente frenético…

Los dos éramos jóvenes impetuosos y queríamos disfrutar ese primer momento como si fuera el último… Nuestra respiración se volvió agitada a más no poder… Los cuerpos se habían fundido en uno solo y parecía que quedaríamos así para siempre…

Zorayda no pudo más y lanzó un fuerte grito que debió haberse escuchado en todas las instalaciones del hotel… Su cuerpo se arqueó terriblemente y lanzó líquido y más líquido acuoso, como si se estuviera orinando… Era un orgasmo de los increíbles… Su gozo era indescriptible…

Yo no tardé nada en eyacular y dejarle su pepita caliente llena de leche, cuyo blanquecino líquido se confundió con lo sanguinolento de la masa en que se había convertido el delgado hímen de mi joven amante…

VIII

Luego de terminar la tremenda cogida que los dos nos pusimos… Zorayda me abrazó y me dio las gracias repetidas veces, mientras me besaba el rostro… Era curioso, después de intentar suicidarse horas antes, parecía que el sexo la había despertado y se encontraba en otra dimensión de la vida…

En su plática… No acababa de darme las gracias y decirme cuanto me quería… Aunque yo en mi interior no sentía lo mismo… Sólo había buscado la forma de satisfacerla sexualmente y evitarle a sus padres el dolor de perder a una de sus hijas…

La relación con Zorayda fue muy bonita, de mucha entrega sexual porque hacíamos de todo y duró algunos años… Sin embargo, su enfermedad siguió avanzando hasta que llegó el momento más triste de este relato…

La madrugada de un sábado… Ella, a sus 19 años de edad, pasó a mejor vida y doña Teresa se dirigió a mi casa para informarme del desenlace… Así que no tuve más remedio que acompañar a sus padres en los trámites de defunción y días después del cortejo fúnebre, la señora me habló para decirme que deseaba conversar conmigo. Por lo que llegué a su casa y me dijo:

- Hijo… Te agradezco mucho lo bueno que fuiste con mi hija… En verdad no sabes cuanto te lo reconozco… Aquí te entrego una carta que ella dejó para ti y estaba bajo su almohada…

Doña Teresa me entregó la carta y en ella había tres párrafos, pero donde destacaba lo siguiente:

- Amor… Gracias por todo… Se que lo nuestro no podrá durar toda la vida… Pero en el tiempo que estuvimos en la intimidad, me hiciste muy feliz… Ojalá y con los años logres encontrar una mujer que te quiera y te cuide… Eres muy valioso para mi y espero que así lo seas por siempre para la mujer que tenga la suerte de encontrarte en el camino de la vida… Te ama Zorayda…

No pude contener el llanto y salí corriendo hacia mi casa, donde me encerré para llorar libremente… Había perdido a Zorayda… Había perdido a mi primer gran amor y no me había dado cuenta de ello…

¿Y sabe usted por qué?

- Porque nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde