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El viudo y la madura

en Hetero: General

EL VIUDO Y LA MADURA

Mis mejores deseos, amigos de esta página de relatos.

Es habitual que las experiencias que aquí leemos tengan protagonistas generalmente jóvenes, o "maduras" de no mucha edad, que se mantienen perfectas. Es lógico en cierto modo que así sea. No cabe duda que la sexualidad va muy directamente relacionada a la juventud y la primera madurez.

¿Pero es posible el sexo gratificante y sorprende a una edad algo avanzada?. Todos sabemos que sí. Y precisamente esa ha sido mi experiencia: gozar del sexo a una edad quizás poco habitual para ello, por cuanto estoy ya en 57 años. Os sorprende algo?. Es posible. Pero os diré que como mujer, jamás antes había gozado con tanta plenitud.

Y precisamente, a propósito de esta edad, quiero colocar aquí una frase espléndida, sacada de un comentario a uno de los relatos de esta web. Una mujer dice: "... me gustan las insinuantes marcas de mi rostro, que revelan las sonrisas y lágrimas de casi cuatro décadas....". Precioso, no os parece?. Si ésta mujer, que aún no llegó a los 40 puede decir eso con orgullo, cuánto más podría decir ya con mis 57.

¿ Debiera yo decir ahora, que a pesar de mis años me conservo muy bien, que soy alta, buena figura, pechos aún firmes, y de trasero prieto?. Pues no. No lo diré. Error habitual también, pensar que solo con un buen físico se goza del sexo. Yo soy una mujer madura, que ha tenido tres hijos. Mi cuerpo refleja mi edad, lo cuido, por supuesto, pero los años están ahí. Y con algún kilo de más, con alguna arruga, me considero atractiva y me halaga que los hombres aún se vuelvan para mirarme o me hagan algún comentario de admiración.

Soy casada, como podéis suponer, desde hace años. Un noviazgo temprano, sin haber conocido nunca a otro hombre que no fuese mi marido. Unas relaciones íntimas a lo largo de tantos años que yo consideraba, hasta ahora, normales. Relaciones típicas, de fin se semana, algo frías a veces. Posturas tradicionales, ausencia de juegos y variantes atrevidas. El sexo oral, por ejemplo, apenas lo conocía. La penetración anal, nada.

Y hace solo un año, las cosas cambiaron totalmente para mí. Mi marido tuvo problemas de trabajo y tuve que buscar alguna ocupación que aportara algunos ingresos a la familia. Por referencias de unos amigos me ofrecieron un trabajo de empleada de hogar, en una familia de la misma ciudad.

Decidí probar. Acudí a una entrevista previa, una tarde. Me recibió un hombre, de unos 40 años, bien parecido, de modales cultos y elegantes. Se le notaba triste. Me hizo pasar a un despacho, donde brevemente me puso al corriente de su situación. Había enviudado hace poco tiempo, tenía dos hijos adolescentes. Su trabajo le impedía hacerse cargo de las faenas de la casa. Necesitaba una mujer con experiencia. Me despedí y le dije que lo pensaría y le contestaría al día siguiente.

Medité la situación. Un hombre, sin esposa. Era algo delicado, pero la verdad es que la oferta económica era muy buena. Tras comentarlo con mi marido, acepté.

Pasaba en la casa casi toda la mañana, haciéndome cargo de todas las tareas. El viudo tenía una profesión liberal y permanecía en su casa, en su despacho, bastante tiempo. Yo entraba, salía, deambulaba por la casa con mis trabajos. El hombre, en su mesa de trabajo, me veía pasar, a veces levantaba la cabeza y me hacía un saludo. Me agradaba su aspecto, siempre perfectamente aseado y elegantemente vestido. Cortés, educado, me dirigía con frecuencia comentarios de agradecimiento por mi trabajo. Me preguntaba si necesitaba algo... me acompañaba a la puerta cuando me despedía... etc. En suma, un caballero. No estaba yo acostumbrada a estas cosas.

Y quizás pensando en que yo también tenía que encajar mejor en aquel ambiente, me fui cuidando algo más en mi aspecto. Procuraba ir mejor vestida, mejor peinada, con un perfume, algo maquillada. Me gustaba a mí misma, cosa que hacía tiempo no sucedía.

Una cierta corriente de simpatía comenzaba a surgir con aquel hombre. Yo ya no me cortaba nada en el sentido de procurar pasar más veces por donde él estaba, hacer algún comentario amable, dedicarle una amplia sonrisa, etc. Algunas veces el me invitaba a sentarme a su mesa. Descansa un momento, Margarita, .... – me decía -. Yo lo hacía encantada y durante un rato me comentaba su soledad, el golpe duro que había sufrido. Yo por mi parte también le relataba mis confidencias.

Un de los días, antes de marcharme, le explicaba en la cocina algunos detalles para la comida de los hijos. Luego, como siempre, me acompañó hasta la puerta. Pero esta vez, todo el recorrido a lo largo del pasillo me condujo con su mano ligeramente apoyada en mi cintura, en un bello gesto educado y cortés. El contacto fue para mi como una descarga. Ya en la calle, me preguntaba sorprendida como pudo afectarme tanto ese simple detalle.

Y a partir de ahí, los acontecimientos se desbordaron un poco. De la mano en la cintura pasó a un dulce abrazo otro día. Siempre con el comentario de que me estaba muy agradecido. Otro día, me despidió con un beso, solo en la mejilla, pero que me hizo estremecer de arriba abajo como a una adolescente.

Yo disfrutaba de aquellas emociones. Eran nuevas para mí. Las estaba viviendo ya a edad tardía, pero con toda intensidad. Y una nueva sensualidad también desconocida me invadía. No luché en absoluto contra todo ello... me dejé llevar. Algo en mí me decía que tenía derecho a sentir, a disfrutar, a sentirme viva.

Ahora un dulce coqueteo fue surgiendo. Comentarios ya algo atrevidos... Halagos hacía mi físico que me hacían sentirme muy orgullosa. Continué cuidando más de mi aspecto. Me compré nueva ropa, más juvenil, incluyendo la ropa de trabajo, como batas ligeras, sin mangas y algo escotada. También cuidé la ropa interior, que me gustaba que se insinuara bajo la bata. El lo notaba y me hacía algún comentario.

Estaba despertando pasiones......¡. Me hacía sentirme mujer plena, deseada. Una nueva esencia recorría mi interior, mente y cuerpo, como una savia primaveral. Estaba pletórica, optimista, aunque procuraba disimularlo en lo posible, pues no quería levantar sospechas en la familia.

Y así llegó el primer beso. Aprovechando los juegos de los niños en el jardín en una tarde de verano. Yo andaba por aquí y por allá, recorriendo la casa. El salió de su despacho para algo y nos encontramos ambos cruzando una puerta. Algo estrecho el paso, rozaron nuestros cuerpos; en una reacción algo torpe de los dos, quedamos como atascados. Reímos..... Su rostro estaba muy cerca del mío. Sentí su aliento fresco y sus ojos profundos clavados en los míos. Y se acercó más... cerré los ojos. Y sentí su boca en la mía, ávida, deseosa. Respondí al beso con pasión, lo necesitaba, soñaba hacía tiempo con ese momento. Mi boca se abrió para ofrecerse completa y sentí su lengua y le correspondí con la mía. Sentí que las piernas me temblaban. El más hermoso beso que había recibido. Perdí la noción del tiempo y cuando la recobré mis manos estaban enlazadas en su cuello, dejándome llevar por la pasión.

Algo avergonzada, me separé ahora de él, con mis mejillas ardiendo. Uuffffffffffffff. Qué situación. El sonrió para quitar importancia al asunto, comentando cuánto le había gustado. Me excusé diciendo que tenía que hacer, y procuré no verle más aquella tarde....

El beso volvió a repetirse pasados unos pocos días. Estos acontecimientos transcurrían en días de verano, con los chicos con vacaciones y había que tener cuidado. El segundo beso fue igual de intenso y disfruté de sus labios carnosos de nuevo, pero esta vez su mano se deslizó entre dos botones de mi bata, buscando mi pecho, que acarició por encima del sujetador. Un dulce apretar sobre mi seno, un masaje en círculo, que me transportó a otra dimensión. Una dulce excitación me invadió, sentí, después de mucho tiempo mi calor húmedo. La hembra despertaba.

La presencia cercana de los hijos nos impidió continuar una situación que podría haber sido imparable. Me alegré de ello, por cuanto a pesar de mi atracción, de mi loco enamoramiento, la infidelidad completa no la asimilaba. Como suele suceder, me debatía entre la aventura y el miedo al engaño. La entrega total no entraba aún en mis planes.

Pero tuvo que ocurrir, irremediablemente. La situación era explosiva y el deseo de los dos aumentaba por momentos. Con una casa amplia, de tres plantas, con múltiples habitaciones, tuvo que ser en el lugar más inesperado.... su archivo.

Estaba este departamento en la parte alta de la casa, una especie de buhardilla. Un lugar más bien pequeño, con estanterías de unos dos metros de alto. Acudí aquella mañana a limpiar algo aquella zona y quizás él en su deseo decidió seguirme. Los chicos, como siempre, en el jardín y la piscina. Nada más entrar él supe que en aquel lugar podría ocurrir de todo y me puse algo nerviosa. Intenté abandonar el sitio en actitud algo ridícula, pero me abrazó fuerte y sentí de nuevo el calor de sus besos. Me encontré de pronto con parte de la bata desabrochada, sus manos buscaban mis pechos con pasión. Deslizó el sujetador bajo los senos, dejándolos al descubiertos. Por mi edad no tengo ya los pechos de una jovencita, pero son exuberantes y de pezones grandes, sensuales. Bajó su boca y su lengua me recorrió; sentí que las piernas se me doblaban y tuve que apoyarme en la estantería de espaldas a ella. Con un frenesí incontrolable, el subía de mis pechos a mi boca y volvía a bajar. Me sentí totalmente mojada pero le idea de la posesión aún me amedrentaba. Bien apretado contra mí, sentía perfectamente la dureza de su miembro.

Ahora bajó colocándose de rodillas frente a mí. Levantó mi bata y agarrando mis braguitas las bajó de un golpe hasta los tobillos y levantándome un pie las sacó completamente. Ahora me hizo levantar la pierna derecha y apoyar el pie en la estantería de enfrente. Quedé así a su voluntad, abierta y de pronto su boca se aplastó contra mi sexo. Un estremecimiento delicioso me recorrió entera y me agarré a la estantería, apoyando mi espalda contra ella. Permaneció allí, pasando su lengua por mi hendidura, ya totalmente dilatada y abierta. Lo hacía de forma exquisita: arriba, abajo, entraba dentro de mi coñito, más jugoso que nunca. Se detuvo después succionando el clítoris que había surgido tras mucho tiempo escondido. Y sin poder ya detenerme, un largo, largo, profundo, dulcísimo orgasmo me fue llegando...

No pude decir nada, quedé sin habla. Extasiada. Asombrada. El ahora subió despacio, y con palabras dulces me preguntó sobre la experiencia. No pude hablar, pero mis ojos reflejaban sin duda la dicha infinita. Me acarició un largo rato. Sus manos volvieron a buscar mis pechos. Su boca de nuevo se fundió con la mía. Consiguió volver a excitarme. Nunca me habían hecho gozar así.

Volvió a bajar para estimar de nuevo mi sexo. Volví a sentir su lengua en mi coño empapado, sin prisas, hábil, entregado. La excitación me recorría de nuevo y algunos gemidos se escapaban de mi boca.

Pero esta vez había una sorpresa, inesperada para mí. Volvió a subir, antes de que orgasmara, lo que me dejó algo sorprendida. Me besó, y colocó en mi boca mi propio sabor íntimo. Levantó algo más mi pierna derecha, para colocarla en un estante más alto y deslizó su rodilla izquierda por debajo. Estaba ahora totalmente abierta y no entendía bien lo que pasaba, pero lo comprendí al instante: esta segunda vez, estando arrodillado, bajo mi bata, había desabrochado su pantalón, dejando fuera el miembro poderoso.......y así subió, adelantando sus caderas para colocarse en el punto exacto.

Fue de golpe, sin esperarlo. Así de pie, como estábamos. Fue una especie de medio violación consentida. Pero lo cierto es que yo sentí que de un solo empujón, algo muy largo y grueso entraba en mí interior...... Enorme, era enorme........¡ Nunca me habían metido algo así. Afortunadamente mi lubricación y los jugos de su boca después del sexo oral, me tenían totalmente empapada. Abrí desmesuradamente la boca y los ojos, sorprendida. No pude decir nada, no pude protestar. Me había penetrado y tras la sorpresa, la dicha más profunda me inundaba.

Exploté en un orgasmo interminable, gritando. Nunca en mi vida me había corrido dos veces seguidas y él lo había conseguido. Noté que también desahogaba su deseo, y en mi interior sentí su tremenda descarga, que tras sacarla, fue bajando por mis muslos.

Los días siguientes, toda una serie de sensaciones me atormentaban. Deseo, gozo, por una parte, por otra, arrepentimiento. Pero podía más lo primero y me seguí entregando.

A los pocos días, surgió nueva ocasión. Sus hijos se ausentaron al cumpleaños de un amigo. De forma casi automática nos entregamos el uno al otro, ahora ya en la placidez de la cama. Disfruté como nunca cuando aquellas manos me desnudaban, arrancaban mi ropa. Mis muslos se abrían para él sin pudor y me penetraba unas veces con infinita dulzura, otras casi con violencia, presa de un deseo imparable. De una forma o de otra, el momento de la penetración era delicioso y siempre sentía yo un tremendo orgasmo en ese momento. Lo sentía dentro, muy dentro... el pene era largo y grueso y a veces me molestaba, pero poco a poco mi cavidad se fue acostumbrando y lo recibía ya con toda naturalidad. Especialmente dulce era el momento, que tras el primer orgasmo, en la postura clásica del misionero, yo cerraba totalmente las piernas, aprisionando su grueso miembro. El abría sus piernas, rodeando las mías. Al ser enorme aquel tremendo instrumento, le permitía penetrarme bien, al tiempo que me estimulaba eficazmente el clítoris.... mis corridas eran interminables.

Descubrí también el gozo anal, que nunca había conocido. Nunca pensé que aquel calibre tan grueso fuese a entrar por mi conducto trasero. Pero lo hizo... con infinita paciencia, pero lo hizo. Excitada al máximo, a punto del orgasmo, sabía bien mantenerme en ese momento. Dilatada, relajada. Deslizaba el grueso glande por entre mis nalgas, untado bien de una crema. Notaba como presionaba ligeramente, abriéndome un poquito. Introducía entonces un poquito de crema. Volvía a seguir....

El primer día disfruté en mi trasero de aquella cabeza y pensé que no me atrevería con más. Uffff, que equivocada estaba. Otro día entro hasta la mitad.... y al final, de un empellón, la introdujo hasta el fondo. Ese día si grité, no lo pude evitar, pero no se retiró de mi interior. Por debajo de mí, su mano buscó mi clítoris, lo estimuló con todo su arte, y la sensación de dolor fue evolucionando hasta el mayor placer imaginable. A punto ya de la más espectacular corrida, sentí en aquel momento su eyaculación en mi interior y sin poder detenerme más, el clímax me hizo prácticamente perder el conocimiento.

Esto pasó hace un año y seguimos siendo amantes, con la mayor discreción.

Me considero afortunada, como no. He descubierto el goce a edad tardía y solo me queda ya, invitaros a sentiros mujeres, hembras, en total plenitud. No lo dudes, mujer, de mi edad, o incluso mayor. Siéntete bien, quiérete a ti misma. Puedes hacerlo, puedes gozar como nunca lo hiciste.

Un saludo cariñoso y hasta otro momento.