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Tres mujeres para mí

en Hetero: General

Tres mujeres para mi.

Creo que tenemos la mayoría de nosotros marcado un destino que de algún modo nos resulta ajeno. Ya sean las circunstancias, la suerte o algunos hados caprichosos que rigen nuestro sino, pero ciertamente a veces nos vemos envueltos en situaciones, unas buenas y otras peores, que marcan una época de nuestra vida.

Por supuesto que la historia que ahora relato forma parte de esos hechos maravillosos, que siempre se tienen en la memoria. Porque a mi veintitrés años, que eran los que tenía cuando sucedió, me encontré envuelto en una situación que me convirtió en un hombre afortunado; me correspondió vivir en la realidad el sueño que a cualquier hombre le hubiera gustado conocer: ser el amante no de una, sino de tres mujeres a un tiempo.

Dije que tenía veintitrés años. A esa edad, recién acabados mis estudios universitarios, decidí enfocar mi futuro hacia un puesto en el Estado. Debía preparar unas oposiciones fuertes y la mejor manera de superarlas era seguir una preparación adecuada a través de una Academia especializada. No existía este tipo de centro en mi localidad, por tanto, debía trasladarme a la capital de provincia. Mientras encontraba un apartamento en alquiler, siguiendo la muy típica costumbre familiar en los pueblos, mi madre se puso en contacto con una prima lejana suya, que residía en la capital y que se ofreció de buen grado a alojarme en su casa, hasta que yo encontrase algún sitio para vivir a mi gusto.

Llegó el día de mi viaje y esta señora pariente de mi madre acudió complaciente a buscarme a la estación. Era una mujer de cuarenta y nueve años, más bien alta, y bastante vistosa. Viuda desde algunos años, trabajaba de enfermera y tenía una hija de quince años. Tras los saludos de rigor, nos trasladamos a su casa, donde puso a mi disposición una habitación que tenía libre.

Antes de seguir, debo aclarar que a pesar de mi edad, he sido un joven bastante precoz en la cuestión de relaciones con las mujeres. Ya era bastante experimentado en contactos íntimos con chicas de mi edad, y digamos que, en general, las mujeres me atraían casi todas. No me causó por tanto mala impresión la señora, a pesar de su madurez. No es cuestión ahora de decir que era una señora impresionante, de esas que no aparentan su edad, que tienen un cuerpazo maravilloso... sencillamente era una mujer de su edad. Como es habitual ahora en todas las mujeres, se cuidaba, bien vestida y peinada, etc. Resultaba atractiva, vamos. Y además era muy simpática.

Llegados a su domicilio, estaba presente la hija. Esta sí que era un auténtico bomboncito. Quince años, camino ya de los dieciséis. Alta como su madre, también rubia, muy sensual, más bien delgada pero con unas deliciosas curvas. Me saludó también con mucha simpatía. Me señalaron mi habitación y tras cerrar la puerta para cambiarme de ropa y acomodar mis cosas, levanté los brazos al techo diciéndome para mí: eres un tipo afortunado........¡ Creo que este año no vas a estudiar mucho.......¡.

Transcurrieron algunas semanas. Yo fui acomodándome a esta nueva situación y a esta nueva familia. Todo perfecto. Yo acudía a mis clases, un par de horas diarias, el resto dedicado al estudio en mi habitación. Había no obstante tiempo para dar un paseo, charlar con la madre o la hija, especialmente en la hora de las comidas.... bien, muy bien, muy a gusto.

Pero claro, no todo es amor filial. Uno es hombre, y más a los veintitrés años, cuando estamos los varones más salidos que un asno. Y yo no dejaba de fijarme en los atractivos de la madre (el encanto eterno de la mujer madura) y los más que incipientes de la hija, en todo el esplendor de su adolescencia. La hija, Lucía de nombre, se comportaba a menudo con la espontaneidad propia de sus años. Y más de una vez oía yo a su madre recriminarla en plan cariñoso..... Lucía....vístete bien, ahora hay un hombre en casa. Porque Lucía era muy aficionada a andar algo ligera de ropa y además sentarse de forma descuidada sobre el sofá, de tal forma que a menudo dejaba al aire dos muslos espectaculares, o bien se paseaba con un albornoz o camisa a medio abrochar que enseñaban una parte de dos senos que apuntaban al cielo. Yo por supuesto, más caliente que el acero de una fundición.

Y para colmo de males o de bienes, según se mire, Lucía traía a menudo a casa a su amiga íntima, Ana. Esta chiquilla tenía algunos meses más que Lucía, había ya cumplido los dieciséis, pero era bastante más tímida. Tenía unos preciosos ojos de color miel, y era una pizca rellenita, aunque con ese encanto delicioso de las chicas jóvenes con algún kilo de más, por que ya sabemos, que con dieciséis años todo se perdona y todo es perfecto. Pronto noté que la frecuencia con la que acudía Ana a casa fue aumentando, así como las miradas y sonrisas pícaras de las dos chicas cuando yo entraba o salía. Era propio de su edad sentirse interesadas en un chico algo mayor que ellas.

No obstante, en principio no mostré excesivo interés en las menores. Me sentía más atraído por la madre. Nunca había tenido relaciones con una mujer madura y esta mujer me provocaba mucho morbo. Procuraba pasar el mayor tiempo a su lado, acompañándola algún día a alguna compra, ayudándola incluso a alguna tarea doméstica. De esta forma fue surgiendo entre ambos una buena complicidad, que reconozco al principio era totalmente sana e inocente. Pero que mi tendencia libidinosa fue orientando a otros frentes. Nuestras largas conversaciones en la sobremesa o en la tarde, aprovechando la ausencia de Lucía en el colegio, pronto trataron todo tipo de temas. Y uno de ellos, como no, el sexo. No fue difícil, tratándose de una mujer aún joven y de actitud abierta, conocer sus opiniones. Me habló de la soledad típica de la mujer viuda, de la dificultad de tener relaciones serias, de lo selectiva que puede volverse una mujer a su edad. Y también me reconoció que el sexo le seguía apeteciendo. Lo he vivido con plenitud, me dijo, creo que podría volver a hacerlo.

Los días iban transcurriendo. Y me fui ganando su confianza. Una tarde, de nuevo metidos en el tema, que a ella no le disgustaba, me comentó que estaba receptiva, que le apetecería ser amada.... pero con quién?. Yo todo envalentonado, me atreví a apostar fuerte en aquel juego...

Por qué no conmigo?, le solté a bocajarro.

Me miró pensativa durante un rato. Por un momento pensé que se disgustaría por mi atrevimiento. Pero me sorprendió su respuesta:

Tendré que pensarlo....

Eso me contestó. Y eso me dio alas. A partir de ese día desplegué toda mi capacidad de seducción. Procuré deshacerme en atenciones con ella, halagos de todo tipo. Le agradaba, hacía tiempo que nadie se ocupaba de ella como mujer. Un día con cualquier excusa rodeaba su cintura con mi brazo, otro una caricia en el pelo. Su actitud era siempre agradecida.

Y así, ocurrió lo que era inevitable. Fue una tarde de verano, cuando Lucía y su amiga habían marchado a la piscina y sabíamos que tardarían. Era en la siesta, hora siempre apropiada para el amor. Yo algo amodorrado en el sofá, veía la televisión. Tras terminar alguna tarea del hogar ella entró al baño, para aliviarse del calor con una ducha. Salió vestida con un bonito albornoz blanco. Había algo en su mirada, un brillo especial. Y sin saber por qué, supuse y luego lo comprobé, que no había ropa interior bajo aquel albornoz. Al momento mi instinto me dijo que aquella tarde ocurriría algo especial. Además, no se sentó en el sillón de enfrente como hacía habitualmente, sino en el sofá a mi lado. Me preguntó si quería café, le dije que no.... Prefiero que te quedes a mi lado, le dije. Y ella se acercó algo más. Rocé su pelo con mis mano, sus mejillas. Ella se acurrucó más cerca y yo pasé mi brazo por encima de sus hombros, apretándola contra mí. Acerqué mi boca a la suya, para experimentar un dulcísimo beso, al que ella respondió con experiencia.

Besas de maravilla, le comenté.

Pensé que se me había olvidado, pero veo que no........jajaajaja.

Su risa era excitante. Y yo actuaba ya sin control. Desabroché el cinturón de su albornoz. Aparecieron dos pechos grandes, exuberantes. Gocé de ellos un largo rato, sin prisas, acariciándolos, besándolos, mientras ella acariciaba mi pelo. Succioné dos pezones enhiestos, rodeados de dos aureolas grandísimas. No los había visto nunca así. La deseaba profundamente.

Te voy a hacer el amor, mi vida, ahora mismo.

Estoy aquí.. – me contestó ella - Aquí, toda para ti.

Precioso de verdad, no creen?. Siempre he sido partidario del amor tierno, de la dulzura. Lo siento por aquellos que buscan en estos relatos esas penetraciones sádicas, esas medias violaciones, esos desgarros en los que la tónica es siempre la misma: la mujer comienza gritando de dolor y acaba gritando de gozo. Bahhhh....¡ Nadie, salvo masoquistas, disfrutaría así. Bajo mi experiencia, os invito a practicar esa dulzura, ese acoplamiento íntimo de dos seres humanos que se aman tanto con el cuerpo como con la mente.

Separé totalmente su albornoz. La recosté en el sofá y aparté sus muslos, apareciendo ante mi un sexo gozoso, provisto de un precioso vello color castaño. La hubiera penetrado al momento, pero consideré oportuno prepararla adecuadamente. Al fin y al cabo, hacía muchos años que no la amaban, había que ser delicado. De rodillas en el suelo, enterré mi boca en su mojada hendidura. Hurgando en ella, la separé con mi lengua, lamí su clítoris. Deliciosos quejidos de placer salían de su boca, al principio tímidos, después ya más fuertes. Noté que se aceleraba, que podía llegar su orgasmo y yo quería que lo sintiera teniéndome a mí muy dentro. No tuve paciencia para llevarla a la cama. Sencillamente la agarré por debajo de la espalda con un brazo, otro bajo sus rodillas, la levanté en vilo y la deposité sobre la alfombra. Yo hacía ya un rato que me había desnudado. Ahora aparecí ante ella con toda mi virilidad al descubierto... una erección de caballo. Se llevó la mano a la boca, para ahogar una risita de admiración....

Pero bueno... como estás así, chiquillo?. Te vas a hacer daño........

Ves... –le contesté- la pasión que despiertas en mí. Estás buenísima, cariño.

Me coloqué sobre ella sin más preámbulos. Mi miembro a punto de explotar entró en ella sin ninguna dificultad, bien humedecida con sus flujos y con mi boca. Entré hasta el fondo. Una sensación maravillosa, de calor, de humedad, de suavidad. Mi deseo de posesión no me hizo esperar más... Me voy a correr, cariño mío... no puedo más..... Hazlo, no esperes, amor, hazlo, no hay peligro, me contestó, Disfruté de la mujer madura, una mujer auténtica. Sin barreras. Acostumbrado a hacer el amor con las jóvenes de mi edad, provisto del preservativo, el hacer ahora el amor de forma libre, fue todo un descubrimiento, una sensación maravillosa. Ella hacia algún tiempo que tenia la menopausia, por ello me invitó a disfrutarla sin ningún tipo de complicaciones. Mientras me corría en su interior, escuchaba su gemido largo, profundo, de placer... Ese orgasmo largamente esperado por ella, tantas veces soñado, después de varios años de abstinencia.

Iniciamos así una relación íntima maravillosa. Al menos dos veces por semana, aprovechando las ausencias de su hija nos metíamos en la cama. Especialmente deliciosas eran las horas de la siesta, cuando Lucía estaba en el colegio. Habitualmente hacíamos el amor primero con bastante premura; ella sentía un primer orgasmo muy rápido. Luego se relajaba y adoptábamos una postura que nos daba muy buen resultado: la de la sillita o el cuatro. Ella me daba la espalda, su cabeza apoyada en el extremo de la almohada y su trasero en el centro de la cama, las piernas encogidas. Queda así a mi disposición un trasero espectacular, de mujer hecha. Increíble.... Dos nalgas carnosas bien morenas y entre ellas un coño vistoso, de labios gordezuelos y acolchado con un suave vello. La poseía así, durante mucho tiempo. Unas veces mis dedos se mojaban en aquella hendidura, otras la penetraba despacio, saliendo, entrando... recreándome con una dulzura tremenda. Ella, tan relajada, tan a gusto, que alguna vez incluso se me dormía.... Me comentaba después lo placentero de esa sensación, estar adormilada mientras la poseía. Es como un sueño, me decía, pero hecho realidad. Y curiosamente, en esa sensación de medio adormilada, se excitaba sobremanera. Aumentaba su flujo, y de vez en cuando apretaba bien el trasero contra mí. Yo ya conocía bien lo que estaba sucediendo: que se corría con una facilidad pasmosa. Que goce. Que fortuna la mía.

Continuamos así bastante tiempo. Pero ella no era la única mujer en la casa. Había una más y otra añadida, como sabéis.

Y sin dejar de amar a la madre, las dos chiquillas entraron en escena.

De la misma forma que a veces me quedaba solo con la madre, por las ausencias de la hija en sus estudios, también ocurría la situación inversa. La madre trabajaba de enfermera, con turnos de mañana, tarde o noche. Especialmente si era de tarde/noche, ya finalizado el colegio, aparecían las dos chiquillas, para hacer los deberes juntas. Era inevitable fijarme en su juventud, en su casi insultante atractivo, recién descubierto para ellas. Coqueteaban, hacían comentarios en voz baja, se reían...

Estaban jugando a ser mujeres y decidí seguirles la corriente. Si era tarde o ya empezada la noche, yo en mi habitación, a veces echado en la cama, dejaba a propósito la puerta medio abierta. Y ligero de ropa, solo con un ligero slip o tapado un poco con la sábana. Me hacía el dormido. Las idas y venidas de las jóvenes eran continuas, sus risitas apagadas, sus cuchicheos asomadas a la puerta. Yo, echado boca arriba, hacia gala de una tremenda erección, que se notaba bien bajo la sábana. Ellas hacían como si se escandalizaran. Pero cada vez se atrevían más y yo les fui dando confianza. Y así, una tarde.... entraron en la habitación. Siempre delante Lucía, la más atrevida. Ana un poco a remolque de la otra.

Se sentaron una a cada lado, observándome con curiosidad. Sus ojos curiosos me recorrían. Despertaban al sexo por primera vez. Me gastaban todo tipo de bromas, preguntas... tienes novia? Haces el amor con ella?. Se reían muchísimo como dos chiquillas que eran. Practicaron ese juego varios días. Incluso algo ligeras de ropa, vestidas con una camiseta y una braguita que apenas las cubría. Por fin una tarde, Lucía se atrevió a tocarme. Pasó su mano por mi pecho, admirando el vello. Luego los muslos. Ana, mas tímida, observaba.

Luego ya su objetivo era desnudarme. Sencillamente, querían ver un pene. Y no paraban hasta descubrirlo. Tiraban de la sábana, siempre con sus escandalosas risas. Yo me hacía el pudoroso y me negaba a descubrirme. Ellas insistían una vez y otra. Las notaba super excitadas.

Que sois aún unas niñas, les decía yo en broma, que hacéis, se lo diré a mamá.

De niñas, nada, somos dos mujeres, que te apuestas.

Y no hacia falta que lo juraran. En sus movimientos arriba y abajo sobre la cama, notaba yo bien las tupidas manchas de su vello íntimo bajo las braguitas, algo transparentes que usaban. Sobre todo Ana, más morena y velluda, a la cual le salía un poquito de vello por los laterales de la braguita formando bucles. Yo, con aquella erección permanente que me producía auténtico dolor de huevos.

Una de aquellas tardes, Lucía, en un arrebato ya de calentura, agarró la camiseta y se la quitó. Ana quedó algo escandalizada... Por favor, Lucía, que haces, que haces.... Nada, tía, estoy super caliente, lo siento, contestó la chiquilla. Se quedó con la braguita. Dos senos preciosos, juveniles, aparecieron. No demasiado grandes. Pero duros como piedras y apuntando al techo. Dos pezones, de esos típicos de las jovencitas, en forma de pico. Se tumbó a mi lado y ya lanzado comencé a besarla, al tiempo que acariciaba sus pechos. Aprendió pronto a besar bien, tenía clase. La sensación de sus senos en mis manos era deliciosa. Aquella noche, en ausencia de la madre, tuve que masturbarme dos veces.

Ana tardó algunos días más en quitarse su camiseta. Tenía los senos bastante más grandes que Lucía. Preciosos también. Ambas se turnaban en recibir mis atenciones, una a cada lado de la cama. Estaban descubriendo los placeres del sexo. Las notaba excitadísimas. Incluso con las bragas puestas el flujo de su excitación mojaba sus muslos. Una delicia. Se corrían varias veces con una facilidad increíble. Unas veces solo con mis besos y caricias. Otras veces, cuando yo estaba ocupado con una de ellas, la otra si no podía aguantar más, se lo hacía ella misma en un momento. Lucía se ponía boca arriba en la cama, metía sus manos bajo la braguita y en un momento estaba suspirando como una loca. Ana, por el contrario, más pudorosa, lo hacía más discretamente. Se ponía boca bajo, sin tocarse el sexo, apretaba bien los muslos, contraía los músculos de las piernas y se corría dulcemente. Después se ponía colorada....jajaajaj. Era una experiencia irrepetible.

Se me olvidaba decir, que lógicamente, en todos estos juegos, ellas acabaron desnudándome. El primer día, asombradas de mi polla erecta. Con los ojos muy abiertos, la tocaban, la acariciaban.... Se maravillaban de que eso les pudiera entrar dentro. De veras, que no duele?, me preguntaban.... Especialmente perplejas se mostraron con la primera eyaculación, cuando después de tocarme largo rato no pude aguantar y solté un chorro fuerte que terminó manchando hasta mi pecho. Todo era nuevo para ellas y lo descubrían realmente gozosas.

Por supuesto que las braguitas no les duraron mucho puestas. Como siempre, primero Lucía. Aprendieron pronto el goce de unos dedos masculinos en sus chochitos inexpertos. Y también mi boca. Orgasmaban de forma continua entre suspiros profundos. Mientras yo atendía a una de ellas, la otra siempre se mostraba atenta, curiosa, como espectadora. Luego invertíamos el orden. Se mojaban como cántaros rotos. Tremendo.

No me decidía a penetrarlas y ellas tampoco querían. Era lógico su miedo, dada su juventud, su inexperiencia, miedo a embarazos, el tabú de la virginidad, etc. Pero Lucía aprendió pronto un método sustitutivo. Se sentaba sobre mí, ponía mi pene totalmente horizontal pegado a mi vientre y acomodaba su chochito totalmente sobre el instrumento. Mi miembro se alojaba perfectamente entre los labios carnosos, húmedos, en una sensación única. Ella se movía, atrás, adelante; por delante de su pubis aparecía la cabeza gruesa de la polla, única parte que se veía. No había penetración, pero el goce era increíble. Mojada hasta los topes aquella chiquilla, mi polla chapoteaba metida a lo largo de aquella hendidura. Al final ella se corría echando la cabeza hacia atrás en orgasmos interminables, mientras yo lanzaba chorros de semen sobre mi propio vientre. Luego se quedaba jadeando a un lado, mientras Ana ocupaba su posición. Menos mal que yo tenía veintitrés años.....a esa edad se aguanta todo.

Pero Lucía no salió virgen de aquellos juegos. Y fue por su propia voluntad, no la mía. Una de las tardes, estaba ella cabalgándome en la forma que he explicado, sentada, de forma vertical sobre mí. Ana echada un poco de lado se ocupaba de besarme y ofrecerme sus pechos. Se puede pedir más?... a que no?. Lo reconozco, era una lotería, que solo me tocó una vez. Pero volviendo a aquel momento, noté que las maniobras de Lucía cambiaban un poco de formas. Se estaba echando un poco adelante, hasta apoyarse en la espalda de Ana, que estaba sobre mi pecho. Se echó también un poco adelante sobre mi vientre, de tal forma que la cabeza de mi falo quedó en su misma abertura. Procurando no perder la posición, Lucía se incorporó un poco y de golpe, se dejó caer.............y se la introdujo hasta el fondo...¡

Aaaayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy..........¡

Escuchamos un pequeño grito. Ana se incorporó algo asustada.

Qué te pasa, qué te pasa...?

Yaaaaaaaaaa........... contestó Lucía.

Cómo qué ya.... que te has corrido ya...?

Noooooooo, que yaaaaaaaaa, que ya me la he metido.

Joder, tía... no me digas, no puede ser, déjame ver.

Ana hacía esfuerzos para ver la penetración, pero no podía. La cabeza del pene ahora no aparecía por delante como otras veces. Ana intentó echar un vistazo por detrás, pero Lucía, sentada verticalmente, no le dejaba ver nada.

Échate un poco adelante, quiero mirar, déjame mirar, decía Ana.

Esperaaaaaa, ahora no puedooooo.....

Ciertamente Lucía intentaba acomodarse a la polla que la tenía ensartada. No podía ahora hacer movimientos, porque le dolía. Pero poco a poco se fue dilatando, y al final se dobló algo hacia delante, mostrando el trasero a Ana. Ësta metió casi su nariz bajo el trasero de su amiga.....

Jóder, tía, lo tienes clavado hasta el fondo...¡

Qué me vas a decir que yo no sepaaaaa, decía la otra....

Dulcemente, se fue relajando Lucía hasta sentir un poderoso orgasmo. El primero que sentía siendo penetrada. Quedó como transformada. Su amiga no cesaba de hacerle preguntas. Desde aquella tarde, ya le hacía el amor con toda libertad a Lucía, salvo que me cuidaba muy bien de no correrme dentro de ella. Tengo, afortunadamente, buen control mental y puedo resistir. Solo hubiera faltado un embarazo, menudo disgusto. La chiquilla se lo pasaba bomba, era incansable. Tras satisfacerse gustosamente, se cuidaba de relajarme a mí su amiga Ana, que ocupaba su lugar, pero ésta para sentarse sobre el pene horizontal, según el método antes explicado. Desde luego, aprendíamos todos mucho, menos los estudios, que aquel año no fueron bien para nadie.

Ana, más tímida, más miedosa, seguía sin decidirse a la penetración, no quería perder su virginidad. Pero poco a poco me vino a la mente una idea algo maquiavélica. Me decidí a sodomizarla. La chica estaba bien desarrollada, un trasero espectacular.... no habría problemas.

Una tarde, tendida Ana boca abajo y desnuda, le pedí a Lucía que me acercara un aceite hidratante. Lo extendí por toda la piel de Ana, que gozaba un poco adormilada. Le puse una almohada bajo las caderas, levantando bien su trasero, que sobresalía todo respingón. Froté bien con el aceite todo su sexo, su trasero, sus nalgas, unté bien mi polla con el ungüento. No quise estimular con el dedo ni con la cabeza de la polla el agujero de Ana, porque con seguridad se hubiese negado. Así que me decidí a tomarla por sorpresa. Volví a untarme bien el pene con la crema, le guié un ojo a Lucía, que al lado observaba atenta, haciéndole saber mis intenciones. Ella me dedicó una sonrisa cómplice y se acercó expectante al nuevo experimento.

Separé las nalgas de Ana. Me coloqué sobre ellas, apoyando una mano en la cama, con la otra me agarré bien la polla por el medio para evitar que se doblara. Apunté a su ojete trasero........presioné con fuerza............zas....¡.

Aaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh

Un gritito de sorpresa más que de dolor se escapó de la boca de Ana. Le introduje solo la cabeza. Totalmente engrasada mi polla, tampoco le produjo especial dolor. Pero eso sí, totalmente asombrada. No esperaba eso, ni tampoco estaba informada del sexo anal.

Tranquila, cielo, tranquila, relájate.

Así lo hizo ella, Aguantó. Esperé pacientemente. La presión que ejercía su esfínter sobre mi miembro se fue aflojando. Se dilataba. Presioné algo más, introduciéndole un par de centímetros. Ahora inicié un movimiento muy lento, atrás, adelante. Ella comenzaba a gozar. Le dije a Lucía que le estimulara el coñito por detrás de mí, y así lo hizo, arrancando gemidos de placer de Ana. Seguí empujando.... hasta la mitad. Ahora ella, entre la penetración y las caricias de Lucía, se corrió como una loca. Aflojé la presión y salí de ella con lentitud. Los días próximos ya le fue entrando completa sin grandes problemas

En definitiva, el verano continuó. Yo convertido en un verraco auténtico. La madre por un lado. Las chicas por el otro. Ni que decir tiene que ni oposición ni leches, aquel año imposible.

Ahora han pasado ya algunos años. La oposición la aprobé al año siguiente y fui destinado a una capital relativamente cercana. Yo sigo soltero, disfrutando de la libertad y disfrutando de las mujeres, bendito regalo. Lucía se ha casado. Algunas veces hablo con ella por teléfono, cumpleaños y demás ocasiones. Dice que de momento no quiere verme, que sería un peligro... Le pondría los cuernos a mi esposo, me dice, y de momento no quiere.

Por el contrario sigo teniendo algún contacto con la madre, aunque ya más espaciados. Sigue siendo una mujer espléndida y gozo de ella como siempre.

Ahhh,.... y Ana. Ana ya es toda una mujer, espectacular. Sigue soltera. Y también coincido con ella alguna vez. Ahora ya no es virgen, claro.....Ahora las cosas han cambiado y no tiene problemas de conciencia. Y yo que lo vea, amigos.

Saludos, gracias por vuestra paciencia. Hasta la próxima.