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Mi primera transexual

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Mi primera transexual

 

Soy Eduardo, con  39 años de edad. Casado con dos hijos aún pequeños.  Vivimos en Madrid.

Tengo una vida muy normal, de padre y esposo, con un trabajo también normal.  Procuro en lo que puedo dedicarme a mi familia y creo que lo consigo.  Pero un defecto hay que tener, y yo, como tantos otros hombres, soy bastante mujeriego.  No es que sea un auténtico putero, pero vamos, que dos o tres veces al año, alguna mujer que no es la mía,  me la pongo debajo. 

Me considero el hombre tipo macho, educado únicamente para follar a mujeres. Ni se me había pasado por la cabeza alguna otra relación sexual que no fuese con ellas.  Pero he aprendido que no se puede decir de esta agua no beberé y de ahí el motivo de este relato, para que el que se sienta aludido y tentado por otras experiencias, cuente con la mía por si le resulta provechosa.

En el barrio donde habito, muy cerquita,  tiene Tomás su bar.   Casi todo el barrio pasa por allí,  ya que da un buen servicio, muy limpio todo,  y mucha amabilidad con la clientela.   Yo me llevó muy bien con Tomás, porque también está hecho un buen mujeriego y me tiene muy bien informado de todos los chismes que circulan por el barrio, si fulana es facilona, si la otra le pone el cuerno al marido,  etc.

Era una mañana de sábado, sobre las 13,00 horas.  Yo me tomaba un vermut en la barra, leyendo la prensa.   Tomás se acercó a mí y me hizo un movimiento con la cabeza, para que prestara atención a mi derecha.  Así lo hice y me encontré con una chica que terminaba de entrar,  despampanante, exquisita.  Una mujer joven, alta,  guapa, muy bien proporcionada, exquisitamente vestida, cosa que no abundaba por el barrio. Vestía un abrigo ligero de entretiempo, abierto, lo que le permitía lucir una atrevida minifalda que dejaba libre unas piernas perfectas, embutidas en medias negras y zapatos de tacón.  Rubia, muy bien peinada y discretamente maquillada.

Aparentaba unos treinta años y desde luego, toda una mujer de bandera, de las que forzosamente tienes que volver la vista al pasar.   Yo, desde luego, cuando tengo una mujer así cerca, no le quito ojo,  porque si no se puede otra cosa, al menos que la vista se nos alegre.  Así que aparté un poco el periódico y recorrí con la vista la espléndida silueta de la mujer,  deleitándome con tanta belleza.   Ella se dio cuenta perfectamente y no se molestó por ello, ya que movió un poco la cabeza para mirarme y me hizo un breve movimiento de cabeza a modo de saludo, con una ligera sonrisa.

Me encantó su reacción. Una mujer que sabe estar, que sabe agradecer la admiración que un hombre le manifiesta, no como algunas otras estrechas, que las miras (sin faltar al respeto, claro, es decir, sin que sea una mirada insistente,  grosera),  y se molestan.  Pero tiene que haber de todo, claro.

Era además simpática.  Se dirigió a Tomás (ya era clienta habitual),  pero con mucho desparpajo y amplia sonrisa.

-          ¿Tomás,  está ya preparada mi paella?

Tomás también tenía servicio de comida para llevar.  Entregó a la chica una bolsa con un recipiente,  ella pagó y se despidió amablemente.  Al pasar junto a mí, nueva sonrisa y una leve despedida.

-          Hasta luego, buenas tardes  - dijo-.

-          Adiós, guapa  -contesté, mientras la seguía con la mirada al salir-.

Cuando Tomás se liberó algo del trabajo y quedaron menos clientes, se acercó a mí, apoyándose en la barra, para hacerme confidencias.

-          Está buena, eh

-          Buenísima, joder, menudo polvo tiene la chiquilla…

-          Jajajajaajajaja…..

-          ¿De qué te ríes?

-          Porque lo de chiquilla…ajajajaja…. Es un decir.   Es un transexual….

-          ¡¡¡ Joderrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr …¡¡¡  No me lo puedo creer.   Es toda una mujer.  ¿Seguro que tiene polla?.

-          Sí, la tiene, sin duda, me he informado bien.

Si Tomás lo decía, no había dudas.  A él nada se le escapaba, controlaba perfectamente a toda la vecindad.  

-          ¿No decías que le echabas un buen polvo….jaajaja?

-          Leches, ahora ya no…  sabiendo que es un tío.

-          Nooooooooo, no te confundas.  De tío, nada, es una transexual y guapísima, no la insultes con eso de tío, no seas antiguo.  En la cama posiblemente sea una mujer excepcional.

-          Ya, ya, pero…   Mira, Tomás,  le he dado por el culo a casi todas las mujeres con las que me he acostado.  Pero no me imagino dando por culo a una persona, echar la mano adelante y encontrarme un pollón en lugar de un coño….   Ni me lo imagino, vamos.

-          Cuestión de gustos, Eduardo.  Hoy día ya estos temas se ven con mucha más libertad y naturalidad.

Me despedí de Tomás para irme a comer, sin saber que al día siguiente, domingo,  me esperaba una sorpresa.

Estaba en el parque, con los dos niños.  Habitualmente los llevo una horita antes de comer,  mientras mi mujer aprovecha para salir a alguna compra.   Sonó mi teléfono móvil.  Al otro lado, me hablaba una suave y dulce voz de mujer.

-          Hola… ¿eres Eduardo?.

-          Sí, soy yo… dígame.

-          Bueno,  yo soy Elvira. Mi nombre no te dice nada.   Pero creo que enseguida sabrás quien soy.

-          Ahora no caigo, perdona.

-          Claro, normal.   Acuérdate de ayer a mediodía, en el bar de Tomás ¿vale?.

-          Sí, allí estuve, ciertamente.

-          Claro.  Y entró una señorita, rubia, a retirar una paella…

En eso momento ya caí en la cuenta.  Estuve a punto de meter la pata y decir…Síiiiiiiii, la  transexual……. Afortunadamente me mordí la lengua a tiempo.

-          Sí, sí, ya se quien eres. 

-          Perdona que te llame, si te molesto me lo dices. Ha sido Tomás, quien me ha dado tu teléfono.

Pensé para mí que Tomás era un gran cabronazo.  Le ha dado mi teléfono para cachondearse de mí, el muy mamón, verás cuando lo vea.  Ella continuó hablando, con su voz dulce, melodiosa.  Yo bastante apurado,  a pesar de presumir de ser un hombre de mundo.

-  Bueno, supongo que Tomás te ha informado ya de que tipo de mujer soy.   Me ha hablado de ti, de tus gustos por las mujeres, etc.    ¿Has estado alguna vez con una mujer como yo?

Pronunció la palabra mujer con acento distinto, como recalcando su condición distinta a la habitual.

-          Pues no, no he estado nunca… Creo que no me atrevería, no sé….

-          Mira, Eduardo,  la vida nos regala una sexualidad muy variada. Pero nos han encorsetado con la educación reprimida, nos han cargado de tabús.

Yo escuchaba, sin decir nada.

-          Y créeme, que tras verte en el bar, me has gustado, me has parecido un hombre muy interesante.  Y de veras, no es que yo me dedique a la caza y captura de tíos, pero esta vez he hecho una excepción, y hablando con Tomás él también me dijo que tú podrías estar interesado en algo distinto… ¿Es así?.

-          Bueno…. Yo creo que eso es un poco una tomadura de pelo de Tomás, es muy guasón y para divertirse un poco, te ha dado mi teléfono  -yo no sabía por donde salir-.

-          Bueno, mira.   Yo conozco a muchos hombres.  Me relaciono con normalidad con ellos y no forzosamente tengo que acabar en la cama.  A veces tomamos unas copas,  hablamos, etc.    ¿Te apetecería intercambiar opiniones en un ratito de charla conmigo?

-          Ehhhh, esto…. Bien,  vale… lo pensaré.  Te llamaré.

-          Gracias por pensarlo. Te espero.  Hasta luego….

No quise darle un no rotundo,  porque no soy descortés.  Pero colgué el tfno con la seguridad de que no volvería a hablar con ella.  Pero durante la semana me fue despertando la curiosidad.  No quise ir por el bar, para no tener bronca con Tomás.  Pero no se me quitaba de la cabeza la chica.   ¿Y si me atreviera?  ¿Qué podría perder? Si no me gusta –me decía, para convencerme-  con no volver, pues todo arreglado.  No me sentía realmente atraído por su condición de transexual,  en el fondo yo la veía como una mujer extraordinaria, de esas mujeres que si puedes conseguirlas pasan a formar parte de tu vida, aunque sea solo en un encuentro.

En fin, que fue pasando la semana y llegó el domingo siguiente. Yo otra vez en el parque con mis hijos.  Mi móvil en la mano, dándole vueltas,  quería llamar, hacía intento de marcar, luego me arrepentía.

Tras un largo rato de indecisión, al final en un arranque de voluntad, hice la llamada. Descolgó el teléfono y me habló sin darme tiempo a decir nada.

-          Holaaaaaaaaa…..Eduardo……….gracias por llamar.

Tenía mi número grabado con mi nombre y enseguida supo que era yo.  Su contestación a la llamada, tan natural, tan amable, me envalentonó un poco.

-          Bueno, solo quería saludarte, saber como te va.

-          ¿Sabes, Eduardo?  Esperaba tu llamada, de veras, lo he pensado en toda la semana y no tenía claro si al final te ibas a decidir, muchas gracias.

Hablamos un largo rato de cosas intrascendentes.   Yo sin atreverme a ninguna petición concreta, y tuvo que ser ella quien se decidió.   Y yo ya me dejé llevar, sin pensarlo muy bien.

-          ¿Eduardo… cuándo tomamos unas cervezas?.

-          Vale… cuando tú quieras.  ¿Nos vemos en el bar?.

-          No, no… No es discreto, ni para ti ni para mí.  Mejor en mi casa,  estoy en el edificio de al lado del bar de Tomás.   ¿Te espero mañana, en la tarde?.

-          Vale….

Me dio la dirección y quedamos a las cinco de la tarde.

Los domingos después de comer los chicos se quedaban viendo los dibujos animados en la TV y mi mujer se relajaba echando una siestecita. Yo aprovechaba para salir a hacer deporte.  Así lo anuncié.

-          Cariño, me voy a dar una vuelta.  Volveré como en un par de horas.

-          Vale, cuando vengas te quedas con los niños y salgo yo a tomar algo con Amalia.

Amalia era la mejor amiga de mi mujer.  Más de una vez, en mi condición de marido,  pensaba que si esas salidas con Amalia en realidad no serían algún encuentro que ambas tenían con algún extraño.  Siendo putero como soy,   uno sospecha pensando que todos son iguales que uno mismo.   Pero bueno,  eso ahora es cosa aparte.

Llegué a casa de Elvira a la hora concertada.  Me recibió muy sexy, con un camisoncito corto blanco, bastante escotado y sus zapatos de aguja.  Realmente exquisita. Deliciosamente perfumada.   Al entrar en pequeño vestíbulo del apartamento,  dos puertas abiertas mostraban el salón a un lado y al otro la cocina.

-          ¿  Quieres un café…? ¿Sí?.. Pues ponte cómodo, pasa al salón que ahora te lo sirvo.

-          No,  si no te importa, prefiero en la cocina, así no te molestas en ir y venir.

Me gustan las cocinas, me parecen más personales, menos frías que los salones, especialmente claro si no están revueltas.  En este caso era un ejemplo perfecto de limpieza, todo recogido e impecable.  Me senté en la mesa mientras ella calentaba el café.  Pude darme cuenta de su cuerpo perfecto,  las piernas torneadas, unas caderitas y un culito redonditos.   El camisón que aunque corto era de tejido poco transparente, no permitía adivinar sus atributos íntimos.

Sirvió los cafés y charlamos un largo rato.  Mujer culta, de conversación muy agradable, sabiendo estar.  Se notaba su buena preparación.  Le pregunté de donde era,  tenía entonces veintinueve años.

-          Soy de una ciudad pequeña de provincias. Me vine a Madrid, porque en esas ciudades todo el mundo se conoce y no se admiten bien situaciones como la mía, no quería además causar dolor a mis padres con los comentarios. Me vine en cuánto fui mayor de edad.

Siguió comentando cosas de su vida.

-          Tuve claro muy pronto que me sentía muy mujer.   En cuando llegué a Madrid inicié un tratamiento de hormonas, con control médico. Me cuido también mucho.  Eso me ha permitido estar como estoy…¿Ves?....Jajajajaa.

Se movió de un lado a otro, coqueta, mostrando su belleza radiante. 

-          Mi figura es la de una auténtica mujer.  Mira….

Se bajo descarada un tirante del camisoncito y dejó libe el pecho izquierdo.  Un seno delicioso, totalmente redondo,  firme,  con un pezón bien desarrollado.

-          Nada de silicona, eh… Totalmente natural.  Se desarrollan así  con las hormonas.  Ya verás después que tacto tan agradable tienen. 

- Caray –dije para mí-  no se corta un pelo, ya me está anunciado que le tocaré las tetas.

-          Y mira las piernas…¿que te parecen?

Se subió un poco el camisón, mostrando unos muslos perfectos, ni un atisbo de vello,  piel reluciente, perfectamente hidratada.

-          Perdona, Elvira, que te pregunte… ¿Cobras por tus encuentros?.

-          No, cariño, no soy una puta. Tengo un buen trabajo, dependiente en una tienda de ropa de lujo.  Gano lo suficiente para mí misma.  Pero no te voy a negar, que alguna vez, si un hombre se encaprichó mucho conmigo,  y me cogió en un momento de apuro económico,  si le cobré bien.  Pero solo en contadas ocasiones

-          ¿Dime, y eres activa o pasiva?

-          Puedo hacer lo que me pidan, no tengo problemas.

-          ¿Mujeres también?

-          Claro, la mayoría de los transexuales somos bisexuales. Al fin y al cabo tenemos órganos masculinos y las hormonas de hombre no desaparecen del todo.   Y nos gusta por ello meterla en un coño, no hay problema, por lo menos a mí.

-          ¿Y con que tipo de mujeres has quedado?

-          La mayoría compañeras de trabajo que buscan algo de morbo en su vida rutinaria. Suelen ser mujeres casadas, algunas con algo de inclinación lésbica.  Quieren algo distinto y conmigo satisfacen dos deseos, uno, el de tener dentro una polla diferente a la de su marido, y otro,  acostarse con una mujer.  Todas quedan encantadas.

Apuramos el café y también una copa.   Luego ella se levantó, me agarró del brazo y me condujo hacia el fondo del apartamento, sin decir nada,  pero con una sonrisa muy tierna y tranquilizadora.

-          Ya verás como estás a gusto conmigo…Tranquilo.

La cama estaba ya abierta,  con sábanas blancas impecables,  planchadas.  El dormitorio con luz muy tenue, casi en penumbra.

Se metió en la cama,  al tiempo que me invitaba a desnudarme.   Se tapó con la sábana hasta la cintura y se despojó del pequeño camisón. Luego, sin apartar la sábana, también se sacó una braguita blanca de encaje, que dejó caer a un lado de la cama.   Entendí que esa forma de desnudarse no era por su propio pudor, sino por el mío, ya que quería evitar el impacto negativo que podrían producir en mí sus genitales masculinos. 

Tras desnudarme también, entré en la cama, tapándome también hasta la cintura.  Mi miembro estaba flácido,  producto del nerviosismo. 

-          Que  mal rollo –me dije-,  verás como pego gatillazo y quedo fatal.

Ella se echó un poco sobre mí y comenzó a obsequiarme con una larga tanda de besos. Nunca los olvidaré,  jamás otra mujer me había besado con tanta maestría.  Manejaba como ninguna el cojín interior de sus labios carnosos y la lengua suave. Tenía un aliento fresco que me encantaba.

Me dejé hacer,  ya algo más relajado.  Tal era la delicia de aquellos besos que me empalmé totalmente, pero sin darme siquiera cuenta.   Caí en la situación cuando ella me echó la mano al miembro.

-          Ayyyyyyyyyyyy, Eduardo….. que bien…ajajajaa,  que pollón más duro…..¡¡

Siendo ya consciente de mi erección,  comencé a actuar, menos preocupado.   Le eché las manos al culo,  respingón,  carnoso, suave.   Se notaba que era amiga de gimnasio.  Y las tetas…uuuuffff.  Tenía razón, un tacto muy agradable, un poco más duras que lo habitual.  Me eché los pezones a la boca, mamando largo rato, mientras ella seguía con un suave masaje a mi polla.

No sé cuanto tiempo pasaría con esos preliminares.  Ella decidía el momento siguiente, y así lo hizo.

-          Cielo,  creo que ya tengo que ser tuya…No puedo esperar más.

De la mesilla sacó una caja de preservativos y me calzó uno.  Seguidamente se puso de espaldas a mí, echada de lado sobre su costado izquierdo, encogiendo las piernas dobladas y quedando el culo bien expuesto.  Apartó ya la sábana para que tuviera una visión completa de ella desnuda.  Yo me coloqué pegado a su espalda, un poco atravesado sobre la cama, para un acoplamiento mejor.

Aparté con una mano la nalga superior de Elvira.   No era por supuesto la primera vez que me enfrentaba a un agujero oscuro.  Pero esta vez era distinto. En otras ocasiones,  aparecía también una raja femenina jugosa.  Esta vez no.  En su lugar aparecieron dos hermosos testículos, redonditos, gordos.  Toda la zona estaba exquisitamente depilada.   No me produjo ningún tipo de rechazo la presencia de las glándulas.  Al contrario, era como un atractivo nuevo. Aparte de eso, la visión de la chica desde atrás era algo fuera de la común.  Una silueta de mujer perfecta. Una espalda de piel exquisita, sin  mancha alguna, suavísima, tersa.  Los glúteos redondos y respingones y los muslos cálidos.  Dediqué un buen tiempo a acariciar  todo el cuerpo, con mi mayor interés y con comentarios aduladores de su físico.  Ella se dejaba hacer, halagada.

Sin ánimo de penetrarla todavía,  estuve largo rato con mi polla encajada entre sus nalgas, frotando arriba y abajo.   Cuando lo he hecho otras veces,  tras frotar así la parte anal, el miembro seguidamente se encaja en el coño mojado, atrás y adelante.  Ahora la punta de mi polla hacía tope con los testículos, que  impedían seguir más adelante.   Yo presionaba fuerte contra ellos, encantado de la nueva sensación y volvía atrás para repetir el movimiento.  Ella gemía dulcemente.  Yo tenía la estaca como un poste, se habían terminado mis miedos.

Consideré que el momento había llegado.   Pero me daba un poco de apuro iniciar la penetración sin un lúbricamente adecuado. 

-          Cariño… ¿no quieres que te ponga algo de crema?.

-          No cielo, no hace falta. Me tienes muy excitada, me noto muy abierta por detrás.  Además, el preservativo tiene ya lubricante, no te preocupes.  Pero por supuesto,  ten cuidado, no seas brusco, por favor…

Volví a levantar la nalga superior con una mano y con la otra me agarré el cipote, llevándolo a su entrada.   Ella tenía razón, fue bastante fácil.  Apreté con suavidad, pero con firmeza y le encajé medio miembro sin dificultad alguna. 

-          ¡¡ Qué rico, cariñoooooooooooo… - exclamé, sincero-.

Sería la novedad o no sé qué.  Pero la sensación era mucho más deliciosa que la que había sentido al encular a las mujeres que habían sido mis amantes.  Ella agradeció mis cuidados.

-          Eres un hombre muy delicado… Ya fuesen todos así, de veras…Gracias.  Me encanta también de que estés dentro de mí y que lo disfrutes tanto.

Ella había levando ligeramente su pierna derecha para facilitarme la penetración.  Ahora yo podía ver ya sus testículos al completo y su miembro viril. Tenía Elvira un miembro más o menos normal, quizás un poquito más grande de lo habitual, pero sin salirse de la media.   No tenía una erección completa, estaba solo  morcillona.

Apreté un poco más y muy despacio, le introduje todo lo que faltaba, sin la más mínima queja por su parte.   Inmóvil,  se dejaba hacer sin protestas.   Yo gozaba también silencio.  La tenía muy bien abrazada.  Mi brazo izquierdo pasaba debajo de su cuello y esa mano agarraba una de sus tetas.  Con la otra mano seguía acariciando el culo, los muslos y todo lo que podía de su cuerpo.

Aún tímido por mi parte,  no me atrevía a llevar la mano a sus genitales.  Tuvo que ser ella otra vez la que actuara.  Me agarró la mano y la llevo a su pene.

-          Tócame ahí, cielo, me apetece mucho…

Manoseé el miembro que me ofrecía.  Era una sensación extraña, estaba tan clavado a ella que al masturbarla parecía que estaba tocando mi propio pene.  Tampoco tuve sentimiento de rechazo.   Al tiempo que la estimulaba yo bombeaba despacio en su recto, disfrutando del estrecho conducto.  Ella entró en una erección completa,  cosa que me complació en gran manera, pues me sentí satisfecho de hacerla disfrutar.

Pasó otro largo rato, de mutua complacencia.   Ella entonces me apartó a un lado.

-          Descansa un poco cielo,  estoy a punto de correrme y es pronto todavía.

-          Pues menos mal que lo has dicho, a mí tampoco me faltaba nada.

Ahora me hizo tumbarme boca abajo.

-          Relájate, te daré un buen masaje.

Me quitó el preservativo.  Extendió una generosa cantidad de aceite hidratante sobre todo mi cuerpo y llevó a cabo un concienzudo masaje, muy erótico.  Los hombros, el cuello, la espina dorsal,  los trabajaba con gran experiencia.    Fue bajando después a mi culo y mis muslos, que me los hizo abrir todo lo posible.   Untó bien mis testículos, los apretó con cuidado.  También untó bien la raja del culo y frotó el agujero virgen.   

Con las manos bien engrasadas introdujo un dedo en mi ano y lo movió en círculos.  Cuando lo tuvo algo dilatado, introdujo dos dedos y volvió a repetir.  La sensación era sumamente placentera. 

Tras unos quince minutos, me hizo dar la vuelta y me puso boca arriba.  Repitió el masaje en mi pecho y vientre.  También en la polla, pero de forma muy breve, ya que yo tenía una tremenda erección y ella, experta, sabía que podía correrme en cualquier momento.

Después me hizo levantar el culo para poner la almohada bajo mis caderas.  De esa forma quedó levantado mi pubis.   Me hizo ahora abrir bien las piernas, como si yo fuese una hembra.  Y se colocó entre ellas,  totalmente echada encima de mí, toda su piel encima de mi cuerpo.   Los genitales de ambos se frotaban y sentir su polla rozar con la mía fue la sensación más extraña que he tenido, pero sin duda una de las más placenteras.  Sentía bien sus testículos bambolearse sobre los míos, después subir frotándolos a lo largo del fuste de mi polla.  No puedo apenas describir tan excitante situación, me faltan palabras.

Me hacía gozar  muchísimo.   Ya tuve que avisarla que el fin era próximo.

-          No puedo más, Elvira, no puedo más….

-          Eh, eh… no, no. Quieto, quieto, aún nos falta mucho.

Se retiró sin tocarme y dejó pasar un par de minutos, mirándome socarrona.

-          ¿Estás bien, cielo?

-          En la gloria, Elvira, no lo sabes bien, eres una maravilla.

Pasado ese breve tiempo, en el que yo me había enfriado algo y no corría el riesgo de terminar,  se agachó hacia la mesilla y cogió otro preservativo, enfundándoselo en su propia polla.  Imaginé lo que iba a  ocurrir.  Tuve el último arranque de machismo reprimido e hice un ademán de incorporarme, pero ella me sujetó por los hombros y me hizo tumbarme de nuevo.

-          Tranquilo, Eduardo, tranquilo,  es más fácil de lo que parece, ya verás.

Colocada de rodillas entre mis piernas abiertas  (yo parecía una auténtica puta en esa postura),  se apoyó en un brazo estirado y con la otra mano se agarró el miembro erecto, dispuesta a atacarme sin más preámbulos.   En la postura en que yo estaba, con la almohada bajo mi culo,  para ella era bastante fácil acceder a mi trasero, aunque necesita un poco de colaboración también.

-          Relájate,  no pienses en nada, déjate llevar…Ábrete un poco las nalgas, por favor.

Yo, obediente,  me separé los glúteos con ambas manos y esperé que llegase lo que tuviera que llegar, llegados a ese extremo ya había que aguantar.

Ahí estaba yo.  Todo un macho alfa,   follador impenitente de mujeres.   A punto de ser enculado.  Nunca lo hubiera imaginado, pero ahora tenía encima a toda una mujer, deliciosa, de inmensa belleza.  No pensaba en ese momento en que esa mujer tenía un falo y que estaba dispuesta a introducirlo en mí.  Eso, a pesar de todo, era casi cuestión secundaria.  Ahora yo quería que ella gozase conmigo, como yo lo había hecho con ella.  Una tremenda adoración por ella y una gran sumisión me embargaron.  Era yo como un hombre objeto, sometido, entregado.  Una faceta  femenina  y desconocida hasta entonces había surgido en mi mente y en mi cuerpo, y sin dejar de ser el hombre que había en mí, ahora estaba descubriendo, como bien ella me había dicho, que la sexualidad es mucho más que le penetración de  un hombre  a una mujer.

Ella volvió a repetir que me tranquilizara.

-          Relajado, cielo, relajado,  no aprietes, no aprietes hacia dentro, te dolería.  Deja el culito a su aire, como si no pasara nada. Olvídate de todo…

Sentí la presión de la punta del miembro.  En mi experiencia como enculador de mujeres sabía bien que el peor momento era la entrada, la dilatación del esfínter.  Procuré relajarme, como ella me aconsejaba.

-          Ayyyyyyyyyyyyyyyyyy, ayyyyyyyyyyyyyyy….

Me quejé un poco, pero no mucho.  El ano estaba ya un poco dilatado con sus dedos y el lubricante del preservativo facilitó la entrada.  Seguí con  los ojos cerrados, me daba auténtica vergüenza mirarla.   Había entrado el glande y ella esperó a que me acomodara.  Me seguía dando ánimos, desde luego era un encanto de persona,  de dulzura infinita.  Estaba muy atenta  a la reacción de mi cara. Si notaba un gesto de dolor por mi parte, se paraba y se retiraba unos milímetros.  Si veía que mi gesto era de placer, apretaba un poco más.  Ella esta encima, ella dominaba.

-          Tranquilo, mi amor, lo estás haciendo muy bien, estás aguantando perfectamente. Sigue así, relajado, bien, bien…

Me agarré a su cintura,  para llevar mejor el trance y al mismo tiempo sentir que era ella,  para sentir su cuerpo y su calor.   Seguía sin abrir los ojos,  tímido, entregado.  Ella me regaló por mi buen compartimiento un largísimo beso, al tiempo que sacaba casi todo el miembro, dejando solo la estricta punta dentro para evitar que me cerrara.  El leve movimiento de vaivén contribuía a que yo empezara a gozar.  Y ahora volvió a empujar con decisión.

Ella echó un vistazo a mi bajo vientre, para comprobar  la situación.

-          Joder, cariño, como estás, tienes la polla a reventar…

-          Pues anda que tú…ajajajajaaj.  Me tienes totalmente empalado.

-          Empalado, pero feliz, espero.

-          Pues sí, para que negarlo, estoy a gusto.

Me relajé ya totalmente. Sin miedos,  sin tapujos.   Me convertí en ese momento en un hombre penetrado,  sin complejos trasnochados de macho.  Gozaba sintiendo la dura carne de la mujer en mi interior. Ella se dio cuenta y empujó ya hasta el final, hasta que sus testículos se pegaron a mis nalgas. Abrí un poco los ojos y pude ver su cara radiante. Ella seguía muy atenta a mis reacciones, por si me molestaba la penetración y tenía que retirarse algo.  Pero  ya no era así, por mi parte no hubiera habido problemas incluso si ella la hubiera tenido más grande. Es más, la situación era tan sorprendente,  que incluso me hallaba satisfecho, orgulloso, de haber respondido tan bien a mi primer enculamiento.  Y cómo si yo fuese una auténtica zorra,  volví con mis manos a abrirme las nalgas.  Ella se dio cuenta de mi buena disposición y ahora el empujón fue tremendo,  con toda la fuerza de sus caderas, ya la delicadeza podía dejarse a un lado,  Elvira sabía que ya podía follarme casi de forma despiadada, dando sueltas a  una pasión que se desbordaba.  Esta vez sí, me quejé, claro, del tremendo envite.

-          Ohhhhhhh, Ayyyyyyyyyyyyyy,  ayyyyyyyyyyyyyy, no tanto, no tanto, Elvira.

Pero ella ya sabía que a pesar de esas molestias podía seguir, sabía que yo era ya un hombre entregado a su lujuria, que podía hacer conmigo lo que quisiera.  Así que los fuertes empujones siguieron, aunque afortunadamente, cada vez me molestaban menos.  Mi culo ya se había acostumbrado.

Metida así toda su polla por mi trasero,  se dejó caer completa sobre mí,  relajada igualmente,  captando las dulces sensaciones.

-          Estás buenísimo, cariño… -me dijo-  Tienes un culito virgen,  estrecho, riquísimo, muy caliente.  Me haces disfrutar mucho.

Casi me entraron ganas de reír.  Que me dijeran lo que yo tantas veces había dicho a otras mujeres cuando las penetraba, no dejaba de tener su gracia.  Nos quedamos los dos casi inmóviles, sintiendo el íntimo contacto de los cuerpos.  Para que esas sensaciones fuesen más intensas, ella la sacaba hasta la mitad y me la volvía a meter hasta el fondo, con movimientos suaves unas veces, otras volvía a los fuertes empujones.  Yo estaba tan dilatado, que no sentía el más mínimo dolor, solo placer. Para que ella se acomodara bien,  me había abierto totalmente de piernas,  cual fémina  puta y follada. Algunas mujeres cuando las sodomizaba me comentaban que la zona anal es rica en terminaciones nerviosas y por ello también se puede sentir gran placer.  Pero nunca imaginé que yo recibiría la misma moneda.

No sé cuánto tiempo pasó.  Perdí la noción de ello.   Estábamos tan a gusto que ninguno hacía intención de dejarlo.   Ambos con una terrible erección, yo notaba mi miembro durísimo y aplastado por el vientre de ella.   La sensación era que estaba  a punto de eyacular,  pero sin llegar a ello, en un estado de pre-orgasmo continuo que nunca había sentido.

Los testículos empezaron a dolerme.

-          Elvira, mi amor… No puedo más, ahora sí, ahora ya tengo que terminar.

-          De acuerdo, cariño, terminaremos juntos.

Se incorporó un poco, lo justo  para  meter la mano entre nuestros vientres y agarrar mi polla con su mano.  Inició otra vez un bombeo más rápido y potente en mi culo, ya sin compasión de mí.   Al mismo tiempo  manoseaba bien mi falo con movimientos de experta,  apretando la cabeza del glande.  Casi me desmayo de placer.

-          Ahhaaaaaaaaghhhhhhhhhhhhhh, ayyyyyyyyyyyyy, síiiiiiiiiiiiiiiiiiiii….

Las exclamaciones eran de los dos, simultaneando nuestros respectivos orgasmos.   Yo abrí esta vez bien los ojos, para mirar su cara radiante.  Ella en cambio los había cerrado, concentrada.  Más bella aún.  Sentí perfectamente las contracciones de su escroto, que se transmitían a mi recto a través del miembro viril de Elvira cuando depositaba en el preservativo sus chorros de esperma, sentí perfectamente al menos que eran tres.  Solo lamenté que la habitual precaución que hay que tener en estos casos nos obligara al uso del condón, me hubiera gustado recibir esos chorros directamente en mi interior y llevarlos conmigo como preciado tesoro.   Mientras se corría no dejó de manipular mi miembro y al tiempo que ella orgasmaba yo solté también todo mi contenido testicular sobre mi propio vientre,  cual copiosa nevada.

Se volvió a dejar caer, exhausta sobre mí, sin importarle manchar también su vientre de mi esperma.  Pero  no retiró el miembro de mi interior,  su juventud le permitía mantenerlo bien erecto a pesar de haber eyaculado. Los dos seguimos bastantes minutos más disfrutando de tan íntima unión.  Al final el miembro salió ya solo,   flojo,  agotado,  exprimido. Se quitó la funda de su polla y la dejó caer al lado de la cama.  Volvió a mostrar su agradecimiento.

-          Uffffff, Eduardo, me has quedado seca. Que delicia, creo que ha sido el mejor polvo que he echado.

-          Pues también digo lo mismo, Elvira…  Me has sacado todo lo que tenía dentro.  Me has hecho un auténtico  hombre y… una auténtica mujer, caray.  Nunca lo hubiera imaginado. ¿Me habré vuelto gay?

-          No cielo, no eres gay.  Para nada. Un auténtico hombre que ha descubierto sensaciones nuevas. No tengas complejo alguno.  Me has hecho muy feliz, gracias.

-          Yo le iba a echar la bronca a Tomás, pero creo que tengo que invitarle a compartir una botella de buen vino…ajajajaa.

-          Jajajajaaja, sí, sí. Sin duda,  tuvo buen acierto al darme tu teléfono.

-          Me voy rápido, Elvira, se me hace tarde.

Me di una ducha y me despidió en la puerta, con el más cálido de sus besos.

-          ¿Volverás?

-          ¿Tú que crees?

Fui amante de Elvira durante un año.  Son los recuerdos más bellos que puedo tener.  A ella la trasladaron de ciudad por cuestiones de trabajo y le perdí la pista.  Tuve después algún encuentro con alguna otra trans, pero nada, nada que ver con ella. Decepcionado y ante la seguridad de que no iba a encontrar a otra tan extraordinaria, renuncié a nuevos encuentros con transexuales. 

Pero todo lo que ella me enseñó en ese año, que fue mucho,  lo apliqué a mis encuentros con mujeres y de esa forma la sigo recordando y homenajeando.