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Mi mujer y el negro: la pareja perfecta.

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MI MUJER Y EL NEGRO, LA PAREJA PERFECTA

 No tengo más remedio que reconocerlo:  está muy buena, la jodía puta.  Sí, me refiero a mi mujer.  Son 44 años espléndidos,  bien cuidada,  buena figura,  aficionada al gimnasio,  al instituto de belleza, elegante en el vestir, etc.  Llama la atención por donde quiera que vaya.  Vecinos, amigos, la miran sin recato cuando pasa y ella se deja acariciar con esas miradas de deseo.  Es coqueta, sabe que gusta y agradece que la miren.  Muy mujer.

Cometí un error al casarme con ella;  lo digo por la diferencia de edad,  le llevo 10 años y ya metido yo en los 54 me cuesta trabajo seguir su ritmo.  Es muy activa sexualmente, siempre lo ha sido,  disfrutar del sexo es para ella uno de los mejores regalos de la vida.   He procurado desde que nos casamos hace ya años tenerla satisfecha y en general lo he conseguido.   Aunque ha veces me ha costado, pero bueno… creo haber dado la talla, aunque últimamente ya es más difícil, pues aparte de la edad tengo que tomar alguna medicación para le presión arterial y eso me ha afectado bastante.

No se si ha llegado a ser infiel.  Al menos nunca he sospechado nada, pero cierto es que es mujer muy inteligente y discreta.  Y siendo como es tan mujer, tan atractiva,  no me extraña que con el tiempo le haya surgido alguna proposición que ha querido aprovechar y de ser así lo ha hecho con prudencia, sin que yo me haya enterado.  No me preocupa demasiado,  no soy un marido celoso y tampoco tengo el ridículo sentido de la propiedad que respecto a su mujer tienen muchos hombres.  Si ha querido disfrutar,  pues mira,  eso que se lleva.  Al fin y al cabo lo importante es que sigue a mi lado.

No hemos tenido hijos, porque ella tiene un problema de ovarios que lo impide.  Al estar libres hemos tenido mucho tiempo para follar lo que nos ha parecido.  Y si la diferencia de edad cuando se es joven no se nota, cuando se llega a la actual que tengo, ya pesa un poco.   Algunos días me duele a mí la cabeza…ejejeje.  Hemos caído un poco en desánimo y la líbido ya no es tan fuerte como antes.  La típica rutina matrimonial.  Estoy seguro que ella ya no me desea como antes.

Después de darle muchas vueltas, llegué a la conclusión de que mi mujer siendo tan femenina, tan especialmente atractiva, no podía estar condenada a esa rutina.   Y al final me decidí: ella necesitaba dar rienda suelta a todo su poderío sexual y hacerlo con un hombre que estuviese a su altura, un macho auténtico,  inagotable, que la dejara totalmente satisfecha.   Y concluí que ese sería el regalo para su cumpleaños.  Seré cornudo consentido, me dije,  pero ante todo está su felicidad, no puedo ser el típico egoísta que dice que la mujer solo para él, aunque no pueda cumplir bien con ella.  Algunas veces lo habíamos hablado entre ella y yo, pero quedaba siempre como una fantasía, con un fondo de humor, aunque quizás ambos podíamos intuir que deseábamos hacerlo realidad.  Poco a poco,  fui aceptando la idea y de la fantasía evolucioné hacia esa posibilidad de hacerlo real.  

Tenemos un pequeño grupo de amigos, otros tres matrimonios, con los que nos reunimos casi todas las semanas. Lo típico, la cena,  tomar unas copas, alguna vez un teatro, etc.  Los viernes noches es costumbre de acudir a un bar familiar, en nuestro barrio.

En el bar trabaja un camarero, Manuel, que es un negrito brasileño,  color café con leche, mulato.  Es muy atento y servicial,  buen profesional, muy limpio tanto en su persona como en su trabajo.   Culto (el chico estudia en sus ratos libres),  atlético,  alto (1,85).  Es además bien parecido,  nuestras mujeres dicen que les recuerda al actor Sidney Poitier.

Los viernes nos solemos quedar tarde en el local. Cenamos, tomamos las típicas copas y después unas partidas de cartas.   Habitualmente trasnochamos hasta el punto de quedarnos incluso después de cerrar el local.  Cuando llega la hora, Manuel echa el cierre a la persiana metálica,  apaga algunas luces y nosotros aguantamos una hora o dos más.   Le damos una generosa propina que le compensa.

Ni que decir tiene, que después de las copas, de estar animadas, las cuatro mujeres hacen referencias subidas de tono sobre Manuel.  Sabido es que varias mujeres juntas se animan y ante la presencia de un joven negro (Manuel solo tiene 27 años), bien parecido, muy macho,  se les alborotan las hormonas.   Mi mujer es una de las más atrevidas, pues siempre ha tenido la fantasía de follar con un negro y ante la vista de este magnífico ejemplar  se le mojan las bragas.

Manuel tiene éxito con las mujeres,  no hay duda.  Y según me cuenta no tiene problemas para irse a la cama cuando lo desea, sean jóvenes o maduras.   Aunque  en el bar, al ser su trabajo, se vuelve algo reservado y soporta estoico las bromas de las mujeres.

-          Manuel,  tú tienes que follar como una máquina, seguro….ajajaja

-          Tienes que presentarnos a alguna amiguita tuya, que nos lo cuente…

       Son frecuentes las insinuaciones de este tipo. El sonríe,  contesta educadamente,  procurando no pasarse, ya que la presencia de nosotros, los maridos, obviamente le corta un poco.

       Yo no juego mucho a las cartas, no me gusta.  Y mientras lo hace el resto del grupo leo el periódico, veo la tv, y también me encargo de llevar y traer las consumiciones a la mesa,  cosa que Manuel me agradece.  A veces me siento en un taburete de la barra y charlo un buen rato con él, que me cuenta las cosas de su vida y sus andanzas.

       Viendo, por tanto,  que mi mujer andaba bastante salida,  culminé mi fantasía: para su cumpleaños le regalaría un encuentro y sería con Manuel, para más morbo de ambos.  Así que comencé a trabajar el asunto.

       Uno de esos días, en que las mujeres andaban realmente excitadas,  yo en la barra, algo apartado del grupo,  preparaba el terreno con el camarero.

-          Hoy están calientes, eh Manuel….ajajajaja

-   Uffff… -me decía él-,  eso me parece, Rodrigo.  Están con unas ganas de echar un polvo que no veas.

       Las mujeres estaban provocativas.  Mi mujer tenía la falda bien subida y exhibía casi todos los muslos sin pudor alguno.  Otra de las amigas, que es algo pechugona  se había desabrochado un par de  botones de la blusa y lucía parte de los senos.   Los hombres estábamos expectantes, divertidos.

-          Están buenas todas, eh Manuel…  Aunque sean ya maduritas. ¿Cuál de ellas de gusta más?.

-          Joder, Rodrigo… ¿Cómo te voy a contestar a eso?

      Yo sabía bien que Manuel andaba medio enamorado de mi mujer.  La forma de mirarla, de atenderla de forma más exquisita que a las otras,  se notaba bien.  Además,  Lucía (mi mujer),  era aparte de la más atractiva, la más cuidada. El hecho de no tener hijos le permitía dedicar mucho tiempo a ella misma, siempre muy bien vestida,  maquillada, bien peinada.  Las otras mujeres no podían prestar tanta atención a sus cuidados, no tenían tiempo.

-          Vaya, Manuel, no seas tan reservado.  Dímelo, la que más te gusta, yo a ellas no les contaré nada.

-          Venga, te lo diré, no te molestes.  Tu mujer es la que más me gusta.

-          Lo esperaba y no me molesta, al contrario, me agrada, es un cumplido para mí que la veas tan bien.  ¿Te atreverías con una madura así?.

-          Por supuesto –Manuel se había envalentonado un poco- . Si no fuese tu mujer,  ya le habría hecho insinuaciones..jajajaja.

-          Bueno es saberlo,  bien, estupendo.

-          ¿Por qué?.

-          Ya te lo diré otro día.

     Una de aquellas noches,  que celebramos el cumpleaños de uno de nosotros y se comió y bebió más de la cuenta,  la cosa pasó ya a mayores.  Ellas estaban realmente escandalosas.

-          Oye, Manuel,  cuéntanos en secreto… ¿A que estás bien dotado?

-          No me quejo, no me quejo  -el camarero, aguantaba como podía-.

-          ¿Pero dinos en concreto, cuánto te mide?.

-          No sé, no lo he comprobado.

-          Mira, ante la duda, mejor que nos la enseñes.. ¿Creo que estaréis de acuerdo?

       La amiga que he mencionado del escote es la que llevaba esa noche la batuta.  Dirigió la pregunta hacia las otras mujeres, que aplaudieron la sugerencia.

-          Pues claro, claro, que la enseñe, que la enseñeeee….

        Siguieron dando la tabarra durante mucho rato, dispuestas a  no irse del bar hasta que Manuel cumpliera sus deseos.  Ante la provocación, yo notaba que tras la barra el camarero estaba entrando en erección, notaba bien el bulto tras el pantalón.  Así que en un momento dado,  Manuel, se decidió.  Salió detrás de la barra  y bajo las persianas del local, para que nada pudiera verse desde el exterior.  Ellas entendieron su intención.

-          Sí, sí, síiiiiiiiiiii.  La va a enseñar, atentas, atentas…

         -    Esperar un momento, chicas , que me cambie.

        Desapareció Manuel en la trastienda del local,  un almacén que tenía el bar en la parte posterior,  donde el chico  se cambiaba de ropa y que disponía de un baño privado. Pude oír el ruido de la ducha, ya que se estaba aseando bien, pues habitualmente tenía jornadas de trabajo intensas y quería estar debidamente presentable.

       Apareció unos minutos más tarde, solo con una toalla en la cintura. Se movió un poco por la sala, cerca de la mesa, un poquito retraído todavía.  Pero el alboroto de las señoras le hizo ya más atrevido y terminó arrojando la toalla sobre una silla, quedándose totalmente desnudo.

      Me hubiera gustado grabar a las mujeres. Enardecieron, gritaron, hasta silbaron de alegría.  Manuel mostró un hermoso falo, propio de un hombre de color.  Una polla muy respetable, no es que llegara a esos excesos de las películas porno, pero desde luego mucho más larga y gruesa que la de la mayoría de los hombres europeos blancos. Estaba en media erección, apuntando al frente. Al estar perfectamente depilado, el miembro parecía más poderoso todavía.  Mientras ellas aplaudían, entusiasmadas, nosotros estábamos algo envidiosos, que duda cabe.

        Permaneció así un buen rato Manuel para que ellas se divirtieran lo suficiente.  Ni que decir tiene que los comentarios, las risas,  las insinuaciones fueron de todo tipo, desde más o menos suaves hasta las más procaces. Pero no había duda, todas deseaban al negrito y allí mismo se lo hubieran follado si les hubiese sido posible. De haber continuado con la fiesta, seguro que más de una se hubiera llevado el miembro a la boca.   Manuel decidió ya poner fin al espectáculo.

-          Venga, venga, es hora de irnos, voy a vestirme, ir recogiendo.

        Ni que decir tiene que a mi mujer le apetecía echar un polvo aquella noche.  No me dio opción,  en la cama se tiró encima de mí y me cabalgó con entusiasmo.  Casi me violó. Menos mal que yo estaba también animado y respondí adecuadamente.   En poco rato disfrutó de dos orgasmos y  luego se dejó caer a un lado dispuesta a dormir bien satisfecha.  Pero antes le hice un comentario.

-          ¿A que has fantaseado que follabas con Manuel,  eh?

-          ¿ Tú que crees…?  Jajajajajaja.

-          Mira que eres putona, mujer….  Pero me agrada que lo seas.

        Después de aquellos acontecimientos yo ya tenía bien claro que mi mujer deseaba al negrito y que él también bebía los vientos por ella.   Mi decisión estaba ya tomada.  Pero es más,  no solo se trataba de consentir el encuentro sexual,  es que deseaba estar presente y de esa forma completar totalmente mi intención de ser cornudo consentido al máximo.  Desde siempre he sido aficionado a la fotografía y tengo un buen equipo, así que procuraría hacer un buen reportaje del acto sexual que estaba programando.

       En los días siguientes me dejé caer más de una vez por el bar, pero yo solo.  En horas de poca clientela, me tomaba una cerveza y charlaba con el camarero.

-          Vaya fiesta la del otro día, eh, Manuel…  No pensé que te atreverías a enseñarles la polla.

-          Yo tampoco lo pensé.. Pero me calentaron y perdí un poco el control. Lo siento.

-          No sientas nada, que se fueron bien contentas.

-          ¿A tú mujer también le agradó?  - Lo preguntó con algo de pudor, como con miedo a que me molestase, pero era claro que tenía interés en saber la reacción de mi mujer, la que más le gustaba-.

-          ¿Qué si le gustó a  mi  mujer?..Jajajajajaja.   Pues creo que a la que más de todas, no lo dudes… se fue contentísima y caliente al máximo.

-          Me alegra saberlo.. Si no te importa que te lo diga, me gusta hacerla feliz.

-          Ya mí me gusta que lo hagas.

     Estaba claro que Manuel se iba tomando confianza, ya algo más atrevido y relajado, viendo que yo no me oponía a esos comentarios.  Por ello un día me decidí,  me sinceré con él, mientras los dos nos tomábamos solos en la barra unas copas.  Le detallé nuestros problemas matrimoniales, la rutina, la diferencia de edad,  mis dificultades para satisfacerla adecuadamente.  Y sin más preámbulos le lancé la pregunta.

-          Oye, Manuel, dime, de hombre a hombre:  ¿te follarías a mi mujer?

-          De hombre a hombre te contestaré, Rodrigo.  No te  puedes imaginar las pajas que me hago pensando en ella.

      Pues ya estaba todo dicho,  común acuerdo entre los dos hombres.   Le expliqué un poco lo que  yo quería,  un encuentro largo de varios días en algún lugar tranquilo, que hubiese tiempo para  quedarla bien satisfecha y yo haría un reportaje fotográfico.  

     Decidí no decirle nada a mi mujer. Sería una sorpresa y además, así no le daría tiempo a pensarlo y echarse para atrás.   Llegó la segunda quincena de agosto,  fechas en las que casi media ciudad está de vacaciones y también muchos negocios cierran. El bar también cerró esa quincena y Manuel tuvo vacaciones, al igual que mi mujer y yo.   Después de meditar sobre el sitio en que  tendría lugar el acontecimiento,  me decidí por una casa rural,  en la naturaleza,  que pudiésemos estar tranquilos. 

    Tras ver distintas opciones, me decidí por una pequeña localidad en la provincia de Guadalajara,  en concreto Pastrana,  no lejos de Madrid.  Localidad pequeña como digo, pero muy agradable para visitar, con numerosos monumentos para hacer turismo en los ratos libres, cosa que serviría de descanso.

    Elegido lugar y fecha,  le informé a mi  mujer que me apetecía pasar unos días fuera de Madrid.  Le di los detalles sobre la casa rural, el sitio, etc.   Le pareció bien.  Será –dijo-  algo distinto a lo que hacemos habitualmente.   Por tanto, llegado el día,  a media mañana y sin prisas, ya que se tarda una hora y media,  salimos con el coche cargado con equipaje y todo mi equipo fotográfico, cosa que sorprendió a mi mujer.

-          ¿Cómo es que te llevas todo el equipo, que piensas fotografiar?

-          Es una zona bonita, excelente paisaje,  aves, etc.

-          Vaya, te ha dado ahora por la naturaleza.

     Había quedado con Manuel a una hora determinada, diciéndole que me esperase en la esquina junto a su casa.  Al poco de salir mi mujer ya me advirtió que no llevaba el rumbo adecuado.

-          Creo que vas mal,  deberías haber girado a la derecha en el cruce.

     Era el momento de decirle ya la verdad.

-          Sí, lo sé, pero antes vamos a recoger a alguien.

-          ¿ Y eso, quién es?

-          Manuel, el camarero.

-          Ah… ¿Es que tiene algo que hacer por Guadalajara y aprovecha el viaje en nuestro coche?

-          No  exactamente.  Se viene con nosotros para acompañarnos en la casa rural.

-          ¿Quéeeeee....?  ¿Cómo dices, que estará con nosotros?

-          Sí,  espero que no te desagrade la idea.

-          Pero vamos a ver, Rodrigo, no lo entiendo. ¿Que hace ese negrito compartiendo la casa con nosotros?

-          Bueno, a ti te cae muy bien Manuel, no me digas que no.

-          Sí, me cae bien, pero eso no tiene nada que ver, creo yo.

-          Pues sí, tiene que ver.  Tu cumpleaños es dentro de unos días. Pues Manuel será mi regalo de cumpleaños.

    Silencio por parte de mi mujer.  Su mente estaba intentando digerir mi comentario.  No se atrevía todavía a entender del todo lo que ya comenzaba a intuir.

-          Rodrigo, por favor, se serio.  Dime que planes tienes, no acabo de entender.

-          Es sencillo, querida.  Eres una mujer que está en lo mejor de su  madurez.  Yo un hombre que ya  no te satisface como tú necesitas.  Manuel te gusta y fantaseas que follas con él, no lo niegues.  Pues que mejor regalo de cumpleaños., que tu sueño se haga realidad.

-          No me lo puedo creer, no puede ser, no puede ser, dime que estás de broma.

-          De broma nada, esto va muy en serio.

     Nuevo silencio de mi mujer.   Protestaba pero me di cuenta que era con poca convicción.  Poco a poco iba asimilando que sería amante del negrito y la idea empezaba a gustarle.

-          ¡ Joderrrr . ¡  -exclamó ella al cabo de un rato-  Ahora caigo, te traes todo el equipo de fotografía.  ¿Piensas grabarnos, verdad?.

-          Por supuesto, un acontecimiento así,  hay que inmortalizarlo para la posterioridad.

-          ¡ Qué fuerte, que fuerte…¡

    Ya no habló más mi mujer y yo quedé contento.  Lo había implícitamente aceptado.   No pensé que fuese tan fácil.  Seguro que ya se estaba dilatando pensando en la polla de Manuel.

    Enseguida llegamos donde nos esperaba Manuel,  estaba ya en la acera,  muy elegante, más atractivo de lo habitual, muy diferente a verlo con su uniforme de camarero.  Vestía un pantalón y camisa  a juego,  todo un señor.   Tras parar el coche,  me bajé para colocar su pequeña maleta en el portaequipajes.  El aprovechó, algo miedoso, para preguntarme en voz baja.

-          ¿Qué tal, ya se lo has dicho?

-          Sí, ya lo sabe.

-          ¿Y cómo se lo ha tomado?

-          Bien, lo ha aceptado, no te preocupes.

    Subió Manuel al asiento trasero e iniciamos la marcha. Un breve saludo con mi mujer y una conversación sin trascendencia.  Unos minutos después paramos a desayunar, un pequeño restaurante de carretera.  Nos colocamos en la barra, mi mujer sentada en un taburete alto y nosotros a su lado de pie.                Me coloqué deliberadamente a un lado, dejando que Manuel estuviese más   cerca de ella.  Llevaba un vestido muy corto de verano. Sentada en el taburete los muslos se mostraban descaradamente casi enteros.  Había una mesa cercana donde desayunaban tres hombres, con pinta de camioneros, que no quitaban el ojo a mi mujer, se notaban sus miradas llenas de deseo. Mientras tomábamos el desayuno, Manuel se colocó más cerca de ella,  pasando a ratos el brazo por su cintura.  Estaba animado ya el negrito.  Ella no hacía ningún gesto de disgusto, al contrario, le dirigía una mirada cómplice y su mejor sonrisa.  Yo permanecía un poquito apartado de ellos, para no estorbar

    Al terminar el desayuno y llegar al coche le dije a mi mujer que se sentara con Manuel en el asiento trasero, para que no fuese solo y pudieran charlar y así lo hizo sin gesto alguno de contrariedad.   Continuamos la marcha;  yo procuraba hablar poco para que ellos se animaran.  Manuel extendió el brazo sobre el respaldo y acercó la mano a los cabellos de mi mujer, que acarició con suavidad mientras ella volvía la cabeza hacia él en gesto cariñoso.  Se desabrochó seguidamente el negrito el cinturón de seguridad para poder acercarse más a ella, pasando ahora el brazo por detrás de sus hombros, atrayéndola un poco hacia él.  Sus  rostros quedaron cerca, ansiosos. Yo miraba todo esto a través del retrovisor, que había ajustado para ver a la pareja.  

     El negrito puso ahora su mano en el muslo desnudo de ella, que tenía el vestido subido totalmente, acariciando la piel suave, arriba y abajo. Lucía se abrió ligeramente de piernas y eso permitió a Manuel acariciar la cara interna del muslo.  La cara del camarero era todo un poema,  estaba como extasiado, como transportado a otra galaxia, estupefacto y lleno de inmenso deseo hacia mi mujer.  No mentía, desde luego, cuando me dijo que la deseaba profundamente y que se masturbaba a menudo pensando en ella. Debía de sentirse el hombre más afortunado.

   Mi mujer colaboraba bien, había salido a relucir la putita que llevaba dentro.  Ni un solo gesto de rechazo hacia el hombre.  Para facilitarte las caricias en el muslo ella se acercó también a él y le pasó la pierna por encima de la suya, quedando aún más abierta. A través del retrovisor podía ver yo su braguita blanca. No me percaté bien de cual de los dos se decidió a los besos,  creo que fue ella.  Pero de un momento a otro,  al volver mi mirada al retrovisor ambos estaban fundidos en besos profundos, húmedos, manejando hábilmente la lengua en la boca del otro.  No pude evitar pensar para mis adentros lo que mi mujer había dicho hacía un rato:  “que fuerte, que fuerte…”.

   Las manos del chico trabajaban con habilidad sobre la ropa de ella y en una nueva mirada al retrovisor  me percaté de que mi mujer tenía un pecho fuera, aunque tapado por la inmensa mano del negrito que lo manoseaba a placer.  Me di cuenta del tremendo calentón de ambos y que de ser así acabarían follando en el asiento trasero.  Por ello decidí poner freno a la situación.

-          ¡ Eh, eh… chicos…¡  Estamos llegando, dejad algo para después que habrá tiempo.

-          Ay, disculpa, disculpa  -mi mujer tenía la voz entrecortada-.  Perdona cariño,  nos hemos dejado llevar un poco.

-          Ya veo, ya.  Pero no derrochéis tanta energía,  mejor en la cama ¿no os parece?

-           

   Llegamos a nuestro destino un poco antes de la hora de comer.   Un lugar realmente precioso,  a un kilómetro más o menos de la localidad, podíamos ir tranquilamente dando un paseo y así lo hicimos varios días.  El almuerzo lo solíamos hacer en el pueblo y el desayuno y la cena la preparamos en la misma casa.

   Ese primer día bajamos a comer, un menú excelente propio de esta comarca de la Alcarria.  Un breve paseo por el pueblo y luego a la casa rural,  es verano y apetece la siesta después de la buena comida.  Y la siesta es además una hora muy apropiada para el sexo.

   Mi mujer y el negrito se metieron cada uno en un baño y se dieron una buena ducha. Mientras tanto instalé  en el dormitorio principal todos los artilugios de cámaras, trípodes, etc.

   El negrito no se cortó un pelo y salió del baño totalmente desnudo, con el miembro poderoso colgando por debajo de los testículos.  Mi mujer, siempre exquisita, había elegido un primoroso picardía negro, con braguita a juego y zapatos de tacón.  Se dieron un largo abrazo, de pie,  e iniciaron unos pasos de baile lentos, a pesar de no tener música.   Manuel bajó sus manos a las nalgas de mi mujer, apretándola fuerte contra él. Ella se abrazó a su cintura y apoyó la cabeza en el hombro, dejándose llevar.  Estaba elegantísima.  Manuel subió el picardía y se agachó un poco para bajar la braguita hasta medio muslo.  Ella se dejaba hacer, halagada de sentirse tan deseada.

   El miembro del negrito estaba ya a punto.  Manuel flexionó algo las piernas, pues es más alto que mi mujer,  y de esa forma el poderoso falo quedó a la altura del pubis de ella.  Empujó decidido y  se lo instaló entre los muslos.  En esa postura no podía penetrarla pero toda la longitud del instrumento se encajó en la abertura femenina, rozándola bien de adelante a atrás.  Ella ya no se movió,  se agarró al cuello de él y se dejó como caer así colgada del fuerte cuerpo del hombre, al tiempo que se movía para acoplarse al roce.

   Yo tomaba fotos fijas de forma acelerada para no perder detalles y al tiempo activaba el automático de la cámara de video.   Yo les había advertido en la comida que se olvidaran de mí,  que no miraran a las cámaras para que todo fuese más real.  No hizo falta recordárselo,  se comportaron de forma espontánea y natural, como si yo  no estuviera.  Solo se guiaban por el mutuo deseo.

   Manuel la agarró fuerte por la cintura, apretándola contra él y levantándola en vilo.  De esa forma la llevó, o casi la tiró,  sobre la cama.  Al momento vi volar las escasas prendas de mi mujer: picardía y braguita cayeron en el suelo, quedando solo con los zapatos de tacón. Ella quedó tumbada boca arriba, abierta de piernas, impúdica.  Centré el objetivo de la cámara en su sexo, muy bello,  de labios gruesos,  suaves, depilados y algo abiertos por la postura.  Brillantes por el flujo. Se notaba el color rosado del interior.  El negrito al momento estaba encima de ella, cual grande era,  dejándose caer con su peso sobre el cuerpo más menudo de la  hembra.  En un solo segundo perdí de vista el negro pollón de Manuel: había desaparecido en su totalidad dentro de mi mujer.  Por detrás de ellos yo solo veía ya los gruesos testículos, se la había encajado de un solo golpe y sin el más mínimo quejido de ella. Dilatada, abierta, jugosa,  había recibido el envite como una profesional y ahora gozaba estando llena con aquel pedazo de cilindro duro y caliente.

    

    Es frecuente leer en artículos de sexo que la postura del misionero es la clásica, que acaba siendo aburrida y se recomienda a las parejas que experimenten nuevas posturas para gozar más. Cierto es, hay que innovar, buscar nuevas posiciones, ser curiosos con el sexo.  Pero que duda cabe, la postura del misionero sigue siendo una de las que más goce proporciona.

    En esa postura, el hombre domina totalmente a la mujer, la hace suya en su totalidad,  la sujeta y la controla a su voluntad.  El fuerte instinto de posesión sobre ella aumenta, la disfruta sin ambages.  La mujer al contrario, estando debajo se siente dominada,  siente el peso del hombre y la totalidad de su cuerpo en contacto.  La penetración es profunda y la presión del pubis del macho incide con fuerza sobre su clítoris, castigándolo, aplastándolo.   El orgasmo puede ser rápido.

   Creedme que mientras yo filmaba,  la imagen de Manuel, así, tirado totalmente sobre mi esposa,  los dos cuerpos íntimamente unidos, era de un erotismo que jamás había visto. No sentía ninguna sensación de rechazo o de celos.   Allí estaba toda la belleza que nos proporciona a veces la naturaleza, la belleza de la sexualidad en todo su esplendor.  Dos magníficos ejemplares humanos, macho y hembra, entregados a ese gran regalo de la sexualidad que la vida nos ofrece y que no siempre conseguimos entender bien.

     Aunque en esa postura, como antes decía,  la mujer parece sometida, no por ello está totalmente oprimida.  Hay cierta libertad de movimientos, sobre todo las extremidades.  Observé como a pesar del peso de Manuel mi mujer movía las caderas levemente, atrás y adelante, para adaptarse al suave ritmo de entrada y salida que el negro imprimía a su miembro.  También movía ella las piernas, unas veces estirándolas, otras veces subiéndolas y doblando las rodillas, abrazando con ellas el cuerpo del amante. De esa forma controlaba el ángulo de penetración, ajustándolo a su medida.  Con las piernas entrelazadas por detrás del hombre clavaba los tacones de aguja en las nalgas de él, como si fuese una amazona apretando espuelas en las ancas del caballo.  Rodeaba también con sus brazos el cuerpo del hombre,  con las manos aferradas a su cintura, dejando incluso en su piel las marcas de las uñas.  Luego a ratos acariciaba la fuerte espalda del chico,  recorriéndola con las palmas de sus manos.  O bien, se agarraba fuerte a su cuello y lo atraía hacía ella,  para llenarle de besos.  Mi mujer besa bien, es experta.  Utiliza muy bien los labios carnosos y su lengua.  Le comía literalmente la boca al negrito.

    Llevo muchos años casado con ella y ya conozco lógicamente sus reacciones.   Observé que el primer orgasmo estaba cerca, muy rápido, solo unos cinco minutos desde la penetración.  Afortunadamente es multiorgásmica y puede sentir varios en una sesión. Contemplé por primera vez sin ser protagonista del acto,  como su cuerpo se tensaba en su totalidad.  Se abrazó con toda su fuerza al cuerpo del hombre y emitió un sonido al que yo estaba acostumbrado, un gemido natural, ronco, que duraba todo el tiempo de su orgasmo, que suele ser siempre largo.

-          Auuuuuuuuuuuuuuhhhhhhhhhhhhhhhhhggggggggggggggggggggggg

    Luego ya dejó caer sus brazos extendidos sobre la cama y sus piernas también descansaron estiradas al lado de las de Manuel.  Relajación durante un tiempo.  No se movieron, siguieron así,  estrechamente unidos.   Me sorprendía que Manuel pudiera aguantar sin correrse.  Lo hacía bien, era amante experto.  Tras unos minutos él descabalgó, sacó el reluciente miembro y se dejó caer de lado, acariciando el rostro de ella y diciéndole al oído palabras dulces que desde mi posición no pude oír, aunque debían de ser muy gratificantes, pues ella escuchaba con los ojos cerrados y una media sonrisa, al tiempo que estiraba un brazo buscando el glorioso falo que tanto la había hecho disfrutar.  Lo agarró con delicadeza,  agradecida,  apretándolo con ternura, como si fuese el más preciado tesoro.

     Pasado otro poco de tiempo, Manuel se puso boca arriba y agarrándola a ella por la cintura la empujó para colocarla sobre él.  Ahora cabalgaba ella, ella era la dominante y él el sumiso.  Totalmente abierta sobre el hombre volvió a encajarse el miembro en su totalidad,  moviéndose abajo, arriba, atrás y adelante, buscando el máximo placer.  El apenas se movía,  agarrado a las nalgas de ella.   Mi mujer unas veces se ponía totalmente vertical, sentada con todo su peso sobre la dura estaca, que le entraba hasta el fondo.  Yo, colocado a los pies de la cama tenía una vista privilegiada de los genitales de ambos, chorreando de flujo.   Resultaba inaudito como mi mujer podía engullir totalmente aquella longitud y grosor,  nada quedaba sin introducir, debía llegarle la punta hasta el estómago.  Se agachaba hacia delante de vez en cuando para volver a besar de forma apasionada a su negrito, porque ahora era suyo, solo suyo,  sumiso, entregado.

   Volvió a tensarse el cuerpo de mi mujer, ahora en esa posición eran más visibles las reacciones del orgasmo.  Echó la cabeza hacia atrás, vertical sobre el hombre, los ojos cerrados, la boca abierta.  Las manos clavadas en el pecho de él.  De nuevo el largo gemido y de nuevo otro período de breve relajación echada totalmente sobre el hombre.

    Transcurrieron otros cinco o diez minutos, en los que yo seguía grabando todos los detalles.   Después ella se dejó caer a un lado y quedó otra vez echada de espaldas.  Manuel se puso de lado pegado a ella y volvió a susurrarle al oído. Ahora prestó mucha atención a sus tetas, ya que con el apasionamiento de los primeros momentos  no había podido disfrutarlas como merecen, ella tiene senos bonitos y bien derechos todavía.  Así que pasó un brazo bajo los hombros de ella y con la otra mano acarició sin prisas los pechos,  llevando de vez en cuando la boca a sus pezones y subiendo otra vez a besarla.  Los pezones se le pusieron erectos, sobresalientes.  Mi mujer tiene los pechos muy sensibles y estaba gozando a tope.   Pasó bastante tiempo sin que cambiasen de posición, pero no por ello dejé yo de grabar y fotografiar ni un solo minuto.  De nuevo disfruté de esa imagen de belleza, ternura, sexualidad,  todo unido en una escena de increíble erotismo.  De vez en cuando Manuel bajaba su mano desde los senos al sexo empapado y dilatado.  Metió dos dedos en el coño de Lucía y empujó suavemente hacia arriba, mientras ella gemía dulcemente.  Le estaba excitando el punto G,  sabía el negrito bien lo que hacía, conocía muy bien el cuerpo de una mujer.

   Tras un largo rato la empujó delicadamente para ponerla de lado, de espaldas a él.  Le hizo doblar las rodillas y subir las piernas para adoptar la postura fetal,  la cabeza de ella en un extremo de la almohada y el trasero en medio de la cama.  El negrito se acomodó detrás de ella, en la postura que se llama de la cucharita.   Es la postura ideal cuando ya se ha follado largo rato,  en esa postura ambos amantes descansan sin soportarse el peso y el goce es también muy intenso.  La espalda de la mujer y sus nalgas quedaban a la vista del amante, que podía disfrutar de su belleza y acariciar la piel suave.  Manuel levantó un poco la nalga superior con la mano y otra vez el largo miembro desapareció en el cuerpo de mi mujer. El negrito colocó una mano en el cuello de ella, como sujetándola y con el otro brazo la agarró por el vientre, atrayéndola fuerte hacia él. Ahora mi mujer, más libre que en la postura del misionero,  movía con descaro las caderas, llevando el culo hacia atrás, buscando al macho, buscando la penetración. Permanecieron en esa postura bastante tiempo, luego sus gemidos aumentaron.   Iba a ser el tercer orgasmo y Manuel, buen amante, atento, dulce,  le preguntó como deseaba sentirlo.

-          ¿Cómo lo quieres, cariño..?  Dime…

-          ¡ Con la boca, con la boca, mi amor, dame la boca…¡

   Con rapidez la puso Manuel de nuevo boca arriba, bien espatarrada y se tiró totalmente sobre la cama, con la cara entre sus muslos.  Su boca buscó el sexo de ella, que era una fuente.  Yo puse una rodilla en la cama para aproximarme más y me agaché lo que pude con la cámara en la cara, para captar en primer plano la boca y el coño de mi señora.  Una lengua también grande,  gruesa, salió de la boca del negro para extenderse en su totalidad sobre la raja húmeda.  Arriba, abajo, izquierda, derecha, dentro…  Un oral de experto, de categoría,  todo un amante de primera.  Chupaba y sorbía el clítoris con decisión. Volvió a introducir los dedos mientras le lamía el sexo.  Mi mujer que ya estaba a punto con la postura de la cucharita, solo duró unos dos minutos o tres con el oral.  Puso los pies en los hombros de su amante, con los brazos en cruz y las manos crispadas agarradas a las sábanas y explotó en su tercer orgasmo, quizás el más largo y más profundo.

   Manuel se quedó tirado, jadeante, con la cabeza apoyada en el pubis de ella, respirando la fragancia que emanaba de su sexo. También le costó a mi mujer recuperar el aliento y cuando terminó agarró con suavidad la cabeza del hombre y lo hizo subir hacia ella.

-          Termina –le dijo con voz ronca-  terminam cariño, ya no puedo más.. Llevamos hora y media.

    No se hizo rogar el camarero.  Volvió a  penetrarla en la postura del misionero, moviéndose ahora enérgicamente, con decisión.  Le agarró a ella las manos y las puso sobre su cabeza, como si quisiera evitar que se escapara.  Bombeó con fuerza, concentrado.   Pude notar bien las contracciones de su escroto, como comenzaban los gruesos testículos a expulsar su contenido.  La inseminó a placer,  en plena libertad.  Quedó después agotado, encima de ella, medio desmayado.   Fue sacando el miembro, que estaba lleno de esa especie de espuma que se forma al mezclar los flujos femeninos con el esperma.  Al retirarse,  quedó la vagina de mi mujer muy abierta, se podía ver el oscuro interior,  el grueso miembro la había dilatado totalmente y el músculo tardaba en volver a su situación natural.   Por el orificio goteaba sobre la sábana un espeso chorro de semen.  Era una corrida más propia de un caballo que de un hombre.  Manuel debía de llevar muchos días sin eyacular, preparado para el acto.

   Se tumbaron uno al lado del otro, bien satisfechos.  Era la hora de siesta, como he dicho, y nadie duda que después de comer bien y de follar aún mejor,  el sueño reparador es lo que más se desea.  Yo, esposo sumiso,  cornudo consentido,  atento y solícito con ellos, los arropé con la sábana y me fui con mi material al salón para ir  organizando todas las fotografías y videos en el ordenador.   Les oí incluso roncar.  Cuando aparecieron habían pasado dos horas.

   Estuvimos cuatro días en la casa rural y cada día había dos encuentros sexuales, uno solía ser después de comer y el otro ya bien avanzada la noche.  Aunque ya he dicho que ellos se comportaban con toda naturalidad en mi presencia, también quise dejarles a su aire alguna vez y mientras ellos follaban y dormían yo me daba un paseo hasta el pueblo y visitaba alguno de sus bonitos monumentos. 

   Creo que no hará falta detallar aquí todos esos momentos íntimos. El lector tiene suficiente imaginación para poder recrear con su mente todas las posibilidades a que se prestaba aquella excursión. Por supuesto que follaron en el salón, en el sofá y sobre la moqueta.  Y en la cocina, subida ella en la mesa.  Incluso en la bañera.  Y también en pleno campo, ya de noche, cuando volvíamos del pueblo andando un día después de cenar, ella apoyada en el tronco de un árbol.  Yo siempre tenía la cámara conmigo y con la luz del flash quedaron unas fotos estupendas.

    Solo para terminar,  detallaré, precisamente por esa belleza,  el último encuentro, el de la tarde/noche antes de venirnos.   La casa rural tenía una amplia terraza,  con sus mesas,  macetas,  dando al poniente.  Allí cenábamos casi todas las noches,  al atardecer.   Habíamos saboreado un excelente jamón de la zona, con un vinito también exquisito.   Manuel y yo, sentados en la mesa, cómodos en las hamacas,  nos tomábamos una copa.  Ella se levantó (coqueta y atrevida como siempre había acudido a la cena con su típico picardía, esta vez blanco,  y sus tacones) y se acercó a la barandilla para disfrutar del paisaje y de la puesta de sol.   Desde allí se veía el valle que comenzaba a entrar en penumbra y el horizonte estaba rojo, como de fuego,  con la luz del sol que ya se ocultaba.  La silueta de mi mujer se recortaba sobre ese fondo en una escena que era única y por ello  comencé otra vez a tomar fotografías.

-          Precioso.. ¿verdad, Manuel?

-          Es una imagen bellísima…cierto.

    Los dos observábamos tanto el cielo enrojecido como la bella estampa femenina,  que con el trasfondo del crepúsculo y la suavísima tela del picardía,  se la podía ver como desnuda.  De espaldas a nosotros, la mujer absorta en el paisaje,  exhibía su cuerpo,  una cintura bien definida, buenas caderas y bellos muslos ligeramente abiertos.  Una ligera brisa, propia del atardecer, refrescaba el ambiente y con su impulso levantó un poco la tela del picardía, mostrando aún más la anatomía de mi mujer.

-          Creo, Rodrigo, que tu mujer no lleva bragas.

-          Eso mismo estaba pensando, creo que va liberada totalmente.

-          Sí.  Está guapísima.

-          Me gusta que mi mujer me ponga los cuernos contigo, Manuel. Eres ya el mejor amigo de los dos.

-          Yo te lo agradezco, han sido los días más felices de mi vida. Tu mujer es para mí muy especial, ya lo sabes.

-          Lo sé, lo sé.  Pero es muy puta…jajajajajaa. 

-          Sí, si, que lo es… Jajajajajaja. Pero me encanta y a ti también.

    Ella se volvió un poco hacia nosotros al escuchar que nos reíamos. 

         -  ¿Qué estáis tramando?.  ¿Seguro que es algo sobre mí, verdad?

         -  No lo dudes, querida, tú lo mereces. No te muevas,  que estás ahí bellísima.

         -  Gracias, sois muy amables, mis dos hombres, mis tesoros…jajajaja

         -  Estás tan estupenda, que creo que puede suceder algo ahora..

         - Que suceda lo que tenga que suceder, yo estoy siempre receptiva…jajaja

     Hice una señal a Manuel, para que fuera a por ella.

-          Te está esperando, negrito, no seas tonto, aprovecha…

  Sin esperar más se desnudó Manuel quitándose la poca ropa que llevaba.   Con el miembro apuntando para arriba, enhiesto, duro como una tabla como se le ponía siempre, se acercó a ella y la enlazó por la cintura,  apoyado también la barandilla y observando el  horizonte. Luego la mano bajo hasta su trasero y allí se quedó,  acariciando y apretando.  Ella sacó un poco el culo hacia atrás, para facilitarle la labor.   Transcurrido un rato, Manuel se puso tras ella, la hizo doblar un poco hacia adelante para que quedara más expuesto el culo, y la penetró en esa posición, bombeando despacio.  La figura de los dos amantes, desnudos, los cuerpos perfectos,  contrastando la blancura de la piel de Lucía con la más oscura de él, se recortaba sobre el fondo rojo.

-          Poneros ahora de lado, por favor.

    Obedientes como siempre, se giraron para presentar una nueva estampa a la cámara.  Manuel ya había despojado a mi mujer del pequeño camisón y sobre el fondo luminoso se recortaba la silueta ya algo oscura.  Las tetas, voluminosas, el culo respingón. Y la gruesa tranca del negrito según la sacaba y la volvía a meter.  Como habían hecho en todas las demás sesiones de sexo,  no tenían prisa, se recreaban, se disfrutaban mutuamente.  Antes de que la luz solar desapareciese,  le pedí a mi  mujer un detalle.

-          Cariño,  usa tu boca, será muy bonito con ese trasfondo.

     Ella se apartó, se puso de rodillas y comenzó a hacerle una larga felación, puesta así de lado, resultaba encantadora.  Yo tomaba fotos a toda prisa. Y una vez más mi mujercita me sorprendió.  La larga polla que se mostraba con la luz del fondo, desaparecía casi entera en su boca.

-          ¿Pero cómo puedes meterte casi todo eso,  cariño?

    Ella no contestó, no podía, con la larga verga en su boca, lo hizo Manuel en su nombre.

-          Ha aprendido a tragársela, Rodrigo.  Tu  mujer es ya una experta mamadora, se mete la polla garganta abajo.

-          Joder, vaya puta….

     Reímos los dos de nuevo y ella no lo hizo porque no podía, pero seguro que  también le hacía gracia.

     Pronto se contrajo el cuerpo de Manuel, que agarró por la cabeza a mi mujer,  para que no se retirase.  Bombeó  en su boca y luego se quedó quieto un momento, sacando después el miembro que escurría algo de semen.  Yo quise hacer unas fotos lo más eróticas posible y le pedí  un favor a mi mujer.

-          Cielo, escúpelo, déjalo escurrir por tu boca, que haga unas fotos así.

   Ella recuperó el aliento, con algunas arcadas y se disculpó.

-          Lo siento, cielo, no puedo. No lo ha echado en la boca, me lo ha metido todo más adentro,  lo tengo ya en el esófago, no puedo escupirlo.

-          Otra vez será, querida, no te preocupes.  ¿Tú no te corres?.

-          Ya me he corrido, tranquilo, cuando me la metía de pie.  Estoy ya a gusto.  Vamos a preparar las maletas para mañana, quiero que nos vayamos mejor temprano.

-          Vale, bien, como tú desees.

      La bonita excursión a Pastrana siempre quedó en nuestro recuerdo como una de las experiencias más bellas.   No hubo más sesiones con los tres presentes. Mi fantasía había quedado satisfecha y no necesitaba más. Yo no supe, ni lo pregunté nunca a ninguno de los dos,  si se siguieron viendo pero es de imaginar que fue así.  Se gustaban mucho, estaban en lo mejor de su sexualidad y era normal que aprovecharan. Durante los dos años siguientes es lógico que tuvieran encuentros. Y digo dos años, porque tras ese tiempo Manuel volvió a su país.

     Pero aparte de la belleza que yo disfruté, y de la bonita experiencia de ver gozar a mi mujer,   hubo ora ventaja.  Después de todo aquello,  por algún tipo de choque emocional en mi cerebro,  me volví más confiado, más seguro de mí mismo y volví a tener buenas relaciones sexuales con mi mujer.  Cuando no estaba muy en forma, volvían a mi memoria aquellas imágenes del negro encima de ella y me empalmaba con bastante facilidad.   Al menos una o dos veces a la semana me la follaba y durante esos dos años que he citado, yo estaba seguro que ella follaba al menos cuatro veces a la semana, dos conmigo y dos con Manuel.  En casa de vez en cuando veíamos las fotos y los videos.   Era impresionante, más erótico que cualquier película rodada por profesionales.

     Ella es mucha mujer.  Y como siempre digo, no hay que ser egoísta y una hembra así hay que compartirla.

    Saludos a todos.