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El tito

en Sexo con maduros

 

 

EL TITO

 

El tito es el marido de mi tía. Tengo que aclararlo, porque a mí no ve van los incestos. Mi tía, la auténtica tía, es hermana de mi madre.

Yo tengo 27 años, casada.   Vivimos en una ciudad mediana, relativamente cercana a Madrid, donde residen mis tíos. Yo he terminado mi licenciatura universitaria y decidí hacer un curso de especialización de dos meses, en la capital, ya que en mi ciudad no hay oportunidades.  Me quedé ese tiempo en casa de los tíos y los fines de semana me volvía a casa a pasarlo con mi marido y mis padres.

No tenemos hijos aún.  No hemos puesto impedimentos y al haber pasado ya tres años de casados sin quedarme embarazada, nos hicimos unas pruebas, con el resultado de que mi marido tiene una concentración de espermatozoides bastante inferior a la  normal.  No impide el embarazo,  según el médico, pero hay que tener paciencia e insistir mucho. Si pasado un tiempo no lo conseguís, dijo,  recurriremos a la inseminación artificial.

Yo soy mujer normal para mi edad, no presumo de ser un bellezón pero estoy bien.   Buenas curvas y sobre todo bastante ardiente.  A mi marido lo canso algunas veces.

Y el tío es un hombre maduro, de 57, prejubilado,  que se mantiene muy bien;  alto, de pelo claro y ojos azules.   Sigue siendo un hombre interesante y se nota que las mujeres le gustan.  Los tíos tienen dos hijos que viven ya independizados. Mi tía sigue aún trabajando y el tito se encarga un poco de las labores del hogar.

Es un hombre amable, cortés, educado.   No solía tener conmigo ningún comportamiento inadecuado, aunque bien me daba cuenta de sus miradas, sobre todo cuando me paseaba por casa algo ligera de ropa.

Pues nada, sucedió.  No estaba previsto por ninguno de los dos, pero sucedió.  Que me lo monté con mi tito, vamos. Un solo día, un solo acto…y  de ahí vino mi hija. O sea, que me acertó de pleno, el puñetero.

Faltaban ya pocos días para que yo terminara mi curso y volviese a casa.  La tía, aún seguía trabajando y por eso estábamos solos.  Un poco antes de comer.  Mi tío había terminado de arreglar un poco la casa y veía la televisión en el sillón, algo adormilado.  Yo, un poco aburrida de estudiar, salí de la habitación y me acomodé en el sofá de al lado.

-  Hola, sobrina…

-  Hola, tito..¿que haces?.

-  Veo la TV un poco, medio dormido…

-  Uffff…¿esa serie ves…?  Un poco cutre….

Estaba viendo una de esas series de telenovelas,  que poco de interesante tienen. 

-  La verdad –me dijo-. Estaba haciendo zapping y se quedó ahí.. Por otra parte, al menos en estas series salen unas tipas despampanantes…ajaja.  Te alegran la vista.

Era cierto.  Estaba en ese momento en pantalla una morenaza venezolana,  con dos pechos enormes, sumamente escotada.

-  No está mal la moza, eh,  tito….

-  Pues claro que no, menuda mujeraza…

Yo estaba algo atrevida.

-  ¿ Te lo montarías con una tipa así, tito?

-  Jjajajaaa….Pues claro….¡. Haría uno lo que pudiera…

El tito llevaba una camiseta y un pantalón ligero de chandal.  De reojo me di cuenta que tenía una buena erección.  Se le notaba perfectamente el bulto bajo la tela.  Yo miraba disimuladamente, y capté que el miembro parecía mucho más largo de lo normal.  No sé si él era consciente o me estaba también provocando a propósito.

Lo cierto es que sin pensarlo,  me estaba también excitando. Noté perfectamente mi humedad.  Cómo mi sexo se abría solo y se dilataba.  Llevaba una falda algo corta y crucé las piernas sin ningún recato, enseñando bien muslo.  Un día es un día, me dije.  Además, ya que me marcho a casa, le daré una alegría al tito, por lo bien que me han acogido en su casa.

Él captó también mi atrevimiento.

 

-  La tipa de la TV está buenísima, pero vamos, sobrina, que tú con ese par de muslazos no te quedas atrás.

Yo haciéndome la tonta, como si no supiese que estaba enseñando más de la cuenta, miré mis piernas, estiré un poquito la falda para disimular.

-  ¿De veras?.. ¿Te gustan?. Pues sí, creo que tengo buenas piernas.

-  Más cosas también, sobrinita, más cosas.  Tienes dos hermosos pechos…

Mi sexo seguía abriéndose y yo cuando llega ese punto, ya no tengo marcha atrás.

-  Caray, tito, me vas a poner colorada…

-  Colorada no sé si te pondrás… ---me dice--. Pero mira como estoy yo entre tus muslos y tus curvas.

Sin recato alguno,  en un gesto impudoroso que nunca había imaginado del tito, él siempre tan educado,  bajó el pantalón dejando libre el enhiesto miembro.  Efectivamente,  bastante largo.  Durísimo.  Una erección de caballo.

 Haciéndome la asustada,  me llevé la mano a la boca, para demostrar mi asombro.

 

    -Ohhhhhhhhhhhh, tito….¡¡¡¡.  Que largooo,,,,,¡¡¡¡

    - ¿Tú marido no lo tiene igual?.

    -  No, no.. es bastante más corto…

Era cierto, no había visto yo un miembro tan exageradamente largo.

Ahora sí.  Ahora ya estaba yo hecha una burra total.  Notaba la braguita empapada.  Crucé y descrucé las piernas de forma totalmente descarada.  El títo, también con sumo descaro, no se había guardado el miembro y lo manipulaba con suavidad mientras me miraba sin recato alguno las piernas.

-  ¿Te importa desabrocharte la blusa, sobrina?

No me hice de rogar,  no solo la desabroché, me quedé con el sujetador en un santiamén.  Era un sujetador de media copa, y la mitad de los pechos asomaban por arriba.

El tito aumentó algo la manipulación del miembro.

-  ¿Te vas a masturbar delante de mí, tito…?

-  Si te gusta, lo hago… Tú verás…

-  Prefiero que no…

-  ¿Por qué, no?... ¿Te da apuro?.

-  No es por eso, es que sería un derroche desperdiciar tu semen por ahí, y mancharlo todo.  Yo tengo un recipiente mejor, para eso…

Me quedé realmente asombrada de mi tremendo atrevimiento.  Hasta él se asombró un poco y se quedó algo perplejo.

-  Quiero que me folles, tito…

El se levantó del sillón y se sacó la camiseta y el resto de la ropa, quedando desnudo.  El miembro totalmente erecto, le llegaba casi al ombligo.  Yo sudaba, hecha un putón total.

 Se acercó a mí y primero me regaló un largo beso.  Profundo, bien llevado, jugoso….  Me quedó medio mareada.  Al tiempo que me besaba metió las manos bajo las copas del sujetador y sacó los senos por encima. 

Detuvo el beso y el toque de los pechos.  Ahora me bajo la falda y la braguita al mismo tiempo, sacándolas por los pies. Quedé allí desnuda para él.   Me recosté en el sofá, esperando, ansiosa.

El notó mi tremenda calentura.  Se sonrió.

    -  Eres muy mujer…tu marido estará contento…

Yo me dije para mí, que no estaba tan contento, porque ni se enteraba bien de la mujer que tenía en casa y siempre andaba yo algo necesitada.

Se dedicó unos instantes a mirar mi cuerpo, recorriéndome con mirada de infinito deseo que me dejó muy halagada.  Yo como regalo, abrí bien los muslos para él,  devolviéndole también una mirada libidinosa.

Tengo el coño peludo. Quizás no vaya a la moda, pero así lo tengo. Pero no pareció importarle, todo lo contrario.

-  Precioso coño…. –dijo--.

Pasó las manos primero sobre la mata de pelo. Comprobó su suavidad. Su humedad.  Ahora con delicadeza pasó las yemas de los dedos por mi hendidura, abriéndola un poco y comprobando que estaba muy mojada. 

-  Estás totalmente preparada  -me dice-.

Se acomodó encima  de mí, apoyándose un poco en los brazos.  De rodillas delante de mí, observé el falo largo y duro.  Con una mano masajeó mis pezones, que son grandes y oscuros.  

No lo pude evitar…  Sin llegar a habérmela metido, comencé a sentir un largo orgasmo. Nunca me había ocurrido. 

-  Ooohhhhh, oooohhhhh,  ohhhhh…………

Sentí unas pocas de contracciones, levantando las caderas, intentando rozar con mi coño el falo que estaba a pocos centímetros.

-  Lo que yo te decía, sobrinita… eres muy mujer.. Te has corrido casi sin tocarte… que maravilla de hembra…

-  Síiiii, siiiiiii   -dije yo, en un hilo de voz-.  Sigue, tito, sigue, por favor, métemela, métemela….

Casi era una súplica. No podía más.  A pesar de la reciente corrida estaba como fuera de mí, incontrolada.

Él no se hizo esperar.  Acercó las caderas a mí.   Se agarró el miembro para dirigirlo bien y con un vigoroso empujón lo sentí todo dentro.

-  Ayyyy, ayyyy, cuidado, tito,cuidado… Es muy larga…¡¡

Yo que tengo la costumbre de follar con mi marido levantando bien las rodillas para que entre profundamente, tuve que bajar rápidamente las piernas para evitar el choque de la cabeza del falo contra el fondo de mi útero.

      En cuánto aflojó la presión y desapareció la molestia, volví a explotar en un segundo orgasmo, con nuevas contracciones. Mientras me corría de nuevo,  lo abracé fuertemente por el cuello, atrayéndolo hacía mí,  buscando sus besos.  Este orgasmo, al estar ya penetrada, fue casi violento, tremendo. Sentí su pubis presionando fuerte contra mi clítoris.  Me sentía empalada, totalmente llena.  Un goce infinito.  Allí, totalmente abierta, apreté los muslos para sentir entre ellos el cuerpo del hombre.  Él sentía mi goce y se mantenía quieto, pero apretando con toda su fuerza contra mi sexo, hasta que terminé.

Un buen amante. Experto, complaciente. Pendiente de la mujer, más que de él mismo. Menuda diferencia con el cornudo de mi marido, pensé.

Ahora me concedió un respiró.  Aflojó la presión un rato, y luego lentamente,  comenzó un entrar y salir dentro de mi.  El miembro, al ser largo,  se deslizaba por toda mi vagina,  haciéndose disfrutar como nunca había sentido.   Estuvo así largo rato.  Noté que él no se corría, quería hacerme disfrutar y se reservaba para el final.

El mete y saca meticuloso, concienzudo,  acabó haciendo efecto.  Volví a sentir los calambres, la tensión.  Apreté los muslos todo lo que puede y lo agarré por la cintura para atraerlo hacía mí.

-  Joder.. – le dije-.  Me voy a correr por tercera vez en menos de media hora.

Nunca había sentido tres.  Lo más, dos, y con cierto trabajo.

Él ahora se retiró, sacándola, dejándome un poco a medias.  Lo que quería era excitarme más.  Pasó los dedos por mi felpudo, acarició un poco el clítoris.  Yo saltaba de gozo.

-  ¿ Te quieres correr ya, sobrinita?

-  Sí, síiiiiiiiii, tito, síiiiiii.  Pero esta vez es la última, échame todo lo tuyo dentro, todo, todo…¡¡

-  ¿ Y si te quedas preñada, cielo?

-  Nadie sabrá que es tuyo, no te preocupes…adelante….¡¡¡

Otra vez el falo dentro de mí.  Otra vez una fuerte penetración.

-  Ahhhhhhhh, ahhhhhhhhh, sigueeeeee, sigue, tito……sigueeeeee….

Esta vez aguanté con las piernas algo levantadas, aunque la cabeza del miembro me molestaba.   Quería sentir el chorro de su esperma todo lo dentro posible.

Y lo sentí.  Perfectamente.  Igual que largo era su miembro,  grande era la capacidad de sus pelotas.  Vaya chorro, caliente,  que me golpeó en lo más íntimo,  mientras yo explotaba en el tercero orgasmo, ya casi exhausta, casi perdido el conocimiento.

Han pasado diez años desde aquello y nunca me han hecho el amor así, ni nunca he disfrutado tanto.

Eso fue un jueves.  Cuando regresé a casa ese fin de semana, aunque mi marido era algo apático para el sexo,  le obligué a mantener relaciones durante todo el fin de semana. Algo me decía que estaba en estado y tenía que hacer todo lo posible para que pareciese el hijo suyo.

-  Fóllame, cariño….-le decía—estoy en los días fértiles, vamos a aprovechar.

Hicimos el amor dos o tres días seguidos.  Pero yo sabía bien que el esperma del tito llevaba delantera.  Estaba ya allí dentro de mí, antes  y más potente y espeso que el de mi marido.  Ese miembro largo, me había inyectado el semen como una jeringuilla en los mismos ovarios.

Y cierto, preñada me quedé.  De un solo polvo.  Una niña preciosa, que afortunadamente ha salido totalmente parecida a mí.  Si llega a parecerse al tito, la montamos buena.  Mi marido convencido que es suya.   Unos años más tarde y en secreto, aprovechando unos análisis rutinarios que le hicieron a la niña y al padre, le pedí al laboratorio la prueba de ADN.  No son padre e hija efectivamente.  El padre, es el tito, el follador nato.  

Cosas de la vida y de las mujeres, que todas tenemos dentro una puta en potencia y sale a relucir en un momento cualquiera. Aquel fue mi momento.

Yo aquel día me sentí golfa,  pero feliz. Engendré una hija que es ahora mi felicidad.  Y aún todavía,  me sigo acordando de aquella deliciosa posesión sobre el sofá.  No ha habido ocasión de repetirla, pero no hace falta.  Solo alguna vez, cuándo nos reunimos en familia,  en un aparte,  lo recordamos el tito y yo.  El apadrinó la niña y sabe que es suya.  Una íntima satisfacción para ambos.  Lo pasamos muy bien recordando aquel acto prohibido y nos alegramos del fruto que provocó.