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Te poseeré, tita (2)

en Erotismo y Amor

    “... Te poseeré, Tita....”    (2)

Hola de nuevo, amigos.  A los que habéis leído la primera parte de esta historia, muchas gracias.  Y si os interesó y estabais esperando esta segunda, más agradecido aún por vuestro interés.

Recordaré brevemente que en la primera parte acabé diciendo que la relación con mi tía, una espléndida mujer de 38, había entrado en una fase aguda de atracción mutua, de fuerte curiosidad erótica por mi parte, de deseo semicontrolado por parte de ella. 

Desde aquel día, en que se me escapó  esa frase que lleva el título del relato,  me fui atreviendo poco a  poco a algo más.  Un día era una frase halagadora  (estás preciosa hoy, tita, me gustas muchísimo),  otro día era un apretón cariñoso en el pasillo y hasta me atreví a dar más de una palmada en su trasero espectacular, cuando vestía alguna prenda ligera y se insinuaban con descaro sus nalgas. Todo ello, adornado, disimulado con la máscara del humor, de la gracia, la risa chispeante... en el fondo, la pasión me devoraba.

Múltiples momentos, múltiples detalles.  Desde la sonrisa pícara a la mirada cómplice.  Estábamos en mutua conexión. Para mí cualquier momento era bueno para escaparme a su casa, deseaba ardientemente esos turnos de noche de mi tío.

Y el primer beso..... Ese si fue un  momento para recordar.  Aproveché el día de su cumpleaños,  a media tarde, que sabía que estaba sola.  Estaba guapa, había quedado algo más tarde para salir con mi tío y estaba muy arreglada.  Elegante, traje oscuro, falda, medias, maquillada con estilo.  Al llegar la felicité, le di dos besos en las mejillas, con normalidad.  Me sacó algo de merendar. Charlamos un rato.  Le comenté lo bella que estaba y agradeció mis elogios con su buen humor y su risa habitual.   Me levanté para marchar, nos dirigimos por el pasillo hacia la puerta de salida, y antes de abrir le dije que quería felicitarla de nuevo...  Cómo quieras...  -me dijo, con su mejor sonrisa-.

La enlacé por la cintura, y la aproximé a mí.  Hice la intención de depositar dos nuevos besos en sus mejillas, pero busqué su boca con un movimiento de cabeza. Y encontré sus labios.... y en ellos me quedé.   Un poco torpemente, nunca había besado a una mujer.  Ella no me rechazó, antes al contrario, resolvió la situación de mi torpeza.  Sus labios carnosos se entreabrieron, se mezclaron con los míos,  fue ella la que en realidad me besó.  La punta de su lengua rozó brevemente la mía.  Y me sentí transportado a otra dimensión. Había conocido su sabor, la esencia de su boca, era un anticipo a la posesión que tanto deseaba.  El beso no duró mucho, ella recuperó pronto la compostura y me apartó con suavidad, diciéndome con aquella maravillosa sonrisa:

-         Venga, venga,  no te aficiones.... esto es solo una invitación por mi cumpleaños, eh?.

-         Vale, tita...   –acerté a decir, medio balbuceando-, ha sido precioso, gracias.

Obviamente, me pasé la noche en blanco.  Un sentimiento de pasión, de cariño y de deseo me inundaba.  Me masturbé varias veces hasta quedar agotado.

Ahora con el paso de los años,  debo decir,  que en realidad me había enamorado hasta los huesos.

No quiero cansaros con demasiados detalles, que constituyen una lista interminable de bellos momentos que guarda mi memoria.

Solo resumir que la naturalidad por parte de los dos, la confianza, y la atracción crecían día a día.

Y así,  llegó el momento de la culminación, de la entrega mutua, de mi primer acto íntimo con una mujer.

Fue en una noche de verano,  por el mes de julio.  En uno de aquellos turnos semanales por la noche,  de su marido.  Yo me despedía de mi padres, a última hora de la tarde, diciéndole que me tocaba dormir en casa de la tía.

Cenaba con ella, en animada charla.  Nos contábamos pequeños secretos y nos reíamos por cualquier bobada.  Recuerdo que ella bebió algo más de lo habitual,  dos o tres copas de buen vino. Sus mejillas se arrebolaron.  Se volvió más chispeante, más pícara.  

Hacia calor, a pesar de las ventanas abiertas.  Terminada la cena, le dije que me apetecía ducharme para dormir más fresco.  Me dijo que estupendo, que ella también lo haría en cuanto acabara de componer la cocina.  Me esperas en el salón... me dijo, veremos algo la televisión.

Me duché y me quedé algo ligero de ropa.  Con una simple chaqueta abierta del pijama y un slip ceñido que marcaba bastante mi anatomía.  Preferí no sentarme en el sofá, lo hice sobre la alfombra,  colocando unos cojines en mi espalda y cabeza.  Encendí el televisor, sin prestarle demasiada atención, al tiempo que hojeaba una revista.

Ella llegó al rato, también recién salida del baño. Vestía un albornoz ligero.  Se tumbó también sobre la alfombra, con otra revista en las manos, que leía algo distraída.  Noté de reojo que miraba la atrevida semidesnudez en que yo estaba.

En el televisor, en aquel momento, había un desfile de ropa interior.  Bellas modelos desfilaban por la pasarela con prendas minúsculas.   Me quedé mirando sin perder detalle.

-         Te gustan esas nenas, verdad........?

-         Están estupendas, tita,  - le contesté-.

En aquel momento, una modelo pasaba con un bello conjunto color grafito.  Después de mirarla, comentó:

-         Yo tengo un conjunto igual que ese.

-         Cómo?. No me digas, tita.  En serio?... No sabía que te gustara la lencería atrevida.

-         Pues sí,  mi niño,  me encanta.  Soy joven aún para llevarla, o no?

-         Por qué no te pones ese conjunto, anda, me gustaría verte.

-         Uffffffff......... no sé, no sé.... no me parece oportuno....

Ella sonreía, esperando mi insistencia.  Y por supuesto que insistí:

-         Por favor, por favor, tía, anda,  dame ese capricho....

Se hizo rogar algo. Pero al final cedió.  Me dijo que la esperara un poquito y despareció camino del dormitorio. 

Apareció pasados unos minutos.  Deslumbrante.  Exótica.  Despampanante. Una hembra de altura, de exposición.  Vestía un conjunto color grafito, compuesto de una prenda semitransparente, muy corta, que cubría apenas su trasero.  Braguita, sujetador, medias y liguero a juego.  Zapatos de tacón.    De película, vamos.   Mi miembro, acabó de despertar, con una erección casi instantánea.

Ella se paseó por el salón, arriba, abajo, dos o tres veces.  Hacía posturas de pasarela,  un guiño....se sacudía el pelo con un movimiento coqueto de cabeza. Me tenía extasiado, sin habla.

Pero la sorpresa aún no había acabado para mí.   Quédate ahí, no te muevas, me dijo.  Desapareció de nuevo, para volver pasados otros pocos minutos. Ahora un conjunto blanco, solo sujetador y braguita a juego.   Continuó la exhibición....  nunca imaginé que tuviese tanta ropa interior y tan linda.  Aparecía y desaparecía cada vez más preciosa: conjuntos negros, blancos, color marfil...  lencería cara, de estilo.

Ni que decir tiene que en aquellos momentos la erección que tenía era de locura.  El pequeño slip que vestía no podía disimularla, ni yo tampoco hacía nada por ello.  Ella lo notaba,  y se volvía más coqueta,  con gestos cada vez mas insinuantes, más provocativos.   Yo estaba al límite,  se me estaba levantando incluso un dolor tremendo de testículos. Seguía allí, sobre la alfombra, algo recostado sobre los cojines, sin perder detalle.

En uno de aquellos pases de modelo con un diminuto conjunto de braguita y sujetador, al pasar por delante de mi,  me incorporé un poco y agarré una de sus manos,  y la hice tumbarse a mi lado como antes estaba.  Estaba muy alegre, encendida, a gusto con ella misma y por  la admiración que despertaba en mi.

Se tumbó junto a mi, apoyada en los cojines.  Yo a su lado,  acariciaba sus hombros y su pelo, diciéndole una vez más que estaba bellísima con aquella ropa.  Me miraba con su sonrisa, agradecida.  Me atreví a bajar la mano hacia su pecho, acariciándolo por encima del sujetador, de un tejido muy suave. Se dejó hacer...  Y mi mano entonces se deslizó bajo la prenda,  y tomé el seno desnudo, completo, bajo la palma de mi mano.   Ella agarró mi muñeca y hizo un gesto de apartarme la mano... Yo resistí, la mantuve en su pecho, cálido. Sentía hasta palpitar su corazón.  El seno era de un tacto delicioso.  Ella dejó su mano en mi muñeca pero sin hacer movimiento para apartarla.

Permanecimos así varios minutos.  Mi mano apretaba...acariciaba...  con la mano bajo las copas del sujetador,  lo empujé hacia abajo,  para quedarlo bajo los pechos, que salieron al descubierto.  Mi deseo era infinito. Sus pechos, eran firmes,  con dos aureolas grandes, rosadas.

Mi mano izquierda fue bajando por su costado y su vientre.  Su cadera.  Volvió a subir, disfrutando aquella piel sedosa.  Bajó de nuevo,  y apartando un poco la braguita,  mis dedos encontraron los primeros vellos de su pubis.  Sentí como una descarga.

En aquel momento ella debió pensar que estaba llegando demasiado lejos.  Esta vez sí sujetó con fuerza mi mano para apartarla.

-         Pablo, Pablo, por favor,  no sigas.... no está bien.

-         Tía, déjame,  déjame,  no puedo resistirlo, no puedo...

-         No, no..... no puedo... no está bien, Pablo, no....

Se resistía...   pero en realidad no era una lucha contra mí, si no más bien contra sí misma.  Años después, en nuestras largas conversaciones recordando aquellos momentos,  me confesaría que se debatió en dos frentes.  Por una parte el deseo incontenible de mujer insatisfecha,  la atracción que yo le hacía sentir y el morbo de tener una relación íntima con un hombre virgen.  Por otro lado,  se lo impedía el tabú social, el hecho de tener esa relación con un menor, y además de la familia.  Aunque no había incesto realmente, no teníamos lazos de sangre (recordar que era la esposa de un hermano de mi madre),  ciertamente la situación no podía considerarse habitual.

Pero lo realidad fue que a mí aquella resistencia me despertó un deseo irrefrenable.  No podía contenerme.  Deseaba su desnudez, su piel. La quería y necesitaba.  Esta vez agarré con las dos manos la cinta lateral de la braguita y tiré hasta romperla.  La prenda perdió su utilidad y rota de un lado, quedo recogida en el otro muslo como una liga, que añadía aún más erotismo.  Mantenía cerradas las piernas en un gesto de protección, pero quedó al descubierto el pubis con su mata de pelo, suave, espeso, aunque bien arreglado.  Yo en un gesto rápido,  me despojé del slip y quedé desnudo frente a ella.

Mis manos no sabían que atender.  Sus senos, sus caderas, todo lo quería disfrutar a un tiempo.  Ella intentaba proteger su intimidad con algo aún de pudor, colocando sus manos sobre el monte de venus, manos que yo apartaba.

Me coloqué un poco sobre ella,  y intenté separar sus muslos cerrados,  colocando una rodilla entre ellos,  forzando con mi peso. Lo conseguí, introduje una rodilla primero,  después la otra.

Puse entonces mis rodillas en el suelo,  bien separada la una de la otra, quedando erguido el resto del cuerpo.  Mi postura la forzaba a tener bien abiertos sus muslos.  Que delicia,  nunca podré explicar la emoción de aquel momento.  Tenerla así,  abierta ante mí.... la cara interna de sus muslos apoyada en los míos, su piel, su intimidad de mujer al descubierto.  El gozo infinito, el gozo absoluto.

Aunque adolescente,  como he dicho en la primera parte, mi madurez me había conducido al interés por el sexo.  No había visto aún una mujer desnuda, pero a través de alguna película y de revistas de corte erótico,  tenía al menos una idea de cómo era el sexo de una mujer.  Pero una cosa es la teoría y otra la práctica, como decimos siempre.  Aquello era distinto.  No era una mujer.... era ella.  Era su sexo.  No el de otra.  El sexo de la mujer amada.  Pasé suavemente los dedos.  Me maravillé con la contemplación de aquellos labios externos gruesos,  hinchados por el deseo.   El suave matorral de su pubis.  Toda la zona estaba empapada del flujo de su deseo, tanto el vello íntimo como hierba tras el rocío de la mañana,  como la parte interna de sus muslos.  La postura forzada de sus muslos hacía que también el sexo estuviera algo abierto.  Distinguí los delicados labios internos,  brillantes por el flujo,  más rojos, como pétalos de rosa.

Ella seguía oponiendo alguna resistencia. Intentaba apartarme.

-         Pablo, por favor, por favor, por favor...... No sigas. No me hagas esto. No, no, no....

En aquel momento dejé de llamarla tía.  No era mi tía.  Era la hembra, mi hembra.  La diosa del placer, la sensualidad.  Me apetecía decir su nombre.

       - Sí, sí, Marta, Marta, cariño....sí.   Déjame amarte, déjame....

Apoyé mis manos en el suelo, una a cada lado suyo. Los brazos extendidos,  no quería depositar mi peso sobre ella.  Para mí era como un objeto delicado, que no podía aplastar.

Y en esa posición,  o delicia suprema,  fui bajando mi caderas y acercándolas a las suyas.  Por delante,  mi miembro,  duro como un ariete.  A pesar de mi total inexperiencia,  la cabeza gruesa del falo coincidió con su abertura.  Sentí el calor....  Apreté un poco y me maravillé  de la facilidad con que entró la cabeza del miembro.  Ella estaba tan dilatada, tan lubricada, que me facilitó el camino.   Presa ya de un deseo imparable,  apreté y sin detenerme se lo introduje completamente.

En ese momento ella cesó toda resistencia.  Escuché un sonido extraño de su garganta, un sonido gutural, un “aaaahhhhhhhhhhgggggggggggg”  largo, a medida que la penetraba.  Mantenía los ojos cerrados.... las manos apretadas en mis brazos,  pero ahora no me apartaba, sino que me atraía hacia ella.

He intentado muchas veces explicar aquel momento.  No he conseguido encontrar palabras para ello.  Sentí que estaba dentro de la mujer amada, sentí su humedad en mis genitales, sentí que entraba en comunión con ella. Me transmitía un gozo, un placer infinito.  Su dulce cavidad era suavísima.

La erección que tenía ya desde una hora antes,  y la maravillosa sensación de la posesión,  me llevó a culminar.  No sé que tiempo pasó desde la penetración, pero debió ser breve.  Me vacié en el mejor lugar, el mejor recipiente. De mi instrumento salió despedido un primer chorro de semen que debió llegarle a lo más profundo.  Sentí después varias contracciones,  y seguí expulsando a borbotones.  Quizás ella debió notarlo.  Ahora clavó con fuerza sus manos, sus uñas en mis brazos.  Su cara se descompuso y su boca se abrió completamente.  El sonido gutural de antes, se convirtió ahora en ruidos más cortos, más rápidos... una sucesión vibrante de “ahhg, ahhg, ahhg....”.   A pesar de mi falta de experiencia,  sabía que estaba también disfrutando.  Sus caderas se levantaban y me levantaban a mi.  Sus piernas se estiraban, tensando los músculos.  Con el tiempo aprendería que aquello que estaba sintiendo es lo que se llama orgasmos múltiples.

La pasión desenfrenada dio lugar ahora a la calma.  Suavemente me dejé caer,  apoyándome un poco en un costado y otro poco sobre ella.  Apoyé mi cabeza en su hombro y ella acarició mis cabellos.  La gloriosa erección que tenía no disminuyó en absoluto....¡ bendita adolescencia...¡.  Mi pene se mantuvo firme, allí dentro.  Y una vez pasada la tumultuosa primera entrega,  puede ya disfrutar más despacio de aquella conexión.  Los cuerpos en contacto, al completo.  Mi mano, acariciando su seno.  Y mi aún durísimo falo, dentro, dentro....dentro de ella.

Inicié ahora movimientos delicadísimos, suavísimos.  Un dulce entrar y salir de apenas milímetros. Sentía como su manantial seguía fluyendo.  Y dentro de su riquísima cueva,  estaba yo..... No me lo podía creer.   La había hecho mía, la había poseído.  Todos mis sueños hechos realidad.   Ella contraía los músculos internos de su vagina en un abrazo delicioso. Nos fundimos en un largo beso. Las palabras tanto tiempo retenidas salieron por sí mismas.  Quizás estuviéramos así una hora.  Yo pensé que había llegado al final de su delicioso sexo,  al final de su cavidad.  Pero aún me faltaba otra sorpresa.  Ella levantó las piernas, doblando las rodillas.  Su pelvis se elevó.  La penetración se hizo así aún más profunda. Sentí de nuevo derramarme dentro de ella, al tiempo que volvieron sus contracciones, sus espasmos, para finalmente quedar ambos en reposo.

Nos quedamos aún unos momentos abrazados.  Ella me miró con infinito cariño, me acarició de nuevo.  Gracias, Pablo, gracias..... –me dijo-,  lo necesitaba de verdad.  Cerró los ojos y se quedó profundamente dormida.  La arropé con una prenda, como se arropa a un bebé.  Yo me senté un rato en el sofá y me quedé bastante tiempo mirándola.  Sentí que me había hecho un hombre, y tremendamente orgulloso, también me quedé dormido.

Después de aquello fuimos amantes unos 5 años.  Ella acabó separándose de su marido e inició una nueva vida con otro compañero.  Yo me relacionaba ya con chicas de mi edad.  Pero nuestro cariño continúa.  Nos vemos en los acontecimientos familiares,  aprovechamos algún momento que nos quedamos a solas para charlar y recordar.  Ella siempre será La Mujer, con mayúsculas,  La Amante, La Felicidad.  Difícilmente encontraré quien pueda superarla.

Disculparme que me haya extendido con tantos detalles.  Pero quería explicar, o al menos intentar explicar,  aquellos momentos que tanto han supuesto en mi vida.

Gracias por leerme y que tengáis feliz día.