miprimita.com

Te poseeré, tita (1)

en Erotismo y Amor

 “....TE POSEERÉ, TITA...”

Estoy seguro que cualquiera de nosotros lleva muy dentro las primeras vivencias, los primeros encuentros, el despertar al sexo.  Son esos bellos años de la adolescencia, irrepetibles, cuando todo es nuevo, todo curiosidad.  Las primeras miradas,  los sonrojos,  el roce con la chica casi niña,  el primer beso... 

Todo es bonito , sin duda.  Y no debe caer en el olvido.  A mi me gusta recrearme en esas viejas imágenes, que forman parte de nuestro sentir más íntimo.  Y de todas esas experiencias, como no, siempre destaca la primera relación sexual, o quizás el primer intento de relación sexual.  El primer encuentro con la otra o el otro,  con su desnudez, con su calor, con su aliento ávido de besos.  Recordáis vuestra primera vez...?

Bueno, hoy haré un hueco para contaros la mía.   Y que conste que mantengo viva la memoria,  como si lo viera ahora, como si cada movimiento se repitiese.  Y lo he recordado a lo largo de mi vida, porque si para algunos esa primera vez es algo frustrante,  para mi fue una de las mejoras cosas que me han sucedido.

Tengo ahora 30 años.  Me considero un joven bien parecido y medianamente inteligente.  Y si tengo debo destacar algo de mi forma de ser y mi personalidad es mi madurez, a la que desperté muy temprano. Ya desde niño,  a los 9 o 10 años,  los juegos, las lecturas, incluso las compañías no eran las normales a mi edad. Pasaba un poco de los juegos aburridos de los niños, y me agradaba más la compañía de jóvenes algo mayores, y como no....  de chicas algo mayores.

Mi madurez temprana me hizo también despertar al sexo antes de lo habitual. Ya con doce años sabía distinguir bien un bonito cuerpo de mujer, unos pechos bien formados, una graciosa forma de andar,  la coquetería propia de alguna joven algo mayor que yo.  Me atraía el sexo, no sé si como a cualquier joven de mi edad o más.  Pero desde luego, que mucho.  Y aprendí pronto a satisfacerme,  imaginando aquellos cuerpos mórbidos de jovencitas y... algunas menos jovencitas.

Y digo todo esto, para que a nadie le sorprenda a la edad en que me inicié en el sexo con una mujer, a los 16 años recién cumplidos.  Pero ya me considera todo un hombre, me había desarrollado pronto, era ya alto,  con un peso respetable para mi edad y ciertamente bastante bien dotado.

Y ahora pasaré a explicaros con quien me inicié en el sexo.  Pues con una tía, casada con un hermano de mi madre.  Sorprendente también, verdad?.  Pues fue natural, delicioso, viví momentos bellísimos junto a ella y toda mi vida le estaré agradecido.

Ella tenía entonces 38 años.  Una mujer muy atractiva, un cuerpo delicioso para su edad. Muy rubia, natural.  Piel suavísima. Coqueta, juguetona, alegre. Llena de vida y de sensualidad.  Cuantos piropos escuché que le decían cuando de niño me acompañaba algunas veces de paseo o al colegio.  Una mujer en suma que despertaba pasiones.

Pero cometió un error, casarse con alguien más mayor que ella. Su marido le llevaba casi 15 años, estaba metido casi en los 50 y además era un hombre serio, algo apático por todo, incluso por su propia mujer.  No tenían hijos, no sé de quien era la causa, quizás no se habían preocupado siquiera en averiguarlo. Él trabajaba en una fábrica que tenía actividad continua las 24 horas, por tanto hacían turnos, incluida la noche. Y cuando le tocaba el trabajo nocturno, a mi tía le gustaba que me fuese a dormir a su casa,  decía sentir miedo sola. Mis padres nunca se opusieron a ello.  Así descubrí las primeras intimidades de una mujer... ella se paseaba con cierta libertad por la casa, en ropa interior, con un simple albornoz tras la ducha.  Descubrí el encanto de unos muslos bien torneados, unos pechos insinuándose, unas caderas generosas.   Y como no, el goce de las masturbaciones diarias,  no podía evitarlo, ante el fuego que me quemaba.  Ella lo sabía y me provocaba, a propósito sin duda.  A pesar de mi poca edad,  ya algo me decía que aquella mujer no estaba satisfecha.

Así, desde hacía ya un año antes,  cuanto tenía yo unos 15,  la relación del niño-tía fue dando paso a un juego erótico, deseado por los dos.  Ella se insinuaba más,  dejaba su bata abierta,  se ponía una falda muy corta que subía descaradamente muslos arriba cuando se sentaba.  Algún botón de la blusa desabrochado...   Aquello subía mi temperatura hasta límites increíbles.  Al principio intentaba disimular mis erecciones, luego no me importaba que las notase.  Y, más de una vez, entre risas,  me echaba mano a mi entrepierna cuando veía el bulto hinchado.  Pero, que tienes ahí, chiquillo?....  decía entre risas... Si lo tienes ya más grande que tu papá.....

Yo fui ganando confianza, sintiéndome más hombre a pesar de mi edad.   Y me atrevía ya a poner una mano, como inocente, en su muslo cuando estaba sentada a mi lado.  A apretarla con una mano en la cintura,  diciéndole por ejemplo, que guapa estás hoy, tía.  Y mi miembro crecía, como respondiendo a un resorte automático cada vez que la tocaba. Me embriagaba su olor, era delicioso. 

Ella seguía el juego, con eso carácter alegre.  Reía, reía.   Me encantaba. Me provocaba con preguntas.  Te gustan ya las chicas, eh?... Ya sabes lo que es una mujer...?.  Te gusto  yo...?... Al principio me cortaba algo, me daba pudor, luego me acostumbré a contestarla con naturalidad.  Me gustas mucho, tía, más que ninguna otra, le decía.  Y un día, en aquel juego,  se me escapó una frase que me salió de dentro, espontánea,  rotunda,  originada por la excitación que sentía.  Le dije:  “.... te poseeré, tita”.  Así, tan solo.  Solo tres palabras.  Ella ahora no se rió,  se quedó seria,  y sus mejillas se sonrojaron algo.  Pero no dijo nada en señal de protesta. Pude captar que mi atrevimiento le había gustado, que sus gestos se habían alterado, se había puesto algo nerviosa.  Sin duda, también se había excitado.  Después de aquella tarde,  los acontecimientos se precipitaron.  Ya no éramos tía y sobrino,  aquella relación filian había muerto y dado paso a  una nueva situación,  un hombre y una mujer que se deseaban a pesar de la diferencia de edad. 

No dormí apenas aquella noche.  Algo me decía que, efectivamente, la mujer que más deseaba, la que más inspiraba mis sueños,  me haría sentir hombre por primera vez.  Y una felicidad infinita me inundó.

Pero ahora no quiero cansaros más, el relato está quedando algo largo.  Lo dejaremos para una segunda parte, con el mismo nombre.  En ella os contaré como se sucedieron las cosas.

Un beso y ser felices.