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En el Tren

en Erotismo y Amor

EN EL TREN

Hola, amigos de “todo relatos”.   Soy una mujer ya madura, con 55 años, pero me sigo considerando atractiva y disfrutando plenamente del sexo, uno de los mejores regalos que nos da la vida.  Hoy me he decidido a contar mi historia, un acontecimiento vivido hace años, en mi juventud.  Uno de esos recuerdos íntimos que se llevan muy dentro, y que no se comparten con nadie; pero alguna vez,  apetece darlos a conocer, y aquí, aprovechando el anonimato, es un buen sitio para ello.

Lo que voy a relatar sucedió a principios de los años 70, cuando yo tenía 22 años.  Decía antes que me sigo considerando atractiva, siempre tuve buen físico y sigo gustando mucho a los hombres, pero con 22 años debo decir, sin pudor, que era realmente explosiva.  Alta,  bien formada, de pelo y piel morenos, llena de curvas.  Las caderas femeninas, redondas, de nalgas levantadas y firmes y pechos que desafiaban la gravedad.  Guapa de cara, con ojos muy oscuros y una boca grande y carnosa.  Ciertamente eran muchos los que volvían la cara cuando yo pasaba.

Vivía entonces en un pueblo de una provincia española, distante unos 50 km de la capital de provincia.  Mis padres se habían establecido allí, tras pasar unos años en Francia, donde fueron emigrantes.  Precisamente, mi estancia en este país, más adelantado entonces que España,  me había despertado al sexo a edad relativamente temprana, y a mis 22 años, ya tenía una cierta experiencia sexual con jóvenes de mi edad.   Había encontrado un trabajo en la capital de la provincia y diariamente me trasladaba en un tren, aquellos trenes de entonces, llamados “correo”: de vagones altos, con compartimentos amplios y un pasillo lateral. Tardaba cerca de una hora en recorrer los 50 km del recorrido, pero a mi me gustaba, aprovechaba para leer, hablar con la gente, ver el paisaje.

Era una tarde junio, a la puesta del sol, cuando regresaba. Hacia calor, el tren prácticamente vacío. Sola en un departamento,  baje la amplia ventana y apoyándome en ella veía pasar frente a mi la llanura, los árboles, los sembrados bajo la luz dorada de la puesta del sol. Me encontraba a gusto y no sé por qué, aquella quietud, el calor suave,  provocaron en mi una cierta excitación.  Vestía una falda cortita, aún la recuerdo, muy ligera, verde agua y una blusa suelta.... sin sujetador.  Reconozco que era atrevida pero me gustaba provocar.  Mis senos eran firmes pero la libertad les daba un movimiento natural que encandilaba a los hombres. Disfrutaba mirando de reojo sus reacciones de admiración, de deseo.

Hacía una ligera brisa que jugaba con mi falda y la levantaba de vez en cuando. Sabía que cualquiera que pasara por el pasillo, podría ver mis muslos de piel morena, y el trasero insinuándose bajo una braguita blanca.  Fue entonces cuando sentí que alguien entraba al departamento.  Saludo con un breve “hola”.  Me volví solo un momento para responder, era un hombre alto, de unos 35 años, bien parecido.  Luego seguí mirando por la ventana.  Aunque el departamento estaba vacío, el hombre se sentó cerca de mi, junto a la ventana.  Pasaron unos minutos. El viento seguía jugando con mi falda, pero no me importaba, había decidido jugar a ser mujer. Y el pensamiento de que el hombre estaba allí,  mirando,  pendiente de mi falda, me excitaba aún más.  Abrí ligeramente las piernas en un movimiento casi instintivo. Necesitaba sentir la brisa entre ellas...  Y entonces algo ocurrió... a la altura de mi rodilla, por su parte posterior, sentí un roce. Muy breve, como involuntario, un roce de una mano, que se retiró al instante.  Estaba claro... el joven estaba tanteando el terreno, buscando mi reacción.  Ni siquiera me moví.  Pasó algún minuto más. De nuevo la mano, de nuevo el roce, ahora aguantando un poquito más en mi pierna. Ahora la mano, sin separarse, pasó por la rodilla, y una palma  fuerte, pero suave, subió despacio por mi muslo. Separé algo más las piernas, sin volver la cabeza siquiera.  Era un gesto de invitación que el hombre captó de inmediato.

Sin volverme, sentí como el hombre se levantaba, se dirigió a la puerta del departamento, la cerró, echando el cerrojo de seguridad. Bajó también las cortinas, unas cortinas fuertes, que dejaban aquellos compartimentos totalmente aislados del pasillo. Luego se volvió, me tomó con ambas manos por la cintura, y casi levantándome en vilo, me separó de la ventana,  colocándome de rodillas sobre el suelo y el cuerpo sobre el amplio asiento. Lo hizo con fuerza, con decisión,  pero sin violencia. Quedé allí, con mi trasero levantado, la cabeza hundida en el asiento mullido.  Sin perder tiempo levantó mi falda colocándola por encima de mi cintura y agarrando las braguitas las bajó hasta medio muslo.  Sentí sus manos como me recorrían, ávidas de deseo, por mis muslos, mis nalgas.  Su respiración era fuerte, agitada,  de macho que necesita a la hembra, y yo me dejé hacer, entre sorprendida y maravillada de aquella situación. Y estaba realmente excitada, con aquellas manos recorriéndome, palpando, casi me corro.  Pero él se detuvo un poco en aquel erótico masaje y separando mis nalgas con cuidado,  noté que se había decidido a penetrarme. Sentí como la cabeza de su polla se colocaba a la entrada de mi coñito; estaba super empapada, pero aún así, me día cuenta que aquello que me habían puesto en la abertura de mi sexo no era precisamente a lo que yo estaba acostumbrada. Aquello era notablemente mas grueso, lo noté solo al tacto y con tuve un movimiento miedoso, instintito.  Me cerré, en una palabra.  El empujó un poco y debió notarlo.  No insistió, se notaba que era hombre experto y sabía bien lo que era una mujer. Se cogió con la mano aquel grueso instrumento y se dedicó a pasar su enorme cabeza por mi vulva jugosa, recorriéndola arriba y abajo, pero sin intentar entrar.  Subía, bajaba...se detenía un momento en el clítoris con un ligero roce en círculos....Uffffffffffffff.... El muy mamón sabía bien lo que hacía..  Me puso a cien.  

A ratos dejaba apoyada la estaca allí en mi rajita y metía las manos bajo mi blusa, tocando mis senos tan duros.  Los pezones se me pusieron como el acero a pesar del calor.  Que calentón, que locura..Nunca había sentido nada igual.  Me puse hecha una burra de caliente, mi coño era una auténtica fuente. 

Y entonces,  cuando me notó preparada.... paffff....   De un golpe me clavó aquella enorme estaca. Hasta los mismos huevos,  sin compasión. Solté un quejido,  pero fue más de sorpresa por lo inesperado que de dolor.  En realidad estaba ahora totalmente abierta, lubricada al máximo.  Aquel pollón se alojó en mi cavidad hasta el fondo.  Nunca me había sentido tan llena, tan poseída, tan penetrada. No pude resistirlo,  me corrí con un alarido en un interminable orgasmo.... No sé cuantas barbaridades pude decir, ni me acuerdo.  Se me soltó la boca como una furcia... “así, así, cabrón, uuummmmmmmm, apriétame más, ahora, no te pares, dame más...”.  No sé cuanto duró aquella corrida, pero no sería la última. 

Cuando el hombre notó que había explotado, volvió a levantarme en vilo por la cintura, me dio la vuelta y me depositó a lo largo sobre el asiento.  Me levantó la blusa por encima de los pechos, una pierna me la hizo colocar arriba en el respaldo del asiento, la otra en el suelo.  Quedé allí espatarrada,  más que una mujer era en realidad una vulva con piernas y cabeza, toda sexo, toda lujuria. El jugó un rato con mis pezones, los besó, los chupó, pasó la yema de sus dedos por mi chochito.  Espectacular, nunca me habían follado así, con aquella mezcla de pasión,  de deseo primitivo y también de ternura masculina.  Y cuando yo estaba pensando en lo que haría a continuación,  enterró su boca en mi coño.  Noté como su lengua separaba mis labios ya totalmente hinchados,  como hurgaba en mi interior, como succionaba,  lamía, buscaba mis rincones,  entraba en mi chochito,  desenterraba mi clítoris.   Me hubiera gustado que aquella situación se hubiese prolongado durante mucho tiempo, pero no pude sujetarme y de nuevo tras unas fuertes contracciones, tras subir y bajar mi pelvis en movimientos espasmódicos,  volví a explotar, ahora en un orgasmo múltiple...Agradezco ahora que el tren estuviese vació aquella tarde, porque de lo contrario me hubieran oído en todo el vagón.  No sé si chillé, grité o aullé como los lobos.  El era hábil como he dicho, sabía hacer gozar a una mujer. Agarré su cabeza con fuerza por sus cabellos y restregué mi sexo contra su cara como una loca. No retiró su boca y su lengua de mi coño hasta que notó que había terminado. Nunca he vuelto a tener una corrida igual.

Me quedé como sin conocimiento, de veras. Agotada, sumisa, agradecida.  El desabrochó ahora mi blusa dejando mis pechos totalmente libres. Me pregunté de nuevo que haría, no estaba preparada para una nueva penetración.  Pero él, con una leve sonrisa, que llevo grabada en mi memoria, dijo..”no quiero que corras el riesgo de quedarte embarazada”... Caray, encima un caballero, me dije,  no se ha corrido.  Se colocó sobre mi en el asiento, a horcajadas. Comprendí lo que quería, deseaba sentirlo entre mis pechos.  Colaboré gustosa.  Me apetecía enormemente satisfacerle como el había hecho conmigo.  Colocó su enorme polla entre mis tetas, ahora si que vi el respetable tamaño de aquel miembro, duro como acero, grueso, brillante. Sujeté mis pechos por los lados con mis manos y aprisioné con ellos aquel instrumento.  El se movió, atrás adelante.... yo miraba su cara y miraba la cabeza de su polla, enterrada entre mis tetas, noté que aceleraba un poco... y de repente un río de semen me inundó los senos, la garganta. Caliente, espeso, sentí como me llenaba toda mi piel. No me importó. Deseaba dar placer a aquel hombre y lo hice.  El terminó,  se bajé de encima mío, se recompuso la ropa, y con cierta prisa se preparó para salir. Sin duda había llegado el momento de bajarse del tren.  Al salir,  se volvió un momento,  me dirigió una última sonrisa y me tiró un beso llevándose los dedos a la boca.  Cerró de nuevo la puerta para dejarme protegida y yo quedé allí aún unos minutos, sin  acabar de creerme lo que me había sucedido.

Nunca volví a verlo, pero su recuerdo me ha acompañado todos estos años y ha sido la mejor fuente de mis fantasías sexuales.  Recordando aquella tarde en el tren, he sentido muchos orgasmos.

Ahora espero que os haya gustado compartir conmigo esta experiencia.

Que seas felices y disfrutad del sexo, pero con precaución y dulzura.  Os lo dice una mujer experta.

Muchos besos.