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Aventura en la selva

en Zoofilia

Era preciosa la vista desde esta altura, veía el valle como se alargaba hasta lo más profundo de la selva venezolana, el infinito se perdía al fondo y detrás de mío, la considerable caminata de tres días, me garantizaban estar donde pocos aventureros llegaban, quería estar auténticamente sola por todos esos doce días en que me había propuesto desconectar y salvarme del stress que me podría anular definitivamente.

Empecé a bajar con calma pero sin dejar de disfrutar del paisaje impresionante que tenía a mi servicio. Me faltaban como quinientos metros en bajada para llegar al final de la zona abrupta, sin vegetación, sin saber bien bien como sería el camino más abajo, ya mas entrada en el bosque. Continué hasta casi el límite hasta que, en una distracción tonta, metí el pié en una grieta y me trastabillé demasiado para poder controlar mi verticalidad en una zona con tanta pendiente, de forma que di una voltereta y empecé a rodar cuesta abajo y y noté un golpe en mi cabeza y perdí el conocimiento.

Cuando desperté con mi cuerpo inservible, al querer moverme y no poder hacerlo, era ya de noche. Me quedé mirando hacía el cielo y empecé a pensar. Veía el cielo entre las ramas de los altos árboles del bosque, supongo había rodado hasta llegar a entrar al lecho que forman las hojas caducas año tras año y que llegan a hacer un auténtico colchón, que, sin duda amortiguó mi golpe cuando acabó la zona rocosa y caí desde una altura de unos dos metros. Bueno voy a descansar y a comprobar qué me pasaba en mi cuerpo. Pude alzar el brazo derecho y me toqué toda, desde la cabeza, el hombro derecho, noté un poco de dolor, el pecho izquierdo que al tener una talla grande, mis pechos eran muy delicados y yo muy sensible, por suerte no sentí ninguna molestia, mi cadera tampoco y ya más abajo no llegaba pero moví la pierna izquierda y pude abrirla y cerrarla, aunque lentamente. Pasé la mano por mi pubis y luego a mi lado derecho sin notar nada anormal, excepto magulladuras por los golpes al caerme. Vi mi mochila a mi lado y como que el tiempo era tan bueno, 33º, no me preocupó el no poder abrir mi mini tienda para dormir, por no poder moverme. Total que entre el cansancio, los golpes y la protección al rocío que me daban los árboles, me dormí como una bendita.

Me desperté clareando y muy despacio me incorporé, pero me dije que mejor esperar a levantarme y hacer la actividad normal de excursionista y solo alcancé mi mochila, para coger algo de mi despensa para desayunar. En aquel momento fue cuando oí una especie de aullido pero no pude distinguir bien lo que pudiera ser. Abrí una bolsita de galletas energéticas y con la navaja me dispuse a mondarme una manzana, echaba en falta mi leche de vaca, pero era imposible en aventuras de tantos días, hacer provisión de ella. Cuando estaba acabando observé como algunas ramas de las cañas del camino se movían y de pronto apareció. Un enorme perro salvaje del bosque se quedó mirándome, yo no supe qué hacer pues en situación normal y con movilidad, como iba armada de una buena navaja, podría zafarme e incluso, hacerlo huir pero tal como estaba me entró algo de pánico, solo me quedé mirándolo un buen rato para ver que iba a hacer aquella bestia de perro. Después de estarme mirando con una mirada entre fiera y curiosa, empezó a moverse a mi alrededor, olfateando ostensiblemente como intentando conocer la especie de animal que se encontró en el lugar de su zona predilecta de reposo, donde tenía comida, lecho y agua en el lago cercano de donde estábamos, que yo no veía por no estar de pié. Volvió a moverse al revés, continuando aquella exploración olfatoria cada vez más cerca de mí y ya su mirada menos fiera y su boca cerrada sin enseñar los dientes me calmaron, por lo que escondí mi arma. Así estuvo mas de un cuarto de hora y al final ya era su cuerpo que se frotaba con el mío para hacerme como que me moviera pero yo todavía no podía. Entonces le di un trozo de manzana y el me miró con sorpresa pero la cogió y se lo zampó tras dos masticadas, le gustaba, lo que me encantó pues no era del todo carnívoro. De pronto salió disparado, me quedé expectante y al cabo de cinco minutos regresó con una rama de manzano en su boca con frutos. A mi me enterneció aquel detalle, demostrándole que me había halagado y me comí una, lo que le debió parecer bien pues aulló festivamente. Aquello me relajó definitivamente y mis pesimistas pensamientos acerca del bicho desaparecieron de mi cabeza.

Como hacía mucho calor con el sol apretando en aquel trópico, estábamos a 40º, me quité la sahariana y los pantalones y me quedé con unos shorts y camiseta sin mangas, con bragas y sin sostenes, pues no necesitaba para mi solitaria excursión. Lo guardé en mi mochila y me recosté en ella esperando recuperarme para seguir la marcha. El perro se puso algo excitado entonces y comenzó a oler el aire de mi alrededor, seguramente al quitarme la ropa había dejado que mi transpiración inundara sus fosas nasales tan sensibles y lo pusieron en onda, se echó al suelo y como reptando arrastró su cuerpo hacia mi con una actitud extraña que al llegar a mis piernas sacó su lengua y me lamió mi muslo por fuera. Su lengua era caliente pero se deslizaba con gran suavidad y lentamente con lo que yo no me asusté y encontré una cosquilla de aquellas que en la médula, te dejan en blanco, como paralizada de gusto y el lo aprovechó pues cuando me di cuenta por mi relajación, el perro estaba entre mis piernas y me lamía los muslos hasta donde el short dejaba y aún más ya que su lengua era larga y llegaba a mis braguitas, que por cierto no me había cambiado en tres días. Yo, entre mi estado anímico de felicidad por estar venciendo a mi stress, por las magulladuras y por el gusto que sentía con aquella caricia tan tierna para un perro salvaje, que me quedé traspuesta y me abandoné. Si me abandoné que a los pocos minutos me estaba bajando los shorts y las braguitas, todo de una vez y el perro se dio un banquete con mis jugos que de mi chochito salían sin parar, hacía ya mas de un mes que no había prestado atención a mis necesidades sexuales, normales para una mujer de 29 años. Sin saber qué estaba haciendo el perro como estaba con los ojos cerrados, me subí la camiseta y sin querer los sostenes por el sofoco y al momento y con gran cuidado, el salvaje perro se me comió los pezones con sus morros y digo se me comió pues los mordisqueaba al tenerlos muy salidos cuando me caliento. Abrí la boca del gemido que me salió al notar la mamada que me hacía en mis prominentes y sensibles pechos pues pasaba de uno al otro. Cambió y subiendo se puso delante de mi cara para mirarme de cerca lo que aprovechó también para meterme su largísimo lengua dentro y lamerme todo mi paladar y mis encías, acompañándolo con una dosis abundante de su saliva que yo, fascinada por aquel encuentro del todo imprevisto, me tragaba hacia mi estómago.

Me di cuenta que con todo aquello me movía y podía hacerlo por lo que me dio tranquilidad pensar que no corría peligro alguno ya que podía escaparme cuando quisiera, pero no me escapaba. En cambio, mientras el perro me estaba dando lengua de verdad yo tan solo levanté las manos y me encontré, sin pensarlo, con la verga más grande y tiesa que jamás hubiera cogido con mis manos, aquello era un monstruo de polla por lo larga, llegaba desde mi pubis a casi mis melones y de gorda no podía cerrar la mano rodeándola. Se me erizaron todos los vellos de mi cuerpo y eso mientras el perro seguía morreándome, nunca mejor dicho. Sacó su lengua de mi boca después de haberme hecho tragar infinidad de sus babas y entre el, que se movió hacia delante y yo que no dejaba su polla, que me la puso, también sin quererlo, delante de mi cara con lo que mirándola me decidí a mamársela como agradecimiento a su dedicación y a no comerme. Entonces aprendió a darse la vuelta despacio hasta alcanzar mi coñito por segunda vez y, he aquí, que hicimos un 69 glorioso.

Hasta aquí había sido una improvisada y excitante situación muy placentera pero, a partir de aquel momento, mi orgasmo llamó a mi puerta y eso es definitivo. Me removí como no pensaba pudiera hacerlo y poniéndome recostada a la última piedra, en 45º de inclinación, iba tan caliente que le abrí los brazos y se me echó encima, con la brusquedad de un perro salvaje que solo debía de haber follado con perras de igual ralea. Su tremenda polla estaba todavía más grande que cuando la agarré con las manos y en el salto hacia mi, coincidió en mi vulva, lo que al acercarse más a mi boca como queriendo continuar la morreada, me dejé que entrara como entra un dedo con vaselina en el ano de un bebé. Le noté una expresión de sorpresa al encontrar que su sexo estaba rodeado y oprimido por unos músculos vaginales que debía pensar lo atrapaban sin dejarlo salir. Me pareció que aquel salvaje era… virgen, que era la primera hembra que se follaba, tal y como había estado actuando con tantas caricias y besuqueos pues las mascotas que conozco cuando se aparean dan dos lamidas y ya se echan encima la perra para follársela, bueno pues mi perrito, ya empezaba a considerarlo como mío, empezó a follarme por el instinto que llevamos en nuestros genes y seguramente por que yo le gustaba.

Me estuvo bombeando como diez minutos y se corrió, claro, era primerizo, pero yo no lo dejé salirse y a pesar de no haberme metido su nudo, no lo había notado y mi coño es estrecho, lo mantuve dentro de mi retenido por mis brazos y mis piernas a su alrededor y conseguí, al poco notando su polla dura como al principio, que me volviera a follar ya de una forma total, con su bola dentro de mi enrojecida vagina y comenzando a hacerme orgasmar sin fin. Estaba yo súper caliente al igual que mi macho y le volví a dar mi lengua rozándola con la suya colgando, quería que notara que yo era su hembra, humana pero hembra, sintiendo como su larga y gorda polla me llegaba al fondo de mi vagina donde ya no puede entrar más, donde el útero espera la venida del esperma para decidir, si esta ovulando, lo qué hacer con sus espermatozoides. Estaba seca mi alma de tanto correrme en cambio estaba húmedo mi cuerpo de tanto semen de perro, pues mi amante se desparramó dentro de mi, con chorros y chorros de su caliente leche. Nos quedamos los dos paralizados por la reacción al cósmico placer del orgasmo, que nos deja en otra galaxia por minutos hasta que sin remedio, debemos volver a la puta realidad, pero encantadora si sigues entre los brazos de tu macho, como yo estaba. Esperamos una inmensidad de tiempo abrazados, pues ninguno de los dos tenía prisa ni había riesgo de que nos encontrara alguno de nuestros conyugues, hasta que se le aflojó el nudo, salió delicada y suavemente su enorme verga de mi coño, como si me hubiera desvirgado, y se puso a lamerme tan tiernamente que me daban ganas de coger la digital para grabarlo y que aprendieran algunos. Suspirando a fondo me levanté, sin acordarme de mis magulladuras, me quité mi camiseta y desnuda me fui hacia el laguito de quietas aguas verdes y poca corriente y me zambillí. Al sacar la cabeza busque a mi amante y no lo ví pero al girarme lo tenía detrás, al tirarse detrás de mí, nadando los dos por todo aquel paraíso sin huella humana.

Reemprendí la marcha con una variante: mi macho me siguió por todos los doce días de mi aventura de evasión, follándome cada día varias veces pues ahora al desayuno, al mediodía en cualquier río o lago y por la noche, nos amábamos hasta perder el conocimiento. Desde luego que regresé completamente curada de mis ansias aunque algo irritada