Sonetos encadenados
Me cortaste las alas, ya no puedo
volar como hice ayer hasta la altura
posando tu plumaje en mi cintura,
sentir tu protección contra mi miedo.
No sabes ni sabrás como me quedo,
en esta habitación fría y oscura
que más que a estancia huele a sepultura,
y es aquí que renuncio, lloro y cedo.
Las noches de pasión que mantuvimos
ya no existen, se fueron al pasado,
y el olvido cruel y despiadado
ni siquiera recuerda lo que fuimos:
dos ángeles de amor de canto firme…
(Perdona si no sigo. Debo irme)
Regreso entre la noche y madrugada
a decirte que lloro por tu ausencia,
que mi llanto henchido de impotencia
me sumerge en la sombra de la nada.
Renace nuevamente la alborada
y en mi lecho perdura tu presencia,
la misma que recuerdo con frecuencia
durmiendo entre los brazos de mi amada.
Si estás junto a otro cuerpo no me importa,
renuncio a todo si feliz te sientes.
La vida, lo sabemos, es tan corta
que no hacer aquello que presientes
puede matar el alma, destruirla.
¡Amor mío, por mí, debes vivirla!