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Natural Cosmetics -9-

en Lésbicos

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El estado de ánimo de Cecilia cambió radicalmente. Ni ella misma entendía la razón, era como si una parte de su cerebro se hubiera borrado y por mucho que lo intentaba no acertaba a recordar. Su mirada recorría una y otra vez los edificios en busca de cualquier detalle que la iluminara. Removió sus recuerdos, deseaba recibir un flash o fiarse más de su corazón que de su cabeza confiando que no le engañaría.

Las tres mujeres se miraban entre ellas preguntándose, pero ninguna comprendía la razón por la que Cecilia seguía con la mirada ausente.

-Cariño –le dijo Pastora acariciándole la cara- ¿qué te pasa? ¿quieres que nos vayamos de aquí?

-No, por favor, no quiero marcharme

-¿Qué podemos hacer nosotras? –preguntó Flora-

-No os vayais, no me dejéis sola

-Cecilia, me parece que lo conveniente es que volvamos a la casa, haznos caso, te sentirás mejor –le aconsejó Fátima-

 -Esperad un momento… ¿no lo entendeis? ¡necesito recordar!

Pastora se sentó a su lado. Pasó un brazo por los hombros de Cecilia y a la atrajo hacia sí.

-Cierra los ojos, descansa amor mío, estamos aquí a tu lado, descansa…. descansa… sea lo que sea vamos a vivirlo juntas…

Flashes llegaron a su mente, una taza de leche… niños jugando… muñecas… una calle porticada… una puerta… una señora… Temblaba y eso preocupó más a las mujeres… Se quedó dormida… La extendieron en el banco con la cabeza reposada en las piernas de Pastora.

-Os juro que nunca la había visto así, tan frágil, -les dijo Pastora- Todo ha ocurrido al llegar aquí, a esta plaza

-Quizás le recuerde algo, no sé, ¿algún lugar de su infancia? –supuso Fátima-

-Tal vez, pero es que no comprendo que puede ser y más aún porque en el poco tiempo que llevamos juntas apenas hemos hablado de nuestra niñez

-Pudiera ser que no recuerde ciertos pasajes de su vida –dijo Fátima- una especie de amnesia selectiva, algo así como  la incapacidad para recordar ciertos tipos de recuerdos o detalles de hechos ocurridos

-Creo que lo mejor es decírselo a María Teresa, que ellas dos lo hablen con calma a vuestro regreso –apuntó Flora- la verdad es que se me encoje el alma verla así… tan indefensa… Tiene una suerte enorme de que estés a su lado, Pastora

-La suerte es mía, haberla encontrado, me siento afortunada y no permitiré que nada ni nadie le haga daño, es tan maravillosa… tan dulce… miradla bien ¿quién se atrevería?... ¡mi ángel bello!

Pastora se derrumbó, no pudo contener el llanto…

-¿Qué tienes, mi vida? –dijo Cecilia abriendo los ojos-

-No lloro, es el humo del cigarrillo de Fátima que se me ha metido en los ojos…

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(Dieciséis años atrás…

-Niña, estate quieta  o vamos a llegar tarde  y no veremos pasar a  las cuadrillas de mozos y mozas.

La bondadosa señora hablaba con la preciosa niña mientras le hacía dos trenzas en su rubio cabello. Llevaban conviviendo juntas algunos años, de hecho se podría decir que la había criado y habían congeniado muchísimo, ayudaba a ello el carácter de la señora y la actitud de la pequeña, un encanto, que también se había ganado el cariño de sus  maestras de primaria desde el primer día que puso los pies en la escuela.

Era una niña callada, apenas hablaba más de lo necesario, le encantaba mirar libros aunque no entendía bien su contenido, prestaba atención a lo que se le decía, pero sus ojos carecían de ese brillo infantil incluso cuando una sonrisa aparecía en su cara. Como opinaban sus profesoras la pequeña necesitaba atención educativa especial para desarrollarse intelectualmente, no era deficiencia, pero la necesitaba y ese colegio no disponía de educadores especializados.

Cuando su madre la dejó al cuidado de la señora le prometió que las visitaría con frecuencia  y que no le faltaría de nada durante el tiempo que estuvieran separadas.

-¿Vendrá mi mamá a verme?

-Si, mi cielo, este sábado vendrá de nuevo y te llevará a la feria

-¿Me comprará una nube de azúcar?

-Y subiréis a los caballitos y a la ola marina…

Cogidas de la mano llegaron a la plaza de la iglesia y se sentaron en un banco justo en el preciso momento que pasaban los mozos y las mozas ataviados con trajes regionales a los que acompañaban la banda de música de la localidad…

Llegó el sábado, la niña se despertó impaciente, apenas probó las galletas y la taza de leche quedó sobre la mesa de la cocina, como si tuviera un presentimiento que su cabecita infantil no conseguía asimilar. La señora la observaba triste, su niña, su querida niña marcharía de aquel hogar quizás para siempre.

La inquietud de la pequeña se transformó en alegría cuando vio descender del automóvil a su madre. Esta vez venía sola, no la acompañaba otra mujer como tantas veces lo había hecho y a la que la nena cariñosamente llamaba “Tita”.

-Cuéntame, princesa, ¿qué has hecho estos días? ¿Te portaste bien?

-No hace falta que se lo pregunte –dijo la buena mujer- es difícil encontrar a su edad un sol como esta niña

-Es que ya tienes siete años mi reina, eres toda una mujercita

-¿Iremos a la feria?

-Claro que sí, y voy a comprarte todo lo que quieras…

-¿Una nube de azúcar?

-Y una manzana grande cubierta de caramelo. Venga, vámonos ya a pasear preciosidad mía

-Tata María vente con nosotras

-No, quiero ir a misa y después os he de preparar  la comida –respondió la señora-

-Hasta luego, María, gracias una vez más por todo lo que ha  hecho por ella, no lo olvidaremos nunca

Pasaron una mañana deliciosa consintiéndole todo a la niña. Camino de vuelta se sentaron a descansar.

-Cecilia, mi vida, ¿te gustaría que venir conmigo  a la ciudad y que viviéramos juntas?

-Siiiiiiiiii –respondió - ¿para siempre?

-Para siempre

-Si, mamá, siiiiiiiiiiiiiiii –dijo abrazándose a ella-

-Mi tesoro, te prometo que vamos a ser muy felices

-¿Y la tata María también?

-No cariño, ella se quedará aquí, pero vendrá a visitarnos muchas, muchas veces, siempre que quiera, ya lo verás

Cuando regresaron para comer la señora María, con lágrimas en los ojos, señaló las dos maletas que había preparado con toda la ropa y los enseres de la niña. Después de la comida llegó el momento de la despedida.

-María, le encargo vaya a hablar con su maestra y le cuente todo, es un favor personal que le pido

-Descuide, María Teresa, que así lo haré. Cuídemela mucho.

Las dos mujeres se fundieron en un largo abrazo. María abrió sus brazos acogiendo a la pequeña…

-¿Porqué lloras tata?

-No lloro, es el humo de la cocina que se me ha metido en los ojos…)

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Cecilia se levantó como si fuera impulsada por un resorte…

-¡Vamos!

-¿Dónde?

-No sé… por esta calle… la de los soportales…

Anduvieron con lentitud, Cecilia miraba detenidamente cada una de las casas sin saber que buscaba, hasta que se detuvo delante de una de ellas, a cada lado de la puerta había unas amplias ventanas protegidas por rejas de hierro y adornadas con macetas de flores.  Sin pensárselo dos veces llamó a la puerta…

Abrió una mujer que rondaba cerca de los ochenta años. Sus pequeños ojos miraron a la joven fijamente…

-¿Eres tú… ? –le dijo mientras recorría con sus manos el rostro de la chica y le acariciaba el cabello- ¿Eres tú… Cecilia?

Esa pregunta, esos gestos, sacudieron el cerebro de Cecilia y un nuevo flash llegó a su mente, el de la mujer que le hacía trenzas, la que la cogía de la mano, la que le acompañaba a la escuela…

-Y tu eres…

-María, tu tata María…

Imposible relatar  su  reencuentro después de tantos años, pero lo más hermoso era que Cecilia iba a recuperar un espacio de su vida que creía olvidado, algo que podía suceder en cualquier instante como vaticinaron los especialistas que la atendieron durante su crecimiento en la ciudad. El momento había llegado.

Durante el resto de la tarde las cinco mujeres vivieron  instantes tiernos  entre taza y taza de chocolate que María les preparó. Teniendo entre sus manos las de Cecilia la señora contestaba  a las preguntas que le hacía, solo a una de ellas evitó la respuesta… ¿porqué motivo pasó esos años con ella?.  Tan solo dijo que María Teresa, su madre, era quién debía contestarla…

Oscurecía cuando regresaron a la casa rural, estaban agotadas emocionalmente y apenas entraron al apartamento Pastora y Cecilia se fueron a la habitación. Flora y Fátima se sentaron el sofá, muy abrazadas esperando que llegara la noche y la oscuridad las envolviera.

Cecilia y Pastora no precisaban hablar. El rostro de la joven había vuelto a cambiar, sus inmensos ojos azules miraban fijamente a los de Pastora, el haber recuperado parte de su infancia la hacía sentirse mucho más mujer y ese sentimiento quería compartirlo con el amor de su vida.

-Pastora, quiero que me ames, quiero sentirte, quiero que me robes el aliento, quiero fundirme contigo, soy tu amiga, tu esposa, tu amante…

-Calla, corazón, no digas más…

Se fueron desnudando lentamente, acariciándose, sintiendo a cada roce de sus manos como la piel reaccionaba, sus labios eran inseparables, apenas dejaban salir los gemidos de placer. Con toda la ternura imaginable Pastora acomodó en la cama a Cecilia, se aposentó encima para transmitirle su calor, vientre sobre vientre, dando a su cuerpo un suave vaivén buscando el encuentro de las zonas púbicas. El rcontacto les provocaba gemidos que se ahogaban en sus gargantas solicitando salir de su encierro para fundirse en uno solo.

El aroma a hembras excitadas se iba extendiendo por la habitación, ya no se trataba de amarse conscientemente, sus cuerpos pedían más, locura, angustia, insensatez, perdición, agonía…  como si esos momentos no volvieran a repetirse en sus vidas, poco importaba. No se reconocían, sus manos eran dos instrumentos de placer incansables, intrépidas, piratas al abordaje en busca de tesoros escondidos, y sus bocas eran ventosas que absorbían la piel sin concesiones. Frenéticas en su labor, pegadas una a otra el contacto de las piernas  con sus sexos provocaba la apertura de la fuente lubricando los muslos que seguían con el masaje implacablemente.

Deseaban que no acabase pero la agitación en aumento y el arqueo de sus espaldas anunciaba  la llegada del orgasmo… Ni siquiera pensaron en que no estaban solas, no existía la razón, se habían entregado al ritual de forma salvaje, primitiva y el final debía ser como una liberación mágica, solemne, cómplice… El grito agónico, conjunto, resonó en la habitación…  Tras el orgasmo sus cuerpos se contrajeron espasmódicamente, notando cada una de ellas que a cada segundo que pasaba se iban relajando… Hasta sumergirse en un estado de profundo sopor estrechamente abrazadas.

Amaneció amenazando lluvia, por las montañas lejanas la niebla caía como una cascada por la ladera en busca del valle.

-¿Estás bien cariño? –dijo Pastora besándola en la cara-

-Como si me hubieran dado una paliza

-¿Demasiadas emociones?... Nos llegaste preocupar

-Lo siento mucho, pero valió la pena, me he encontrado con siete años de mi vida

-¿Qué vas a hacer ahora?

-Hablar con la única persona que puede responder a mis porqués

-Tu madre

-Sí, pero a su debido tiempo…  Disfrutemos del día de descanso

-Por cierto –dijo Pastora- aprovechando que estamos con las dos “T” podríamos  convencerlas para que nos ayuden en un asunto  que me ronda por la cabeza

-Ya tiemblo, conozco esa mirada,  ¿qué tramas?

-¿Recuerdas lo que te conté que Augusto y Mauricia quieren hacer pública y oficial su relación, pero que no han decidido cuando, cómo, ni donde?

-Si, ¿y que tenemos que ver nosotras?

-Pues... que ese momento y la juerga correspondiente no me los quiero perder, disponemos de  una semana. ¡Se va enterar la parejita de quién sorprende a quién!

-¿Me cuentas?

Claro vida mía… unaaaa… dossss… tressss… cuatrooo… ¡burra, no me aprietes la teta que aún me duele!

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