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Dos días y una noche

en Lésbicos

Estoy hablando sola, cosa normal en mí acostumbrada a tener largas conversaciones con los cuadros de las paredes, los vasos de agua, la leña de la chimenea y hasta con el gel de baño.  Se necesita estar loca para convivir con tantos objetos y dialogar con ellos. Bueno, eso de dialogar lo dejamos en monologar que es más real, la cuestión es que cuando Marina no está o me deprimo, o hablo con las paredes, o me da por ir de compras, y la verdad no sé cual de las situaciones me aterroriza más.

Estoy esperando una llamada de ella. Sabe que estoy en casa porque le dejé un mensaje sobre mi hora de llegada. Está haciendo unos cursos de especialización en Barcelona. Me ha dejado  una nota  diciéndome que no la llame, que ya me llamaría ella. Teléfono…

-¿Si?  ¿Hola?

-Hola cariño... ¿qué tal el viaje?... ¿me has traido algún regalo?... ¿comiste  algo?... ¿me vas a contar sí o sí?... ¿te puedes creer  que tengo la cabeza empanada de tantas conferencias?... ¿no tendrías a mano….?... ¿cómo está ella?...¿porqué  regresaste ante de lo previsto?...

-¡Tiemmmmpooooo! – le grito - primero pregúntame como estoy yo, maleducada  (muakcssss, muakcs… muacks… percibo a través del auricular)

-¿Cómo está mi reina viajera? – me suelta –

 

-¿De verdad quieres saberlo? Pues estoy jodida de los nervios y con el dichoso jet lag. Se supone  que debería estar durmiendo a pierna suelta y estoy con los ojos como los faros de un coche.

Noto un cambio radical en mi estado de ánimo.

-Marina, mi amor, se me cae encima la casa sin ti… ¿Cuándo vuelves?

-Eiii, cariño, acabo hoy mismo aunque será tarde, mañana me tendrás a tu lado.

Supongo que tienes muchas cosas que contarme. Descansa y hablaremos mañana…

Sí, pero…

………………………………………………………….

 

Hace tiempo que Marina y yo mantenemos  amistad a través de internet, entre otras, con una mujer que vive en el otro lado del charco. Coincidimos por casualidad en un foro de debate internacional en el que se planteaban temas relacionados con la homosexualidad y los movimientos cívicos en defensa de los derechos y libertades de LGT.

 

Nuestras opiniones era tan similares que poco a poco fuimos profundizando e interesándonos por las vidas privadas de cada una, hasta el punto de permitirnos conversaciones y confidencias subiditas de tono que no hacían más que caldear el ambiente dejando paso a la desbordante imaginación y a alguna retransmisión vía cam con el juramento de nada de grabaciones… Se me entiende ¿verdad?. Resumiendo, que ya hace tiempo que dura y es como si nos conociéramos de toda la vida, aparte de otras cosas nos contó que sus padres eran hijos de emigrantes españoles que marcharon cuando la guerra civil, sangre de casa –pensamos-.

 

Un día, Belén, -que así se llama la transoceánica - nos  envió  un correo electrónico en el que decía que estaba mal de salud fruto de una depresión galopante que le sobrevino porque sus proyectos no le iban bien, problemas financieros, ausencia de amores, etc…  Intentamos animarla en la medida de nuestras posibilidades incluso le ofrecimos los servicios de una excelente economista para realizar un estudio de viabilidad de su negocio, pero no hubo forma (nos pareció) de levantarle la moral.

 

A los pocos días  nos dijo que su máxima ilusión antes de cometer una barbaridad era la de conocernos personalmente (¡ufff!, como si conocernos en persona no fuera ya una barbaridad). Aquello nos descolocó por completo, resultaba difícil  entender y mucho más atender su petición dado  que  Marina no podía dejar su trabajo ni siquiera por una semana, yo, la verdad, no andaba muy boyante en el tema económico y luego porque por mucha confianza que tuviéramos nos parecía una proposición un tanto sorprendente.

 

Así se lo hicimos saber y aunque no negábamos que un salto al océano lo habíamos pensado más de una vez, teníamos que estudiar muy seriamente si el viaje era viable. Su respuesta fue que lo de de la barbaridad  era una broma, que lo de la salud y demás era verdad y que solo deberíamos preocuparnos del coste del viaje porque de la estancia “y de todo lo demás” quedaríamos más que satisfechas (palabras textuales de sutil interpretación).

 

-¿Porqué no te vas tú sola? –me dijo Marina- Nos lo podemos permitir y total la estancia no se alargará  más de seis o siete días.

-¡Ah, no! –le dije- O vamos las dos o no va ninguna.

-No seas tonta, a ti te es más  fácil dejar la galería de arte  que no a mí que tengo el cupo de vacaciones agotado hasta dentro de cinco meses.

 

Repasamos la economía, buscamos vuelos baratos de esos que ofertan  a última hora  y sin pasarnos de presupuesto decidimos que  fuera yo la que viajara y saltara el charco. Comunicamos con Belén le dijimos que sí, que iría yo, y a ella le pareció genial aunque le hubiera gustado que fuéramos las dos. Le indicamos  día, hora y vuelo, y por su parte recibimos  los detalles necesarios, dirección, teléfonos, etc.. Antes de partir  Marina me regaló una despedida de las que hacen época, de  esas de quedar “complacida y relajada para tiempo” …  por si acaso –me advirtió-.  ¡Que bruta!

 

(Hasta aquí situaciones conocidas de sobra por Marina, pero las escribo a modo de preludio o prolegómeno informativo dirigido a quienes un día pudieran leerme, o leernos)

 

 Primer día – mañana - Belén

 

Total, que salí volando. A la llegada a la terminal del aeropuerto  de destino quedé un tanto decepcionada de que nadie viniera  a recibirme. Estuve tentada de llamar a Belén  por teléfono  pero como tenía anotada su dirección no me preocupé en extremo, tan solo de buscar un taxi que me llevara a su casa.  

 

Estaba escudriñando a todos y cada uno de los taxis en busca de uno libre. cuando noté en mi brazo que alguien me requería. Se trataba de la mujer con la que había compartido vuelo en el asiento contiguo  y con la que tuve el placer de conversar durante el viaje. Una señora rondando los cuarenta años, superelegante  y educada con la que las horas de vuelo, nunca mejor dicho, pasaron volando y que no tuvo el mínimo reparo cuando cansada recostó su cabeza sobre mi hombro para echarse un sueñecito. ¡Rico su perfume!.

 

-¿Busca transporte? Es mala hora, llegan muchos vuelos y hay pocos  taxis. Tengo mi chófer esperando y para mí sería un placer acompañarla.  

-Lo siento, pero no puedo aceptar su ofrecimiento seguramente la deben esperar en su casa y retardaría su llegada –le dije no muy convencida-

-Por todos los santos, amiga mía, no acepto un no por respuesta, igual nos viene de  paso... a ver, dígame a que dirección debe ir.

-Es ésta –le enseñé-

-Pues ya está hecho, viene de paso… ¡va! ¿qué espera?... Fabián –dijo al  chófer- la bolsa de la señora.

 

A medida que nos acercábamos a la ciudad me contó que estaba casada, sin hijos,  con un agregado diplomático que no paraba de ir de un lado a otro del planeta por lo que ella  tenía tiempo suficiente para hacer sus escapadas turísticas a Europa, un continente que le fascinaba “en todos los sentidos”. Su tono de voz no era de decepción ni mucho menos, todo lo contrario, así que no le pregunté por los detalles, que los daba por entendidos. Lo suyo era disfrutar de la vida.

 

Pasamos por una zona residencial y me indicó que ella vivía por allí. Intenté no poner cara de tonta al ver las edificaciones, residencias unifamiliares  rodeadas de amplios jardines. Una pasada. Sacó de su bolso una tarjeta y me la entregó. “Si tienes tiempo me gustaría invitarte a mi  casa –me ofreció- estaría encantada”.

 

Salimos de esa zona y llegamos a otra no tan lujosa pero con mucho encanto por tratarse de la parte colonial, que combinaba edificios antiguos con otros cuidadosamente restaurados. Llegamos a uno de ellos, de doble planta, separado de la calzada por una pared baja de piedra sobre la que estaba colocada una reja de hierro forjado, muy original, al edificio se accedía a través de una amplia puerta del mismo estilo que la reja. Un amplio pasillo enlosado entre dos bien cuidados jardines conducía a la puerta de la casa.

 

-Fin de trayecto, ha sido un placer acompañarte y recuerda mi oferta.

 

Nos dimos dos besos, de amigas, y un abrazo apretadito, bajé del automóvil, recogí la bolsa de viaje que amablemente me entregó Fabián  y me dirigí a la puerta. Busqué el timbre y oprimí el botón, vino a abrir la puerta una señora de unos sesenta años, caminaba despacio mientras dirigía la vista hacia mí, conforme se acercaba  su rostro se iba alegrando…

 

-Señora que bueno que vino, permítame que le lleve la bolsa, la señora Belén la  está esperando, acompáñeme por favor.

-¿Tan mal se encuentra que no puede salir a recibirme? –le pregunté-

-Usted misma  podrá comprobarlo.

 

Entramos en la casa. Un recibidor amplio con varias puertas laterales que supuse  daban acceso a habitaciones, despachos, cocina, aseos… Frente a la puerta de entrada había una escalera que al llegar al primer rellano se dividía a izquierda y derecha para continuar hasta  las habitaciones del piso superior.

 

-Suba por la escalera de la derecha, gire hacia la izquierda y entre a la segunda puerta –me explicó la señora- no se olvide de su bolsa.

 

Llamé a la puerta.

 

-¿Quién es? –oí-

-Soy yo, Mhag –le respondí-

-Un segundo por favor

 

Pensé que se estaba acomodando… al  cabo de poco me dijo que pasara. Entré a la habitación suavemente iluminada por una lámpara colocada en una mesita redonda junto a la ventana y unas  velas distribuidas estratégicamente que le daban a la estancia un ambiente  muy íntimo. Dejé la bolsa en el suelo y di  al menos ocho pasos para llegar a la cama. Me esperaba recostada.

 

-Hola ¿como estás? –le dije acercándome a ella-

-Que bueno que viniste, me alegro de verte, ¿no me das un beso?

-Por supuesto que sí, encantada, como si fueras la bella durmiente.

 

Se puso a reir por mi ocurrencia, tanto que la risa le provocó un ataque de tos tal que apenas podía contenerse.

 

-¿Sabes?... es que… también estoy muy resfriada… y cuando me río… me viene esta tos que me va a matar

-No seas exagerada, nadie se muere de un ataque de risa –le dije tratando de calmarla- y yo no te veo tan… enferma, por decir algo.

-No es solo eso, también me pasa una cosa muy curiosa que no sé si decirte

-Puedes hablarme con toda confianza, tengo tiempo

-Es que… me entran picores en el cuerpo…

-Un poco raro ¿no? Deberías decírselo a tu doctor para que ponga remedio

-No, para eso ya tengo remedio… me rasco y se me pasa

-Pues por mi puedes hacerlo –le dije-

-Mhag, -me dijo- ya que estás aquí… podrías rascarme tu

-Vamos a ver, Belén ¿dónde tienes esos picores?

-Aquí –me dijo mientras se descubría enseñándome su pecho izquierdo-

-¿Estás desnuda?

-Si, bueno… nooo, digoooo, casiiii….

-¿Resfriada y desnuda?¿Me tomas el pelo?

-Anda, Mhag, no seas mala, ráscamelo y después hazlo con el otro que tendrá envidia.

 

¡Madre de mi vida!, había recorrido en avión  miles de  kilómetros ¿para qué? ¿para aliviar los picores de una … (censura)? ¿de una …  que ni siquiera al verme me preguntó qué  tal el viaje?.  Ummmmmmm, algo no me cuadraba. La señora que me recibió… esa casa tan grande… la habitación en penumbras.. Belén  en la cama y no precisamente con aspecto de deprimida… la velas… ummmm, parecía como si lo tuviera todo bien estudiado, y encima la muy cabrona estaba… ¡ desnuda!.  Recordé lo que Marina me aconsejaba alguna que otra vez: si ves que te vas a cabrear…respira. Respiré profundamente no fuera cosa que me entraran ganas de estrangularla.

 

-Escucha, se supone que somos amigas, -le dije- aunque no nos conocíamos personalmente sabemos unas de las otras,  y aquí también debo incluir a Marina, lo suficiente para entender  de qué  pie calzamos  y hasta donde podemos o queremos llegar, pero eso  de decirnos que estás fatal cuando a mí me parece todo lo contrario… me parece una tomadura de pelo.

-Es que tenía muchas ganas de conoceros personalmente y de que vinierais –me decía entre gemidos mal disimulados- y como no sabía como hacerlo…

-¡Clarooooooooo! No más se te ocurrió la idea de la depresión galopante, pero no solo tú  tienes la culpa, las tontas de remate hemos sido nosotras, más yo que Marina, que nos lo hemos creido.

-Perdóname-

-¿Perdonarte? Eso ya lo veremos, de momento te vas a rascar tú  te pique donde te pique, porque yo me voy a dar una ducha con o sin tu permiso, y después ya hablaremos. Por cierto ¿cuál es mi habitación?

-De momento es ésta –me dijo en voz baja- tendrás una preparada enseguida

-¿Y el baño?

-Ahí, esa puerta

 

Cogí la bolsa y me dirigí a la puerta señalada. No hube dado tres pasos cuando a mi espalda oí su voz que me decía…

 

-No tardes que me pica…

 

Entre dientes juré venganza.

 

………………………….

 

Confieso que lo hice a propósito, permanecer en el cuarto de baño más tiempo de lo que en mí es habitual, en parte porque al haber tenido que viajar en vuelo nocturno llevaba mi reloj biológico un tanto fuera de horas, mi cuerpo estaba solicitando urgentemente ser atendido  y porque Belén no se merecía encontrarse con las “facilidades” que ella se figuraba o pretendía, si se pensaba que todo sería coser y cantar por jugar en su terreno lo tenía crudo.

 

A través de la puerta la oía toser deliberadamente, y lo que en principio me sentó como una patada en el estómago de pronto se transformó en unas ganas tremendas de “vengarme” de ella, darle un escarmiento del que se acordase toda su vida y después…

 

Salí del cuarto de baño con mi melena mojada deliberadamente colocada mitad sobre la espalda y mitad descansando en mis pechos dejando que el agua cayera como lágrimas sobre ellos yendo a reposar sobre mis pezones,  que ya me había encargado de ponerlos en plan de guerra. Sabía que producirían efecto inmediato y no me equivoqué, me bastó con ver sus ojos como platos. Me coloqué de espaldas a Belén mientras simulaba buscar alguna pieza de ropa en mi bolsa,  percibía el jadeo propio de quien no puede resistirse  a la tentación y esos gemidos imposibles de controlar…

 

-¿Te pasa algo, Belén? – le dije de espaldas a ella

 

No hubo respuesta. La verdad es que sabía lo que pasaba y que no la esperaba “tan pronto”, porque Belén, a tenor de ciertas confesiones internautas, nos había dicho  clara y llanamente que para llegar a un orgasmo pleno y satisfactorio necesitaba motivación y tiempo, tanto sola como acompañada. La motivación la tenía, está mal decirlo y no quiero pecar de presuntuosa pero ahí estaba yo, el tiempo se lo tomaba ella y yo no quería provocar ningún  “orgasmus interruptus”, así que no repetí la pregunta y me volví al cuarto de baño dejando, eso sí, la puerta entreabierta.

 

Esperé un tiempo prudencial hasta que dejé de oir el sonido delator de los muelles del somier de la cama y  pasados unos segundos percibí claramente como el silencio se rompía con suspiros entrecortados acabando en uno largo y sonoro. Me dí por enterada, esperé, salí del baño y ví a Belén desnuda  estirada   en la cama, mirándome con unos ojos como si estuvieran perdidos en el infinito, las manos cruzadas sobre su vientre y las piernas ligeramente separadas. Hizo un intento de levantarse pero no pudo, giró su cuerpo y consiguió sentarse al borde de la cama.

 

-¿Me ayudas, por favor? – me rogó con un hilo de voz –

 

Me puse una camiseta  que me llegaba casi hasta  las rodillas,  fui al cuarto de baño cogí una toalla grande y la ayudé a ponerse en pié. La observé sin pudor mientras cubría su cuerpo. Pude comprobar en vivo y en directo lo que en contadas ocasiones habíamos visto de su anatomía, en justa y recíproca visión de las nuestras, vía cam transoceánica. Se ajustaba a la realidad: de diez a doce centímetros más bajita que yo, cabello negro, peso ajustado a la estatura más bien rellenita pero con kilos bien repartidos, pechos con una ligerísima caída que los hacían apetecibles y manejables, vientre liso, inmaculado,  pubis depilado y piernas bien formadas, todo ello, el cuerpo, recubierto por una piel color canela claro. En su rostro aún duraba el efecto de su desenfreno pecador,  hasta me pareció ver que por la comisura de los labios salían unas delatoras gotas de saliva.

 

Tremendo orgasmo  –pensé-  sin saber si debería alegrarme o no por haber sido la inductora.

 

-¿Dónde quieres que te acompañe? –le pregunté a Belén-

-Al baño.

-¿Estás bien?

-Si… No… No lo sé…

-Es que. hija mía… menudo lote te has pegado

-Calla, calla, calla, que no sé lo que me ha pasado –me dijo como arrepentida-

-Pues es muy sencillo, estabas supermotivada, supersensible o lo que es lo mismo, estabas como burra en primavera y no pudiste resistir la tentación de hacer manualidades.

-¿Y tú no tuviste nada que ver?

-¿Yooooooo? ¡que va!... –le mentí-

-Entonces debe haber sido cosa del diablo

-Si tú lo dices…

 

La acompañé al cuarto de baño y la senté sobre un taburete  no sin antes poner en el asiento una toalla más pequeña.

 

-Gracias, Mhag, -se sonrojó- estás en todo

-Niña… ¡no veas!, ¡para dar y vender!

-Si supieras cuanto tiempo…

-Entiendo, entiendo. Venga, descansa y date un buen baño, te espero fuera.

-Mhag, me gusta esa camiseta que llevas.

-Aquí la tienes –dije mientras me la quitaba quedando yo desnuda-

-¡Vete, infame tentación! –me gritó-.

 

La dejé a su aire, que se tomara su tiempo, mientras tanto yo me puse la ropa interior limpia, otra camiseta, unos leggins low rise y zapatillas deportivas esperando que saliera relajada  para hablar largo y tendido sobre la situación en la que nos encontrábamos. Apagué las velas que continuaban encendidas y abrí las ventanas para que entrara aire nuevo, entonces pude ver con claridad la habitación que si en algún momento me pareció íntima pero triste ahora la veía muy bien distribuida y mejor decorada, confortable  a pesar de sus aproximadamente cuarenta metros cuadrados que le calculaba.

 

Me acerqué a una de las ventanas y ví a la señora que me abrió la puerta paseando por el  jardín, se dio cuenta de mi presencia y muy amablemente me saludó agitando su mano.  

 

-Es mi madre –oí a Belén a mi espalda- está algo enfermita pero no para de trabajar en la casa.

-¿Te encuentras mejor? –le pregunté-

-Sí, debo pedirte disculpas por muchas cosas y no sé por cual  comenzar.

-Estoy dolida, te confieso que me hacía mucha ilusión venir, conocerte en persona y saber algo más de  tu país aunque solo fueran pocos días, pero hay algo que no acabo de entender y que me gustaría me explicaras.

-Bajemos al comedor, mi madre tiene preparado el almuerzo, quizás te animes un poco con lo que te hemos preparado.

-Más sorpresas no, por favor.

 

…………………………………………

 

Mientras nos dirigíamos al comedor me vino a la cabeza un detalle al que no había prestado atención cuando estuve mirando por la ventana: era que en el tiempo que estuve con Belén en la habitación parecía como si hubieran llegado unos automóviles que estaban estacionados en la calle delante del edificio. Recordaba haberle dicho a Belén que no más sorpresas y quería creer que así sería… hasta que ella abrió la puerta del comedor.

 

Ante  aquel panorama pensé que lo mejor que me podía pasar era que la tierra me tragara. Allí estaban, de pie, la madre de Belén acompañada  de dos señoras mayores, cuatro mujeres de mediana edad, dos más de edad cercana a la de Belén y una más joven. O sea, una decena de mujeres que me dedicaron la más sonora ovación que me hayan dedicado en mi vida (a pesar de haber hecho méritos para eso y más) como recibimiento. ¿Recibimiento? ¿Porqué?

 

Salí de dudas cuando Belén, si cortarse ni un pelo, me cogió la cara y me soltó un beso en los morros con intento de lengua que me pilló de sorpresa. La muy marrana lo tenía todo bien estudiado.

 

-Mamá, tías, primas, ahijada,  tengo el inmenso placer de presentaros a ¡ MI NOVIAAAA !, os dije que llegaría el momento y aquí está, seguramente un poco nerviosa por el viaje y por esta sorpresa que le hemos preparado.

 

Ignoro la cara que puse, no puedo explicarlo, pero estoy segura que debería ser de  imbécil superlativa, sin saber si llorar o reir, y sin tiempo para respirar  me vi rodeada de toda esa “mi familia” que no cejaban de besarme sin compasión, manosearme y achucharme como si fuera un objeto que tuviera que ir de mano en mano para ser observado con detenimiento.

 

Yo buscaba a Belén con la mirada para ver si me podía explicar qué co… pasaba y  porqué  pasaba, pero la muy zorra  me esquivaba como si la persiguiera una jauría de  perros. Cuando pareció que las efusiones me daban un respiro  hice una nueva tentativa visual en busca de Belén  y ví a  la chica más joven, una chiquita de unos veinte y pocos años, muy mona y moderna de ropa  sentada indolentemente en uno de los sillones como, si la función no fuera de su interés.

 

Me dirigí a ella:

 

-Hola ¿cómo te llamas? – le pregunté mirándola a los ojos

-María, me llamó María – respondió

-Encantada de conocerte, María, ¿eres familia de Belén?

-No, mejor dicho… sí, soy su ahijada.

-Eres muy bonita ¿tienes novio?- le pregunté sin más  rodeos

-No… No me gustan los chicos –dijo claramente-

-¿Malas influencias?

-Demasiado vulgares

-¿Deduzco, entonces, que te gustan las mujeres?

-Solo una –me respondió.

 

Respuesta contundente que me  dió sin apartar los ojos de Belén -(¿significativo detalle?)- que había entrado en la sala y se dirigía hacia nosotras para decirnos que el almuerzo estaba servido. No había tiempo para más preguntas. Tampoco las necesitaba.

………………………………………..

 

 

Primer día – mediodía  - Belén y Maria

 

Belén, en su último año de estudios en la Escuela Superior de Economía, mantuvo una amistad íntima, pero discretísima, con una de sus profesoras, Daniela Aguirre, de la que se decía haber mantenido una relación con un alto cargo del rectorado, fruto de la cual  había nacido una niña cuyo alumbramiento, infancia, educación y residencia estaban en el más absoluto secreto.

 

Cuando Belén escuchó la confesión de su amiga la niña acababa de cumplir los ocho años, diecisiete menos que Belén. Fue entonces cuando Daniela, en fase irreversible  de su enfermedad, le pidió que pese a su juventud se hiciera cargo de su hija, por  lo que le propuso ir juntas a visitarla sabiendo que ella, María, y Belén aceptarían su voluntad.  La convivencia entre las dos fue desde el primer momento abierta y sincera, como debería corresponder a una  relación de madre e hija.  

 

-Este es el lazo que nos ha unido pronto hará dieciocho años –me decía Belén mientras paseábamos por el pequeño jardín de la casa-.

-Es que, no quisiera que te lo tomaras a mal, pero este mediodía hablando con ella he intuido que lo que  siente por ti no es solamente amor filial.

-Lo hubiera notado, Mhag, te lo aseguro.

-Hay miradas y gestos que no engañan, creo que harías bien en hablar abiertamente con ella. ¿Sabes que no le gustan los chicos?

-No, apenas hemos hablado de ese tema.

-Pues tengo la impresión, Belén, que tanto tú  como ella teneis el mismo, digamos, gusto por las personas de nuestro sexo.

-Estás muy segura, y eso que apenas la conoces.

-Es que  le pregunté y me definió a los chicos como vulgares y que a ella solo le gustaba una mujer, y me lo dijo sin apartar sus ojos de ti.  

-Por Dios, Mhag, me inquieta lo que dices.

-Pues de ser verdad lo que pienso creo que deberías estar contenta, tu preocupación por ella y su crecimiento personal la han convertido en una mujer, que aparte de ser muy atractiva, es capaz de convivir con dos sentimientos bellísimos como son la gratitud y el amor.

-¿Qué puedo hacer?

-Habla con ella – le dije – tarde o temprano lo tendrás que hacer.

-¿Y tú? ¿Qué?

-¿Yo? ¿Qué de qué?- se me escapaba la risa – Soy una tumba andante.

 

Dejé a Belén sentada en uno de los acogedores bancos del jardín. Yo también necesitaba pensar, no podía permanecer en la casa más tiempo que el necesario para organizarme  y marchar.

 

En el interior de la vivienda aún permanecían algunos familiares que habían asistido a “mi presentación en sociedad”, busqué con la mirada a María y no estaba entre ellos. Me dirigí a la galería interior desde donde se veía el jardín, allí, sentada en el banco continuaba Belén,(¿ausente?), estoy segura que pensaba como afrontar la  situación con María, más aún sabiendo lo que la chica sentía por  ella.

 

Contemplaba a Belén, presentí que alguien estaba a mi espalda, me giré y me topé con María, sus ojazos y su perfume.  

 

-Perdóname si no he estado amable contigo – se disculpó.

-Por favor, niña, sobran las disculpas, soy yo quien no debería estar aquí.

-¿Sabes? Tenía ganas de conocerte, bueno, conoceros a las dos, a Marina y a ti. Belén, viene hablando con mucha frecuencia de vosotras.

-Pues ya ves, supongo que no te debe haber gustado conocerme  teniendo en cuenta el numerito que ha montado tu…

-¿Madre? ¿lo dices por Belén?, no, no es mi madre biológica

-Me lo ha dicho hace unos momentos, le agradezco la confianza que ha tenido conmigo al contarme algunos detalles que supongo debes conocer de sobras.

-Lo sé desde que alcancé la mayoría de edad. La admiro. Es una gran mujer, amable, cariñosa, siempre atenta a mis necesidades, a pesar de tener ya veinticinco años cumplidos

-Y muy atractiva –me atreví a decirle para ver su reacción- me extraña que no tenga con quien compartir su vida.

-Sus… amistades… no saben apreciarla en todo su valor –no dudó en decirlo dejando entrever un ligero rubor en su cara- Muchas veces he pensado que no la quieren, la desean,,, y después…

-Eso duele ¿verdad?

-Mucho.

 

Poco a poco me iba confirmando lo que yo suponía. Permanecí en silencio unos instantes para que se repusiera porque en sus ojos se humedecían, no sé si de tristeza o de rabia.

 

-¿Puedo preguntarte que relación os une a vosotras tres?

-La nuestra con Belén es de amistad, de buena amistad, de la que se puede tener y mantener desde la distancia, de esas en las que a veces, digo a veces, pocas, cuando nos ha apetecido nos hemos permitido alguna que otra licencia dejándonos ver tal y como somos. No sé si me llegas a entender.

-Claro que te entiendo, –me dijo María- se trata de conocerse más íntimamente ¿no?

-Si es una pregunta te diré que sí, que nunca está de más conocer o experimentar nuevas sensaciones, pero de todo eso a ser novias, créeme criatura, hay océanos, mares y muchos ríos de por medio.

 

No me apetecía seguir hablando de ese tema, así que decidí rebobinar y responder a su pregunta sobre Marina y una servidora. Procuré ser convincente con pocas palabras, mi intención era la de borrar de la cabeza de María la impresión que le hubiera podido causar el beso de “presentación en sociedad”.

 

-En cuanto a la relación entre Marina y yo… viene de lejos y  va para largo, ¿Cómo lo conseguimos?, para que te hagas una idea te diré que lloramos juntas cuando estamos alegres y nos reímos juntas en nuestras tristezas. Tanto en una situación como en la otra esperamos a  que la noche nos ilumine. Parecen contrasentidos, pero te juro que funcionan. Sí, nos amamos tanto que hasta el corazón nos duele. ¿Puedes entenderlo?

 

Noté que su bonita cara se alegraba, sus facciones estaban más relajadas y sus profundos ojos negros brillaban. Intuí  que  tenía ganas de hablar, mejor dicho, que necesitaba hablar, no dije nada puesto que  tenía que ser ella la que eligiera el momento .

 

-Voy a dejarte, Mhag, -me dijo buscando mis manos-  tengo que ir a consultar  unos libros a la biblioteca social y aprovecharé para estudiar un rato. Hasta la hora de la cena. Nos vemos.

-Que te sea de provecho, María. ¿Te despides de tu madre?

-Sí, siempre que salgo de casa le digo donde estoy y con quien estoy.

-A tus veinte y tantos años…¿Chico o chica a la vista? –le dije con una sonrisa-

-Nooooo, ¡por favor!

-Parece como si te hubiera nombrado al demonio, jajaja

-Casiiiii, ¡nos vemos!.

 

Al cabo de escasos segundos la ví abajo, en el jardín, despidiéndose de Belén con dos besos en las mejillas. Alzó la vista hasta la galería, agitó levemente su mano para llamar mi atención y me hizo una señal indicándome que más tarde seguiríamos hablando. Me dió que pensar, pero no solamente en María sino que yo igual debía aclarar  mi papel en aquella casa. Belén y yo deberíamos, desde ya mismo, olvidarnos de situaciones como la del recibimiento, e ir aceptando lo que el presente nos planteaba. Lo más prudente y necesario, marcharme.

 

Por otro lado pensaba que ya que las dos mujeres se habían confiado a mí, una contándome la parte más importante de su vida, y la otra dejándome entrever su amor secreto, quizás yo podría dar un empujoncito a las dos  y… La idea me sedujo, así que esperaría a que María me reconociera, sin dudas, sus sentimientos y después aprovechar el estado de ánimo de Belén para ayudarle a comprender que el presente es un ahora mismo, un ya, un tren que está a punto de llegar a su estación, una caja de sorpresas por abrir, y yo tenía que encontrar el momento propicio, las palabras convincentes y el lugar adecuado. Todo un reto.

 

Recordé que había dejado en la habitación de Belén mis cosas y subí a buscarlas, no tenían porqué estar allí. En la escalera me encontré con la madre de Belén y le dije lo que iba a hacer y que deseaba tener mi propia habitación.

 

-Se la hemos preparado hace un buen rato, es la primera a la derecha

-Muchísimas gracias, es usted muy amable.

-Tengo que decirle una cosa si me lo permite –me dijo la señora-

-Por favor…

-Usted y mi hija no son novias ¿verdad?

-Por supuesto que no –respondí mirándola fijamente a los ojos- Belén ha montado una obra de teatro que no sé como acabará.

-Le pido por favor que se quede unos días, no se marche, perdónela por haberle hecho recorrer tantos kilómetros sin motivo alguno, ha tenido problemas con sus proyectos hasta el punto de llegar a preocuparme por su salud.

-Nos lo dijo, es cierto, pero es que lo puso tan dramático que tendríamos cargo de conciencia si no veníamos, y conste que no nos ha cogido  en el mejor momento económico.

-Permítame que les compense, por favor…

-Nada de eso, ni de broma, usted lo que tiene que hacer es estar tranquila, haga su vida normal, atienda sus deberes como siempre ha hecho, y… déjeme hacer.

-¿No necesita mi ayuda? –me pidió-

-De momento, no, pero creo que María sí que podrá ayudarme.

-Es buena chica, antes de salir me ha ayudado a preparar su habitación.

 

¡Zasca, Mhag! ¡Lo que pasa en pocas horas!

 

Recogí de la habitación de Belén mis cosas, le dejé una nota en la mesita de noche diciéndole que me acomodaba en otra habitación, que esperaba lo entendiera y que descansaría hasta la hora de la cena. Reconocí que las dos mujeres se habían esmerado en la preparación de la estancia.

 

Me apetecía una ducha laaaarrrgggaaaaa pensando en las incontables veces que compartíamos Marina y yo agua y gel tan solo en un metro cuadrado. Solo de pensarlo ya me puse burra, así que,,, ropa al suelo y a lo mío, que mi sexo comenzaba a sollozar de placer. (Otro contrasentido de los muchos).

 

Tal vez fuera por la intensidad del día, o porque se acercaba mi periodo, la cuestión es que el contacto del agua en mis pechos y su caída como cascada hacia la entrepierna rozando el incipiente excitado clítoris, me provocó tan sacudida que se me doblaron las piernas. Cerré el agua, le dije a mi sexo “¿quieres guerra? pues la tendrás”. Me envolví en una toalla salí de baño dirección la cama, me abalancé sobre ella sin piedad, y boca abajo, besando  la almohada como si fueran los labios de Marina, busqué  con mi mano el clítoris, apretándolo contra la cama.  Inicié la penetración de mis dedos en la vagina, lubricada al máximo,  por mi excitación no opuso resistencia. Insulté a la almohada groseramente como a veces nos definíamos Marina y yo, de putas para arriba todo el léxico estaba permitido, y la explosión final dejaba en ridículo la más violenta erupción volcánica. WOWWWWWWW. Como la mía.

 

Yo, que horas antes había visto la cara de Belén después de su “desahogo”, pensaba que más o menos debería ser la mía en estos momentos. Giré el cuerpo y me puse mirando el techo sin medir  los grados de abertura de mis piernas, me importaba más darle unas palmaditas al clitoris agradeciéndole lo bien que se había comportado. Estaba en esos menesteres cuando…

 

-¿Has visto la nota que te dejé? – oí la voz de María que entró  a la habitación como un tornado-  ¡¡¡Perdooooooooooonnnnnaaaaaaa!!!

 

El golpe de la puerta al cerrarla  no consiguió que me moviera. ¿Para qué? Aunque lo intentara no podría…

 

Primer día – tarde-noche - María, Belén y yo

 

-“Necesito hablar contigo. Recíbeme en tu habitación una hora después de acabar la cena”. Así rezaba la nota que María me había dejado en un sillón junto a la cama.

 

Puse en funcionamiento la maquinaria cerebral. Jugaba con la ventaja de saber cuales eran los estados de ánimo de las dos mujeres y la necesidad que, sin ellas saberlo, tenían por hablar frente a frente. Aquí debería entrar en escena la maquiavélica Mhag a fin de o solucionarlo o estropearlo todo. Sin términos medios.

 

El plan comenzaba cuando por debajo de la puerta de la habitación de Belén pasé  otra nota: ”Ven si puedes esta noche a mi habitación no antes de una hora y media pasada la cena. Necesito hablarte.”

 

La cena transcurrió en un ambiente distendido, como si no pasara nada, alguna que otra ocurrencia o anécdotas nos hacían sonreir y mirarnos a los ojos procurando no mantener la mirada más tiempo del necesario. Yo estaba sentada entre Belén y María, enfrente estaba la señora madre. Aprovechaba el momento adecuado para tocar sus manos cuando les quería explicar algo que deseaba escucharan con atención. Todo calculado.

 

Acabada la cena y recogida la mesa llegó el momento de retirarse a descansar.

 

-Dormiré como los angelitos –les dije- que tengáis todas una buena noche.

 

Me acerqué a las tres mujeres a darles un beso. La madre me dio  un largo abrazo. Belén tenía los ojos enrojecidos, no dijo nada. María, en cambio, aprovechó para decirme al oído: “no cierres la puerta”, su aliento me revolucionó el estómago…

 

Tardé en decidirme que ropa me pondría para recibir a la chica, opté por un pantalón corto de deporte y una camiseta de algodón, como en muchas ocasiones utilizaba para dormir. Nada de ropa interior. Ojeé unos libros que había en un mueble por pasar el rato… llegó María, llevaba puesto un top largo  y un pantalón de pijama, muy cómoda –me dije- descalza.

 

-Hola Mhag ¿estás bien? ¿te hace falta algo?

-Me encuentro bien, gracias, ya ves, recibí tu nota, ¿qué quieres decirme?

-Necesito tu ayuda, eres una mujer en la que creo que puedo  confiar, aquí no tengo con quien hablar…

-No digas eso, tienes a la persona que supongo ha estado a tu lado en las duras y en las maduras.

-Lo sé, lo sé, pero quiero que me entiendas si te digo que hace tiempo dejé de verla como mi madre.

-¿Te arrepientes? – le pregunté

-Nooo, para nada, al contrario. Este nuevo sentimiento ha obrado en mí un cambio radical. De pasar de todo, de no importarme nada, solo vivir la vida, cambié a demostrarle y demostrarme que podía ser una buena estudiante, para que estuviera orgullosa de mí, me abrazara, me acariciara, ya sé que para ella soy su hija, pero yo lo recibía como si fuéramos pareja…

-Es muy fuerte lo que estás diciendo María, fuerte pero maravilloso.

-Mhag, en mi soledad aprendí a disfrutar de mi sexualidad con ella en mis pensamientos. Nunca he estado con una mujer, pero sabría como comportarme, hacerla feliz, ya sé que no todo es sexo.

-Me emocionas, pero intuyo que también debes haber pasado por momentos de duda.

-He llorado, he sentido celos de esas mujeres  con las que ha compartido casa y cama, aquí mismo, y las he maldecido cuando la han dejado tirada.

-¿Y qué hacías tú?

-Yo le decía que no soportaba  verla sufrir, y la abrazaba, la abrazaba muy fuerte, pero no me atrevía a decirle que…

-¿Qué la amabas?

-No lo entendería.

-Eso no lo sabrás si no se lo dices, seguirá viendo en ti a su hija.

-Mhag, ayúdame por favor.

 

La niña, no tan niña, se abrazó a mí. Se repitieron las revoluciones en mi estómago, le devolví el abrazo para notar su cuerpo joven junto al mío, le acariciaba la espalda y el cabello mientras lloraba sobre mi hombro. Mis pechos estaban reaccionando al contacto con la chica y me separé de ella para que no lo notara.

 

-Mhag, has hecho que me decida a dar el paso más importante de mi vida, no sé como agradecértelo.

-Reconozco que me encantaría que me lo agradecieras –pensé en voz alta- lo importante en estos momentos sois vosotras dos

-Dime…¿qué hago?

-Esperar, esperar.

-No lo podré aguantar.

-Podrás, estoy segura

-¿Mucho tiempo?

-Minutos… pasa al baño  y espera, confía en mi.

 

Belén llamó a la puerta

 

-¿Paso?

-Estás en tu casa –le dije-

-No te rías, estoy feísima, hecha un guiñapo.

-Umm, esa es una expresión muy española, no sé de quien la has podido aprender.

-De Marina la aprendí, me la decía algunas noches cuando estabais enfadadas y nos conectábamos. Pero… ¿qué querías decirme?

-Pues… que para mí eres muy bella sin maquillaje, a pesar de tus cuarenta, que me encanta esa bata de seda que llevas puesta ¿algo debajo?

-Nada… oyeeee ¿eso es todo lo que querías decirme?.

-Claro que no, tonta, quería preguntarte si habías pensado en lo que hemos hablado esta tarde.

-Pensar es poco. He repasado en apenas dos horas buena parte de la vida junto a María. Se ha convertido en una mujer de los pies a la cabeza, hubo un tiempo  que andaba perdida, me preocupaba, pero de pronto cambió radicalmente su comportamiento, se volvió una estudiante sobresaliente, me sentí muy orgullosa de ella…

-¿Se lo dijiste alguna vez?

-Creo que no hacía falta, procuré darle todo lo necesario

-¿Te lo agradecía?

-Con mucho cariño, sin pedírselo me abrazaba, me daba besos…cuando yo me deprimía ella estaba a mi lado. .

-¿Pondrías la mano en el fuego asegurando que lo hacía como una hija?

-Mhag, no me confundas más, llevo toda la tarde  revolviendo en mis sentimientos, buscando explicaciones…

-¿Qué crees que siente por ti? Mejor dicho ¿Te haría feliz si supieras que no es amor filial lo que lleva en el corazón?

-Mhag, esta tarde me lo has insinuado.

-Si María no fuera parte de tu familia, ¿te enamorarías de ella?

-Sería la cosa más sencilla de este mundo, no enamorarse de María sería pecado.

-Si estuvieras enamorada de María ¿lo considerarías un pecado?

-No, claro que no.

-Y si ella te amara como mujer ¿te asustarías?

-Sí, en principio sí, pero no tendría miedo de nada ni de nadie. Me conozco, cuando me entrego vivo  el  momento sin pensar en el día siguiente, y así me ha ido de mal. Con María sería diferente, como hija la quiero a morir,  pero amar, amarla, amarnos en toda la amplitud de las palabras  me parece…

-Belén, boba, tonta, burra, tienes el amor de verdad en tu casa, métetelo en la cabeza y en el corazón, María te ama, te ama, te amaaaaa…

-Quiero abrazarte

-Pobre de ti si no lo haces, pero no te quites la bata, por precaución.

-Mañana hablaré con ella.

-Espera a que yo marche..

-Mhag ¿puedo quedarme contigo esta noche? te prometo portarme bien.

-Permiso concedido, mi cama es tu cama, descansa, guárdame un lugar, ahora vengo.

 

Entré en el baño.

 

-¿Te hice esperar? ¿Oiste?

-Siiiiii…Estoy temblando -susurró María al oído de Mhag-

-El amor te espera, no tengas miedo.

-No me dejes ahora, Mhag, por favor.

-Niña, no debo estar aquí, compréndelo.

-Si debes, quiero tenerte cerca, quiero mirarte a los ojos para que veas reflejada en ellos mi felicidad. Por favor, tú  lo has hecho posible, te lo pido por favor, quiero que tú también…

-María, te lo suplico, no sigas…

 

Se desnudó por completo ante mí, la tenía a pocos centímetros y cerré los ojos. “Haz lo que quieras – pensé –“ deseando que hiciera lo que hizo, quitarme la ropa y abrazarme…

 

-Vamos, Mhag, sin reservas.

 

Cogidas de la mano nos dirigimos a la cama, Belén no se había desprendido de su batín, se había quedado dormida mirando  hacía la ventana  por donde la luna se asomaba. Entre su luz y las de unas velas olorosas que había repartidas por la estancia se creaba un ambiente en el que los sentidos tendrían tierra abonada para mostrarse sin barreras.

 

Me coloqué en el centro de la cama para prevenir por si Belén despertaba no descubriera a esa tercera persona.

 

-Cuando lo desees te dejo mi lugar. – le dije al oído

-Aún no.

 

Esperé unos instantes hasta que sentí el cuerpo de María que buscaba acoplarse al  mío. ¡Me estaba besando! Comprendí en ese momento lo que me dijo que no la dejara, que estuviera a su lado, que yo también… La  llené de silenciosos besos, su cara, sus ojos, sus labios. Se estremeció. Acaricié sus pechos jugando a excitarlos. Recorrí su vientre hasta llegar a su inmaculado sexo. Detuve las caricias, me pidió que siguiera, le dije que no debía.

 

Entonces fue ella la que me hizo sentir la suavidad de sus manos. la dejé hacer, que fuera ella la que experimentara con mi cuerpo. Repitió cada una de las caricias que le había dado. Abrí el camino hacia mi sexo y necesité que se detuviera en el clítoris que estaba en situación incalificable. Con la punta de uno de sus dedos solicité que lo recorriera… A cada contacto una descarga eléctrica, no tuvo piedad, la repitió tres veces más y no pude aguantar más, cogí su mano sugiriéndole que me penetrar con sus dedos, lo hizo despacio, como si tuviera miedo de hacerme daño. No hubo marcha atrás, Llegó el orgasmo  abrazada a ella, llenando su boca con mis gemidos de placer. Belén podría despertarse. No me importaba. 

 

-Estás muy mojada –me dijo retirando su mano- ¿Es normal?

-¿Tú que crees? ¿Acaso tú no te masturbas?

-Claro que si, pero antes deseaba que tu… y no lo hiciste.

-María, dime que lo entiendes

-Por supuesto que sí, Mhag. Respiro y… a  despertar a mi amor durmiente

-Os dejo en campo de batalla para vosotras.

-Si te vas me voy yo también…

-Tranquila, solo iría al baño.

 

Belén cambió su posición, el batín se abrió dejando al descubierto su desnudez. Nos quedamos mirando aquel  cuerpo de piel canela, que incitaba a ser poseído una y otra vez. María se  acercó a Belén, la abrazó pasando su brazo por la cintura, puso su cara junto a la de ella absorbiendo el olor de su piel…

 

-Mhag –dijo Belén sin abrir los ojos- dijimos que nos portaríamos bien.

-Tú y ella… sí, - dijo María - pero tú y yo...

 

Como si tuviera un resorte Belén se incorporó no dando crédito a lo que estaba viendo. María, estirada a su lado sonreía, le acariciaba la espalda desde el cuello a la cintura, Belén respondía con leves convulsiones, dejando hacer a aquella mano que no tenía intención de alejarse de su cuerpo.

 

-A mí no me mires –le dije cuando ví que sus ojos me pedían una explicación- yo como si no estuviera, sois vosotras dos las que os debéis mirar y dejar que pase lo que tiene que ocurrir.. Estais desnudas, naceis de nuevo, miraros a los ojos y deciros como deseáis que sea vuestra vida a partir de ahora,   

 

-Te amo, Belén, - confesó María - te amo,  por fin puedo decírtelo, suplicándote que tú también me ames. Me ofrezco a ti despojada de prejuicios y te pido  que me hagas la mujer más feliz del mundo. He guardado para tí mi virginidad… Te la entrego esta noche, o mañana, o cuando la desees… Contigo no habrá prisas… Tenemos tiempo… No sabes cuanto he soñado con vivir este momento, te juro que te devolveré todas y cada una de tus caricias…

-Y tú Mhag ¿no tienes nada que decirme?

- Creo que ya está todo dicho. Es vuestra primera noche, haced lo que el cariño o  la pasión os pida. Quereros como madre e hija, amaros  como dos esposas y  disfrutaros como amantes...todos y cada uno de los días en los que veais salir el sol juntas.

 

Belén se estiró al lado de María y la atrajo hacia ella hasta arroparla con su cuerpo. Inclinó su cabeza, María entendió el mensaje y entreabrió los labios esperando llegaran los que tanto tiempo había esperado. Besos, lágrimas, gemidos…

 

-Sed felices.

-No te vayas, no te vayas… me lo prometiste. Quédate..

-Mhag, cariño, acércate, queremos compartir contigo…todo.

 

…………………………..

 

Segundo día – noche/madrugada - Yo… después de…

 

El agua tibia de la ducha fue el bálsamo que necesitaba mi cuerpo. Imposible de describir la pasión que se desbocó entre las tres. No importaba quien ni con quien, tres cuerpos buscándonos, encontrándonos, sin tregua, sin decir basta, como si el mundo llegara a su final y nos hubieran dado pocos instantes de vida. Al salir del baño contemplé a las dos mujeres abrazadas, contrasté el perfume del gel de ducha mezclado con el aroma de las velas y el olor inconfundible a  sexo…María abrió los ojos. ¡Que bellos eran! Dibujó una sonrisa en su cara, me mandó un beso desde la palma de su mano y se acurrucó de nuevo entre los brazos de su…

 

El pecho me oprimía, había sido infiel a Marina, no tenía excusa. No sé si tendría valor para mirarla a la cara. Hice rápidamente el equipaje. Abandoné la estancia y bajé al salón donde encontré a la madre de Belén.

 

-Dios la bendiga – me dijo la señora-

 

Yo, que no soy creyente noté un nudo en la garganta, no supe que decirle.

 

-Aún no ha amanecido pero ¿puede conseguirme un taxi, por favor?

-Claro que sí, desayune mientras tanto.

 

No tenía ganas de hacerlo, no sería capaz ni de tragar un vaso de agua. El taxi llegó con prontitud, abracé a la madre de Belén, me deseó un buen viaje y me pidió que no las olvidara. Imposible olvidar.

 

El conductor me abrió gentil la puerta. Busqué en bolso de mano  si llevaba dinero suficiente y encontré la tarjeta de la mujer con la que compartí vuelo, la que me ofreció su casa por si deseaba visitarla.

 

-¿Dónde la llevo, señorita? – preguntó el chofer

 

Rompí la tarjeta. Al aeropuerto, por favor –le indiqué-

 

…………………………….

 

Cuando Marina regrese  sé que  con solo mirarme a los ojos me preguntará “dime,¿ qué te pasa?” .

Por la cristalera  que da al jardín entran los primeros rayos de sol.  Siento escalofríos que recorren mi cuerpo. Voy  a buscar una manta al armario del recibidor.

De nuevo en el sofá recuerdo la despedida que me preparó Marina antes de volar.. No me permitió que yo la amara, fue ella la que me poseyó de tal manera que de poco valieron mis súplicas para que se detuviera, hizo valer su cuerpo de serpiente para enredarse en  el mío hasta dejarme sin respiración, Solo le faltó devorarme – pensé en aquel momento-“. ¿Presentía alguna cosa?.

Pienso en ella y me entran deseos de llorar.  No sé disimular. La amo tanto que no soporto verla triste, enfadada, ausente, callada…, La verdad le va a hacer daño, lo sé, pero no quiero ocultarle que le he sido infiel tan solo hace apenas unas horas.

La oigo abrir la puerta.

-Amor mío ¿dónde estás?

-Aquí en el sofá.

Se acerca a mi, no deja que me incorpore. Lloro. Me besa apasionadamente bebiéndose mis lágrimas. Respondo comiéndome sus labios.

-Mhag, no sabes cuanto te he echado de menos.

-Marina, amor… te he sido infiel

Se separa de mí. Me mira fijamente a los ojos. Me acaricia la cara.

-Tu sabrás los motivos que has tenido para hacerlo –me vuelve a besar-

-Si.

-Subamos al dormitorio y me cuentas… o mejor… nada de palabras, con hechos.   Tenemos todo el día ¿será suficiente?

-No mi vida, mejor que sean dos. Dos días y una noche.

. . . . . . . . . . . .

M/M – junio’19