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Tarde-noche al final del verano

en Confesiones

Por primera vez  ni utilicé la llave bajo el felpudo, ni la ventana abierta, ni mucho menos la chimenea. No soy Santa Klaus, ni tenía ganas de mancharme de hollín el modelito que había elegido para presentarme en casa de Marina, un top cortísimo color fucsia, que unido a que mi falda vaquera era tan solo un proyecto (de falda) y que el cinturón ancho la bajaba hasta las caderas, dejaba al descubierto algo más de veinticinco centímetros de vientre y de mi espalda si me daba la vuelta.

 Provocativa a tope. Como calzado elegí unos deportivos blancos, porque si me llego a poner unos zapatos de tacón alto y con el bolso que llevaba hubiera parecido más una buscona de carretera (aclaro, con el respeto que se merecen esas señoras) que una señorita decente. No procedía. Ya sé que no era el atuendo más idóneo para el regreso de la “hija pródiga” pero ya estaba tomada la decisión.

 Con esos “argumentos” me presenté en el chalecito coquetón y bien cuidado de Marina, entré por la reja que accedía al garaje, siempre estaba abierta, llamé a la puerta de la casa, esperé un minuto. “Igual ha salido a comprar –me dije-“,  así que decidí, tras insistir en mi llamada de nuevo y no recibir respuesta, sentarme en uno de los tres escalones que hay antes de la puerta.

 Saqué del bolso mi paquete de cigarrillos, el encendedor y me dispuse a disfrutar de la espectacular puesta del sol que me regalaba la tarde de verano. Di una calada fuerte al cilindrín tabaquero y tosí como una incipiente tuberculosa: “si no dejas de fumar acabarás mal –me reprendí –“. Tiré el cigarro al suelo y lo pateé sin piedad hasta dejarlo irreconocible.

Hurgando en el bolso encontré la carta que Marina me había enviado. Nunca se había expresado con tanta vehemencia, con tanta intensidad, suplicando. La verdad es que no sé qué excusa le daría porque me despedí de ella a la francesa, o sea sin decirle adiós, y la dejé abandonada justo cuando ella más me podía necesitar al tener que pasar por el quirófano para someterse a una intervención de esas raras, y que los médicos calificaron de “necesaria”. ¡Y encima se acusaba ella misma de abandonarme, de descuidarme!

Sucede que Marina es muy reservada y no quería hablar conmigo de ese tema para que no me preocupara, y lo hacía con tal naturalidad como si su operación fuera tan simple como depilar las cejas, por eso me fui segura que no me echaría de menos durante unos cuantos días. Me sentí fatal  cuando recibí su escrito porque no supe entenderla. Solo yo sé las lágrimas que derramé. Puedo ser irresponsable, atrevida, cómica, desinhibida, terca como una mula… pero soy muy humana, tengo mis sentimientos, muchos, los míos de nacimiento y los que poco a poco Marina me fue inculcando. Ella es especial, siente por ella y por cien personas más.

En esos pensamientos estaba cuando un coche se detuvo delante de la vivienda. Guardé la carta y me oculté detrás de la palmera y vi como bajaba del automóvil, abría la reja que daba a la entrada del garaje y con el mando a distancia elevaba la puerta. Me pareció que estaba muy delgada, lo consideré normal si estaba en plena convalecencia. Esperé unos minutos a que entrara a su casa por la puerta interior que da al garaje. Llamé de nuevo.

-¿Quién es? –oí por el interfono-

-Se trata de una encuesta –le dije disimulando mi voz-

-No estoy para esas cosas, déjemela en el buzón y la responderé

-Es que se trata de un tema delicado, referente a la violencia de género –mentí-

-Le digo, estoy en contra, ponga las crucecitas en los recuadros y dela usted por contestada

-¿Y no podría atenderme ni un minuto? –insistí-

-¿Me promete que solo será un minuto? –dijo Marina-

-Se lo prometo

-Espere un momento, ahora bajo

Yo estaba hecha un flan, y ahora que ella iba a abrirme la puerta era cuando me entraban ganas de correr. Se me hizo una eternidad. Me aparté un poco de la puerta por si acaso antes de abrirla observara por la mirilla y me viera. Por fin la puerta se abrió…

-Anda, pasa, mala mujer, el papel de encuestadora no te va, disimulas fatal –me dijo en tono serio-

Antes de que me diera cuenta me había cogido de la mano, había cerrado la puerta y me tenía pegada a ella llorando sobre mi hombro. Se había puesto un vestido hasta las rodillas, sin mangas, nada debajo. Permanecimos así no sé cuanto tiempo, abrazadas, sin decir palabra. Con mis manos recorría su cuerpo notando la delgadez de su figura, tenía el cabello un poco más largo pero emanaba el mismo perfume, a nuestro gel, sus pechos los sentí más pequeños pero con la firmeza de siempre, y en su espalda se marcaba la columna vertebral, síntoma de su pérdida de peso. Quise separar su cabeza para darle un beso cuando noté que le flaqueaban las piernas, tuve que hacer un esfuerzo para mantenerla en pié. Me armé de valor. La levanté en mis brazos y la llevé al sofá del salón.

Fui a la cocina y busqué un paño empapado en agua fresca, se lo puse en la frente, subí al dormitorio y cogí una manta ligera para cubrirla. Al poco entendí que estaba más confortable así que me senté en un sillón a esperar mientras reaccionaba. No dejaba de observarla, alrededor de su cuello llevaba una cadena con el corazón que le regalé, conservaba la misma belleza de siempre, y es que Marina era guapa hasta en esos momentos, sin apenas maquillaje, la ligera palidez de su rostro la hacía vulnerable, pero ahí estaba yo para protegerla. ¿Cómo pude portarme así con ella? No debí dejarla.

Pasaron dos horas interminables, eternas, casi agónicas. Ya era de noche, encendí una lámpara, abrí una ventana y la dejé descansando. En el jardín tenía una ducha y me dispuse a meterme debajo del agua fresca, lo necesitaba, me quité la ropa dispuesta a relajarme.  Sentía un gran alivio en mi cuerpo notando como el líquido me recorría de la cabeza a los pies, cerré los ojos disfrutando del momento… noté unas manos que rodeaban mi cintura, un cuerpo que se abrazaba al mío…

-Marina ¿crees que te conviene? –le dije son volverme-

-Si, déjame abrazarte, no quiero que te vayas otra vez, no me dejes como lo hizo... –oí su voz-

Comprendí qué quería decirme. No. Yo no era como Lucía y como Anna. En la penumbra nuestros cuerpos se juntaron, se acariciaron, se besaron, reafirmando el gran amor que sentíamos la una por la otra. Marina amaba su creación, y yo amaba a mi creadora. Un ligero temblor me advirtió que ella tenía frío.

-Vamos mi amor

-Llévame adentro como antes lo hiciste, en tus brazos –dijo rodeándome el cuello con los suyos-

Tuve fuerzas, claro que las tuve, las tenía para eso y para más, para llevarla al fin del mundo si fuera preciso, y ella las alimentaba mirándome con sus bellos ojos marrones y su boca muy cerca de mía ofreciéndome su aliento. Entramos de nuevo al salón y quise depositarla en el sofá.

-No –me dijo- subamos a nuestro dormitorio, por favor

-¿Estás segura que podrás?

-Me siento capaz de todo con tal de tenerte otra vez junto a mí

En la habitación secamos nuestros cuerpos con unas toallas. La recosté en la cama, se giró de espaldas y pude ver una cicatriz en la zona lumbar muy bien curada. No le pregunté, solo la acaricié con mis labios besando con amor la herida, se estremeció ligeramente y le pregunté si tenía frío, me dijo que sí y la cubrí con la sábana y la colcha, busqué una bata para cubrirme pues quería bajar a la cocina a preparar una infusión para las dos. Cuando volví a su lado dormía plácidamente, su rostro había cambiado, ya no tenía aquella palidez que llegó a preocuparme, hasta su boca dibujaba una dulce sonrisa y su cuerpo, recuperado, se me mostraba desnudo hasta la cintura.

Desistí de despertarla. Dejé encendida una de las lámparas de la mesita de noche. Yo no sabía qué hacer si recostarme a su lado o no, quería evitar su contacto pero por otro lado deseaba abrazarla muy fuerte y decirle al oído que no volvería a desaparecer, que era yo la que necesitaba su compañía para sentirme otra vez con deseos de escribir. Sin ella nada tenía sentido, era mi inspiración, y quería recuperarla para poder brindarle todas y cada una de mis creaciones, engendradas por tan dulce amante.

Así pensaba sentada al borde de la cama, contemplándola, y me juré que la cuidaría hasta desfallecer, que haría volver a su rostro las mismas sonrisas de antes, no me importaba el tiempo, solo ella, ella y recuperar sus caricias, sus besos, su pasión y devolverle amor con amor, desinteresado, enérgico, dulce, atrevido, excitante, alegre…

-Ven a mi  lado –oí que me decía- quiero abrazarte

La complací. Fue ella la que buscó mi cintura juntando su pecho en mi espalda.

-¿Eres feliz? –preguntó-

-Lo seré cuando me perdones

-Entonces disfruta de la felicidad  –dijo besando mi cuello-

-Gracias, amor mío

-Mhag, dime una cosa ¿volverás a escribir? –no era una pregunta, era un ruego-

-Te lo prometo –respondí- si tú me ayudas

-¿Cómo?

-Con tus deseos de vivir y… amándome como yo te amo, Marina

-Eres la niña, mi niña, la que nunca…

-No hables. Yo soy tu obra –dije-

-Si,  mi querida, mi dulce Mhag

Me giré hacia ella, necesitaba besarle la frente, los ojos, la boca, a toda ella. La apreté contra mí quizás demasiado fuerte, gimió de dolor.

-Lo siento, perdona, ¿te hice daño? –me disculpé-

-¿Y qué importa? Se está bien así. Mhag ¿deseas que te haga el amor? –me sorprendió la pregunta-

¡Santo cielo, claro que lo deseaba! Tanto como yo a ella.

-No es el momento… debes recuperarte

-¿No te importa esperar?

-Claro que no. El tiempo que sea necesario, amor mío.

…………………………………..

Jamás habíamos visto un amanecer tan esplendoroso…