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Todo lo que soy...

en Confesiones

Lo confieso

 

No es que yo tuviera una vida complicada, al contrario. Proviniendo de una familia acomodada no me fué difícil acceder a una educación convencional de acuerdo con los que mis padres querían, o sea: buen colegio, mejor instituto y carrera universitaria. Sin ser una lumbrera pasé por esa etapa con mucha solvencia pues era  inteligente, práctica y responsable. Decían.

Pasé de niña a mujer sabiendo todo lo que se debía saber, por lo que experimenté todo aquello que el ser humano debe conocer en lo que a la sexualidad se refiere. Descubrí mi  cuerpo cuando éste empezó a dar señales de la futura conformación adulta: una fémina relativamente alta, 1,68 (sin tacones), delgada  pero sin demasía, brazos estilizados, piernas torneadas, pechos no llamativos (tipo mujer francesa, de esos que caben en una copa de champagne), rostro y cuello proporcionados, acordes  con la amplitud de mi espalda suficientemente desarrollada por el deporte: natación y voleibol.

La universidad marcó mi vida, como a todos los estudiantes, por ser la época de mayor libertad una vez cumplidos los 18 años. Viajes de final de curso, escapadas de fines de semana a la montaña con los amigos y amigas, primeros besos, primeras caricias… y consecuente pérdida de virginidad en aquel albergue estudiantil con el chico que con el tiempo se convertiría en mi marido, aunque hubo otros. En confianza, sin que yo viera las estrellas.  Se me entiende ¿no?.

¿Qué mi padre quería tener en la familia una licenciada en administración de empresas…? – Pues bien, papá, aquí está mi título – le dije cuando finalicé los estudios. Al no tener que trabajar para vivir completé la formación con unos cursos intensivos en recursos humanos y riesgos laborales segura que ello me daría oportunidad de trabajar en empresas  con personal suficiente como para dirigir un departamento específico. Así fue y así sucedió.

Por mediación de Marc, entonces novio, conseguí un buen trabajo en una multinacional y mi vida cambió totalmente una vez establecida y emancipada. Para no vivir en “pecado continuo” con mi ya prometido, a los 28 años decidí firmar un certificado de matrimonio civil. Por creencias religiosas otro tipo de compromiso matrimonial era impensable.

Entré en la dinámica de la llamada “vida moderna”. Trabajo, casa, coche propio, veraneo convencional, gimnasio, conciertos y… sexo nocturno precavido (nada de hijos por el momento).  ¿Suficiente? Pues no. Yo sabía que aquello un día se acabaría porque tanto convencionalismo nunca había sido mi plato favorito, sobre todo cuando mis amigas más íntimas, la que más la que menos, o si no se lo inventaban, estaban a la vuelta de la esquina en cuanto a experiencias extra-matrimoniales. 

-¿Y tú… qué?

-¿Yo, que qué… qué?

-Pues eso. Ya sabes. Aventurillas

-Aún no ha llegado mi hora

Lo cierto es que nunca se me había pasado por la cabeza ser infiel a Marc, pero la soledad de algunas noches en que mi marido, excelente y valorado comunicador como buen profesional del periodismo y de ciencias de la información, por razones de trabajo pasaba ausente del domicilio, me iba dejando llevar por mi sexualidad hasta el punto de comprobar el placer de la masturbación. No es que no lo hubiera hecho antes, pero ahora, con la tranquilidad de estar sola, relajada después del  baño, sabiéndome atractiva en mi desnudez llegué a descubrir que mis dedos largos y finos me hacían sentir diferente, como si una pluma de gaviota me acariciara. Sentí la reacción de mi clítoris nada más acariciarlo y como en el interior de la vagina se producía el milagro de producir jugos abundantes. ¡Qué diferencia con la excitación “normal” (si es que la había) que me producía el miembro de mi marido cuando me penetraba!

En esos momentos relajantes no tenía ningún tipo de fantasía sexual, pero una noche después de haber pasado la tarde en manos de la esteticién, una jovencita italiana recién llegada al salón de belleza al cual acudía semanalmente, me dejé llevar imaginando que mis manos eran las de ella, recordando la sensibilidad de sus dedos y sus gestos delicados cuando necesitaba dar masajes en las piernas, para lo cual era preciso separarlas y dejar al descubierto mi sexo. Recordé que en ciertos momentos me sentí excitada, y en la oscuridad de la habitación me ruboricé al recordar que quizás aquella chica pudo ver como de mi vagina llegó a salir un hilo de flujo comprometedor.

La vida seguía su curso. O sea, convencional a la vista de las respectivas familias, sexo sin más con Marc, y sexo deseado  en la soledad de las noches. ¿Hasta donde llegaré – pensaba – hasta donde?. Solo el futuro lo sabía.

………………………………………………………………………

Las normas de la empresa eran las de mantener a sus empleados al día de las nuevas tecnologías, los más modernos métodos de producción y, por lo tanto, tenerlos al corriente de los posibles riesgos laborales. Ahí jugaba un papel importante yo como adjunta a la dirección de fabricación, de mí y mi equipo dependían en gran medida que todo funcionara dentro de las más estrictas normas de seguridad, tanto en Barcelona como en Tarragona que es donde estaba implantada la mayor planta de producción. Me encargué del diseño de un seminario de formación que, una vez finalizado y aprobado por la dirección, debería presentar en unas jornadas de trabajo. Ello conllevaba desplazamientos periódicos a Tarragona para observar el ritmo de trabajo, desde la entrada de las materias primas hasta los productos elaborados y el consiguiente control de calidad.

-Hola buenos días, te llamo de la sede de Barcelona, ¿me puedes dar información?

-Encantada, mi nombre es Marina, dime que precisas

-Me gustaría saber si en este laboratorio teneis deficiencias o necesitais mejorar las instalaciones

-Mejor lo hables con la coordinadora, mi opinión no te valdría pues desde mi punto de vista habría que cambiar muchas cosas.

Me pareció una mujer clara de ideas, de esas que por poco que pudieran no se callarían, por eso creí oportuno saber lo que pensaba, pero no era el lugar adecuado entre matraces, probetas y demás instrumentos de control.

El trabajo de recogida de datos me llevaba varias semanas y me pareció mucho major hablar con Marina puesto que de la entrevista con la coordinadora poca cosa pude sacar que no fuera un “para nosotros ya está bien como está”.

Aprovechando que Marc estaba ausente por motivos profesionales la llamé,

-Marina, soy yo ¿me recuerdas?

-Desde luego  ¿aún sigues con tus investigaciones?

-Es por vuestro bien como trabajadoras ¿podríamos hablar este viernes?

-No hay inconveniente, además el sábado me toca trabajar y me fastidia el fin de semana, podemos hacerlo largo y tendido.

-Bien, entonces quedamos para el viernes en el laboratorio alrededor de las cuatro de la tarde. Por cierto ¿puedes decirle a alguna de las secretarias que me reserve una habitación en el Imperial Tarraco?

-Dalo por hecho, nos vemos  el viernes

 

Puntual como siempre me gustaba ser, a las cuatro de la tarde estaba en la recepción de la empresa. Mientras me identificaba y esperaba me la credencial oí una voz que se dirigía a la recepcionista:

-Vane, trata bien a esta señora que de ella depende nuestra seguridad

Era Marina que acudía a recibirme con la mejor de sus sonrisas. Se acercó a mí, me dio un beso en cada mejilla, me cogió del brazo y subimos en el ascensor al piso superior.

-¿Qué tal el viaje, cansada?

-No, el viaje en sí no, yo estoy cansada, esta mañana he tenido dos reuniones agotadoras. Si lo llego a saber no hubiera venido a Tarragona.

-Tampoco es para tanto, aquí estarás bien. Si quieres no hablamos del trabajo, lo dejamos para mañana y podrás ir al hotel.

-No importa, prefiero adelantar todo lo que pueda

-¿Cuándo regresas a Barcelona? ¿Nadie esperando?

-Quizás me vaya mañana por la tarde. En cuanto a la segunda pregunta te diré que nadie me espera

 

Llegamos al laboratorio y según el plan de trabajo hablamos durante dos horas de las condiciones de trabajo en la empresa. Marina, que llevaba empleada tres años, conocía muy bien las interioridades del complejo industrial. Me sirvió de mucha ayuda.

-         

-Ya está bien de trabajar – le dije – Me voy al hotel. ¿Sigues aquí o marchas también?

-Acabo un par de cálculos y cierro el chiringuito

-Marina ¿te apetecería que cenáramos juntas? Cuando estoy fuera de casa no me gusta hacerlo sola

-Déjame que haga un par de llamadas y te dejo una nota en la recepción del hotel.

Durante el recorrido al hotel pensaba en ella. Intuía una excelente profesional. no exenta de fuerte personalidad, clara en sus apreciaciones y directa en su forma de expresarse. Sonreí al recordar la forma desenfada con que Marina había levantado los brazos desperezándose, y recordé también su mirada cuando, en ese gesto, no pude disimular la mia  hacia sus pechos poco disimulados por la bata blanca. Me había pillado.

Al llegar a la recepción del hotel, con la llave de la habitación me entregaron una nota de Marina: “La mesa para dos en el restaurante del hotel ya está reservada. Nos vemos a las nueve y media. Feliz descanso”.

La habitación era genial. Tenía un balcón desde el cual se podía contemplar el Mediterráneo y varios kilómetros de playa. Acomodé la ropa de viaje en el armario de puerta acristalada, envié un mensaje a Marc, apagué el móvil y me dispuse a disfrutar de la ducha. Abrí los grifos, cerré los ojos, dejando que el agua resbalara desde la cabeza hasta los pies… y pensé en Marina. Imaginación al límite cuando las manos enjabonadas recorrían mi cuello, mis hombros, los pechos inusualmente excitados, mi vientre… Poco a poco, inconscientemente, abrí las piernas para recorrer con los dedos los labios vaginales. Rocé el clítoris y mi abdomen se contrajo. Otra vez. Otra vez... las piernas flaqueaban y de mi sexo comenzaba a manar el flujo hasta resbalar por mis muslos mezclándose con la espuma del gel de baño. Por un momento deseé que la cortina se abriera y apareciera ella.

¿Porqué esos pensamientos, si apenas la conocía? Giré el mando de la ducha hacia el agua fría y dí más potencia. Toda la espuma resbaló hacia los pies. Cerré el agua, salí  envolviéndome en una toalla, confundida y nerviosa. Sentada en el borde de la cama busqué la mirada la de la mujer del espejo del armario y ví que le brillaban (me brillaban) los ojos. Estiré la espalda, alarqué el cuello y dirigiéndome a la “otra” le desafié: “¿Porqué no?...”

 

Cinco  minutos antes de la hora concertada recibí la llamada de la recepcionista, me estaban esperando. Al salir del ascensor ví a Marina, de pié, con una sonrisa espectacular y unos ojos que más que mirarme  atravesaban. Yo no me quedé corta en el recorrido. Casi a un tiempo nos dijimos la misma frase: “¡Que guapa estás!” . Las risas hicieron levantar la cabeza de la chica por detrás del mostrador.

La mesa reservada estaba al lado de un ventanal desde donde divisaban las luces del paseo de la playa. La cena transcurrió de forma super agradable, no recordaba cuanto tiempo hacía que no me sentía tan bien, desenfadada, a veces sus miradas me atravesaban, ¿libre?. Marina era un conversadora implacable, sutil en sus preguntas, clarísima en las respuesta, (sobretodo en las referentes al sexo), con criterio y sobre todo… loca, loca, loquísima. Busqué en mi diccionario mental un adjetivo para calificarla. ¡Imprevisible! ¡Exacto! ¡Así era!.

Después de casi dos horas de explicarnos cosas de nuestras vides (ella fué algo más explícita que yo), Marina me dijo que había anulado dos compromisos que tenía para esa noche, que como mañana debía ir a trabajar prefería marchar a su casa y que ya nos veríamos  en el trabajo. Quedé con ella a las 10. Mientras abandonaba el salón no pude dejar de mirar la figura que se alejaba, creo que lo notó y se volvió para enviarme un besito volador, Pedí un combinado para tomarlo en la terraza,  encendí un cigarrillo... y me sentí sola, tremendamente sola.

Subí a la habitación apoyada en la pared del ascensor desconcertada. Abrí la puerta y antes de encender la luz oi una voz que reconocí al instante: ¿Porqué has tardado tanto?

 

Las cortinas que tapaban la puerta del balcón dejaban pasar tenuemente la luz exterior, en la habitación había una penumbra  que invitaba a la complicidad. La silueta de una mujer podía adivinarse más que verse, de pié, esperando.

-¿Marina?

-No

-¿Quién eres?

-Tú

-¿Por qué me haces esto?

-Lo necesitas

-Necesito tantas cosas…

-Puedes conseguirlas

-¿Cómo?

-Ven, abrázame sin miedo

Dejé caer el bolso, alargué las manos en la oscuridad en busca de las suyas, manos suaves que acogieron las mías. Sus brazos rodearon mi cuello, su cabeza apoyada en mi hombro y sus cabellos me acariciaban la cara. Devolví el abrazo. No me atrevía ni siquiera a rozar su cuerpo.

-Estás…. Desnuda –susurré-

-¿Te asusta?

-No. Me confunde.

-¿Por ser la primera vez?

-Si

-Déjate llevar

Aún estando a oscuras cerré los ojos, abracé aquel cuerpo cálido, besé su frente enredando mis dedos en su pelo. Así, como estaba me hubiera dormido, pero me dejé llevar. Mientras unos labios húmedos buscaban mi cara sus manos desabotonaban lentamente mi blusa  hasta que ésta resbaló por los hombros y cayó sobre la alfombra. Marina inició un recorrido por mi cintura en busca de la primera reacción, que no se hizo esperar como un escalofrío. Continuó subiendo lentamente y a mitad de la espalda se detuvieron.

-No llevas….

-No –respondí-

Las manos abandonaron la espalda, y  dejé de percibir el contacto con su cuerpo mientras el pequeño cinturón que sujetaba mi falda salía de su lugar y la prenda descendió hasta la alfonmbra. ¿Qué más quería de mi?. Mejor no preguntar nada, no pensar en nada, solo quería sentir, sentir, sentir………. abandonarme. Si, pero… ¿a quien?, lo intuía  pero necesitaba oirlo.

-¿Marina?

-Si

-¿Por qué me haces esto?

-Lo necesitas

-Necesito tantas cosas…

-Puedo dártelas

Entrelazamos nuestras manos. A partir de ese momento quería pronunciar su nombre, necesitaba pronunciarlo, llenarme de su nombre cada vez que lo pronunciase.

Marina, tengo frío

-Acércate a mí

De nuevo volví a sentir en la piel la misma calidez de antes al fundirnos en un tierno abrazo. Solo que esta vez nuestros pechos se buscaron llegando a encontrarse en una tímida presión. Los de ella, unos senos duros, de pezones firmes buscaban  los míos, como si quisieran besarlos. El  beso real llegó en la penumbra, como la pluma de un ave al depositarse suavemente en el suelo, después de sentir el aliento de Marina sobre mi boca entreabierta. Los labios apenas se unieron, tan solo fué  un roce, una caricia, una brisa.  Mis piernas fallaban y me abracé a ella..

-No me dejes Marina, por favor

-Estoy aquí

Abrazadas nos recostamos en la cama. Yo tenía la mirada perdida en la escasa luz que entraba a través del cortinaje, y ella, a mi espalda, protegiéndome con su abrazo, haciéndome saber con su dulce  presión que yo no estaba sola, que no soñaba, quería transmitirme paz, liberación y… momentos. Porque… ¿hay algo más sublime que coleccionar momentos?

Cogí la mano de Marina y la llevé a mi vientre. Reconfortada.  Retiró por un instante la mano y acomodó la sábana por encima de nuestrps cuerpos. Antes de volverla al vientre  buscó mis ojos. Con la punta de sus dedos recogió unas lágrimas.

-¿Por qué lloras?

-No lo sé

-¿Necesitas averiguarlo?

-Esta noche no

Marina depositó en mi espalda unos besos que me hicieron estremecer y apretar mi cuerpo con el suyo, no quería dejar de sentir aquel maravilloso contacto.

-Tranquila..., tranquila,,, estoy aquí...

…………………………………………………………………..

 

El teléfono de la habitación me despertó.

-¿Sí?

-Señora, son las ocho de la mañana, le deseamos un buen día

Colgué el auricular y giré mi cuerpo. Nadie. “¿Cómo que nadie?” - pensé. Me levanté de la cama sintiéndome extrañamente tranquila. En la alfombra de la habitación estaban el bolso, los zapatos y mi ropa. Sobre el escritorio una nota y, al lado, el anillo de casada.

-Gracias por dejarme compartir tu sueño.  Por cierto, casi me lastimo un pié cuando pisé tu anillo. M.

Guardé la nota en el bolso, conecté el teléfono móvil. Mensaje de Marc, lo de siempre, “Te encuentro a faltar. Te quiero”. Enviado el sábado a las 1:07 de la madrugada. No le respondí porque contestar en los mismos términos hubiera sido una mentira.

Día de ropa informal. Tejanos, zapatillas deportivas, una camiseta de algodón de marca desconocida y, ahora sí, el sujetador. Una vez vestida me miré en el espejo del armario. Me encaré con la “otra”: “¿Y tú, qué miras? ¿Por qué me brillan los ojos y sonrío?”

 

El desayuno preparado en el buffet era una auténtica tentación. En la bandeja agua, zumo de uva y piña, tostadas, mantequilla y mermelada. “El café después”. Eligí una mesa junto al gran ventanal. Aún siendo sábado la circulación por la plaza y las avenidas era intensa. El sol se reflejaba en el mar.  Por el Balcón del Mediterráneo – así se llama el espectacular mirador – un grupo de turistas tomaba las primeras fotografías en su día de excursión. El teléfono la volvió a la realidad.

-Buenos días amor ¿descansaste?

-Hola Marc, ¿Dónde estás?

-Despistada, sabes que estoy en Madrid

-¿Cómo va el trabajo? Perdona que no respondiera tu mensaje, desconecté el móvil

-Me lo supuse. Todo va bien, me queda una reunión y después de comer vuelvo a casa. ¿Y lo tuyo?

-He tenido alguna que otra sorpresa, pero bien, muy bien, me quedan algunos datos por recoger y no sé cuando acabaré.

-Te propongo una cosa. Quería volver a Barcelona en avión pero pienso que también puedo viajar en AVE hasta Tarragona. Me esperas en la estación y nos vamos juntos a casa.

-¿Cuándo llegarías?

-He mirado por internet los horarios. Hay plazas disponibles para las cuatro de la tarde, o sea que sobre las siete estaría allá.

-Quedamos así, si durante la mañana veo que no puedo concluir mi trabajo te llamo, si no te digo nada antes nos vemos en la estación.

-Perfecto. Un beso. Te quiero.

-Yo también. Nos vemos

 

Me fijé en la hora de la pantalla: 9:11. Terminé rápidamente el desayuno, pensava que Marina ya estaría trabajando así que decidí ir al complejo sin más pérdida de tiempo.

Entré en el edificio y me dirigí al laboratorio. A través de los cristales ví de espaldas una mujer desconocida para ella.

-Hola, buenos días. ¿No está Marina?

-No. Llamó esta mañana disculpándose. No se encuentra bien

-Lo siento mucho, pero… necesito hablar con ella

-No dispongo de su dirección ni del teléfono, en recepción se lo pueden facilitar.

-Gracias. Feliz jornada.

-Lo mismo le deseo.

La recepcionista me facilitó los datos. No conocía la zona donde ella vivía así que puse en funcionamiento el GPS. “Espero no perderme”

Marina vivía en una urbanización privada de las afueras de Salou, a escasos metros de la playa, y no me resultó difícil encontrar su casa, solo lamenté que el tiempo corría demasiado deprisa. Aparqué sin dificultad el coche, atravesé el pequeño jardín y llamé a la puerta. Fuí recibida con una radiante sonrisa, cerró la puerta y nos fundimos en un abrazo interminable.

-¿Por qué has tardado tanto?

-Estás loca, Marina, estás como un cencerro

-La culpa la tienes tú

-A ver… ¿qué he hecho yo?

-Ser como eres

-Esa es una definición demasiado superficial, explícate mejor

-Eres una mujer diferente a las que he conocido

-¿Por…  lo de anoche?

-Si

-Ya, y supongo que también debo preguntarte donde estudiaste psicología femenina

-¿Lo dices porque sabía que vendrías? Si, lo sabía. Estaba segura que vendrías

-Marina, creo que encima de psicóloga eres bastante presuntuosa

-Y tú muy inteligente

-Creo que la palabra tonta se ajusta más a la realidad

-Hablemos pues. Tenemos tiempo ¿no?

-Mucho tiempo

-¿Desayunaste ya? Yo ya lo hice.

-Si. ¿Qué propones?

-De momento… suéltame que no me pienso escapar. ¿Te apetece dar un paseo por la playa?

-En marcha, pero antes…

No pude contenerme, cogí su cara entre mis manos fijando mi mirada en sus ojos marrones   con irisaciones verdes. Me pareció que temblaba ligeramente. Para tranquilizarla de dije al ido:“Tranquila, no te voy a hacer daño”, y busqué su boca hasta poseerla con el beso más dulce que jamás hubiera podido imaginar que sería capaz de dar. Separamos los labios y me dijo con los ojos cerrados: “¿Por qué has tardado tanto?”

 

La hubiera estrangulado allí mismo, en cambio le dí dos golpecitos en la cara invitando a que abriera los ojos

-Lo bueno se hace esperar

-Si ésto es bueno ¿cómo será el cielo?

-Lo averiguaremos juntas si tú quieres

-Chica, me asustas

-Más lo estoy yo, no me reconozco, estoy cambiando

-¿Para bien o para… mejor?

-Es el comienzo. El tiempo lo dirá

Llegamos a la playa y nos sentamos sobre la arena. Marina me explico lo que hasta entonces había sido más interesante en su vida. Su padre era catalán y su madre francesa, se conocieron por causalidad en Montpellier en una feria de  turismo. Conectaron a primera vista. Durante los cuatro días que duró el certamen hicieron lo imposible por estar juntos. Siguieron en contacto y al verano siguiente su madre viajó a Salou a disfrutar quince días de vacaciones. Cuando volvió a Montpellier fue para comunicar a sus padres que se casaba. Marina nació después de  año y medio de matrimonio. Un mal embarazo interrumpido de su madre privó que la familia pudiera aumentar para siempre. Estaba “condenada” a ser hija única.

Le habló sin pudor de su paso de adolescente a mujer, de sus primeras experiencias sexuales con chicos y de cómo decidió sobre su sexualidad tras haber sido iniciada por una compañera cuando estudiaba en la Universidad Rovira Virgili de Tarragona.

Finalizó los estudios de química a los veinticuatro años, quiso seguir con bioquímica especializada, clínica y forense pero a los dos años hubo de dejarlo por problemas económicos familiares. Era hora de empezar a trabajar. Le fue fácil encontrar su primer trabajo, y a punto de cumplir los treinta años pasó a formar parte de la empresa en la que trabajaba actualmente. La misma en la que yo estoy empleada.

De su vida sentimental también le habló, sin guardarse nada pues nada había sido importante hasta que conoció a Sonia, la doctora de la empresa. Se enamoraron y decidieron compartir sus vidas.

-¿Aún piensas en ella?

-Es natural ¿no?

-Supongo que sí. Nos separamos por un tema laboral. Ella se fué a Sudamérica.

Miré el reloj, faltaban cinco minutos para las dos de la tarde. Me levanté y ayudé a que ella lo hiciera sin dejar de mirarla a los ojos. “Ha llorado y no me he dado cuenta”. Quise abrazarla...

-Me gustaría ser Sonia

-Estás loca –me dijo-

-No me entiendes, me estoy ofreciendo a ti

Me besó.

-¿Porqué has tardado tanto?

-Marina, cariño, estoy aquí

-Ahora no me entiendes tú, ¿por qué has tardado tanto… en decírmelo?

-No era el momento

-¿Y ahora… sí?

-Estoy convencida

 

Llegamos a su casa. No tuvo reparos en enseñarme su vivienda, estaba decorada con elementos dispares, una mezcla de estilos, clásico, moderno, oriental… . En la planta baja una amplia cocina, comedor-sala con sofás blancos, chimenea, un baño pequeño y el escritorio debidamente equipado. Desde la cocina y la sala podía accederse al jardín posterior. Las escaleras conducían a la planta superior. Una especie de balcón interior permitía ver el comedor, a la derecha una habitación y un baño completo, a la izquierda otra habitación, y en el centro del rellano la puerta que conducía a su dormitorio, amplio, soleado, con otro baño interior donde no faltaba detalle.

-Estás en tu casa. Ponte cómoda

-No. Pongámonos cómodas

Sin ningún pudor nos quitamos la ropa, frente a frente, siempre mirándonos a los ojos. Llevábamos la misma cantidad de piezas de ropa. Cuatro. Fue fácil acompasar los movimientos.  Libres. Por fin me sentía libre. Marina me acompañó hasta la cama, me pidió que me estirara y  me relajara poniéndome boca abajo. Separó mi cabello del oido y...:“Tu cuerpo es una obra de arte,  esbelto, espalda proporcionada, cintura exquisita y unas nalgas torneadas donde comienzan esas piernas que se me antojan larguísimas...Me pierdes “

 

Experta en el arte del amor entre mujeres, no se precipitó, así que dejó que sus manos comenzaran la excitante ceremonia. Tumbada mi lado buscó mi cuello, perdido entre el cabello, acariciándome la nuca, siguió con los hombros… la espalda… la cintura… y deshizo el camino recorrido. Lenta y cariñosamente. Recostó su cara sobre la almohada al lado de la mía mientras su mano seguía con el ritual.

-¿Estás bien? –le pedí una respuesta-

-¿Y tú?

-Pregunté yo primera

-¿Tú que crees?

-No creo nada, ni quiero creer, solo quiero estar a tu lado

-Dame tu mano

Obedecí, le entregué la mano y ésta inició el viaje hasta el pubis de Marina que al contacto con los dedos actuó como un resorte separándole ligeramente las piernas.

-Mírame a los ojos y dime que ves –quiso saber-

Una mirada suplicante. Marina estaba excitada. Mi mano se deslizó sin pudor entre sus piernas, llamé a la puerta del  templo y esperé la respuesta.

-No te detengas, por favor

Yo no tenía experiencia con otra mujer pero sí conmigo. Comprendí el ruego y acaricié suavemente el sexo humedecido, tomé entre mis dedos el líquido y se los ofrecí a sus labios. Su boca respondió abriéndose para facilitar que la lengua pudiera saborear el néctar.

Volvió a conducir mi mano entre sus piernas, pero no la soltó, al contrario, la apretó contra su sexo y las dos manos comenzaron a moverse cadenciosamente. Ella se convulsionaba cada vez que la presión rozaba  el clítoris, su vientre se contraía rítmicamente. Me recosté sobre su brazo derecho y miré a la mujer imprevisible que tenía al lado. Le pedí que abriera los ojos. No solo se abrieron, también apareció en el rostro de Marina una sonrisa. Hubiera jurado que se había ruborizado al sentirse observada. ¿Necesitada de amor? ¿Necesitada de sexo?

Las manos entrelazadas seguían con el suave movimiento. Ella presionó dos dedos de mi mano y abrió más las piernas hasta que los sintió en su interior, sin soltar las manos empezó a mover sus caderas, a cada movimiento los dedos salían y entraban. Aceleró el ritmo. Me suplicó un beso que la hizo estremecer, su cuerpo entró en  espasmos hasta llegar a la liberación total en forma de orgasmo incontenible.

-No retires la mano

Me entró la vena juguetona. Sabía lo que era sentir los dedos en el interior y también sabía que empapados en flujo el placer era sublime. Así que sin sacar los dedos del interior del sexo de Marina los moví. Ésta reaccionó al juego y liberó su mano para que fuera yo  la que continuara. No contenta con eso coloqué mi pierna izquierda sobre el muslo de ella, que no tardó en comprobar que había otro sexo deseoso de placer.

 

-Tú también estás…

-Amor ¿acaso pensabas que soy una roca?

 

¡Yo le había dicho amor! ¿Porqué? ¿Qué me había inducido a decir esa palabra? ¡Ni a Marc! al que lo máximo que había dicho era “corazón”, “ cariño” o “querido”. Quedé unos segundos confundida. Una descarga en mi interior acrecentó más liberación de flujo y me apreté más aún contra su pierna. Masajeé la vagina en su torneada columna. El movimiento me excitaba cada vez más, mi mano penetraba a Marina, y mis sentidos estaban al límite: la mirada en otros ojos, el tacto en una cueva càlida, el olor de la piel que transpiraba pasión, la escucha de los gemidos y el sabor de una boca dulce y salada al mismo tiempo.

¿Y el sexto sentido, donde estaba? ¿Qué mensaje esperaba del sentido común? Mejor unos momentos de locura que  años de convencionalismos, única forma de sentirme viva, aunque esa vida durase décimas de segundo. Pero no, no fueron décimas de segundo, quería hacer eterna la llegada del placer, no quería que se acabara esta experiencia aunque mi cuerpo ya se iba preparando para el final sísmico que me condujera a la más violenta de las explosiones. La mano de Marina me acariciaba los  pechos a veces apretaba però no me importaba el dolor. No hay pasión sin dolor, y el dolor se convirtió en sensación de ausencia de pensamiento, nada existía excepto dos cuerpos entregados hasta límites extremos.

Marina llegó otra vez al agónico. Me olvidé de mí, debía mantenerme quieta y respetar el cuerpo que tenía al lado hasta que las oleadas de placer que ella disfrutaba se convirtieran en aguas tranquilas. Sutilmente liberé la cueva que había explorado y con los dedos mojados acaricié la aureola de sus senos dejando en ellos la huella líquida de su fuente interna..

Perdimos la noción del tiempo. ¡Qué bien se estaba, abrazadas!

-Perdóname – la oí susurrar –

-¿Qué debo perdonarte?

-¿No te parezco egoísta?

-No, para nada, si yo te hablara de este tipo de egoismo... –le dije pensando en Marc-

-¿Porqué eres así?

-Dime tú como soy, Marina

-Eres tan… tan… especial

-Ya, solo te falta decirme bicho raro

-¿Te ríes de mí?

-No, pero me hace gracia eso de especial

-Es que… se suponía que era yo quien debía...yo comencé todo

-Recuerdas lo que te dije en la playa. Quería ser Sonia.

-¡Por favor…….eso noooooo!

-Boba – le dije – sé que jamás llegaré a representar para tí tanto como lo debió hacer ella..

-Tu eres tan diferente, tan diferente, quee....

 

Le busqué la boca salvajemente intentando transmitirle todo lo que mi cerebro y mi corazón sentían en este momento, però sobretodo el cambio que notava en mi interior por lo que conllevaba de contradicctorio con mi vida hasta este momento.

Yo estaba acostumbrada a dominar las situaciones más difíciles a base de sacar energías cuando los demás flaqueaban. Tal desgaste de energías tenía el lado negativo en mi vida privada. Me dejaba llevar por el ritmo apacible, sin sobresaltos… puro y duro conformismo por tener la vida resuelta. Tan solo cuando mis hormonas despertaban ponía a prueba la virilidad de Marc, hasta el punto de buscar más mi  placer que no el de la persona que cumplía, sexualmente, el papel de consorte. No siempre encontraba ese placer pero tampoco culpava a mi marido, ni necesitaba buscar aventuras extramatrimoniales, aunque, conociendo a los hombres con los que me relacionaba, amistades y compañeros, ocasiones no  faltaban.

Mi interior me decía que tenía que haber “algo diferente”. Ese “algo diferente” lo tenía al lado, cuerpo gozosamente desmadejado, de respiración pausada, pensativo… bello, muy bello, joven y maduro al mismo tiempo, propio de unos treinta y cuatro años llenos de experiencias y locuras. ¿Sería la locura el secreto de su belleza?. Intuí, pensé, que Marina era una mujer fràgil después de haber pasado por la tremenda situación de renunciar al amor de su vida, y ese pensamiento me hizo querer abrazarla, besarla… ¿protegerla? ¿quién era yo para protegerla?. Por eso, porque todo lo que pasaba era una contradicción, ella no podía leer mis pensamientos.

Dejé correr el tiempo y el tiempo le cerró los ojos. No fuimos conscientes del espacio que transcurrió entre el reposo y el despertar. Me levanté y fuí al baño con intención de ducharme. Ajusté la puerta, un gel, el suyo. Tras la ducha busqué una toalla en la que envolverme, La puerta se abrió y aparició Marina en su esplendorosa desnudez. ¡¡¡Que bella diosa!!!...

La melodía de mi teléfono móvil se escuchó en el piso de abajo. “Dios mío – supliqué – no, ahora no…”. Había olvidado llamar a Marc para anular el encuentro en la estación con cualquier excusa. Bajé a buscar el teléfono que en la pantalla marcaba la hora, 18:29, en la carpeta de mensajes: “en media hora estoy en Tarragona”. Como una sonámbula subí al dormitorio y me vestí rápidamente. Marina había regresado a la cama y estaba recostada de espaldas a mí. Como despedida solo pude acercarme, acariciar su cabeza, besar sus cabellos y volver a aspirar el olor inconfundible del amor, del sexo.

Salí de la casa, dispuse otra vez el GPS y me dejé llevar a la estación de l’AVE, llegué  unos minutos antes que el tren. Esperé en la sala de llegadas hasta que ví aparecer a Marc, nos dimos un ligero beso en los labios y al separarlos el se quedó pensativa,

-Me gusta el olor de tu piel

-A mí también –le dije sin reservas-

 

Pasamos por el hotel a recoger la bolsa de viaje. Cuando Marc vió la habitación propuso quedarse a pasar aquella noche y le dije que prefería volver a casa. Bajamos a recepción el conserje  respondió que ya estaba pagada,  la empresa se hacía cargo de todo.

En el trayecto camino a Barcelona fue él quien condujo. Hablamos de temas relacionados con los respectivos trabajos, major dicho, del suyo, a Marc le había ido muy bien, algo agotador pero en el tren había podido descansar. Se felicitó por sus brillantes ideas y los resultados profesionales. Marc era así, cuando alguna cosa le salía bien no dudaba en elogiarse. En ese momento me pareció la persona más engreída del planeta y preferí no hablar más de  Tarragona para evitar preguntas y respuestas.

Mi mente estaba cada instante a bastantes kilómetros, y cada segundo que pasaba sentia perder un pedacito de vida. Cogí el  bolso y buqué dos notas, la de Marina en el hotel, que la guardé de nuevo y la de la recepcionista de la empresa donde me había apuntado su dirección.

-¿Alguna anotación interesante?

-Si, pensaba que me la había dejado en el hotel

-Te tomas muy en serio tu trabajo

-¿Y tú no?

-Querida, no es un reproche

-Me lo pareció

-Está bien, entiendo que quizás has dejado algo por hacer, pero me apetecía volver contigo a casa.

-No te preocupes, cuando llegue lo solucionaré

-Por cierto ¿recuerdas que mañana comemos con tus padres?

-Perdona, lo había olvidado

-No pasa nada, si prefieres los llamamos y les decimos que preferimos quedarnos en casa

-No. Quiero hablar con mi madre, hace tiempo que no conversamos

-Umm, de mujer a mujer…

-Si, de mujer a mujer

 

Por fin llegamos a destino. Marc se fue a la ducha. Abrí el balcón, busqué el teléfono de Marina. Esperaba, necesitaba escuchar su voz, pero no respondió a la llamada. Volví a insistir. Nada. Opté por dejarle un mensaje de voz. “Soy yo. ¿Qué me has dado? Voy a dar el paso más importante de mi vida. Contigo si quieres. Ahora ya sabes mi número, por favor dime que estás bien”.

 

Apenas tres minutos después recibí un mensaje escrito suyo: “Estoy bien, pero me duele el alma. No te imagines cuanto te hecho de menos. Mi respuesta es sí. Borra este mensaje”. ¿Borrarlo? Imposible. Eso nunca. Bloqueé y apagué el teléfono. Marc salió de la ducha.

-¿Te apetece que salgamos a cenar?

-No, Marc, tenemos que hablar...

 

 

 

M/M – ocurrió en abril 2011