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La llamada (4)

en Lésbicos

Hoy ha sido mi  onomástica, en términos coloquiales como decimos por aquí, ha sido “mi santo” que en este caso  es santa. Santa Marina. La verdad es que mis creencias religiosas no son muy profundas que digamos, pero ello no es óbice para que respete  a las personas que sí las tienen, sean de la religión que sean. Cuando el ser humano necesita creer en algo sobrenatural que le guíe o proteja según las diversas reglas, versículos, mandamientos, etc. no tengo nada que objetar. Es su fe.

 Mi madre es creyente, mi padre no tanto, y hace años, cuando la iglesia católica era la que dictaba lo que debía hacerse o no (cumplir mandamientos y/o sacramentos), se casaron por lo religioso.  Cuando nací me bautizaron, a los ocho años hice la primera comunión y después, cuando tuve “uso de razón” se fueron difuminando los preceptos que me inculcaban en el colegio de religiosas, y comencé  la época de “vivir en pecado”.  Me estaba condenando a la hoguera eterna, según su credo, pero yo, como muchísimas de mis compañeras, cuando descubrimos la inocente sexualidad y el gustillo que nos daban ciertos tocamientos, no pensábamos precisamente en las llamas infernales, que se nos antojaban muy lejanas y profundas, sino en que ese fuego interno nos gustaba, tanto por el placer como por lo que esos actos tenían de transgresores de la férrea educación a que estábamos sometidas. Decididamente nos hacíamos mayores a marchas forzadas.

 (Vuelvo al día de hoy). Una mañana radiante de sol, sin neblinas, que me ha permitido contemplar la sierra pre-litoral a kilómetros de distancia tan pronto como he abierto las cortinas. Por la puerta de mi habitación, abierta, ha entrado un riquísimo aroma a café recién hecho, y me pareció oir hablar a mis padres de  una proposición para el día de hoy. No he agudizado el oído porque fuera lo que fuese estaría conforme con lo que me plantearan, no por comodidad, sino porque sabía que sería bueno para mí.

 Respondí a la llamada de mi madre cuando me preguntó desde el piso de abajo y en voz alta  si estaba despierta. Soltó una carcajada sonora cuando le contesté que noooooo, que aún dormía. Le faltó tiempo para subir y darme dos sonoros besos en las mejillas. “¿Y esto porqué, mamá?” – pregunté - “Porque hoy es tu santo”. ¡Ah, bueno!. Santa Marina, virgen y mártir, dice el calendario. (Imposible no pensar en que yo no soy virgen ni mucho menos me considero mártir y no sonreir).

-¿Puedes tu sola?

-Creo que si, con ayuda de mis muletas llegaré hasta el baño, quiero ducharme.

 No es que me sintiera sucia, pero la noche pasada me sentí  inquieta antes de dormirme, quizás por el calor,  estuve pensando en lo que tenía que seguir escribiendo en la hoja en blanco de Word…

 “Durante el camino de regreso a mi casa Anna permaneció callada, le pregunté varias veces si estaba bien y su respuesta era idéntica. Si, muy bien. Incluso le insinué que le daba un euro por sus pensamientos a lo que contestó que pensaba en el día tan maravilloso que había pasado. Con esa respuesta poco o nada me quedaba por decir.

 Entramos al garaje con el coche y de ahí por una puerta al interior de mi casa. Encendí las luces del jardín delantero, y después las de las estancias del piso inferior: el recibidor, el salón-comedor, la cocina y el pequeño despacho. Como buena anfitriona le enseñé todo y ella se fijaba en los detalles de decoración, pocos, pues me gustaba el minimalismo, tener lo esencial sin estar exento de comodidad. Me preguntó si esa filosofía también la aplicaba a mi vida, le dije que no me había detenido seriamente a pensarlo pero que algo de influencia tenía en mi vida dada la independencia de que gozaba y la soledad que había elegido como compañera de viaje. Por ello lo superfluo, lo innecesario, de momento no tenían cabida en mi entorno, aparte de que tampoco estaba como para gastar dinero en decoración. Este argumento le convenció más que lo de la filosofía minimalista.

 Le pregunté si le apetecía tomar una copa. Me respondió que tomaría lo mismo que yo. Abrí la puerta de la cocina que da a la parte posterior y encendí las luces del jardín, le dije que se sentara sobre el balancín de dos plazas mientras preparaba los combinados. Esperaba que le gustara la combinación de Ron Brugal, en vaso corto con hielo picado y cola que era lo que yo tomaba cuando me apetecía. En una bandeja lo llevé hasta donde ella estaba. Se había descalzado y yo hice lo mismo, el frescor del césped húmedo en los pies se agradecía, le di su vaso, cogí el mío y brindamos sin palabras mirándonos a los ojos.

 Nos cogimos de la mano mientras nos balanceábamos suavemente mirando las estrellas. Una noche perfecta, una compañía perfecta. El primer beso no se hizo esperar, lo deseábamos tanto que no hicimos intención de separar nuestros labios, solo para mirarnos y volver a besarnos. La intensidad del beso se fue acrecentando hasta que las bocas se abrieron y nuestras lenguas se encontraron. Desencadenamos la búsqueda de nuestros cuerpos con movimientos suaves, sin prisas, deteniéndonos en los pechos que esperaban el roce de los dedos para demostrar a través de los sujetadores y las blusas que estaban excitados al máximo. Nos separamos para contemplarnos mutuamente. Mi mano acarició su cara, con mis dedos recorrí su frente, sus cejas, cerró los ojos y aproveché para besárselos (siempre me ha gustado besar en los ojos y que besen los míos), bajé mis labios por la nariz y le robé otro beso…

 El siguiente sorbo de combinado supo a gloria. Adivinamos al mismo tiempo que había llegado el momento de las confidencias, era una parte del encuentro que debíamos afrontar sin cortapisas, sinceramente, si aquella noche tenía que ser el punto de partida en nuestra relación debíamos hablar, abrir los libros de la vida y mostrar lo que hasta entonces había escrito en ellos. Le hablé de todos y cada uno de los capítulos de mi existencia, sin ocultar nada. A sus preguntas respondí con las únicas respuestas que tenía, la verdad. Hasta llegar al momento en que me absorbieron sus ojos azules aquella mañana y el nuevo rumbo que tomó mi vida después de conocerla.

 Anna me confesó su bisexualidad. Había tenido dos novios, uno que representó su primera frustración y al que dejó cuando apenas se cumplía un año de relación. Según ella no había madurado como mujer a los veintiún años, la consabida frase de que aún no estaba preparada. Con el segundo fue cuando más sufrió. Un abogado joven, guapo, de familia alta, al que conoció en la disco a la que habitualmente iba algunos fines de semana. Conectaron. Tuvo que conocer un círculo de amistades (gente pija, palabras textuales) que no le satisfacían, pero estaba él. Suficiente. Ritmo de vida excesivo para su economía, pero estaba él. Todo por él, hasta que pasado un año y medio de relación le confesó que estaba embarazada. Ahí saltó todo por los aires. La familia de él se opuso tajantemente a la boda. Abortó y fin de la historia. Sus relaciones con mujeres fueron causadas por las crisis existenciales y en momentos en los que todo le daba igual. Pero encontró trabajo en la empresa actual y la vida, si no volvió a sonreírle completamente al menos le brindó la oportunidad de sentirse apreciada y valorada.

 -Entonces entraste tu por la puerta –dijo sin soltarme las manos-

-¿Te diste cuenta de mi cara de boba?

-No supiste disimular

-¿Y qué pensaste de mí? –pregunté-

-De momento nada, pero cuando marchaste me sentí vacía, así que me dije que nada mejor para saber hasta donde podía llegar que provocar un nuevo encuentro, por eso te llamé para que pasaras por mi despacho. Deseaba volver a verte.

-Pues no sabes los esfuerzos que he tenido que hacer durante muchos días para no llamarte

-Lo sé, pero no había llegado el momento

-¿Y ahora… qué va a ser de nosotras?

-No sé, solo deseo lo mismo que tu, amanecer juntas, mañana… saldrá el sol –dijo antes de besarme-

-¿Subimos?

-Si

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 -Marina ¿estás bien?

-Si, mamá, ya salgo

-Date prisa que tenemos una sorpresa para ti

 La sorpresa ha sido que  me han llevado a un balneario situado a pocos kilómetros de casa. Apenas una hora de viaje. Un lugar maravilloso, al edificio principal se llega a través de un bosque, bajé el cristal de la ventanilla del coche para poder aspirar el aire fresco. A la puerta nos esperaban dos empleados que nos han acompañado a las habitaciones. Mi madre me ha dado una bolsa diciéndome que necesitaría lo que había en el interior: uno de mis bikinis. ¡Mala mujer! No estaba yo como para lucir palmito, pero me lo puse, al poco tiempo otro empleado me vino a buscar y me condujo  a una habitación amplia donde había un jacuzzi tentador. (No soy de resistir ciertas tentaciones y de esas… menos).

 Después de treinta minutos de abandonarme a ser “maltratada” por las burbujas y chorros de agua a presión me han llevado a otra sala, a seguir con el “maltrato”, pero esta vez la encargada de propinármelo ha sido una fisioterapeuta con unas manos… ¡que bruta! (pero que gusto).

 Hora de comer. Delicioso. Dieta equilibrada. Durante la comida he preguntado a mis padres que es lo que les habían hecho a ellos. Mi padre solo baño y masaje, y mi madre… baño, tratamiento con barro, ducha a presión y masaje. Con razón me ha parecido que su piel estaba muy brillante. Finalizada la comida nos hemos tumbado en unas hamacas en el solárium y nos hemos quedado dormidos como unos angelitos. A eso de las cinco de la tarde nos hemos cambiado de ropa y vuelta a casa. Una jornada redonda.

 En mi habitación he vuelto a poner en marcha el ordenador. He abierto el correo, había seis. Tres  eran de propaganda de esa que no sirve para nada, dos más del diario digital al que estoy suscrita para enterarme de cómo va el mundo y que me avisan de las ediciones de mañana y tarde,  y el otro de Anna, que desde Chicago me felicita y aprovecha para contarme sus novedades. Incluye en el correo una fotografía de un ramo de rosas. Todo un detalle y… ¡me dice que va a venir a finales de julio!. Lagrimitas.

No puedo contenerme y le grito a mi madre la noticia. Le escribo.

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Así ha sido el día de “mi santo”.  Tenía que contároslo. ¡Ah! Ni rastro de Lucía. Si soy sincera tampoco la he echado de menos.  Extraño ¿no?.  Aunque queda mucha noche por delante…

23:18  del día 18 de junio de 2.011