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Viciosa de sexo (2)

en Orgías

Al día siguiente de la especial celebración de mi cumpleaños número 21, fui al aeropuerto a despedir a los dos muchachos guatemaltecos, quienes antes de abordar me dejaron invitada para visitar en alguna ocasión su país de origen. Espero hacerlo en mis próximas vacaciones. Ya de regreso en mi oficina, recibí un llamado de mi novio recriminándome por no haber estado en casa la noche de mi cumpleaños. Le dije que había celebrado con un grupo de amigos que me habían “llenado” de regalos y que había pasado una velada inolvidable. De hecho, los moretones en mis senos y la dilatación de mis dos hoyitos me la recordarían por varios días. No sentí ningún remordimiento pues él, después de haberme iniciado sexualmente, había descuidado nuestra relación dejándome abandonada por semanas sin tener noticias de él. Era como si a una niña le hubiesen dado un caramelo para luego, sin razón, quitárselo. Le guardaba cariño por haber sido el primer hombre en mi vida, pero también un poco de rencor por no llenar mis necesidades de sexo que nada tenían que ver con el amor.

Unos días más tarde, los colegas de mis amigos guatemaltecos me llamaron para invitarme el fin de semana a lo que en forma maliciosa llamaron “fiestecita”. Como antes había acordado juntarme con mi novio, pregunté si podía asistir con él. Me dijeron que no había inconveniente, no sin dejar de preguntarme si era celoso. Comprendiendo la intención de la pregunta, les contesté que no podía darse ese lujo después de haberme dejado abandonada por semanas. En mi interior, pensé que no sería nada de malo darle una lección.

La noche de la reunión, al recogerme, mi novio criticó lo provocativo de mi vestimenta, un delgado vestido negro con un amplio escote que dejaba ver el nacimiento de mis turgentes senos y cuyo largo una pequeña parte de mis muslos cubiertos con medias negras. Zapatos de tacón alto. No quiero imaginar su reacción si hubiese sabido que bajo el vestido la única prenda que llevaba era el portaligas que sostenía mis medias.

El lugar de reunión era la residencia de uno de los que había estado en mi fiesta de cumpleaños, una bonita casa con una gran piscina, alrededor de la cual se encontraban los invitados, en su gran mayoría varones, entre ellos, por supuesto, los otros tres varones de la noche aquella, y sólo tres mujeres incluida yo. El anfitrión me recibió con un apretado abrazo y un beso en la mejilla muy cerca de mi boca. Saludó afectuosamente a mi novio y le felicitó por tener una novia tan atractiva.

Mientras se servía el cocktail, una suave música se dejaba oir. Ello fue aprovechado por uno de los hombres de color de mi fiesta, Rick de nombre, quien en forma cortés solicitó a mi novio su venia para bailar conmigo. Dejamos la terraza para entrar al salón, allí me tomó de la cintura y comenzó a bailar con su cuerpo pegado al mío haciéndome sentir la dureza de algo que conocía perfectamente. Al terminar el baile me llevaba de vuelta hasta donde estaba mi novio, pero no alcancé a llegar a su lado, pues otro de mis amigos me regresó al salón para continuar bailando. Bailé otras tres piezas, lo que sumado a las copas, al ambiente caluroso y  mi mente fogosa encendieron mi cuerpo. Ya al lado de mi novio, este me hizo notar, con desagrado, que me había transformado en el centro de atracción de los varones. Le contesté que me encantaba que alguien me prestara atención ya que a él parecía no interesarle.

Más tarde, cuando las otras dos mujeres con sus parejas comenzaron a despedirse, mi novio me pidió que también nos fuésemos, pero yo estaba tan encantada por la atención que recibía, que le pedí irnos más tarde.  Me dijo que se iba con o sin mí. Lo dejé ir. Total, sabía que alguien se interesaría en llevarme. Cuando, finalmente, las parejas y mi novio de fueron, quedamos nueve varones y yo, la única mujer. De ninguna manera esto me asustó, al contrario me sentí una reina rodeada de nueve hombres. Conversamos y bebimos champagne, imaginé por las miradas que intercambiaban que todos sabían de mi fiesta de cumpleaños. Por eso cuando, con toda intención, mencioné que no veía como una mujer sola podría entretener a nueve varones, todos a coro contestaron que seguramente era muy capaz de hacerlo, y además muy bien. Les pregunté que tenían en mente, que tal si bailas para nosotros, me contestaron. Saqué mis zapatos y me subí a la mesa para mover, al compás de la música, mi cuerpo en forma provocativa. Entusiasmados, sugirieron que me sacara algo de ropa, me negué ya que si me quitaba el vestido quedaría desnuda y quería prolongar un poco más mi coqueta exhibición. En cambio subí mi vestido para mostrar fugazmente mis glúteos desnudos. Se oyeron gritos de admiración. Luego de un rato, estaba tan caliente que lo único que quería era ser penetrada, retiré mi vestido y quedaron al desnudo mis senos y mis partes íntimas. Les pedí a todos que se desnudaran lo que hicieron en menos que canta un gallo. Yo me despojé de mis medias y mi portaligas, quería estar totalmente desnuda para ser poseída.

Hicieron un círculo a mi alrededor, yo en cuatro en el centro de la alfombra comencé a mamar sus miembros, mientras en forma alternativa era penetrada a lo perrito por cada uno de ellos. Después de haber saboreado la leche de varios de ellos y haber tenido un par de deliciosos orgasmos, me levantaron en vilo con mis piernas abiertas para ser embestida por la ya conocida verga de uno de los hombres de  color. En todo momento mi cuerpo completo era manoseado, mis senos chupados, dedos penetraban el hoyito de mi culo, besaba sus bocas, me sentía la puta más puta del mundo, pero también la hembra más feliz y satisfecha.

En un momento, mientras en mi sexo tenía enterrada dos vergas, mi culo recibía otra y mi boca mamaba otras dos. Cuando esta verdadera orgía terminó, mi cuerpo estaba lleno con la leche de todos ellos, pensé que nunca podría juntar mis muslos de nuevo, así de abierta me sentía.

Aun así, me fui a dormir con mis dos negros y un tercero que nos quiso acompañar. Soñé con los angelitos.