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Tienes derecho a hacer el amor en silencio.

en Hetero: General

     “Debería estar dentro... en apenas una hora, empezarán a llegar parejitas, debería estar dentro y prepararme para despachar...” Se repetía Aura una y otra vez, pero no era capaz de frenar a Arcadio. Estaban en la parte trasera del chiringuito de la joven, eran casi las diez y no quedaba un alma en la playa, hasta César, el chico que pasaba el verano en el Hogar Juvenil y al que el juez había condenado a trabajar y sacarse la secundaria, se había ido ya. Sólo ellos dos. El joven policía del pueblo se había ofrecido a acompañar a Aura a casa, pero habían empezado a besarse, y ahora no podían parar, ninguno de los dos era capaz.
 
     -Basta... - sonrió la joven. - Por favor, modérese, señor agente... - dijo entre risas, y también Fugaz se rió, mientras no dejaba de besarla y directamente le tocó un pecho, tirando de la blusa. Aura chilló una risa y se dio la vuelta, intentando taparse, pero Fugaz la abrazó desde atrás y empezó a frotarse contra sus nalgas, besándole el cuello. “Parece que tenga mil manos, ¡y parecía tontito!”, pensó la joven bruja. “Esto no está bien, ¡ni siquiera he recuperado aún mi sortilegio! Debería terminar con esto”.
 
     Aura tenía razón en parte. En el pueblo, era un secreto a voces que ella era bruja. Mucha gente lo creía, pero Fugaz... bueno, que lo fuera o no le importaba un pimiento, y precisamente eso, le había hecho ser elegido por Aura. La bruja había colocado en él un sortilegio el año pasado, para macerar su semilla. Hacía días, había intentando recuperarlo y conseguir su semen, que después de un año con el sortilegio en él, se habría hecho muy poderoso, pero lo que hubiera debido ser una sencilla recolección, se convirtió en un desastre cuando ella entró en la mente de Arcadio para recobrar el sortilegio y éste no sólo se dio cuenta de ello, sino que la encerró en él. Fugaz y Aura, unidos de tan extraña manera, habían podido sentir no sólo su propio placer, sino también el del otro. Ello había ocasionado que la bruja perdiese el control y prácticamente toda la valiosa semilla de Arcadio se derramase. Y por si fuera poco, no logró recuperar el sortilegio.
 
    A Aura le caía bien el cabo. Le gustaba. Y sabía que estaba enamorado de ella, le dolía pensar que tarde o temprano, tendría que terminar su “romance”, puesto que una bruja verdaderamente poderosa, no puede enamorarse. No quería pensar en ello, pero sabía que cuanto más tiempo tardara, sería peor; Fugaz estaba loco por ella, vivía en una nube desde que pensaba que ella le correspondía... qué disgusto se iba a llevar. Aura detestaba sentirse culpable, ¡ella no había querido que sucediese aquéllo! Hubiera debido hacer la recolección, recuperar su conjuro, y darle un bebedizo del olvido después. Así él no hubiera podido recordar nada, y ella le hubiera hecho pensar cualquier cosa que la permitiese a ella seguir libre, y a él con el corazón intacto. Pero ya habían pasado varios días, la gente los había visto juntos, no podía hacerle olvidar sin más. Y ella se había encariñado, mal que le pesase.
 
      -Mmmh... qué piel tan suave tienes, Aura... - Fugaz, con una enorme sonrisa en la cara, se frotaba contra ella, acariciándole las piernas y subiéndole la falda un poco más cada vez. Aura no podía dejar de sonreír a pesar de intentar quitarle las manos. El cabo reía bajito, con risita de tonto, y cuando le quitaba una mano, atacaba con la otra, acercándose más y más a sus nalgas, hasta que las apretó.
 
      -¡Fugaz! - se rió la joven - Eres un descarado.
 
     -¡Sí! - dijo el cabo, y la besó, acariciándole la lengua. Aura volvió a darse la vuelta, poniéndose frente a él, y lo abrazó, fundiéndose entre sus brazos, disfrutando lentamente del beso que acariciaba el interior de su boca y le ponía la piel de gallina... Una parte de ella quería pensar que sólo era comedia, sólo era algo que tenía que hacer hasta que recuperase su conjuro. Una parte de ella.
 
     Fugaz le cubrió el cuello de besos, y bajó por el escote, apretando las tetas de Aura contra su cara. La joven le abrazó y se dejó llevar por el dulce vértigo, haaaaaaah... el cabo se arrodilló y levantó la liviana falda de colores de su compañera.
 
     -¡No! - se escandalizó ella - ¡Aquí no! - Pero Fugaz sonrió con picardía.
 
     -Llevo más de un año queriendo hacer esto. - susurró, con la lujuria en la voz, y se metió bajo la falda. Aura tembló de pies a cabeza cuando sintió la cara del cabo frotarse contra sus bragas. Su sexo, ya animado por los besos y caricias, se desbordó sin que ella pudiera evitarlo, y sólo fue capaz de recostarse ligeramente sobre la pared de madera del chiringuito y separar las piernas.
 
      Bajo la tela con estampado de noche hawaiana, Fugaz metía la lengua por el bordecito de las bragas, lamiendo la vulva de Aura, depilada y suave. Con los dedos, hacía a un lado la tela para tener más sitio para lamer y besar, hasta que la propia joven tiró de la prenda, y él le ayudó a bajarla. Se la quitó sólo de una pierna, y la subió por el otro muslo, para que no se llenase de arena de playa, y por unos segundos, se dedicó a contemplar el sexo húmedo de su chica.
 
     “Mi chica”, pensó extasiado. Era genial pensar en ella como “su chica”, era genial poder estar con ella, besarla y darle placer. Y pensando aquello, pegó la boca a su vulva.
 
     Aura brincó y se tapó la boca con una mano, intentando no gritar. Es cierto que era tarde, la playa estaba vacía, pero el Paseo Marítimo, encima de ellos, estaba llenito de gente. Era difícil que pudieran verles, quedaba oscuro y cuando encendieran las farolas la luz del paseo convertiría la playa en tinieblas, pero si se le escapaba un grito, un gemido fuerte... aaay, Fugaz, qué malo eres...
 
    El cabo acariciaba los muslos de la joven y hacía cosquillas en ellos, mientras metía la lengua entre los labios vaginales de Aura. Su sexo sabía salado y caliente, y la lengua de Fugaz lo recorría a su antojo, acariciando por fuera, por dentro, metiéndose en el agujerito lo más que podía, y acariciando el botón... Cada vez que se acercaba al clítoris, Aura respingaba. Podía notar cómo su respiración se hacía pesada y trabajosa, y sus muslos daban temblores. Fugaz estiró la piel hacia atrás para ver el el rosado botoncito. Debajo de la falda de la joven no se podían distinguir detalles, pero ahí estaba. Tan pequeñito e indefenso, tan chiquitín, tan bonito... el cabo se dio cuenta que estaba babeando ante la visión, y lo besó, reteniéndolo entre sus labios. Aspiró. Y una de las piernas de Aura le rodeó los hombros.
 
     “Le está encantando, quiere más”, pensó, divertido, y empezó a chupar apasionadamente, se le escapaban los gemidos a pesar de que su erección permanecía olvidada dentro de sus pantalones. Tanteó con una mano fuera de la falda, y la joven se la tomó, agarrándola con fuerza. Fugaz apretó con los labios la perlita de su compañera sin dejar de mover la lengua sobre ella. Aura se estremeció, temblando, y le apretó con más fuerza la mano. Sus caderas dieron un temblor y empezó a moverlas, de atrás adelante, y la pierna que tenía en los hombros de Fugaz, titiló, mientras el cabo pudo sentir cómo el botoncito pretendía escapar de sus labios en sus contracciones... no lo soltó, le gustaba cómo se quedaba casi a punto de salir de entre sus labios al contraerse, y cómo se metía él solito otra vez al relajarse... Aura tomaba aire con esfuerzo, y vio a Fugaz salir de debajo de su falda.
 
    La joven sonrió y le limpió la boca y la barbilla con su falda. El cabo se moría de amor por ella viéndola toda roja y sudada, con los ojos brillantes y la sonrisa de placer en la cara, y sin soltarle aún de la mano. Se enderezó y se besaron de nuevo.
 
    -Ahora tú. - sonrió Aura al tiempo que se agachaba y le abría el pantalón caqui al policía. Fugaz no pudo negarse, tenía muchísimas ganas. “Tantas, que no notará nada”, se dijo la joven bruja, y al tiempo que se metía entre los labios el miembro ansioso del cabo, ella misma se metió también en la mente de él, intentando recobrar el sortilegio.
 
     Cuando uno lleva un jersey de punto, no es consciente de todos los puntos que componen el jersey. Pero si de repente falta uno, sí se dará cuenta, se verá el agujero. En el caso de Fugaz, él había llevado el sortilegio dentro durante un año, y nunca había notado su presencia allí, pero cuando Aura logró cogerlo, sí que se dio cuenta de que le faltaba.
 
     -¿Qué has hecho? - preguntó, llevándose una mano a la sien. - Has... cogido algo.
 
     Aura dejó de chupar al instante. Había conseguido recuperar el conjuro, pero, ¿cómo es que Fugaz había descubierto que faltaba? Es cierto que había logrado, anteriormente, defenderse contra ella, pero ahora había entrado con toda sutileza, y encima él tenía la polla en su boca, ¡era imposible que hubiese notado nada!
 
      -¿Qué quieres decir? - hubiera debido pasar del tema y seguir a lo suyo, pero ya eran demasiadas cosas extrañas.
 
     -Has vuelto a entrar. Como la otra vez. - Aura se levantó. Arcadio no había sacado a colación nunca lo de la otra vez, ella suponía que no sería realmente consciente de lo ocurrido, que lo tomaría por algo muy emocionante y placentero, pero no que sabría exactamente que ella... - No me ha importado, porque ahora has sido muy... suave. Pero has cogido algo, ¿por qué me has quitado algo? 
 
     -Yo no... No sé de qué hablas... - intentó fingir.
 
     -Aura, puede que yo sea un poli de pueblo, y de pueblo pequeño. Un poli paleto, pero aún así, soy poli. Sé cuándo me están mintiendo. Me has quitado algo, ¿por qué?
 
     -¡No te he quitado nada! ¡Era mío, para empezar! - Aura cerró la boca de golpe, pero ya era demasiado tarde, se le había escapado. - Eeeh... Era un sortilegio. - No tenía sentido mentir, ya no - Lo puse en ti hace tiempo, y ahora lo he recuperado.
 
     -¿Por qué? ¿Por qué me lo pusiste, para qué es? - La joven bruja había esperado que el cabo no la creyera, pero para él también había demasiadas cosas sin explicación, era indudable que estaba dispuesto a intentar explicaciones menos ortodoxas, pero que encajasen.
 
      -Es un potenciador. Se usa para que tu semilla se haga más poderosa, mágicamente hablando. Quería recuperarlo y recoger tu semen, es un valioso ingrediente.
 
     -¿Quieres decir que...? - La cara de Fugaz era el mismo Desencanto. “No, Aura, no lo hagas... le vas a destrozar el corazón...”
 
     -Sí. Te he utilizado. Es más, me alegra que lo hayas descubierto, me he cansado.
 
      -¿Cansado?
 
      -Sí... verás, Fugaz, me gustas. Pero sólo eso. Ya te he probado, ya me he dado el capricho, ya no quiero nada más de ti.  - Arcadio boqueó como un pez fuera del agua, buscando palabras que expresasen su tristeza, su indignación, sin encontrarlas.
 
      -¿Para ti he sido sólo un capricho? ¿Un... una especie de tarro donde metes a macerar fruta...? - Aura quería decirle que no. Quería abrazarle y decirle que le amaba, aunque ella supiese que no era cierto. Pero luchó por contenerse, era lo mejor para los dos. Era lo mejor para ella.  - Eres... eres...
 
     -Creo que la palabra que buscas, es “puta”. - dijo, venenosa. “Eso es, haz que te odie, así estará a salvo de ti, y tú te librarás de él”. Pero entonces, Arcadio sonrió, triste.
 
      -No. No es cierto, esto no es verdad y tú lo sabes. He estado con chicas que no me querían, y sé cómo te besa y cómo se porta una persona para la que no eres nada... - Fugaz tenía la voz cargada de mocos, y Aura pensó que no sería capaz de soportarlo.
 
     -No seas tonto. - vaciló. - Me gustas, ya te lo he dicho, es por eso que he podido ser cariñosa contigo, pero eso no significa nada.
 
     - ¿Entonces, por qué te brillan lágrimas en los ojos...? Yo te quiero, Aura, y creo que tú a mí también. Y voy a luchar por ti.
 
      -¡¿Quieres irte ya de una vez?! - gritó Aura.
 
      -¿Ves lo que quiero decir? - Arcadio echó a correr, arreglándose el pantalón. Aura rezó por que no volviera la cara, para que no la viera llorar.
 
 
 
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     -¿Pero cómo que...? - preguntó el capitán al día siguiente. Bruno, al que llamaban el Rubio, capitán del modestísimo cuerpo de policía del pueblo, había sudado tinta para que Arcadio y Aura se hicieran novios. Cuando vio llegar a Fugaz con una cara que hubiera hecho llorar a las piedras, no pudo evitar preguntar, y el cabo sencillamente contestó la verdad: Aura y él lo habían dejado.
 
      -Capi, preferiría no hablar de eso. Al menos, de momento.
 
      -Eeh... ¡Claro! Claro... - Bruno dio una palmada en la espalda de Fugaz y éste fue a sentarse. En el otro extremo del despacho, Buenavista, quien había tenido serias dudas acerca de la conveniencia de ese noviazgo, dirigió una mirada muy elocuente a su capitán. - ¡Todo el mundo a trabajar! Y no quiero oír ni media palabra.
 
    Buenavista ya sabía por quién iba eso. Claro, cuando él bien que había dicho que Aura era una bruja, que bien estaba que Fugaz diese un colchonazo, pero con ella no, con Aura no... ¡pues nada, todo el mundo le había hecho callar y nadie quiso escucharle! Pero ahora que se había descubierto que Aura no quería nada serio con él, seguro que el Rubio encontraba una manera de hacer que fuera culpa suya. Así era siempre, el capitán nunca quería escucharle, siempre se empeñaba en hacer sus santos cojones, ¡y no quería darse cuenta de que él llevaba en el pueblo desde que nació! Bruno había llegado hacía apenas tres o cuatro años.
 
      -¿...Eso significa que no vamos a tener bocadillos hoy? - el cabo Fontalta se sentía un miserable, pero lo cierto es que la pregunta, estaba en las cabezas de los tres. Aura se encargaba de llevar todos los días, a mediodía, una cesta con bocadillos a la comisaría; era una costumbre de años, jamás había faltado a ella, pero ahora que ella y Fugaz habían cortado, ¿seguiría viniendo?
 
      -Buenavista, tú y Fontalta haréis hoy la ronda del Paseo Marítimo, y de paso os acercareis al chiringuito; así cogeréis los bocatas. - “Y no será necesario que la chica venga, ni que él la vea.” Pensó Bruno “No sabemos quién ha cortado con quién, y aunque sea uno de mis hombres, será mejor que no tome partido por nadie”.
 
     -Con mucho gusto, capitán. - Sonrió Buenavista. El Rubio le miró, pero el sargento estaba embebido en su papeleo y no devolvió la mirada. Aprovechando que Fugaz iba al servicio como solía hacer, se acercó a la mesa del sargento.
 
     -Buenavista.
 
     -¿Sí...? - El sargento levantó la mirada, y lo que vio en los ojos castaños del Rubio, no le acabó de hacer gracia.
 
     -Si me entero por un casual de que le has dicho algo a esa chica... o de que has aprovechado para ponerte gallito, y pedirle, no sé... licencias, o papelotes de compras, o facturas, o declaraciones de impuestos, o cosas semejantes, me molestaré.
 
        -Capitán, yo no pensaba...
 
     -Así me gusta, Buenavista, porque todos sabemos que ese, no es tu fuerte. - Fontalta tosió muy oportunamente para ocultar una risita. Buenavista no era tonto del todo, tenía buen ojo para las pistas y para atar cabos, pero en cuestión de personas, era realmente torpe. Y lo peor, es que no lo sabía - Escucha. Escuchadme los dos. Lo mismo ella y Fugaz no vuelven nunca, pero lo mismo resulta que vuelven pasado mañana, ¿queréis ser los compañeros antipáticos a los que les faltó tiempo para tirarse al cuello de su novia?
 
    Se oyó el ruido de la cisterna, Fugaz salió del baño y el capitán le dedicó una sonrisa antes de coger su gorra y hacerle un gesto con la cabeza. Salían a hacer la ronda juntos, y no había más que hablar.
 
 
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     -Vas a hacerlo, ¿verdad? - preguntó Fontalta horas más tarde, mientras cruzaban el Paseo, camino al chiringuito - Vas a montarle un pollo, aunque el capitán te haya dicho que no...
 
      -Sergio, el capitán podrá decir misa, pero un compañero es un compañero, y yo no voy a desobedecer al capitán, pero tampoco voy a dejar que una bruja - se agarró la cadenita del cuello, donde llevaba la medallita de la Primera Comunión - haga daño a un compañero mío. Si mañana tu Magda te mandase a tomar vientos, ¿no te gustaría que alguien sacase la cara por ti?
 
     -Concho, sargento, deja en paz a Magdalena, ¿por qué me tendría que mandar a tomar vientos?
 
      -Es un ejemplo, hombre.
 
      -Bueno, pues haz el ejemplo con tu Valentina. Si ella te deja mañana, sí, yo sacaré la cara por ti.
 
    Buenavista sonrió con suficiencia, mientras negaba con la cabeza.
 
     -Eso es imposible. Tú puedes sacar la cara por mí, y te lo agradezco, pero mi Tina no me dejará jamás. En primera es una santa, y en segunda, sabe muy bien lo que tiene en casa. Es una mujer con cerebro, cosa que no pueden decir todas.
 
      -¿¡Por quién va eso?!
 
      -¡Por nadie! Por favor, Fontalta, por nadie... sólo digo que mi mujer al menos, no va por ahí gastándose mi paga en “conjuros”.
 
    El cabo infló los carrillos de rabia, pero atacó donde sabía que iba a quemar:
 
     -Pues yo sólo digo que mi mujer al menos, cuando grita por las noches, no es para decir “¡Foca, deja de roncar!”
 
      -¡Ah, jeje... y mi mujer, sabe guisar, y no quema hasta el helado!
 
     -¡Pues la mía, HACE el helado, no como otras que sólo guisan de sobre! 
 
     -¡Y mi mujer no se tira dos horas hablando con el pescaderO, el carnicerO, pero curiosamente, tarda dos minutos con la panadera!
 
        -Claro, porque mi mujer es social y amable, ¡no una siesa que no tiene conversación para nada!
 
       -¡Calla! - Fontalta estuvo a punto de desobedecer, pero entonces vio a César, el chico que trabajaba en el chiringuito, y se calló. No era plan que les oyera, y además ya estaban muy cerca.
 
     “Hombre, Laurel y Hardy” pensó Aura apenas les vio acercarse. Tenía ya la cesta preparada; sabía que le iba a caer bronca por lo de Fugaz, pero al menos, que se quedasen el menor tiempo posible.
 
      -Buenos días, venimos por los bocadillos. - Sonrió Fontalta.
 
      -Buenos días, cabo, ahora mismo.
 
      -¿Sabes, Fontalta, qué me gusta más de éstos bocadillos? Lo bien CORTADOS que están siempre. - Aura suspiró, tomó la cesta y la dejó en el mostrador. El sargento tenía el mismo sentido de la ironía que un ladrillo.
 
     -Aquí tienen.
 
      -Mira, mira éste jamón, Fontalta - dijo, señalando las tapas del mostrador. - ésta mujer tiene talento, te lo digo yo, talento. Talento para cortar. Talento para hacer lonchas, talento para hacer PICADILLOS. Tiene talento para destripar, desgorjar y destrozar, ¡se le da de maravilla!
 
     “Si le convenzo de que es un sapo, hasta sería una mejora” pensó la joven, pero se contuvo, y dejó la cesta sobre el mostrador. Buenavista sacó de la cartera un billete de cien euros, con la sonrisa maliciosa que ponía cuando se creía muy inteligente.
 
      -No tengo cambio de eso, Sargento, y lo sabe.
 
     -¿No? Oh, qué lástima. Bueno, no importa, me esperaré, ve a buscar cambio.
 
     Aura tragó bilis antes de contestar.
 
     -Sargento... es casi mediodía, la gente va a empezar a venir, César no está, no puedo dejar el chiringuito solo.
 
       -¿Quién dice que lo dejas solo? Dejas en él a la Ley, dos agentes de servicio, ¿quién lo va a cuidar mejor que ellos?
 
      “Puerco”. Pensó la bruja. “Sabes que es mi mejor hora, es un día laborable y apenas viene gente, es la única hora del día en la que saco dinero y me la vas a hacer perder...” Aura le arrancó el billete y salió corriendo. Buenavista exhibía una sonrisa triunfal, pero Fontalta estaba incómodo.
 
     -¿Qué vas a hacer? - preguntó el cabo, pues a Buenavista le faltó tiempo, apenas la chica se fue, para pasar por el hueco del mostrador (de lado, de frente no cabía).
 
     -Cobrarme el corazón roto de un compañero, ¡vigila que no venga! - Fontalta se escandalizó; el sargento empezó a coger una tapa de cada plato y a embutírselas en la boca casi sin respirar. Daba un poco de miedo verle zampar de esa forma. De pronto, un bufido hizo saltar al sargento. - ¡Maldito gato! ¡Vete por ahí! - Buenavista le lanzó un boquerón a Sócrates, el gato tuerto de Aura, pero el animal ignoró el bocado y siguió acercándose a él, lentamente, como lo haría un tigre. El sargento pensó en darle una patada, pero algo en su cerebro le hizo pensar que eso sería una muy mala idea, de modo que empezó a recular de nuevo hacia el hueco, cogió un par de canapés más, y ya estaba a punto de salir, cuando vio un bote con bolitas de color tostado. Miró al gato. Sócrates se había detenido y miraba al mismo bote con su único ojo. Volvió a mirar al sargento y entonces se dio media vuelta y se marchó. Buenavista cogió un par de aquéllas bolitas y se las metió al bolsillo.
 
     -Raymundo, eso no ha estado bien. Nada bien. Si el capitán se entera...
 
     -¿Y pofqué fe va a ente’á’? - preguntó el sargento con la boca llena - ¿’E ‘o va’ a defi’ tú, eh?
 
      -¡Yo no, claro que no, pero... sencillamente, no está bien! ¡Te has zampado al menos veinte euros!
 
         -Para que aprenda a no reírse de la poli... - Buenavista se calló, y dio un golpecito a su compañero, porque vio a Aura acercarse por el otro lado. Se limpió la boca rápidamente.
 
     Aura detestaba hacer lo que había hecho. Se suponía que la magia no era para cosas tan sucias y mundanas, pero mejor era eso que dar diez vueltas al pueblo a ver quién llevaba cien euros sueltos en el bolsillo. Simplemente se había alejado un poco, y cuando calculó que los dos policías ya no la veían, rompió el billete en pedazos, frotó las manos y sopló. Tenía diez billetes de cien. Se apresuró a volver, porque sabía lo hambrón y gumias que podía llegar a ser Buenavista. No podía probarlo, pero al acercarse, le había visto frotarse la boca. Seguro que había metido mano en todo lo que había podido. Le dio el cambio exacto para asegurarse de que no protestaba más, y los vio marchar.
 
     “Bueno, tampoco he tardado tanto, no me he perdido la hora punta...” pensó la joven, cuando sintió un familiar roce peludo entre sus piernas. Sabía que a mucha gente no le gustaba que su gato anduviese por allí, les parecía antihigiénico, pero Sócrates era un gato libre, podía ir donde quisiera. Y en segunda, mantenía el lugar limpio de bichos y ratas. De cualquier tipo de ratas.
 
      -Hola, precioso, ¿asustaste al sargento por mí? - preguntó. Sócrates echó una elocuente mirada al bote de caramelos. Aura le devolvió una mirada de inquisitiva incredulidad, y el gato emitió un suave gemido con la garganta. La bruja sonrió. Bueno... alguien se iba a llevar una buena sorpresa.
 
 
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     -Oye, Buenavista... ¿y te vas a comer también esos caramelos?
 
     -¡Ah, gallina! Me acusas a mí, pero bien que quieres parte del botín. Pues si la quieres, te mojas.
 
     -No lo digo por eso, es que... - Fontalta no sabía bien qué cara poner para decir aquéllo - Es que... estaré loco, pero te juro que cuando fuiste a echarle mano al bote, me pareció que ese gato... se sonreía.
 
     -¿Cómo se va a sonreír un gato?
 
     -Es lo que me pareció. Me pareció que sonreía con... malicia.
 
     -Tú sí que eres malicioso, Sergio. He visto trucos sucios para conseguir un caramelo, pero como esto, nada. Pretendes que los tire para cogerlos tú, ¿verdad?
 
 
     -Claro que no, sargento, siempre has de pensar lo peor de todo el mundo...
 
      -¡Precisamente por eso, soy buen policía! Y lo siento, pero los caramelos se quedan conmigo, los dos. - y como para subrayar su frase, sacó uno y se lo metió en la boca. Saboreó - Mmmh... una cosa tengo que admitir: esa tía será una bruja y una guarra que juega con los sentimientos de los hombres honestos... ¡pero qué mano tiene la tía para guisar! ¡No he probado nunca nada que le salga malo! ¿Cómo lo hará?
 
     Cabo y sargento continuaron su camino de vuelta a la casa cuartel con toda calma. Cada pocos pasos miraban una tienda o saludaban a alguien; a Buenavista solían ofrecerle cosas, pero el sargento tenía el buen juicio de rechazarlas. Antes de que llegase el capitán, no lo había hecho así, directamente hacía la ronda con la bolsa de la compra, pero el Rubio puso fin a aquéllo: los policías, ya cobraban un sueldo, no había necesidad de aceptar nada de nadie. Una cervecita de vez en cuando, bueno, pase, y preferiblemente que él no se enterase, pero NADA más. El mediodía era cálido, pero agradable, y en esas mañanas, a Buenavista le gustaba detenerse en el bar, en El tridente del Diablo, a hacer allí el aperitivo, por eso Fontalta no encontró raro que el sargento empezase a apretar el paso; supuso que tenía ganas de llegar y tomarse su cerveza y su ración de bravas.
 
     -Hay sed, ¿eh, Buenavista? - dijo el cabo distraídamente.
 
     -Sí. Mucha. - Fontalta volvió la cara y miró al sargento, alertado por el tono ansioso de la voz de éste.
 
      - ¿Te encuentras bien?
 
      -Sí. Sólo quiero llegar cuanto antes. - Buenavista llevaba la boca entreabierta para respirar, y sudaba a pesar de que la temperatura, aunque cálida, no era elevada. - Ese caramelo... estaba muy rico. Tenía un sabor... cálido.
 
    Fontalta sintió que un escalofrío recorría su espalda. Que él supiera, Buenavista era el hombre más calmoso, en todos los aspectos, que él jamás había conocido. Cuando conducía, le cedía el paso hasta a los caracoles, quienes le adelantaban cuando iba a pie.   Y ahora, estaba yendo tan deprisa que él casi no le alcanzaba, pero lo que era mucho más alarmante, es que no dejaba de comerse con los ojos a toda mujer que se les cruzaba, ¡hasta a las abuelitas!
 
       -¡Grosero! - le espetó una señora de al menos ochenta años, a quien no le gustó lo que vio en los ojos del sargento.
 
       -¡Encanto! - contestó Buenavista, con una sonrisa carnívora - ¿Ya sabes que la Ley no discrimina por edad? ¿Quieres venir a que te interrogue? ¡GUAPA!
 
      -¡Sargento, por Dios! - Fontalta le tomó del brazo y tiró de él, mientras el sargento tomaba aire y reía por lo bajo. - Buenavista, ¿qué te pasa?
 
      -Nada... nada, estoy bien, ¡estoy cojonudamente!  Creo que... hoy, no voy a comer bocadillo con vosotros... dile al capitán que subo a comerme a mi mujer. - Fontalta quiso retenerle una vez más, pero el sargento salió corriendo, ¡corriendo! Buenavista no era capaz de correr ni durante los entrenamientos a los que les obligaba el capitán, se limitaba a andar ligero, y eso cuando el capitán miraba. Le vio llegar a la casa cuartel y subir por el portal. Sólo un par de minutos más tarde, llegó él con la cesta. Y de haber sabido lo que le esperaba, hubiera preferido ir también él a comer con su esposa.
 
     Fugaz ponía cara de no saber qué cara poner. El Rubio le miró, inquisitivo. Y Fontalta no supo dónde meterse. De la casa del Sargento Buenavista, que era la inmediata superior, llegaban gritos y voces que no daban lugar a dudas.
 
     Valentina, la esposa del sargento, estaba tranquilamente terminando el requemo de las lentejas, cuando la puerta del piso se abrió de golpe y por ella entró su esposo.
 
     -Eso huele delicioso, y yo vengo con hambre. - dijo solo, y se lanzó a por ella.
 
     -¡La puerta! ¡Raymundo la puerta...! - rogó su mujer, porque no había cerrado la puerta de la calle, pero su esposo no atendió a razones.
 
     -¡El que mire, que aprenda! - rugió, y la embistió contra la nevera. Valentina no fue capaz de explicar cómo lo había hecho, pero de repente su esposo estaba dentro de ella, y eso que no le había quitado ni las bragas. Jamás había sido tan apasionado, y ella pensó que iba a dolerle, no estaba preparada... pero no sólo no le dolió en absoluto, sino que se notó mucho más “preparada” que en otras ocasiones; era como si el calor que él emanaba, la influyese también a ella.
 
       -Ray... Raymundo, por Dios... aaah... - pero no pudo seguir hablando, el placer se adueñó de ella, y pasó de la frialdad más absoluta al orgasmo más salvaje en menos de un minuto. Se agarró a los hombros de su sargento y por unos segundos intentó contenerse, pero la fuerza del placer la hizo abrir la boca y gritar a pleno pulmón su gozo. No fue la única, Buenavista gimió salvajemente y se estremeció como un colegial, notando las contracciones del sexo de su Tina... haaaaaah... era la primera vez en veintiún años de matrimonio, que llegaban juntos.
 
      -Tina... mi Tinita, qué guapa estás hoy, ¡estas buenísima! - dijo el sargento y la tomó en brazos para llegar al dormitorio, se tiraron sobre la cama y de nuevo empezó a embestir, una y otra vez... y otra, y otra, y otra... En el piso de abajo, el chirrido de la cama ya daba vergüenza, y los tres policías estaban pensando seriamente en echar a suertes quién subía a intentar parar a Buenavista.
 
       -Creo que ya pasa de media hora que... bueno, que están dale que te pego. - Musitó Fugaz.
 
     -A mí me preocupa. Yo he contado ya... seis paradas.
 
     -¡Fontalta, no seas morboso! - le reprochó el capitán, cuya cara delataba que el imaginarse a Buenavista encima de su mujer, no era precisamente una visión idílica. - La verdad que yo también creo que alguno deberíamos subir, ¿alguno....? - sus hombres miraron al techo. - Todos a la vez, no.
 
      -¡Capitán, espera...! - dijo Fugaz. El golpeteo había parado de súbito. Era la séptima vez que paraba, pero en las ocasiones anteriores había continuado casi enseguida. Ahora ya llevaban casi diez segundos de silencio.
 
       -O se le ha terminado el fuelle, o se la ha cargao. - sentenció el cabo.
 
       -¡Fontalta, joder! ¡No es cosa de risa! ¡Sube arriba a ver!
 
        -¿¡YO!?
 
     -¡Tú! ¡Ya me has oído, venga! - Fontalta resopló. Siempre le tenían que caer a él los peores marrones... en fin, valor.
 
       En el piso de arriba, Buenavista, con los pantalones en los tobillos y el sujetador de su mujer colgado de una oreja, tomaba aliento. Nunca en su vida había sudado tanto; ya el último le había costado un poco, pero había TENIDO que hacerlo. Su Valentina le había pedido entre risas que parase, pero él había suplicado que uno más, que por favor sólo otro... miró a su mujer. Valentina tenía los ojos en blanco, la boca abierta en una sonrisa abandonada y su cuerpo daba sacudidas periódicas mientras decía “g....g...g....”.
 
      -¿Tina? Tinita, ¿estás bien...? - jadeó el sargento. Su mujer logró enfocar la vista y le miró. Y durante unos segundos, se limitó a sonreír y mirar a su marido con una mirada llena de amor, hasta que soltó un suspiro de maravillosa alegría y le besó, metiéndole la lengua en la boca, toda dulzura...
 
       -Sar... sargento, ¿todo bien....? - Buenavista abrió los ojos, pero ni separó su boca de la de su mujer. En la puerta de entrada... bueno, más bien en el descansillo, Fontalta preguntaba con el tono de voz de alguien que ha oído ruidos en una cripta y desea fervientemente que nadie le conteste.
 
       -Todo estupendo, cabo. - contestó el sargento cuando terminó su besuqueo. - todo va a las mil y una maravillas. - Fontalta sólo dijo “¡vale!”, cerró la puerta y escapó escaleras abajo. Mucho se temía Raymundo que el capitán no sería tan fácil de contentar; seguro que se enfadaba por aquéllo, lo calificaba de faltar al deber, seguro que le hacía comerse el turno de noche y quedarse hasta las doce... pero no le importaba, hoy no. Hoy, todo iba de perlas.
 
 
***********************
 
     Ojalá Aura pudiese pensar lo mismo. Aquélla noche, en su casa, cuando volcó el sortilegio de nuevo en papel para conservarlo, vio que era ligeramente distinto. Nada llamativo, sólo... el trazado de los signos, era más redondeado, más bonito. Aura reconoció en el trazo la letra de Fugaz, y de la manera más tonta, le vino un golpe de tristeza y se echó a llorar sin poder contenerse. Una parte de sí le decía que era una tontería, que no valía la pena. Arcadio no había sido más que un vehículo, era mejor que todo hubiese terminado, ¿quería enamorarse como una colegiala y no llegar a ser nunca la Arpía? ¿Quería quedarse en la Madre, la eterna segundona, en lugar de ocupar el primer lugar...? Claro que quería ser poderosa, y sabía que un pueblecito tan pequeño necesitaba de una bruja poderosa, pero aquel sentimiento era tan doloroso...
 
     ....Tan doloroso que atraía a alguien en particular. Alguien que conocía su corazón mejor que ella misma y estaba dispuesto a aprovechar esa debilidad para atraerla a su terreno de una vez por todas. Baelzhabud, o Bael, el demonio con el que Aura tenía un trato, la vigilaba desde su “hogar”, y supo que era un buen momento para intentar el plan que llevaba madurando tanto tiempo. ¿Quería amor y cariño, sin perder poder? Perfecto. Porque eso, él podía dárselo. Y sería a cambio de tan poco... tan poquito...
 
 
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