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Juegos nocturnos

en Hetero: Infidelidad

 

Sobre todo, no vayas a ensuciar nada”. Le había repetido su madre mil veces. “Y en cuanto termine la película, a la cama, no se te ocurra ponerte a fisgonear por ahí”, dijo su padre. Era normal que estuvieran preocupados, pero caray, no era ningún niño, tenía ya cerca de doce años, sabía comportarse. Los señores de la casa no estaban, habían salido a uno de sus frecuentes viajes, y en ausencia de ellos, nadie iba a enterarse si él veía una película en la sala de cine. A sus padres no dejaba de resultarles curioso que un niño como él tuviera tanta afición al viejo arte del cine existiendo los videojuegos, los programas DreamScience… pero lo cierto es que le encantaban, y para una vez que podía usar el salón de cine, con las buenas notas que sacaba y lo bueno que era siempre, había que decirle que sí. Sobre todo si era formal.

 

El joven Hemlock, de nombre Edward, creyó estar soñando cuando entró en la sala de cine. Sabía que en la mansión donde servían sus padres y algún día serviría él mismo, existía una, pero nunca hasta entonces la había visto. Y era una maravilla. Tenía una grandísima pantalla curvada, cinco filas de ocho asientos cada una (repartidos en grupos de cuatro), estaba decorada como una lujosa sala de los años cincuenta, equipada con máquina de hacer batidos y palomitas, y un mostrador lleno de chocolatinas. Como todo se reponía periódicamente, los señores no notarían a su vuelta que faltase nada, de modo que decidió servirse lo que diese la gana. Eligió un gran batido de chocolate con nata y sirope, un cubo de palomitas gigante y dos SuperCreamy de vainilla y fresa. Se sentó en la butaca que le apeteció, y apenas lo hizo, la voz femenina del proyector le saludó y le preguntó qué deseaba ver, ofreciéndole algunas opciones de películas animadas.

 

-Drácula de Coppola. - pidió el chiquillo. Había leído el libro, y había oído hablar de aquélla antigua obra, pero ante su desilusión, el proyector se negó.

 

-Lo siento, se trata de una cinta para mayores de edad. ¿Deseas ver El príncipe pajarito?

 

-¡Ni hablar! Quiero ver Drácula, ¡si he leído el libro!

 

-Lo siento, se trata de una cinta para mayores de edad. ¿Deseas ver Herbie?

 

-¿Y Drácula de Bela Lugosi? - probó.

 

-Lo siento, se trata de una cinta para mayores de edad. ¿Deseas ver Bambi? - Hemlock estuvo a punto de resoplar y mandar todo a la porra, pero entonces oyó una vocecita junto a él.

 

-Código 1-1000-1490-1808-1914. - el niño, que se creía solo, pegó un respingo al ver a la pequeña junto a él, pero su sorpresa fue mayor aún cuando la voz del proyector sonó de nuevo.

 

-Código correcto; restricciones de edad eliminadas para cine convencional. ¿Deseas ver Drácula?

 

-Sí. - dijo la niña.

 

-¡Eh, no! ¡Tú no puedes ver Drácula! ¡Y deberías estar en la cama! ¡Pausa! - El proyector dejó la aceptación en suspenso, y Hemlock se encaró con la pequeña. Se trataba de la señorita Mildred, Millie, como la llamaban cariñosamente. Era la hija única de los señores, y hacía rato que en teoría, se había acostado. La niña, trepada en la butaca vecina, descalza y en largo camisón rosa, se le quedó mirando como si le hablase en chino.

 

-Yo también he leído el libro, y puedo ver la película. Y si no estás de acuerdo, llamo a mi mamá y le digo que estás en mi sala de cine y que no me dejas ver lo que yo quiero, y veremos quién tiene razón.

 

Hemlock sabía que llevaba las de perder; si los señores se enteraban de que estaba en la sala de cine, sus padres se meterían en un lío y él no podría volver allí nunca. Era necesario ceder y no discutir.

 

-Está bien, sea, veremos Drácula. ¡Pero luego no vengas llorando si esta noche no puedes dormir! - Millie sonrió y cogió un buen puñado de palomitas calientes. Gracias al pequeño calefactor del cubo, estarían calentitas y crujientes toda la película, pero la pequeña no aguantó tanto; poco después de la mitad de la proyección, se quedó dormida sobre el hombro de su amigo. El chiquillo no se movió, aguantó pacientemente hasta que terminó la película. Tiró los envases y el vaso de batido a la trampilla de desperdicios que se abría nada más acabar la proyección y dio a la sala la orden de apagarse. Y se dio cuenta que no era capaz de despertar a Millie para que se fuese a su cuarto, así que la tomó en brazos como pudo y echó a andar con ella. La niña tenía apenas ocho años y él ya iba camino de los trece, por flaco que fuera, podía con ella. Pensó primero en llevarla a su cuarto, que quedaba más cerca, pero entonces, ¿dónde dormiría él? Sí, podría dormir junto a ella, pero dudaba que a sus padres les hiciera ninguna gracia, de modo que se dejó llevar por la escalera hasta el segundo piso y entró en el cuarto de Millie.

 

La habitación ya la conocía, en ocasiones había ayudado a su madre a recogerla, así que sabía bien dónde estaban los muebles y no corría peligro de tropezar con nada. Depositó a la pequeña en la cama e hizo ademán de marcharse, pero apenas la soltó, Millie dio un respingo y se agarró a su brazo con las dos manos. Hemlock tiró, pero la niña no le soltaba. Resopló, ¿tenía que quedarse allí toda la noche por culpa de aquélla mocosa? Pues no pensaba pasarse la noche de pie como un farol, señorita o no señorita. Tiró del edredón para taparla y, sin soltarla de la mano, trepó a la cama y se tendió junto a ella. Sí, que el hijo del mayordomo durmiese con la hija de los señores en la propia cama de ésta, no estaba bien; que un chico y una chica durmiesen juntos, no estaba bien, todo eso lo sabía. ¡Pero no había sido culpa suya! Debía ser muy tarde cuando sintió que tiritaba y que alguien le empujaba para hacerle rodar en la cama. Por un momento creyó que se caía, pero la cama era muy ancha. Alguien le arropó hasta el cuello y de nuevo le tomó de la mano. Era una mano pequeñita.

 

A la mañana siguiente, creyó que le daba un infarto cuando descubrió que estaba dentro de la cama de la señorita Millie, y ella dormía a su lado cogida aún de su mano. Cuando la doncella llamó a la puerta para traer el desayuno de la niña, Hemlock pegó un brinco y se escondió bajo la cama. Desde allí, oyó entrar a la doncella y cómo la niña le daba las gracias y la despachaba para que se fuera. Por el borde de la cama, vio asomar primero una mata de pelo rojo, después unos ojitos y finalmente una mano con un croissant.

 

-Toma, desayuna. - dijo la niña. Hemlock estaba fastidiado, pero más que eso estaba hambriento, así que tomó el bollo y salió de debajo de la cama para desayunar con ella.

 

Para que sus padres no le pescaran allí, el joven Edward tuvo que salir por la ventana de la habitación, dejarse descolgar por la enredadera y entrar a su cuarto también por la ventana. Sólo cuando estuvo a salvo en su propia cama respiró a gusto, pero reconoció que había sido divertido. Desde entonces, por más que ya desde antes se conocieran y hablaran, los niños trabaron amistad. Millie iba siempre tras Hemlock, le escuchaba practicar piano, recitar lecciones, y él mismo la enseñó a entenderse con sus primeros ordenadores, ejercicio en el que Millie demostraría unas aptitudes asombrosas. Por su parte, Hemlock tomó a la niña como si se tratase de su hermana pequeña; estaba presente en sus clases, la acompañaba a los exámenes, hacían carreras en los antigravedad, jugaban juntos y siempre estaban juntos. En un principio, el padre de Millie no veía con buenos ojos tanta amistad, pero Wenda, la madre de la pequeña, siempre salía en defensa de su hija.

 

-Nuestra hija es una niña de buena familia, de la antigua nobleza que trajimos desde Tierra Antigua, Wenda. - Solía decir el señor. - No está bien que se relacione con los hijos de los criados. Tiene vecinos con los que hacer excelentes amistades, como para andarse juntando con ese crío.

 

-Por favor, Cesare, ¡me hartas con esas tonterías! - le contestaba la señora - ¡Nobleza de Tierra Antigua…! Nuestra nobleza, como tú la llamas, no es más que las generaciones que llevan nuestras familias teniendo dinero, nada más. Los hijos de los vecinos son todos unos cretinos; la última vez que los invitamos, esta estúpida hija que tiene Carol le dijo a Millie que los pelirrojos son todos hijos del demonio, que deberían matarla, y ella y sus hermanos estuvieron toda la tarde persiguiendo a mi niña para azotarla con tallos de borugia, sólo porque es pelirroja. ¿Quien la ayudó? Sorpresa, ¡Hemlock! Para mí, la amistad que tienen, está muy bien donde está.

 

-Wenda, es lógico que la defendiera, es la hija de sus señores, y no dejo de agradecérselo y valorar a ese chico en lo que se merece; a fin de cuentas, algún día será mi mayordomo… No es que me niegue a que se lleven bien, uno siempre ha de estar a bien con el servicio, pero sí me opongo a que sean tan amigos. Creo que deberíamos convencer a sus padres para que lo internen en alguna escuela, hasta que se olviden…

 

-¡Tú no harás tal cosa, Cesare! - saltó Wenda – Ese chico es el mejor amigo de mi única hija. Quisiste tener solo una, muy bien, estupendo, pero si ya le quitaste a sus hermanos, no le quitarás su único amigo. Hemlock se quedará y si me entero que le has dicho algo a él, o a sus padres, o a Millie, lo lamentarás. Te aseguro que lo lamentarás.

 

El señor se quedó extrañado, no entendía por qué su mujer veía tan importante una mera amistad entre niños; tan pronto como pasasen separados algún tiempo, se olvidarían de su amistad y así su hija podría juntarse con gente de su clase, con personas que pudieran aportarle algo de verdad y no manchasen su reputación, ¿qué se iba a pensar de él si se corría la voz de que su hija tenía tanta amistad con un niño tan vulgar? Pero cuando Wenda sacaba la artillería, él se encontraba impotente. Nunca había sabido imponerse a su esposa, siempre había tenido la sensación de que ella tenía poder sobre él, aunque nunca lo hubiera utilizado ni él supiese exactamente cuál. Pero lo cierto era que no deseaba tampoco averiguarlo, de modo que acababa cediendo. Y así, la amistad entre los niños se conservó.

 

La incomodidad del señor hubiera sido mucho mayor de haber sabido que su hija no sólo compartía con Hemlock los días, sino también las noches. Para ellos, había sido algo en lo que ni siquiera habían pensado, y les resultaba tan natural como beber del mismo vaso o partir en dos el bocadillo y comerse cada uno una mitad. Después de aquélla primera noche, cada vez que Millie se quedaba sola en casa, cosa que ocurría con cierta frecuencia, ella y Hemlock solían ver alguna película juntos y después iban al cuarto de ésta, se quedaban hablando hasta muy tarde y finalmente dormían juntos. El chico siempre tenía buen cuidado de salir por la ventana al amanecer, antes de que la doncella o sus padres pudieran pescarles, y nunca fueron descubiertos. Era emocionante tener aquél secreto.

 

Los años fueron transcurriendo. Los padres de Hemlock se jubilaron y él quedó a cargo de la casa a la edad de diecinueve años. Aquél primer día como mayordomo, Hemlock estaba muy nervioso, pero todo salió bien. A pesar de que Millie tenía sólo catorce años y era a todos los efectos una niña mientras que él ya pertenecía al mundo adulto, siguieron siendo amigos. Es cierto que él ya no disponía de tanto tiempo como antes para jugar o charlar, pero cada minuto libre le gustaba pasarlo con ella, y cada vez que la casa se quedaba sola, el ritual del cine se repetía. Nunca había variación, ni nunca había un mal pensamiento ni nada que no fuese amistad, hasta que también Millie alcanzó la mayoría de edad y le recordaron que estaba prometida y debía renovar su votos de casamiento, que se haría efectivo cuando cumpliese veintitrés años.

 

Aquél día, el padre de Millie no podía parecer más feliz ni orgulloso; cualquiera diría que el prometido era él. La señora abrazaba y llevaba constantemente de la mano a su hija. Sonreía y animaba a la joven, pero no parecía muy contenta. Y desde luego, Millie no lo estaba. Su prometido era un hombre algunos años mayor que ella. Unos treinta. Se trataba de uno de los principales accionistas de la empresa del señor, y quedó encantado con la belleza de su novia, a la que sólo había visto una vez anteriormente, cuando ella tenía tan solo ocho años y firmaron el contrato de esponsales.

 

Hemlock sabía que ese día había estado precedido de muchas discusiones y muchas charlas entre padres e hija. Millie había intentado por todos los medios deshacer aquél contrato, y se había dado cuenta que era inútil. Su madre estaba moderadamente de su lado, pero por alguna razón, no se mostraba en una negativa firme como en otras ocasiones, y por ello pudo Cesare hacer su voluntad, y el contrato se renovó. Ahora, firmado en la mayoría de edad de la joven, era inquebrantable y romperlo sería un delito.

 

El mayordomo sabía que aquélla era una situación injusta, pero no podía explicarse por qué le escocía tanto. Sin querer, se imaginó a Millie besando a aquél tipo bigotudo de aspecto brutal y voz de trueno que era su prometido, y le invadió una profunda repulsión. Él jamás había besado a la joven, ni había tenido nunca intención de hacerlo, pero de pronto, había otro que sí iba a hacerlo por derecho, y eso le molestaba. Esa noche, los padres de Millie, su padrino Milton y el prometido de la joven salieron a celebrar la feliz unión que se daría dentro de cinco años. En teoría, Millie hubiera debido ir también, pero aseguró que tenía una horrible jaqueca y prefería acostarse; el señor estuvo a punto de insistir hasta obligarla, que se tomase una pastilla y… pero Wenda dijo que se trataba de nervios y que era preferible dejarla descansar. De ese modo, pudo quedarse en casa. Hemlock sabía que no estaría dormida, y decidió ir a verla, bajo pretexto de llevarle una taza de mushaté rojo y unas galletas de seda dorada. Como se temía, Millie estaba despierta, sentada dentro de la cama, con la mirada fija en un libro que no parecía leer.

 

-Buenas noches, señorita. - saludó al entrar. - He pensado que, después de un día tan duro, os apetecería tomar algo dulce y calentito. - Hemlock dejó la bandeja en la mesilla flotante, que se activó tan pronto se acercó. Millie ni siquiera le miró. - Bien. Me retiraré. - dio un paso. - Si no queréis nada más, me voy. - otro paso – A no ser que queráis algo, en cuyo caso me quedaré con mucho gusto, me marcho. - un paso más - ¿Decíais algo? Porque me pareció que habíais llamado… ¿si?

 

-Hemlock, ¿alguna vez te han obligado a hacer algo que detestas con toda tu voluntad? - preguntó la joven al fin, y el mayordomo se apresuró a volver junto a ella y sentarse en la cama.

 

-Pues, verá, señorita… sí. A todos nos obligan a hacer algo así alguna vez. ¿Os figuráis que el sueño de mi vida, es ser mayordomo? - Millie le miró con genuina sorpresa. Ella había estado convencida de que sí, lo era. - No. Soy mayordomo porque es un trabajo que hace feliz a mi padre, y que me obligó a aceptar. Vos no lo sabéis, pero siempre he querido ser piloto. Me hubiese dado igual ser piloto comercial, o de carga, o incluso del ejército, pero quería volar. Conocer el espacio, llevar una nave a través de las estrellas, ver de cerca los planetas, visitar las colonias… despertar cada día en un sitio distinto. Ver toda la galaxia conocida y quién sabe si explorar la desconocida.

 

-Si es tu sueño, ¿por qué no sigues con él? - preguntó de inmediato la joven. Hemlock abandonó las estrellas de su sueño y le dedicó una mirada cínica.

 

-¿Tenéis idea de lo que puede costar un curso de piloto profesional? No el simple permiso para volar un vehículo propio, sino para ganarse la vida siendo piloto. - Millie negó con la cabeza – Yo sí sé lo que cuesta. Y no es algo que pueda permitirse un mayordomo. De hecho, está tan lejos de lo que puede permitirse un mayordomo, como si un pordiosero cuya comida fueran los desperdicios de los otros pordioseros, se acercase a la mansión de la Colina y dijera “vaya, es una casita coquetona, ¿cuánto costará el alquiler…?” - Millie puso una cara muy triste. Nunca se le había ocurrido pensar que su amigo dedicase sus días a una tarea que no le agradaba. Que quizá incluso detestaba. El mayordomo sonrió – Soy feliz.

 

-¿Cómo puedes serlo? Me dices que tu sueño es volar por las estrellas, y en lugar de eso, te dedicas a comprobar que los suelos brillen y la plata resplandezca… No hay nada que se le parezca menos. - la joven le tomó de la cara, y se maravilló de la suavidad de su barba – Yo sé que eres inteligente, no mereces pudrirte aquí. Hablaré con papá, seguro que te puede conseguir una beca, y…

 

-No, señorita. - Hemlock sonrió y tomó entre las suyas las manos de la joven. - No deseo irme. Es posible que no esté viviendo mi sueño, pero me gusta mi vida. Me gusta mi trabajo, me gusta enorgullecer a mis padres, me gusta estar aquí, y en mis horas libres, juego con el simulador de vuelo. - Millie le miró con desconfianza y él insistió. - Lo que intento deciros, es que… nadie es completamente libre para vivir su vida. Todos estamos atados a algo o alguien. Mi madre quería ser bailarina, pero se quedó en estado; hubiera podido no tenerme, pero entonces yo no estaría aquí. Ha pasado toda su vida siendo primera doncella de vuestra madre, pero el orgullo que yo le causo, le compensa con creces haber renunciado a su formación. Y ahora que está retirada, la ha retomado; sabe que nunca será Pavlova, pero podrá bailar.

 

-¿Quieres decir que debo resignarme? ¿Que no debo luchar por lo creo justo, por mi vida y mi libertad? - Hemlock le dedicó una Mirada. Era la mirada que usaba cuando él quería significarle que ambos sabían que estaba exagerando la nota, que no tenía razón.

 

-Señorita Millie… No estamos hablando de enfrentarnos contra una injusticia social, o una terrible falta de humanidad, ¡ni siquiera hablamos de algo que vaya a causarle verdaderas molestias! Ese matrimonio hará muy feliz a su padre, le vendrá muy bien económica y socialmente, y para usted será poco más que una… ligera inconveniencia. Ese hombre, comparado con usted, es poco menos que un anciano. No tendréis que dejar los estudios, ni casi renunciar a nada. También vuestros padres, en un principio, eran un matrimonio concertado. Es cierto que vuestra madre renunció a los esponsales, rompió el contrato y habló de casarse con otra persona… ¿y al final, para qué? Para darse cuenta de que estaba haciendo una tontería y cumplir con su contrato. Y no creo que tenga queja de su vida.

 

-Pero, Hemlock, ¿y si me enamoro de otro hombre? - La mirada del mayordomo se hizo socarrona.

 

-Eso, señorita Millie, con un marido de tan avanzada edad, y una inteligencia tan despierta como la vuestra, no creo que os suponga ningún problema. - Millie se abrazó las rodillas y permaneció pensativa. Sabía que si renunciaba, daría un gran disgusto a su padre y le pondría en una situación muy comprometida, puesto que al carecer ella aún de ingresos, los gastos de la demanda por incumplimiento de contrato, tendría que pagarlos él. Se montaría un buen cirio y realmente, si lo pensaba a fondo, por nada en concreto porque, ¿acaso tenía ella el corazón ocupado? Miró a Hemlock. Y por primera vez, se preguntó algunas cosas concretas acerca de la sexualidad, y llegó a la conclusión de que preferiría no descubrirlas con su futuro marido.

 

-Hemlock, tú que conoces bien mi contrato de esponsales… ¿si yo no fuese virgen, sería motivo para romperlo?

 

Al mayordomo le extrañó la pregunta, y prefirió no indagar qué motivo tendría ella para hacerla, pero contestó:

 

-No, señorita. Vuestra madre incluyó la cláusula de virgo amparado por la buena fe; eso quiere decir que, salvo que os veáis implicada en algún escándalo que haga plausible dudar de vuestra pureza, se sobreentiende que sois virgen. La señora sabía que las prácticas de equitación, o de gimnasia, pueden a veces causar una rotura accidental del virgo, sin que por ello vos hayáis tenido contacto carnal con nadie. - Millie le miró fijamente. Hemlock tenía la sensación de que debía irse, despedirse y marcharse en aquél momento, pero el pensar que un día ella, su mejor amiga, se marcharía de allí, le impulsó a seguir hablando – Lo que sentiré será el día que os vayáis.

 

-¿Quieres decir que me echarás de menos? - sonrió ella.

 

-Sí. Es poco probable que pueda ir a vuestra casa a serviros, a no ser que vuestro padre os autorice a llevarme con vos y le encontremos otro mayordomo. Cosa poco probable porque, modestamente, el señor está muy satisfecho conmigo, y yo soy ante todo un trabajador responsable de mis obligaciones. - Millie le miró, sonriente, y no contestó. - Quiero decir que me encantaría ir con vos y ser vuestro mayordomo en vuestra vida de casada, aunque supongo que vuestro marido tendrá ya su servidumbre, pero no me importaría serviros personalmente, de forma particular. - Millie continuó con los ojos fijos en él, llenos de estrellitas, y sin hablar – Para ser concretos, no es sólo que no me importase, sino que me sentiría muy dichoso de poder hacerlo, si me resultara posible, si vuestro padre no pone inconvenientes y si vos misma estáis de acuerdo; porque aunque seamos mayordomo y ama, en el fondo no dejamos de ser amigos, y me placería sobremanera el poder conservar nuestra amistad, siempre, claro está, desde el más profundo de los respetos y considerando la posición que cada uno tenemos en la vida, y…

 

-¿Quieres dormir conmigo esta noche?

 

-¡SÍ! - Hemlock se dio cuenta que quizá había sido algo vehemente, pero a Millie no pareció importarle. Abrió el otro lado de la cama y lo palmoteó, mirándole con una gran sonrisa. El mayordomo empezó se desabrochó la casaca y empezó a hacer lo propio con la camisa cuando se dio cuenta de que su amiga no dejaba de mirarle. “Cálmate, no va a suceder nada… somos amigos. Hemos dormido juntos desde niños, esta vez no es diferente”, se dijo, pero los nervios gritaban en su estómago. Se descalzó y se dirigió a su lado de la cama, y se sentó en ella, de espaldas a Millie para quitarse la camisa. Él no pudo verlo, pero los ojos de la joven devoraron su espalda, estrecha y delgada como el resto de su cuerpo, pero no carente de cierta delicadeza flexible. Hemlock metió los pulgares en la cinturilla de su pantalón, y de un solo movimiento se los quitó y se metió en la cama. Millie le sonreía en un gesto que no terminaba nunca y se mezclaba con risitas y miradas llenas de chispas. La joven le tomó la mano como solía hacer siempre que dormían juntos.

 

-Cuando esté casada, no creo que pueda meterte en mi cama como ahora… ¿verdad? - se rió, y Hemlock la hizo coro, él tampoco lo creía. - No creo que me apañe a coger la mano de otro para dormir. ¡Quizá pueda decirle a mi marido que parte de tu labor, es acompañarme para dormir y tienes que acostarte conmig… dormir conmigo! ¿Te imaginas, los tres en una cama?

 

-Oh, Lemmy, me niego a estar en el medio. - rió Hemlock y pasó a tutearla; siempre lo hacía cuando estaban así - ¿Y qué pasaría cuando tu marido quisiera intimar?

 

-Probablemente, que le corregirías. - Millie se puso a imitar la voz nasal y los ademanes de su amigo con mucha ironía - “Señor, no puede penetrar a una velocidad superior a una embestida por segundo, la señora no está aún lo suficientemente cachonda…” - los dos se rieron.

 

-”Espere, que le voy a enseñar yo cómo se hace” - contestó Hemlock y Millie se rió tapándose la boca con la mano libre y se puso colorada.

 

-¿Y cuando quisiese acariciarme? “¡No, querido, no me lo haces bien; Hemlock, enséñale al señor a tocarme las tetas, que él no sabe!” - Millie tomó la mano de su amigo y la puso en su pecho - “¿Ves? ¡Así se hace!”

 

Hemlock soltó la carcajada, la suya era una mezcla de risa histérica y excitación, ¡le acababa de tocar un pecho a la hija de sus señores! Millie no paraba de reír, y no le dejaba quitar la mano de su pecho, que temblaba con la risa de la joven.

 

-Pero aún así, tendrías que enseñarme tú, mucho me temo que yo nunca he tocado a nadie. Creo que lo más cerca que estuve de hacerlo, fue cuando tu padre trajo aquélla estatua de la sirena para el baño, y tuve que ayudar a cargarla. - protestó Hemlock.

 

-Estamos empatados, tampoco a mí me han tocado, ¡pero lo importante es que eso, no lo sepa mi marido! - de nuevo estallaron en risas. Hemlock ya no hacía el más pequeño intento por retirar la mano, podía sentir el latido del corazón de la joven. Estaba tan colorada que sus mejillas brillaban – Creo que no lo haces mal. Me gusta sentir tu mano ahí.

 

-A mí me gusta tocarte. - logró articular él, y empezó a mover su mano sobre aquél pecho cálido que le cabía exactamente en la mano. No estaba bien y lo sabía; Millie debería darle un manotazo o hasta un bofetón, pero en lugar de ello se deslizó el tirante del camisón y dejó su pecho al descubierto. El pezón rojizo estaba erecto. Hemlock apretó el pecho bajo sus dedos y su amiga gimió. - No debemos… no podemos… - tartamudeó el mayordomo mientras sus labios se encontraban con los de Millie, primero con torpeza, primero besos cortos que sólo juntaban la boca, pero casi enseguida los labios entreabiertos de ambos empezaron a acariciarse suavemente y a deslizarse sobre los del otro.

 

-No es preciso que lleguemos al final – Millie apenas podía hablar, estaba tan excitada que se ahogaba, y sólo lograba susurrar - . Pero podríamos jugar. Nadie tiene porqué saberlo…

 

Hemlock sabía que el prometido de Millie podía en cualquier momento pedir un análisis del cuerpo de su compañera para detectar restos de semen en ella y saber así si era realmente virgen o no; sabía que era la hija de sus señores, sabía que estaba mal… pero su pene erecto no escuchaba esas razones, sólo atendía a una palabra de su amiga: “jugar”. Sólo quería eso, sólo quería jugar. Los brazos del mayordomo se cerraron en torno a la joven y la apretaron contra su pecho mientras ella hacía lo propio, pero con las piernas. Millie soltó un gemido de sorpresa al sentir la virilidad de su compañero, tiesa y dura, contra su estómago. Despedía mucho calor, y la joven no pudo evitar dirigir su mano hacia aquél bulto que latía bajo las mantas. Apartó la ropa interior y lo rodeo con la mano.

 

Un gemido vació de aire el pecho de Hemlock, ¡qué placer! ¡Nadie le había tocado así nunca, qué caricias…! Sintió que se estremecía de gusto, y él también quiso darle a Millie la misma sensación, de modo que su mano bajó por la espalda de la joven y apretó sus nalgas, para enseguida meterse bajo las bragas y acariciar la zona delantera.

 

-¡Está mojado! - se maravilló el mayordomo. Había usado algún que otro programa de erotismo, pero estos eran asépticos y mostraban sólo el placer, no los detalles del mismo. El joven ignoraba que su compañera lubricaba, pero los jugos espesos y cálidos que soltaba, fuera de la sorpresa inicial, no le desagradaron en absoluto, sino que le invitaron a explorar con más detalle. Hemlock tenía que morderse el labio y hacer acopio de todas sus fuerzas para no correrse mientras sus dedos acariciaban la suave intimidad de su amiga, y ella le apretaba y frotaba, cada uno con la mano metida en la ropa interior del otro.

 

-He… Hemlock… me gusta. - Millie, toda colorada, intentaba mirarle mientras temblaba de placer – me haces como cosquillas, pero más dulces… ¡me da mucho gustito!

 

-Y tú a mí… dime dónde te gusta más, llévame la mano para hacértelo mejor… - Millie no quería soltarle la polla, pero obedeció; puede que no hubiera estado nunca con un hombre, pero había pasado muchas noches acariciándose hasta el éxtasis. Metió la mano en sus bragas, ¡qué caliente tenía la mano! Y llevó la de Hemlock a un sitio concreto, justo al inicio de su vagina, donde él tocó un botón. La mano de su amiga hizo que moviera en círculos la suya, y él lo hizo de mil amores. El botoncito se escurría bajo su dedo y él lo acariciaba y rascaba, y cada caricia hacía que la joven se agarrase a las sábanas, con los puños crispados y que sus piernas diesen temblores. “El clítoris” logró pensar él “Su clítoris… estoy jugando con su clítoris”. El pensamiento hacía que su propio sexo picase y exigiese, pero por el momento se iba a tener que aguantar, no pensaba retirar la mano de aquél rinconcito cálido, mágico. Es más, sugirió: - ¿Quieres que te meta un poco un dedo?

 

Millie sonrió. Una sonrisa pícara y ansiosa, y de nuevo le llevó la mano, un poco más abajo. ¡Ooooh, qué calorcito tan dulce salía de allí… qué mojado estaba! Muy despacio, muy suavemente, el dedo corazón de Hemlock penetró en la vulva, y Millie tuvo que morder la sábana para no gritar, ¡qué maravilloso escalofrío de gusto le recorrió la columna cuando aquél travieso dedo se metió en su rajita! Su amigo movió la mano, frotándola contra su vulva mientras su dedo entraba y salía de ella, con toda dulzura, volviéndola loca de gusto, haciéndola sudar y temblar… ¡y cómo deseaba que fuese su polla la que se metiese en su coñito y la hiciese gritar de placer! Ambos sabían que no podían hacerlo, pero ese apetito frustrado ¡también daba mucho gusto!

 

Hemlock tenía los ojos resecos de no parpadear por no dejar de mirarla, ¡por Lemmy, qué guapísima estaba así, con el cabello revuelto, moviéndose entre las sábanas, un pecho fuera del camisón y el otro amenazando con salirse de un momento a otro debido al meneo y a los temblores que atacaban todo su cuerpo! Millie le agarraba el brazo con el cual la acariciaba, como si temiera que él fuese a dejar de hacerlo. El mayordomo sentía su mano empapada de jugos cálidos, su dedo resbaladizo de los mismos, el suave tacto de las bragas de su amiga contra el dorso de su mano… y sobre todo el placer, el placer de darle gusto. La mano de la joven en su brazo se crispó y con un hilito de voz casi suplicó “no pares… no pareees...”, e intentó mirarle, pero ya no lo logró; enterró la cabeza en el pecho del mayordomo y un gozo inmenso sacudió todo su cuerpo, sus piernas se tensaron atrapando entre ellas la mano de Hemlock, y cuando éste le metió el dedo más hondo por reflejo, la joven no pudo retener un gritito de placer… qué maravillosa sensación de saciedad, de dulzura, ¡qué gustooo…! Era mejor, muchísimo mejor que cuando ella misma se tocaba, haaaaaah… Hemlock no era capaz de pensar. Sólo podía sentir que el coño de su amiga palpitaba contra su dedo corazón, y que él podía sentirlo. Ella se había corrido. Se había corrido con él, gracias a él, se había corrido en su dedo… Conforme pasaban las contracciones, recobraba el pensamiento, y entonces se mezclaron en él una increíble, salvaje sensación de poderío, con una no menos fuerte impresión de que se había vuelto completamente loco y que le iban a procesar por seducir a la hija de sus señores. Pero una tercera sensación comenzó a abrirse paso desde su espina dorsal y su intensidad tapó las otras dos por completo: el intenso placer que sentía en la polla cuando la joven metió de nuevo la mano en su calzoncillo y le frotó la erección.

 

Después de lo sucedido, ya no valía la pena pararla y quedarse a medias, pensó, y la dejó continuar. Millie le besaba el pecho ligeramente velludo, el cuello, y su mano le abrazaba la polla, le acariciaba con cierta torpeza encantadora. “Llévame la mano a mí también” pidió la joven, y Hemlock se la tomó y le enseñó a darle gusto.

 

-Así. - susurró – aprietas la punta, y… oooh… saldrá líquido. Y con eso, mmmmhh, sí, eso es… con eso, me frotas mejor… - Las manos de Hemlock apretaban los brazos y las tetas de Millie, mientras ella no cesaba de acariciarle de arriba abajo. Su amigo le llevó la mano al glande y la joven concentró sus caricias en él, ¡qué dulce! ¡Qué picor tan delicioso! ¡No iba a aguantar nada! Millie le acariciaba la punta tan cariñosamente que creía estar en el Cielo, el placer le recorría todo el cuerpo y se cebaba en su polla, pero le hacía cosquillas también en los muslos, en los riñones, en la columna… Millie sentía que su coño se ponía de nuevo juguetón al verle gozar, y de pronto él le tomó la mano y le hizo apretarle la punta, y sintió un chorretón de líquido espeso escaparse de ella y mojarle los calzoncillos. Hemlock ahogó un gemido mientras el placer estallaba desde su polla hasta los tobillos y le dejaba en la gloria, con media vida escapando entre sus piernas… Abrazó a Millie y ella se acurrucó contra su pecho, sin soltarle la polla.

 

-¿Te ha gustado? - susurró - ¿Lo hice bien? - Hemlock asintió, aún ahogado y la besó de nuevo. Con poca destreza, pero con decisión, le metió la lengua entre los labios y ella le dejó entrar y explorar su boca, y le devolvió las caricias.

 

 

 

 

Hemlock no pensaba dormir con los calzoncillos pringosos, así que se limpió con ellos y se los quitó, para acostarse completamente desnudo junto a Millie, quien también se despojó de las bragas húmedas, pero conservó el camisón. Se abrazaron bajo las mantas desordenadas.

 

-Sabéis que estamos locos, ¿verdad, señorita?

 

-Mis padres se casaron por contrato sin amarse, mi padre cree realmente que mi madre le quiere, mi madre piensa que no estoy enterada de que se entiende con mi padrino, y todos están convencidos de que un matrimonio por contrato, es lo mejor para mí, ¿y somos tú y yo los que estamos locos?

 

Hemlock se rascó una oreja, dubitativo. Visto así…

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