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Prejuicios y faltas

en Hetero: General

  —Lo siento, Peter, tu tío ya me ha dicho que no quiere verte salvo para que le des la invitación. No sé a qué se refiere y no quiero saberlo, pero él es mi cliente, y si dice que no te quiere ver, yo no voy a molestarle. – Tupami era inmune a caritas de pena o a ojitos cariñosos. Es más, ese tipo de ardides, de parte de Peter, le molestaban profundamente, y tenía razón para ello. Peter y ella hubieran tenido que contraer un matrimonio de conveniencia: ella, por su condición de mestiza, necesitaba un marido humano para conservar su negocio, y él, por capricho de su tío tenía que casarse para conseguir la herencia. Pero a la hora de la verdad, Peter no se había presentado, sino que mandó en su lugar a un amigo suyo, Júpiter, a hacerse pasar por él, dado que la mujer no le había visto nunca. Jupi y ella habían terminado enamorándose y ahora Peter se presentaba queriendo reclamar sus derechos de esponsales, cosa que Tupami no estaba dispuesta a concederle.

—Por favor, Tupami, ¡necesito hablar con mi tío! – rogó Peter, pero la mujer negó con la cabeza y se sentó al ordenador para revisar programas de contabilidad, como si el hombre no estuviese allí. Peter se caló su gorra de piloto y salió de mala gana del hotel. “Leche y Miel”, pensó, mirando el rótulo luminoso del local. “Un nombre demasiado dulce para una tía tan rancia.” Estuvo a punto de subir en su antigravedad y marcharse, pero su vehículo le dio una idea.
Sabía que la habitación de su tío Milton estaría en las plantas más altas, siempre se alojaba en ellas, de modo que subió a la cima del hotel y empezó a mirar por las ventanas. Sabía que el antiG que llevaba no era seguro a tanta altura; si perdía campo electromagnético caería como una manzana madura, pero antes de que eso pasase, el vehículo le avisaría. También existía el peligro de que le denunciasen por voyerismo, pero era un riesgo que tenía que asumir. Sólo esperaba alcanzar a ver a su tío antes de que pasase nada de todo eso.
Dio vueltas alrededor del hotel, bajando un piso cada vez, y al fin acertó a ver un bigote que le era muy familiar, y frenó el vehículo. Dio golpecitos en la ventana y su tío, vestido con camisa, chaleco, y un delantal que le llegaba hasta los pies, dio un respingo del susto al verle en la ventana. Peter le dedicó lo que él esperaba que fuera una encantadora sonrisa y le indicó por señas que abriese la ventana. De muy mala gana, su tío se acercó a la misma y la abrió.
—¿Se puede saber qué haces aquí y qué quieres? ¡Creí haberte dicho que no quería verte, como no fuera para que me invites a tu boda con Tupami!
—De eso quería hablarte… tío Milton, ¡tiíto! Tú no puedes hablar en serio…
—No me vengas con “tiíto”, sátrapa. ¡Y claro que hablo en serio! Tienes dos meses para conseguir que esa mujer se enamore de ti, o despídete de mi herencia.
—¿¡Dos meses?!
—Ese manojo de músculos animados al que llamáis Jupiter y que se ha ganado el corazón de Tupami, no necesitó más tiempo para ello, así que tú tampoco lo tendrás. Dos meses a partir de ayer, o mi herencia será para obras de caridad y para PumpkinPie.
—Por favor, tío, seamos serios, ¡no puedes pedirme que deshaga una pareja, ni desheredarme en favor de una cría de cuatro años a la que conociste ayer!
—¡Oh, ponme a prueba, querido sobrino! – sonrió con cinismo Milton - ¡Mucho te ha importado a ti desbaratar parejas cuando te convenía, pero claro, ahora el marido en cuestión es muy capaz de hacer trenzas con tus huesos! Pues eso a mí, me da igual, es tu problema. Y la niña de Tupami es un amor de criatura, ¡mucho mejor educada y mucho más lista que tú a su edad! Se merece las oportunidades que mi dinero puede brindarle, mucho más que un tarambana que lo único que ha hecho en su vida, ha sido sacarse el título de piloto comercial, porque su tío estuvo detrás de él y porque PAGÓ para que le dejaran presentarse en más ocasiones de las permitidas.
—Pero tío…
—Querido Peter, el tiempo vuela, y estás malgastando los valiosos segundos de tus dos meses buscando un cambio de opinión o una prórroga que no van a llegar. Te aconsejo que aproveches el tiempo.
Peter aún quiso decir algo más, pero una voz de mujer le interrumpió.
—Milton, ¿qué andas haciendo? Te estoy esperando… - Era la voz de Wenda. Peter la conocía, se trataba de una vieja amiga de la familia, una mujer casada. Sólo entonces cayó Peter en que la vestimenta que llevaba su tío, no era tan propia de él, como de un criado. Ese delantal tan largo… el piloto puso gesto de horror. Su tío le miró con desdén.
—¿Para qué pensabas que veníamos Wenda y yo a un hotel del amor? – susurró - ¿Para jugar al parchís?
Peter boqueó como si estuviera mirando a un monstruo, ¡su tío tenía vida sexual! ¡A su edad… qué asco! Iba a recriminárselo, cuando el antiG empezó a dar pitidos de aviso “Peligro. Campo electromagnético débil, descienda, por favor. Peligro…”, dijo el ordenador de a bordo.
—Me parece que ya te marchas, ¡adiós, querido sobrino! – Milton cerró la puerta a tiempo para ver cómo el antigravedad de Peter empezaba a bajar solo, mientras éste intentaba contener el descenso. De lejos, le llegó un grito y un sonido de rotura. Era evidente que no lo había conseguido, pero la lejanía del grito delataba que le había ocurrido a una distancia no excesivamente peligrosa. Iba a darse la vuelta, cuando alguien dio un azote en sus nalgas desnudas.
—Milton, eres un descuidado. – Wenda, vestida sólo con un picardías azul – La habitación tiene tres dedos de polvo. Toma tu plumero y ponte a trabajar.
—Oh, sí, mi señora… - sonrió Milton mientras ella le cogía del lazo del delantal y le llevaba a la habitación. Como Peter había supuesto, debajo del delantal sólo llevaba su orgullo, pero como Milton era un hombre de gran autoestima, éste empezó a crecer instantáneamente.

 

 

    Muchos metros más abajo, Peter salió de lo que quedaba del antigravedad. Menos mal que el trasto había fallado relativamente cerca del suelo y de la copa de un árbol, que si no, PumpkinPie hubiera pasado a ser heredera de su tío sin necesidad de esperar a ver si él era capaz o no de enamorar a su madre. Como pudo, se descolgó del árbol hasta el suelo y pensó en qué podía hacer. Tupami y Júpiter estaban juntos y desde hacía muy poco tiempo; ahora mismo estaban en una nubecita de amor, no había posibilidad de separarlos. Mientras se sacudía las ramas y las hojas, pensó en hablar con Jupi. A fin de cuentas, él era su amigo, quizá podrían llegar a un acuerdo… De inmediato le vino a la mente la imagen del forzudo y negó con la cabeza. Su amigo ya le había pedido, y varias veces, que se largase; no sólo no aceptaría ni una sola de sus componendas, sino que al propio Peter no le apetecía nada intentar negociar con alguien que medía más de dos metros, pesaba más de cien kilos y podía tumbar un tabique de una colleja mal dada.

 

    “Tumbar un tabique de una colleja…” pensó. ¡Claro! ¡Ya tenía la solución, ya la tenía!

 

 

 

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    El local donde Peter se encontraba estaba bastante tranquilo. El espectáculo de luchas y baile no empezaría al menos hasta las nueve, y hasta ese momento, funcionaba sólo como bar. Pidió una cerveza y preguntó si podía hablar con el dueño, que tenía algo que proponerle. La joven de la barra, una centaurii de piel negra azulada, cabellos negros y labios morados, le pidió que esperara y se alejó de él. Cuando volvió, con su cerveza, le señaló una puerta lateral. Antes de entrar, un matón de piel de piedra le cacheó con gesto aburrido, cosa que no le extrañó; si aquél piel de piedra iba a estar cerca del jefe, olería el peligro varios minutos antes de que sucediera, y pretender escapar de él o frenarle, sería casi imposible. De todos modos, el matón comprobó que no llevaba arma alguna y pasó con él.

 

    Sentado en una mesa, había un humano como Peter. Delgado, de rostro enjuto y ojos muy grandes, le miraba con desconfianza y habló antes de que él pudiera hacerlo.

 

    —Si quiere hablar con el jefe, tendrá que esperar - dijo -. O puede darme a mí el recado y yo se lo transmitiré.

 

    —No, sólo se lo diré a él en persona, pero no puedo esperar. Se trata de un negocio de millones, algo así no puede esperar a nadie.

 

    El secretario sonrió, incrédulo, pero esta vez fue Peter quien habló antes:
    —¿Le parezco uno de esos desesperados de la vida que van prometiendo “negocios millonarios” y que sólo quieren sacar un chute de minx, o un revolcón? A mí no me importa ofrecer mi producto a tu jefe o a cualquier otro; yo tengo mi porvenir resuelto incluso si no lo vendo. Pero ni quiero renunciar a algo tan bueno, ni pienso soportar que me hagan esperar para ello. O me anuncias ahora mismo, o me voy. Pero te lo advierto: cuando lo que traigo salte, y cuando tu jefe se esté mordiendo los dedos de envidia porque es otro quien lo explota y no él, me aseguraré de que se entere de que tú lo sabías todo… y no quisiste dejarme pasar.

 

   La sonrisa de Peter podría haberla emitido un niño estudioso que llegase a casa con todo sobresalientes en las notas y le recordase a su padre la prometida bicicleta. El secretario vaciló. No, realmente Peter no parecía ningún chalado que viniese a timar a nadie. Se volvió de espaldas y activó un cono de silencio. El timbre interior tuvo que sonar dos veces hasta que su jefe contestó:

 

    —Ziet, creí haber dicho que durante esta hora estaría descansando y que NO quería que me pasaran ningún recado. - su voz, a la vez grave y nasal, delataba lo mucho que le fastidiaba la interrupción.

 

    —Sí, señor Und´Thea; lo sé, señor Und´Thea, pero hay un hombre aquí que dice que puede hacerle ganar millones de créditos y que no si no aceptamos, se irá a buscar otro local donde quieran ganar ese dinero…

 

   Un largo silencio, y su jefe habló de nuevo:

 

    —Y seguro que te dijo que, cuando ese negocio tan fabuloso dé resultado y yo esté rabiando de envidia, se aseguraría de que yo me enterase de que tú lo sabías y preferiste no molestarme, ¿verdad?

 

    —...Sí; sí, señor - admitió el secretario. No sabía cómo, pero Akdannaian Und´Thea tenía el feo vicio de adivinar casi siempre lo que sucedía. Enseguida continuó -. Pero de todos modos, este tipo no parece un cantamañanas. No es ningún borracho ni nadie así, ¡es piloto comercial!

 

    Otro largo silencio. Su jefe sabía, como todo el mundo, que los pilotos comerciales eran gente que llevaba una vida cómoda y ganaba muchísimo dinero. La mayoría de ellos provenía de familias muy ricas; aún los que tenían vicios caros o mantenían amantes no solían recurrir a proponer “negocios millonarios” en un club de lucha y strip-tease. Cuando menos, era curioso.

 

    —Dame dos minutos y dile que pase. - contestó Und´Thea y cortó. Ziet desactivó el silencio y le pidió a Peter que esperase dos minutos. Éste asintió. Segundos después, una joven humana, con señales de moratones en los brazos y el cuello, salió del despacho casi corriendo. Se sujetaba con las manos pedazos de tela de un vestido hecho jirones e iba llorando, pero Peter no la miró a los ojos, se limitó a entrar caminando bien derecho. La puerta se cerró tras él.
    En un principio, lo único que vio Peter fue una nube de humo espeso que llegaba desde detrás del gran sillón, de modo que parecía que el asiento era quien estaba fumando. Enseguida oyó una voz proveniente del mismo, al propio tiempo nasal y grave.

 

    —Me has interrumpido mi descanso, hijo - una nueva bocanada de humo, y un gran puro negro, sujeto por dedos azules, asomó por un lado del sillón. -. Y todo porque mi secretario dice que tienes un negocio de millones para mí. A él puedes hacerle creer que es cierto, pero a mí vas a tener que explicármelo un poquito mejor. ¿Tienes idea de cuántos vienen aquí a proponerme supuestos “negocios millonarios”?

 

    —La diferencia es que el mío, sí es fiable. - dijo Peter. El sillón giró sobre sí mismo, y Peter no pudo evitar un estremecimiento, que a Und´Thea le divirtió. Peter conocía a los lilius de piel azulada, la raza más hermosa y amable del Universo. Adoradores de una diosa sin nombre que promulgaba el amor por encima de todo y, en base a esa idea, para ellos el sexo era una manera de rezar y aceptaban de buen grado el cruce con cualquier raza del Universo. Pero sus mestizajes, a veces, ya no salían ni tan hermosos, ni tan amables.

 

   Akdannaian tenía la piel azul, los ojos violetas, y las antenas psíquicas de su madre lilius, pero tenía el semblante duro y despiadado de su padre ruzani. De su sonrisa salían colmillos que casi le sobrepasaban el labio inferior. No llevaba camisa, y se veía que en sus hombros crecían cerdas negras, afiladas como púas. En la coronilla de su calva cabeza y (esto Peter ya no lo veía) hasta el final de la espalda, había una hilera de aristas de hueso de un color gris verdoso.

 

    —Lo de que sea o no fiable, no serás tú quien lo decida. Hijo - repitió Und´Thea, divertido. Le encantaba que la gente se asustase de su apariencia. Cuando no tienes gran cosa que agradecerle a tu padre aparte de una gota de su esperma, es un detalle que, al menos, te haya dado armas para causar asco y miedo. -. Siéntate, y cuéntame en qué consiste tu idea de “negocio millonario”.

 

    Peter no podía dejar de mirarle. Nunca había visto a nadie tan feo. Había visto a hombres y mujeres ruzani, quienes tenían colmillos más largos, eran mucho más cargados de hombros, tenían pequeños ojos porcinos y piel salpicada de manchas parduscas y afiladas cerdas, y no le parecieron tan llamativos como la criatura que tenía delante. Era la mezcla la que le hacía tan desagradable, pensó. Los ruzani eran armoniosos en su aspecto, porque sus rasgos eran uniformes; aunque fueran feos y recordasen a jabalíes con aspecto humanoide, sus rostros ofrecían una… “pauta de fealdad”, digamos, que el cerebro podía seguir. Pero esa pauta no aparecía en el rostro de Akdannaian. Tenía unos hermosos ojos violetas y una nariz recta en un rostro coronado por aristas de hueso. Una preciosa piel azulada y unos brazos fibrados de cuyos hombros salían púas negras largas como lapiceros. Una sonrisa humana con los colmillos de un cerdo. Todo él era un capricho genético, algo que gritaba a los cuatro vientos la suerte que tenías sólo porque tu madre y tu padre fueran de un sitio en concreto. Peter logró sentarse, y casi lo lamentó. Su silla era más baja que la de su interlocutor y Und´Thea producía aún mayor impresión. Éste se dedicó a expulsar nubes de humo de su puro durante algunos minutos, hasta que Peter se dio cuenta de que tenía que hablarle y pareció despertar.

 

    —Se trata de un luchador. Quiero venderle a un luchador estupendo - Akdannaian hizo un mohín de fastidio con los labios, y Peter insistió -. ¡No se trata de un hombre cualquiera! Ya fue boxeador hace tiempo, sabe pelear. Y también fue portero de discoteca, impone respeto sólo con verle, y sabe cómo hacerse con un enemigo. Mide más de dos metros, y…

 

    —Hijo, tengo ya seis luchadores fijos, no necesito otro más. Si ese es todo tu negocio, ya puedes marcharte a ofrecérselo a otro.

 

    —Señor Und´Thea, cuando vea a éste, se dará cuenta de que es mucho mejor que los otros seis juntos, ¡podría vencer a los seis juntos! - el dueño le miró con incredulidad - De veras. Yo le he visto luchar, es una máquina de matar, una bestia. Ahora mismo las luchas son de uno contra uno, ¡póngale a luchar contra dos hombres, y los vencerá! Ganará todos los combates, se lo garantizo.

 

    Akdannaian le miró, pensativo, y se inclinó sobre el escritorio para mirar más de cerca a Peter. Éste tragó saliva.

 

    —Y… si es tan bueno como dices, ¿por qué no le explotas tú mismo?

 

    —Yo soy piloto comercial, no puedo hacerlo. Y además, él necesita a alguien con experiencia, como usted, que pueda lanzarle. Júpiter sabe que ust…

 

    —¿Júpiter, el del Leche y Miel? - preguntó el dueño. Peter no había caído en que pudiera conocerle, y se maldijo porque se le hubiera escapado el nombre, ¡qué estúpido! Un hombre como Akdannaian, sin duda tendría un montón de amantes y frecuentaría los hoteles del amor. - ¿Desde cuándo ese hombre quiere venderse como luchador? Hasta donde sé, está muy a gusto haciendo chapuzas en el taller. Si se trata de él, ¿por qué no ha venido él mismo? Me conoce de vista, sabe bien quién soy - Peter vio que las antenas empáticas de Und´Thea se estiraban levemente. Le estaba sondeando, sabría si mentía o no. -. Tú… No quieres venderme a ése hombre. Quieres librarte de ese hombre, ¿no es así?

 

    —Señor Und´Thea, yo… e-es cierto que me sería muy útil que desapareciera, pero aún así, como luchador…

 

    —Y has pensado que podías tomarme el pelo, haciéndome creer que querías vendérmelo, y así librarte de él y que además te pague por ello. - el mestizo se puso en pie, apoyando los nudillos sobre la mesa, e inclinándose más sobre Peter.

 

    —Señor Und´Thea, por favor, no vaya a pensar que yo… - Peter se hundía más y más en el asiento.

 

    —El señor Und´Thea no es estúpido, hijo. Y no le gusta que pretendan tomarle por ello. - Peter pensó por primera vez que no había sido buena idea, que no saldría vivo de allí. Lentamente, pero con la lentitud engañosa de la lava, unos bultos se hincharon en la espalda de Akdannaian y se deslizaron hacia sus costados. Movió los hombros hacia arriba, en un gesto casi de dolor, y la boca de Peter se abrió de la sorpresa. Aquello sí que no lo esperaba. Los bultos de los costados crecieron y se desdoblaron en otros dos pares de brazos. La sonrisa del dueño del local era cruel. Le regocijaba ver la sorpresa y el pánico en los ojos de Peter. Éste parecía a punto de pedir piedad, parecía que no se arrodillaba a hacerlo sólo porque sus manos estaban acalambradas en los lados de la silla.

 

    —Yo… es… ¡es cierto, es cierto! - se derrotó Peter - ¡Lo admito, quería que me librase de él, pero aún así es un luchador estupendo! ¡Ganará millones, se lo garantizo! ¡Fue boxeador y sabe pelear, en eso no le he mentido! ¡Sólo hay que borrarle la memoria y ya está, y yo tengo suero del olvido, no hace falta que me pague nada, sólo que le secuestre y le pongan el suero, lo juro! ¡Lo juro!

 

    —Ahora empezamos a entendernos - rió Und´Thea, y se incorporó, separando así su cara de la de Peter, para gran alivio de éste, aunque no ocultó sus brazos. Éstos parecían moverse de forma independiente cada par. Los más bajos metieron las manos en los bolsillos del pantalón, los intermedios se cruzaron sobre el pecho, y con los más altos siguió la conversación -. Entonces, tú te encargarás de alejar a ese hombre del Leche y Miel. No quiero que esté cerca y que alguien nos vea. Mis hombres se encargarán de inmovilizarlo y secuestrarlo, le borraremos la memoria, y, si realmente es tan buen luchador como dices, cuando me haga ganar el primer millón, te daré el cinco por ciento - ¿¡El cinco por ciento?! Peter quiso protestar, pero Akdannaian se inclinó de nuevo sobre el escritorio, su segundo par de manos se quedó a centímetros del cuello de Peter. -. ESE es el trato. Te recuerdo que te estoy haciendo un favor al librarte de ese hombre, no sólo no debería pagarte nada, sino que aún debería cobrarte.

 

    —Co… conforme, pero, ¿cuando gane el primer millón? - la voz de Peter era suplicante, temerosa, y Und´Thea le apretó juguetonamente la barbilla con una mano y le dio un suave cachetito con otra; Peter ya estaba mareado de intentar mirarle todas las manos al mismo tiempo y no sabría decir qué mano había hecho cada cosa, ni con cuáles estaba encendiendo el puro de nuevo.

 

    —Eso es una garantía para mí, hijo - sonrió -. Si te prometo cualquier dinero y resulta que tu maravilloso luchador es un paquete, tendré que darte una cantidad, por pequeña que sea, sin haber obtenido prácticamente nada y después de haberte librado de él. Si, en cambio, esperamos a que tu negocio dé una cantidad respetable de beneficios, sabré que me dices la verdad. Y a partir de ese primer millón, en función de mi satisfacción, renegociaremos el acuerdo.

 

   Peter sabía que era lo mejor que iba a conseguir. Y al fin y al cabo, él tampoco necesitaba el dinero, ¡cuando Jupi desapareciese, él tendría el campo libre con Tupami y al fin podría heredar a su tío; sería multimillonario! ¿Qué más daba si Akdannaian no pagaba hasta el primer millón? Con que le librase de Júpiter, ya bastaba. Asintió. Y se sintió como un tonto cuando tendió la mano para estrechar la de Und´Thea, pero éste sonrió y le tendió las tres manos del lado derecho; con la primera le devolvió el apretón, con la segunda le estrechó la mano con tal fuerza que le hizo crujir los nudillos, y con la tercera fingió ir a estrechársela y en el último momento le pellizcó la mejilla con una sonrisa burlona. Una de las manos izquierdas apretó un botón de la consola escritorio.

 

    —Ziet, traedme a esa estúpida de vuelta, dejó algo a medias y quiero que lo termine. Ahora. - Dedicó a Peter una última mirada para decirle que ya podía marcharse. Éste se dirigió a la puerta y vió entrar al piel de piedra con la joven que antes abandonase el despacho. La mujer tenía todo el maquillaje corrido de llorar y se debatía inútilmente entre los brazos del gorila. Al pasar junto a ellos, la mujer le suplicó que la ayudara, pero Peter emitió una sonrisilla de apuro y murmuró lo mucho que lo sentía. No estaba tan loco como para enfrentarse a Und´Thea y a un piel de piedra por una prostituta a la que no conocía de nada.

 

    El gorila lanzó a la chica al despacho como quien arroja un fardo de ropa sucia, y salió junto con Peter, ignorando los gritos de ella. Tampoco Peter hizo caso a los mismos, ni al ruido de bofetones y llanto que se oyó a través de la puerta, pero no pudo evitar preguntarse, ¿cómo sería recibir un bofetón de alguien que tiene tres pares de manos para propinarlos?

 

 

    

 

    En otro tiempo, en otro lugar, y en otro planeta…

 

    —En nuestra casa hubo problemas desde que nacimos mi hermano y yo. – dijo Malaquías en voz baja. Él y Gertrudis habían ido a un café, no muy lejos de donde aquél se alojaba. A pesar de que era temprano, fuera ya había anochecido del todo, hacía frío y el calor del local era muy agradable. Malaquías parecía necesitado de confiarse a alguien, y Trudy, sentada frente a él, le escuchaba con toda su simpatía.

 

    —Éramos ya cuatro hermanos, y nuestra familia es obrera, nuestros padres no precisaban más hijos, y para postre, dos juntos. Jerónimo, que es el mayor de todos, tenía casi nueve años cuando nacimos nosotros, y al ser el mayor, nuestros padres siempre han cargado mucha responsabilidad en él - Mala suspiró y siguió hablando, pero bajó un poco la voz, como avergonzado. Trudy se inclinó ligeramente hacia él para que pudiera hablar tan bajo como quisiera -. Zaca dice que es un maltratador, pero yo creo que simplemente le tocó hacer de segundo padre a una edad en la que nadie puede estar preparado para ello. Nuestro padre se pasaba el día en la mina, y en su ausencia, Jero era palabra y ley en casa. Y eso incluía también dar una torta cuando hacía falta. Nosotros éramos unos niños y no entendíamos que un hermano nuestro nos tratase así, cuando nuestros propios padres no lo hacían, pero como nadie le reprochaba que soltase la mano, sino que todo el mundo le admiraba por lo estudioso y trabajador que era… Admito que yo le tenía miedo. Pero Zacarías le odiaba. Se hicieron muchas pirulas el uno al otro, pero aunque Zaca era más listo, Jero era más grande. El final, siempre era el mismo: Zaca recibiendo un bofetón. Raro era el día que no se llevaba uno.

 

    Gertrudis ya sabía, y antes de saberlo había supuesto, que la infancia de su jefe no había sido una película de Disney, pero tampoco había esperado que hubiese sido un trocito de niñez entre hostia y hostia.

 

    —Cuando Jero se casó, pretendió llevar a su mujer y a su hijo de la misma manera que nos había llevado en casa a nosotros. Claro está, su mujer aguantó poco tiempo. Luego se marchó y se llevó al niño que habían tenido, nuestro sobrino Jerónimo, al que le decíamos Nim – Gertrudis asintió, y Mala siguió contando –. Jero fue a buscarla casa de sus padres y la obligó a volver. Entonces, no era como ahora, que una mujer puede denunciar y tiene medios… entonces, era casi normal que un hombre zurrara a su mujer de vez en cuando y más si ella se había llevado a un hijo. El caso es que ella no tenía dónde ir, ni tenía estudios, ni tenía nada. Sólo tenía la casa de sus padres y allí la encontraba siempre. Teniendo el niño cerca de diez años, la mujer dijo que no podía más y habló con nosotros. Nos dijo que Jero sólo aceptaba el divorcio si le cedía al niño, y que ella tenía miedo de dejarlo con él. Nos comprometimos a protegerle, y ella pudo irse. Y desde entonces, el pequeño Nim vivía casi más con mi hermano Zacarías y conmigo que con su padre. Nuestro hermano trabajaba ahora en la mina y volvía tarde y bebido; no le apetecía ocuparse de un chiquillo.

 

     —¿Y dejó a la madre que viese al niño? – preguntó Trudy, con cierta angustia.

 

   —Oficialmente no. Pero nosotros nos ocupamos de que sí. Ella venía todas las tardes, mientras nuestro hermano trabajaba, y así estaba con él. El pobre niño le pidió que le llevase con ella muchas veces, pero no se podía; en cualquier momento podía Jerónimo llamar o presentarse sin avisar, y… A mí una vez me puso un ojo morado por intentar que no la pegase más a ella – se quedó pensativo un momento, negando con la cabeza. Suspiró. Gertrudis tenía muchas ganas de tomarle de la mano, pero se contuvo. El hombre pareció despertar y continuó –. También hay que entender a nuestro hermano. Era estudioso, todo el mundo le decía que llegaría lejos, que era un chico de mucho potencial, de mucho porvenir, que podía conseguir lo que quisiera… y no pudo ni acabar el bachillerato, nuestro padre le puso a trabajar en la mina, quisiera o no quisiera, porque hacía falta más dinero en casa. En buena parte, por culpa de Zaca y mía, sin nosotros la cosa hubiera sido distinta. Jerónimo quería estudiar y no pudo hacerlo. Eso le reconcomía, y no pocas veces nos lo echaba en cara.

 

Malaquías negó con la cabeza, apenado. Trudy le dedicó una sonrisa triste.

 

—Malaquías, usted… ni usted ni su hermano tuvieron la culpa de nacer. No pidieron venir al mundo. Sin duda su hermano debió de sentirse muy frustrado, pero no fue justo al echarle la culpa a usted y a Zacarías. – Mala hizo un gesto vago encogiendo ligeramente un hombro. Como si pensase que el razonamiento de Trudy era correcto, pero que eso no le quitaba a él la sensación de culpabilidad. - ¿Qué pasó con el niño?

 

—Sí, Nim – continuó - El caso es que el chico creció y, contra la voluntad de su padre, lo trajimos aquí con nosotros. Zaca había abierto un club nocturno en el pueblo, iba bien, pero quería venirse a Madrid, decía que era aquí donde se hacía dinero, de modo que encontró un local, traspasó su negocio y pidió un pequeño crédito para reformar el local aquí, se instaló, y tuvo razón: nos fue aún mejor. Nim tenía por entonces quince años, y Zaca empezó a decir que aquí los institutos eran mejores, y entre todos los de la familia convencimos a su padre para que le dejara vivir con nosotros. No cedió de buena gana, ya entonces decía que su hijo no tenía por qué estudiar más… pero entre todos lo conseguimos. Nim vivió con nosotros y le mandamos al mejor instituto que podíamos pagar.

 

    La sonrisa de Trudy deshizo el corazón de Mala. Ella sabía que su jefe disponía de dinero y era generoso, casi tirando a derrochador, pero no le imaginaba pagándole estudios a su sobrino. Era más fácil imaginarle malcriándole. Malaquías, leyéndole la mirada, asintió.

 

     —Sí. No le gusta presumir de ello, pero quiere muchísimo al chico. Es la única persona por quien mi hermano se privaría de algo, por quien es capaz aún de ayudar a Jero - se llevó dos dedos a los labios y se quedó pensativo un segundo, pero enseguida tomó otro sorbo de su café y siguió contando -. El caso es que Nim terminó el bachillerato de excelencia, y llegó la hora de ir a la universidad, y nosotros insistimos en que fuera, pero su padre se negó. Él no quería que fuera, decía que tenía que ir a currar a la mina, como su padre y su abuelo, que los estudios no venían bien a nadie y que le darían manías de grandeza, dijo. En realidad, me da vergüenza decirlo, pero no eran más que celos. Jerónimo pensaba que si él no había tenido derecho a estudiar, entonces su hijo tampoco lo iba a tener. Así lo dijo una noche que el vino le soltó la lengua, “mi hijo no va a ser más que su padre”. Pero nosotros sabíamos que el chico era bueno para estudiar, y ya era mayor de edad, así que le pagamos la carrera sin hablarlo más. Hizo el primer curso de Filosofía, con unas notas estupendas. Y después, a mitad del segundo año, desapareció.

 

     —¿Cómo… que desapareció? - Preguntó ella, y Malaquías pareció hacer acopio de fuerzas para seguir hablando.

 

    —No sabemos qué sucedió. Se esfumó sin dejar rastro. Nos dijo que había conocido a una chica, que el padre de ella no lo veía bien, y no supimos más. Creemos que se fugaron juntos, y a ella la buscó medio país… El caso Blasa Castro, ¿lo recuerda?

 

    —¿Ella? – se asombró Trudy. Blasa Castro había sido un fenómeno mediático por su desaparición, como en su día lo fue la niña Madeleine. Y el resultado había sido el mismo: nunca más se supo. Nunca se le hubiera ocurrido imaginar que su jefe hubiera podido tener relación el chico que, presuntamente, secuestró a la joven.

 

    —Sí, ella. De eso hace ya seis años. Seis años sin una señal. No hemos tenido noticias nunca. Bueno, miento, el primer año, su madre recibió un ramo de flores por su cumpleaños. Sin tarjeta ni remitente, desde una floristería de la ciudad, pero encargadas por Interflora. La policía siguió el rastro por un par de ciudades, pero la información saltó a la prensa, y ya no supimos más, ni volvió a llegarnos nada - Malaquías emitió un suspiro que se rompió a la mitad. Intentó contener el sollozo, y Gertrudis le tomó la mano. Él las apretó entre las suyas y, agachando la cara, las llevó a su frente. -. Su madre está desesperada. Mi hermano no nos habla. Y no hay día que yo no piense que esto es culpa nuestra, de Zaca y mía, por traer al chico a Madrid a estudiar.

 

    Gertrudis acarició la cara de Mala con las manos y se levantó para sentarse a su lado. Notó cómo él se contenía para no abrazarla, y ella misma le rodeó con un brazo. Con la mano izquierda le tomó nuevamente las manos, de dedos largos y delgados, vacías de anillos, a diferencia de las de su jefe, que solía llevar tres o cuatro en cada una.  

 

    —Ha debido ser muy duro para ustedes. Para ti - recalcó, pasando a tutearle.- . Pero tú no tienes la culpa, Malaquías. Tú y tu hermano hicisteis lo que creísteis mejor para ese chico. Queríais darle estudios, un porvenir mejor. Nadie te puede decir que eso es malo.

 

    Los ojos de Malaquías estaban llenos de tristeza, de un pesar acumulado por la culpa durante años.

 

    —No puedo hablar de esto con nadie, Trudy. Con nadie. Me gustaría tener la fortaleza, los, con perdón, los cojones que tuvo mi hermano de romper con todos, pero yo no puedo. Cuando pasó lo de Nim me volví allí para estar con todos, con mamá, con nuestro hermano. Y casi me echaron a patadas - parpadeó con rapidez, en un intento de secar las lágrimas que querían escapársele -. Zacarías me dijo que me lo tenía bien ganado, que era un idiota sensiblero, que en nuestra casa eran todos unos egoístas que estaban esperando la mínima para echarnos en cara hasta que viviéramos. Aún así, yo me quedé. Sabía que me necesitaban, y me quedé. No es que me lo hayan agradecido, ni yo lo espero, pero he podido hacer algo por ellos, y eso es lo único que yo deseo - suspiró y la miró a los ojos con fijeza - . Pero estoy solo. Muy solo. Al insistir en que Nim estudiara, perdí a mi familia en el pueblo, y al volver allí con ellos, perdí a mi hermano en Madrid. Me paso días enteros sin hablar con nadie, sólo pensando y dándole vueltas a la cabeza… pensando en que quizá yo también fui egoísta, que no hice estudiar al chico sólo por él, sino por darle en los morros a Jero, por fastidiarle y darle donde más le dolía, por quitarle a su hijo. Pensando en dónde estará, si al menos seguirá vivo, si le veré otra vez algún día. Pensando en la familia de esa pobre chica, tan desesperados como yo. Pensando en su madre, que habla como si fuese a venir de un momento a otro, y en su padre, que es alcohólico y habla de él como si ya hubiese muerto. Pensando y pensando, y…

 

   Gertrudis le abrazó, fuerte, y escuchó el sollozo en su hombro. Notó la frente de Mala apoyada en él, y sus manos en su espalda, y la joven le acunó contra ella y le dejó llorar. ¿Llevaría también su jefe tanto dolor dentro? ¿Usaba quizás el sexo y el tabaco para evitar la obsesión, como le sucedía a su hermano gemelo? No es que le pesase haberle dado calabazas tantas veces, ella no era ninguna concubina para aliviar a nadie por compasión, pero sí que se sentía un poco mal por haberle juzgado tan superficialmente como a un pervertido, sin más. Sin pararse a pensar que quizá no era así por gusto, sino que tenía una pesadumbre oculta a la que no deseaba enfrentarse y la tapaba como podía. Deseó habérselo preguntado alguna vez, pero, ¿cómo le pregunta una algo así a alguien, y más a su jefe?

 

   El hombre respiraba ya casi con normalidad, pero no deseaba apartarse del pecho de Trudy. No recordaba la última vez que nadie le abrazó así, ni le escuchó como ella lo hacía. Ojalá fuese tan fácil, ojalá fuese siempre así de fácil, pero a él no le resultaba sencillo confiarse a nadie. Qué bien olía ella. El olor delicado y dulce del perfume que conocía tan bien, Larmes de bonbon, pero debajo del perfume había otro olor, el olor cálido y afrutado que ella desprendía, suave, casi inapreciable, como el del té blanco, pero ahí estaba. Qué antojo, qué feroz deseo de oler con los ojos cerrados todo su cuerpo, de lamerla de pies a cabeza, saborearla como un dulce y llevarse para siempre su olor en la piel, en la nariz, en la lengua… seguro que después podría evocar su sabor y su aroma chasqueando la lengua en el paladar, sentir la suavidad de su piel en la punta de la lengua. Se dio cuenta de que se estaba animando demasiado, e intentó contenerse. Alzó la cara, no sin antes llenarse los pulmones una última vez.

 

    —Necesitaba mucho hablar - sonrió, y ella asintió y le dio un pañuelito para sonarse. Cuando lo hizo, al tomar aire, le dieron ganas de comerse la prenda, tan bien olía, pero se lo devolvió - . Gracias. Le… Te parecerá una tontería, pero me ha hecho un gran bien soltarlo todo.

 

    —Malaquías, voy a decirte algo que quizá no te va a gustar - Gertrudis hablaba despacio, sabiendo que iba a hacer algo que nadie le había pedido como era aconsejar, pero sintiendo que era su amistad hacia aquél hombre lo que la guiaba. -, pero que deberías pensar antes de desecharlo.

 

    —Dime, por favor.

 

    —Creo que deberías ser un poco más egoísta - Mala la miró con extrañeza, y ella continuó -. Deberías pensar un poco más en ti mismo. No quiero juzgar a tu familia, y entenderé si me dices que me calle, pero… No está bien, no está bien que te traten así, ni que tú te dejes maltratar de esa manera, ni tampoco que tú te hagas tanto daño. Sé que te sientes culpable de lo sucedido, pero puedes creerme, no fue culpa tuya, y no está bien que te tortures así - cogió nuevamente las manos de Mala entre las suyas -. No es justo que seas el puntal de toda tu familia, que te usen de saco de boxeo emocional, pero es menos justo aún que tú lo aceptes en una especie de expiación. Yo no… no quiero que lo hagas.

 

    Malaquías la miró. El corazón le dio un vuelco y estuvo a punto de pedirle perdón, pero se contuvo a tiempo. La joven le acarició la cara y le sonrió con ternura. El hombre no podía creer la simpatía, el cariño que veía en sus ojos. Pero menos se lo creyó aún cuando ella le atrajo hacia sí, todo suavidad, y le besó los labios en una caricia llena de mimo. Era un beso puro, un beso de amiga, pero a él le colmó el corazón de tal manera que se sintió flotar. Le parecía de veras que si echaba a andar, daría pasos de siete leguas, como el ogro de Pulgarcito. Aquello era serio y lo sabía demasiado bien, pero ahora ya era muy tarde para echarse atrás.

 

    —Trudy, eres un cielo. Eres… mi hermano siempre me dice lo mismo que tú, él quería que volviese aquí con él porque no quería ver cómo me maltrataban allí. Y decía que no podía tenerme con él, porque no podía ver cómo me maltrataba yo mismo - Malaquías quedó pensativo unos momentos. -. Me decía que también le hacía daño a él, y yo no lo entendía, no lo he entendido hasta ahora. Tú me lo has hecho entender. Yo… no quiero seguir haciendo daño a las personas que más han demostrado quererme, Trudy. Mi hermano y tú. Creo que es mejor que no regrese a Galicia. Al menos de momento, me quedaré en casa de mi hermano.

 

    —¡Mala! ¡No sabes lo feliz que me haces! - sonrió ella - ¡Y seguro que a Zafi también, os vendrá de maravilla estar juntos!
 
    Le abrazó brevemente y le sonrió. Mala tenía una gran sonrisa, como si se hubiera quitado un gran peso de encima, como si le hubieran dado un gran regalo.

 

    —Creo que esto te vendrá muy bien, de verdad - siguió diciendo ella, ya de camino al hotel donde él se había alojado aquéllos días. -. Te conviene pensar en tu propio bienestar, en tu… ¿a qué te dedicas, por cierto?

 

    —Soy contable. Antes, yo era el secretario de mi hermano - sonrió -. Pero no temas, no te quitaré tu puesto. En Galicia estaba contratado en una tienda de mermeladas artesanas y dulces caseros; veré si hablo con el dueño y podemos poner una sucursal en Madrid, sé que quería hacerlo pero no tenía a quién recurrir aquí. Y si no, me buscaré un empleo cerca de casa de Zaca. Mañana mismo dejaré el hotel. ¿Quieres subir a ver qué habitación tenía?

 

   Gertrudis le miró, pero no vio en el rostro de Malaquías la menor insinuación. Hablaba con absoluta sinceridad, sin ningún doble sentido. No pretendía… nada. Y eso, sin duda porque era lo absoluto opuesto a lo que estaba acostumbrada, le hizo tener ganas de seducirle. Más que de seducirle, de violarle. Por un instante fantaseó con la idea de subir a aquélla habitación, tomarle de la corbata, tumbarle en la cama y hacerle el amor mientras él emitía débiles protestas, aunque terminaba dejándose llevar, y se mordió el labio de excitación. Por un lado, sería magnífico, y seguro que a él le encantaba. Por otro, Malaquías no se merecía que le tratasen como… como Zacarías la hubiera tratado a ella de haber cedido: como a una mera diversión. Si no era justo en un sentido, tampoco lo era en el otro.

 

    —Mala, he de serte sincera - admitió, titubeante, con una sonrisa algo turbada -. Después de lo que hemos compartido, me siento muy sensible. Si ahora mismo subo a tu habitación, a la habitación de un hotel por horas para parejas, SÉ que voy a intentar algo contigo… y no es que no quiera, pero eres un hombre tan sensible, que no quiero ponerte en esa situación, tú… Tú ya has pasado bastante, has sufrido bastante. No quiero que te despiertes mañana pensando que estamos enamorados y que para mí haya sido sólo un colchonazo, y que sufras también por causa mía.

 

   Malaquías estaba colorado como un tomate, respiraba a golpes.

 

    —Cuando hagamos el amor - “ha dicho “cuando”, no ha dicho “si”, ha dicho “cuando, ¡cuando!”, pensó él - quiero que sea porque lo queramos los dos y estemos seguros los dos. Yo sé lo incómodo y violento que es que alguien quiera contigo sexo sólo por sexo y nada más, y no voy a hacértelo pasar a ti. Te respeto.

 

    —Eso es lo más bonito que me han dicho nunca - contestó. Pobrecito Mala, qué emocionado estaba, ¡apenas podía hablar, si parecía que se iba a echar a llorar de nuevo! -. Tienes razón, es mejor que los dos estemos seguros. Aunque, si no te lo tomas a mal, te diré… - sonrió, vergonzoso - hay una parte de mi conciencia que te diría “¡por favor, no hace falta que me respetes, date el capricho, yo me sacrifico, de veras!”

 

   Ambos rieron. Trudy tomó un taxi para que la acercase a casa y Mala permaneció en la acera con ella hasta que se alejó. Gertrudis se sentía muy rara, le parecía que se sentía feliz, y al mismo tiempo culpable. Sentía un gran cariño crecer en su interior, y a la vez le parecía como si estuviese siéndole infiel a su jefe. “Cuando se entere de que le he abrazado y besado, de que hubiese estado a punto, no ya de aceptar tener sexo con él, ¡sino de llevármelo yo misma a la cama!, buf… no quiero ni pensar cómo se va a poner. Ahí sí que es capaz de llorar. Sólo espero que no discutan por culpa mía”, iba pensando de camino a casa.

 

    —¿Ya nos deja, señor Figuerez? - el encargado del hotel donde se alojaba, no contaba con frecuencia con clientes que pagasen la noche entera, pero menos aún que se quedasen la semana larga que llevaba él allí. Asintió y, mientras le preparaban la cuenta, pensó que en su vida había cometido muchos errores y había hecho el gilipollas miles de veces. Pero quizá esta fuera la peor de su vida. Y sin embargo, no iba a detenerse. Había pensado que esto durase sólo unos días y después desaparecer, pero si Trudy le tenía este cariño, sencillamente no podía, se tenía que quedar. Como fuese.

 

 

 

                                                                     ************

 

 

    La joven, con el vestido hecho jirones y medio desnuda, se volvió hacia Und´Thea, que la miraba con una sonrisa cínica. Ella tomó aire y también sonrió. El mestizo le ofreció las manos (todas) y la ayudó a alzarse del suelo, aprovechando de paso para acariciar su piel, que empezó a cambiar paulatinamente de color, hasta tomar un intenso tono rosado, casi fucsia. También las facciones de su rostro y el color de sus cabellos cambiaron, sus ojos eran ahora más almendrados y de un bonito color rojizo brillante, su nariz más respingona y pequeña, y su cabello era morado.

 

    —¿Lo hice bien, Danna? - preguntó, y Akdannaian la besó.

 

    —Muy bien, como siempre. ¿Qué has averiguado de ese idiota? - se sentaron juntos en el sofá del despacho, Und´Thea tenía tres de sus brazos en torno a ella, en hombros, cintura y nalgas.

 

    —Sobre todo que no me gusta. No me gusta nada - admitió la phisix. Los phisix son una raza casi desconocida y sobre la que circulan multitud de leyendas. En su planeta de origen son ondas mentales y carecen de cuerpo, se reproducen de forma asexuada separando y alimentando una parte de sus propias ondas. Su planeta puede ser camuflado por ellos mismos con tanta eficacia, que en realidad nadie sabe dónde se encuentra. Sólo algunos oriundos de él lo han abandonado por diversos motivos, y la mayoría no revelan su identidad como procedentes del mismo, precisamente para protegerlo. De los phisix se dice que, fuera de su planeta, nadie sabe cómo son, pueden adoptar cualquier forma, animada o inanimada, que no existe manera de protegerse contra su intrusión en el pensamiento y que ésta ni siquiera es percibida, que pueden poseer a cualquier persona o animal, inculcarle ideas, pensamientos, sentimientos, y que pueden poseer inclusive los objetos y moverlos a su voluntad. En el caso de su amante, Und´Thea sabía que era verdad. -. Es un pijín niño bonito y está lleno de miedo y de ruindad.

 

    —Pero a mí me parece que ha dicho la verdad. Yo no he sentido que me mintiese - el mestizo, gracias a su parte materna, podía ver un principio de las emociones de Peter; si hubiese mentido, se habría delatado.

 

    —Oh, no, mentir, no te ha mentido. Pero no te ha dicho toda la verdad - sonrió ella, y le acarició la cara con un dedo, que él besó cuando lo puso al alcance de sus labios. -. Quiere deshacerse de ese hombre porque es su rival con una mujer, pero en realidad ni siquiera ama a esa mujer, lo que quiere es una herencia. Un pariente suyo le exige que se case con la mujer de Júpiter, o no hay herencia.

 

    —Júpiter es fuerte pero, ¿es tan buen luchador como él dice?

 

    —Él cree que sí. Tiene recuerdos de varias peleas, una contra tres hombres y salió victorioso sin dificultades. Y es verdad que fue boxeador y puerta de discoteca. Pero aún así, no me gusta, Danna. Júpiter es un buen hombre, y Tupami le quiere de verdad. Y ella siempre ha sido simpática con nosotros, no me gusta hacerle ésta faena. Me gustaría que dijeras que no.

 

    —Kairchik - así se llamaba su amante -, acércate un poco más - la joven se recostó sobre él y le abrazó las piernas con la suya -. Dime una cosa, ¿crees que hemos conseguido lo poco que tenemos, siendo simpáticos con la gente? Sólo piensa, ¿serías ahora mía si yo hubiera sido leal con alguien que fue amable conmigo? - Kairchik hizo un puchero, en broma, y sacudió la cabeza - Nena, tú sabes que si nos llevamos tan bien y estamos tan a gusto el uno con el otro, es precisamente porque sabemos cómo es el resto del mundo. La gente se entera de que puedes leer el pensamiento y dicen “oh, qué suerte, los demás no tienen secretos para ti”, y no se paran a pensar que en realidad, es una maldición, y tú lo sabes tan bien como yo.

 

    La joven asintió, con sus dedos haciendo cucamonas en el cuello y pecho de su amante. Sabía bien qué quería decir; hoy Júpiter y Tupami se querían, pero mañana empezarían a discutir, a no decir cosas que sentían, y a sí decir otras que no sentían, a mentir, a fingir, a callar, a aguantar… antes de poder darse cuenta, el amor se extinguiría por culpa de ellos mismos, y enseguida empezarían a engañarse y después a odiarse. Kairchik era una criatura muy sensible, le gustaba ver feliz a la gente y pensar que su felicidad era sincera y apoyada en causas nobles, pero apenas quedaban cerca de su radio de acción, veía cuán embusteros y arteros eran. Veía que su felicidad se basaba en provocar envidia a los demás, en fingimientos, en machacar a sus semejantes y anularles, o en mera presunción. No podía evitar verlo, de la misma manera que uno no puede evitar ver la cara de una persona, salvo que se arranque los ojos. En menor medida, a Und´Thea le sucedía lo mismo. Ambos sabían que la mayor parte de las personas eran despreciables e indignas de confianza. Su amor tampoco era digno de consideración salvo, quizá, el que dedicaban a sus hijos, y tampoco en todos los casos, así que, ¿qué importancia tenía romper ahora una pareja que de todos modos iba a romperse más tarde? Kairchik suspiró y asintió. Estaba conforme.

 

     “Te deseo, Kairchik”

 

   La “parte buena” de su condición, era que ambos leían el uno en el otro. Entre ellos, no existían malentendidos ni palabras mal dichas o mal entendidas; no había posibilidad de callarse nada, de tener secretos o de aceptar por educación cosas que en realidad no les agradaban: cada uno sabía en todo momento todo lo que pensaba el otro. Eso incluía también que Kairchik sabía que Und´Thea miraba con frecuencia el escote de ésta o aquélla, y él a su vez sabía que ella había fantaseado con éste o aquél, pero en ambos casos sabían que no se trataba de cosas que hubiera que tomar en serio. Y cuando se trataba de deseo, la cosa no se quedaba en una mera palabra; el uno y el otro podían ver con exactitud la intensidad de las ganas del otro.  

 

    La joven se sentó a horcajadas en el regazo de su compañero y le besó en medio de una sonrisa, mientras sentía el dulce calor, la caricia de todo el cuerpo de su amante debajo del suyo. Sentía la calidez a través de su piel, el deseo a través de su mente, la picardía a través de sus ojos, la lujuria a través de sus labios… y todo ello regado del placer de las caricias. Al ser una criatura mental, el tener un cuerpo y experimentar las mil sensaciones que éste podía procurarle, era algo que la sobrepasaba, pero de una manera muy agradable. Danna separó los labios y dejó que la lengua de Kairchik se paseara entre ellos y penetrase su boca dulcemente, mientras sus seis manos recorrían todo el cuerpo de su amante. Ella suspiró; se veía superada por las caricias de Und´Thea. Éste se rió en voz baja; de joven había tenido que ganarse la vida como luchador y una cosa debía admitir: podía ser antiestético y sacarlos dolía, pero en según qué situaciones, disponer de seis manos era jodidamente práctico.

 

    Kairchik sintió un par de manos acariciando con toda suavidad su cintura, otro par en su espalda… pero de éstas, una se deslizó hacia sus tetas y empezó a apretarlas. Se coló debajo del top que llevaba y soltó el cierre imán. Las tetas de la mujer se bambolearon fuera de la prenda, y Danna hundió la cara entre ellas. Kairchik dejó escapar una risa, y no necesito pedirlo, casi ni pensarlo: las manos de su amante ya estaban acariciándole los pezones, pellizcándolos y jugando con ellos.

 

    —Oooh… Oh, Danna… - gimió, mientras otro par de manos se colaba bajo su falda, hacía a un lado las bragas y empezaba a hacer caricias en su sexo, húmedo ya. La joven no podía acostumbrarse a los infinitos placeres de tener un cuerpo y que tu amante jugara con él, unas cuantas caricias la convertían en mantequilla fundida. Estuvo tentada de pedir piedad cuando notó dedos a la vez en su coño y su ano, y un violento calor emitido por la erección de su amante, aún bajo la ropa. Kairchik daba gracias porque la genética sólo hubiera afectado a los brazos de su compañero; si también tuviera dos o tres pollas, sería excesivo.

 

    Akdannaian se recostó más en el sofá para tumbar a Kairchik sobre él, y allí la joven perdió la cuenta. Su amante la atenazó del cuello para besarla sin parar mientras la acariciaba en sus zonas más sensibles, y ella no sabía ya con cuántas manos. Sólo notaba dulzor y placer, dedos tórridos que acariciaban su clítoris, la entrada sensible de su coñito y su agujero trasero, todo a la vez, en círculos deliciosos y húmedos, y todo ello mientras su lengua jugaba con la de él. Su respiración se aceleraba, quería contenerse, pero Danna, leyendo en su interior, sabía exactamente dónde y a qué ritmo tocar y frotar para que no lo consiguiera. Kairchik se debatía sin fuerzas sobre él, notando que el placer la atacaba con rapidez, ¡estaba tan sensible, le deseaba tanto y él la tocaba tan bien! El cosquilleo subía y aumentaba, y ella no era capaz de resistirse. Se dejó vencer y notó la maravillosa dulzura del placer jugar en su clítoris y su entrada, coquetear en su ano, y al fin desbordarse en una nube de picores cosquilleantes, de un hormigueo delicioso que la hacía estremecer y temblar sobre su amante, la recorría en olas de calor y la dejaba satisfecha. Haaaaaah…

 

   Sintió el hurgón ardiente que Danna tenía entre las piernas, palpitando contra ella, suplicando ser saciado también él. “Eres malo” pensó para él “Siempre quieres hacerme acabar primero, con lo que me gusta torturarte un poco a ti”. Und´Thea le frotó la nariz con la suya, en medio de una sonrisa infinita. Debajo del pensamiento consciente, él podía oírla pensar: “Eres tan generoso y atento conmigo, siempre quieres pensar primero en mi placer. Te adoro. Mira qué preciosos colmillos, oh, Diosa, podría iluminar todo el local con su sonrisa”. Mil sensaciones de calor y cariño le llegaban a través de su pecho desnudo, abrazada contra el de su amante, quien jadeaba de puro deseo. Al igual que ella no había conocido el contacto físico y se veía superada por la intensidad del placer amatorio, él no había conocido el cariño ni la admiración antes, y era la intensidad de los sentimientos la que le desarmaba por completo. “Fóllame, Kairchik” suplicó. De haber pronunciado las palabras, un tercero hubiera podido tomarlas por una orden, pero ella escuchaba sus pensamientos y sabía que eran una súplica. “Cabálgame ahora mismo, méteme dentro de ti, rápido, ¡rápido!”

 

   La mujer sonrió y no le hizo esperar, soltó el cierre del pantalón, le sacó la polla erecta y se dejó deslizar sobre ella. Hasta el fondo. El gemido que nació en el pecho de Und´Thea se convirtió en un rasgado grito de placer, por más que intentó contenerlo. Kairchik emitió una risa cantarina y le cabalgó como él le había pedido. Sus tetas botaron apenas un segundo, al siguiente su compañero ya las tenía en las manos, y a la vez la tenía agarrada por las nalgas y los muslos. Con fuerza. La apretaba y frotaba contra sí, mientras su amante le acariciaba el rostro con el dorso de los dedos, todo suavidad, todo ternura… ¡Diosa! ¡Era demasiado para él! ¡Las caderas de Kairchik se movían obscenamente alrededor de su polla, follándole sin compasión, pero a la vez él podía sentir todo el cariño que le brindaba, el inmenso amor que sentía por él! Ella lo exudaba a través de su piel y su mente como un denso perfume, le atacaba en oleadas de ternura que le hacían tener ganas de llorar de felicidad. ¡Era irresistible!

 

   Un violento empujón de caderas, y Kairchik apretó su cuerpo, le abrazó con el coño palpitante de gusto en un nuevo y rápido éxtasis, y Akdannaian apretó los dientes para no gritar, allí no quería hacerlo, ¡no quería que nadie pudiese oírle gritando de placeeeeeer…! Pero en su interior, sí lo hacía. Gritaba el nombre de su mujer. Su placer estallaba en su glande color violeta y le hacía sentir un cosquilleo dulcísimo y duradero, que le hacía tiritar y empujar otra vez cada pocos segundos, y sentir un nuevo estallido, cada uno más dulce, más satisfactorio que el anterior, hasta que su miembro quedaba casi adormecido, y esa sensación se expandía por sus miembros. Quería seguir agarrando a Kairchik, acariciándola, pero su cuerpo se negaba a moverse. Ella se tendió del todo sobre él y le movió los brazos para colocarlos alrededor de ella, y se dedicó a besarle la cara y los labios inertes con mucha suavidad. Danna sólo podía mirarla a los ojos; su orgasmo era mucho más largo que el de los humanos, pero le dejaba inútil durante varios minutos, en los cuales toda la energía de su cuerpo se concentraba en producir toda la semilla posible, conservar el pene erecto y soltarla por él. Su polla palpitaba dentro de ella, soltando su semen, caliente e incoloro, pero muy espeso y pegajoso. Tanto que, durante un buen rato, él y Kairchik no podrían separarse; estaban literalmente pegados el uno al otro.

 

   Para cuando el efecto pegajoso pasase, Kairchik volvería a tomar la apariencia de “pobre chica humana violada”, y saldría llorando del despacho, para que la vieran todos. El piel de piedra se sentiría culpable, pero se diría a sí mismo que no le correspondía juzgar al jefe, otros de sus sicarios o luchadores dirían que la culpa era de ellas, que se pensaban que iban a sacarle al jefe dinero fácil, que venían por lana y salían trasquiladas, y aún algunos otros le admirarían por tratar así a las chicas y no dejarse engañar por sus zalamerías. Pero Ziet, el secretario, sin duda le ofrecería consuelo y la trataría con amabilidad; nunca hablaba mal de Danna, pero era el único que se atrevía a mostrarse amable con aquellas chicas, que en realidad eran una sola, y precisamente por eso, Danna le tenía mejor valorado. Ziet no sabía cómo su jefe sabía siempre tanto; por más que tuviese cierta presciencia heredada de su madre lilius, era increíble hasta dónde podía llegar adivinando… el truco era Kairchik. La phisyx que nadie sabía que era su amante, ni siquiera que existía.
    “Si el mundo supiera que Akdannaian Und´Thea tiene una mujer fija a la que no usa sólo para el sexo sino que vive con ella día a día, que la quiere con todo su corazón mestizo, que grita su nombre cuando hacen el amor, que gime entre sus brazos, que se queda dormido en su regazo mientras la oye leer, que le seca las lágrimas a besos… no sólo tendría un punto débil que podrían usar contra mí. También me perderían el respeto”, pensó Danna, y Kairchik sonrió. “Es triste que el respeto a una persona, se mida en su capacidad de ser despiadado y carecer de sentimientos, ¿no crees, Kairch?”. “Sí” contestó ella. “. Si te sirve de consuelo, si en mi planeta se enteraran de que uso un cuerpo con piel, pelo, órganos, fluidos y sangre, que tomo alimentos y que tengo sexo, y además con un hombre mestizo, todos me despreciarían. Me tomarían por una enferma que vive en la depravación. Una degenerada.” Danna notó que sus brazos empezaban a responderle y la apretó contra él. Estaba claro que no existía una cultura perfecta, pero, mientras se tuvieran el uno al otro, ¿eso importaba?
 
 
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