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Sueños enlatados

en Fantasías Eróticas

-Sólo es un juego – sonrió Júpiter. Tupami decía que no le gustaban los regalos, que le daban un poco de miedo. “Cuando alguien te regala algo fuera de una fecha señalada, casi siempre es porque quiere algo a cambio, o porque ha hecho algo que quiere que le perdones”, había dicho cuando Jupi le ofreció el aparato, pero éste le explicó que no se trataba de un regalo, puesto que no había gastado nada en él, sólo lo había reparado.

 

 

 

     Desde que vivían juntos tras su matrimonio –en principio- de conveniencia, el forzudo había empezado a trabajar en el pequeño taller que el Hotel que ella regentaba tenía anexo. Al igual que su matrimonio, Jupi había empezado con el taller casi a lo tonto y por sentirse útil, pero con el paso de las semanas, se había corrido la voz, le caían encargos y se había vuelto una ocupación formal, cosa que le encantaba. Júpiter no sólo reparaba cosas a tanto, sino que también compraba cosas rotas que sus dueños no querían ya, para aprovechar las piezas; no pagaba mucho por ellas, pero dado que se trataba de artilugios rotos que no valían nada, nadie ponía pegas. Un par de días atrás, le habían traído un equipo roto de DreamScience Erotica. Jupi, que nunca había probado los programas de sueño erótico con una pareja, se empecinó en repararlo, y había pasado los dos últimos días examinándolo con todo cuidado, dando con la avería y reparándola, limpiándolo después y finalmente probándolo. Funcionaba. Y decidió ofrecérselo a Tupami para soñar juntos, pero la mujer parecía tener algún reparo.

 

 

     -¿No te gusta el sexo conmigo? – preguntó ella, dudosa. Sexualmente, a veces su autoestima no era tan fuerte como en otros aspectos - ¿Por eso quieres soñar otras cosas?
 
     -Pami, parece mentira que me preguntes eso.  Como si no me hubieras visto gozar contigo; si te pidiese sexo anal, ¿crees que sería porque no me gusta el convencional…? 
 
     -No, pero si me pidieses un trío, sí pensaría que ya no te atraigo. 
 
     -¡Pero esto, no es un trío! – Sonrió él – Sólo es un juego. Nos dan a elegir entre varias fantasías (ni siquiera muchas, no te pienses… es un cacharro baratito), escogemos una y hacemos el amor, pero fingiendo que somos otras personas. Es lo mismo que sucede en las habitaciones temáticas de tu hotel, sólo que parece más real. – Pami miró el aparato y permaneció pensativa - ¿No te apetece probar?
 
    Pami le miró y sonrió. Ella tampoco había probado el sueño erótico con otra persona. 
 
 
                                                               *********************
 
      -Estoy un poquito nerviosa – sonrió la mujer, sentada en la cama frente a Júpiter, ambos desnudos y con el cartucho entre ellos. Cada uno llevaba su auricular, y el aparato estaba escaneándolos desde hacía un par de minutos, para registrar sus cuerpos, tamaño y peso, y hasta sus gustos personales. Finalmente, sonó un campanilleo y la habitación desapareció, reemplazada por la familiar “sala azul de inicio” de los programas DreamScience.
 
     -Bienvenidos a DreamScience Erotica– dijo una voz femenina muy sensual y pausada – DreamScience Erotica es un programa de satisfacción sexual explícita, sólo apto para mayores de dieciocho años. Si has entrado con la clave de un adulto, por favor, abandona el programa en este momento, o serás multado. Comprobando edad en tres… dos… uno. Edades correctas. Pueden continuar.
 
    Jupi y Tupami sentían la temperatura agradable de la sala de inicio, y apenas su edad fue comprobada, imágenes de otros sueños empezaron a flotar a cierta distancia de ellos, imágenes en las que se veían desnudos, acoplamientos, y todo tipo de sexo. Pami no pudo evitar mirar a su esposo algo azorada y a ambos se les escapó una risita de cierta vergüenza. El programa habló de nuevo:
 
     -¿Qué tipo de sueño desean? – una pantalla flotó ante ellos - ¿Individual, o en pareja? 
 
     -En pareja, por favor – contestó Jupi.
 
     -Sí, en pareja – corroboró Pami. El programa chequeó las dos aceptaciones, y continuó.
 
    -Sueños en pareja disponibles: Encuentro en la playa, sueño básico. La caza del hombre, sueño combativo. La aventura del placer, sueño colaborativo. El laberinto, sueño mixto. El comodín, sueño aleatorio personalizable. 
 
     -¿Cuál te apetece? – preguntó Jupi. 
 
     -¡Je! Buena manera de decir “Elige tú, que yo no tengo ni idea” - La mujer estaba tan a oscuras como él; habiendo usado siempre los sueños a solas, la única modalidad disponible era el sueño básico, todo eso de “combativo, colaborativo, mixto…”, no le decía nada. Sonrió – Yo elegiría el comodín. A ver qué pasa. 
 
     Jupi sonrió y asintió. Los dos dijeron “comodín, por favor”, y la sala azul se disolvió en un torbellino de colores. 
 
     Júpiter se encontró solo en una playa. Vestía sencillas ropas de cuero flexible, y llevaba un largo bastón de lucha. Frente a sí, tenía un monigote relleno de paja y colgado de un madero. Tres hombres de largas barbas blancas, túnicas que barrían la arena y aspecto venerable se acercaban a él. 
 
     -Continúa tu entrenamiento, Júpiter, guerrero águila. – dijo uno de ellos. Jupi se sintió un poco desorientado; él había sido boxeador y portero de discoteca, sabía pelear, pero desde luego no con bastón… lanzó un golpe experimental hacia el monigote, y su cuerpo empezó a moverse solo; sus brazos llevaron el bastón como si no hubiera hecho nunca otra cosa, y atacó al hombre de paja con él, saltando con él a modo de pértiga y golpeándolo con las piernas en pleno salto, haciendo un molinillo perfecto y finalmente barriéndolo y quedando quieto sobre el suelo de arena. – Excelente. Sabemos que eres nuestro mejor guerrero. 
 
     -Júpiter, tú perteneces al Templo desde la edad de ocho años – dijo el segundo anciano – Éste ha sido tu hogar desde siempre. A él has entregado tus esfuerzos, tus potencias, tu virtud y toda tu vida. Jamás has dejado de entrenar, y te has mantenido fuerte como la roca de la montaña. Jamás has tenido sentimientos, y te has mantenido frío como el glacial. Jamás has tomado mujer, y te has mantenido puro como el agua del manantial. - “¿Que soy virgen?” pensó Jupi. – Has servido siempre bien al Templo, y estamos orgullosos de ti. 
 
    -Por eso, tenemos una nueva misión para ti – habló el tercer anciano. – Se trata de una peligrosa rival. Aquélla malvada mujer a la que ya te has enfrentado otras veces, y a la que llaman Tupami. – Jupi sonrió sin poder contenerse. – Grande es tu valor, que eres capaz de sonreír con aplomo ante la mención de un nombre que a otros hace temblar. Tupami nos ha desafiado. 
 
     -¿Cómo lo ha hecho? – preguntó el forzudo, dispuesto a meterse en su papel. 
 
     -Anoche, cuando saliste a meditar en la Punta de la Grulla, esa mujer maldita y corrupta aprovechó tu ausencia para entrar en el pabellón de los novicios y robar una reliquia. La cinta de tela de junco que no puede romperse; la cinta de cabello que usó el Maestro Tokei siendo niño como los novicios. – Jupi hizo ver que estaba indignado.
 
    -¿Cómo ha podido…? ¡¿Es que para esa mujer no hay nada sagrado, ni siquiera los niños?! 
 
    -Ella sabía que tú te enfurecerías, y eso es lo que pretende, Júpiter. Quiere luchar contra ti personalmente. Si vences, nos devolverá la reliquia. 
 
     -No tengo miedo de ella. – contestó.
 
     -Deberías. – intervino de nuevo el tercer anciano, era el más alto y de barba más larga de los tres, y también su voz era impresionante. – Hasta ahora, te has enfrentado a ella en muchas ocasiones, pero cuando has luchado, ha sido siempre contra sus esbirros, jamás contra ella en persona. Es impura, tramposa, y artera; se entrega a vicios y placeres, consigue que los hombres hagan su capricho a cambio de todo tipo de recompensas carnales… pero todo eso, no la ha debilitado, es una luchadora poderosa. Ella te ha visto luchar, en ocasiones hasta te ha hablado. Sabe cosas de ti. En cambio, tú apenas sabes nada de ella.
 
    -Sé lo suficiente – galleó Jupi. – Sé que es una criatura malvada y que debo vencerla y traerla al camino recto, y eso es lo que haré. 
 
    -¿No quieres saber qué sucederá si pierdes?
 
    -No me interesa: no perderé. 
 
    -Cuidado, Júpiter. – insistió el tercer anciano. – Eres demasiado consciente de tu propia valía, eres orgulloso y eso a veces te hace perder tu frialdad. Inclínate. – Jupi obedeció. Vio como el anciano sacaba de las mangas de su túnica un cuenco de barro y una tetera humeante “¿Cómo puede llevar eso sin quemarse…?”, depositó el pequeño cuenco sobre la calva coronilla, rodeada de cabellos rubios del luchador y la llenó hasta arriba de té. – Levántate. 
 
    Jupi se alzó con cuidado. Los ancianos empezaron a caminar y él los siguió, sin que una gota de té se derramase del cuenco. 
 
     -Debes tener presente en todo momento el cuenco del té. Esta noche te enfrentarás a esa mujer, y pensarás en todo momento que llevas el cuenco como lo llevas ahora. Tus ataques deben ser fríos y calculados, no debes dejar que esa criatura te arrastre a lo personal o se aproveche de tus emociones. Si te deslizas por la pendiente de la ira, estarás perdido, hijo mío. 
 
     -Entiendo, Maestro. Podéis estar tranquilos, recobraré la reliquia y esa mujer se arrepentirá de haber dedicado su vida al mal y la destrucción. ¿Dónde será el desafío?
 
     -Quiere que vayas esta noche al templo de la Gata. Ella te estará esperando allí. Ha asegurado que sola y que será combate sólo entre tú y ella… pero de todos modos, sé prudente; no me extrañaría que hubiera apostado un verdadero ejército de esbirros por los alrededores a fin de que llegues allí agotado. 
 
     -Usaré la ruta del globo; no puede esconder a sus matones entre las nubes. – Un segundo de silencio le anunció que el programa se recalculaba para su invención. 
 
     -Por cosas así, eres nuestro mejor guerrero desde hace años. – dijo el primer anciano, y los otros dos asintieron.
 
     -Maestros, antes de que amanezca, ¡la reliquia será nuestra de nuevo! – Jupi dio una patada al aire, y los tres maestros se sobresaltaron al ver el cuenco caer de la cabeza de su paladín, pero Jupi tomó la taza al vuelo, dio un rapidísimo giro sobre sí mismo y recogió todo el té antes de que pudiera llegar al suelo. Luego hizo una reverencia y se la llevó a los labios. El líquido verdoso, cálido y ligeramente amargo, se deslizó suavemente por su garganta. 
 
    -Que nuestros dioses te protejan, hijo mío. – dijeron los ancianos y le devolvieron la reverencia. 
 
 
                                                            ***************************
 
      La luna llena brillaba sobre el templo de la Gata. Era una bonita construcción circular, con un techo de curiosa forma arqueada, que recordaba en cierta manera al lomo de un gato cuando se restriega buscando mimos. La bóveda estaba sostenida por un círculo de columnas que parecían salomónicas vistas de lejos; de cerca, al pie de cada una había una estatua de gato, y su rabo enroscado era lo que formaba las altas columnas. Dentro, la estatua de la deidad mostraba a una gata en posición de lordosis, a cuyos pies ardía lentamente el incienso perfumado, y en el mosaico del suelo, una figura adoptaba la misma posición, pero no se trataba exactamente de una gata, sino de una hermosa mujer desnuda, adornada con orejas y rabo felinos. 
 
      Jupi había disfrutado de un agradable paseo en el globo, y tal como había previsto, sin incidentes de ningún tipo. Vio el templo de lejos y he hizo descender el globo hasta el suelo, lo amarró y bajó. Conocía el templo, aunque sólo de oídas. Para un guerrero puro como él, un templo dedicado a una diosa protectora de los placeres amatorios y la duración de los mismos en plena satisfacción hasta el final de la vida, era terreno vetado. Se decía que la Gata era tan poderosa que podía inducir sueños eróticos sólo con pensar en ella, y pisar su templo era pecar. Jupi sabía que después le esperaba una severa penitencia, pero valdría la pena a cambio de recuperar la reliquia y derrotar para siempre a Tupami. Penetró en el templo. Este parecía vacío, sólo el incienso delataba que alguien había estado allí hacía poco rato, puesto que las varillas estaban apenas por la mitad, pero la construcción estaba tranquila y silenciosa. No se oía más que la brisa, y el guerrero cerró los ojos y dejó escuchar a todo su cuerpo. Nada. 
 
     -Querías luchar contra mí. – dijo en voz alta. - ¡Muéstrate!
 
    Una risa suave y musical surgió de detrás de la estatua de la Gata, y Jupi se volvió, asombrado de que estuviera tan cerca, a menos de cinco metros, y que él no la hubiese oído. Tupami apareció por detrás de la estatua, deslizándose, casi frotándose contra ella. En un principio, Jupi sólo vio sus ojos, dos linternas verdes en la oscuridad, hasta que ella salió a la zona iluminada. Llevaba ropas negras tan ceñidas que al guerrero le dieron ganas de apartar la vista. Sus pechos eran perfectamente distinguibles, y tenía erectos los pezones. La curva de sus caderas era sinuosa como la de la propia diosa, pudo distinguir perfectamente la marca de su sexo, los labios vaginales… Se forzó a mirarla a los ojos, y al subir la mirada, vio que la cinta que coronaba su cabeza, le era familiar. 
 
     -¿Te has atrevido a ponerte la reliquia? ¡La deshonras! 
 
     -Has tardado mucho en darte cuenta de que la llevaba, guerrero águila… ¿A dónde has estado mirando hasta ahora?
 
     “Recuerda el cuenco del té” – se dijo Jupi – “Quiere ponerte nervioso, no se lo permitas”.
 
     -Tupami, antes de luchar, te ofrezco una última oportunidad. Sabemos que eres una gran guerrera; abandona tu vida de vicios y únete a nosotros en el Templo. Todo te será perdonado si tu arrepentimiento es sincero, ¡ten una familia con nosotros!
 
     La luchadora echó hacia atrás la cabeza para sonreír, y su cabello verdeazulado, sujeto en una trenza, se balanceó. Sus pechos temblaron con su risa cantarina. 
 
     -¿Y perder todos mis placeres a cambio del ascetismo? ¿Una vida en la que comer un dulce, es pecar, y el amor carnal un crimen horrendo? No, gracias… pero yo también tengo una oferta para ti. – Jupi escuchó – Eres un gran luchador, guerrero águila. No deseo destruirte. Únete a mí. Te devolveré vuestra reliquia, a cambio sólo de que permanezcas a mi lado; hay muchas cosas que yo puedo enseñarte, tácticas de lucha que tú ni imaginas, movimientos que ni siquiera puedes soñar… y el Placer. – saboreó la palabra – Un mundo de placeres infinitos que no te debilitarán, que sólo te harán amar la vida, ¿nunca has sentido curiosidad? ¿Nunca has querido saber qué se siente cuando una mujer se mira en tus ojos… cuando tienes su lengua en tu boca… cuando te abraza con los muslos y deja que te metas en su…?
 
    -¡Basta! – voceó Júpiter. - ¡Nunca me uniré a ti, demonio! Ha sido un error apelar a tu sensatez, los placeres te han comido el seso, ¡defiéndete!
 
    -Como quieras, águila. – Sonrió. Jupi se lanzó hacia ella blandiendo su bastón, pero Pami se deslizó a un lado y esquivó. Jupi completó el movimiento barriéndola, pero ella saltó y esquivó de nuevo, y se alejó dando volteretas. A cierta distancia del guerrero, comenzó a bailar. Se contoneaba, subía y bajaba, giraba sobre sí misma y se acariciaba la piel. Jupi no entendía qué ataque era ese. Corrió hacia ella, usó el bastón como pértiga y saltó, e intentó golpearla de nuevo. Pami se agachó, hizo el pino y sus pies desnudos aferraron el bastón del guerrero con la rapidez de una serpiente, tiraron de él y se lo arrebataron en pleno salto. Sólo gracias a su intenso entrenamiento logró Jupi girar en el aire y caer en cuclillas. De nuevo alejada de él, Pami le miraba con socarronería. Sostenía su bastón vertical frente a ella, y entonces lo abrazó con las piernas y empezó a frotarse con él. – Mmmh… es madera encerada, qué suave… está caliente donde tú lo has tocado… 
 
     -¡Maldita diablesa, deja de ensuciar mi bastón! – Jupi notó que sus mejillas se encendían de indignación y vergüenza, y atacó. O mejor dicho, lo intentó. Esta vez, Pami no hubo de molestarse en esquivarle, antes de que lograse alcanzarla, le golpeó en las manos extendidas con su propio bastón. El guerrero se aguantó los quejidos e intentó atacar de nuevo, pero la mujer se movía más rápido que la vista; hizo molinillo con el bastón, y el luchador no supo de dónde le venían los golpes, sólo que en un intervalo menor de un segundo, su bastón le daba un latigazo, ora en la pierna, ora en el brazo, ora en las costillas… fueron unos segundos, pero Jupi contó doce dolores para cuando ella volvió a alejarse en volteretas, y trepó a una de las columnas enroscadas, manteniendo su bastón entre las piernas. 
 
     -Mmmh... Cuando te lo devuelva, estará todo pegajoso… - se rio ella. Júpiter se sentía fuera de sí, y se lanzó a la columna. Pami no se movía, salvo para frotar el bastón contra su intimidad, y Jupi aceleró, extendió el brazo para agarrarla, y en ese momento ella sacó el bastón, siguió agarrada a la columna con una pierna y un brazo, pero separó la otra pierna del todo. Y entonces Júpiter se dio cuenta que no llevaba ropas ceñidas. Es que no llevaba ropa en absoluto, simplemente se había pintado la piel. Su vulva estaba ligeramente abierta de excitación, húmeda, y el aroma cálido de la misma llegó a su nariz. Él nunca había visto aquello y su virilidad le traicionó al paralizarle ante la visión. Un segundo fue todo lo que necesitó Pami. 
 
     ¡CLONC! Le golpeó con el bastón en todo lo alto de la cabeza. Todo se volvió negro y le pareció que caía, pero que alguien le sujetaba con fuerza del cinturón antes de despeñarse. Luego, sólo oscuridad. 
 
     
      Más oscuridad. Jupi sabía que estaba despierto, pero no podía abrir los ojos, ni tampoco moverse. Tenía los brazos extendidos en cruz, pero sus muñecas estaban atadas. Tiró con fuerza, pero sus ligaduras no cedieron. 
 
      -No te gastes, cariñito. No querrás correr el riesgo de romper tu reliquia, ¿verdad? 
 
      -¿Qué? 
 
      -Voy a dejarte echar una mirada. – La visión de Jupi se aclaró. Seguían en el templo de la Gata, estaba tumbado boca arriba y le había atado las manos a la estatua de la diosa. Sabía que pesaba varias toneladas, no podía moverla. Pero le había atado las muñecas con la cinta, y lo había hecho a conciencia, no podía ni juntar los brazos. El luchador sabía que la tela de juncos con que estaba hecha la cinta era muy duradera, no se rompía por mucho que se tirase de ella, pero Pami tenía razón: no quería correr el riesgo. – Llevas un antifaz de órdenes; de momento puedes mirar, pero cuando me apetezca, volveré a dejarte a oscuras.
 
     -¿Qué pretendes hacer? – El luchador la miró, y ahogó una exclamación. La mujer se había quitado la pintura, y estaba exuberante en su desnudez. Sólo entonces se le ocurrió echarse una mirada. También él estaba desnudo. – No… No, por favor, eso no. Mátame si quieres, pero no me humilles. 
 
     -Humillación… ¡qué palabra tan fea! – sonrió la mujer, arrodillándose junto a su cintura. - ¿Quién habla de humillar? Tan solo voy a tomar mi premio. ¿No te dijeron tus maestros cuál era la condición si perdías?
 
     -No… yo no lo pregunté. – Jupi alternaba las miradas entre ella y su miembro. Él era un poderoso guerrero, se había enfrentado a bestias feroces, a asesinos implacables, a bárbaros, a monstruos… jamás había conocido el miedo hasta el momento presente. – No concebía que pudiese perder.
 
     -Pues debiste haberlo concebido. Si perdías, el trato era que me concedían tu cuerpo. – Los dedos de la mujer acariciaron su costado, y le hicieron cosquillas. Júpiter trató de revolverse y se sintió como un imbécil, ¿por qué no había querido preguntar? ¿Por qué no habían insistido en contárselo? ¡Hubiera preferido tomar un veneno de acción lenta y morir, fuese cual fuese el resultado, antes que permitir que una mujer le robase su virtud! 
 
     -Yo no lo sabía… por favor, ten piedad, ¡tú sabes que según las leyes del Templo, es pecado grave! ¡No me hagas impuro, te lo ruego! ¡Me he pasado toda la vida guardándome de los deseos y de la lujuria! ¡Mi pureza es la que me hace ser tan buen luchador!
 
    -Contra mí, no te ha servido de nada. Te he vencido precisamente porque nunca habías visto a una mujer; un hombre experimentado, no se hubiese quedado helado mirando un coño… - susurró, recostándose sobre sus muslos, y la mujer notó que estos le daban un temblor. – No pierdas detalle. 
 
    Jupi no quería mirar, quería resistir, seguir negándose, hacerla hablar hasta que encontrase un medio… pero tenía demasiado miedo, y quizá demasiada curiosidad. El brazo con el que Tupami se apoyaba era tan caliente y suave… Notó el aliento de la mujer acercándose a su pene, y cuando unos labios húmedos depositaron un beso en su hombría, se deshizo en negaciones. 
 
     -¡No! ¡Por favor, no… no sigas! – Negaciones inútiles. Tupami le sonrió y le tomó el pene con delicadeza, lo abrazó con la mano y empezó a llenarlo de besos cálidos. Cada beso hinchaba su virilidad un poco más, hacía crecer el deseo y un cosquilleo muy agradable se extendía por el cuerpo del luchador. Se mordió el labio inferior y negó con la cabeza, mientras notaba el calor delicioso hacerse más intenso, ¡qué sensación tan maravillosa! 
 
     -Mira qué grande está… ¿alguna vez lo habías visto así de grande? – Jupi temblaba y se miró. No pudo evitar que le recordase un poco a su bastón, y eso le llevó a pensar en lo que ella había hecho con su verdadero bastón, y si lo haría también con… ¡no, no, tenía que aguantar, él no podía abandonar su pureza! Cuando Tupami lo agarró con ambas manos y empezó a frotarlo, el guerrero no pudo evitar soltar un gemido. 
 
     -¡Haah...! Bastaah… por… Por favor, ya te has divertido. Ya me has ensuciado bastante… Sé clemente… 
 
      -¿Cómo, y dejarte a medias? No, querido, no tengo corazón para dejarte con la miel en los labios. Y hablando de labios… - Júpiter abrió desmesuradamente los ojos y supo que estaba perdido. Tupami le estaba chupando. Se había metido su miembro en la boca y lo lamía, succionaba de él, le acariciaba con la lengua, y a la vez sus manos le acariciaban la piel… Una se coló entre sus piernas y empezó a acariciarle los testículos. Las caderas del guerrero águila empezaron a moverse, y sus puños se abrían y cerraban solos. La boca de la mujer se separó de su miembro, y Jupi emitió un quejido. No muy fuerte, pero lo justo para que ella se diese cuenta de que era un ruego, una súplica sin palabras para volver a ser abrazado entre sus labios. – Te empieza a gustar, ¿verdad, guerrero?
 
      -Noo… Es sucio. Es pecado. Pecado de impudicia, de impureza. 
 
     -Eso es lo que dice tu boca – sonrió ella – pero “esto” dice otra cosa. – Pami se montó sobre él, y empezó a frotar su cuerpo húmedo contra el pene de su adversario. La  mujer se movía de atrás adelante, sólo rozándose contra él sin dejarse penetrar, y Jupi comenzó a jadear, ¡era increíble, qué caliente estaba su cuerpo! Podía notar los labios de su vulva aplastarse contra él, mojarle de líquido caliente que hacía que se deslizase con toda suavidad. Notaba la rajita que quedaba justo en medio de ellos, y notaba algo, como un bultito que quedaba justo encima y que, cada vez que su polla lo tocaba al deslizarse, hacía que Pami gimiera. La mujer empezó a moverse en círculos, y Jupi se mordió el labio. Se moría de deseo, quería que le dejase entrar, pero no podía pedirlo, sería como admitir su derrota, no podía rebajarse así. – Mmmmh… qué calentito estás, y qué bien resbalas, ¿a que quieres penetrarme? ¿Eh, a que te mueres de ganas por meterte en mi cueva tórrida y suavecita y gozar de mi abrazo húmedo hasta que no puedas más? Dilo, y lo haré. Pídemelo. 
 
      Júpiter notó que una lágrima se deslizaba de su ojo derecho. Él jamás había imaginado que el sexo fuera tan jodidamente bueno e irresistible, tan tentador y placentero. Nunca había sentido nada mejor, pero sabía que si cedía, renunciaría por completo a la vida que había llevado desde niño. Apretó los labios, temeroso de que su boca gritase la verdad, y negó con la cabeza. Pami sonrió. 
 
     -Lo pedirás. Es más, lo suplicarás. – Se deslizó un poco hacia atrás y empezó a acariciar con los dedos un punto concreto de su virilidad, situado justo debajo del glande, y Jupi tembló violentamente. El placer fue tan fuerte que se asustó.
 
     -¡NO! – gritó, al ver que se disponía a tocarle allí de nuevo – No… no toques ahí de nuevo, por favor. Es… demasiado intenso. 
 
     -Estás tiritando, mi vida. – Pami le acarició la cara con las manos, y Jupi puso los ojos en blanco. Aquello estaba mal, no era posible que los dioses hubieran puesto un placer tan grande en el mundo sin darle un precio altísimo a cambio – Pide. Pídeme que te deje entrar. – La mujer se alzó y orientó el pene del guerrero hacia su agujerito cálido, y Júpiter notó el tremendo calor en su glande. – Sólo asiente con la cabeza, sólo eso. 
 
     “Perdonadme, maestros. Hice todo lo que pude. Pero perdí”. Asintió. Pami sonrió y se dejó ensartar, despacio, muy despacio, hasta que estuvo por completo sentada sobre él. El gemido de gusto del guerrero se hizo más fuerte conforme ella bajaba, hasta convertirse en un grito de pasión que le salió de las entrañas. Los pies de Jupi se movían solos, y sus manos se cerraban en espasmos. Su cuerpo era un mar de sensaciones placenteras, y Pami ni siquiera había empezado a moverse aún. 
 
     -Aaaaaaaah… - gimió ella – Ahora, sólo goza, guerrero águila. – dijo, e hizo un gesto con la mano, y Jupi volvió a quedar a oscuras. Apenas ella comenzó a moverse, supo por qué lo había hecho, ¡no había visión que le distrajese del tremendo placer que le inundó la polla! Pami se apoyó en su pecho y empezó a hacer subidas y bajadas sobre él, y el guerrero sentía su miembro hundirse en aquélla humedad cálida, tórrida… en su cuerpo estrecho y dulce, que le apretaba de un modo maravilloso. No pudo resistir la sensación, y sus caderas empezaron a moverse, y embistió con ferocidad, mientras apretaba la mandíbula, intentando no gemir, pese a saber su derrota. Su rival gimió entre risas y disfrutó de sus embestidas - ¡Aaaaaaaaaaah, sí... oh, sí, fóllameee…! 
 
     Aquello ya fue demasiado, y el guerrero águila no pudo soportar desobedecer a aquélla petición; su garganta dejó escapar los gemidos que le quemaban y descubrió que se moría de ganas de tocarla, de agarrarla contra él, amasar sus tetas entre las manos y… y follarla, tal como ella pedía. Empezó a gritar su nombre, “Tupami… ¡Tupami!”, y le pareció que sonaba a música, a placer, a oración escuchada por los dioses. La mujer cambio el ritmo y empezó a moverse en círculos.
 
      -Oooh… Jupi… Júpiter, yo puedo darte esto… todos los días… - gimió con dificultad, sin dejar de moverse – Puedo enseñarte el Placer, y sólo necesitas pedírmelo… ¿quieres que te suelte y deje que goces completamente? 
 
     -¡Sí! ¡SÍ! – voceó el forzudo. 
 
     -Dilo otra vez… mmmmh…. ¿Qué quieres, guerrero? – La mujer le apretó dentro de su cuerpo, y a Júpiter un gemido de gusto le rasgó el pecho. 
 
     -¡Ser TUYO! – gritó. Notó que unas manos suaves deshacían los nudos de sus muñecas y le llevaban hacia algo suave y blando. Apretó, y la mujer gimió. Eran sus tetas, y Jupi pellizcó los pezones, lo que le valió un grito de placer y que la mujer le apretase de nuevo dentro de ella. Sintió que ella se echaba hacia atrás, y le tomaba de la mano para que se moviese él también. Haciendo esfuerzos por no salirse de su cuerpo, notó las piernas de su antes rival acariciarle el pecho, y supo que estaba tendida para lograr una penetración más honda. Jupi le besó los tobillos, lamiendo la piel, y de rodillas sobre el futón tiró de ella hacia sí y comenzó a empujar. 
 
     Pami gritó de gusto al sentir las potentes embestidas del hombre, y éste lamento no poder ver: seguro que los pechos de Pami daban bamboleos al ritmo de su penetración, pero no se le ocurrió quitarse el antifaz, quería seguir a oscuras, quería saborear el placer que bañaba su polla y los gemidos desmayados de la mujer. Sintió que ella le tomaba una mano y la llevaba hacia… lo reconoció, era el bultito que ya había tocado antes con la polla cuando ella jugó a deslizarse, ese bultito que la hacía gemir cuando lo tocaba… empezó a acariciarlo con rapidez, y el cuerpo de Tupami tembló, sus piernas se movieron en un calambre y empezó a gemir más alto.
 
      -Tupami… - logró jadear – quierooo… quiero verte gozar, por favor… - oyó un chasquido de dedos y su visión se aclaró. El cuerpo desnudo de la mujer estaba cambiando de color, pasaba del verde rosado a un intenso verde esmeralda. Jupi sonrió, y continuó acariciando con el pulgar aquél bultito, mientras la expresión de su compañera se hacía más abandonada, sus manos se cerraban en la colcha y finalmente, sus piernas le rodearon en una convulsión, se puso tensa, y sus ojos se pusieron en blanco; su cuerpo tiritó, su sexo se contrajo en torno a la polla de Jupi y le apretó dentro de ella… gimió varias veces, y finalmente pareció relajarse. Ella. Júpiter no podía dejar de empujar, y ahora eran sus gemidos los que se hacían más fuertes. 
 
      -¡Espera… ponla aquí, entre mis tetas! ¡Ahora! – pidió la mujer. El guerrero reunió la poca voluntad que aún le quedaba y tuvo fortaleza para sacarla y colocarla entre los pechos de Pami; ella la apretó entre sus pechos y alojó el glande en su boca, ¡Jupi tuvo que apoyar las manos en el suelo, convencido de que iba a desmayarse de gusto! Las grandes y ardientes tetas de la mujer le aplastaban la polla, y su boca le aspiraba con desesperación… el forzudo notó que algo le llegaba, que el cosquilleo se hacía aún más agradable, movió las caderas, y una explosión de gusto le hizo contraer los músculos hasta el ano, y un placer indescriptible le recorrió en olas desde el pene hasta los hombros, hasta dejarle satisfecho- ¡Mmmmmmmmh… glub… glub… mmmmh…!
 
     Jupi oyó cómo ella tragaba y miró. Había notado que algo le salía del pene, pero fuera lo que fuese, ella lo había bebido. Lentamente, retiró su cuerpo de la boca de Pami, y un chorro blanco manchó la barbilla y los pechos de la mujer; a él le causó un cosquilleo final delicioso, a ella la hizo reír. La guerrera le dedicó una suave caricia con la lengua y un besito que le hicieron temblar,  y le miró con picardía. Júpiter no sabía qué le pasaba, pero tenía ganas de apretarla contra él y no dejarla escapar nunca, y eso fue lo que hizo: se tendió junto a ella y la estrechó entre sus brazos, mientras le besaba la cara y ella se reía. Pami le besó los labios; tomándole de las mejillas para que no se separara, le besó lenta y profundamente, metiéndole la lengua poco a poco, acariciándole primero los labios y enseguida penetrándole la boca hasta dar con la lengua de él y empezar a acariciarla… Aquello volvía a dar ganas, pero Jupi ya no pudo satisfacerlas; una voz cargada de reproche se lo impidió. 
 
     -Júpiter, nos has decepcionado. – El guerrero levantó la cara, y al ver a los Maestros, deseo que la tierra se le tragase en aquél momento; de inmediato se separó de Tupami y se cubrió con la colcha. 
 
     -¡Maestros! Eeeh… ¡esto no es lo que parece, todo tiene una sencilla explicación!
 
     -Sí, y tan sencilla: hemos follado. – sonrió Tupami. – Ahorra saliva, cariño; lo han visto todo. Es más, lo prepararon ellos. 
 
      -¿¡Qué?! – Jupi no daba crédito a lo que oía, pero los ancianos asintieron. 
 
     -Empezabas a tener demasiada buena opinión de ti mismo. – dijo el tercer anciano – Durante toda tu vida has servido bien al Templo, pero un hombre vanidoso deja pronto de ser útil para convertirse en una carga… o dejarse dominar por la ambición; si no te poníamos una prueba como esta, podías haber acabado pidiendo ser tú el próximo maestro.
 
      -Te habías enfrentado varias veces a Tupami de forma indirecta, sabíamos que la respetabas pese a ser nuestra enemiga, ¡llegaste incluso a ofrecerle un puesto entre nosotros! ¿Qué se te pasó por la cabeza? ¿Creíste de veras que aceptaríamos a una mujer? A pesar de sospecharlo, no nos dolió menos darnos cuenta de que te habías ablandado por ella. – indicó el segundo. 
 
     -Quisimos ponerte a prueba, ver si serías capaz de dejarte dominar por el placer y entregar tu virtud, ¡oh, cómo hubiéramos querido equivocarnos! – se lamentó el primero.
 
     -Pero, Maestros… - intentó débilmente protestar Júpiter - ¡Estaba atado! ¡Con la reliquia! ¿Qué podía hacer?
 
     -Tenías las piernas libres. – dijo el tercer maestro con frialdad. – Podías haberte defendido, haber aguantado. ¿Cuántas tácticas te hemos enseñado para ignorar el dolor y mantener a raya a la ira?
 
     -Muchas, maestro, en eso tenéis razón, pero no me habéis enseñado jamás ninguna para ignorar el placer. No obstante, sé que he faltado. Abandonaré el Templo en busca de penitencia y de perfección, y no regresaré hasta que me haya hecho digno de nuevo de…
 
     -Harás algo más que eso – señaló el tercer anciano – Te has hecho indigno, llevas la carga de la impureza, nunca recuperarás tu virtud hagas lo que hagas. Por el honor del Templo, debes morir. 
 
    -¡Un momento! – saltó Tupami - ¡Ese no era el trato! Dijisteis que si fracasaba, podía quedármelo. 
 
     -Podías quedarte su cuerpo – matizó el segundo anciano – Cuando le arrebatemos la vida, puedes hacer con su cuerpo lo que gustes. 
 
     -Señores puros y rectos – masculló con desprecio la mujer - ¡Sois unos tramposos embusteros! ¿Tenéis el cinismo de hablar de virtud cuando sois incapaces de mantener una sencilla promesa?
 
      -No hay delito alguno en quebrantar la promesa dada a un ser tan inferior como una mujer. Y además él conoce nuestras costumbres: el placer mancilla, y sólo la muerte lo limpia. Él se ha mancillado. 
 
     -¿Ah, sí? – Tupami se puso en pie y se lanzó hacia los ancianos, Jupi trató de frenarla, el tercer anciano levantó la mano… pero ella se agachó y de un veloz movimiento, soltó los cinturones de tela de las túnicas de los ancianos, y las agitó. – Si vamos a hablar de mancillarse, me parece que no podéis abrir la boca, ¡mira a tus maestros, modelos de perfección! 
 
     Los ancianos intentaron cerrarse las túnicas llenos de vergüenza, pero era tarde: el movimiento de las túnicas había revelado algo que Jupi jamás habría creído posible, de no ser porque lo veía con sus propios ojos: los tres maestros tenían la entrepierna empapada del mismo líquido blanco que él había soltado al alcanzar el placer. Al parecer, habían prestado mucha atención a la escena, y la habían disfrutado, no cabía duda. 
 
    -Mujer maldita, ¡te arrepentirás de esto! – gritó el tercer anciano, mientras escapaba corriendo junto a sus acólitos, agarrándose los tres las túnicas e intentando mantenerlas cerradas mientras corrían, llenos de vergüenza. Tupami se volvió hacia Júpiter. Éste no fue capaz de sostenerle la mirada, también se sentía avergonzado. Y estúpido. Toda su vida había venerado a los maestros, y estos le tendían una trampa inicua con el fin de librarse de él, para evitar que un día les sustituyera. Había pasado una vida dura de entrenamiento, sacrificios, misiones arriesgadas, ayunos, privaciones… y todo por una mentira. La mujer se arrodilló junto a él y le abrazó. 
 
     -Tupami, ¿qué va a ser de mí ahora? Tendré que contratarme como mercenario, vivir como soldado de fortuna, en migración perpetua… Lo he perdido todo, toda mi vida. No tengo ningún lugar donde ir, ningún sitio al que llamar mi hogar. – la miró, y vio en sus ojos una calidez bondadosa – Pero aún así te doy las gracias por abrirme los ojos. A decir verdad, me has salvado la vida. 
 
     -Sí que tienes a donde ir – Jupi la miró, inquisitivo – Dijiste que querías “ser mío”, ¿ya no te acuerdas?
 
 
 
     Cinco años después. 
 
   La brisa marina mecía suavemente las hierbas altas del final de la playa y traía el sabor salado de las olas. La arena blanca brillaba y se pegaba a tres pares de pies, un par de ellos morenos y muy grandes, los otros de color verde rosado y más pequeños, y finalmente los últimos de color también verde rosado algo más pálido y decididamente muy pequeñitos. 
 
     -Bien. – dijo Tupami y empezó a atacar lentamente a Júpiter, cantando los movimientos, mientras él contraatacaba también despacio y en silencio – Ataque, esquiva, esquiva, giras, finta, ataque, ataque. Así has golpeado en pocos segundos en el cuello, esternón e hígado, y tu oponente caerá fulminado. Inténtalo. 
 
     Júpiter se arrodilló y sonrió a la pequeña, que le miró con pena. 
 
    -No tengas miedo, peque, no me harás daño. Anda, prueba. 
 
    -Vale. – la pequeña alargó las manos y repitió los movimientos que había visto hacer a su madre – Ataque, esquiva, esquiva, giro, finta, ataque, ataque. 
 
     -¡Muy bien! – aplaudió Tupami.
 
     -¿Sí? ¿Estoy luchando, papá?
 
     -¡Sí, peque, estás luchando de maravilla! – El guerrero tomó a la pequeña PumpkinPie en su hombro y se alzó. Él y Tupami se besaron, y echaron a andar, camino al Templo. Allí había una nueva escuela de guerreros: El águila y la gata.
 
 
 
 
    Los colores de la playa se fundieron en el azul de la sala de inicio. “Gracias por usar DreamScience Erotica.” Dijo de nuevo la voz de presentación. “Esperamos que hayan disfrutado de la experiencia y deseamos verles de nuevo aquí”.
 
     En la alcoba de matrimonio, la sala azul se desvaneció, y Jupi y Tupami se encontraron tumbados en la cama, desnudos y húmedos. El cabello de la mujer, que crecía desmesuradamente y se cuajaba de flores cuando tenía un orgasmo, cubría aún casi la mitad del cuarto, aunque ya estaba volviendo a su tamaño original, y la entrepierna del forzudo estaba empapada en semen. Estaban cogidos de la mano, con los dedos entrelazados. Se miraron y se dedicaron una mutua expresión de placentero asombro.
 
     -Ni siquiera finjas que no te ha encantado – sonrió Jupi, aún con la respiración entrecortada. 
 
     -Ha sido increíble… - la sonrisa de Pami parecía no tener final. – Bésame otra vez, guerrero águila. – Y él obedeció de mil amores. 
 
     “¿De verdad una de tus fantasías, es ser el padre de mi niña? ¿De verdad quieres que ella te llame “papá”?” Tupami no podía dejar de pensarlo. Y aunque por un lado le asustaba un poco el que Júpiter quisiera de ese modo a su hija, por otro lado, sentía algo que le colmaba el corazón de una manera asombrosa.
 
 
En mi blog, ya lo habrías leído :) http://sexoyfantasiasmil.blogspot.com.es/

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