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Siempre hay un roto para un descosido, final.

en Fantasías Eróticas

     La “botellita roja” era un recuerdo, según decía Rósimo. A éste le gustaba coleccionar cosas de valor, desde perfumes a joyas, y tenía buena parte de su fortuna hecha objetos, lo que le había resultado útil en más de una ocasión. No obstante, aunque hubiera tenido que deshacerse alguna vez de piezas valiosas, nunca se desharía de la botellita roja. Presumía de ella con frecuencia y no era sólo Zesso el que codiciaba aquella pieza. Akdannaian no acababa de entender por qué. Para él, era sólo un objeto bonito y nada más.

     Era una botella pequeña, diminuta, de panza abultada y decorada con miles de facetas talladas en el cristal, como el ojo de un insecto, y con un tapón de cristal tambiéntallado del mismo modo. Si uno se fijaba bien, en realidad no era roja, sino transparente, pero contenía una especie de neblina de color rojizo, que parecía moverse sola dentro de la misma. Si había que creer a Rósimo, dentro de aquélla botella vivía un demonio que concedía deseos y daba buena suerte al portador. Danna no se lo creía, pero Zesso sí. Decía que había visto a Rósimo obtener cosas y cerrar tratos que sólo podrían conseguirse mediante algún poder mágico y, ante la pregunta del luchador de por qué no había usado el poder de la botella para quedarse con él como luchador, Zesso decía que no podía usarse para cerrar tratos por seres humanos, sólo por objetos inanimados o por dinero.

Fuera como fuese, la botellita era el punto débil de Zesso, y Danna estaba dispuesto a conseguirla como fuera: significaba su libertad. De modo que a la noche siguiente, esperó pacientemente hasta que Rósimo hubo abandonado el local, y se dirigió al conserje de noche, para decirle que se había olvidado de recoger su reloj. El conserje le conocía bien y le abrió sin problemas. “Rósimo tiene sus cacharros en la cámara, y no entra allí todos los días. Hasta que se dé cuenta de que falta la botella, pasará tiempo, el conserje tiene que abrir a alguien casi cada noche, será difícil que sospeche de mí. Y para cuando lo haga, si la Diosa quiere ya tendré mi libertad, y a ver cómo prueba que he sido yo el randa”. En lugar de dirigirse a las taquillas, se dirigió al despacho de Rósimo. Éste creía tenerlo bien protegido porque el cerrojo interior, pese a ser corredero, debía desbloquearse con llave. De lo contrario saltaba la alarma, a no ser que alguien la mantuviese pulsada, y los pulsadores estaban en el interior del despacho, a ambos lados de la puerta. Una persona normal podía meter el brazo por el ventanuco de la puerta y descorrer el cerrojo o pulsar uno de los bloqueadores de la alarma. Podría quizá meter los dos brazos para los dos pulsadores, pero el espacio sería demasiado pequeño para maniobrar, y desde luego, no podría alcanzar el cerrojo. Para la mayor parte de criaturas vivientes, entrar en aquél despacho sin permiso era no sólo imposible, sino también mutilador: si alguien descorría el cerrojo sin pulsar los bloqueadores de la alarma, se encontraría con un brazo menos; el ventanuco escondía una cuchilla que se activaba con la alarma y cercenaría cualquier cosa que hubiera en él. Contaban que una vez, Rósimo se encontró un cuerpo descabezado en la puerta de su despacho, y la cabeza cortada dentro del mismo, aún con los ojos y la boca abiertos, como si mirara con sorpresa.

    Danna sabía todo esto, y la verdad era que le preocupaba. Pero sabía también que esas precauciones no habían contado con alguien que tuviera “tanta mano” como él. Pensó en una mujer desnuda mirándole con deseo. Y debía estar más preocupado de lo que pensaba, porque no funcionó con la rapidez de otras veces. Imaginó entonces que aquélla mujer se acariciaba las tetas con una mano y el coño con la otra, y le pedía que la follase. Antes de que su polla se diese por aludida, sus brazos sí lo hicieron. El dolor de huesos y costados le sacudió en un latigazo caliente y rápido, pero enseguida se calmó. Con mucho cuidado, metió las tres manos derechas por el ventanuco. Este era estrecho y apenas cabían, se atascaron poco después de pasar del codo. Las dobló como pudo y tanteó… con una llegaba a uno de los pulsadores, el otro lo rozaba con los dedos. La tercera apenas tocaba el pasador del cerrojo. Intentando no pensar en la cuchilla, cuyo filo sentía en el más bajo de sus brazos, empujó más adentro. Sabía que se atascaría del todo, pero lo consiguió. Llegaba a los dos pulsadores y los apretó. Con la punta de los dedos índice y corazón, tomó la manija del cerrojo. “O se abre, o…” no pensó, lo descorrió de golpe y cerró los ojos.

    La puerta se abrió. La alarma no sonó y la cuchilla tampoco apareció. Dejó escapar un suspiro de alivio y retrajo los brazos a voluntad. Se hirió al hacerlo, pero sólo en el inferior. Ahora sólo quedaba encontrar la botella.

    Que él supiera, la tenía en la cámara de seguridad, una caja fuerte del tamaño de otra habitación, adosada a su despacho. Rósimo no tenía un sistema de reconocimiento de voz dado que él no hablaba, y había visto demasiados mancos, mutilados por ladrones para desvalijar cajas que se abrían con identificación manual o digital, así que había optado por un sistema de combinación numérica, más clásico, pero, según él, menos probable de violar, dado que la numeración sólo la sabía él y no la apuntaba en ningún sitio. O eso creía él. En realidad la había apuntado en un sitio muy visible para alguien que supiera leerla: en la puerta de la propia caja.

    Danna extendió sus antenas empáticas y colocó la mano en el teclado. Sabía que había tenido que abrirla esa misma noche para guardar la recaudación de la decana, así que el rastro estaría fresco. Los lilius pueden leer el pensamiento de una persona a través de un objeto que hayan tocado. Claro que es una manera imprecisa de hacerlo y llena de interferencias, pero cuando se sabe exactamente qué se está buscando, resulta mucho más fácil. El pensamiento residual de Rósimo se mezclaba con la idea de la cena, las tetas de una camarera y una canción que subía y bajaba, pero en medio de todo eso, había una secuencia numérica… 800. 45. 12.... La siguió varias veces, hasta estar seguro de los números y el orden de los mismos, y la marcó en el teclado. Con un chasquido, la puerta se abrió. Danna dejó escapar una sonrisa de triunfo y un “¡Sí!”

    Encendió la luz interior. Allí había cajas de dinero y un montón de cachivaches. Joyas, estatuíllas, objetos de arte diversos… hasta había libros en papel y afiches de viejos clásicos, de esos tan conocidos que incluso a alguien no aficionado le sonaban, como Casablanca. Eran los tesoros personales de Rósimo y, por primera vez, se le ocurrió que lo que iba a hacer no estaba bien, pero, ¿acaso estaba bien que a él le explotasen entre unos y otros, que se forrasen con sus peleas y que, cuando ya no pudiese boxear más, simplemente le tirasen por ahí? Aquéllos trastos inútiles estaban mejor cuidados de lo que estaría él cuando terminase su carrera. Recorrió la cámara con la mirada y al fin, vio la botellita, colocada sobre un estante. Estiró el brazo para cogerla.

   “Picó, ¡picó!”

    La voz no venía de ningún sitio, pero a Danna le dejó clavado en el sitio. Un grito ahogado, que tampoco se oía con los oídos, penetró a través de las antenas del mestizo. Se volvió hacia todas partes, y entonces vio otra botellita roja. Idéntica a la otra. Y en otro estante, muy arriba, otra más. Y en el suelo, otra.

    —Maldito mudo de mierda — susurró. La cámara era enorme, y a simple vista contó seis botellas, pero apenas miró con atención, empezó a ver, medio ocultas, muchas más. Con aquéllo no había contado. Pero con una presencia mental en la cámara, menos. Con su mitad lilius, él podía detectar cualquier inteligencia cercana con la que comunicarse, pero al entrar en la cámara no había sentido absolutamente nada, si no hubiera pensado, él no la habría percibido. Su sentido común le decía que no había ninguna mente allí, pero aquéllo no había sido una alucinación. Sondeó con sus antenas, y vagamente la notó. Estaba quieta, oculta, pero no podía detectar dónde. Sus ojos se pasearon por la cámara, y entonces la sintió, en una de las botellas.

    Trató de lanzar su pensamiento hacia la presencia, a la desesperada lanzó una nube de ondas tranquilizantes tan potente que hasta él tuvo que tirar de su propia fuerza de voluntad para no ceder a la relajación, y al fin la sintió moverse, ¡pero con qué rapidez! “Es imposible que se mueva tan rápido con tanto tranquilizante”, pensó Danna, e intentó seguirla, convencido de que pronto le harían efectos las ondas. La presencia saltaba de lado a lado de la cámara, de objeto a objeto, de botella en botella, poseyendo cada uno, a una velocidad vertiginosa, y perseguida siempre por la mente del propio Akdannaian, que no lograba apresarla, ni siquiera verla.

    “Para, ¡espera!” pensó el mestizo. “Soy amigo de Rósimo, él me ha enviado aquí a buscarte”.

    “Eso es mentira”, contestó la presencia. Danna contuvo una maldición. Como había supuesto, aquélla presencia podía leer el pensamiento como lo hacía él mismo; no valía la pena intentar mentirle. Pero al contestar, se había movido con más lentitud. La mente del mestizo trató de acercarse con cuidado.

    “Es mentira, sí.” Admitió. Quizá yendo con la verdad por delante, llamase su atención lo suficiente como para que le permitiese acercarse. “He venido aquí a intentar robar la botella roja, porque si lo consigo…”

    “Obtendrás tu libertad” completó la presencia. “Puedo leerte, no te molestes”.

    “Entonces, sabrás también que necesito la botella roja, es mi única esperanza”.

   “Esa botella roja que tú buscas, en realidad no existe. Soy yo”. Estaba cerca, ahora estaba muy cerca, tanto que logró… no se podía decir “verla”, porque carecía de forma física, era una mente pura, pero sí consiguió saber su identidad. Era un ente femenino, inteligente, no se trataba de un sistema dirigido ni una presencia proyectada desde otro lugar. Aquélla voz era su forma verdadera. Eso sólo dejaba una posibilidad.

   “No puede ser… ¿eres un physix?” La importancia del descubrimiento le hizo olvidar sus propios problemas. Los physix eran una raza de la que nadie estaba seguro de su existencia y sobre la que corrían multitud de leyendas. Al parecer, carecían de cuerpo, eran sólo ondas mentales y podían proyectarse instantáneamente hacia donde quisieran. Eso quería decir que, aunque se llevase todas las botellas rojas de la cámara, en realidad daría igual; a ella le bastaría con quedarse en la cámara u ocupar cualquier otro objeto. También podía perfectamente proyectarse hacia donde estuviera Rósimo y delatarle.

   “Pero no lo he hecho. Aún” dijo la voz, contestando al pensamiento de Danna. “Y sí, soy una physix. Llevo más de diez años en ésta cámara, ayudando a Rósimo a todos sus manejos a cambio de mil promesas, de las cuales no ha cumplido ninguna”.

    “Yo no quiero tu ayuda para nada ilegal” protestó el mestizo. Si la physix dudaba, y él sabía que lo hacía más allá de sus palabras, quizá pudiera ganársela. “Quiero tu ayuda para ser libre”. La mente guardó silencio. Danna trató de sondearla, pero la physix era más astuta; estaba pensando en una pantalla de duracero. Era indudable que tenía experiencia guardando su pensamiento de personas con habilidades similares a las suyas.

    “Escucha, te ayudaré, pero tú debes ayudarme a mí también; si no cumples tu parte del trato, volveré con Rósimo y le contaré que tú me sacaste de aquí.” Contestó al fin.

    “¿Qué querrás que haga?” quiso saber el luchador, y casi juraría haber oído una risita, pero eso era imposible. Los physix eran todo mente, no tenían emociones y no sabían reír.

    “Nada ilegal, ni doloroso para ti, ni peligroso. Pero si no me juras que me ayudarás, no saldré de aquí”.

   “Lo haré, haré lo que precises”, prometió Danna, y decía la verdad, pero preguntó: “¿Por qué te quedas aquí si Rósimo no te ayuda? Tú puedes proyectar a donde quieras tu mente y buscar otro lugar…”

    “¿¡Crees que no lo haría si pudiera?!” la voz sonaba hasta ofendida “¡Me hubiera fugado hace mucho tiempo, pero no es tan sencillo como tú piensas, orangután con antenas!”

    El asombro, hizo que Danna ni siquiera devolviera el insulto, ¡se suponía que los physix carecían de carácter…! Pero aquélla mente, impaciente ante la cortedad de la suya, se había molestado.

   “No pretendía ofenderte” dijo la voz, ahora mucho más calmada. “Es sólo que llevo mucho tiempo encerrada y dándole vueltas a mis posibilidades; ahora llegas tú y me dices eso, como si a mí no se me hubiera ocurrido en diez años… Coge la botella y larguémonos de aquí”.

   Danna sintió la mente saltar de objeto a objeto de la cámara, y finalmente la sintió en la botellita roja que él había estado a punto de tomar en primer lugar. Danna sonrió y la cogió, y de pronto, sintió mucha sed y el estómago le rugió de hambre.

    “¿Qué me has…?”

    “Tranquilo, nada serio”. contestó ella. “Llevaba varios días sin comer, Rósimo no me alimenta salvo muy de tarde en tarde; forma parte de las precauciones que toma para que no escape”. Danna se guardó la botellita y, mientras cerraba de nuevo la cámara, quiso preguntar, pero la respuesta le llegó antes de enviar la pregunta, porque ella ya la había oído antes de que él la formulara. “Sólo soy una presencia mental, carezco de boca o sistema digestivo para alimentarme. En mi planeta, puedo metabolizar lo que preciso a través de la energía de plantas, animales y algunos minerales. Aquí, encerrada en una cámara llena de objetos inanimados, no puedo alimentarme de ningún modo, sólo cuento con que Rósimo me ofrezca algo. Si estuviera fuerte, podría urdir algún medio de escapar, pero estando tan débil, me moriría si lo intentara”.

   Akdannaian volvió a su casa tranquilo, sabía que Rósimo tardaría varios días en volver a entrar en la cámara y, según la physix, no siempre comprobaba su presencia allí, la daba por sentada. Aún cuando la siguiente vez se le ocurriera comprobar, sería difícil que pudiera sospechar de él, y no podría probarlo. “Si las cosas se ponen muy feas, estando fuerte le puedo convencer de lo que sea”, explicó la mente. Durante aquélla noche, Danna se enteró de muchas cosas con respecto al supuesto “genio de la botella”. Se llama Kairchik, era una hembra relativamente joven y vivía esclavizada. Era una exploradora, venía de su planeta con una misión y, básicamente, lo que necesitaba era energía, muchísima. “Podemos proyectarnos casi a cualquier lugar del Universo en instantes, pero eso implica un gran gasto energético. El saltar de un objeto a otro, de un cuarto a otro, es como para vosotros cambiar de habitación, no representa un gran gasto. Pero proyectarse a sitios lejanos, sí, mucho más cuanto más lejano es. Y para hacerlo de forma segura, también necesitamos saber algo de a dónde nos dirigimos. Antes de dar un salto grande, primero proyectamos una visión de ese punto. Eso implica un gasto mayor aún.” Se explicaba Kairchik.

   —¿Y no podéis saltar a ciegas, para ahorraros al menos ese gasto?

  “Como poder, se puede, claro, pero entonces nos arriesgamos a caer en sitios inhóspitos, como una supernova, o un agujero negro. Aunque no tengamos cuerpo físico que se dañe, las ondas mentales también tienen sus límites. En una estrella moriríamos, de un agujero negro no podríamos salir… Y el duracero nos detiene. Nos debilita, y no podemos atravesarlo, no sabemos por qué. Mi misión, como la de otros exploradores, era averiguarlo, y me temo que no hemos tenido suerte ninguno.”

    —¿Por qué?

    “Hace mucho que dejé de sentir su presencia. Aunque estemos muy lejos unos de otros, siempre podemos sentirnos y hablarnos. Antes, aprovechaba los momentos en que Rósimo me sacaba de la cámara, para hablar con ellos. No estaba lo bastante fuerte como para proyectarme hacia ninguno, pero al menos podía saber de ellos. No eran conversaciones halagüeñas. Nuestras dotes eran muy valoradas por los hampones, por el ejército, y nosotros carecíamos de dobleces o de maldad, ¡ni siquiera sabemos mentir! ¿Para qué vas a mentir, si sabes que tu interlocutor está leyendo todo lo que piensas? Sé que algunos de mis compañeros fueron utilizados, pero no sé nada concreto de ninguno, sólo que dejé de recibir sus frecuencias. O están encerrados como yo en cámaras de duracero, ...o han dejado de existir”.

   Danna sintió la tristeza de la physix a través de sus pensamientos. Sus antenas empáticas le mandaban la ola de soledad, incertidumbre, dolor y pesar que la mente había sentido durante tantos años de encierro. “Y hay quién dice que, por carecer de cuerpo, ya no tenéis emociones… puto especiesismo”, pensó y acarició la botella con el dorso de los dedos. El color de la misma cambió, de rojo a rosado intenso, y la niebla que había en ella, se arremolinó con rapidez, en un torbellino circular.

    “¿Por qué has hecho eso?” preguntó Kairchik. “Me parece que intentes… confortarme”.

   Danna se incomodó.

    —Verás… los corpóreos usamos mucho el lenguaje físico — trató de explicarse —. Cuando ves que una persona se siente triste, intentas consolarla con contacto físico, acariciándola, o dándole un abrazo.

    “Entiendo. Creo”. Musitó la mente, y Danna sintió que de nuevo evocaba el muro de duracero que le permitía pensar con privacidad. El luchador sabía que él podía intentar derribar aquél muro, él no tenía problemas con muros, ni con el duracero, pero si la physix quería contar con esa intimidad, él estaba dispuesto a dejársela. “Hay cosas que debo averiguar para los míos. No se trata sólo de obtener energía, aunque eso sea lo más importante. Mi planeta pasa por dificultades; hemos establecido algunas colonias, pero eso es insuficiente. Necesitamos un planeta para realizar una migración masiva, y hemos de explorar no sólo nuevos mundos, sino también nuevas maneras de vivir. Tengo que contar con alguien que disponga de cuerpo para poder ayudarme. No puedo darte más detalles, sólo puedo decirte que no será peligroso para ti, ¿querrás ayudarme?”

    —Te dije que sí y lo mantengo — contestó Akdannaian. Él sabía que la physix no mentía. Ocultaba algo, claro que sí, pero se trataba de una criatura honesta; fuera lo que fuese lo que no le quería contar, no entrañaba riesgo alguno para él.

 

 

 

    —….Tu contrato, extinguido. Ahora eres libre — Zesso se había vuelto todo sonrisas al recibir la botellita roja, y no reparó en el pendiente que colgaba de la oreja izquierda de su luchador, que tenía un color muy similar al de la botella. —. Y, en buena ley, te corresponde la cuenta de ahorros que he ido separando para ti durante todos estos años, ¡dinero que ha sido sagrado para mí!

    “Este tipo te miente” Kairchik, muy cerca de su oído, podía ver los pensamientos de Zesso, y éste se jactaba para sí del dinero que le había sacado a su pupilo.

    “Lo sé, ¿puedes hacer algo?” La expresión sonriente de Akdannaian no cambió mientras contestaba a la physix, y le llegó la sonrisa de ésta. De inmediato, Zesso adoptó una expresión idiota. No es que la habitual fuese en exceso inteligente, pero la cara que puso hacía pensar que alguien le había dado a oler licor de Lágrimas de Venus y que estaba en pleno éxtasis.

    —¿Sabes, hijo? Todo el dinero que he hecho contigo, no se puede soñar — sonrió, atontado —. Tanto, que lo he metido en una cuenta láctea, para que nadie lo encontrara, esperando que tú te marcharas para poder usarlo, para poder retirarme a una isla en Lilium, o en las lunas, bien cerca de las sacerdotisas como tu madre, para que vinieran a follar conmigo todos los días… pensé que estaría muy gracioso, primero jodo bien al hijo, y luego me paso mi retiro jodiendo también a la madre…

    “Calma” advirtió la physix, notando que Danna torcía el gesto y apretaba los puños. “No te preocupes, no podrá hacerlo, pero no puede evitar soltarte la verdad”.

    —Pero la mayor parte de ese dinero es tuyo — continuó Zesso —. Lo ganaste tú y no sería limpio que yo me lo quedase todo. Iremos al 60-40; sesenta para ti, y cuarenta para mí. Al fin y al cabo, yo te protegía, sí, ¡pero eras tú el que recibía los golpes! — El empresario abrió la pantalla digital y accedió a su cuenta del banco, delante de él. Dio todas las autorizaciones y traspasó una cantidad de dinero inmensa a la cuenta de Danna —. Oh, y la casa… El valor de la casa también hay que contarlo, ¡hace tres años que terminaste de pagarla, y me he estado quedando con todas las mensualidades, como si aún estuviera hipotecada! ¿Y sabes qué? ¡Pretendía quedarme también con la casa, haciéndote creer que no estaba pagada…!

    El luchador no podía dejar de sonreír. “Kairchik, ¿estás haciendo tú todo esto?” preguntó.

    “Bah, sólo estoy subiendo su sentido de la moral y de la ética, eso es todo… He suprimido su egoísmo y ahora obra como sabe que es justo.” Se notaba una sonrisita, un tono de suficiencia en la voz mental. “¡Pero toma nota para cuando te necesite yo a ti!”.

   Danna salió del despacho de Zesso con dinero más que suficiente para comprar su local en el acto si lo desease, pero no deseó forzar la suerte. Conservó los tratos con Rósimo como habían quedado: dos años de alquiler, y al tercero, le pagaría el triple de lo que costó en su día, trato cerrado para que ni uno pudiera subir el precio, ni el otro bajarlo, y así regresó a su casa, ahora enteramente suya.

   “Esta casa es enorme” dijo Kairchik “¿De veras necesitas tanto sitio, sólo para ti?”

   “No es que lo necesite, pero es mío. Me he acostumbrado ya a ella.” Contestó el luchador.

   “Pero, ¿no te sientes solo en una mansión de dos pisos y ocho habitaciones, viviendo sin nadie más?”

    “Por curiosidad, ¿cuánto le durará el globo de la moralidad a Zesso?”

   “Lo siento”. contestó ella. “No quería meterme donde no me llamaban”.

    “¿Qué quieres decir?”

    “No necesito leer tu mente para ver que has eludido mi pregunta… pero como de todos modos, no puedo evitar leerla, veo tu soledad.” La voz hablaba con delicadeza, pero como Danna no la cortó ni detectó en él hostilidad, siguió hablando. “Te has atrevido a enfrentarte a Zesso precisamente porque estabas solo… tu soledad te dio tiempo para pensar y oportunidad de darte cuenta de que no te gustaba lo que tenías, aunque aparentemente lo tuvieras todo. Por eso Zesso quería mantenerte ocupado siempre y todos los días te mandaba chicas. Y la moralidad le durará un par de días, la perderá paulatinamente; en cualquier caso, lo suficiente para que no pueda retroceder ninguna orden de transferencia, y tampoco podrá reclamar contra ti; él mismo tenía precauciones de seguridad en su banco contra tu posible manipulación, y las pasó. No podrá probar que ha sido sometido a las mías”.

    Danna sonrió. Kairchik tenía razón en todo. Era cierto que se sentía solo y le parecía que la casa le quedaba grande, pero lo cierto es que, lo quisiera o no, era su hogar. Le gustaba. Pero sí era verdad que a veces, algunas noches, la sentía un poco vacía. Quizá como su propio corazón, pensó. Y entonces se dio cuenta que Kairchik estaría oyendo todo lo que él pensaba, e intentó pensar en otra cosa.

    “Bueno… ahora toca lo tuyo”, pensó. “¿Qué tengo que hacer para ti?”

    “Algo muy fácil: dormir”.

    “¿Cómo “dormir”?” Preguntó el luchador.

    “Sí, sólo es eso. Tienes que tomar una comida copiosa, porque yo me alimentaré de tus energías, y luego, dormirte. Mientras duermes, yo podré estudiarte.” Danna quiso preguntar, pero Kairchik ya sabía qué curiosidad tenía. “Necesito estudiar tu cuerpo. Tu esqueleto, tu sistema nervioso, tus músculos… todo. Y debo hacerlo mientras duermes, porque así tu pensamiento no me oprimirá. Pierde cuidado, si fuese peligroso, no te lo pediría”.

   Danna accedió, y la physix le instruyó en lo que debía hacer. Además de comer mucho, le advirtió que dejase también una jarra de agua y comida junto a la cama. “Es fácil que estés dormido muchas horas, yo me encargaré de ello. Cuando despiertes, tendrás hambre y sed y quizá te sientas algo débil por las energías que habré tomado de ti. Todo será normal, y se te pasará en pocos minutos”. El luchador se encogió de hombros con una sonrisa; nunca pensó que pudiera ayudar a nadie haciendo algunas de las cosas que más le gustaban, que eran comer y dormir, así que se atiborró de todo cuanto quiso, y Kairchik le orientó hacia las viandas más calóricas y llenas de grasa y azúcar, hasta que realmente no le cupo ni un bocado más y tuvo que ir hasta su alcoba con los pantalones medio bajados, porque su tripa se salía de ellos.

    Dejó junto a la cama una jarra de dos litros de agua fresca y varios bocadillos y dulces, como la physix le había pedido, y se estiró en el catre, blando y cómodo. Suspiró y apenas llegó a cambiar de postura; su estómago lleno (y quizá también Kairchik) le durmieron al momento.

     “Scanner de seguridad. No se mueva, por favor” decía la voz enlatada. Danna estaba en un punto de transporte. Al otro lado de las puertas, veía la exuberancia vegetal de su planeta natal. Deseaba ir allí y sumergirse en aquél verdor, pero obedeció la orden, sabía que tenía que permanecer quieto. Tardaba mucho. Y allí fuera todo estaba tan bonito y verde. Se vio a sí mismo de niño, correteando descalzo por los prados de Lilium-Arcadia, y a su madre, toda sonrisas, siempre de buen humor, corriendo tras él. No pudo aguantar más y echó a correr hacia la puerta. El punto de transporte desapareció, y sólo quedó el bosque.

     —¡Nanitan, niño travieso! — se volvió y sonrió. Era su madre. — ¡Te has movido! Quédate un momento quieto y deja que te mire… ¡Cuánto has crecido! ¡Qué guapo estás!

     —Madre, me viste hace tres años. Y me ves siempre que hablamos, no he podido crecer. — una alegría sencilla y una oleada de cariño parecieron rebosar su corazón.

    —Para una madre, los hijos siempre son niños. Siempre nos sorprende veros adultos y nos parece que habéis crecido. ¿Qué pasa con tu padre?

    —No me hables de él — cortó Danna —. Para mí, siempre será el hombre que venía a violarte.

    —No era violación, yo se lo permitía, ¡sólo yo podía darle el regalo! — la imagen de su madre le miró con cierta reconvención — ¿Y tú? Estás solo.

    —No quiero hablar de eso — el luchador se volvió y empezó a volar por entre los helechos y los arbustos, suaves y húmedos, llenos de un agradable frescor. Cada hoja acariciaba una parte de su cuerpo, su rostro, sus brazos, sus piernas… También una le acarició el pene y sintió un cosquilleo dulce, breve, que le hizo sonreír.

    “Te gustan las cosquillas” dijo una voz femenina, y de pronto le siguieron muchas más. “Te gusta que te toquen”, “te gusta que te chupen”, “penetración, follar, joder, ¡fóllame! ¡cabálgame! ¡danos el regalo! ¡El regalo! ¡El regalo!”. La confusión de voces aumentaba. Cada hoja de planta se había transformado en una mujer y todas le abrazaban y tocaban a la vez, sentía mil brazos en su pecho, mil bocas en su cara y su lengua, y otras tantas le lamían la piel, la polla, y empezó a disfrutar. Gimió y estalló en un orgasmo sin previo aviso. Todas las chicas eran iguales, todas tenían la misma cara y la misma voz, y todas empezaron a preguntarle a la vez sus nombres. “¿Te acuerdas de mí, verdad?”, “Me dijiste que yo era única”, “Dijiste que lo nuestro era especial”, “¿Cómo me llamo?”, “Di mi nombre, Danna”, “Grita mi nombre cuando te corras”, “¿Y yo, a que de mí sí te acuerdas?”, “No me has olvidado, ¿verdad?”

    Danna se debatió entre ellas, ¿cómo podía recordar nada, si todas eran iguales? Había pagado por todas ellas, ya fuese él o Zesso, pero todas habían sido amigas de pago, lo que les dijera, no había sido más que charla de cama, igual que lo que ellas le decían a él.

    —No has dado a nadie el regalo.

    —¡Madre! ¡No me mires ahora! — protestó Danna, intentando taparse, pero las chicas no dejaban de tocarle y hacerle gozar, les importaba un cuerno que la madre de su amante mirase o no.

    —Siempre has tenido vergüenza — Roldra le miraba sólo a los ojos, y el luchador vio que estaban llenos de lágrimas brillantes — Y siempre has tenido miedo a la entrega. ¡Pero es culpa mía! ¡Sólo viste violencia donde había amor, y yo no fui capaz de enseñarte que amaba a tu padre, y que su manera de volver siempre a mí, era el único amor que él podía profesarme!

    —No... No, madre, no es culpa tuya — negó él, intentando resistir el placer, mientras las chicas le chupaban a la vez la polla, las pelotas, y notaba una lengua acariciar su ano. Era jodidamente difícil — Yo no… no me he entregado porque son… ¡aaaaaaaaaah…! Porque son mujeres de pago — sabía que Roldra no entendería la palabra “putas”, y eso de “sexo de pago”, tampoco era fácil de entender para una lilius. —. Se… se acuestan conmigo porque les doy dinero a cambiooo…

    —Eso es muy triste, hijo mío — las lágrimas de Roldra temblaron en sus ojos y cayeron al suelo. Donde cayeron, brotaron flores de color rosado, rojizo, púrpura, violeta… que crecieron hacia él e intentaron abrazarle con sus corolas —. Tú eres un lilius, hijo de una sacerdotisa, con formación de sacerdote, ¡tu labor es dar el regalo sin pedir nada a cambio! Pero eso no te importó, y ninguna de esas chicas lo tuvo de ti, ni una sola.

    Danna se estremeció entre los brazos de mil mujeres y de su polla brotó agua en lugar de semen. Se sentía avergonzado de haber eyaculado delante de su madre, pero ésta parecía preocupada por otra razón:

    —¿Ves? Tu esperma, tu gozo, no valen nada si no das el regalo. Están vacíos — de pronto, todas las chicas desaparecieron, y Danna cayó de rodillas entre las flores. Estaba sudado y sucio, y se sentía débil, agotado y pringoso, pese a haber eyaculado agua. —. Te sientes solo porque has actuado de forma muy egoísta. Sólo has pensado en ti y en tu gozo, y eso no está bien cuando estás con otras personas. Debes entregarte. Debes entregar el regalo.

    —Madre, yo… yo no he encontrado a nadie para…

   Roldra se arrodilló junto a él, con una gran sonrisa plena de ternura, y le abrazó, acunándole en su pecho.

    —Mi niño. Pero si no lo tienes que buscar. — A Danna le pareció que su madre decía algo más, pero ya no la oyó.

    Roncó, y el ronquido le hizo medio despertarse. Sintió la boca reseca como si tuviera papel de lija en lugar de lengua, y su piel estaba empapada de sudor pegajoso. Un hilo de baba había dejado un círculo húmedo en la almohada y, cuando intentó incorporarse, la cabeza le dio vueltas. Apañó la jarra y bebió con ansia. ¡Qué rica le supo el agua! Era como tragar vida. Conforme se desperezaba, se dio cuenta de que tenía la entrepierna empapada, y los goterones de semen le llegaban hasta al pecho. Sabía que tenía que recordar algo, pero estaba tan mareado, que no sabía qué. Tomó uno de los bocadillos y empezó a comérselo mientras se limpiaba con una esponja perfumada. Cuando los preparó, hacer bocadillos de crema dulce de semilla de mushaté y pasta de ovomela le había parecido demasiado empalagoso pero, cuando uno estaba tan exhausto como él en ese momento, una sobredosis de azúcar era justo lo que le pedía el cuerpo… y entonces se dio cuenta de algo y se quedó con el bocado en la boca, sin masticar. La esponja. Él no la había puesto allí.

    “Para ser luchador, tardas mucho en notar una presencia a tu espalda”. Danna pegó un brinco y saltó de la cama.

    —¿¡Quié…?! — pero se cortó, no necesitaba preguntar su identidad. Más bien necesitaba preguntar… — ¿Cómo?

   En su cama, cubierta por la colcha, estaba Kairchik. No la había visto antes, pero sabía que era ella. Tenía la piel rosada, casi fucsia, el cabello entre púrpura y violeta y los ojos de color rojo brillante. Si Akdannaian hubiera conocido a los demonios, hubiera pensado que aquélla chica menuda parecía uno. La mujer sonrió.

    “Tendrás que enseñarme a hablar con la boca” dijo, en su mente “Pensé que sabría, pero es más difícil de lo que pensaba”. Danna se sentó de nuevo en la cama y sólo entonces pareció darse cuenta de que iba desnudo, porque se tapó precipitadamente.

    —¿Cómo te has hecho un cuerpo? — quiso saber.

   “Es una habilidad de los physix”. Sonrió ella con aire de suficiencia. “Necesitamos muchísima energía para ello, pero una vez obtenemos un cuerpo, podemos modelarlo a nuestro antojo, como tú modelas arcilla, o dibujas. Es un gran esfuerzo mental y que requiere mucho tiempo. Has permanecido dormido casi treinta horas.”

   —¡Treinta horas! ¡Era mi primer día y no he abierto el club! — sonrió.

    “Lo siento… te necesitaba para esto. Me has sido muy útil, Akdannaian Und´thea. Gracias a ti, he podido crear un cuerpo mamífero, apto para vivir en otros planetas y que sería útil a mi gente, si no fuera porque ya no era preciso”.

    —¿Cómo que no era preciso? — interrogó el luchador.

    “...Han pasado once años desde que partí, y he pasado diez encerrada.” Se explicó, cariacontecida. “He intentado ponerme en contacto con los míos. Y… bueno, ha habido cambios en mi planeta. Antes, se consideraba que debíamos ocupar cuerpos físicos para expandirnos con seguridad por el Universo. Ahora se piensa que algo así, es una atrocidad, una degeneración. Que la forma mental es la forma pura, y cualquier planeta dominado por seres físicos, es inviable para nosotros. De repente, soy una traidora a mi raza por usar un cuerpo físico”.

    —Kairchik… Lo siento. — Aún sin el enlace mental, la physix sabía que decía la verdad y lo sentía de veras.

   “¿Cómo es eso que hiciste la otra vez… cuando intentaste confortarme?”

   —¿Cuando te acaricié?

   “Sí. Fue raro, pero no desagradable. Me gustaría sentirlo a través de un cuerpo, ¿puedes hacerlo de nuevo?”

   Danna sonrió y acarició el rostro rosado con el dorso de los dedos. Kairchik cerró los ojos y una sonrisa se abrió en su cara. El luchador vio cómo se le ponía la piel de gallina en los brazos, y estos se le quedaban flojos, de modo que soltó la colcha que cubría su pecho. Intentó retirar la mano, pero la physix acercó el rostro para prolongar el contacto, y él la acarició con la palma.

    “Haaaaaah…” Suspiró la joven. A través de las antenas empáticas, a Danna le llegaba el cúmulo de sensaciones que colmaban a su amiga, y que sentía por primera vez. “Es muy agradable… Pensaba que el roce suave de la colcha era agradable, pero esto es mucho mejor. Es cálido, es… puedo sentir tu vida a través de tu piel”.

    —¡Je! Pues ya verás cuando te comas un helado… — Akdannaian intentaba disimular, pero sus brazos habían hecho acto de presencia y sabía que a ella no podría ocultarle que estaba excitado.

   “No te preocupes por eso, no me molesta”. Sonrió ella. Danna sabía que no tenía caso intentar hacerse el tonto, y que lo mejor sería ir a darse una ducha. Pero apenas hizo ademán de levantarse, la joven le tomó de la mano. “Danna, yo…”. Le deseaba. No necesitaba decirlo de forma consciente, él lo sabía. Y ella podía haber pensado detrás de la imagen del muro de duracero, pero no lo había hecho. Quería que él lo supiera. “Desde que salí de mi planeta, sólo me he encontrado personas que han pretendido aprovecharse de mí. Antes que Rósimo me capturara, ya hubo otros que lo intentaron… Me da igual que mi misión haya fracasado, yo sigo queriendo aprender acerca de qué significa vivir en un cuerpo. Necesito alguien en quien poder confiar, y tú has sido el único ser digno de confianza que he encontrado en once años”.

   El luchador estuvo a punto de objetar algo, pero ella se le adelantó: “Sí te conozco. Igual que tú a mí. Los dos podemos ver el uno en el otro. He estado dentro de ti a nivel inconsciente. Sé cuánto te cuesta confiar en alguien. Pero en mí puedes hacerlo, yo no puedo mentirte, ni ocultarte nada… Sé que mi truco de pensar en un muro de duracero no funciona contigo, y aún así, no espiaste pudiendo hacerlo.”

   Los seis brazos de Akdannaian querían pensar por él, todo su cuerpo quería pensar por él, pero él sabía cuán cara podía costar la confianza, “¿Cómo sé que no quieres simplemente investigar el sexo físico? Puedes autoconvencerte para que no parezca que mien...” pensó, casi sin querer. Kairchik sonrió. Por toda respuesta, le mandó imágenes de Rósimo follando con camareras dentro de su cámara acorazada. Danna puso gesto de asco.

   “Sé cómo es el sexo físico. Rósimo lo hizo así muchas veces para que lo viera yo.” La physix no se molestaba en taparse las tetas y sus dedos acariciaban uno de los brazos derechos que su amigo apoyaba en la cama, muy suavemente. “Sabía que yo quería un cuerpo físico, y sabía que si llegaba a obtenerlo, le sería mucho más difícil tenerme presa. Pretendía que todo lo físico me asqueara, por eso hacía esas cosas delante de mí.”

    El luchador notaba que su cara se acercaba más y más a la de Kairchik, por más que intentara contenerse. Estaba harto de follar, de gozar de un cosquilleo breve durante algunos segundos y sentirse después vacío en su cama vacía, su casa vacía y su corazón vacío. “Entonces, da el regalo”. Pensó la joven. “Entrégate”.

    —No está bien que espíes también mis sueños… — musitó, pero se dejó abrazar por su compañera y se tumbó sobre ella, apresándola entre sus seis brazos.

    —¡Aaaaaaaaah…! — era el primer sonido que salía de la garganta de Kairchik, y la joven se sorprendió, pero le sorprendió más aún la intensidad de la sensación. Su pecho, pegado al de Danna, parecía estallar de calor. Los seis brazos de su amante se paseaban por su cuerpo, abrazándola a la vez por la espalda, los hombros, las nalgas… y no dejaban de moverse, acariciándola, inundando su cuerpo de suavidad. Aunque éste también se inundó de otras cosas…

   “¡Danna, ¿qué me sucede?!” preguntó, asustada. “¡Mi órgano sexual suelta líquido! ¿Hay algo mal?”. Su compañero sonrió y le besó la nariz.

    —No hay nada mal, está perfecto — contestó, divertido. —. Tu “órgano sexual”, vulgo “coño”, se humedece para que la penetración sea fácil y placentera — la carita de alivio que puso Kairchik le destrozó el corazón. Se dio cuenta que no quería simplemente saciarse con ella, sino que gozaran juntos; quería darle el regalo, y la besó con fuerza. La inexperta lengua de Kairchik recibió la suya con torpeza primero, pero con intensas caricias después. Las piernas de la joven se abrieron solas y le albergaron entre ellas, aún con la colcha por medio, y él sintió una oleada maravillosa de cariño, tan profunda y grande que sintió ganas de llorar. El amor que ella le ofrecía le llegaba con la violencia de un impacto físico, a través de sus antenas empáticas; nunca había sentido nada igual. Quería más que follarla, quería cuidar de ella, complacerla. Amarla. —. Todo lo que voy a hacerte, lo que vamos a hacer, tiene que ser placentero, ¿de acuerdo? Si sientes dolor o molestia, dímelo enseguida.

   Kairchik, con la respiración alterada y las mejillas de color violeta, asintió. La boca de Danna empezó a recorrer su cuello y bajó hacia sus pezones. Al besar uno de ellos, los brazos de su amiga le abrazaron en una convulsión y la sintió estremecerse debajo de él, ¡qué preciosa estaba! El pezón, duro entre sus labios, fue mimado por su lengua mientras Kairchik gemía e intentaba articular palabras sin conseguirlo.

    “Qué… qué gusto, qué gustitoo…” lograba pensar. “Tu lengua es tan cálida, tan húmeda y suave, ¡qué escalofríos me daaa…! Sigue, sigue… oooh… el otro, por favor, hazlo también en el otrooo”.

    Danna, sonriendo, obedeció y succionó del pezón izquierdo mientras sus manos acariciaban y pellizcaban ambas tetas. Kairchik parecía en trance, sus caderas se mecían solas y tenía los ojos en blanco. Él tenía la polla pegada al vientre pero, por una vez, no quería penetrar a la mujer que estaba con él. Quería que ella gozase primero. Era la primera vez que la physix experimentaba el goce sexual y quería que no lo olvidase jamás.

    Retiró la colcha y dos de sus manos acariciaron su vientre en cosquillas, disfrutando de las sonrisas y los estremecimientos de su amante. “Me gustan las cosquillas, mmmmmh, jijijiji… haaaah… da como… mmmmh… da como rabia, pero agradable. Quiero a la vez que pares, y que sigas.”

     —Ahora sí que vas a sentir cosquillas. — sonrió Danna, su voz mucho más ronca, y la miró a los ojos. Kairchik casi no podía sostenerle la mirada. Antes no había sentido vergüenza, pero ahora sí la sentía, y aunque sabía que la vergüenza era un sentimiento negativo, tenerla porque Danna estaba dándole placer era delicioso. No lo entendía. Pero tampoco lo quería analizar. Asintió.

    Los dedos del luchador acariciaron la vulva húmeda de la joven y ésta se acurrucó contra él, toda temblorosa. Muy despacio, el dedo medio de Danna acarició la raja y se empapó de humedad. Con una mano, abrió los labios, que emitieron un sonido húmedo al separarse, y con otra, posó su dedo sobre el clítoris virgen.

     —¡Haah! — el grito ahogado de Kairchik le pareció lo más bonito que había oído. La joven había temblado de sorpresa y gozo, y muchos pensamientos se agolparon en su mente, tantos que era imposible descifrarlos, y en ellos se mezclaban imágenes de sonidos chirriantes, de colores fundiéndose en el atardecer, de relámpagos en el cielo nocturno, y de intentos de procesar aquélla sensación, mezclados con un deseo casi desesperado de sentirla nuevamente. Danna obedeció. Su dedo mojado empezó a acariciar lentamente el punto débil de Kairchik, haciendo círculos y mimándolo. Sabiendo que era su primera vez, no quería darle un juego demasiado duro.

     La physix se encontraba en un estado en el que el pensamiento léxico ya era imposible, sólo era capaz de sentir y gozar, y notó la dulce caricia convertir su cuerpo en agua, darle un cosquilleo delicioso, un placer desconocido que se extendió enseguida por sus piernas y las puso tensas, y le hizo temer que moriría o se desmayaría, pero no quería que parara, ¡por favor, que no parara! El placer creció, notó que los dedos de sus pies se encogían sin que ella lo controlara, y al fin un gusto maravilloso se liberó en su clítoris, haciéndole dar golpes con las caderas, gemir, sudar y sentirse en la gloria, satisfecha…

    Una dulzura infinita, una sensación de ternura deliciosa la invadió. Y la compartió con Danna. Se abrazó a él y dejó que sus pensamientos fluyeran en una cascada imparable. Todo su placer, su gratitud, su cariño, se volcaron hacia él, y Danna no se lo impidió. Se dejó vencer por las emociones, le abrió paso a su mente como a su corazón, y él mismo le dejó saber lo mucho que le importaba. Por primera vez, su deseo físico no era tanto ganas de sentir placer, como de unirse a una persona y ser uno con ella.

     “Hazlo”. Pidió Kairchik. Akdannaian no se lo hizo repetir, se tumbó sobre ella y la besó, dejando que su polla se frotase entre los cuerpos de ambos y encontrase el camino ella sola. La joven gemía entre sus brazos, anonadada en aquél abrazo múltiple, y las manos de Danna la recorrían sin descanso.

     “Kairch… tu piel es tan suave… no puedo dejar de tocarte. Me encantan esas caritas que pones cada vez que te acaricio”. Pensó. Y fue lo último que pensó de forma consciente, porque Kairchik se acomodó, sus caderas se orientaron, y una corriente de fuego le indicó que estaba entrando dentro de ella. Dejó escapar un gemido, y saboreó la sensación. ¡Diosa…! ¡Qué felicidad, qué PLACER! Kairchik, lo supiera o no, pero se había construído un coño perfecto. Estrecho, caliente, dulce, apretadooo… Danna sentía su polla aplastada dentro de ella, abrazada en seda húmeda. Su compañera se sentía llena, a la vez física y psíquicamente. Le pareció que la presencia corpórea era algo incompleto y que sólo mediante el sexo se alcanzaba la verdadera forma, la plenitud… y a la vez, sentía que era algo que sólo podía alcanzar con Danna; cualquier otro ente masculino no le haría sentir su forma tan completa como lo sentía con él.

     Akdannaian se dejó deslizar hasta el fondo en medio de dos gemidos interminables: el suyo propio y el de su compañera. Se estremeció dentro de ella y se mordió el labio, intentó contenerse, pero la oleada de amor que le enviaba Kairchik hacía imposible la retención, así que prefirió gozar y comenzó a moverse, diciendo el nombre de su amante. Ella gimió debajo de él y le abrazó con las piernas, enlazándolas a su espalda, mientras también ella gritaba y sollozaba de gozo. Danna se sentía vulnerable, y lo era. No había “charla de cama” en esa ocasión, no hacía falta. Con ella no podía mentir, y dejó fluir su pensamiento.

    “Te adoro, Kairchik, ¡te quiero!”, pensó. La joven gimió, sus manos se agarraron a las sábanas, ¡la sensación la sobrepasaba! El placer y la emoción fueron demasiado para ella, y notó un placer similar al anterior, pero más intenso, más dulce… crecía en su coño, como un picor travieso, un cosquilleo… como perseguir una recuerdo que intenta escaparse y que al fin alcanzó. Su espalda se curvó en medio de un grito cuando el picor pareció ser rascado, cuando el placer estalló en su interior y se expandió como olas, olas que rompían contra las rocas y las empapaban. Su coño se estremeció en contracciones eléctricas que abrazaron la polla de Danna y éste ya no aguantó más. Un empujón más fuerte, y su placer le rebasó, le hizo temblar hasta el ano y gozar de la succión del coño de su compañera mientras su polla se derramaba dentro de ella, en medio de un calor delicioso que le dejaba en la gloria.

    Kairchik recobraba la respiración a golpes. Apenas podía creer que fuera posible tanta felicidad… Cada contracción de su sexo la hacía temblar y gozar de un nuevo cosquilleo. La polla de Danna dentro de sí parecía conversar con su coño, parecía que ambos se abrazasen como ella y Akdannaian. Éste no podía creer lo que acababa de suceder. Akdannaian Und´Thea, la bestia del ring, Leviatán Danna… estaba poco menos que ronroneando entre los brazos de una mujer y deseando llamarla cosas como “pimpollito, flor de panela, cuchi-cuchi”... Siempre había pensado que el amor era una bobada, y que no existía para alguien como él, un mestizo hijo de un ruzani. Que lo único que tendría jamás, serían caricias de pago. Su madre le había dicho mil veces que en el amor, como en todo, si uno quería recibir, tenía que entregar primero. Nunca lo había creído. Ahora tenía que darle la razón y no le hacía mucha gracia, pero sonrió.

    — ´Anna… Tzanna… — Kairchik intentaba articular su nombre. Danna intentó alzarse sobre los codos, pero no lo consiguió, el orgasmo le dejaba débil e indefenso. Kairchik, al percibir aquello, reunió fuerzas y logró empujarle para hacerle girar y quedar ella encima, de modo que su amante recibiera más aire; así se recobraría antes. El mestizo gimió y la miró con cariño. No sólo era la primera vez que una mujer trataba de ayudarle a recuperarse, también lo era que no sentía incomodidad o asco por su debilidad posterior al orgasmo. Su pene estaba literalmente pegado dentro del cuerpo de su compañera, y así permanecería varios minutos. Y no podía imaginarse nada más agradable.

    —”Danna”. La lengua entre los dientes, la punta pegada al paladar. — musitó con esfuerzo, incapaz aún de mover los brazos.

    —Tanna.

   —Casi — Asintió, y ella le besó la nariz —. Creo que es un poco pronto para enseñarte a decir “Akdannaian”.

   Kairchik sonrió y no contestó, pero no hacía falta; su cara ya lo decía todo. Se acurrucó en su pecho, gozando de su calor y de estar unidos, e intentando pensar cómo era posible que existieran sensaciones tan intensas, tan potentes, que incluso anulaban el pensamiento. Ella había querido a sus padres, desde luego, pero nunca había pensado que pudiera alcanzar comunión tan íntima como el amor físico. Sólo ahora entendía que todos los seres corpóreos estuvieran en cierta medida obsesionados con el sexo y todo lo que lo rodeaba, que se ilusionaran pensando en practicarlo y que casi vivieran pensando en esos encuentros, en el momento mágico de la fusión y el orgasmo. “Y dicen en mi planeta que esto es degradante… puto especiesismo”. Le abrazó con fuerza. La ola de ternura y casi de posesión que emanó de ella, hizo que la sonrisa de Danna no tuviera límites. Se sentía tan colmado y feliz, que le parecía imposible que sus ondas de satisfacción, placer y alegría, no hubieran tirado abajo la casa. Y no lo habían hecho, pero sí que la habían sobrepasado.

     Akdannaian no lo sabía, pero la intensidad de su emoción había viajado kilómetros, años luz por el Universo, a través del canal de pensamiento que disfrutaban los lilius. En su planeta natal, Roldra sonreía, y lágrimas de emoción escapaban de sus ojos, mientras brincaba sobre la entrepierna de un viejo conocido, y éste vio sus lágrimas.

    —¡Roldra! — gimió con su ronca voz nasal, hablando a través de su hocico porcino — ¿Te hace daño…?

    —No, noooooooo…. — suspiró la sacerdotisa — ¡Es el niño…! Él ha…. aaaaaaaaaaaah…. ¡ha dado el Regalooooo!

    Canijo se agarró a las caderas de su amante y la movió con fuerza sobre él, gozando de la intensidad de la alegría de Roldra, poniendo los ojos en blanco al notar cómo ella se contraía de placer orgiástico sobre su polla ansiosa y le estrechaba contra ella, lamiéndole el rostro, gimiendo su placer en sus oídos. Sabía que su hijo le odiaba, que toda su tribu le despreciaba por haber engendrado un mestizo, y que en toda su vida sólo había follado con ella, una hembra delgaducha y de otra raza… ¿y qué? Qué importaba todo eso si ella le hacía sentir querido y mimado, qué importaba que fuese delgaducha y sin púas, si ella le había aceptado siempre tal y como era, si le había seguido a través de todo el planeta para volver a darle placer, y si siempre que iba a buscarla la encontraba feliz de verle, dispuesta, con una sonrisa luminosa, los brazos abiertos y el coño húmedo para él. Roldra y Canijo se habían construído un mundo pequeñito, para ellos dos solos, y eso nadie podía quitárselo. Sólo esperaba que su hijo, por mucho que a él le odiase, tuviese la misma suerte.

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