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Mojado, pero frío.

en Sexo con maduros

 (En mi blog, lo hubieras leído antes que nadie: http://sexoyfantasiasmil.blogspot.com.es/ )
 
 
  —Sólo quiero que sepas que tienes mi apoyo, tío. – dijo Raji, pintando su parte del techo. Víctor le miró con cierta envidia. Mientras que el perista pintaba con la esponja que no manchaba nada, a él le había tocado el rodillo que goteaba, y se estaba poniendo perdido de color amarillo tono “atardecer dorado”. Y puesto que había sido su cuñada quien había hecho el reparto de utensilios, mucho se temía que no había sido casualidad. 
 
     —Ya, sí. – rezongó el ex soldado – Pues no te vi apoyarme mucho; cuando Tasha dijo “tenemos que hablar”, saliste de naja a toda velocidad. Cuando se descubrió el pastel, no impediste que tu costilla me estampanara una empanada en la cara; cuando después hablamos de ello, bien que te callaste cuando a ella se le cayeron la olla y las cuatro sartenes “accidentalmente” encima de mis pies; cuando volvimos, casi me deja tirado en un puesto de servicio y tampoco dijiste nada; y ahora…
 
     —Señores, menos charla, que el techo mi cocina no se pinta solo. – dijo Tasha precisamente en aquél momento. – Raji, ¿te apetece una cerveza? – se volvió a mirar a Víctor – Lo siento, es la única que queda. Si quieres agua… 
 
     —No, no te preocupes. Ya estoy bebiendo suficiente pintura. –La mujer sonrió y no contestó al sarcasmo. Le alargó la lata a Raji y salió de la cocina. - ¿Ves qué te decía? ¡Menudo apoyo el tuyo! Por lo menos, podrías darme un sorbo.
 
     —No te creas que conmigo está de buenas, ¿te figuras que no sabe que yo os tapé todo lo que pude? – hizo una mueca de asco – A esta cerveza sólo le faltan los fideos para ser una sopa, ¡está hecha un caldo! 
 
     —Raji… Tasha sigue sin saber “lo tuyo”, ¿verdad? – el perista se estremeció y contestó en un susurro.
 
     —Sí. Y si tienes cerrada la boca, continuará sin saberlo. Bastante mal se ha tomado que no le dijera desde el primer momento lo tuyo con su hermana. – Víctor estuvo a punto de contestar, pero su amigo continuó – Ya lo sé. La mentira tiene las piernas cortas, la mentira crece y cada vez es más difícil de ocultar, todo lo que me digas lo sé y ya me lo he dicho yo mismo mil veces, LO SÉ. Pero llevamos año y medio muy bien juntos, no necesita saber qué tipo de bicho es su marido, y tú no se lo dirás. ¡Y tampoco se lo dirás a Sonya!
 
     —Yo no pensaba decirle… 
 
     —Víctor, no te ofendas; no quería decírtelo, pero vuestra aventurilla me está costando una crisis matrimonial. Tú por lo menos te tiras a Sonya y ella está flotando, tú ahora te vas con ella y vais a estar tan a gusto, pero soy yo quien se queda aquí, con una mujer que tiene un cabreo moruno, que se piensa que su hermana pequeña está con un violador que le ha sorbido el seso, y que yo lo he consentido. Desde hace tres días todo son silencios, comida recalentada y caras largas. Desde hace tres días no es que no tengamos sexo, es que me mira como si yo fuera un criminal, y eso sí que me hiere. Y lo peor, es que me parece que tiene algo de razón.
 
     Víctor no había visto las cosas desde el punto de vista de su amigo pero, aunque comprendía su malestar, había puntos por los que no pasaba:
 
     —¿Algo de razón? Raji, Sonya es un año y tres meses menor que Tasha, ¡es mayorcita para meter a quien le dé la gana en su cama! ¡Si Natasha es incapaz de entender que su hermana no es una niña, no es culpa de nadie salvo de ella misma!
 
     —¿Sí, y si es tan mayor para eso, por qué no lo fue para decirle al día siguiente a su hermana que se estaba acostando contigo, eh? ¡No, claro, es más bonito cargarle el muerto al pobre Raji llevándolo en secreto! ¡O se es mayor para unas cosas, o no se es para nada, pero no puedes andar jugando a las escondidas mientras te abres de piernas para el primer tío que pasa!
 
     —¡Rajad, no te consiento…! – En un pronto, Víctor cogió a Raji de la camisa y le zarandeó, las dos escaleras se tambalearon peligrosamente y se agarraron rápido a ellas, con fuerza y cara de susto.
     —¡¿Se puede saber qué hacéis?! – gritó Tasha. El ruido la alertó y entró en la cocina. Las caras de ambos hombres irradiaban culpabilidad como si llevaran carteles colgados del pecho. 
 
     —Nada, nenita, no pasa nada… es sólo que me estiré mucho, y casi pierdo el equilibrio, pero Víctor me echó un cable. Sí. 
 
     La mujer negó con la cabeza, mirando al soldado con reproche y a su marido como si fuera tonto por defenderlo. “Esto va cada vez mejor”, pensó Víctor con desgana.
 
     —Si os vais a abrir la cabeza, al menos hacedlo fuera. El papel del suelo no absorbe la sangre, y yo acabo de fregar. – salió de la cocina y ambos resoplaron. 
 
     —¿Ves qué te decía? Está conmigo así todo el día. 
 
     —Lo siento, tío. – susurró Víctor. – Oye, es sólo que no queríamos armar un bollo como el que se armó. Pensábamos decirlo, tú lo sabes, pero cuando ya llevásemos un tiempo, para que Tasha no se enfadase. Fue culpa nuestra, y lo sé, y… de verdad lo siento. 
 
     —Ya. Yo siento haber insinuado eso de Sonya. La conozco casi desde que conocí a mi mujer, sé que es una gran chica, y que sólo intenta quedar bien con su hermana. La adora, y le duele no ser tan perfecta como Tasha quisiera. – suspiró – Lo gracioso es que Tasha ya la ve perfecta tal y como es. Pero nunca se lo dice. 
 
     Víctor asintió. Él tenía dos hermanos y conocía el paño; su hermano mayor le había estado criticando toda la vida, riéndose de él, chinchándole, pegándole, y cuando se metió en el ejército le dijo que no servía para nada más que para carne de cañón, que le iban a pegar un tiro y se lo tendría merecido por idiota, que ojalá le volaran la sesera… Cuando pisó la mina que le dejó sin piernas, también su hermano mayor fue el primero en llegar al Clínico Militar. Sin que nadie le avisara. También fue su hermano mayor el que estuvo a su lado todos los días, el que tomó una habitación en un hotel al lado a la que sólo iba una hora al día para ducharse. También fue él el que noqueó a un cirujano de un puñetazo cuando el trasplante de las piernas nuevas casi le cuesta la vida, y también quien le ayudó a ponerse el esqueleto externo por primera vez. Los hermanos eran así, y no se podía hacer nada por cambiarlos.
 
 
 
     Mal o bien, el techo de la cocina acabó pintado. O mejor dicho, acabó BIEN pintado, porque ninguno quería darle a Tasha otro motivo más de cabreo; Víctor y Raji bajaron de las escaleras como los mejores amigos del mundo. La mujer miró el techo recién pintado y admitió que no estaba mal, lo cual quería decir que le gustaba y estaba satisfecha con el resultado. Cuando Víctor se ofreció a quitar los papeles que protegían los muebles y el suelo antes de marcharse, Natasha se negó y le dijo que ya había hecho bastante. El soldado lo tomó como buena señal, parecía que ya se le estaba pasando el enfado. Raji pensó lo mismo y decidió ir a ducharse.
 
     —Lo que siento es que no te vamos a poder acercar hasta casa. – dijo ella, como con descuido. – Pero tienes la parada de autobús a dos minutos. – Víctor se miró. Tenía la camisa, los pantalones y la cara llenos de churretones amarillos. 
 
     —Tasha, si de verdad no podéis acercarme, puedo coger yo el furgón, y mañana os lo devuelvo.
 
     —Es el furgón el que no funciona. – sonrió ella – Sin duda el viaje tan largo y el trote que le dimos, ha sido demasiado para él. – Víctor suspiró. 
 
     —¿Al menos, puedo lavarme un poco?
 
     —¡Claro! – el soldado dio un paso hacia el baño, pero ella sonrió más – Usa la manga del jardín. 
 
    Víctor se había prometido ser pacífico, ser paciente, no echar leña al fuego… sabía que ese fuego lo pagarían Raji, Sonya y él mismo. Pero una parte grandísima de sí mismo quería mirar a Tasha a los ojos y decirle algo como “Ni te imaginas lo calentito que es el coño de tu hermana”. Por fortuna, se contuvo y sólo preguntó:
 
     —Natasha, ¿por qué te caigo tan mal? – la mujer puso una expresión de ofendida sorpresa, pero Víctor no estaba para esas pantomimas. – Hablo en serio, ¿por qué? Tu hermana no es para mí una aventura, la quiero. La respeto, la trato bien, ella está a gusto conmigo… No entiendo qué te molesta tanto de mí. 
 
     —No te creas tan importante. No eres “tú” lo que me molesta, ya que lo quieres saber. Me molesta el hecho de que te hayas acostado con ella a mis espaldas. Soy lo único que tiene.
 
     —Ahora, ya no. – puntualizó Víctor.
 
     —Tú mañana te puedes ir, pero yo seguiré siendo siempre su hermana, no lo olvides. – sonrió ella con superioridad. – Si de verdad te importase un poco Sonya, no habrías consentido tener sexo con ella a escondidas de mí. Sabías que no me gustabas, sabes en qué concepto te tengo, nunca lo he ocultado, y no estoy ciega; cuando yo empezaba con Raji, me daba cuenta de cómo me mirabas. 
 
     —Tasha, ¿alguna vez te falté al respeto? ¡Nunca te dije ni esta boca es mía, ni te toqué, ni… ni nada! 
 
     —¡Es que si llegas a intentarlo, te parto la cara!
 
     —¡Es que no está en mi naturaleza intentar algo con la chica de un amigo! Me gustabas y lo admito, pero yo veía que estabas feliz con Raji y él contigo, ¡yo no tenía nada que intentar allí! No soy ningún buitre, soy un hombre. 
 
     —Qué bien te ha quedado, “soy un hombre”. ¡Pues los hombres, dan la cara! Y cuando se acuestan con una mujer, lo admiten, y no andan engañando a su familia, como si fueran amantes. – escupió la palabra - Si no se hubiera descubierto el asunto, ¿tenías pensado decirlo, o ibais a esperar, no sé, a decirme que iba a ser tía?
 
     —¡Claro que íbamos a decirlo! – se lamentó Víctor - ¡Pero no queríamos tener que decirte “¿te acuerdas que te dijimos que éramos adultos y podíamos compartir una cama sin que pasase nada? Pues resulta que sí pasó, follamos como conejos y ahora estamos juntos”! ¡Pretendíamos ahorrarte un mal trago y que no pensases mal de mí, ni de tu propia hermana! ¿No puedes comprenderlo?
 
     —¡NO! ¡No puedo comprender que dos personas encuentren aceptable engañar a una tercera! ¡Mi hermana siempre será una cría, pero pensaba que tú tenías algo en la sesera! ¡Y me equivocaba! ¡O tenía razón, porque siempre he creído que pensabas con el pito, y me has demostrado que es así! – Víctor intentó meter baza otra vez, a pesar de que estaba furioso, pero ella continuó - ¿No te das cuenta que, igual que has sido tú, podía haber sido otro? ¿Que podían haberle hecho daño, que podían haberla violado, o pegado, o MATADO? ¡Ella no te conocía más que de unas horas, y se acuesta contigo alegremente y tú, en lugar de frenarla, de decírselo a su hermana, aprovechas la coyuntura y te revuelcas con ella! ¿Sabes cómo me he sentido yo, sabiendo que todo tenía lugar delante de mí, y que nadie me dijo nada, ni yo misma me di cuenta de nada? ¡Creí que me volvía loca de culpa! ¿Es que esta chica no va a tener nunca nada en la mollera? 
 
     Las lágrimas se caían de los ojos de Tasha. Víctor sabía que exageraba, que era lo que Sonya definía como “complejo de clueca”, pero su conciencia le dio una colleja a su cerebro y pensó que tenía parte de razón. Él y Sonya se habían portado de un modo muy poco sensato. Es cierto, se habían caído tan bien y habían congeniado tan rápido, que habían confiado enseguida el uno en el otro. Él sabía que no iba a hacerle nunca a Sonya el menor daño, que… pero había sido pura suerte que él fuera él. 
 
     —Tasha, lo siento. No… no puedo excusarme. Sobre todo porque no me arrepiento. Sé que tienes razón, pero no puedo cambiar lo que ha pasado. 
 
     —Ya. No se trata de sentirlo, ni de cambiarlo. Se trata de hacer las cosas bien desde el primer momento. Cuando se hace así, no hay que sentir nada. Vete, por favor. Lávate en el jardín y vete, la parada del transporte está siguiendo el camino, a un par de minutos. – Víctor quiso decir algo más, pero la mujer le dio la espalda – Estás con mi hermana, tengo que soportarte, pero no me pidas que me caigas bien. Al menos, no de momento. Habéis sido demasiado irresponsables y me habéis engañado, os habéis reído de mí y Raji también lo ha hecho. Es un poco fuerte que las personas que dicen que te quieren, se burlen de ti de esta manera, sólo por un calentón. Vete. 
 
     Víctor se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. A punto de salir por ella, se volvió. No podía arreglarlo, pero quizá podía eliminar el daño colateral. 
 
     —Raji no sabía nada. – Tasha no se dio la vuelta – Te dijo que lo sabía y que nos tapó porque yo se lo pedí; creía que eso haría que se te pasase antes el enfado, porque sé que confías en él, y que quizá saliendo él de aval… Pero era mentira, no sabía nada. Se lo temía, como tú, pero no lo sabía. No te enfades con él, por favor. Ni con Sonya. Si te enfadas, que sea conmigo. 
 
     La mujer no contestó nada, y Víctor salió de la casa y echó a andar. Recordó al cabo que al final no se había lavado, pero quería llegar cuanto antes a la parada. El cielo se estaba encapotando, amenazaba lluvia y empezaba a refrescar. 
 
 
 
 
 
 
En otro tiempo, en otro lugar, y en otro planeta…
 
     Gertrudis siempre llegaba al trabajo con un poco de antelación. Le gustaba ir con margen para evitar imprevistos, y le gustaba llegar antes de la hora para evitar encontrarse con los clientes habituales del local, por regla general gente para quien beber era una actividad en la que primaba más la cantidad que la calidad. Entró por el callejón, como solía, y al ir a abrir, pegó un respingo. 
 
     —¡Miau! – el gato se asustó al verla brincar y se alejó de la puerta. Trudy respiró, qué susto tan tonto. En el callejón era normal encontrar algún gato que otro, pero no solían quedarse en la puerta, sino en los cubos de basura. Abrió, y antes de que pudiera evitarlo, el animal se coló a toda velocidad.
 
     —¡Eh! – gritó, pero el gato recorrió el pasillo en cuatro largos saltos, se metió en su despacho y se puso a maullar lastimero. La joven corrió hacia su lugar de trabajo. El gato arañaba la puerta que conducía al despacho de su jefe, Zacarías Fíguerez. Se quitó el abrigo e intentó usarlo para espantar al animal, pero éste no dejaba de gemir y pugnar por acercarse a la puerta. La joven tenía miedo de intentar cogerlo por si le atacaba, a fin de cuentas era callejero; quizá sería mejor ofrecerle alguna golosina y sacarlo por las buenas, pensó. Estaba colgando el abrigo cuando oyó la voz de su jefe por el interfono:
 
     —¿Gertrudis, eres tú? – y antes de que ella pudiera contestar, continuó - ¿Te importa ir a buscar unas cuantas latas de atún? Como quince o veinte, ¿quieres?
 
     —¿Ocurre algo, señor Fíguerez? – la interrogación quedaba bastante diluida. 
 
     —No, nada de particular. Un… estallido de okupas, con algunas exigencias. Sobre todo alimenticias. – Trudy se volvió y abrió de golpe la puerta del despacho de Zacarías. La presencia felina era más bien una invasión que una intrusión. No menos de quince gatos se paseaban por el despacho, dormitaban en el sillón y trepaban a los muebles, pero la mayor afluencia se detectaba en las inmediaciones de la persona de Zacarías Fíguerez. Tenía a un gato tendido sobre su cabeza, otro sobre los hombros, uno en cada brazo, otro más en el regazo, y uno paseándose por entre sus piernas. Dos más, sentados en el escritorio le miraban atentamente, como esperando que hubiera un hueco libre en el que poder acomodarse. Trudy intentó contener la risa, pero la situación fue más fuerte y acabó soltándola. 
 
     —¿Qué hizo usted? ¿Se bañó en leche? – preguntó, y Fíguerez suspiró. 
 
     —Gertrudis, por favor… trae atún. – la cara de su jefe era la misma Tristeza, y salió corriendo a la tienda - ¡Y cierra bien la puerta, que no entren más! 
 
      Cuando la oyó marcharse, sacó el spray y lo leyó una vez más: “Sandocat; potente atractor sexual: elaborado con testosterona de diferentes animales, en especial felinos y gatos salvajes, Sandocat es un potenciador natural del deseo sexual femenino, ¡no habrá mujer que resista sus salvajes efluvios y su aroma a sexo! Producto 100% natural, sin efectos secundarios.”. En letra muy pequeña, decía también: “Envase a presión. No exponer a temperaturas superiores a 45 grados, manténgase alejado de llamas y cuerpos incandescentes, no perforarlo ni tirarlo al fuego, ni siquiera vacío. El uso de este producto no es ilegal. Puede no producir al 100% los efectos deseados”.
 
     —¡No me digas! – rezongó el traficante de porno, y al menear la cabeza, la gata que dormía sobre ella se cayó, emitiendo un “¡miaooo!” de protesta. Zacarías tiró el envase a la papelera. “Habrá que pensar en otra cosa”, se dijo. 
 
 
 
 
 
 
 
     “Bueno, al menos los churretes de pintura ya no se van a notar” se dijo Víctor, corriendo bajo la lluvia. El chaparrón se había desatado. Sabía que correr no era nada bueno para su esqueleto externo, pero el agua tampoco lo era, y menos en una zona como aquélla, llena de frutales de semillas solubles. Las flores, de caprichosas formas, se disolvían en contacto con las gotas de lluvia y caían al suelo para germinar; en su trayecto, creaban un precioso espectáculo de lluvia multicolor. Precioso si uno lo veía desde casita, claro está. Desde fuera, no era tan agradable, porque muchas de esas semillas podían ser urticantes, porque el polen se metería en las articulaciones del exoesqueleto, y porque acababas empapado en agua de colores. El otrora cabello gris del soldado, ahora tenía mechones azules, rosas, amarillos, naranjas y violetas, y toda su ropa estaba igual. Tenía los pantalones empapados hasta las rodillas y el agua se le colaba por el cuello de la cazadora y le hacía tiritar. 
 
      “Tasha, si tú lo sabías, esto ha sido ya pasarse”. Pensó, sin dejar de correr. Según la mujer, la parada estaba a dos minutos, y así era. Pero ella había “olvidado” decirle que el transporte no pasaba los fines de semana. Víctor quería creer que había sido un descuido, o que quizá no lo sabía, pero teniendo en cuenta que llevaba dos años largos viviendo con Raji allí, no le parecía probable. Un lujoso vehículo pasó cerca de él y pilló un charco de la cuneta. Una cascada de lodo helado se le vino encima; si antes estaba mojado, ahora parecía que le hubieran tirado a la piscina con la ropa puesta. El conductor no hizo ni ademán de detenerse. “Así te estrelles, ¡cabrón!”, masculló Víctor, limpiándose la cara de agua fangosa con las manos.
 
      Al fin divisó su casa, a lo lejos, y aquello le hizo sonreír. Aunque sabía que no debía, aceleró. Su esqueleto externo emitió un par de crujidos muy sospechosos y las piernas le mandaron señales de socorro en forma de latigazos de dolor agudo, pero siguió adelante. 
 
      Sonya miraba la lluvia desde el mirador del salón mientras escuchaba música y leía en proyector. Era muy bonito, porque el fondo del libro era el exterior bañado y romántico de la tarde lluviosa. La casa de Víctor era más amplia que su pequeño apartamento, aunque no estaba por completo robotizada, como la suya. Es por eso que Víctor no pudo entrar con su huella, hubiera necesitado la llave de tarjeta que no había cogido porque sabía que Sonya estaría en casa. Y es por eso que nadie avisó a Sonya que Víctor estaba en la puerta sin poder entrar, y éste tuvo que llamar tres o cuatro veces hasta que ella le oyó. Sonriente, corrió a la puerta, pero cuando la abrió, se le cayó el alma a los pies. Su novio estaba chorreando como un cubo sin fondo, encogido de frío, tiritando y con los dientes castañeteándole. 
 
      —¡Oh, voy a matar a Tasha! – dijo la joven, haciendo pasar a Víctor y frotándole los brazos, mientras él andaba a pasitos cortos y negaba con la cabeza - ¿Cómo te ha dejado venir a pie cuando está diluviando así? ¡Se suponía que te traerían ellos! ¡Anda al baño, corre!
 
     El hombre entró al cuarto de baño e hizo ademán de coger una toalla, pero Sonya se la quitó de las manos. 
 
      —No puedes secarte tal como estás, no harás nada con eso. – cerró la puerta y movió el mando del termostato. La casa estaba calentita, pero sólo entonces empezó Víctor a notarlo. La joven activó la bañera y ésta empezó a llenarse de agua caliente. – Lo primero, es hacerte entrar en calor. Y limpiarte, pobrecito mío… pareces un cuadro de Picasso.
 
      Por primera vez en muchas horas, Víctor sonrió. Sonya empezó a quitarle la ropa, operación nada sencilla porque la tenía toda pegada al cuerpo y porque ahora que estaba empezando a coger calor, no quería quitársela por más que supiera que debía hacerlo. Lo peor fueron los pantalones y calzoncillos. En teoría, el exoesqueleto podía accionar las partes móviles para retirarse sólo parcialmente y dejar subir o bajar la ropa, pero el aparato gemía y roncaba sin apenas moverse. Tras mucho trastear uno y otra, lograron quitar las prendas. 
 
      —Habrá que mandarlo limpiar, está perdidito de agua y polen – sentenció ella, y le ayudó a sentarse en la bañera, ya llena. Cuando metió los helados pies en el agua caliente, un feroz dolor le llegó hasta la espalda, y apretó los dientes, con la mano crispada en el hombro de Sonya. Pero sólo fue un momento, enseguida le invadió un gran bienestar mientras el calor recorría sus piernas. Sentado en el asiento de la bañera, soltó del todo el esqueleto, y se dejó deslizar al agua mientras Sonya lo retiraba y lo dejaba a un lado. 
 
      Víctor cerró los ojos de gusto y dejó que el agua caliente le abrazara. La bañera, al detectar toda la suciedad, empezó a filtrar el agua para limpiarla, y él suspiró. Estar hundido hasta el bigote en agua limpia y bien caliente, era justo lo que necesitaba. Unos dedos suaves acariciaron su mejilla. Sonrió y los besó. Cuando abrió los ojos, Sonya le miraba con cierta tristeza. 
 
      —Voy a matar a Tasha. – repitió – No es justo que te haga algo así. Si el esqueleto se hubiera roto, ¿qué hubiera pasado? 
 
      —No ha sido culpa de Tasha. El furgón de Raji está estropeado y el autobús no pasaba hoy. Tu hermana siempre usa el furgón, no podía saber los horarios del transporte. No ha sido culpa de nadie. – Sonya le miró con desconfianza – De veras. Y además, si el esqueleto no hubiera aguantado, lleva dentro un avisador a la compañía para casos urgentes; si se rompe, se activa solo. Hubieran venido a buscarme enseguida. Y yo fui soldado, sé cuidarme. – añadió, con algo de orgullo. 
 
      —Aun así, yo no me creo que Tasha no supiera lo del transporte. – insistió. Y el propio Víctor sabía que tenía razón, pero no quería que Sonya se enzarzase con su hermana, era preferible pasarlo por alto y que hicieran las paces cuanto antes, así que intentó distraerla.
 
      —Mira, voy a enseñarte una cosa que te gustará, ¿ves esas baldosas que hay justo junto al asiento? – Sonya asintió – Apriétalas y deslízalas hacia la izquierda. – La joven obedeció, y apareció un compartimento oculto. En su interior, había una etiqueta del cuerpo de Correos. Sonya se maravilló, ¡un tubo de envío-exprés! Eran muy difíciles de conseguir, porque garantizaban la entrega en pocos minutos de prácticamente cualquier cosa, y eso significaba pasar de largo aduanas, registros, controles… Había plazo de espera de hasta diez años para conseguir uno, era preciso que al menos dos autoridades competentes te autorizasen a ello y había que pasar exámenes psicológicos. Víctor sonrió con suficiencia. – Siendo un alto mando del ejército lo tienes más fácil, pero cuando me licenciaron, me lo concedieron en el acto. Por si me hacía falta precisamente para un caso así. Mete dentro el esqueleto. 
 
      —Pero, ¿no hace falta poner tu dirección, ni tu nombre, ni nada? 
 
      —Nada. El aparato lleva un número de serie que me identifica como su dueño. El tubo escanea el registro y lo manda a la compañía. Y la compañía lo limpiará y me lo mandará de vuelta. En menos de una hora. 
 
      —¡Pero si…! – se admiró la joven, y el soldado asintió de nuevo. 
 
      —Sí. La compañía está a más de cinco mil kilómetros, ¿y qué? El tubo lleva el paquete a la central de correos mediante un sistema de raíles que funcionan con superconductores, como si fuera volando; no tarda un par de minutos. Una vez allí, usan un Salto. Lo mandan por agujero de gusano a la central de correos de allí, o directamente a la compañía si tienen terminal. Cuando la compañía lo repara, hace lo mismo: lo mandan a su central, de ésta a la mía, y de allí a mi casa. Y tarda una hora porque al ser un aparato médico, tiene por fuerza que verificarse en Correos, que si no, sería envío directo entre la compañía y mi casa. Es la mar de práctico para pedir pizzas a domicilio. 
 
      Sonya, encantada con todo lo que tuviera que ver con la técnica, se quedó ensimismada mirando el tubo de envíos. Agachó la cabeza para mirar. El oscuro túnel se extendía, pero no era posible ver nada. Palpó con los dedos en los lados y dio con el interruptor que sabía que tenían, para iluminar en casos de avería. Pequeñas lucecitas se encendieron a lo largo de varios metros. A lo lejos, pudo ver el círculo del portal, ahora desactivado. Consumían mucha energía y podían ser peligrosos en manos inexpertas, pero los portales eran el futuro. Cuando el paquete no pasaba por Correos, cuando se trataba de envíos privados, el paquete pasaba del portal de un usuario al del otro en segundos, aunque el otro usuario estuviera en otro planeta distinto, en otro sistema distinto. No era de extrañar que fueran difíciles de conseguir; a través de un tubo de envío-exprés, podía hacerse contrabando de cualquier cosa, enviar o hacer desaparecer un cadáver, dinero, joyas, armas, animales exóticos, …y hasta niños. 
 
     Desde la bañera, Víctor miraba a Sonya, de rodillas e inclinada sobre el tubo. De la cabeza al culo, su cuerpo formaba una S perfecta, una curva deliciosa que terminaba en unas nalgas redondas y respingonas, gordas y achuchables. Sin alzarse, la joven tomó el exoesqueleto plegado y lo colocó en el tubo de envíos, donde quedó suspendido mientras el tubo se activaba, pero no producía el envío. Sonya alzó la cara para interrogar a Víctor con la mirada y éste, con la mirada fija la anatomía de su compañera, se apresuró a cambiar el foco. 
 
     —¿Me estabas mirando el culo? – no lo hizo con bastante rapidez. Pero tal como sonreía Sonya, no parecía que a ella le importase. Víctor devolvió la sonrisa y le contestó a lo que quería saber, y no a lo que ya sabía.
 
     —No funciona estando abierto. Sólo se enviará cuando lo cierres; el portal puede ser peligroso. – Sonya cerró la portezuela y se apresuró a agacharse. Apenas un silbido. Abrió de nuevo, y el esqueleto había desaparecido, sólo unos débiles chispazos de luz azul bordoneaban en torno al portal y se apagaron en segundos. 
 
     —Es maravilloso… ¡es mágico! ¡Si pudiera ver cómo funciona el portal, si pudiera desmontarlo para poderlo estudiar! – Los ojos de la joven brillaban de entusiasmo.
 
     —Ya ves, si no me hubiera llovido encima, no hubiera caído en enseñártelo. – Sonya le miró de soslayo, pero antes de que ella pudiera decir nada, Víctor continuó – Anda, ¿por qué no te metes conmigo, y me frotas la espalda?
 
     Ella se acercó de rodillas y le besó la nariz, y enseguida se alzó y le dio la espalda. Se soltó el imán del pantalón y lo bajó, doblándose por la cintura hasta tocarse los pies. Su redondo trasero quedó a la vista de Víctor, que lo devoró con la mirada, sin dejar de sonreír. Metió los pulgares en la cinturilla de las bragas, pero al ir a quitárselas, se puso en cuclillas, para que no se le viera nada. Le llegó un resoplido de protesta desde la bañera, y Sonya volvió un poco la cara para mirarle y le guiñó un ojo. Sin darse la vuelta, se quitó la camiseta, y se puso en pie deprisa, conservando la prenda frente a sí para taparse. Víctor palmoteó el agua para que ella entrase, y Sonya metió un pie en la bañera, pero se detuvo. 
 
     —Sé un caballero y cierra los ojos. – El soldado soltó la risa, ¡pero si habían follado del derecho y del revés! Pero si tenía ese capricho, que así fueran todos. Cerró los ojos y cruzó las manos sobre el pecho. Notó el tintineo del agua y el movimiento de la misma cuando su compañera se sentó a su lado y estiró las piernas junto a las suyas. Un cosquilleo de calor le recorrió el costado al sentirla junto a él. No era capaz de dejar de sonreír. – Ya. 
 
     Víctor abrió los ojos. A su lado, Sonya se tapaba los pechos con los brazos y tenía una pierna doblada para ocultar el pubis. Le brillaban los ojos verdes y las puntas de su cabello rubiejo rozaban el agua. “Parece una sirena”, pensó, y accionó el botón que cerraba las puertas de la bañera, al tiempo que le pasaba el brazo por los hombros y empezaba a acercar la otra mano a los brazos con los que ella se cubría. 
 
     —Oh-oh… - dijo ella, mirando al frente - ¡Mi Lemmy, estoy presa en una bañera con un maníaco sexual! – Víctor le besó los hombros y enseguida subió al cuello y le buscó la boca. Sonya se la ofreció y sus lenguas se juntaron con un gemido de ternura. Él le acarició los brazos, intentando que ella hiciera lo propio y así descubriese sus pechos, pero la joven, sonriendo en medio del beso y atrapándole los labios con los suyos, no se lo permitió – Estás sucio, lleno de polen y fango; primero hay que lavarte. Tú mismo me lo pediste.
 
     El capitán hizo un mohín de protesta que a ella se le antojó adorable, pero no se apiadó. Tomó la esponja y vació en ella un generoso chorro de gel perfumado, y empezó a frotarle la cabeza, la cara, la nuca y los hombros. A cada rato, sumergía la esponja en agua y le aclaraba, y volvía a enjabonarle. Víctor tenía los ojos cerrados para que no le entrase jabón, así que nada le distraía de la dulce sensación de caricia que le hacían ella y la esponja. La bañera puso de nuevo en marcha el filtro automático para reemplazar el agua sucia y jabonosa mientras la joven bajaba la esponja por su espalda y empezaba a enjabonar el pecho, cubierto de pelo gris, de su amante. Éste notaba un brazo de Sonya tomándole de la cintura, acariciándole el costado bajo el agua, y el otro haciendo círculos interminables por su pecho, dejándole limpio y perfumado. Estaba tan en la gloria, que casi se había olvidado de su propia excitación, pero su cuerpo sí que la recordaba. La prueba es que cuando ella siguió bajando la esponja, se topó con algo duro que hacía ángulo agudo con su torso. 
 
     —Vaya, ¿y esto qué es, señor travieso? – Sonya le dio un besito en la mejilla, cubierta de jabón, y enseguida notó la presión de la esponja y una cascada de agua caliente por su cara, y abrió los ojos. Su chica tenía la piel rosada por el calor del agua, y le tocó el glande con un dedo. - ¿Eh, qué es esto?
 
     —Esto, son tus mimitos. 
 
     —¿Seguro que no es el quedarte colgado mirándome el culo, ni el que te hayas puesto bizco mirando cómo me desnudo, ni el comerme con los ojos? – preguntó, su boca cada vez más cerca de la suya, sus dedos haciendo caricias en su miembro cada vez más evidentes. - ¿Seguro?
 
     —También. Pero sobre todo, son tus mimitos. – Víctor no resistió más; la besó con fuerza y la joven le abrazó la polla con toda la mano y la frotó. El soldado sintió un placer tan intenso que tuvo miedo de correrse ahí mismo, ¡qué agradable era! Su mano tomó la de Sonya para que no le soltara, para que continuara, y ella, sin soltarle, le montó. En un solo movimiento estaba sobre él y le introdujo en su interior. El gemido salió del pecho de ambos. La convulsión, sólo de Víctor. 
 
     El soldado se abrazó a su chica entre estremecimientos, la apretó contra sí y gozó. Gozó. Se fundió dulcemente, sintió que todo lo malo del día, el cansancio, la tensión, los cabreos, el frío, la lluvia… todo, todo se iba en un momento y no dejaba más que bienestar, placer saciado, un gustirrinín maravilloso. Recuperó el aliento mientras su polla aún daba espasmos dentro de Sonya, que le apretaba contra ella. Sus tetas estaban tan blanditas y calientes, pegadas a su pecho, sus manos le acariciaban la espalda, sus piernas le abrazaban, ¡era todo lo que podía desear! Suspiró y se dejó recostar de nuevo. Sonya se estiró despacio sobre él, hasta quedar tumbada encima de su cuerpo, aún unidos. 
 
    “Joder, nada más entrar. Igual que un puto primerizo, me he corrido nada más entrar. Qué desastre de tío soy. Y ella sin quejarse”. Apenas se recobró, a Víctor empezó a pesarle el no haber durado, ya no poco, sino nada de nada, y más porque Sonya sólo le miraba con ternura y le acariciaba el pecho y se lo sembraba de besitos. 
 
     —Nena, lo siento. – musitó, tomándole la mano y besándole los dedos – Me emocioné mucho, estaba muy acelerado, y… 
 
     —¡Anda ya! – sonrió ella – No pidas perdón por eso. – Le frotó la nariz con la suya. – Déjate de palabritas. Tócame. 
 
    El soldado tuvo que entornar los ojos, tan grande era su sonrisa. Deslizó las manos por la espalda de su amante, y llegó a sus nalgas. Acarició los muslos, y Sonya flexionó las piernas para que su sexo se abriera y dejarle espacio para que jugara con él. Víctor notó el calor que salía de ella, y sus dedos empezaron a pasearse por la vulva tierna y húmeda. La joven se rio, le hacía cosquillas, y le gustaba. “Sí, cosquillas, voy a hacerte muchas cosquillitas”, se dijo él. Sus dedos notaban la viscosidad del interior, y con toda calma exploraron, deslizándose por los labios vaginales, tomando humedad del agujero y buscando los puntos sensibles. Buscando.
 
     —¡Mmmmmmmmh! – buscando justo eso. Sonya se estremeció sobre su pecho. Víctor sabía que, bajo el agua, era preciso tocar con más cuidado, pero ella parecía estar húmeda de sobra, así que empezó a cosquillear sin miedo el clítoris mientras los dedos de su otra mano coqueteaban con la entrada y hacían círculos en ella. – Oh, sí, sigue… ahí, justo la entrada, sigueee…
 
     Víctor besaba el hombro de la joven que tenía pegado a sus labios y sus dedos aleteaban bajo el agua, jugando a meterse ahora, a acariciar por fuera después, a tocar en círculos, a hacer un tímido mete-saca, y hasta a hacer cosquillas en el ano. Sonya se le derretía encima, era un flan de gemidos y sensaciones, y él estaba disfrutando como un enano, ¡le encantaba jugar con su coño, explorarlo, tocarlo sin descanso! Si por él fuera, podría estar dándole ese masaje horas y horas. Pero Sonya no parecía capaz de aguantar mucho más, sus muslos daban sacudidas y cada vez que él disminuía el ritmo, protestaba y se le agarraba con más fuerza. Empezó a acelerar las caricias, y ella gimió, sus puños se crisparon sobre su pecho, y él paró de golpe. 
 
      —¡Malo! – gritó ella - ¡Haaaaaah… e-estaba casi a punto! ¡Sigue! – Víctor sonrió, encantado con su travesura, y volvió a acariciar con rapidez. Sonya gimió en tono más agudo, sus puños volvieron a cerrarse, los dedos de Víctor le acariciaban su sensibilidad de un modo maravilloso, ya podía notar cómo crecía la sensación, y él paró otra vez. La joven dio un respingo y le taladró con la mirada, pero no tuvo tiempo de protestar, porque él empezó de nuevo a acariciarla. Sonya gozaba como no pensaba que fuese posible, ¡era perverso hasta la delicia! Miró a los ojos a su amante y suplicó – Por favor… por favor, no pares más… más… ¡MAS!
 
     El capitán siguió acariciando, notó otra vez que ella se ponía tensa, pero esta vez no paró. La miró sin parpadear. Sonya jadeaba, la boca abierta en un gemido eterno, mientras la dulzura crecía más y más. El hormigueo se hacía más intenso, más agradable, y cuando notó que al fin le llegaba, que esta vez no pararía, una maravillosa sensación de alegría coronó su placer y se sintió explotar de gusto. Emitió un gemido largo, interminable, mientras sus caderas daban golpes que ella no controlaba, mientras su coño se contraía en torno a los dedos de Víctor y su cuerpo entero temblaba de gozo. Víctor no tenía ni respiración. Sonya le había mirado todo el rato, poniendo cara de estar tocando el cielo. Había visto en sus ojos más que el placer, había visto alegría, amor, gratitud. No pudo parar de tocarla, y no paró. 
 
     Sonya seguía moviéndose sobre los dedos de Víctor. Quiso decirle que basta, que ya había terminado y había sido estupendo. Pero su cuerpo decía otra cosa distinta, decía que aunque había terminado, podía seguir y quería hacerlo, y besó a su amante casi con furia mientras los dedos de éste hacían que el placer creciera otra vez. El clítoris resbalaba, su coño estaba encharcado y despedía flujos, pero el gusto no se detenía. Sonya soltó la boca de su compañero y le habló al oído. 
 
      —Sigue, por favor. – susurró. A Víctor le pareció que su cerebro se volvía sopa, que su columna se desmoronaba. – Me encantaaaa… me encanta que me hagas dedos, me encanta que me pajees, más, por favooor… Hazme más cosquillas… Vas a hacer que me corra de nuevoooo… oooh… ¡OooooOOOOOOOOOOOOOOH! – Sonya pegó tal respingo que se ensartó en los dedos de su amante, y éste notó cómo le palpitaba el coño. ¡Qué maravilla! ¡Cómo le gustaba hacerla disfrutar! Sonya, sudando y temblorosa, le besó de nuevo. Sus gemidos ahora parecían los de una gatita. Víctor estuvo tentado de continuar, pero apenas lo hizo ella alzó las manos como pidiendo clemencia, y se detuvo. Sacó las manos y la abrazó, la estrechó contra él con cariño. Ella parecía casi incapaz de moverse, y tardó un ratito en poder ponerse de nuevo a su lado, ambos estirados en el agua caliente de la bañera, que se puso a filtrar el agua una vez más. Allí permanecieron un buen rato, tomados de la mano, en silencio. Allí se quedaron hasta que el tubo de envíos avisó que el exoesqueleto ya estaba de vuelta. 
 
 
 
 
Dedicado a Dr. Toxic, compañero de Menéame, ¡que lo presumas!
 
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