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EL LEGADO II (31): El sacrificio.

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                                                              El sacrificio.

Sigo sentado en la silla, aunque la comunicación se ha terminado, cabizbajo y moralmente derrotado. ¿Cómo ha podido pasar tal cosa? La finca estaba muy bien custodiada por los hombres de la Academia, así como la mansión. El jefe instructor Sadoni siempre cuenta con dos docenas de efectivos para la seguridad de la finca, amén de las cámaras y sistemas de alarma…

―           No te hagas sangre, chaval. Sin duda, ha habido manipulación desde el interior. Ya temíamos eso, ¿verdad? No sabemos el aspecto que ha adoptado Anenka, pero seguro que lleva infiltrada entre nosotros un tiempo.

―           Sí, tienes razón. Esa perra astuta…

―           ¿Qué dices, patrón? – me pregunta Nadia, aún abrazada a mi cuello, inclinada sobre mi espalda.

―           Están hablando de la traidora rusa – interviene Yassin, la cual aún se mantiene en la cama, sentada y abrazando sus rodillas.

¿Por qué no se acerca a mí, a consolarme, como sería natural?

―           No parece afectada, ¿verdad? Ni sorprendida. Es como si…

―           ¡Como si supiera lo que iba a pasar! – exclamo, poniéndome en pie, sobresaltando a Nadia. – Lo sabías, ¿no es cierto? Ya habías visto lo que iba a pasar y te lo has callado…

Avanzo como un tanque hasta la cama, arrastrando a Nadia que se ha colgado de mi espalda para frenarme. Yassin no se digna a mirarme, pero se encoge aún más, intentando hacerse una pelota y tragando saliva. Atrapo uno de sus tobillos y tiro de él, tumbándola de espaldas sobre la cama, y arrastrándola hasta empuñar su garganta. Me inclino sobre ella, los dientes apretados, sintiendo que la rabia sube por mi esófago. Obligo al oráculo de los dioses a mirarme a la cara y no veo miedo en ella, sino pena y vergüenza.

―           ¿Por qué? – le aulló a la cara.

―           Era la única forma de salvarte – balbucea, impedida por la mano que mantengo sobre su garganta.

―           ¡Tú nos has avisado de muchos peligros y asaltos, con suficiente antelación! ¿Por qué te has callado este, el más importante de todos? – mi saliva salpica su rostro. Su cuerpo se ha desmadejado bajo mi presión, como si me ofreciese su vida.

―           Cuantas veces he visto este hecho, tú morías. No importa cuanto hicieses, Konor te mata y después mata a cuantos retiene en la mansión.

―           ¡Puedo acabar con él! – esta vez suelto su garganta, abriendo los brazos. Nadia se ha bajado de mi espalda, y, por una vez, parece desvalida y asustada. Debo obligarme a recordar que Denisse está prisionera también.

―           ¡No, no puedes! – chilla Yassin, dejando que las lágrimas resbalen por sus mejillas. -- ¡En cada visión que he tenido, mueres, te hubiera avisado o no! ¡Por eso, tomé esa decisión! Mantenerte conmigo era salvarte. ¡Eres el Elegido, tengo que velar por tu vida!

Me incorporo, pasando una mano por mis labios. Yassin se incorpora y se baja de la cama.

―           ¿No lo ves? – avanza un paso para tomar mi mano, pero la aparto. -- ¡Estás vivo! He cambiado el destino para ti y, ahora, tienes la oportunidad de contraatacar.

―           Tiene razón, Sergio. Aún hay una oportunidad.

―           ¿Cómo? La villa estará llena de hombres de Arrudin – exclamo, paseando por la amplia habitación, gesticulando como un poseso. – Konor ha tenido que utilizar muchos efectivos para tomar de esa forma la mansión. Ahora, tiene a su favor los sistemas de seguridad, y eso sin contar con todos los rehenes que mantiene como escudos. ¡No puedo llevar a cabo un asalto con suficientes garantías!

―           ¡Dios bendito! – la voz de Nadia está a punto de quebrarse. -- ¡Ese sádico tiene a las chicas! ¡Tiene a Denisse!

La abrazo instintivamente, acariciándole la cola de caballo con suavidad.

―           ¡Las liberaremos! Ya verás. Algo se nos ocurrirá – musito en su oído.

Pero no me lo creo ni yo mismo. He salido de muchas, pero esta vez la cosa está muy peliaguda. No quiero entregarme como un cordero de sacrificio, porque sé que no serviría de nada. Konor no soltará a nadie. La lógica me indica que tratara de sonsacarnos información y, sobre todo, que Katrina y yo firmemos la cesión de las propiedades a Arrudin. Al menos, eso es lo que yo haría.

Finalmente, me siento de nuevo a la mesa. Estoy bloqueado, joder. Konor me ha dado treinta y seis horas para aparecer a la puerta de mi villa, solo; de otra manera, empezara a entregar chicas a sus hombres, con todas sus consecuencias. Repaso las opciones que tengo, usando a Nadia y a Lemox. Son una docena larga de buenos mercenarios, pero, aún así, no llegaríamos a la mansión sin haber sido descubiertos.

―           ¿Te das cuenta que con este ataque, Arrudin ha puesto toda la carne en el asador?

―           ¿A qué te refieres, viejo?

―           Debe sentirse acorralado con la perdida del canal, así que se lo juega todo a la carta de borrarte del mapa. O lo recupera todo de un golpe, o desaparece. Me apuesto lo que quieras a que ha enviado a todos los hombres que le quedaban o que ha podido reunir.

―           Tiene sentido – opina Yassin.

―           ¿Qué pasa? ¡No me tengáis en ascuas, mal nacidos! – exclama Nadia.

―           Sin duda, Arrudin ha recibido un chivatazo de los malteses o de los de Chipre, sobre mi presencia en la reunión y ha aprovechado ese momento. Me encontraba fuera, con parte de mis hombres acompañándome… Aún así, ha tenido que ser una cruenta lucha. Había muchos hombres de la Academia. Pensamos que Anenka ha debido ayudar a Konor, de alguna manera – expreso mis pensamientos en voz alta. – Ras opina que es la última jugada de Arrudin, que ha enviado todas sus fuerzas para este asalto.

―           Puede – asiente Nadia. – Debe de estar muy herido en su orgullo y desesperado.

―           Así que, si intentáramos un asalto con Lemox y sus hombres y con los que pudiéramos sacar de los clubes, no dispondríamos de la fuerza suficiente – acabo resumiendo.

―           Pero… ¡algo tendremos qué hacer! – Nadia se retuerce los dedos.

―           No se me ocurre nada que tenga una mínima garantía de éxito – digo, hundiendo los hombros.

La habitación queda en silencio unos minutos, cada uno de nosotros sumidos en sus pensamientos. Intento convencerme a mí mismo de que estoy dispuesto a hacer el sacrificio, pero Ras no piensa lo mismo. No está dispuesto a que todo se pierda en vano. El muy cabrón es muy duro y me susurra que aunque las chicas mueran, el que importa soy yo, que siempre habrá nuevas mujeres en mi vida.

―           Si todos morimos, ¿en qué favorece esto al plan universal? Al menos, uno ha de vivir para que todo tenga sentido.

 

Aunque sé que tiene razón, no estoy en el momento adecuado para reconocérselo. Por mucho que me estrujo el cerebro y me sumerjo en fantasías, no llego a una conclusión en que alguno de nosotros salga vivo.

―           ¿Has escuchado hablar del ka?

Me vuelvo hacia Yassin, con la ceja arqueada.

―           ¿Qué es un ka? – pregunta Nadia, limpiándose los ojos de un manotazo.

―           Los antiguos egipcios pensaban, al igual que nosotros, que el primer componente del ser era el cuerpo, el que mantenía el espíritu en vida – Yassin empezó a pasearse por la habitación, los brazos cruzados bajo sus pechos. – Independientemente del cuerpo físico, los egipcios identificaban un segundo componente en el ser. Se trata del ka, un compuesto extraño al propio cuerpo, en el que se encontraba el poder o misterio de la vida.

―           ¿El alma? – preguntó Nadia.

―           No, eso era más bien el ba. Los egipcios dividían la estructura del ser en muchos componentes. Sahu, ib, ba, ren o sheut, eran algunas de esas partes del ser mortal, refiriéndose al corazón, al alma, al aprendizaje espiritual, e incluso a la sombra. El ka era algo más grande que eso, más bien era una especie de doble energético de la persona, que se situaba en un espacio intermedio entre el cuerpo y el alma. El Libro de los Muertos dice que el ka anima el cuerpo del hombre y es el componente que proporciona la forma y la vida a sus órganos y miembros.

―           No veo donde quieres llegar, Yassin – musito, sin mirarla.

―           Es gracias al ka que el hombre toma su fuerza vital, tanto física como intelectual, y hasta sexual. Cuando el hombre nace, el ka – la propia energía de la vida –, se incorpora al cuerpo. Se decía que el propio dios Khnum lo creaba en su torno de alfarería para todos los seres vivos, como dos seres idénticos pero separados: la del cuerpo que iba a nacer, y la del ka que se le iba a asignar. En el caso de los dioses y de algunos faraones, se nos dice que disponían de diversos ka para cada uno, lo que les permitía tener unas facultades especiales.

―           Muy lírico todo eso – contesto, poniéndome en pie y abrazando a Nadia, la cual se deja arrullar lánguidamente.

―           Sí, esas eran las creencias populares, claro.

―           ¿Populares?

―           Por supuesto. Los sacerdotes y los hechiceros habían ahondado mucho más en esa cuestión. El ka está formado por una sustancia etérea pero, a la misma vez, palpable; una materia que apenas conocemos hoy, pero que ha sido fotografiada y filmada: el ectoplasma – termina explicando Yassin.

―           ¿Ectoplasma? ¿No es eso que surge de la boca de los médiums en las sesiones espiritistas? – esta vez sí la miro, intrigado, pero sin soltar a la latina, que recuesta su cabeza contra mi pecho.

―           Exactamente. Hay varias mediciones irrefutables sobre esta sustancia que parece manar del interior de nuestro cuerpo. Lo que conocían los egipcios sobre ella se ha perdido, desgraciadamente, pero te aseguro que la existencia del ka es bien real.

―           Vale, te creo, pero ¿cómo podemos usarlo?

―           Eso depende de ti – se encoge de hombros el oráculo. – Te doy la herramienta pero tendrás que hacer tú el trabajo.

―           Como siempre. Debo conocer más cosas de ese ka… – dejo a Nadia y me acerco a Yassin, quien sonríe débilmente.

―           Los magos egipcios podían cultivar el ectoplasma en tanques para formar criaturas que les servían fielmente cuando se las vinculaba mediante la sangre. Eran dobles perfectos de sus originales… los pueblos germanos las llamaban doppelgänger, el doble malvado que trae la muerte.

―           ¿Pretendes hacer un doble mío? – me asombro.

―           Más o menos, reclamando la ayuda de los dioses, por supuesto – esta vez, la sonrisa de Yassin ilumina la habitación.

                                       * * * * * * * *

El jet privado de la compañía israelí sobrevuela Madrid, casi al anochecer. La auxiliar me ofrece un último trago, antes de aterrizar. Viajo solo, por supuesto, y faltan dos horas para que termine el plazo impuesto por Konor. Al menos, he comprobado que Krimea y Patricia se salvaron de ser atrapadas. La norteamericana está grabando un nuevo disco en Londres y prometió llevarse a Patricia hace meses. Así que las he llamado para que se queden en Londres hasta nuevo aviso.

He enviado a Nadia – junto con Lemox y sus hombres – por delante, en un vuelo regular desde El Cairo a Barcelona, para que reúna todos los hombres posibles y se aposten en las inmediaciones de la finca. Deben esperar mi señal, y en caso de que ésta no llegue, retirarse discretamente y desaparecer, porque eso significara que no lo he conseguido. También para mí, para nosotros, es una apuesta final. Aquí nos lo jugamos todo, hasta la vida.

Tan sólo llevo una pequeña mochila con una muda, las llaves, y el móvil. Paso el control de aduana y salgo al exterior de la terminal. Tras unos minutos de espera, compruebo que no hay nadie esperándome. Así que tomo un taxi para que me lleve hasta casa. Durante el trayecto, me recojo en plegaria con los dioses del desierto.

El día anterior, abracé oficialmente la fe de los faraones. Yassin y yo celebramos un pequeño ritual en el templo subterráneo, en el que ofrecí mi vida y espíritu a Ra y a todo el panteón. Rendir pleitesía a cada divinidad hizo que me hormigueara ferozmente todo el cuerpo, como si cada entidad me estuviera pellizcando y manoseando por turno.

Después, Yassin me llevó hasta un estanque horadado en la piedra. El agua estaba perfumada con pétalos y era cálida, casi de índole termal, pero no pregunté. El oráculo me hizo sumergirme, desnudo, y me hizo unos cortes en los antebrazos, dejando que la sangre se mezclara en el agua.

―           ¡Te desangrarás en el agua! – manifestó Ras.

―           No, no lo hará – le respondió Yassin. – Pero tiene que sangrar lo suficiente para que el ka se manifieste. Duerme y descansa, Elegido. Olvídate de todo, por el momento. Déjate mecer por las aguas del río sagrado…

Y no recuerdo nada más hasta que desperté esta mañana. Ni siquiera Ras pudo contarme lo ocurrido, pues él también perdió la consciencia, pero me noto como hinchado, algo pesado. Yassin nos reveló que todo estaba hecho, para bien o para mal, y, después de eso, sin explicar nada más, se clavó en mí, con urgencia. Tenía que darnos la bendición final, el éxtasis divino por mi entrega. Lo hizo sin dejar de llorar mansamente, hasta hacerme explotar en un intenso orgasmo que me sacudió totalmente.

―           ¿Y mi doble? – pregunté antes de subirme al coche que me llevaría al aeropuerto.

―           No te preocupes. Aparecerá en su momento. Ve y entrégate como un mártir cristiano – se despidió, abrazándome y besándome largamente.

Pero, la verdad, es que no comprendía nada. Me sentía pletórico y vigorizado, aunque como he dicho antes, hinchado como cuando se tienen gases. Notaba la camisa más tensa que de costumbre, pero todo podía ser sintomático de la bendición, por supuesto, pero, más allá de eso, no tenía más detalles. De todos modos, mis intenciones eran simples. Me entregaría e intentaría aguantar hasta disponer de una oportunidad para anular las defensas de la finca y permitir el paso de Nadia y los hombres que aguardaban fuera. Ahora comprendía la futilidad de este intento, tal y como recalcaba Nadia, pero me había pasado la noche dormido en un estanque y me había despertado arrugado como una pasa, fresco como una lechuga, y más vacío de mente que nunca.

Por otra parte, era consciente de que ponía mi vida y las de mi familia en manos de los dioses, confiando ciegamente en sus designios. ¿Esto es lo que había sentido Moisés y su gente, cruzando el desierto?  ¡Pos vaya canguelo! Aún ahora, tengo las rodillas temblando y sudores en la espalda, y creo que puedo vomitar en cualquier momento.

El taxi me deja ante las grandes puertas principales de la finca, bajo las amarillas luces de las dos farolas. En cuanto el vehículo público se aleja, varios haces de linterna convergen sobre mí. Al menos cuatro hombres brotan de la oscuridad, apuntando sus armas automáticas sobre mi pecho.

―           ¿Sergio Talmión?

―           Él mismo – respondo.

―           Tire la mochila hacia aquí y cruce los dedos de sus manos sobre la nuca – me dice el más cercano, aún a través de los barrotes de la gran puerta.

Obedezco sonriendo. No se fían lo más mínimo de mí, y es que les he dado tantas sorpresas… Uno de ellos abre el portón, recogiendo mi mochila. La registra y se apodera del móvil, devolviéndomela. Otro de ellos, me coloca las manos a la espalda y pasa una brida por mis muñecas. En ese momento, uno de los 4x4 de la mansión aparece para recogerme.

Dos de los tipos armados se suben atrás, uno a cada lado mío, y el conductor pone rumbo a mi casa. El corazón me palpita como enloquecido, pensando en lo que me voy a encontrar. La verdad es que no siento miedo por mí, pero sí con lo que puede haberles pasado a mis chicas y a los niños.

Al acercarnos a la mansión, mi Lamborghini Diablo aparece en una curva, lleno de bollos, y aplastado contra el grueso tronco de un roble varias veces centenario. ¡Los hijos de puta se han estado divirtiendo con el parque móvil! ¡Debe de haberles hecho una jodida gracia hacer rally con un deportivo así!

―           Konor se preguntaba si la carrocería aguantaría – me dice uno de los hombres en ucraniano.

―           Espero que se haya pillado un huevo en el transcurso – mascullo.

Los tres hombres que me acompañan, se ríen groseramente. Al desembocar en el aparcamiento frente a la mansión, compruebo que los modelos más exclusivos de la colección de coches han sido sacados y abandonados por doquier tras usarlos. Algunos hasta tienen las puertas abiertas. Parece como si un niño gigante hubiera dejado de cualquier manera sus coches de juguete tras cansarse de manejarlos.

Los tipos que tengo a los lados, sonríen sardónicamente. Me encojo de hombros, sin poder hacer nada más. En la escalinata de entrada, hay otros cuatros hombres armados, que hacen de punto de control para otras dos parejas que hacen la ronda alrededor de la mansión. Supongo que habrá muchos otros repartidos por toda la finca, vigilando los accesos y el perímetro. Esto va a ser el puto Sarajevo…

Mis dos acompañantes me hacen subir las escaleras y entramos en el hall. Los primeros escalones de la escalinata de la derecha están manchados de sangre. Otra muerte, aunque no sé quien. Contemplo los dos tipos armados que se mantienen estáticos arriba, en medio de los rellanos de mármol, guardando las escaleras. Hay otro más, abajo, bajo el arco que forman los dos tramos de escaleras, sentado a un pequeño escritorio que han sacado de una de las bibliotecas. Parece estar escribiendo y comprobando un listado. ¿Acaso están valorando nuestras posesiones?

Me llevan directamente al comedor, donde me encuentro a Konor cenando, junto a cuatro de sus hombres. ¿Sus oficiales? Sonríe ampliamente al verme. Lleva puesta una gran servilleta blanca al cuello, para no manchar su traje gris marengo. Con un gesto, indica a los dos hombres que me custodian que me obliguen a sentarme frente a él, al otro lado de la gran mesa. No me resisto, sabiendo que es inútil. De reojo, miro las dos chicas del servicio que les están sirviendo la cena. Una de ellas es Niska, quien apenas osa mirarme. Están usando parte del servicio, como suponía, pero, ¿qué han hecho con los que no necesitan? Jardineros, mozo de cuadras, o los educadores de los huérfanos…Debo averiguarlo.

―           No esperaba que te entregaras. Se lo dije a Nicola esta mañana. El chico no se entregará. Huirá…

―           Ya, como tú huiste, ¿no?

La pulla lo toma por sorpresa y su mejilla inicia un tic momentáneo. Luego, sigue llevándose la cuchara a la boca, sin comentar nada.

―           ¿Dónde está mi esposa? – le pregunto.

―           Oh, la verás pronto. Chicos, ponedle en pelotas, quiero ver si esconde algo.

―           Ya lo hemos cacheado, jefe – responde uno.

―           ¿A fondo? – enarca una ceja Konor.

―           No.

―           ¡Pues eso!

Lo que yo decía, no se fían nada de mí. Así que hago un improvisado strip tease allí mismo, quedando desnudo, pero no pienso tapar mis vergüenzas con las manos. El que no quiera verlas, que no mire. Colocándose un guante, uno de los hombres me mete un dedo en el culo y revisa mi entrepierna.

―           No lleva nada escondido, jefe.

―           Bien.

―           He cumplido Konor. Te toca a ti – le digo.

―           Aún faltan unos detalles – sonríe, burlón.

―           Por supuesto. ¿Detalles legales de patrimonio? – sonrió ladinamente.

―           Exacto. Sé que has hecho lo mismo en Córcega y Cerdeña.

―           No piensas soltar a nadie, ¿verdad?

―           Por mi gusto no, pero no estoy solo, ¿sabes?

―           ¿Anenka?

―           Ajá.

―           ¿Acaso ella piensa dejar que alguien escape?

―           Quien sabe. La bruja suele ser caprichosa, así que aún tienes una oportunidad.

No contesto. La cosa está muy clara. A lo sumo, viviremos un día más, justo lo que tarden en convencernos de firmar los documentos de cesión. Como un reyezuelo, me despacha con un movimiento de mano y sigue comiendo.

Me llevan a empujones hasta la biblioteca menor. Uno de mis acompañantes llama con los nudillos y espera a que lo inviten a pasar. El compañero, al quedarse solo, me encañona firmemente, dispuesto a no darme oportunidad si decido moverme, así que me quedo quieto, faltaría más. Al minuto, sale el primer tío y me señala que entre, armado de una sonrisa inquietante. Entro en la biblioteca con todos los nervios de punta, los tipos lo hacen detrás de mí.

Sobre uno de los amplios divanes de fieltro rojo y almohadones beige, se encuentra Anenka, vistiendo lencería fina que deja ver a todo el mundo, puesto que tiene el vestido abierto. Esta vez me doy cuenta por mí mismo que no es Anenka, sino su doble. La actriz operada mantiene las piernas bien abiertas, haciéndose comer el coño por Denisse, desnuda y con la espalda llena de marcas de cinturón, al parecer.

Justo frente a ellas, en uno de los sillones orejeros, se sienta la reina Iris, quien las contempla con una pierna cabalgando la otra. La falda de cuero está muy subida sobre sus muslos, y sostiene un cigarrillo entre sus dedos levantados. Arrodillada a sus pies, desnuda por completo, Katrina me contempla, portando un collar perruno al cuello y encadenada a la mano de la Dominatrix.

Mis fosas nasales se dilatan y todos mis sentidos se preparan para descubrir lo evidente. Siempre ha sido ella, Iris, la Reina Dominatrix es la malvada Anenka. No podía ser de otro modo. Ahora me es fácil verlo, pero, ¿por qué no lo hice en un primer momento? ¿Cómo es posible que nos engañara, a mí y a Ras?

La sonrisa en su rostro, al girarlo hacia mí, me hace comprender que ha adivinado mis pensamientos.

―           Ay, querido… estás pensando cómo he podido engañarte, ¿no es cierto? He sido entrenada para asumir mis personajes, bobo, para convertirme en ellos. Lentillas de otro color, un buen corte de pelo, un cambio de color, y unos suplementos bucales cambian la estructura del rostro absolutamente.

La escucho aunque sólo tengo ojos para mis chicas. Denisse ni siquiera ha podido apartarse de la entrepierna de la doble de Anenka, y mi esposa me observa fijamente, con una mano protegiendo su vientre.

―           Disimulé mi acento ruso con uno más evidente aún, la dicción canaria, y para rematar, entrené duramente mi cuerpo hasta endurecerlo. Dejé atrás la opulencia y las formas mórbidas para convertirme en una dura ama, algo que es natural en mí – da una profunda calada y echa el humo al aire. – No me fue difícil colarme en el proyecto, pero no esperaba que me entregaras el club desde el primer momento. Fue brutal. Estuve riéndome toda una noche. Aunque debo reconocer que la idea es buenísima. Espero que Pam tenga más como esa.

―           ¿Qué piensas hacer con nosotros? – le pregunto.

―           Estoy un tanto dudosa con ciertos detalles. Es cuestión de sentarse a hablarlo, ¿no crees? – y, tras dar otra fuerte calada, que pone al rojo la pavesa del cigarro, lo apaga en uno de los desnudos senos de Katrina, con un gesto totalmente desdeñoso.

El aullido de mi esposa coincide con mi salto, sin importarme tener las manos atadas a la espalda. La ira me posee, no me importa nada, tan sólo llegar hasta ella y lanzarle una buena patada. Los dos tipos que me custodian se han quedado atrás, sorprendidos por mi reacción. El triunfo está al alcance de mi pie, se regodea esa parte salvaje que mantengo bajo llave. Sin embargo, Anenka juega conmigo, como siempre. Indolentemente, empuja con su pie el cuerpo de mi mujer, colocándola delante del arco que tiene que formar mi pie para alcanzarla. Tengo que detenerme para cambiar de ángulo. Su fusta es más rápida que yo, alcanzándome violentamente en la corva de la pierna derecha, cortando mi impulso radicalmente. ¡Y la muy zorra sonríe, aún sentada en el sillón!

Rujo como un león herido, todo ira y orgullo herido, cuando las culatas me alcanza por detrás, una en la nuda, otra en los riñones. Los fuertes golpes me derriban en el suelo y las patadas vuelan sobre mí. Me he cubierto la cara, pero me martirizan la espalda y las costillas, sin contemplaciones. Katrina grita y suplica sin que nadie la haga caso. Cuando terminan las patadas, la fusta de la verdadera Anenka cae con fuerza inusitada sobre mis manos y antebrazos, buscando cruzarme la cara. No le voy a dar ese placer.

Con una indicación, Anenka ordena a los dos hombres que me sujeten de las manos y que las echen hacia atrás. Intento resistirme, pero otras pocas patadas y varios crujidos de costillas astilladas, consiguen que ceda, entre jadeos. Entonces, con una letal puntería, la larga fusta de cuero quema mi mejilla izquierda primero, luego la frente, me cruza los labios, hinchándolos monstruosamente. Cae sobre mis cejas, sobre los párpados inferiores, cegándome, me rompe la nariz por varios sitios, destroza mis dientes y me arranca una oreja.

No tengo constancia de gritar, pero los lamentos que surgen de mi garganta son inagotables. En sucesivas imágenes, como si de una luz estroboscópica de tratase, puedo ver como Katrina se arrastra y como la pisan en su grotesco baile, sin reparar en ella. Frente a mí, la falsa Anenka se echa hacia delante, contemplando la paliza y excitándose aún más. Tira del blanco pelo de Denisse hasta incrustar el rostro de la abogada en su ansiosa entrepierna.

Estoy seguro de que gime “Dale más fuerte, más sangre…”, al correrse con desmedidos espasmos. Creo que no sólo ha tomado la imagen de Anenka, sino también parte de su negra alma.

―           ¿Tienes bastante, cariño? – jadea Anenka, inclinada sobre mí. Su fusta gotea sangre y las botas de los dos tipos me pisan las manos, quebrándome los dedos.

―           …futa… mala futa – dejo escapar en un silbido, incapaz de pronunciar bien el insulto por el tamaño que han tomado mis labios.

―           Sí… sí, soy una puta, pero no tuya. Me he quedado con un montón de dinero del club. ¿No creerías que iba a trabajar para ti, aún cuando estuviera de incógnito?

El odio que me tiene es palpable, pero entonces, su siguiente pregunta me deja más tonto de lo que ya estoy.

―           Pero sí podrías trabajar para mí. Ahí no tengo inconveniente alguno. Así que te lo voy a preguntar sólo una vez. Te daré tiempo para pensarlo, descuida – se acuclilla a mi lado y baja la voz. – Acepta el puesto de uno de mis tenientes y sírveme. A cambio, dejaré vivir tus hijos y a tu hermana.

―           ¿K-katri… na?

―           No, Katrina no vivirá. La odio demasiado, pero sí esperaré a que dé a luz. Después de eso, la mataré delante de ti. Es parte del trato, Sergio.

No comprendo por qué quiere salvarme aún. ¿Sería cierto que se enamoró de mí? ¿Cuándo me ofreció reinar a su lado, lo decía sinceramente? Siente una extraña relación de amor-odio hacia mí. Quizás debería aprovecharla, o bien el puro odio que siente por mi esposa.

―           Piénsalo mientras tu mujercita me distrae – se pone en pie y me señala con el dedo. – Sentadle en un sillón y ponerlo mirando hacia aquí. En cuanto a ti, jodida Katrina, límpiate esas lágrimas y aplícate a comerme el coño muy lentamente y con mucho atino, si quieres que deje vivir a tu marido un poco más.

Por el rabillo del ojo, mientras los hombres de Konor me arrastran, distingo a mi derrotada mujer dirigirse a gatas hacia el sillón donde se ha vuelto a sentar Anenka. Se ha remangado la falda de tubo y se abre de piernas para acoger a su enemiga humillada. Necesito distraer mi mente con algo, porque si no mi cabeza estallara de furia.

―           ¿C-cómo… entraron…? – musito y Anenka gira su cabeza hacia mí. Baja una mano y le da un cachete a Katrina.

―           Más despacio, zorra. ¿Te refieres a cómo entraron los hombres de Konor en la finca, saltándose las alarmas y la vigilancia de tus propios hombres?

―           S-sí…

―           Con un caballo de Troya, por supuesto.

―           ¿Qu-qué?

―           Yo fui su caballo de Troya – confiesa, ufana. – Verás, tantas idas y venidas a la mansión para visitar a las madres recién paridas y sus retoños, dio su fruto. Todos relajaron la vigilancia, en especial ese tonto de Sadoni.

―           ¿El jefe instructor?

―           Sí. Le facilité un chochito cada vez que iba al Temiscira para entrenar a las chicas. Al principio, se negaba, pero en cuanto encontré la chica ideal, estuvo perdido. Lo envenenó lentamente y, el día en que vine a la mansión por última vez, me acerqué a la Academia para visitarle, ya que estaba enfermo en cama – tironea del cabello de Katrina. – Así putita, ese es el ritmo que quiero, que estoy hablando con tu maridito – se ríe groseramente y sigue contándome. – Fue fácil darle la puntilla. Apenas se podía mover. Repartí unas cuantas cajas de bombones, llenas de C-4, por el edificio, y dejé mi coche aparcado bajo los dormitorios de los soldados, con el maletero lleno de amoniaco y fertilizante.

“Es muy fría, una máquina sin sentimientos.”, pienso mientras paso la lengua por varios huecos sangrantes sin dientes.

―           Cuando volví aquí, a la mansión, para tomar el té con tu hermana, activé los explosivos. En un par de segundos, la mitad de tus hombres habían muerto y se habían quedado sin oficial táctico. ¡Todo un golpe! – toma el rostro de Katrina de las mejillas, con ambas manos. – Ahora el clítoris, Katrina, como te enseñó Maby… ¿lo recuerdas? Te dije una vez que te haría comer mi coño y que me mearía en tu boca, ya verás como hacemos todo eso, preciosa… ¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí!

La cabrona está realmente disfrutando.

―           En la confusión de la explosión, fue un juego de niños deslizarme hasta la sala de control, matar al guardia, y anular los sistemas de defensa, con lo cual, el sádico de Konor invadió la mansión con toda facilidad. Fue como pescar peces en un barril, ¿no se dice así?

Anenka habla con los ojos cerrados, sus manos sujetando los carrillos de mi esposa. Conociéndola, está encauzando la recta final. A mi lado, los hombres armados no apartan los ojos de la escena, excitados, pero seguramente muy conscientes de que no pueden acercarse.

―           Aaahhh… mi joven puta Vantia… qué bien lo haces… que bien te enseñó aquella morenita… cómo la hecho de menos – musita, agitando sus caderas.

―           ¿Quién mató a Maby? ¿Quién afretó el gatillo? – balbuceo.

―           Aaaah…bendito sea… yo tuve ese… p-placer…ooooh… como me corrooooo… recordando…

Tengo que cerrar los ojos ante tal ignominia, impidiendo que las lágrimas escapen, tanto por Maby como por mi esposa, porque Anenka no deja que Katrina se retire, preparando la humillante lluvia dorada prometida.

Me llevan a una de las habitaciones individuales del piso superior, al otro extremo de nuestras dependencias, y me dejan sangrando sobre la cama, como un fardo. En cuando escucho que echan la llave, me pongo en pie, moviéndome con toda soltura. Examino mis heridas. El rostro está desfigurado. Las hemorragias se han detenido aunque los desgarros y marcas siguen estando presentes. Con cuidado, tocó varias de ellas con mis dedos, asombrándome.

―           Parece que el ka funciona, ¿no?

―           Pues sí. No me duele nada, y apenas lo sentía cuando me estaban golpeando.

―           ¿Crees que servirá?

―           Tendrá que hacerlo, viejo. No creí que funcionara como una armadura.

―           Parece que los dioses egipcios disponen de algunos secretos muy peculiares.

―           Me quedé de piedra al recibir los primeros golpes. Estuve a punto de devolverlos. ¿Qué crees que ha pasado?

―           Ya sabes lo que dijo Yassin, que el ka era una especie de doble energético que se colocaba entre el cuerpo y el alma. Creo que esta vez lo han puesto como revestimiento, entre el mundo y tu cuerpo. El ectoplasma ha tenido que hilarse durante toda la noche, recubriendo tu cuerpo y tomando tu aspecto gracias a la sangre derramada.

―           Sí, pensaba igual.

Flexiono el cuerpo y siento mis músculos responder a la perfección. He tenido que fingir que me debilitaba por el dolor y la paliza.

Dos horas más tarde, escucho ruidos delante de la puerta. Ras me informa que han matado al guardia clavándole un cuchillo, sin duda. ¿Un aliado imprevisto? El viejo averigua que se trata de Niska antes de que abra la puerta, incluso. ¡Joder, con los sentidos ampliados! La chiquilla aparece, la barbilla temblando por la adrenalina. La hago entrar a toda prisa y engancho el cadáver por un pie, arrastrándolo al interior de la habitación.

Niska se está mirando la mano que sostiene un gran cuchillo de cocina. Se ha cortado al clavarlo, ya que carece de guardamanos. Corta la brida que aún me aprisiona las muñecas y le vendo la mano con un trozo de sábana. Ella no aparta los ojos de mi cuerpo desnudo lleno de marcas y heridas.

―           No tengo nada para curarte, amo – murmura.

―           No importa. Por ahora está bien. ¿Por qué te has arriesgado así?

―           ¡El hombre malo se ha vuelto loco!

―           ¿Quién? ¿Konor?

Ella asiente, derrumbándose en lágrimas. La sacudo de los brazos para que deje de llorar.

―           ¡Vamos, cuéntame! ¿Qué pasa?

―           ¡Ha subido arriba a violar niñas!

―           ¿A la Facultad? – pregunto tontamente. Cómo si hubiera algo más en el último piso.

―           Ha matado a Juni cuando ella se ha puesto delante para proteger las niñas. ¡Le ha volado la cabeza!

―           ¿Cómo sabes todo eso? ¿Estabas allí?

―           No, no… Alexi llamó por el intercomunicador por si podíamos ayudarla. Ella contó todo eso.

―           ¿Alexi está con los niños?

―           Por lo menos estaba cuando vine hacia aquí. Me dijo que se había encerrado con las niñas en el dormitorio de Juni.

―           ¡Maldita sea!

―           ¡Las va a violar, lo mismo que violaron a las señoras! – exclama, medio histérica.

―           ¿Qué señoras?

Se da cuenta que se le ha escapado la información y aparta la mirada. Le pellizco un pezón fuertemente y grita.

―           ¡Habla!

―           A tu hermana y Elke, y todas las demás. Denisse… la señora… Alexi… Sasha…

―           ¿Las han violado a todas ellas?

―           Sí, algunas varias veces.

―           Ahora cálmate, chico, que no se te vaya la olla. Lo hecho, hecho está, ya lo sabes. Concéntrate en lo que vas a hacer a continuación. Niska se ha cargado al hombre de guardia, así que ya no puedes echarte atrás. ¡Es el momento, sea el adecuado o no!

―           Bien. Sígueme, Niska. ¿Sabes cuántos hombres hay guardando la sala de las cámaras?

―           Dos o tres, por lo menos.

―           Tendremos que arriesgarnos.

Sé que en la escalera principal, hay al menos tres hombres. No puedo hacer gran cosa con un simple cuchillo, así que nos movemos sigilosamente hacia las escaleras secundarias. Niska va detrás de mí, con una mano colocada sobre mis riñones. Sigo desnudo y lleno de sangre seca, supongo que así impresionaré más a quien me encuentre, ¿no? De todas formas, no importa.

La sala de monitores está entre la gran biblioteca y el salón principal. Es casi una habitación del pánico. Sin ventanas, muros suplementados, puerta reforzada, insonorizada e independiente del sistema de aire de la mansión. Contiene los monitores de vigilancias así como los controles de los sistemas de alarma y defensa. La sala tiene dos puestos casi permanentes, pero también tiene un par de literas, por lo que, a veces, puede haber más gente de la cuenta.

―           Niska, ve a la cocina y trae una cafetera llena y unas tazas. Vas a ofrecer café a los que estén dentro. ¿Soléis hacerlo?

―           No – me contesta, mordiéndose una uña.

―           Pues va a ser una buena primera vez. Cortesía de Anenka.

La chiquilla parpadea y luego comprende. Se aleja, ocultando una sonrisa. La espero oculto en uno de los armarios panelados, entre escobas y productos de limpieza.

Niska regresa rápidamente, pues siempre hay una cafetera preparada en la mansión. Lo porta todo en una bandeja, preparada eficientemente, y se planta ante la puerta, soportando el peso de su carga con una mano y, con la otra, llama en un rápido golpeteo.

―           ¿Qué quieres? – surge la pregunta por el intercomunicador. La cámara la enfoca. Esa es la razón de utilizar a Niska. Si me hubiera acercado yo, no habrían abierto ni en broma, dando la alarma.

―           Me envía la señora Iris. Quiere ofrecer a todos los que estáis de guardia, café y pastelitos – la muy jodida lo ha pensado todo, montando la bandeja.

Suena un clic y la puerta se abre unos centímetros. La chica mete los dedos en la ranura que queda, ya que no hay picaporte en el exterior, y abre un hueco suficiente para pasar con la bandeja. Rota la insonorización, les escuchó comentar:

―           La Reina debe de estar contenta, ya tiene al que buscaba – dice una voz masculina.

―           Si, debe de ser eso, pero a ver si se le bajan los caprichos…

No espero más. Los que estén dentro están concentrados en Niska y el café, así que cruzo delante de la cámara, abro la puerta de un tirón, y salto al bulto, enarbolando el gran cuchillo. Gracias a Ras, me hago cargo de la situación en pleno salto. He tenido suerte, sólo dos hombres sentados, nadie más al fondo.

Es como una toma a cámara lenta, caigo hacia ellos, con los rasgos crispados y tintos en sangre. Ellos me miran, boquiabiertos por la sorpresa. Niska, que aún está inclinada, dejando la bandeja sobre una mesa auxiliar, retrocede sin ponerse erecta, dirigiéndose a la puerta. Sabe lo que tiene que hacer.

Entierro el cuchillo en el cuello del que está a mi derecha, segándole carótida y yugular, pero el salvaje espasmo que le acomete se lleva el cuchillo de mi mano húmeda. El otro ya se ha puesto en pie y sacado su arma. El primer disparo se clava en mi pecho, deteniendo mi impulso en seco. El hombre vuelve a disparar tres veces más, a bocajarro. Noto los impactos en mi antebrazo, levantado para protegerme, y otro en el vientre, pero ya estoy lanzado.

Aparto la mano armada de un manotazo y desvío los siguientes disparos, mientras que tenso la otra hasta que se convierte en una punta de lanza de dura carne. La punta de mis dedos conecta brutalmente contra su nuez de Adán, aplastando la tráquea. Se encoge, ahogándose, y aún así, tiene redaños para disparar dos veces más, aunque mantengo aferrada su muñeca. Un salvaje golpe con la almohadilla de la palma de la mano, dirigido de forma ascendente a su puente nasal, le mata instantáneamente.

Toda la pelea no ha durado más de ocho segundos, y me giro ávidamente para ver si Niska ha podido cerrar la puerta, como la previne antes de entrar, y así ahogar los disparos. La puerta está cerrada, gracias a los dioses, pero Niska no ha podido salir. Está tirada en el suelo, un hombro apoyado en la puerta. Está sudando y me mira, emitiendo un jadeo con muy mal sonido.

Me arrodillo a su lado, tomándola con cuidado. Noto su sangre mojando mis dedos, en su espalda.

―           Mi valiente Niska – murmuro –, lo has hecho…

―           N-no he podi…do salir. Todo… muy rá…pido… sólo pude empujar… puerta – le cuesta trabajo hablar. Las balas han tenido que destrozarle los pulmones, pues no para de arrojar sangre por la boca.

―           Lo has hecho muy bien, cariño, me has salvado la vida – le digo, besando su sien.

Ella sonríe, contenta por escuchar esas palabras. Me mira con esa intensidad que la caracteriza, toda adoración hacia mí, y una horrible tos envía esputos sanguinolentos contra mi pecho desnudo. Se está muriendo y no puedo hacer nada por ella, salvo abrazarla y acunar su cuerpo. Niska tarda otros tres minutos en morir, mientras no se me ocurre otra cosa que mecerla, besar su rostro, y canturrearle una nana rumana al oído.

Ah, joder, joder… Los dioses quieran que pueda disponer de tiempo cuando atrape a esos hijos de puta. Tengo que darme una buena satisfacción.

Finalmente, me pongo en pie y Ras me recuerda las balas que me han alcanzado. Me examino rápidamente. Los agujeros de bala están ahí, pero ya han dejado de sangrar, y no me molestan en absoluto. El ka funciona como un chaleco antibalas, pero mucho más efectivo, porque tan sólo sentí el empuje físico de la bala, nada de dolor, ni trauma.

―           He encontrado las balas. Se han quedado alojadas en el ectoplasma, desviadas antes de perforar tu verdadera piel. Ahora que sé cómo funciona el ka, puedo sentirle mejor. Rodea todo tu cuerpo, recreando tus rasgos físicos. Por eso te sentías más hinchado esta mañana. Tienes diez centímetros de volumen extra por todas partes. Esa es la cobertura que el ka mantiene sobre ti.

―           ¿Diez centímetros? – mascullo, tomando mi pene con la mano y examinándole. – Sí, puede ser – mi polla es un poco más grande que si estuviera morcillona. Debe de ser una extraña visión para los demás, contemplar ese badajo golpeando mis muslos.

―           No sé cuanto tiempo aguantará. Está muy castigado. El ectoplasma desgarrado. Apenas quedan fluidos sanguíneos en su interior.

―           Bueno, al menos me ha permitido llegar hasta aquí – digo, inclinándome sobre los cadáveres.

Recupero un par de móviles y marco el número de Nadia.

―           Hola, Nadia.

―           ¡Dios, aún sigues vivo! – exclama al otro lado.

―           ¡Qué poca confianza en tu patrón! – bromeo. – Tengo acceso a las alarmas. ¿Estáis en posición?

―           Sí. Mantenemos la zona limpia. Parece que se han relajado al tenerte prisionero.

―           Ese era el plan. Corto las alarmas. ¡Ahora! – apago los sensores de la alambrada, así como la corriente.

Me imagino a Nadia urgiendo a sus hombres a abrir un hueco con los alicates y pasar dentro. Desactivo los otros sistemas de vigilancia y defensivos en toda la finca. Los hombres de Konor están patrullando sin estar cubiertos por los sistemas de detección y rastreo. Se van a llevar una buena sorpresa, desde luego.

―           Por lo menos, hay dos docenas de hombres en la mansión – susurro por el auricular.

―           Vale.

―           Voy a hacer un poco de ruido para cubriros la llegada. Buena suerte.

―           O.k., ten cuidado, patrón. Corto – se despide ella.

Si hemos tenido suerte, nadie se habrá dado cuenta del fallo del sistema. Ahora, tengo que mantenerme vivo.

Lanzo una última mirada al cuerpo de Niska y salgo de la habitación con un suspiro. Cierro la puerta, sabiendo que habrá que echarla abajo para volverla a abrir. Tengo que conseguir un arma silenciosa. Ya no debe de quedarme suerte apenas; la he gastado toda hoy. Debo llegar a mis aposentos. Sin duda, Anenka estará en sus antiguas dependencias, que hoy pertenecen a mi hermana y a Elke. Puede que, incluso, las retenga a ellas allí, a su alcance. No sé hasta donde puede llegar la psicosis de la ex agente del KGB.

Pero lo de la suerte es así de puñetero. En cuanto piensas en ella, se escapa, cual amante avergonzada. Aprovechando que el guardia que estaba ante mi puerta, también vigilaba la escalera, subo decidido, sólo para toparme a medio subir con una inesperada ronda.

Reconozco a uno de los tipos que estaban cenando con Konor, acompañado de otros dos hombres. ¿El relevo? El caso es que me gritan el alto y no me queda más remedio que intentar escapar. Con presteza, salto la barandilla de las escaleras, dejándome caer unos cuatro metros. Escucho maldiciones detrás de mí, pero ningún disparo, de momento. Salgo a correr pasillo adelante, hundiendo mis pies en la moqueta para tener más tracción. Antes de que pueda girar en uno de los pasillos, la ráfaga me alcanza en la espalda, tirándome al suelo.

Esta vez duele, lo que viene a significar que el ka está desapareciendo, degradándose o algo así. Me digo que hubiera sido interesante saber más de esa cosa. Boqueo en el suelo, intentando recuperar el aire que ha expulsado de mí la andanada de balas. Los tipos están sobre mí inmediatamente. Uno de ellos me da la vuelta y me quedo tendido de espaldas, manchando la alfombra.

―           ¡Jesucristo! ¡Está destrozado! – exclama uno de los hombres, en ucraniano.

―           ¡Maldición! ¿Qué le ha pasado? – el oficial se acuclilla a mi lado, examinándome más de cerca. – Llama a Konor. Que venga ahora mismo.

―           Pero, señor… ha subido con las niñas…

―           ¡Ya tendrá tiempo para esos chochitos! ¡Si este hombre muere, habrá problemas legales para obtener sus bienes! ¡Que venga!

El subalterno descuelga el transmisor de su cintura e hace la llamada. Tiene que insistir varias veces y cagarse en los muertos de quien dialoga con él, para que transmita el mensaje inmediatamente a Konor. Pienso en las niñas de La Facultad. Han pasado tantas penurias en sus miserables vidas, y ahora que están a salvo, aparece ese cabrón, abusando de ellas…

Konor llega corriendo, unos minutos más tarde. Trae los faldones de la camisa sacados del pantalón, varios botones desabrochados, y descalzo, signo que se ha vestido a toda prisa. Se queda blanco cuando me ve.

―           ¡En nombre del puñetero Padrecito! ¿Se puede saber qué le ha pasado? – aúlla, levantando las manos con desesperación.

―           Intentaba escapar – responde su hombre – y disparamos una ráfaga.

―           Pues parece que ha estado ante un pelotón de fusilamiento, cojones. ¿Cómo ha escapado?

―           El hombre que le custodiaba ha aparecido muerto en la habitación, acuchillado.

―           Algunas de esas guarras le han ayudado, seguramente – asiente Konor, acercándose más a mí.

Exagero mi estado, respirando con cortos jadeos, dejando escapar burbujas de saliva rojiza por la boca, y disponiendo mis brazos contra el suelo, como si no pudiera moverlos. No hace falta hacer un trabajo digno de un Oscar, ya que mi apariencia es la de un tipo sacado de una mazmorra de la Inquisición.

―           ¿Qué coño te ha pasado, capullo? – pregunta entre dientes.

―           Tengo… que pedir… el libro de r-reclama…ciones – jadeo. – Estas no… son las vacaciones… que había esco…gido…

―           Veo que aún te quedan fuerzas para bromear – me escupe, poniéndose en pie y marchándose a toda prisa.

Al poco tiempo, regresa con unos impresos en la mano. Indica a sus hombres que me sienten en el suelo, con la espalda contra la pared, lo que ocasiona que los pocos fluidos que quedan en la membrana del ka, rezuman con fuerza.

―           Vas a firmar esto, ¿vale? Y te garantizo que haré que no te duela más.

―           ¿Fir…mar? ¿Es el patrimo…nio de RASSE?

―           Eso ya no importa. Estás muriéndote y debe dolerte horrores. Te prometo que si firmas, respetaré la vida a todos los demás. Ya no sufrirás más, una bala en la cabeza es muy rápida – rezonga muy cerca de mi rostro.

―           Vas a tener… que currártelo… un po…quito más, violador de… niños. Sólo con la… firma de mi…esposa, no tiene validez… y no pienso firmar de…ninguna forma… por mucho que reviente – la sonrisa presenta mis encías sin dientes.

Konor se pone en pie, el rostro enrojecido, los ojos desorbitados. Parece estar sufriendo una apoplejía, pero, en realidad, creo que es el cabreo más gordo que ha sentido en su vida. En un impulso, arrebata el arma a uno de los hombres y golpea mi pómulo con la culata, salvajemente.

―           ¡Maldito niñato de mierda! – los culatazos empiezan a llover, sin control, como un necesario desahogo. -- ¡Jodido paleto! ¡No eres más que una polla gigantesca, sin sesos! ¡Después mataré a tu hermana y me voy a follar a esos bebés hasta reventarlos!

Tras el tercer golpe, noto que algo se desprende en mi rostro, y, poco después, me hundo en la inconsciencia. Aún así, puedo escuchar al oficial decirle a Konor.

―           ¡Señor, está muerto! ¡No sirve de nada golpearle! ¡Le ha abierto la cabeza y la mandíbula le cuelga del músculo!

                                    CONTINUARÁ…

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