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Detective 666 (15)

en Grandes Series

CHEYENNE.

  No tengo problema alguno para pasar la evaluación del psicólogo del departamento. Mi mente demoníaca no se ve afectada por haber matado a los tipos del asalto de federal City –y aun menos por los que me he cargado en Biloxi –, pero no me interesa unirme ya a mis compañeros. Necesito un poco más de tiempo libre, aprovechando que Jolie aun está de baja. Así que, a mi regreso, acudo a la cita con el “come cocos” y finjo sentirme aun aturdido por el suceso. Eso no falla. ¡Zas! Otra semana de baja.

  Visito de nuevo el apartamento de Jolie. Esta vez está sola. Por lo visto, Dayanne está ayudando a Mamá Huesos con un ritual de purificación en una mansión y le ocupará todo el día. Ha visto la noticia del tiroteo en la tele y se ha metido, desde su casa, en la red informática de la policía para obtener algún detalle más. Me comenta qué ha averiguado y yo me hago el sueco.

         ---Al final, Nadiuska murió para nada –me dice.

         ---Es una lástima. Era una chica maja –pronuncio casi como un réquiem, antes de apurar la cerveza que ella me ha ofrecido.

         ---Sí.

  Jolie está mucho mejor, incluso me ha mostrado el feo color amarillo que han tomado los moratones de su tórax, aunque aun le cuesta moverse y reírse.

         --- ¿Quién ha podido ser? –pregunto en un remedo de reflexión.

         ---Pssssé… vete a saber. Esas bandas siempre están enemistadas con alguien –contesta ella, enderezándose sobre el respaldo del sofá. –Cuando no son los latinos, son los negros o los chinos… Sean quienes sean, no dejaron pistas ni muertos y tampoco huellas… ni siquiera algún resto biológico. La poli de Biloxi piensa que podrían haber sido ejecutores profesionales, al menos tres individuos.

         ---Vaya –interiormente, estoy contento. Las precauciones que tomé parecen dar fruto. -- ¿No hay nada en las cámaras?

         --- ¡Qué va! La cámara de la parte trasera está averiada, algo lógico si aquello era un sitio de reunión de malosos. No van a poner una cámara para grabarse, ¿no? –asiento a su pregunta retórica. –Solo funcionaba la cámara de la entrada de la lavandería y no captó nada.

  “Perfecto. Buen viaje al infierno, Dikan Moushian”.

         ---Jack –mi compañera me mira de una forma extraña y seria –, no hemos hablado aun sobre lo sucedido… me salvaste la vida…

         ---Bueno, técnicamente te la salvó el chaleco antibalas –bromeo.

         ---Tuviste que ocuparte tú solo de todos esos… asesinos –prácticamente escupe la palabra.

         ---La adrenalina fue la responsable de todo. Tú habrías hecho lo mismo por mí, Jolie. Lo peor de todo son los compañeros caídos.

         ---Sí… ¿Has visto al novato?

         ---No, me han dicho que está de baja.

         --- ¿A quién se le ocurrió llevar un novato a un operativo de esa naturaleza? –masculla antes de volver al tema que parece roerle por dentro. –Te debo una, Jack. Estoy para lo que necesites, en serio. De hecho, Dayanne es de la misma opinión.

         ---Gracias, compañera. Es bueno saberlo.

  Ella me abre los brazos y me levanto del sillón para sentarme a su lado en el sofá. El abrazo en que nos fundimos es sincero y me produce una extraña sensación agradable. Creo que nunca he experimentado la amistad en este grado hasta ahora.

  Al día siguiente, me paso por la consulta vudú de Mamá Huesos. Se alegra de verme y Dayanne me recibe con dos enormes besos en las mejillas.

         --- ¿Qué te trae por aquí, Nefraídes? –me pregunta la vieja bruja.

         ---He terminado con mis reservas de mariposas y necesito pronto una buena dosis. Me pregunto su no conocerás a alguien lleno de pecados, cercano a morir. Ya sabes… para darle un empujoncito –termino bromeando.

  Se queda seria y pensativa durante un rato. Mantengo la boca cerrada para ayudarla a pensar. He decidido confiarme a ella en vez de coger el Colt y salir a matar rateros y camellos. El problema para conseguir mariposas pecado es que el pecador debe encontrarse casi listo para ser cosechado, o sea cercano a la muerte natural. Cuanto más viejo, más pecados acumula.

         ---Sé de la existencia de un bokor, un hechicero vudú que usa la magia negra. Es mucho más viejo que yo… Entre los bendecidos por los Loas, se comenta que hizo un trato en su día con Barón Samedi, un pacto de doce almas…

         --- ¿Qué es eso? –la interrumpo.

         ---Es un pacto oscuro en que el hechicero ofrece doce almas a cambio de la suya para conseguir lo que desea. Las doce víctimas deben morir a manos del hechicero.

         ---Ya veo. Ese bokor es un hijo de puta.

         ---Sí y también peligroso –Mamá Huesos pasa su diminuta mano sobre la mía. –Debes tener cuidado si te acercas a él. Deberías llevar contigo a Azamet.

  Asiento y le palmeo el dorso de su mano, calmando su inquietud.

         ---Se llama John Saxon y vive río arriba, en la orilla derecha… en Carville, justo al comienzo de Point Clair. Hace mucho tiempo que no he estado allí pero, antes, el barco tardaba cuatro horas en llegar.

         ---Gracias, Mamá.

         ---Nefraídes… si quitas a ese sujeto de en medio, mucha gente respirará más tranquila –me dice, mirándome a los ojos.

         ---Entiendo.

  Me despido de tía y sobrina y me voy a casa. Desde allí, entro en la base de datos policial del estado y busco información sobre John Saxon. No sería muy prudente preguntar a los vecinos dónde vive el hechicero y que luego apareciera muerto. Lo primero que recuerdan siempre los testigos es al forastero de turno.

  John Saxon hijo es el único que aparece en la base de datos. La fotografía es de hace diez años y aparenta tener cincuenta años. Seguramente por efectos del pacto. Tiene antecedentes por estafa y malos tratos a su pareja. Su dirección aparece actualizada por su agente de la condicional, hace escasos meses. Bien, ya tengo la dirección exacta. Mamá Huesos tenía razón. Está en Carville, un barrio de St. Gabriel, en la parroquia de Iberville, a dieciséis millas al sur de Baton Rouge. Hago un rápido cálculo. Si salgo ahora llegaré para la hora de la cena. Mejor aprovechar la noche, ¿no?

  Durante todo el trayecto al volante, el hambre no deja de roerme el vientre y tengo que calmarla en un par de ocasiones, lo que me hace llegar algo más tarde de lo que pensaba.

  Detengo el coche sobre la loma y me apeo para contemplar cómo las luces de las calles de Carville descienden por la colina para desembocar en el Missisipi. Un gruñido de mis tripas me acucia. Casi se me había olvidado la sensación de urgencia y necesidad que se apodera de mí sin el sustento de las mariposas.

  Contemplo el pueblo. Es tranquilo, alejado de las grandes empresas que capitalizan el río. He leído que, tiempo atrás, el pueblo era conocido por el hospital para leprosos que se alzaba en sus límites, pero acabó cerrado y convertido en un centro de suministros de la Guardia Nacional de Louisiana. Me subo de nuevo al coche y el GPS me lleva al extrarradio, a una zona de pequeñas fincas que lindan con un canal del río. Todas tienen una extensión de terreno que sus dueños utilizan como huerta o florido jardín. Algunas de las casas son de nueva estructura, otras se mantienen en pie gracias al cuidado de sus moradores, y unas pocas yacen abandonadas. Es una parte vieja de la pequeña ciudad que parece resistirse a revitalizarse.

  Dejo el coche a dos manzanas de mi destino y me acerco andando. Muchas ventanas están iluminadas. La gente ya ha cenado y están viendo la tele. La iluminación urbana deja que desear en el barrio, lo que me viene de perlas. De todas formas, llevo ropa oscura y una gorra de béisbol calada sobre los ojos. No me he olvidado tampoco los guantes. Supongo que este es un barrio ocupado por personas maduras, sin demasiados niños –no veo un jodido columpio por ningún lado –, así que lo más natural es que haya ojos tras los visillos contemplándome al pasar. Procuro no meterme bajo el cono de luz de las farolas.

  Me detengo ante la puertecita de la valla que rodea la casona de madera de dos pisos. Hay una diminuta luz en el porche y veo un par de ventanas con luz. Nadie ha pintado esta valla en veinte años al menos. En cuanto a la casa, serviría de estampa para una postal de Halloween. Solo falta un cartel que ponga: ¡Aquí vive el brujo!

  Empujo la puertecita con el pie y chirría espantosamente, tanto que podría servir de timbre para las visitas. El jardín delantero parece abandonado pero, si se mira cuidadosamente, hay brotes plantados entre la maleza. ¿Hierbas para pócimas? ¿Cicuta, belladona y mandrágora? A saber. Llamo a la puerta con los nudillos tras pulsar un viejo timbre que no logro escuchar. Una voz bronca y gastada, responde desde el interior:

         --- ¡Lárguese! ¡No son horas!

         ---Señor, acabo de pinchar a escasos metros de su casa y estoy perdido. Solo necesito un teléfono fijo… no hay cobertura aquí. Necesito hacer una llamada. Le pagaré por ello, descuide –no hay mejor cebo para una persona de edad que prometerle un pago o una propina. Se vuelven como los niños con los años, ¿o avariciosos? Algo de eso.

  El caso es que funciona y la puerta se abre. Un pálido rostro ajado –pálido para ser negro, me refiero –queda iluminado por la bombilla del porche.

         --- ¿Y qué hace exactamente en un barrio como este? Porque veo que no es de por aquí –me pregunta, escrutando lo poco que deja ver la gorra de mis ojos.

         ---El GPS de mi coche me ha traído hasta aquí cuando buscaba el viejo hospital. Venía a incorporarme a mi semana voluntaria en la Guardia Nacional…

  El viejo no se aparta del umbral. Sigue mirándome de arriba abajo, el ceño fruncido. La excusa no acaba de cuajar. Me maldigo interiormente. Tendría que haberle pegado una patada a la puerta y haberle pillado desprevenido, pero con el jodido chirrido de la puertecilla…

  Un solo gesto de su mano hace volar los cien kilos de mi cuerpo varios metros atrás, como si me hubiese atrapado un puro tornado. Aterrizo de espaldas contra la cerca, rompiendo varias tablas. El impacto me deja sin aire en los pulmones y me he mordido la lengua, tomado por sorpresa. Saxon pisa las tablas del porche, portando un largo bastón cuyo extremo humea. ¿De dónde lo ha sacado?

         --- ¡Puedo oler tu esencia, cabrón! ¿Quién te envía? ¿Proselas? –me grita, apuntándome con la punta humeante del bastón.

  No sé de qué cojones me habla pero parece bastante capaz de partirme en dos. Echo mano a la funda sobaquera, empuñando la culata de hueso de Azamet. Aun no he conseguido desenfundar el arma maldita cuando una especie de fuerte chispazo, surgido del bastón, me alcanza. Bueno, en realidad, alcanza el cañón del Colt. Noto una energía extraña recorriendo mis brazos y perdiéndose en la tierra a través de mi espalda, como si yo fuera un maldito pararrayos.

  Quedo entumecido, mis brazos y piernas tiemblan, sin control, pero me obligo a levantar el arma y apunto con cuidado. El bokor posee magia y quizás Azamet no sea preciso con él. Consigo ver la expresión demudada del rostro de Saxon, como si no se pudiera creer que su ataque no me haya afectado demasiado. El disparo suena bronco en la quieta noche. La bala de gran calibre atraviesa el escuálido pecho del brujo e impulsa su cuerpo de nuevo al interior de la casa.

  Me pongo en pie con dificultad, con las piernas temblorosas. Mantengo el Colt empuñado pero oculto a mi espalda mientras miro a mi alrededor. Nadie a la vista aunque, como he dicho antes, el barrio entero puede estar espiando desde una oscura ventana. Me encojo de hombros; es algo que no puedo controlar, pero si la fama y actitud de Saxon se acercan a lo que me ha contado Mamá Huesos, sus vecinos no se preocuparan demasiado por él.

  Entro en la casa y cierro la puerta detrás de mí. Llevo el Colt preparado en la mano, por si el hechicero sigue vivo, pero está tirado en medio del vestíbulo, con la nariz apuntando al techo. Suspiro y, en ese momento, el arma maldita me envía otra impresión psíquica que me estremece. Su naturaleza mística me ha protegido del hechizo que Saxon me lanzó. Azamet diluye los ataques directos o maldiciones que puedan lanzar directamente contra ella y, por contacto, a su portador. Una maldición mortal como la que surgió del bastón de Saxon. Si no hubiera estado empuñando el Colt, seguramente estaría frito y de regreso al infierno.

  Me dan ganas de besar el azulado acero de Azamet. De repente, un revoloteo frente a mí hace que me centre. Las mariposas pecado están empezando a surgir del boquete que el finado presenta en el pecho. Joder, cabría mi puño en él, compruebo al acercarme. De los bolsillos laterales de mi chaqueta saco los dos Tupper de duro plástico que he traído. Le quito la tapadera a uno y lo coloco, boca abajo, sobre el pecho del cadáver, taponando el agujero. Se va llenando de mariposas que brotan, mientras me dedico a atrapar a las que revolotean y metiéndolas en el otro recipiente. No es tan difícil como si fuesen insectos reales, sino que más bien se ven atraídas por mi presencia, lo que ayuda muchísimo.

  Me llevo un par de ellas a la boca para matar el hambre. No tardo más de quince minutos en el proceso y aun no se escucha ninguna sirena. No obstante, decido salir por atrás y volver hasta mi coche dando un rodeo. Sonrió al dejar Carville atrás. Sobre el asiento del copiloto los dos Tupper están llenos de aleteantes mariposas. El bokor Saxon tenía cientos de pecados secretos…

                            * * * * * * * * * * *

  El tiempo libre se me termina. Jolie ha vuelto al trabajo aunque, por el momento, está destina a hacer papeleo, sentada a su escritorio. Tras reflexionar mucho, he llegado a la conclusión que no hay forma de llevar a Odonjawa ante la justicia sin levantar la liebre, y con esa expresión me refiero a demostrar que es un jefe de la Yakuza y que está creando una red criminal. Tiene a ricos empresarios, a poderosos políticos, a las autoridades precisas, condicionados por incienso kitsune. Le pasaran la mano a sus fechorías, convencidos que no son más que meras travesuras, o ni siquiera tendrán la percepción de que haya cometido un delito. Es intocable a nivel local. La única solución es ir contra él directamente, pero no puedo asaltar la sede de su empresa, que sospecho que es su centro logístico también. Estará llena de hombres fieles a la organización, verdaderos soldados entrenados en armas y artes marciales. Ni llevando el Colt podría salir de allí con vida. Sin embargo, estoy seguro que es el único modo.

  Si tan solo pudiera atraparlo en otro sitio… espera, coño… ¡Eso es! ¡Claro que puedo sorprenderle en un lugar en el que no estará tan protegido! ¡El Pequeño Consulado! ¡El burdel de Miss Sophie!

  Sigo aferrado a la idea, hilvanando posibilidades. Odonjawa acaba de perder a su socio transportista, ¿verdad? Ahora, sin Moushian, tendrá que buscar alguien nuevo, posiblemente alguien de la zona al que convencer de una alianza, de la misma forma que convence a todos sus contactos… ¡con una fiesta en el burdel!

  Este pensamiento es el que me decide a visitar de nuevo a Miss Sophie. El único problema es la cuestión de liquidez. Me he quedado sin fondos y estoy tirando de tarjeta. Tengo que conseguir dinero urgentemente.

  Aprovecho la noche del viernes para visitar el Pequeño Consulado. Su hermosa y opulenta gerente se alegra mucho de verme de nuevo. Le cuento otra milonga sobre una corta estancia en la ciudad y, poco después, desaparecemos en sus aposentos. No hay nada mejor que solazar bien a una mujer para desatar su boca. Con tiento y mesura, llevo la conversación hacia las noches más épicas que haya podido vivir. Estamos desnudos en la cama, mi brazo izquierdo pasando bajo su nuca; ella apoya la sien sobre mi pecho mientras compartimos un cigarrillo.

  Finalmente, reconoce que sus experiencias más osadas han sido, sin duda, durante las fiestas organizadas por el señor Odonjawa. De hecho, lo han sido tanto que no se ha atrevido a asistir más que a las dos primeras, ya que perdió todo el control de si misma, refocilándose en las más abyectas pasiones. Por eso mismo, desde entonces no aparece en otras recepciones del empresario japonés, delegando en una de sus chicas de confianza. Siguiendo el hilo del tema, consigo que me hable si hay alguna nueva fiesta del nipón en el horizonte.

         ---Vaya, parece una casualidad –me dice ella, riéndose. –Ayer mismo, el señor Odonjawa se puso en contacto conmigo y concretamos una fecha para un evento.

         --- ¿Ah sí? –mi corazón se salta un latido, creo. -- ¿Qué celebrará esta vez ese excéntrico japonés.

  Procuro que el tono de mi voz refleje una curiosidad morbosa y ella me susurra:

         ---No lo sé, pero me ha pedido que casi duplique a mis niñas. Así que espero un buen número de invitados –sus dedos comienzan a jugar con mi flácido miembro.

         ---Así que, esa noche, el Pequeño Consulado estará cerrado al público, ¿no?

         ---Así es, guapo. Por eso mismo, podríamos cenar en mi casa tranquilamente –sugiere ella con sensual glotonería.

         ---Por supuesto, ma chére –le contesto, alargando la mano y sacando el móvil del bolsillo del tirado pantalón. –Dime la fecha y la apunto en la agenda.

         ---En trece días a partir de hoy, el jueves veintidós.

  Jubilosamente, lo marco en la agenda y me giro hacia ella, besándola en la boca.

         ---Será una fiesta sonada para sus inversores, según las propias palabras de Odonjawa. Incluso me ha pedido algunos chicos para los gustos homosexuales de un par de socios.

         --- ¡No me digas! ¡Qué fuerte! ¿También representas a chicos?

         ---No, tendré que hablar con otras agencias, pero sin problemas –le quita importancia, más interesada en mi pene que en otra cosa.

  Contento por haber perfilado mi nueva jugada, me meto entre sus piernas. Ella se remueve y me acoge con sus muslos. Digan lo que digan, el misionero de toda la vida es lo que más estimula a una mujer a la hora de la verdad.

  Sophie gime como una magnífica puta al clavársela, solo que, en esta ocasión, no tiene ni siquiera que fingir.

                                      * * * * * * * * * * *

  El lunes me reincorporo al trabajo. El psicólogo ha firmado mi alta pero, al igual que con mi compañera, ha recomendado que trabajemos en el despacho durante unos días. Jolie me hace firmar todo el papeleo conjunto que teníamos atrasado y que ha puesto el día con la eficacia acostumbrada. Para agradecérselo, me acerco a una cafetería cajun que conozco y que tiene el mejor café de Nueva Orleans. Sé que a Jolie le encanta el café bombón con vainilla y canela.

  De regreso a comisaría, me encuentro a la jefa forense Tessibi hablando con mi compañera. Me saluda al entrar y se marcha.

         --- ¿Qué quería? –pregunto al entregarle el vaso encerado.

         ---Es sobre el caso del promotor inmobiliario asesinado… Había algo en el informe preliminar que no me cuadraba y pedí a la jefa forense que enviara a alguien para comprobar mi teoría –me dice ella, intercalando palabras con pequeños sorbitos.

         --- ¿De qué teoría hablas?

         ---Verás, cuando el equipo forense buscó huellas en la propiedad, no encontramos nada pero tampoco encontraron cosas obvias como polvo, suciedad o grasa.

         --- ¿Y qué? Eso solo quiere decir que tienen un buen equipo de limpieza para las propiedades.

         ---Sí, eso pensé yo también. Pero algo que dijo el técnico se quedó dando vueltas en mi cabeza. No sabía qué era y… luego pasó lo de Nadiuska y me olvidé de todo… hasta ahora.

         --- ¡Joder, me tienes en ascuas! ¿Qué es lo que dijo el maldito técnico?

         ---Que para que todo estuviera tan limpio, tendrían que haber limpiado esa misma mañana, pero no olía ni a lejía ni a amoniaco…

         ---Raro… en una casa cerrada como aquella, los olores suelen mantenerse en el ambiente –expongo, rascándome la barbilla.

         ---Eso mismo pensé anteayer, repasando el caso con el papeleo. Me puse en contacto con la empresa de limpieza y miraron sus cuadrantes de trabajo. Esa casa se limpió dos días antes del asesinato.

         ---Entonces debería haber un mínimo de polvo en las superficies examinadas –recapacito.

         ---Exacto. Eso significa que se limpió después, seguramente tras el crimen.

         ---Vale, pero eso es algo asumible. Quién se cargara al pavo ese, borró sus huellas. Es algo frecuente.

         ---Piensa, Jack, piensa… para conseguir la clase de limpieza que no deja polvo ni ningún tipo de restos biológicos, se tuvo que hacer usando productos químicos que degraden, pero allí no olía a lejía ni amoniaco, los dos productos de limpieza a fondo que se pueden encontrar en un hogar, ¿no?

         ---Tienes razón. Sigue.

         ---Así que le pedí a la Dra. Teessibi que realizara un nuevo análisis químico de esas superficies y acaba de comunicarme el resultado: había restos de benzatina y peróxido de hidrógeno.

         ---Traduce para ignorantes, por favor.

         ---la benzatina es una enzima disolvente que se usa para acabar con bacterias y virus. Reseca la materia orgánica y se suele usar en funerarias y morgues. También actúa como un eficiente eliminador de restos biológicos y, para colmo, no dejar apenas olor. El peróxido de hidrógeno es una desinfectante muy potente que se utiliza en los hospitales.

         --- ¿Quieres decir que el asesino trabaja en una funeraria?

         ---Podría ser –contesta Jolie, apurando su café y dejando caer el vaso en una papelera a pie de escritorio.

         ---Tú ya lo tienes en tu cabecita, ¿eh? –le digo, dándole un amistoso codazo.

         ---He unido los puntos, sobre todo desde que acusaste de haber un topo en la división –me susurra, llevándome hasta su escritorio. –Tanto en el asesinato de Arthur Ledoux, nuestro gestor inmobiliario, como en la ejecución de la stripper, el asesino actuó de forma muy rápida, incluso teniendo un cómplice aquí dentro.

         ---Sí, es cierto –admito.

         ---En la grabación del cajero vimos a una pareja sospechosa pero sin una buena resolución. Así que podemos suponer que puede haber un asesino o asesina y un cómplice, ¿verdad?

         ---Verdad.

         ---Y ahora te pregunto, ¿quién se entera de los resultados de una investigación antes incluso que los propios policías?

  Me quedo en blanco con la preguntita, pero la mirada de mi compañera se mueve siguiendo el paso de la jefa forense, la cual está hablando con otro inspector.

         --- ¿Ella? –me asombro.

         ---Ella no, cenutrio. Me refiero a alguien que trabaja para ella, un técnico forense. Son los primeros en leer los análisis de pruebas y tienen acceso a esos productos químicos.

  La idea entra con fuerza en mi cabeza. Es una buena teoría pero hay que demostrarla.

         ---Y lo haremos –me contesta cuando se lo planteo. Debemos repasar todas las fichas del personal de la oficina forense y ver si alguno está conectado, de alguna manera, con las víctimas.

         ---Y como estamos atados a los escritorios, tenemos que hacerlo nosotros, ¿no? –me quejo.

         --- ¿Tienes que ir a algún sitio? –me pregunta son sorna.

  Nos cuesta dieciséis horas y un intrincado diagrama en la pizarra de metacrilato, pero encontramos una relación entre un técnico de laboratorio llamado Adam Spooner y la esposa del promotor, Marleen Ledoux.

  Nuestro técnico es un tío de mediana edad que se quedó viudo tres años atrás, sin hijos. El nombre de soltera de su esposa era Fathe, el mismo que el de Marleen Ledoux, pues eran hermanas. La teoría de Jolie empieza a cobrar sustancia. Sabemos que el gestor inmobiliario solía usar las propiedades en venta o alquiler para encontrarse con chicas de dudosa moralidad.

  Quizás la esposa sospechaba algo y acaba sorprendiéndole en uno de estos encuentros. En un ataque de celos, le dispara y le mata. Cuando se da cuenta de lo que ha hecho, sabe que necesita ayuda y, para ello, conoce a la persona perfecta: su cuñado, que trabaja como técnico de laboratorio en el departamento forense de la policía metropolitana. ¡Él sabrá lo que hay que hacer en un caso así!

  Aún no comprendemos el motivo que puede tener el señor Spooner para ayudarla a limpiar el escenario de sus huellas, pero lo hace. Y cuando este sin duda le pregunte por los posibles testigos del crimen, Marleen le habla de Marie Josephine, la stripper. Puede que la esposa se cruzara con ella, o puede que la viera entrar o salir de la casa. No creo que los sorprendiera juntos, sino los habría matado a los dos en el instante, pero no queda segura, así que Marleen, o puede que también su cuñado, decidan matarla.

         ---Pero no es lo mismo matar a alguien en un furioso ataque de celos que hacerlo a sangre fría –sigue mi compañera con la imaginativa reconstrucción que estamos haciendo. –De ahí que utilizaran escopolamina para ahorcarla en el perchero. Para mí todo cuadra ahora pero hay que demostrarlo, y el eslabón más débil para ello es el técnico Spooner, el cuñado pringado.

  Me da susto cuando Jolie habla así. No sé cuándo ha sido, pero ha desarrollado un maquiavélico plan que nos lleva a encerrarnos en el despacho del comisario Luang, junto con la doctora Anoué Tessibi.

  La jefa forense, furiosa porque uno de sus colaboradores y empleado fuera cómplice en un crimen, acepta filtrar una falsa prueba de laboratorio. Esta consiste en emitir amañados resultados que identifican unas células epiteliales de mujer –que no pertenecen a la stripper –localizadas en la boca del difunto. La explicación que se barajaría sería que el difunto habría podido morder a su asesino o bien quizás besarlo. Esperemos que la imaginación de Marleen se dispare con ello…

  Como no tenemos una orden judicial, no podemos intervenir su teléfono, pero sí utilizar sistemas generales de escucha en las dependencias policiales y, que yo sepa, el laboratorio forense es dependencia policial, ¿no? La trampa está lista.

  A las dos horas de la reunión, el técnico Spooner recibe el comunicado interno sobre la nueva prueba. Lástima no tener una cámara mejor espiándole porque se ha tenido que quedar lívido. Corre a meterse en el baño –algo totalmente previsible –para llamar inmediatamente a su cuñada. Yo ya me encuentro dentro de una de las cabinas, armado de un micrófono direccional enchufado a una grabadora para registrar lo que habla la pareja.

  Gracias a ello, una hora más tarde, Maureen Ledoux es arrestada cuando abandona su casa con un pasaje de avión a Bolivia. Su cuñado Adam ya está confesando todo en comisaría. Tras un registro de la casa de la viuda, encuentran el arma homicida escondida en el garaje. Caso cerrado.

  El comisario nos felicita por nuestra perspicacia –en todo caso es la de mi compañera –y nos invita a unas copas en Darnell’s, que ahora me pilla más lejos que cuando estaba en la 12ª, pero sigue gustándonos como refugio a todos los polis.

  Al menos, es una pequeña victoria tras el fracaso Komasheski.

  Unos días después, sintiéndome soliviantado por el próximo encuentro con Odonjawa, decido sacarlo de mi cabeza como sea. Nada mejor para eso que hacer lo que llevo aplazando: conocer a la hermosa stripper nativa de la moto que conocimos en el callejón trasero del “Tierra Maya”.

  A las diez de la noche del viernes, me encuentro en la puerta principal del club, hecho un pimpollo. Entro en el local como un civil más y lo encuentro realmente animado. Clientes aullando, bailarinas contoneándose entre columnatas de falsa piedra, la barra petada de bebedores… Esto sería mi definición de paraíso, seguro.

  Me hago un hueco en el mostrador y pido una cerveza para abrir boca. Repaso el rostro de las chicas que veo pero ninguna es ella. pronto, una chica y pechugona vistiendo los ropajes que forman el uniforme del local, entabla conversación y roce conmigo. Su nombre de guerra es Vandi y parece experta en arrastrar mi mirada hasta sus gloriosos pechos.

         ---Oye, Vandi, no es por menospreciarte pero… ¿no trabaja aquí una chica nativa americana que lleva moto? –le pregunto al oído.

         ---Ah, sí –puedo notar el desencanto en ella. –Es Cheyenne. Saldrá a bailar en el escenario principal dentro de un rato.

         ---Estupendo.

         ---No eres el primero en buscarla, ¿sabes? Tiene sus admiradores.

         ---No lo dudo. Me han hablado mucho de ella…

         ---Y es el doble de cara que el resto de nosotras –me advierte con despecho.

         --- ¿Eso es bueno o es malo?

         --- ¡Ja! Eso es algo que tienes que averiguar tú, ¿no crees?

         ---Tienes razón, Vandi. No quiero entretenerte más… ¿quieres una copa? –le propongo para despedirla.

         ---Siempre, tío.

  Vandi no tarda en alejarse, buscando alguien que quiera verla bailar en privado, y chupando de la pajita que le han metido en la bebida que ha pedido. Así que Cheyenne, me digo. Un nombre artístico bien elegido. Habrá que comprobar si baila en consonancia.

  Diez minutos más tarde, las luces del escenario principal –situado a los pies de un ídolo grotesco –se apagan, dejando el rectángulo de seis metros por cuatro de la tarima solamente iluminado por los altos braseros llameantes que hay en sus esquinas. La voz del DJ resuena en los altavoces:

         --- ¡Y ahora, estimados clientes, lo que todos estáis esperando! ¡La sensación de Tierra Maya! ¡El espíritu erótico de América! ¡Con todos ustedes, CHEYENNE!

  La música comienza. Esperaba algo primario, tribal, pero el riff de guitarra que emite el sistema estereofónico es bastante característico de bandas del estilo de ZZtop o de Asia, por poner algún ejemplo.

  La bailarina aparece descendiendo del pecho del ídolo, subida a una plataforma revestida de la bandera americana. Los últimos tres metros, se desliza por una brillante barra vertical de acero inoxidable y se detiene a la mitad del recorrido, frenándose con la presión de sus muslos. Viste una especie de levita de largos faldones traseros, confeccionada en tela con barras y estrellas. Debajo, se puede apreciar un corpiño que no hace más que resaltar la rotundidad de su pecho. Una braga roja, de ingle brasileña, oculta su sexo y un liguero azul mantiene sus medias de rejilla en su sitio. No lleva calzado y un tricornio negro con ribete dorado remata su cabeza. Sus largos y oscuros cabellos se esparcen, siguiendo sus piruetas en la barra. Desde luego, está preciosa.

  El público la aclama cuando posa sus pies en la tarima y ella nos brinda una elegante reverencia antes de lanzarnos el tricornio. Comienza a moverse por el escenario, adaptándose enseguida al ritmo de rock. La levita queda atrás, revelando el hilo dental que se pierde entre sus nalgas. Tremendas nalgas, tengo que admitir. El trasero de esa mujer debería de ser emblema nacional.

  Sonríe al público y me da la impresión que lo hace de verdad, que no es una mueca teatral. Tira de los cordones del corpiño, al mismo que balancea sus caderas durante el solo de guitarra de la canción. La prenda queda floja y holgada, permitiendo entrever unos senos admirablemente redondos. Si son operados, son los mejores que he visto. Me reafirmo en ello cuando la prenda cae. La elasticidad de su pecho y la manera en que los senos botan al ritmo de la música hablan de duros y continuos ejercicios en el gimnasio y no de silicona o gel de relleno.

  Y llega el momento deseado por los mirones de la sala. Lo que parecía una braga roja no es más que una cubierta que oculta una prenda más íntima debajo, del mismo color, pero con unas tiras que remontan sobre las rotundas caderas y un reborde cuadrado que muestra un pubis totalmente lampiño, ocultando apenas la vulva. Con el final del tema musical, se coloca de espaldas al público y desata el cordón del tanga, dejando caer la prenda al suelo. De repente, se inclina hasta tocar la madera del suelo con las manos, manteniendo las piernas rectas, y nos muestra perfectamente todo el “bollito”, o sea los pliegues íntimos de su vagina. El público estalla en aplausos y silbidos con las últimas notas del roquero tema.

  Cheyenne saluda y nos lanza un beso, antes de desaparecer por una puerta que se abre en la parte inferior del pantagruélico ídolo. Me pido otra cerveza para aliviar la sequedad que el espectáculo ha originado en mi boca. La verdad, la atracción no ha sido demasiado original, que se diga. Sin embargo, la presencia de la bailarina y la entrega a su público ha enardecido la sala.

  Imaginar ver a esa preciosidad bailando para ti en privado, a escasos centímetros de tu nariz, te puede acarear un trombo masivo, fijo. Pero el infarto por poco me da a mí cuando la stripper india sale por una puerta –que sin duda conduce al camerino –y atraviesa la gran sala, sin hacer caso a las solicitudes de los clientes, directa hacia hacía dónde me encuentro. Viste una corta túnica, amarilla limón, que deja sus morenas piernas al aire. Unos pliegues en pinza nacen debajo de sus senos en forma de pera, o sea, libres de sostén, y terminan rizando el borde inferior de la túnica. El escote es vertiginoso, mostrando medio pecho y el canal por completo, hasta acabar sobre el ombligo. Unas sandalias de tiras doradas hasta la rodilla y un collar nativo de cuentas y cañas pintadas complementan su atavío.

  Se detiene ante mí y me sonríe. Debo tener expresión de idiota porque alarga la mano y me quita la cerveza que tengo olvidada en la mía, terminándola de un trago. Después, levanta la botella vacía, mostrándosela a la chica de la barra, y pide dos con los dedos de la otra mano.

         --- ¿Cómo te llamas, quesito? –a pesar de la música estridente, su voz suena grave y sensual.

  Para empezar, ni siquiera me he dado cuenta que me ha llamado “quesito”. Me cuesta creer que haya venido directamente a hablar conmigo.

         ---Nef… Jack –consigo recordar. –Jack Dûforet.

         ---Toma, Jack, invita la casa –me dice, tomando una de las cervezas que ha dejado la camarera sobre el mostrador y ofreciéndomela. –No te acostumbres, quesito.

         ---Pues gracias… ¡a tu salud! –brindo, entrechocando mi botella contra la suya. -- ¿A qué se debe eso de quesito?

         ---Me gusta poner apelativos a la gente que me cae bien y como estás como un queso, pues… --me dice ella, sonriendo, antes de beber.

         ---Vaya, eres sincera y directa. Entonces, te caigo bien… así, sin conocerme…

         ---Me caíste bien el otro día, en el callejón, cuando alabaste mi burra –sonríe de nuevo, mostrándome unos dientes blancos y fuertes, con unos colmillos desarrollados.

         ---Ah, la moto… ¿Y te has quedado con mi careto desde entonces?

         ---Igual que tú con la mía, quesito.

  Es intuitiva y segura de sí misma, algo que suele hacer la experiencia. Sin embargo, no parece tener más de veinte y pocos años.

         ---Me ha encantado verte actuar. Te vuelcas con tu público –la felicito.

         ---Me vuelco con todo aquello que me excita. Bailar ante los hombres me excita bastante –se inclina para decírmelo al oído.

         ---Es bueno saberlo… euuu, esto… ¿Cheyenne?

         ---Sí, es mi verdadero nombre. Soy cheyenne de padre y colombiana de madre.

         ---Una mezcla casi explosiva –comento con una risita.

         ---No lo sabes bien… ¿Y tú? También tienes mezcla por lo que veo.

         ---Sí, provengo de familia criolla. Mi abuela era negra.

         --- ¿Y a qué te dedicas en la vida, Jack? La verdad, por favor –me avisa, cortando en seco la mentira que he estado a punto de soltarle.

         ---Soy poli… Detective de Homicidios.

         ---Vaya, esta vez me has sorprendido. Me imaginaba los detectives de Homicidios más fondones, ya sabes, tanto Donut y pizzas… La verdad es que habría apostado que serías macarra, sobre todo después de verte con esa chica en el callejón.

         --- ¡Qué va! Ella es mi compañera, la detective Brannan.

  Suelta una liviana carcajada y le da otro tiento a la cerveza. La imito.

         ---Ahora resulta que la poli pone a los quesitos juntos –bromea.

         ---A mi compañera le gustará que la llames así… va de ese palo.

         --- ¿Lesbi? –agranda los ojos.

         ---Ajá.

         ---Pobrecito. Te dan un dulce y no puedes probarlo –me dice ella con voz infantil.

         ---Es mejor así. Somos buenos compañeros. ¿Y qué hay de ti? ¿Llevas mucho currando aquí?

         ---Apenas unos meses, desde que llegué a Nueva Orleans.

         --- ¿De dónde eres? –me asombro de lo pronto que se ha hecho con el acento característico del bayou.

         ---De las grandes praderas de Minnesota, quesito, dónde pastan los bisontes…

         ---Claro, claro, es lógico. ¿Por qué Nueva Orleans? Queda lejos de tu tierra y de tu gente.

         ---Cosas del destino, Jack. No puedes controlarlo por más que lo intentes.

         --- ¡Qué me vas a explicar a mí, joder!

         ---Presiento que hay una gran historia bajo ese comentario.

         ---Ni te la puedes imaginar. ¿No tienes que trabajar?

         ---No hasta mi próxima actuación, dentro de hora y media. Bailo en privado solo si me apetece o cuando debo pagar el alquiler –se ríe de manera cristalina. –Esta noche no me apetece nada de nada –me pone la mano sobre el antebrazo. –Prefiero seguir charlando…

         --- ¿Te apetece fumar fuera? –le propongo, harto de las miradas de los demás bebedores.

         ---Creí que no me lo ibas a pedir nunca.

  Y los dos nos reímos mientras nos dirigimos a la calle. Es realmente curioso, al cabo de media hora es como si nos conociéramos de toda la vida y me encuentro contándole pensamientos muy reservados. Incluso maquillo, de alguna manera, mi vida en el infierno para darle un símil y que pueda comprender mi etapa de crecimiento.

  A su vez, ella me habla del abandono de su madre, de los problemas a los que se enfrentó entre su pueblo, tanto por su mestizaje como por el destino de su familia. De la decepción de su padre cuando no abrazó el camino espiritual como estaba predestinado.

         ---Así que tu padre es chamán –adivino.

  Estamos sentados en el interior del coche camuflado que solemos usar Jolie y yo. Fumamos y bebemos de la petaca de Bourbon que he sacado de la guantera. Al hacerlo, Cheyenne se ha inclinado al quedar al descubierto la Glock y la placa que guardo también allí. La bailarina se ha puesto a jugar con la credencial.

         ---Sí, es un chamán muy respetado y conocido por todas las tribus del país. Es un verdadero erudito.

         ---Y quería pasarte el testigo.

         ---Por eso, más que nada, dejé Minnesota –asiente.

  Al cabo de una hora, le he hablado de Benny, de mi casa barco, y de Mamá Huesos, aunque no sé bien por qué. Ella me escucha atentamente, como si mi vida la embelesara. Al entrar en el tema esotérico con la consulta de la vieja mambo, Cheyenne me confiesa que ella vivió ciertos extraños episodios cuando era niña y que, por eso, toda su familia creía que estaba destinada a convertirse en una especie de profeta cuando se hiciera mujer. Todo eso la asustaba y la obligaba a negar sus posibles dotes paranormales.

         ---Sin embargo, vine a Nueva Orleans debido a un vivido sueño que tuve. De todas formas, tenía que marcharme, así que pensé: “¿Por qué no a Louisiana?” –me dice, girando mi placa entre sus dedos.

         ---Cuéntame ese sueño, Cheyenne –la animo.

         ---Aun no lo entiendo pero recuerdo perfectamente lo que soñé. Veía las cosas desde arriba, como si estuviese volando, pero no tenía consciencia de mi cuerpo. Era más bien un testigo presencial. Vi un niño perdido en una montaña. Era un niño muy negro, casi azul de negro que era. Tiritaba de frío y lloraba de miedo. Así que le llamé. Él podía oír mi voz y miraba hacia el cielo, buscándome, pero no podía verme. Le llamé y le llamé hasta que una luz le envolvió y lo arrebató…

         --- ¿Qué? ¿Qué has dicho? ¿Arrebató? –balbuceo, embargado por un extraño desasosiego.

         ---Sí, algo se lo llevó de allí, pero esa es la palabra que me vino a la cabeza en el sueño. Por más que lo pienso, es la palabra adecuada para lo que le ocurrió. Traté de seguir aquella luz –sigue con su relato –y, de repente, me encontré sobrevolando una ciudad y un barrio que había visto en documentales y en series: el Barrio Francés de Nueva Orleans. De alguna forma, sabía que el niño había sido llevado allí y que tenía que encontrarle. Ese es el sueño… estoy loca, ¿verdad?

         ---Sí, un poco. ¿Ya está? ¿Eso es todo?

         ---Sí. Sin embargo, no puedo describir la preocupación física que quedó en mí. Caí enferma con fiebre durante una semana y a la enfermedad le sucedió una fuerte depresión. Creo que podía sentir la desorientación de aquel niño negro, el miedo de estar perdido en una ciudad desconocida, sus ganas de luchar, de sobrevivir… En cuanto mejoré un poco, hice la maleta y me vine. No puedo explicar mejor el tremendo impulso por venir aquí. Yo mismo me digo que he perdido la chaveta, pero, al contrario, veo las cosas mucho más claras que cuando estaba amparada por mi gente. Todo lo que sé es que, desde entonces, busco a ese niño índigo por las calles de la ciudad.

  Yo tampoco sé cómo le doy sentido a lo que siento en mi interior, pero estoy seguro que Cheyenne está hablando de mí. Ha descrito el Arrebato y utilizado específicamente esa palabra, un término que yo mismo acuñé cuando intenté explicar lo ocurrido. Pero estoy seguro –genéticamente seguro –que esta mujer humana ha soñado conmigo en el infierno, solo que su mente mortal no puede asimilar el caótico paisaje del averno y lo ha simplificado: donde había un demonio índigo ha visto un niño del mismo tono.

  Cheyenne se da cuenta de lo turbado que me encuentro, pero cree, erróneamente, que es debido a todo lo que me ha contado.

         ---Siento haberte preocupado de esa manera. Soy una persona muy visceral, hago lo que siento, sin pensar en consecuencias –me susurra, acariciando con sus dedos mi pelado cogote.

         ---No te preocupes. Simplemente no creía ser tan empático –contesto, acercando mis labios a los suyos.

  Su índice hace de barrera y me sujeta, mirándome a los ojos.

         ---Me siento muy a gusto contigo, Jack, pero no vayamos tan aprisa –me dice con una sonrisa.

  Asiento como un tonto, perdido en sus ojos como la miel líquida.

         ---Ahora tengo que prepararme para el show. Ven a disfrutar de él y, después, sigamos charlando toda la noche. ¿Quieres?

  Salimos del coche y me da la mano. Me conduce hasta el club como si fuese un niño que lleva al colegio, o un condenado al sacrificio.

  No me importa.

 

CONTINUARÁ...

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