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Detective 666 (16)

en Grandes Series

UN JUEVES A LA NIPONA.

  Ha llegado el día.

  Es jueves y esta noche tendrá lugar la fiesta en el Pequeño Consulado, que congregará los nuevos contactos elegidos por Odonjawa. Toda la ansiedad y nerviosismo que he sentido a lo largo de la semana han desaparecido. Las inquietantes preguntas que me he hecho a mí mismo -- ¿Por qué hago esto realmente? ¿No sería mejor dejar que la investigación policial desvelara todo el asunto? ¿Tanto me importan unos turistas muertos que ni siquiera llegué a conocer? –ya no importan.

  La policía no puede desmontar la red criminal que Odonjawa ha creado en las sombras, con tanta paciencia y mimo, y se necesitaría un enorme follón para el FBI meta las narices y tome las riendas de la investigación. Voy a procurar ser el que monte ese follón, ya lo creo.

  Me encuentro en la consulta de Mamá Huesos. Como siempre, la he puesto en conocimiento de lo que pienso hacer. Una de las cosas que aun me preocupan es ese puto incienso. Si me afecta y caigo preso de la voluntad del jefe yakuza, todo se viene abajo y mi vida con ello. La vieja bruja vudú estuvo rebuscando todo la semana en los legajos que tiene en su poder, hasta que encontró algo.

         ---Verás, Nefraídes, el truco está en que el incienso no penetre en tus pulmones y, desde ahí, a tu corriente sanguínea –me explicó.

         ---Si, claro, pero no puedo llevar una máscara antigas todo el rato. Resultaría raro en un burdel… --le gruñí.

         ---Por supuesto, pero sí podemos fabricar una máscara antigas interna; una que ya esté en tus pulmones y no deje entrar el incienso kitzune, o que, al menos, no le deje tiempo para influenciarte –me dijo con una sonrisa traviesa en su arrugada faz negra.

         ---Veo que has encontrado algo, Mamá.

         ---Oh, sí…

  Y en este día, el jueves de marras, me entrega dos cajetillas de cigarrillos de mi marca habitual.

         --- ¿Ahora me compras tabaco? –enarco una ceja, intrigado.

         ---No, tonto –y me da un sopapo en el pecho con los dedos de su mano. –Estos cigarrillos han sido tratados con una pócima y secados en una malla de hechizos. Después, Dayanne ha vuelto a liarlos con esa maquinilla que tiene… Esto es tu máscara antigas, Nefraídes.

  La revelación me deja un poco confuso. Me quedo mirando las cajetillas con intriga.

         ---Tienes que empezar a fumar de estos cigarrillos desde esta misma mañana, para que la poción se asiente sobre tus alvéolos y haga de filtro base. Cuando entres en ese burdel, procura estar fumando el mayor tiempo posible para que el humo de este tabaco haga de antídoto y de repulsa –me explica la vieja.

         --- ¡Eres la caña, Mamá! –la abrazo efusivamente.

         ---No estoy segura de esto al cien por cien, pero, al menos, te dará tiempo para darte cuenta si el incienso empieza a afectarte. Así que no te confíes.

         --- ¡Me acabas de salvar la vida! –y lo digo completamente en serio.

  Me largo a comisaría y trabajo toda la mañana con Jolie en papeleo. Procuro salir a fumar cada veinte minutos. A mediodía, me escaqueo de almorzar con mi compañera con un pretexto y vuelvo a la consulta de Mamá Huesos. Dayanne y su tía me están esperando para comer juntos. La vieja ha preparado un gumbo para chuparse los dedos.

  Mientras almorzamos, le insto a Dayanne sobre la conveniencia de no contarle nada de todo el asunto a Jolie. Pienso que aun no es el momento. Ella me asegura que lo entiende y que será una tumba. Al acabar, mientras tomamos un fuerte café jamaicano, llamo a Jolie.

         ---Nena, tienes que cubrirme esta tarde –le digo en cuanto se pone.

         --- ¿Qué pasa ahora? Ya he visto que no te has llevado el coche. Sigue en el garaje de la comisaría.

         ---Sí, sí… la cosa es que se ha presentado un primo mío de sopetón. Estoy en deuda con él y está buscando trabajo. Tengo que pasar la tarde con él, ya sabes… Presentarle a unos conocidos, hacer un poco la pelota, todas esas cosas… Por eso no me llevé el coche de la “empresa”, ¿comprendes?

         ---Vale, Jack. Diré que estás averiguando algo si preguntan.

         ---Gracias, compañera.

         ---Procura no acabar borracho con tu primo.

         ---No te lo puedo garantizar, guapa –la escucho reírse antes de colgar.

  Otra cosa solucionada. Me pongo en manos de Dayanne, sentado en una silla frente a la claridad de la ventana. Me afeita ella misma con navaja barbera y lo hace francamente bien. ¿Dónde ha aprendido a hacer eso? No me deja preguntarle ya que unta toda mi cara con una loción, antes de tomar unas pinzas y comenzar a torturarme, arrancándome pelo tras pelo de las cejas y de las aletas de la nariz. Mamá Huesos se ríe, la muy bruja…

  Después, extiende una olorosa mascarilla sobre mi rostro, me coloca unos tubitos de papel en la nariz para poder respirar, y me advierte que no me mueva ni abra la boca. Mientras tanto, me llena el cráneo de jabón y tomando de nuevo la navaja, me rapa con rapidez la cabeza.

  ¡Qué de cosas sabe hacer esta jovencita!

  También me enciende uno de los cigarrillos especiales y me lo pone entre los labios para hacer tiempo y poder quitarme la mascarilla. Cuando lo hace, me impregna de otro potingue envasado que huele a jazmín. El caso es que el careto se me queda tan suave como el culito de un bebé. A continuación, me repasa las mejillas, la frente y la calvorota con una brocha impregnada en polvos. Os juro que me siento como una puerta recién pintada.

  Termina tomando un lápiz –un delineador, me corrige ella –y remarca el borde de mis párpados tenuemente con un trazo oscuro. Según ella, para incrementar el encanto de mi mirada.

         --- ¡Qué voy a enfrentarme a la Yakuza, no a buscar novio, coño! –farfullo.

         ---Pero vas a presentarte allí como un jodido chapero, gilipollas –me increpa ella. –Tienes que parecerlo. Ah, y no olvides las maneras…

         --- ¿Las maneras?

         ---Ya sabes… ondula las caderas al caminar, recuerda la pose de las manos al hablar… lo hemos ensayado. Mira a los tíos a los ojos cuando hables…

         ---Joder con la actuación –rezongo y la hago reírse, divertida. –No aprendí nada de eso en el infierno…

  Me tiene preparada una de sus blusas de seda, sin mangas y escotada, de un tono hueso viejo, que me deja al descubierto parte de los abdominales. Menos mal que la blusa es ancha pero yo la ensancho aun más al probármela. Esta mañana, al ducharme, me obligó a pasarme la cuchilla por axilas y torso. Ella misma repasó mis brazos y espalda.

  ¡Ni siquiera un novio pasa por tal ritual en el día de su boda!

  Como complemento, he traído un pantalón de cuero que me compró Jipper y que no me he puesto nunca para que no me detengan por provocación en la vía pública de tan ceñido que me queda.

         --- ¡Estás preparado? –me pregunta la mambo, sentada en su mecedora.

         ---Como si fuera a la puñetera ópera –bromeo.

  Dayanne me entrega las llaves de su coche, el viejo Chevrolet. Este ha sido el verdadero motivo de dejar el coche oficial en comisaría. No pienso presentarme allí en un vehículo que puede ser rastreado o reconocido como perteneciente al cuerpo policial.

  Aferro la mochila y salgo de la casa, rumbo a un destino desconocido, y eso me hace acordarme de lo que me contó Cheyenne sobre su vida. Cheyenne… ¡Menudas ganas de verla de nuevo tengo! Nos hemos mandado mensajitos por el móvil, como tontainas adolescentes, pero no nos hemos visto en toda la semana; demasiado ocupado en este asunto, me temo. Al final, sí que fue cierto que nos tiramos toda la noche hablando y vimos amanecer tirados en los sofás de mi salón. Nada de quitarse la ropa ni meternos mano, tal y como le prometí, pero estoy seguro que hay feeling entre los dos.

  Miss Sophie me sopló que la fiesta no empezaría hasta el atardecer, pero tanto las chicas como el personal debían de estar antes para disponer todo con tiempo. Así que pongo rumbo hacia Fillmore a eso de las cinco de la tarde.

  Aparco lo más cerca que puedo de la puerta trasera del burdel. Sin bajarme del coche, saco de la mochila la Sig-Sauer con silenciador, un par de cargadores, y el Colt Azamet. Lo deslizo todo bajo el asiento del conductor. También saco el pequeño tarro de cristal –antes contenía pepinillos en vinagre –en el que revolotean tres mariposas pecado. Doy cuenta de ellas mientras miro a través de las ventanillas toda la calle.

  Me fijo en la gran furgoneta oscura, sin rótulos, que está aparcada calle abajo. Muy sospechosa, sí, señor. Salgo del coche y lo cierro con llave. Me echo la mochila al hombro y avanzo hasta la puerta trasera, a la que llamo con el puño. Un asiático con gafas oscuras me abre. Me hace una especie de gesto alzando la barbilla, como pidiéndome explicaciones del por qué estoy allí.

         --- ¿No habré llegado tarde, no? Me dijeron que estuviera sobre las cinco. Eso es lo que me dijo Miss Sophie –le digo, mostrándome preocupado y aflautando la voz cuanto puedo.

  El sicario abre más la puerta y alarga la mano hacia mi mochila. La registra, comprobando la blusa de Dayanne, una muda de braguitas de encaje que me ha metido dentro para dar mejor impresión, los paquetes de cigarrillos especiales y un manojo de llaves. Me devuelve la mochila con un gruñido y me indica que pase con otro movimiento de cabeza. A este le facturan por palabras, seguro.

  Enciendo un cigarrillo nada más entrar y me alejo de la puerta. El nipón se queda detrás de ella, como buen perro guardián. Puedo distinguir el bulto del arma en su costado.

         --- ¿Y tú quién eres, guapo? –me pregunta una voz femenina a mi espalda.

  Me giro y me encaro con una rubia platino de melenita cuidadosamente aspaventada y esculpida a base de cremas capilares. Miss Sophie me ha hablado de ella.

         --- Tú debes ser Faith, ¿verdad, cariño? –me sale un falsete digno de un oscar.

         ---Así es –responde ella, parpadeando mucho.

         ---Miss Sophie me dijo que me presentara a ti, ya que eres su mano derecha, ¿no? –ella se contonea, sin duda halagada por el puesto. –Soy nuevo en estos saraos, chica, pero vengo recomendado por Jean Baptiste…

         ---Oh, claro, por supuesto, querido… –me ofrece su mano que yo no dudo en besar con una inclinación de cabeza, lo cual la hace reírse. Soltar el nombre del mejor chulo putas del Barrio Francés hace mucho.

         ---Jack, solo Jack o Jackie.

         ---Encantada de conocerte, Jackie. Puedes usar alguna habitación de arriba si necesitas ducharte, cambiarte o maquillarte… Baja al salón principal después y únete al coctel.

  Se alza sobre la punta de sus zapatos para darme dos besos en las mejillas y se marcha con paso estudiado que mueve perfectamente su trasero. Subo las cercanas escaleras y me meto en la primera alcoba libre que encuentro. No esperaba a los japos tan temprano pero, pensándolo bien, es lógico. Odonjawa tiene que asegurarse la lealtad y cooperación de las prostitutas y del servicio antes de que lleguen sus invitados, por supuesto. Así que, seguramente, el incienso tiene que estar ya encendido aunque no lo huela. También puede que sea inodoro o que solo esté por el salón principal, dónde tiene que reunirse todo el mundo. ¿Estará también Odonjawa aquí? ¿Tendré la suerte de acabar con esto rápidamente?

  Saco la blusa de seda de la mochila y me cambio. Me parto el culo de risa al verme reflejado en el espejo del tocador. ¡Belcebú, qué pintas! Me siento y compruebo el maquillaje ante el espejo pero parece estar bien. Según Dayanne, es a prueba de agua, así que debe aguantar. Me cuelgo de nuevo la mochila y bajo al salón. Tengo la precaución de encender otro pitillo antes de entrar. Ahora sí que noto el aroma dulzón y algo picante del incienso, así que me cuelgo el cigarrillo de los labios, como si fuese un puto fontanero trabajando.

         ---Eso te matará, guapo –me dice una chica de apariencia latina.

         ---Ya lo sé, pero calma mis nervios. Es mi primera vez con Miss Sophie –le respondo, moviendo una mano como si tuviera la muñeca tronchada.

         ---No te preocupes de nada, solo tienes que dejarte llevar…

  La miro más atentamente y tiene las pupilas dilatadas, lo que le genera una mirada algo vidriosa. También sus párpados caen laxos, como si se hubiera fumado ella sola un par de porros de marihuana. Una sonrisa totalmente genuina –algo difícil de ver en una mujer de su moralidad –luce permanentemente en sus labios. Miro a mi alrededor. Toda la gente reunida en el enorme salón –la mayoría chicas jóvenes, aunque hay un par de chicos y algunos camareros también –tienen pintada la misma sonrisa en sus rostros, mientras charlan, beben y fuman. Todos tocados por el incienso kitsune. Parece que los cigarrillos de Mamá funcionan. Al menos, yo me siento bien…

  Me muevo entre la gente, charlo con alguien, brindo con otros, pero, finalmente, me he recorrido todo el burdel y no hay rastro de Odonjawa, pero sí de sus hombres. Está el tío de la puerta trasera y hay dos más en la puerta principal. Con el pretexto de encender un nuevo pitillo a su lado, les he escuchado hablar entre ellos, en japonés, creyendo que no puedo entenderles. Así, he podido averiguar que hay otros tres tíos en la gran furgoneta negra, para turnarles a ellos dentro de unas horas. Seis yakuzas como mínimo. Seguramente, cuando Odonjawa llegue, traerá algunos más con él. ¿Seguro que esto es una buena idea? Sea como sea, ya es demasiado tarde.

  Los invitados han empezado a llegar. Unos acuden conduciendo sus propios coches, pero la mayoría viene en taxi o en vehículos con chóferes. Aparcan a lo largo de la acera, dejando la furgoneta de la yakuza en el centro. Los chóferes –ninguno uniformado, al menos –se reúnen en un grupito, charlando y fumando cerca de sus vehículos.

  Una hora más tarde, me encuentro de nuevo en la calle, inyectando más antídoto en mis pulmones, cuando dos SUV se acercan calle abajo y se detienen muy cerca de la puerta principal. Dos hombres elegantes se bajan. Portan cortas katanas enfundadas en la mano. Uno de ellos abre la puerta del primer SUV y Odonjawa desciende, vestido con un kimono fantástico y rutilante. Los dos “samurai” le flanquean inmediatamente y avanzan con él. Guardias de élite, me digo.

  Justo detrás, dos chicas menudas se bajan del vehículo. Van vestidas al estilo tradicional, haciendo juego con el kimono de su “señor”, con esas grandes moñas que ocultan sus traseros con lazos y cojín incorporado. Sus pies calzados con sandalias de suela de madera, se mueven raudos, en pasitos cortos, detrás del jefe yakuza. Sus caritas están pintadas de blanco, con coloretes artificiales sobre sus mejillas y labios perfilados en boquita de piñón. Auténticas geishas.

  Los dos chóferes de los SUV también se bajan y cierran los coches. Uno de ellos se dirige hacia el gran furgón y el otro persigue a las muñequitas orientales, sin duda siguiendo sus cometidos. Tiro la colilla a la calle y entro antes que Odonjawa llegue a la puerta.

  El salón principal está abarrotado. Todos los invitados deben estar aquí. Entre treinta o cuarenta hombres de madura edad y bien vestidos se pavonean ante las seductoras chicas de Miss Sophie, que están empezando a buscar objetivos expertamente. Un artístico brasero de hierro trabajado artesanalmente se encuentra en el centro de la sala, sus carbones humeando y despidiendo el mismo olor picante y dulzón que he notado antes. Con disimulo, salgo del salón, alejándome del humo cuanto puedo y enciendo otro cigarro más, aprisa.

  Maldigo el jodido incienso porque me gustaría ver a Odonjawa trabajarse a todos esos empresarios ávidos de ganancias, pero no me fío. Así que solo puedo concentrar mi oído para captar el momento en que el japonés dirija la palabra a sus invitados. Pero algo ocurre cuando estoy prestando atención e intentando filtrar una voz ascendente entre el murmullo que sale del salón. Me imagino al jefe yakuza aparecer en el salón, seguido de sus dos protectores con katana –después he aprendido que esa espada pequeña se llama tanto – y se coloca junto al brasero, sonriendo al saber íntimamente que es inmune al hechizo kitsune. Parpadeo, asombrado con la claridad de la imagen imaginada, pero no desaparece, sigue aferrada a mi mente. La voz de Odonjawa llega a mis oídos y en mi mente veo su rostro mirar a los hombres y mujeres que están a su alrededor, así como sus labios moverse.

  ¡Esto no lo estoy imaginando, lo estoy viendo! ¡Es otra facultad acarreada por las mariposas pecado! ¿Puedo ver a distancia a la persona en quién me concentre?

  No es el momento de hacer preguntas tontas. Escucho el discurso del japonés en un correcto inglés sin apenas acento. Es simple, directo y motivador. Busca nuevos socios que no tengan miedo a arriesgar una inversión que traerá grandes ganancias a medio plazo. No da detalles concretos, pero todo el mundo que le escucha sabe qué es lo que pretende: trafico de personas en sumo. Puedo entender, entre líneas, que está arrepentido de haber utilizado a un criminal como Dikan Moushian, atrapado en sus propios negocios turbios que le han llevado a la muerte. Palabras textuales. Je, ahora soy un negocio turbio… que bien.

  Ahora pretende asociarse con hombres de negocios de provecho, sin antecedentes criminales, pero de miras abiertas. Tiene un piquito de oro el japo, hay que reconocérselo; propone honor y respeto para iniciarse en una actividad ilegal y abusiva. Así es como funciona la Yakuza: tradición y honor en el crimen.

  Los empresarios invitados sorben cada una de sus palabras, el pulso martilleando en sus arterias, impulsada por un corazón agitado por las directas emociones condicionadas por el incienso que respiran. Están totalmente atrapados bajo el influjo de Odonjawa y cada uno responderá a su llamada en la forma en que pueda su economía o poder. El hechizo está bien realizado porque no anula el libre albedrío de la persona, sino que incrementa las emociones que el jefe yakuza impulsa, al mismo tiempo que rebaja cualquier interés que pueda suscitar con sus acciones. Yo mismo, a pesar del antídoto de Mamá Huesos, me encuentro admirando al japonés por su ingenio.

  Decido alejarme aun más del salón, pero sé que no puedo meterme en un dormitorio. En muy poco tiempo, las chicas empezaran a subir, conduciendo a sus amantes hasta las alcobas. Así que busco otro sitio. La cocina está en plena ebullición, preparando la cena que se servirá dentro de hora y media; tampoco puedo resguardarme allí.  Finalmente, encuentro una pequeña habitación, cercana a la puerta de atrás –también llamada puerta de servicio –utilizada por los empleados y las chicas para dejar sus abrigos, impermeables y paraguas en días malos. Abriendo una pequeña rendija, puedo distinguir parte del cuerpo del japo que está de vigilante detrás de la puerta. Me viene bien, me digo. Tengo que saber cuándo es el cambio de guardia. Hasta entonces, no puedo actuar.

  Consulto mi reloj. Odonjawa ha terminado con su discurso, ahora tendrá que charlar con los diversos pretendientes a socios, aunque no sé si lo hará en el salón o de forma privada. Me siento en el suelo, la espalda contra la pared, medio oculto por algunos gabanes que cuelgan de un largo perchero. Con el pie, controlo la apertura de la puerta. Me concentro de nuevo en el japonés, buscándole. Desde aquí no puedo escuchar su voz, por lo que me cuesta un poco más, pero acabo encontrándole. Está invitando a un grupo de cuatro hombres, quizás los más ancianos de los invitados y, por lo tanto, los más ricos y poderosos, a una reunión privada en sus aposentos. Los hombres acceden y son conducidos, entre charlas sobre chicas y vicios, al ala norte de la planta baja. Los dos samuráis les siguen en silencio.

  Entran en una sala ricamente amueblada, de paredes revestidas de duelas de cedro y roble, y con una chimenea central encendida, aunque me doy cuenta que no es fuego de leña, sino de gas el que arde. Los hombres se sientan en unos cómodos sillones de cuero y un diván que rodean la chimenea. Uno de los samuráis se queda en la puerta, de guardia, el otro desaparece por una puerta del fondo. Odonjawa comienza a exponer los detalles del negocio que piensa proponerles, las garantías que promete, los beneficios calculados, y las ventajas adicionales que pueden conseguir. Los empresarios parecen bastante interesados, diría yo. Tras veinte minutos de preguntas y respuestas, de claras incentivas emocionales por parte del japonés y de jocosas disposiciones de parte de los otros, el yakuza chasquea los dedos.

  De la puerta del fondo –por la que desapareció uno de los samuráis –salen las dos geishas, portando unas negras bandejas en sus manos, ornadas con filigranas doradas sobre la oscura laca. Sus movimientos parecen estudiados y cronometrados, como si hubiesen repetido la acción miles de veces.

         ---Ilustres invitados, para vuestro disfrute y placer, asistirán al rito cha-no-yu, o ceremonia del té, pero con una variante instaurada en las casas de geishas al final del periodo Sengoku –explica Odonjawa mientras las geishas se arrodillan ante una mesita baja, frente a los invitados.

  Sigo muy atento toda la pantomima que hacen las chicas, con sus caras blanquecinas y sus voluminosas pelucas redondas y rematadas de un artístico moño, sujeto con agujas de hueso. Siguen el ritmo de la suave música de fondo que apenas es audible. Cada uno de sus gestos tiene siglos de antigüedad, de miles de manos repitiéndolos ante sus daimios, sus señores, sus maridos, sus amantes…

 Me convierto en un espectador más gracias al don que me proporcionan las mariposas. Puedo observar los rostros de los invitados, el asombro ante la habilidad de las geishas, la lujuria de uno de ellos, cautivado por su encanto, o la indiferencia del más viejo hacia esas costumbres que no le interesan lo más mínimo. Si no hubiera estado atrapado en las redes del hechizo kitsune, estoy seguro que ese hombre –un feroz defensor de las costumbres americanas –se hubiera marchado, airado. Sin embargo, la expresión de satisfacción de Odonjawa habla de lo bien que se lo está pasando al recuperar todo el control.

  Cuando las geishas terminan de remover el ambarino té con el chasen, la escobilla tradicional, se levantan para poner las pequeñas tazas de delicada porcelana en manos de su señor y sus invitados. A continuación, con parsimonia, regresan a su sitio pero no se arrodillan sobre los cojines dispuestos, sino que comienzan a desvestirse, la una a la otra, consiguiendo atraer las miradas masculinas.

         ---Los samuráis podían disfrutar del té contemplando a bellas mujeres jugar entre ellas, sin tener que retirarse a una estancia privada –comenta Odonjawa, sorbiendo el brebaje. –Fue un gran avance social por entonces.

  Lentamente, las chicas se quitan capas de tejido, revelando que sus cuerpos desnudos están anudados con delgadas cuerdas de cáñamo, siguiendo un intrincado patrón de bondage que les brinda un discreto placer bajo las vestimentas. Eso parece entusiasmar a los invitados, los cuales se remueven sobre sus asientos.

  Las manos de las geishas apenas se tocan, parecen fluir sobre el cuerpo de su compañera como si estuviesen compuestas por un elemento acuoso. Delinean los contornos, se detienen sobre los nudos, recorren las cuerdas… Sus rostros muestran leves sonrisas de complacencia y sus ojos están más pendientes de su amo que de ellas mismas. No llegan a besarse en ningún momento. He oído que el beso en Japón está mal visto en público.

  Finalmente, una tumba a la otra sobre la baja pero ancha mesita lacada en ocre y negro sobre la que han hecho su rito, y se acomoda entre sus piernas, arrodillada sobre un cojín. La geisha recostada sobre la mesa mantiene sus manos a la espalda, aunque no están atadas, en un símbolo de obediencia, mientras que su compañera lame lánguidamente su expuesta vagina, sobre la que pasa un cordaje que oprime diestramente su clítoris.

  Se nota que intenta reprimir cualquier expresión de placer, pero la lengua de su compañera es demasiado hábil o quizás su propia lujuria ha sido incentivada por el conjuro kitsune. El hecho es que un largo gemido surge de lo más profundo de su diafragma, consiguiendo que los invitados se remuevan de nuevo, esta vez incómodos y tensos. Odonjawa sonríe.

  El sonido de la puerta trasera abriéndose me aparta de la visión lejana y vuelvo a mi estado consciente, encerrado en el pequeño vestidor. Me pongo en pie y entreabro la puerta apenas una rendija. El nipón de la puerta está hablando con un compañero. Apenas puedo pillar un par de palabras en japonés, pero comprendo que es el relevo. Le dice que el jefe enviara comida y bebida al furgón dentro de un rato. Observo cómo se marcha el tipo que me registró a la llegada.

  Bien, hora de ponerme en marcha.

  Enciendo un cigarrillo y me doy una vuelta por el salón principal, comprobando dónde se encuentran los hombres de Odonjawa. Dos en las puertas, uno tras la principal, otro en la trasera. Dos más en el salón principal, controlando a los invitados que aún no han subido con una chica a una habitación.

         ---Te estaba buscando, guapo –esta vez no es una voz femenina la que me dice eso.

  Me giro y los ojos de un cuarentón atildado con gafas de oscura montura se clavan en mí. Sonrío y me llevo una mano a la cadera.

         --- ¿Ah, sí? ¿Y eso por qué?

         ---Te vi al llegar. Me impactaste, ¿sabes? Pero desapareciste y pregunté por ti, pero ninguna de las chicas pudo decirme dónde estabas, así que supuso que estarías “ocupado” –el hombre habla con una buena dicción, sin acentos locales. -- ¿Estás ocupado?

         ---Oh, no, no, desde luego que no… pero debo entregar una nota en cocina para que suban algo –miro hacia el techo, dándole a comprender. – Espérame aquí, por favor, no tardaré.

         ---Está bien –responde, pasando velozmente dos dedos por la línea de mi mandíbula.

  Supongo que los dos tipos de las espadas no se separaran de Odonjawa y si tengo la suerte que los demás estén descansando en el furgón, creo que tengo a los yakuzas localizados. En la cocina, abordo a un tipo menudo con un gorro alto y doblado, y que me mira con preocupación cuando aprieto su brazo.

         ---El señor Odonjawa me ha pedido, expresamente, que le lleve té, café y unos sándwiches a los hombres que están en el furgón.

         --- ¿Y a mí qué? Estoy liado con los postres de la cena –me contesta con irritación.

         ---A ver, aun falta tres cuartos de hora para la cena. Si el señor Odonjawa dice que hay que servir a sus hombres antes de nada, por algo será, ¿no? –le miro con mala hostia y parece comprender. –Voy un momento arriba. Quiero una bandeja preparada para cuando vuelva. La llevaré yo mismo.

  Le dejo tragando saliva y me marcho para encontrarme con el tío que me ha tirado los tejos. Me he dejado la mochila en el vestidor, ya que no puedo ya moverme con ella por la casa sin levantar sospechas. Necesito algo que llevo oculto en ella. Me engancho al brazo del cuarentón con toda familiaridad.

         ---Bueno… ¡todo tuyo! ¿Cuál es tu nombre? Yo soy Jack –le pregunto, poniéndole a andar en dirección al vestidor.

         ---Soy Francis. Encantado, Jack –me sonríe, contento de haberme conseguido. Si supiera lo que le espera…

  Entre zalamerías, le conduzco a la parte de atrás y cuando no tomamos las escaleras que conducen a la primera planta, enarca las cejas y me pregunta:

         --- ¿Dónde vamos? Creía que los dormitorios están…

         ---Ya iremos arriba, tranquilo, hombre. Pero hay que hacer un poco de tiempo a que nos cambien las sábanas, ¿verdad?

         --- Oh, claro –sonríe, comprendiendo.

         ---Te voy a llevar a un rincón secreto en el que vamos a calentarnos un poco tú y yo, sin que nadie nos vea –la sonrisa se ensancha.

  Y le meto raudamente en el vestidor, cerrando la puerta.

         --- ¿Aquí? –pregunta él, mirando los percheros.

         ---Chitón –mascullo, dándole un buen golpe en la nuca con el canto de la mano.

  Cae redondo al suelo, gimiendo. Sobre un estante, hay material de menaje y productos de limpieza. Hago trizas un par de paños de limpieza y amordazo a Francis con las tiras, atándole fuertemente. A continuación, recupero mi mochila y descoso el fondo por el exterior, recuperando una bolsita de plástico camuflada allí por Dayanne. Es un potente disociador de la mente. Mamá Huesos lo llama bakuma y los hechiceros vudú lo suelen utilizar para inutilizar las mentes de sus víctimas zombies. Según me explicó la mambo, los zombies no son muertos reales, sino personas vivas esclavizadas mentalmente. El bakuma sirve para disociar las víctimas de la realidad y, pasado unos minutos, caen en un largo trance soporífero. Mucho mejor que el cloroformo, coño.

  Regreso a la cocina. Apenas queda gente en el salón, todos han subido a estrenar las camas. El cocinero me tiene preparada una gran bandeja cuadrada y metálica, con un termo de té, otro de café, una jarra de leche, sobrecitos de azúcar, y una fuente con una docena de sándwiches variados que ha afanado de los aperitivos sobrantes. Le felicito por su rapidez con un apretón de mano y le garantizo que Miss Sophie sabrá de su buen hacer, lo que le arranca una sonrisa. Qué fácil es tener un hombre contento.

  Me detengo en un rincón de camino a la puerta principal, vacío la bolsita de bakuma en el interior de los dos termos y los agito tras taparlos.

         ---El señor Odonjawa me ha pedido que lleve esto al furgón. Ya están preparando también para los que estáis de guardia –le digo al yakuza que hay en la puerta.

  Me mira, parpadeando por la sorpresa. Mierda. ¿Acaso su jefe no les da de comer cuando están trabajando?

         --- ¿El señor Odonjawa? –me pregunta, como esperando una respuesta más amplia o quizás una razón.

         ---Sí, al parecer está contento después de su reunión con los hombres que estaban con él.

  El japonés asiente y una sonrisa aparece en sus labios. Él mismo me abre la puerta. Respiro de nuevo al salir a la calle. Llevo la bandeja hasta la gran furgoneta y llamo a una de las dos puertas traseras. Otro rostro asiático asoma y le suelto la misma historia. Se gira y les dice a los compañeros con los que está jugando a las cartas, en un rápido y vociferante japonés:

         ---El jefe nos envía un tentempié. ¡Está de buen humor!

         ---Menos mal. Hemos pasado una semana de mierda desde que Moushian murió –contesta otro.

         --- ¡Haced sitio para la bandeja! –exclama el primero.

  Y les dejo que se apañen. En unos minutos van a estar viendo dragones chinos por los cielos. Tranquilamente, rodeo parte del edificio y me dirijo al coche de Dayanne. Tengo que dar tiempo al polvo zombi a actuar. Agachado tras la puerta del vehículo, pego el Colt Azamet al dorso de la gran bandeja con una cruz de cinta americana y extiendo el paño blanco sobre ella, camuflándolo con la caída del paño. Me meto los dos cargadores dentro de la corta caña de los botines y tomo la Sig-Sauer con silenciador en la mano. Hago equilibrios con mi mano armada para mantener la bandeja plana. El peso del Colt no me lo pone fácil, pero acabo encontrando una postura en la que la propia pistola hace de barra equilibradora.

  Camino lentamente hacia la cercana puerta trasera, moviéndome con la bandeja vacía en posición de llevar algo, pero a la altura del pecho para que el Colt no se vea bajo ella. Actúo como un estirado camarero francés y no me olvido de menear el culo, por si alguien me está observando.

  Llamo a la puerta con la mano izquierda y, cuando me abre la puerta el mafioso nipón, entro metiéndome la bandeja bajo la axila izquierda al mismo tiempo que dejo la mano derecha libre. Al fulano se le abren los estirados ojos como platos al ver el arma con el largo silenciador, pero no tiene tiempo de decir ni pío. Le meto un tiro en el pecho y, cuando cae al suelo, le remato con otro en la cara. No pienso dejar a nadie vivo detrás de mí.

  Lo agarro de un pie y lo arrastro hasta el cercano vestidor. En la otra mano, sigo sujetando la bandeja metálica. El pobre Francis ya ha despertado y gime al escuchar la puerta abrirse. He tenido la precaución de vendarle los ojos, así que no ve que traigo un cadáver conmigo. Me agacho a su lado, después de dejar el muerto contra la pared más alejada de la pequeña habitación.

         ---Yo de ti, me quedaría muy calladito ahora. Puede que haya disparos en algunas partes del burdel y no querrás que nadie venga por aquí si te escuchan rebullir. ¿Captas, compadre? –termino con una expresión en español, usando una voz ronca, muy distinta a la que usé en falsete antes.

  El tipo asiente, meneando exageradamente la cabeza. Le palmeo la mejilla y me marcho. Ahora la rapidez es vital. Al igual que el tipo que vigilaba la puerta trasera, el que tiene a cargo la principal se encuentra vigilando en el interior, detrás de la puerta. Se pasó al interior del burdel una vez que los invitados llegaron. Me desvío hacia él en vez de dirigirme al gran salón y, tomándolo por sorpresa, lo abato de otros dos disparos. Esta vez no me preocupo de esconder el cuerpo.

  Me giro para encaminarme al salón principal cuando distingo mi reflejo en uno de los espejos laterales de la entrada del burdel. Doy un involuntario respingo al ver al tipo que acabo de matar devolverme la mirada. Me dejo caer de rodillas, girándome y apuntando con mi arma hacia la puerta. El japonés sigue desangrándose en el suelo, tan quieto como el finado que es.

         --- ¿Qué cojones…? –barboto al ponerme en pie y mirarme de nuevo en el espejo.

  Gesticulo la boca y el ceño, y el reflejo del nipón muerto me devuelve las mismas muecas. Alzo el arma y él me apunta con el largo silenciador. ¡He tomado el aspecto del tipo que he matado! Ni siquiera he sido consciente de ello. Sin duda, un nuevo efecto de los dones de las mariposas. Tendré que hacer un listado de todos ellos, pero, por el momento, me viene de perlas. Soluciona el problema que tenía para acercarme a los guardias personales de Odonjawa y, encima, confundir a los posibles testigos.

  Me muevo con decisión hacia el salón, ocultando la Sig-Sauer tras mi muslo. El Colt Azamet está en mi cintura, atrapado por el ajustado pantalón de cuero. Intuyo que me va a hacer falta.

  El salón está casi vacío de invitados. Solo tres de ellos, jóvenes y bravucones siguen bebiendo y metiéndoles mano a unas prostitutas con alma de actrices. Junto al alto brasero, se encuentra un yakuza y al fondo, fumando con un pie apoyado en la pared, el otro que queda. Los del furgón deben estar ya en brazos de los Loas del sueño.

  El tipo junto al brasero arquea una ceja al ver cómo me acerco a él y me suelta, en japonés:

         --- ¿Necesitas que te sustituya en la puerta para ir al baño?

  No le contesto, por supuesto, pero le disparo a tres pasos de distancia, volándole la sorprendida jeta. Cambio la dirección de mis manos, buscando a su compañero, y disparo de nuevo. Una especie de flash luminoso pasa por delante de mis ojos, durante una facción de segundo.

         --- ¡Mierda! –exclamo cuando fallo el tiro por centímetros, clavándose la bala en la pared. Las prostitutas empiezan a chillar, espantadas. Los invitados se han quedado mudos de repente.

  Vuelvo a dispararle al mismo tiempo que el japonés se tira al suelo, desenfundando su arma. Creo que le he alcanzado en el costado pero el tipo sigue coleando y empieza a dispararme sin pausa. ¡No puedo esquivar!, aúllo mentalmente, la garganta seca de repente.

         --- ¡Mierda! –exclamo al agujerear la pared a un par de centímetros de la cabeza del yakuza. Las mujeres comienzan a soltar gritos cada vez más histéricos, dejando mudos de sorpresa a sus clientes.

  ¡Joder! ¡Esto ya ha pasado! El instinto me hace moverme más rápido de lo que puede hacerlo un humano. Si esto es otra consecuencia de las mariposas pecado, entonces ese tío va a dispararme en cuanto caiga al suelo. Reprimo el impulso de dispararle de nuevo y me lanzo de rodillas, resbalándome sobre el lustroso suelo de cerámica, esquivando la andanada que suelta su arma. Solo entonces, vacío el cargador sobre él. Suspiro, mirando el cadáver acribillado, y me pongo en pie. Los invitados y las chicas salen corriendo al filo de la pared hacia el vestíbulo. Ya no importa. Los disparos han dado la alarma…

  He tenido un aviso, un “dejá vu” que me ha permitido anticiparme a la respuesta del matón japonés. Ha sido como ver dos segundos en el futuro; solo dos segundos pero me ha permitido salvarme. Ese tío me podía haber cortado por la mitad. No tengo tiempo para pensar más en ello. Seguro que intentaran sacar a Odonjawa por una de las dos puertas. Podría esperarle aquí, pero tendría que enfrentarme a sus escoltas preparados para cualquier cosa. Prefiero seguir llevando la ventaja, así que voy a buscarle. Cambio el cargador al paso.

  Si no me fallan las cuentas, solo quedan sus escoltas personales, los tipos de los tanto, y seguro que no son moco de pavo. Un corto y ancho pasillo me lleva al ala norte y me topo con las puertas de la lujosa estancia en la que Odonjawa hizo la reunión que ví mentalmente. Estoy a punto de pegarle una patada a la doble puerta cuando siento una fuerte punzada en mi espalda que me lanza contra la puerta. Por el rabillo del ojo, puedo ver a uno de los yakuzas lanzándome algo con fuerza.

  Juro que la sensación es real y dolorosa pero, de alguna manera, sé que es otro aviso. Así que, en vez de darle la patada a la puerta, me impulso con el pie y me lanzo hacia atrás. Algo pasa por encima de mi cabeza con un silbido para clavarse en la madera de la puerta, con un sordo sonido. No controlo mi desesperado salto y caigo de mala manera, quedando a cuatro patas en el suelo. Un nuevo destello mental. Un afilado shuriken se clava en mi espalda, destrozándome la columna. No puedo alzarme ni tampoco tumbarme si quiero esquivarlo. Hago lo único que me queda. Tirarme y rodar, al mismo tiempo que levanto el brazo izquierdo y me cubro con él el pecho.

  La pesada estrella de metal me desgarra el bíceps, clavándose en el músculo con mucha fuerza, arrancándome un aullido. Ruedo de nuevo, alejándome de una posible línea de tiro y me incorporo sobre una rodilla. El tipo está a unos pasos de mí, enarbolando su katana desenfundada. Tiene una crispada sonrisa de triunfo en sus labios. Ni siquiera me da tiempo a disparar cuando se abate sobre mí. Esta vez no hay ningún destello ni aviso, solo la seguridad que me va a matar. Me dejo caer hacia atrás mientras siento el metal rasgar la blusa de Dayanne y dejar un largo surco sanguinolento sobre mi vientre. ¡Satanás! ¡Arde como el demonio!

  Al tocar el suelo con mi espalda, mis manos levantan el arma para dispararle a bocajarro pero el tío se mueve como una bailarina y me arranca la Sig-Sauer de una patada, que envía la semiautomática lejos de mi alcance. De nuevo, el cabrón sonríe, sabiéndome desarmado. No debería haberlo hecho porque me ha dejado el segundo necesario para sacar Azamet de mi cintura. Ni siquiera tengo que apuntar, solo dirigirlo hacia él. El Colt alcanzará todo lo que sea natural y vital, matándole en el acto.

  Queda en pie, sorprendido por el golpetazo de la bala maldita que le ha destrozado todo el costado, arrancándole el hígado de cuajo. Antes de caer al suelo, ya está soltando mariposas por la gran laceración. Jadeo frenéticamente a medida que me pongo en pie. El brazo me está matando. Examino el largo corte de mi vientre. Se ve peor de lo que es, ya que la espada no ha cortado los músculos abdominales. Mis tripas no se van a derramar. Espero que la hemorragia se detenga pronto porque no puedo parar a vendarme las heridas ahora.

  Al pasar por el lado, le pego una patada al muerto con toda intención. Ya intuía que serían duros de roer. Aferro una mariposa al vuelo y me la llevo a la boca. Estoy a punto de darle, por fin, una patada a la puerta pero me detengo al sentir la impresión mental de que seré recibido con una lluvia de balas. La puerta es gruesa, de sólida madera. Hará de parapeto por el momento. No está cerrada, así que la entreabro con cuidado, al mismo tiempo que grito:

         --- ¡Massui Odonjawa! ¡Vengo a por ti!

         --- ¿Quién eres? –me responde desde el interior. –No eres Akiro aunque te parezcas a él.

         ---Soy el que terminó con Moushian y ahora te toca a ti.

         --- ¿Por qué motivo?

         ---Todo es cuestión de negocios en este mundo –no voy a contarle mis motivos, ni de coña. –Hay gente que no quiere que la Yakuza se instale aquí.

         ---Te equivocas. Soy un simple importador. La empresa para la que trabajo es totalmente legal y cuenta con el visto bueno del gobierno. No hay nada oculto ni tengo relación alguna con mafia criminal, te lo garantizo.

  Las palabras suenan extrañamente sinceras y llenas de lógica en mi cabeza, la cual agito enseguida, intentando liberarme de los efluvios del incienso kitsune. Hace demasiados minutos que no me fumo uno de los cigarrillos “hechizados”, pero ahora no tengo manos libres para encender uno.

         ---Tiene que haber alguna equivocación en todo esto –sigue diciéndome al ver que no respondo. –Podemos hablarlo como personas civilizadas, ¿no crees?

  Escucho las voces preocupadas de la gente bajar las escaleras en dirección a la calle. Invitados y prostitutas están abandonando el burdel, encontrándose con varios cadáveres a su paso. Alguien ya estará llamando a la policía. Debo terminar esto.

         ---Vale. ¿Qué tal si entro y lo hablamos? –exclamo, la espalda pegada a la pared. Aprieto firmemente las cachas del Colt.

         ---Está bien. Prometo que nadie disparará.

  “¡Y un huevo!”, pienso mientras reculo y atrapo el cuerpo del yakuza, alzándole en vilo. Me sitúo frente a la puerta, a la cual empujo un poco con el pie para tener el espacio necesario para entrar de frente con el cadáver. Al momento de dar el tercer paso dentro de la espaciosa habitación, disparan sobre mí. Las balas, al menos cuatro, impactan en el muerto, estremeciéndole. Disparo el Colt Azamet, encajado en la axila del cadáver, en dos ocasiones hacia el lugar de dónde proceden las balas y se eleva un alarido. Aun sosteniendo el muerto como escudo, recorro con los ojos el salón hasta toparme con el otro escolta personal de Odonjawa. Tiene un impacto en el pecho y otro en el cuello.

  Dejo caer el muerto al suelo y reviso toda la habitación. Ni rastro del jefe yakuza. Abro la puerta del fondo, esa por la que surgieron las geishas, y me abalanzo, Colt en ristre. Las niponas chillan, asustadas, abrazadas la una a la otra, apenas vestidas con las camisolas interiores de sus kimonos.

         --- ¿Dónde está? –les grito y ellas me señalan la abierta ventana.

  No hay mucho donde esconderse en esa habitación ya que es un cuarto de baño con un gran armario para toallas. Odonjawa ha saltado al exterior y no puedo perseguirle con tantos testigos como habrá. Suelto un reniego pero, en el fondo, ya contaba con un final así. Una de las chicas me aferra del brazo, soltando una retahíla de palabras en japonés, a las que solo puedo sacarle un escaso sentido. Al parecer, no son japonesas, sino coreanas, no sé si del norte o del sur. Eran esclavas personales del jefe y no quieren volver con él de ninguna manera. Prefieren ser entregadas a la policía y deportadas o encarceladas. Las falsas geishas pueden tener valiosa información sobre Odonjawa, ya que han vivido con él.

  Con un gesto, les indico que se vistan mientras busco algo con lo que restañar mis heridas. Lo consigo con unas cuantas toallas pequeñas y me coloco un largo albornoz por encima. Regreso a la otra sala y me agacho sobre el cadáver. Saco el pendrive que llevo en el bolsillo y se lo meto en el del muerto. Ahí va toda la investigación que hemos hecho Jolie y yo sobre Odonjawa y sus negocios. No hay pruebas directamente acusatorias pero si muchos indicios que, unidos a los cadáveres que he dejado para la policía, conseguirán que se involucren los federales inmediatamente. El jefe yakuza tendrá que abandonar sus proyectos e incluso el país. Bon voyage.

  Recupero mi Sig-Sauer pero no puedo hacer mucho por las huellas que he dejado o por la sangre vertida. Solo me queda esperar que le echen la culpa al muerto que estoy suplantando y que, de paso, los invitados se callen ciertos detalles sobre mí. De todos modos, siempre puedo excusarme con que soy cliente del burdel, ¿no? Las chicas coreanas se reúnen conmigo. Se han lavado la cara y puedo comprobar que, bajo la blanca pintura, resultan atractivas aun estando demudadas. Las conduzco hasta la puerta trasera y, desde allí, al coche de Dayanne. En cuanto me instalo al volante, el espejismo adquirido del yakuza muerto se esfuma, revelando ante los atónitos ojos de las chicas, sentadas en el asiento trasero, mi verdadero aspecto. Atajo sus incomprensibles preguntas con un dedo sobre mi boca y arranco, alejándome de allí antes de que lleguen mis compañeros de la policía.

  Para cuando llego a la casa de Mamá Huesos, la hemorragia se ha cortado, pero he dejado el asiento perdido. Dayanne me va a matar.

CONTINUARÁ...

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