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Detective 666 (14)

en Grandes Series

LA DESPEDIDA DE DAVINA.

        

  A los dos días, tras una vorágine de papeleo y visitar la agradable sala de espera del psicólogo del departamento, se consiguen identificar los cadáveres que quedaron sembrados en las escaleras y en la calle. No hay que hacer hincapié en la poca sorpresa que nos crea que sean inmigrantes armenios afincados en California y que habían llegado a Louisiana hacía escasas semanas.

  Dikan Moushian ha traído refuerzos desde la costa oeste para que no lo podamos relacionar directamente con el asalto. Vamos a ver, eso no engaña a nadie. Todo el mundo sabe que Moushian es quien mueve los hilos, pero ningún fiscal puede demostrarlo ante un tribunal.

  Hemos hecho algo de trabajo de reconstrucción en comisaría y creemos que tuvieron que vigilar a Nadiuska desde el momento en que la escondieron en el cuartel militar. Debieron seguirnos cuando la trajimos a la ciudad y, de esa forma, averiguaron nuestras defensas desde las sombras. El sicario que asesinó a los chicos del coche patrulla se escapó. Todos sus compinches cayeron en el asalto, pero hemos tenido tres bajas mortales y Jolie tiene un par de costillas fracturadas por el impacto de la ráfaga de balas contra el chaleco. Al menos, está viva.

  El comisario Luang me ayuda a redactar el informe y no para de darme la vara con su decisión de proponerme para una distinción al valor por mi actuación. El coñazo quiere convertirme en un ejemplo para el cuerpo, joder. ¡Cómo si eso fuera lo que iba buscando cuando comencé a disparar, idiota!

  Suspendido de empleo por el momento, me decido a visitar a mi compañera, más que nada por escapar de esa pesadilla de hombre. El comisario es tan animado y positivo que sería todo un activo reclutarlo como torturador en el infierno. Sin embargo, la mala suerte parece perseguirme. Jolie vive en un inmueble de Mid City, no muy lejos de la comisaría, y cuando llamo a su timbre, Dayanne me sorprende al abrirme la puerta.

  Al ver mi expresión, me hace pasar mientras me cuenta que ha venido a cuidar de su “amiga” –aun no se han sincerado entre ellas con respecto a su relación y, por supuesto, mucho menos conmigo –ya que le han dado unos días de baja. Jolie está tirada en el sofá, con el torso vendado bajo una liviana bata. Sus desnudas piernas morenas están recogidas sobre la tapicería del mueble y está bebiendo café, aunque sea ya mediodía.

         ---Ya he visto que tienes enfermera –le digo, sentándome en un silloncito frente a ella.

         ---Dayanne ha insistido a pesar que le he dicho que no era necesario. No estoy inválida… --masculla Jolie, tras apurar su taza de café.

         --- ¿Para qué están las amigas? –suelta la diosa negra, dejándose caer al lado de su chica. Cruza una pierna sobre la otra y los jeans que lleva puestos están a punto de estallar a la altura del muslo.

  Se me seca la boca y, para escapar de la impresión, le pregunto por su tía.

         ---Como una rosa –me contesta. –El otro día estuvimos hablando de ti y de tu… tierra natal. Tendrías que hacerle una visita a Mamá Huesos cuanto antes.

  No me pasa desapercibida la indirecta y asiento.

         --- ¿Se ha sabido algo más del asunto? –me pregunta Jolie.

  Le cuento lo de la identidad de los atacantes, pero la verdad es que no tenemos nada más por ahora.

         ---Ese cabrón de Moushian se va a ir de esto de rositas –reniega mi compañera.

         ---No pienso permitir que la muerte de Nadiuska haya sido en vano.

  Lo digo muy en serio y más sabiendo que Moushian y Odonjawa son socios. Claro que ese dato solo lo conocemos Jolie y yo. No sirve de nada comunicárselo al fiscal si ya no tenemos quién pueda corroborarlo, al menos eso decidimos los dos en su momento. Visitar a mi compañera solo me ha servido para decidirme a buscar al único que puede aclararme todas las preguntas que bullen en mi cabeza: Moushian, la bestia Armenia.

  Tengo que buscarle y apartarle de sus matones para tener una charla distendida entre los dos y, para eso, tengo que ir a Biloxi, a su terreno. De todas formas, ahora es el momento ideal: estoy relevado del servicio hasta que el psicólogo del departamento lo disponga y Jolie estará de baja una semana al menos. Como he dicho, es ahora o nunca.

  De regreso a comisaría, le cuento una milonga al comisario sobre disponer de un par de días para visitar a mi familia en el bayou y el hombre, muy comprensivo tras lo ocurrido, me anima a marcharme de la ciudad.

  Me paso por casa para dejar mi placa y la Glock oficial en la caja fuerte y llenar una bolsa deportiva con otra Glock, la Sig-Sauer, varias cajas de munición, y un par de Uzi que le confisqué a un macarra, no hace mucho. También lleno una mochila con algo de ropa y un bote con las últimas dos mariposas que me quedan en reserva. Este ha sido un motivo más para decidirme a ir en busca de Dikan Moushian. Debo reponer mi reserva de mariposas pecado.

  Biloxi no tiene el encanto de Nueva Orleans, ni mucho menos. Es una ciudad mucho más pequeña, pero su puerto genera mucha actividad, uno de los más modernos del golfo de México. Puedo dar fe de ello, porque parece un maldito polígono industrial lleno de enormes contenedores. Pregunto aquí y allá por el armenio. Todo el mundo le conoce pero nadie sabe darme el norte. O esconde bien su paradero o tienen demasiado miedo de decírmelo. De todas formas, ya sabía yo que el sujeto tiene fama de ser un mal bicho.

  Pero un demonio tiene muchas maneras de vejar a un condenado; es un dicho que tenemos en el infierno. Significa que debo ahondar más en el submundo criminal para encontrar lo que busco. Moushian es un contrabandista de carne traída del este, así que me muevo en uno de los barrios cercanos al puerto, en el que pululan prostitutas por sus calles y bares. Dejo caer unos dólares junto con el cuento que me apasionan las mujeres del este de Europa y que me gustaría ponerme en contacto con alguna. Sé que las asiáticas están fuera de mi alcance, ya que están controladas por sus propias mafias, así que vamos a probar suerte con esa parte del mundo.

  En la mañana de mi segundo día en Biloxi, me dejan un mensaje en la recepción del hotel en que me alojo: “Llama a este número *********. Tiene lo que buscas. Pauline.” Ah, la pechugona Pauline. Me acuerdo de ella. es una de las prostitutas con las que hablé la noche anterior, mientras admiraba el profundo canal de su escote. Durante el almuerzo, llamo al número que viene en la nota de Pauline y me contesta una voz de hombre con ese particular acento de barrio bajo sureño. Pido por una señorita de Europa del este que, si puede ser, lleve poco tiempo en Estados Unidos.

  Achaco tal petición a que deseo practicar el idioma mientras nos divertimos. Ya sé que es un pretexto de lo más idiota, pero cosas peores le han debido pedir al chulo porque acepta enseguida. Quedo con él en que la envíen al hotel a las seis de la tarde y su respuesta es: ¡Quinientos dólares! Por ese precio, espero que sea una belleza, le advierto.

  En espera del encuentro, salgo del hotel para zampar algo más y que así el servicio no me recuerde como el tío capaz de comerse un carrito del buffet. Me he acostumbrado a hacer este tipo de cosas de forma instintiva, como cambiar de restaurante para dividir mis copiosos almuerzos y no llamar una innecesaria atención sobre mí.

  Después, vegeto en mi habitación, solazándome con el recuerdo de la preciosa motera india con la que nos topamos Jolie y yo en el callejón trasero del club de strip tease “Tierra Maya”. De nuevo, me hago el ferviente propósito de volverla a ver con más tiempo. A las cinco, me ducho y me afeito tanto la barba como la cabeza. También repaso las axilas, el tórax y el pubis. ¿Qué queréis que os diga? Me he vuelto un poco metro sexual con mi aspecto, ya que no estoy acostumbrado a todo ese vello que crece en los machos humanos. Me enfundo en el albornoz del hotel y me sirvo una botellita del minibar. Unos pocos minutos después, una suave llamada a la puerta me hace sonreír.

         ---Hola, preciosa –le digo a la morenita que me encuentro al abrir la puerta.

  Además de preciosa es muy joven; apostaría a que ni siquiera ha cumplido los dieciocho. Tiene el pelo muy negro –seguramente teñido –y cortado en melenita a la altura de su mandíbula. El cabello se adhiere perfectamente al perfecto óvalo de su rostro, en el cual resaltan unos imponentes ojos azules y la sombra de unas pecas bajo el maquillaje.

         ---Hola –responde ella. -- ¿Señor Portos?

         ---Sí, pasa, por favor –le digo, echándome a un lado.

  La chica viste modosamente comparada con la fauna que hay en el barrio de putas. Seguramente, la han aconsejado hacerlo así para venir a un hotel de la categoría que tiene este. Sin embargo, se adivina que tiene un bonito cuerpo y una elegancia innata.

         ---Llámame Jack. ¿Quieres beber algo? –le pregunto.

         ---Sí, gracias. Tomaré un refresco, Jack –me contesta con un fuerte acento eslavo. Sin duda, aun debe pensar en su idioma natal y después traducir la frase al inglés.

  Le sirvo un vaso con hielo y un refresco de naranja. Mientras ella lo escancia, pongo el montante de su tarifa en metálico sobre el comodín.

         --- ¿Cómo puedo llamarte? –le pregunto.

         ---Oh, lo siento… me llamo Davina –se aturrulla durante un segundo.

         ---Davina… un nombre poco común.

         ---Es de mi país… Moldavia. Es un nombre antiguo que se utiliza poco ahora… era nombre de mi abuela.

         ---Comprendo. ¿Quieres ducharte o algo?

         ---No… ya preparada de casa –me sonríe, sin duda sorprendida por mi cortesía y por no haberla arrastrado ya hasta la cama.

         ---Así que eres de Moldavia… ¿De qué parte? ¿Tienes familia aquí?

  Noto que se envara. No hay duda que la han advertido sobre ciertas preguntas.

         ---Pequeño pueblo al este de Comrat, al sur de país… pero yo aquí como estudiante, Jack…

  Ya. Como si hubiera un Princeton en Biloxi, vamos. Necesito ganarme su confianza o bien interrogarla agresivamente. La segunda opción no habría más que delatarme. Tengo tiempo para jugar con ella…

  Sé que Davina estará bajo la supervisión de un chulo o de una celestina, pero las chicas hablan entre ellas y, en su caso, el tema de conversación suele versar sobre el cabrón que las ha engañado. Hay una posibilidad que conozcan su guarida, o de alguien que sepa de ella. También puedo intentar sonsacarle las costumbres y obsesiones del armenio, o alguna debilidad, puestos a pedir. La mente de un criminal pagado de sí mismo desconfía de aquellos que pueden dañarle, no de los que ya tiene esclavizados, y esos escuchan muchas cosas…

  Desanudo el albornoz, dejándolo caer al suelo sin aviso. Los ojos de la chica se agrandan al contemplar mi desnudez. Realmente, no parece habituada a las maneras masculinas. Me tumbo lánguidamente sobre la gran cama, cuyas vestiduras ya he apartado antes. Intento adivinar el tiempo que lleva Davina dedicada a esta obligada profesión. Según su nivel del idioma, no demasiado. La habrán entrenado en el sexo a base de violaciones y obligaciones. Sus clientes, hasta ahora, han debido ser brutales y autoritarios, justo lo que la chica necesitaba para someterse. Así que decido ser de lo más dulce y tierno para romper sus esquemas.

  Me incorporo y me siento en un lateral de la cama, posando la planta de los pies sobre la alfombra, y le hago una seña para que se acerque. Davina se esfuerza en sonreír al hacerlo, plantándose ante mí, sin saber muy bien qué es lo que quiero. Levanto mis manos y empiezo a desabrochar la blusa de satén zafiro que lleva puesta; todo con mucho tiento y calma. Ella intenta no mirarme pero sus ojos topan cada vez con mi desnudo sexo, lo que le hace levantar la mirada prontamente. Procuro mostrar indiferencia ante tal gesto y no reírme. La blusa deja paso a una bonita y liviana combinación íntima que, al mismo tiempo, sirve de forro para la falda tubular. Debajo de la casi transparente prenda interior, se revela un sujetador de encaje en tono marfil que aprisiona unos pequeños pero puntiagudos senos. Me reafirmo en mi convicción… Davina no es mayor de edad.

  Hago descender mis manos por sus esbeltos flancos, acariciándola suavemente por encima de la combinación, y la noto estremecerse. No sé si son cosquillas u otra cosa, pero es un comienzo. Mis dedos contonean su cintura, se deslizan sobre sus estrechas caderas, y bajan a lo largo de sus ocultos muslos. Toco carne desnuda en sus corvas y acaricio sus finas pantorrillas. Tiene piernas largas y bien definidas; podría ser modelo si le dieran la oportunidad. Cuando asciendo mis manos piernas arriba, detecto un nuevo temblor.

  Cuelo mis dedos bajo su falda, aprovechando la corta raja que lleva atrás. Acaricio levemente la parte posterior de los muslos, comprobando la tibieza de su piel. Vuelvo a sacar las manos para desprender el corchete de la cintura de la falda y deslizar la prenda por sus piernas mientras que la miro a los ojos. Estos parecen haberse enturbiado y un sutil rubor pinta sus carrillos. La braguita, apenas tapada por la etérea combinación, es diminuta y toda una filigrana de cordón trenzado que desaparece entre sus nalgas. Lentamente, la ayuda a descalzarse y quedar sobre la mullida alfombra. Solo entonces bajo los finos tirantes de la combinación para dejarla seguir el mismo camino que la falda. Davina hace intención de subir los brazos y tapar su pecho, pero parece darse cuenta de su impulso y se queda quieta. Su respiración es profunda y sonora, indicando su tensión.

         ---Ahora te toca a ti quitarte lo que queda –le digo en un susurro.

  Davina lleva sus manos a la espalda, buscando el cierre del sostén.

         ---Despacio –le recuerdo y ella asiente débilmente.

  Deja caer el sujetador un poco, una vez abierto el cierre, lo justo para enseñar unos deliciosos pezones de oscuras areolas. El rubor de sus mejillas aumenta un poco. El sujetador queda a sus pies y el índice y corazón de cada mano se posan sobre las cúspides de sus pechitos con un casual e instintivo movimiento para cubrirlos. Alzo una mano y aparto las suyas con delicadeza. Posee unos senos perfectos que armonizan con la delgada estructura de su cuerpo. Un reguero de pecas salpica el espacio entre las mamas.

         ---Eres toda una belleza –la alabo, mirándola de nuevo a los ojos.

         ---Gracias –musita y creo que es sincera.

         ---Esa braguita, por favor… quiero vislumbrar la pieza clave.

  Se baja la prenda íntima con un gesto decidido esta vez, deslizando el fino cordón de la cinturilla caderas abajo y deteniéndose antes de mostrar el inicio de la vulva, algo inclinada hacia delante. En ese momento, si que me parece una niña indefensa, sorprendida en un acto íntimo. Creo que se lo piensa mejor y continúa con su movimiento, bajando la braguita a lo largo de sus piernas y despojándose totalmente de ella.

  Con arrojo, me muestra el pubis completamente rasurado y unos labios mayores bien definidos y abultados, lo que me hace pensar que Davina puede estar más dispuesta de lo que creo.

         ---Quédate así… déjame adorar tu belleza –le digo con voz profunda, cargada de deseo.

  Levanto mis manos hasta posarlas delicadamente sobre el nacimiento de los pectorales, casi bajo las axilas, y aprieto suavemente los jóvenes músculos, contorneando la tibia grasa de la mama, deleitándome en la ascensión de su tersa piel hasta el promontorio del invertido pezón. Davina posee unos de esos pezones que comparten muchas chicas adolescentes y púberes, de los llamados “cabeza de avestruz”, ya que están vueltos hacia el interior de la aréola. Pellizco dulcemente las areolas, notando cómo se marcan sus bordes y se encrespan los diminutos granitos de las glándulas sebáceas. Tras un minuto de sobeo, los pezones asoman, ganando en firmeza. Tironeo de ellos con procacidad y travesura, sin apartar mis ojos de los de Davina. Estos se nublan aun más, volviéndose acuosos. Sus mejillas se han puesto encarnadas y sus labios se han entreabierto. Sin duda, lo que exudo con las mujeres ha hecho mella en ella también.

  Desciendo el índice derecho a lo largo de su firme vientre, contorneando un profundo y delicioso ombligo, y dibujo arabescos sobre la pelvis.

         ---Ábrete un poco –susurro y ella me obedece al momento, separando sus muslos unos centímetros.

  Muevo de nuevo el índice, acariciando la vulva con placer, pellizcando con dulzura la tibia carne sobre sus abductores y, finalmente, separo con un dedo de cada mano los labios menores, revelando una rosada vagina semejante a una bella y aromática flor.

         --- ¿Estás preparada? –le pregunto y ella asiente en silencio.

  Lleno mi lengua de saliva y la saco de mi boca, goteante como algo libidinoso, para llevarla lentamente hasta su expuesto coñito. Humedezco su clítoris para descargar el resto de saliva que porta en la entrada de su vagina. He sentido su tercer estremecimiento y eso me asegura que voy por muy buen camino.

  Mi índice toma el relevo de la lengua, embadurnándolo de saliva antes de internarlo en la profundidad vaginal, arrancándole a la chica un gemido quejumbroso. Es como hundirlo en caliente crema pastelera. El interior de su sexo es ardiente y húmedo, predispuesto a acogerme cuando me plazca, pero decido trabajarlo un poco con la lengua.

  Devoro ese coño moldavo con ansia famélica, succionando con fuerza un creciente clítoris. Mi lengua se hunde expertamente en su sexo, degustando el fluido que mana como miel de su interior. Torturo nuevamente el externo órgano del placer femenino con labios y dientes, consiguiendo que la joven criatura apoye una mano sobre mi pelada cabeza y me acaricie trémulamente la nuca.

  Davina ha cerrado los ojos y sus caderas se balancean suavemente siguiendo las pautas de mi lengua mientras reveladores gemidos surgen de su boca. Cuando introduzco de nuevo un dedo en su sexo cada vez más tórrido, se abraza con ambas manos a mi nuca y eleva la pelvis. Se corre casi en silencio, con dos geniales espasmos que pegan su pubis a mi nariz.

  Se abandona en mis brazos y la tumbo suavemente sobre la cama. Se me queda mirando, sin saber qué hacer o decir. Creo que es la primera vez que uno de sus clientes la ha hecho correrse de entrada. Le tomo una mano, conduciéndola hasta mis genitales y, después, paso mi brazo por sus hombros, acercándola a mí. Se queda pegada a mi costado, su cabeza apoyada sobre mi pecho, y manosea con curiosidad mi miembro con su mano derecha.

  No es la primera vez que ha pajeado a un hombre, pero quizás sea la primera que lo ha hecho con gusto. Su pulgar aprieta el glande con ternura, dejando que sus otros dedos y parte de la palma se llenen de líquido seminal. Le alzo la barbilla para besarla en la boca. No tarda en atrapar mi lengua con sus labios; otro indicio de que lleva poco tiempo en el oficio. Las putas no besan a sus clientes…

  Nos besamos largamente, iniciando diversos juegos bucales; mientras tanto, su mano no deja de menearme suavemente la polla.

         ---Ven… siéntate sobre mí –le indico.

  Lo hace con prontitud, dándome la espalda y apoyando las palmas de sus manos sobre mi pecho. Toda una postura del más clásico porno. La penetro lentamente, aferrando sus caderas con autoridad. Me cuesta un poco adentrarme en ella. Es estrecha para un calibre como el mío, pero parece dispuesta y ansiosa, gimiendo como un cachorrito abandonado.

  Al enfundar algo más de medio miembro en su sexo, la chica se queda sin aliento durante unos segundos. Una de sus manos me pellizca el pezón con nerviosismo. Comienzo a follarla lentamente, abriéndome paso en su vagina, poco a poco. Con un suspiro, se recuesta sobre mi tórax y aprovecho para aferrar sus pechitos a consciencia.

         ---Parece que esto te gusta, ¿eh? –le susurro al oído y ella solo contesta con otro gemido. –No soy como los demás, Davina… sé que lo notas. Conmigo vas a gozar y estarás segura…

  No sé si me cree o siquiera si me ha entendido. Su mano ha bajado hasta su entrepierna y acaricia el tallo de mi miembro que sobra en su coño, así como mis testículos. Pasa de mi falo a su clítoris con ritmo y vuelta a cambiar. Ruedo con ella sobre la cama, quedando encima. Me arrodillo y levando sus caderas de un tirón, afirmándola a cuatro patas. Cuando empiezo a machacar, lanza un largo quejido absolutamente auténtico. Con un reniego, desenfundo mi polla y me corro sobre sus pequeñas nalgas, dejando varios sórdidos regueros. La escucho jadear cuando me dejo caer sobre ella, abrazándola.

         ---Límpiamela –le digo al dejarla salir de debajo de mí. –Con la lengua, Davina…

  Se mete mi polla en la boca y la succiona tan suavemente como si temiera desarmarla, pero se asegura que quede limpia de semen. La dejo que vaya al baño y se quite el esperma de los glúteos. Me sonríe al volver y verme palmear la cama a mi lado, indicándole que se tumbe.

         ---Quiero que me cuentes cosas de ti –musito al besar su mejilla.

  Ella me mira a la cara durante unos segundos y acaba decidiéndose.

         ---Nací en Tenuska-Dana, un pueblecito de Moldavia cercano a la frontera con Ucrania. Tengo dieciséis años…

         --- ¿Dieciséis? –mi pregunta es una afirmación de mi sospecha. -- ¿Eres musulmana?

  Niega con la cabeza pero enrojece, como si reconociera que lo que hace en mi cama no está bien.

         ---Mi familia es cristiana ortodoxa –responde finalmente.

         --- ¿Y tú?

         ---No quiero pensar en eso… ahora no soy nada… --contesta utilizando el rumano.

  Puedo sentir la tristeza en sus palabras pero yo no soy bueno apiadándome.

         --- ¿Cómo llegaste a este país?

         ---Le dijeron a mi familia que iba a casarme con un moldavo viudo que vivía en Estados Unidos y le dieron un adelanto de la dote a mi padre –me cuenta, siguiendo con el rumano. –Mi familia es pobre y soy una de las hijas de mediana edad… así que aceptaron, esperando recibir más dinero al enviarme aquí –las lágrimas afloran a sus ojos y me coge de la mano. –Estuve a punto de quitarme la vida al comprender que nos habían engañado y que pensaban venderme. Sin embargo, el suicidio es pecado y decidí ser mártir…

         ---Pero… no te han vendido, ¿no?

         ---No. Hamilla, la mujer que nos educa, supo leer mis intenciones y desaconsejó mi venta. Podía hacer daño al cliente y eso sería malo para la reputación del jefe. Así que me violaron muchas veces y me obligan a prostituirme…

         --- ¿Conoces al jefe?

         ---No lo he visto nunca. No viene por la casa en la que nos retienen, pero su nombre se comenta entre las chicas…

  Me muevo, situándome sobre ella casi por sorpresa, pero me acoge instintivamente, abriéndose de piernas. La miro a los ojos.

         --- ¿Quieres decirme su nombre, princesa?

  Ella sonríe al escuchar el apelativo y asiente. Sus ojos chispean.

         ---Es Dikan Moushian, el armenio.

         ---Sí, también he escuchado hablar de él.

         ---Dicen que es el diablo y hace desaparecer cualquier chica que se vaya de la lengua.

         ---No tendrás problemas conmigo, te lo aseguro.

         ---Gracias –susurra ella, echándome los brazos al cuello. –Me gustaste al momento de abrir la puerta. Pensé que eras diferente…

         ---Y lo soy, Davina. Ahora, ábrete un poco más… que voy a follarte de nuevo.

         ---Oooohh… ¿de verás?

         --- ¿Crees que desaprovecharía una ocasión como esta con una chica de tu belleza?

  Se muerde el labio inferior y entrecierra los ojos. No sé si es por el piropo o por el pollazo que le meto, pero siento sus talones enlazarse a mi cintura a medida que incremento el movimiento de coito. Su bonita y húmeda boca se entreabre, pidiendo algo que sorber o besar, así que introduzco mi lengua, buscando la suya. Parece ronronear cuando la atrapa. Me excita el entusiasmo que demuestra ahora. Estoy totalmente seguro que lo ha pasado mal, tan joven y separada de su familia, prácticamente raptada y usada.

         --- ¿Estás bien? ¿Te hago daño? –le pregunto, alzándome sobre mis manos y mirándola. Está gimiendo de forma incontrolada.

         ---No… no, Jack… ¡Por Dios! Nadie había tenido tanta ternura conmigo –me confiesa y lame uno de mis pezones para evitar mirarme y mostrar sus lágrimas.

  Incremento un poco más los embistes, llevándola a un misionero apasionado y salvaje. Ya no puede mantener los pies cruzados a mi espalda y deja las piernas abiertas y flexionadas sobre el colchón. Las uñas de sus manos arañan mis hombros con ardor. Levanta su rostro para enterrarlo en el hueco de mi cuello. Aun así, escucho sus ahogadas palabras:

         ---Oooohh… padre… perdóname por pecar tan a gusto con este hombre…

  Y se corre largamente, entre bufidos y espasmo, veinte segundos antes que la riegue interiormente. Me da muchos besitos en los labios y en la cara mientras eyaculo en ella, como si quisiera premiarme. Se acurruca contra mí, gozando de un momento íntimo y especial para ella. La muerdo traviesamente en un hombro, lo que la hace reír y retorcerse.

         ---Anda… ¿por qué no traes un Bourbon con hielo para mí y otro refresco para ti? No sé, a lo mejor quieres algo más fuerte…

         ---Un refresco estará bien –me sonríe y se baja de la cama, gloriosamente desnuda. Parece que ya no siente el pudor que mostró al principio de la tarde.

         ---A ver, bella Davina –le digo, aceptando el vaso medio de whisky de Tennessee –quiero que me cuentes todo lo que sabes sobre Moushian y, a cambio, te prometo que este martirio terminará.

         --- ¿Puedes hacer eso?

         ---Pudo hacerlo –le digo, mirándola muy serio. -- ¿Dónde puedo encontrarle?

                                      * * * * * * * * * *

 

 

 

 

Con razón Moushian es tan difícil de encontrar. Primero, no dispone de una dirección fija; no tiene una mansión al uso de los mafiosos italianos, por ejemplo. Según Davina, suele cambiar de apartamento cada cuarenta días, evidentemente alquilados. También se queda a dormir muchas noches en los locales que usa como tapadera. Segundo, solo su círculo personal sabe de sus movimientos. Estos íntimos allegados les son muy fieles ya que todos ellos son familiares de Dikan, familiares directos que le deben totalmente su nueva vida maravillosa en Estados Unidos. Las compañeras de Davina comentan que uno del círculo es el hermano menor de Dikan y los demás primos hermanos.

  Por supuesto, Davinia no conocía el paradero exacto del capo armenio, pero sí conocía el apartamento de uno de los primos, el cual fue el encargado de entrenarla en el sexo. Davina había sido llevada varias veces a casa del susodicho primo a la fuerza. Así que he decidido que ese va a ser un buen sitio por el que empezar. Davina también me puso al tanto del habitual pasatiempos del “boss”: el juego, concretamente el póquer. Al parecer, se comenta que Moushian gusta de celebrar grandes partidas de póquer, a las que suele invitar a algunos socios que se enriquecen junto a él y, como no, a los ilustres miembros de su círculo personal.

  Hace una hora que atrapé a Bosham Sathek en el apartamento que me indicó Davina. Este primo hermano de Dikan se encontraba gozando de una rubia oxigenada en la cama cuando le apoyé el silenciador de la Sig-Sauer en una nalga, haciéndole pegar un brinco casi cómico. Sin quitarme el pasamontañas que me he decidido a utilizar, esposé al armenio al cabecero de la cama mientras maniataba a la rubia desnuda a un pesado butacón. Después de eso, me empleé a fondo en el primo. La rubia desorbitó los ojos cuando empezó a saltar la sangre. La miré de reojo en el momento en que Boshom empezaba a cantar y no sabría decir si estaba aterrorizada o gozando. Tengo que confesar que a veces no distingo bien las expresiones humanas para ambas emociones. Son demasiado parecidas.

  Finalmente, conseguí la dirección de la partida de póquer de esta noche. Así mismo, Boshom me informó de cuánta seguridad habría y quienes se sentarían a la mesa. Para agradecer toda esa información, le metí una bala en la cabeza al armenio, más que nada para que dejara de sufrir en esa piscina de sangre que se había convertido la cama. A la rubia la dejé atada y amordazada, aunque le echó el cobertor de la cama por encima para que no se enfriase. Uno tiene sus momentos, joder.

  El lugar en cuestión es la trasera de una lavandería, escrupulosamente regentada por una familia de compatriotas armenios (de cara al público claro). Echo un vistazo desde detrás de unos contenedores de basura que se encuentran en una pequeña explanada de tierra batida, a la que se abre la puerta de carga del almacén de la lavandería. Veo dos coches grandes y caros y una camioneta. También distingo a los dos tipos que hacen guardia al lado de la gran puerta de chapa ondulada. Están fumando y charlando despreocupadamente.

  La noche es serena y clara, diferente a las brumas que invaden Nueva Orleans en esta época del año. Biloxi no está lejos, apenas unas cien millas de mi ciudad, pero el clima es diferente al no estar en el delta del río. La verdad es que echo de menos mi terruño en la Tierra cada vez que salgo de Nueva Orleans. En eso, Jack era bastante nostálgico y parece que lo he heredado.

  El edificio de la lavandería no es más que una pequeña nave industrial con un primer piso que la familia de Armenia utiliza como vivienda. Se encuentra cerca de la línea portuaria y está flanqueado por otras naves de parecidas características. Concretamente, un almacén de artículos importados y un taller mecánico.

  Inspiro profundamente un par de veces y me coloco bien el pasamontañas. La vibración natural de mi cuerpo me enmascara ante las cámaras, pero no a los ojos de los posibles testigos. Mi plan es sencillo: ir deshaciéndome de todo aquel que se ponga en medio hasta llegar a Moushian. Espero hacerlo en silencio pero vengo preparado para lo que sea. Según Bosham, su primo se mueve siempre con seis hombres para protegerle. Dos en la puerta por lo que puedo ver; supongo que habrá otros dos en la lavandería y los restantes estarán en el lugar de la partida. Claro que a eso hay que sumarle los jugadores y, posiblemente, alguna compañía femenina.

  Davina me comentó de las habladurías sobre Moushian, de la forma que tiene de incriminarse muy personalmente en las vendettas. Ya lo había leído en el informe sobre Nadiuska: aunque no se podía probar nada, se le atribuían varios sangrientas ejecuciones. Espero contar con la sorpresa y con lo que sea que consiga de las últimas dos mariposas que me he zampado media hora atrás.

  Salgo de detrás de los contenedores de basura y avanzo directamente hacia los hombres de la entrada trasera. Ocupados en su charla, me ven demasiado tarde. Estoy casi encima de ellos cuando me increpan y echan mano a sus armas ocultas bajo sus prendas.

  ¡Pfffuuit! ¡Pfffuuit!

  Dos rápidos, precisos y apagados disparos se ocupan de ellos. Ni siquiera me entretengo en ocultar sus cuerpos. No pasa nadie por aquel descampado. La gran puerta de carga, de ondulada chapa, está bajada pero la puertecita de al lado está entreabierta, seguramente para dejar acceso a los guardias sin tener que armar el escándalo de subir y bajar el portón. Me cuelo al interior, andando muy cauto y preparado para disparar de nuevo. El almacén está en penumbras, solamente iluminado por dos luces de emergencia, una sobre el portón, la otra en una alejada pared. A mi izquierda, una rendija iluminada a ras de suelo me indica que hay una puerta. Al acercarme, puedo escuchar voces y risas. Debe de ser el lugar de juego.

  La puerta abre hacia mí y arriesgo una mirada, entreabriéndola unos centímetros. Las voces son más nítidas ahora; hasta entiendo un jocoso comentario, pero no puedo ver la mesa de juego. La habitación hace un recodo a la izquierda, que es la zona de dónde proceden las voces. Sin embargo, desde mi posición, sí puedo ver un gorila con medio trasero apoyado en un alto taburete. Se encuentra muy pendiente del culo de la chica que está a su lado, sirviéndose una copa de la mesa llena de bebidas apoyada contra la pared.

  Espero que la chica regrese a su puesto –seguramente al lado de uno de los jugadores –para introducir una mano enguantada por la rendija de la puerta y llamar la atención del matón. Este pone un gesto de extrañeza al ver la mano que le llama –no le dejo ver mi rostro, por supuesto –pero no parece alarmarse. Sin duda, cree que se trata de uno de sus compañeros de fuera que no quiere entrar para que el jefe no le vea. La paranoia de Moushian es la que me ha hecho decidirme a dar este paso. El hecho es que sale bien. El gorila lanza una mirada hacia el oculto lugar de los jugadores y se levanta del taburete, acercándose a mi puerta. Me echo a un lado para que pueda abrirla y le hundo el silenciador en el costado cuando cruza el umbral. El disparo es completamente amortiguado por su cuerpo y el sujeto se derrumba en mis brazos. Lo arrastro hacia un oscuro rincón del almacén y, solo entonces, decido ver los jugadores más de cerca.

  Con la espalda pegada a la pared, avanzo hasta la esquina. Despacio, asomando solo un ojo, echo un vistazo. Debe de ser la trastienda de la lavandería porque la redonda mesa de juego está situada entre filas de percheros de las que pende ropa embolsada en plástico. Detrás de la mesa, hay una pared medio cubierta de sacas de lona, seguramente ropa sucia.

  Hay cinco hombres a la mesa, dos de ellos acompañados de bonitas chicas que se apoyan en sus hombros con familiaridad. Uno de ellos es Dikan Moushian. Rubio, corpulento, y con cara de sádico. Inconfundible. La chica que está a su lado tiene una expresión seria que me hace pensar que preferiría estar en otro sitio esta noche. Frente a Moushian, se sienta un anciano –también caucásico –de pelo totalmente blanco. Parece estar ganando ya que se ríe mucho y su mano derecha no deja de sobar el culito de la pelirroja que está de pie a su lado. Sin duda, debe de ser el socio del armenio. Los otros tres jugadores son del estilo de Moushian, incluso dos de ellos se le parecen bastante. El círculo personal… fijo.

  Entre las perchas, hay otro matón, más pendiente de su móvil que de su jefe. Sobre la mesa hay cartas, fichas, vasos y ceniceros repletos de colillas, pero no hay armas. Doy un paso al descubierto, apuntando directamente al matón entre los percheros. Uno de los segundos de Moushian –el que está sentado frente a mí –, levanta los ojos al percibir mi movimiento. Disparo dos veces al gorila, asegurándome, e, inmediatamente, encaro al hombre íntimo del capo armenio, que ya se está poniendo en pie. Las chicas empiezan a gritar cuando el tipo sale disparado hacia atrás con la cabeza reventada por una bala.

  Moushian y sus dos acólitos se ponen en pie. El armenio toma a la asustada chica de su lado como escudo humano mientras ordena a sus familiares que me acribillen. Pero yo llevo ventaja en el movimiento y mi determinación está tomada, sin estar influenciado por el hándicap de la sorpresa. Incluso me doy perfecta cuenta de la calma que me invade en ese momento; una calma que no es natural. Debería estar acelerado por la adrenalina y la tensión, pero me siento totalmente relajado y con la mente fría y serena. ¿Se deberá esto a las mariposas pecado?

  Disparo al tipo de la izquierda de Moushian, el que más se le parece de todos ellos, y contemplo como su mandíbula inferior desaparece en medio de un surtidor de sangre. El capo chilla como un cerdo, no sé si furioso o asustado. Siento la bala peinarme la cabeza. El otro pistolero ha fallado su disparo, seguramente debido a los nervios. Yo no fallo.

  La chica que estaba al lado del anciano sale corriendo, saltando por encima del cadáver del matón del móvil, y se escapa por una puerta que no he visto. Lógicamente, debe de llevar a la parte frontal de la lavandería. En todo el follón, solo ha sonado un disparo, el que ha hecho el matón hacía mí, pero ahora esa chica informará de mi presencia a los dos matones restantes, suponiendo que no hayan más efectivos. Debo darme prisa.

  No dejo de apuntar a Moushian, quien me mira con furia, parapetado tras la asustada chica. Pero tampoco le quito el ojo al anciano, quien sigue sentado, pálido como un muerto.

         --- ¿Quién eres? ¿Qué quieres? –me pregunta el armenio, queriendo ganar tiempo.

         ---Información –contesto avanzando hasta ponerme al lado del anciano.

  Rápidamente, le golpeo con la culata del arma en la sien y se derrumba como un saco puesto en pie. Podría haberle matado pero no sé quién es y puedo meter la pata. Así no molestará. Pillado por sorpresa, Dikan Moushian no ha reaccionado a mi movimiento y me encuentro de nuevo apuntándole. Solo nos separa la mesa. Mi mano izquierda tantea el correaje de mi flanco derecho, liberando la Uzi que cuelga bajo mi chaqueta de cuero. Mantengo el rabillo del ojo clavado en la maldita puerta.

         --- ¿Qué información? –me pregunta de nuevo el capo, intentando distraerme, pero no caigo en la treta.

  Intuyo que no va armado, sino ya habría sacado un arma para amenazarme, pero sabe lo que van a hacer los hombres que le quedan. La puerta se abre violentamente y asoma un tipo disparando precipitadamente. Le clavo dos tiros en el pecho y entonces saco la Uzi al descubierto. Siembro el quicio de la puerta de balas y escucho los gritos que esperaba. Eran más de uno y los he cazado a contrapié, en pleno asalto.

  Me muevo de perfil hacia la puerta, la Uzi ahora apuntando a Moushian, la Sig-Sauer encarada al vano. Echo un rápido vistazo. Dos tipos con el logo de la lavandería en sus camisetas yacen en el suelo, aun aferrados a sus escopetas recortadas. El otro matón trata de alejarse reptando. Le meto un tiro en la nuca con el arma con silenciador. Debo cambiar el cargador ya; no sé cuántas balas quedan…

  La lavandería ha quedado en silencio, lo que me tranquiliza. Vigilando al mafioso desde la puerta, cuelgo la Uzi del correaje y, después, de forma veloz y precisa, expulso el cargador de la semiautomática y lo reemplazo con uno nuevo. Moushian reniega por no haber aprovechado la ocasión.

         ---Suéltala. Nos vamos, tú y yo –le digo.

         --- ¿Dónde?

         ---A un sitio tranquilo. Deja que se marche.

         ---No.

         ---Si crees que no puedo acertarte en una rodilla o en un pie desde aquí, vas listo. Te puedo arrastrar fácilmente hasta uno de esos coches que hay fuera. Así que tú eliges… por las buenas o por las malas.

  Suspira hondamente y aparta sus manos de la trémula chica, la cual no tarda en salir corriendo, hecha un mar de lágrimas, y desaparecer. Me acerco al mafioso, indicándole que se mueva hacia el almacén. A mis pies, el lugarteniente al que le he arrancado la mandíbula de un tiro, rebulle despertando. Le saco de la miseria que le espera sin vacilar. El sonido del silenciador hace brincar a Moushian, que se gira demudado hacia mí.

         --- ¡¡NOOOOO!! –aúlla, escupiéndome saliva a la cara. -- ¡Es mi hermano!

  Me encojo de hombros y le doy un empujón para que se mueva.

         ---Gajes del oficio –mascullo.

  Decide cargar contra mí, como la fiera acorralada que es. Es fuerte y corpulento, podría darme problemas si le dejara. Pero soy más rápido que él. Le aplasto la nariz con el cañón del arma y, al mismo tiempo, le pateo una rodilla. Se desploma en el suelo y comienza a sollozar, seguramente de rabia e impotencia. Lo pongo en pie, atrapándole de los rubios cabellos y lo llevo cojeando hasta uno de los coches. A lo lejos, suenan sirenas. Debemos irnos.

  Como es habitual en la mayoría de delincuentes, las llaves están puestas en el contacto del vehículo que elijo, en previsión de una rápida huida. Pienso en mi coche, aparcado lejos, frente a la costa. Ya tenía previsto este paso. Tras meter a Moushian en el asiento trasero y encadenarle con las esposas al tirador de la puerta contraria a la del conductor, me pongo al volante. Desciendo paralelamente al puerto, en dirección contraria a las sirenas policiales, hasta encontrarme con el viejo malecón. Mi coche está aparcado cerca de allí.

  Aprovechando la poderosa tracción del vehículo, corto por lo sano y me salgo de la carretera, descendiendo por un talud que nos separa de la grava de la mal llamada playa. No tardo en ocultar el coche tras las grandes rocas del malecón. La iluminación del cuadro de mandos me permite ver la salvaje mueca del armenio, que no deja de tironear de las esposas. No está dispuesto a colaborar y yo no dispongo de tiempo.

  Aprovecho que levanta la mano para restañar la sangre que resbala desde su nariz para volarle el codo de un preciso disparo. La bala se hunde en el tapizado de cuero del asiento, salpicándolo de sangre y esquirlas de hueso y cartílago. El alarido retumba en el interior del vehículo y Moushian se sacude como un esquizofrénico, tránsito de dolor. Se dice que un tiro en las tripas duele un montón, pero es mortal y poco preciso. Si agujereas algún órgano, el tipo se muere, desangrado internamente. Destrozarle un codo produce que la más mínima vibración del brazo o del torso envíe respuesta inmediata al centro del dolor del cerebro. Mucho más limpio y efectivo.

         --- ¡Estás loco! –exclama a través de sus dientes crispados. Su mirada es enloquecida.

         ---Sé cómo piensan los hombres como tú. No vas a ceder, ni vas a responder a mis preguntas –le digo con lentitud y claridad, para que me comprenda bien. –Así que estoy dispuesto a saltarme todo ese proceso tedioso y sucio, e ir directamente a la verdadera amenaza efectiva. Te quedan tres articulaciones importantes y muy dolorosas, lo cual te dejará lisiado para siempre. También puedo seguir con tobillos, hombros, costillas… nada de ello mortal, por supuesto… no me pagan por matarte, solo información…

  Moushian respira hondamente, intentando controlar el dolor, y musita:

         --- ¿Qué tipo de información?

         ---Verás tú… mi patrón quiere saber qué tipo de relación tiene Massui Odonjawa contigo –le pregunto, haciéndole creer que soy un mandado.

  El armenio me mira y empieza a reírse débilmente. El pasamontañas que aun llevo puesto impide que Dikan pueda ver mi expresión de confusión.

         --- ¿Qué te hace gracia? Siempre puedo meterte otro tiro para reírnos juntos, capullo.

         --- ¿Vas tras Odonjawa? No sabes dónde te estás metiendo…

         ---Bueno, estoy esperando a que tú me lo digas, encanto.

         ---Vale, vale. Da lo mismo, estoy hablando con un muerto –suelta otra risita, como si sintiera lástima de mí. –Hace cinco años, Odonjawa vino a verme y proponerme una especie de alianza para iniciar una lucrativa red de tráfico de personas. Me ofreció utilizar varios contactos que había generado en su legal empresa de importación. Él se quedaría un pequeño porcentaje y el resto sería para mí. Al principio, no me fié mucho porque no comprendía dónde estaba el truco, o sea, los beneficios para él. Odonjawa ponía los contactos y las rutas, arreglaba los sobornos, y yo solo debía poner el transporte. Podría exigir tranquilamente la mitad de las ganancias; sin embargo, solo se llevaba el veinte por ciento.

         ---No me parece que el japonés sea un idiota –mascullo mientras contemplo cómo se hace un torniquete bajo el bíceps con su propio cinturón.

         ---Y no lo es. Tardé un poco en descubrir qué pretendía realmente. Mi socio necesitaba una ruta segura y encubierta para entrar y salir del país, sin pasar ningún control. Y aseguró esas rutas mediante el tráfico de ilegales…

         ---Comprendo.

         ---En cada viaje, me pedía que llevara o trajera algunas personas ocultas entre el especial pasaje o camufladas entre la tripulación, pero nunca más de seis individuos. Muchas veces le traía chicas jóvenes desde Taiwan, Korea, o Tailandia. Otras veces eran hombres silenciosos y duros. Las chicas eran de nacionalidad china o de algunos de los países satélites, pero los hombres eran todos japoneses, aunque no se les recogía en ningún puerto nipón, siempre en el extranjero. Al final comprendí que Odonjawa pertenecía a la Yakuza y que estaba instalándose en la costa sur de Estados Unidos, con total discreción. Estructuraba su casa, compuesta por gente ajena totalmente al sistema de justicia… fantasmas…

         ---La yakuza, eh –esa era una de las posibilidades que Jolie y yo barajamos.

         ---Yo estaba satisfecho con el trato, en verdad. Podía traer mujeres de países del este, de forma fácil al contar con los sobornos de los japos, pero, últimamente, Odonjawa pide más, mucho más… Más chicas, más hombres y también diversos cargamentos que podrían hacer peligrar los viajes –jadea el armenio, recostándose con fatiga contra el reposacabezas.

         --- ¿Qué tipo de cargamentos?

         ---No lo sé. Los cajones están sellados y vigilados. Rezan como componentes de maquinaria industrial pero sospecho que son armas…

         ---Ya. La Yakuza es intocable, ¿verdad?

  Hace una mueca de dolor como asentimiento.

         ---Es un japo con una suerte enorme. Nadie parece fijarse en sus manejos… ni la poli ni aduanas… ni siquiera el fisco… no puede tenerlos a todos comprados, maldita sea –masculla el capo.

  “No, no puede. Lo que sí dispone es del incienso kitsune ese que le hace invisible como extranjero. Muy listo”, me digo.

         --- Es todo lo que puedo decirte sobre Odonjawa. ¿Qué vas a hacer conmigo?

         ---Déjame tu teléfono, amigo, y llame a mi jefe. Él decidirá…

  Mordiéndose el labio por el dolor, usa su mano aprisionada y sana para sacar a duras penas el móvil de su bolsillo y pasármelo. Marco el número de Emergencias.

         ---Escúcheme bien. Hay varias chicas raptadas en la calle Ewerdess en el número 380 –es la dirección que me dio Davina antes de marcharse. –están retenidas por hombres de Dikan Moushian, un peligroso criminal armenio en Biloxi.

  El capo me increpa desde su asiento, insultándome. Por otra parte, el operador de Emergencias se está poniendo pesado pidiendo mis datos,

         ---No le voy a dar mi nombre. Moushian acaba de morir en una reyerta. La policía debe sacar esas chicas de allí antes que los hombres leales decidan hacerlas desaparecer. ¿Me ha entendido?

  Cuelgo y me giro hacia Dikan, que me está mirando con ojos desorbitados. Creía poder salir vivo, convencido que quién me interesaba era el japonés, pero acaba de comprender que le he sentenciado.

         ---Davina te saluda, pedazo de mierda –le espeto con desprecio y le meto tres balas, dos en el pecho y una en la frente. Salgo del coche y me saco el pasamontañas, dejando que la brisa nocturna se lleve el sudor de mi rostro. Me alejo entre palmeras y macizos que me separan de la carretera y del sitio en el que me aguarda mi coche.

  Lo peor de la noche es que no he conseguido ni una jodida mariposa pecado.

CONTINUARÁ...

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