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67 puñaladas, Capítulo 2

en Gays

Buenas a todos!

Discúlpenme la tardanza, la uni me tiene de los cojones, logré sacar un tiempito para pasar a PC lo que llevaba avanzado de esta serie, bueno, sobra decir que espero sus comentarios y demás. YA TENGO FACEBOOK! lo pueden ver en mi perfil. De igual manera está mi correo y como siempre la sección de comentarios.

Un saludo!

Capítulo 2.

 

Había pasado una semana desde el último asesinato. Una tensa calma cobijaba aquella pequeña ciudad. Un chico adolescente y su novia, iban caminando tomados de la mano, muy sonrientes y enamorados, en aquella oscura noche de viernes. Despreocupados en su mundo, absortos en la risa del otro, ajenos a la sombra que los asechaba, no vieron venir el ataque de aquel oscuro ser. El chico fue el primero en caer al piso. La chica intentó gritar, pero unas manos enfundadas en guantes y un pañuelo impregnado en cloroformo, evitaron que su vos fuese escuchada. El chico había sido golpeado certeramente entre el axis y la tercera vértebra cervical, dejándolo inconsciente y sin sangrar. El asesino los echó a ambos en una furgoneta negra muy vieja. Se montó él y arrancó.

Llegó a una especie de bodega abandonada que en sus años útiles posiblemente sirvió como fábrica de embutidos. Había todo tipo de herramientas, ganchos, cadenas, cuchillos. Todo para que el asesino diera rienda suelta a su demencia. Tomó primero al chico que estaba por reaccionar y lo amarró a una mesa metálica como las que hay en las morgues, con unas cadenas que tenía a la mano, y lo aseguró con un candado. El chico aún un tanto atontado por el golpe, realizó que su situación era mortalmente peligrosa. Su adrenalina se disparó despertándolo completamente. El asesino observó al chico forcejear las cadenas y emitió un sonido muy leve y cansado. Se quitó el pasamontañas que tenía y lentamente se fue acercando a su víctima. El muchacho tenía una mirada llena de miedo, aunque no pudo evitar reparar en el rostro de su verdugo; un hombre joven, pasado de la treintena, de facciones muy varoniles y marcadas, barba cerrada de 3 días, cejas pobladas, ojos escandalosamente verdes, alto, y por lo que se adivinaba bajo el resto de su ropa, con buena musculatura. El asesino miró fijamente al chico, una vez estuvo lo suficientemente cerca.

--Hagas lo que hagas, no podrás salir de aquí, niño--dijo el asesino con un tono muy calmado y sonriente.

--¡¿Por qué nos trajo aquí?! ¡¿Quién es usted?!--inquirió el chico un tanto alterado y temblando de pánico. Su voz ciertamente tenía retazos de niño.

--Yo soy simplemente un hombre--respondió el asesino--Un hombre que adora la muerte, un hombre que adora matar.

La expresión del chico era de absoluto terror. Estaba a punto de gritar, pero su mismo miedo se lo impidió. Miró hacia su derecha, había otra mesa metálica y allí vió a su novia quien también se encontraba encadenada, pero a diferencia suya, se hallaba amordazada e inconsciente.

--¿Qué le hizo?--preguntó el chico notablemente aterrado.

--No importa--contestó el asesino sin un atisbo de emoción--aún está con vida, por el momento.

El asesino se dirigió hacia la chica, en el camino tomó un frasco que parecía contener alcohol y una mota de algodón. Humedeció la mota con aquel líquido, y la aproximó a la nariz de la chica moviéndola de un lado a otro. La muchacha lentamente comenzó a reaccionar abriendo los ojos poco a poco, encontrándose con la fulminante e intensa mirada penetrante e inexpresiva del asesino. Dio un movimiento brusco y se supo limitada. Un pánico creciente se iba apoderando de ella. Antes de que fuera a emitir sonido, el asesino posó su índice derecho en su boca, en señal de que se quedara en silencio. Tomó la mesa y la corrió hacia donde se hallaba el otro cautivo. Cuando juntó ambas mesas, soltó un poco las cadenas de ambos, de tal modo que se pudieran sentar, pero no más que eso. Ambos adolescentes estaban aterrados y del mismo terror no se animaban a decir palabra. Una vez se sentaron, el asesino se puso en frente. Los miraba fijamente, podía ver su miedo y eso en cierto modo le encantaba. Iba a tener una muy interesante sesión doble.

--Tú no lo mereces--soltó de repente el asesino apuntando con su dedo índice a la chica—lo has estado engañando con sus amigos. Te acuestas con tu vecino y con su padre. Te acuestas con el párroco de tu escuela, y hasta con tu tío te has revolcado maldita zorra.

La expresión del chico era de absoluta sorpresa, de rabia, de confusión. Pero no se atrevía a decir nada. La chica rompió en llanto.

--Tu muerte está más que justificada, perra infeliz—dijo el asesino acercándose a ella. La jaló del cabello obligándola a mirarlo a los ojos. El chico por su parte forcejeaba con ímpetu las cadenas.

--¡Déjela!--exclamó el adolescente mientras seguía forcejeando.

--Tú calla, niño--espetó el asesino molesto y serio—luego me encargo de ti.

El hombre tomó la mesa donde estaba encadenada la chica y la llevó a otro cuarto. Regresó para amordazar al chico. No quería interrupciones mientras despachaba a la muchacha. Volvió al cuarto donde la había dejado.

--Bien, perrita—pronunció el asesino esbozando una sonrisa maliciosa—veamos cómo voy a matarte, aunque tu último numerito con tu vecino me dejó muy caliente. Creo que mejor pospongo tu muerte y me divierto un rato contigo. A ver qué tan estrecha estás.

--¡No!--Alcanzó a gritar la chica aún con la mordaza. El asesino le propinó una bofetada en la mejilla derecha.

--¡Te callas, puta! Aquí no tienes derechos ni opinión. Se hace lo que yo diga, ¿Entendido?—inquirió el asesino dándole otra bofetada, pero en la otra mejilla. La chica guardó silencio, aunque seguía emitiendo sollozos sutiles.

El asesino lentamente rasgaba la blusa vaquera de la joven, con un cuchillo de dientes. Sin pausa, pero sin prisa se iba exponiendo el torso canela de la víctima. Ahora sólo un sostén cubría sus prominentes y firmes pechos.

--Aún tienes marcas de tu polvo de esta tarde con el cura—apuntó el asesino con tono neutro mientras posaba sus manos sobre aquel cuerpo masajeándolo y tocando con sumo cuidado.

La chicha se sorprendió al saberse excitada ante aquellas caricias. Las manos del asesino tenían un tacto muy cálido, algo áspero quizá por los guantes, pero muy, muy agradable. El hombre acercó su rostro a la espalda de la muchacha aspirando su aroma.

--Me encanta tu olor a puta--susurró el asesino muy seductoramente.

El chico al otro lado forcejeaba inútilmente, no podía zafarse de sus ataduras, sabía que algo muy malo le estaba ocurriendo a su novia e intuía que algo similar le sucedería a él. ¿Quién era ese tipo? ¿Por qué los quería matar? ¿Por diversión? ¿Por venganza? ¿Por qué había dicho esas cosas sobre su novia? ¿Sería verdad? El chico cada vez estaba más y más preocupado. Intentó como pudo palpar sus bolsillos para ver si traía el móvil consigo. Sus esfuerzos fueron inútiles, el asesino se había percatado de quitárselo antes de amarrarlo. De igual forma hubiera sido inútil tenerlo, puesto que desde su posición resultaba imposible manipularlo.

El asesino había quitado el sostén de la chica. Ahora, sólo la cubría el jean. Su torso estaba completamente expuesto, y a merced del maníaco que la tenía cautiva. Realmente estaba aterrada; nunca en su vida recordaba haber sentido tanto terror, pero al mismo tiempo se sentía intrigada de aquel hombre tan apuesto, pero también atraída, y más aún, excitada por sus caricias. Aún con guantes, el tipo tenía un tacto muy relajante y excitante.

El asesino se retiró y tomó otra mesa corrediza un poco más corta que las que había usado para sus víctimas. Dicha mesa contenía objetos varios, algunos conocidos por la víctima; dildos, bolas para la boca, bolas chinas, correas, una fusta, un pedazo de madera en forma de lanza y un taser. El hombre tomó la bola más pequeña y le indicó a la muchacha que abriera la boca y se la puso amarrándola luego. Posteriormente, modificó las amarras de sus cadenas de manera que quedara sólo atada de pies y manos. Tomó el mismo cuchillo con el que le había rasgado la blusa anteriormente y procedió a cortar el jean de la chica, terminándolo de romper con sus manos. Sólo un tanga muy fino cubría los genitales de su víctima. En verdad tenía un cuerpo de escándalo y el asesino se relamió los labios contemplando el maravilloso cuerpo que se disponía a ultrajar y a profanar a su antojo.