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La cena de empresa

en Hetero: General

Mi nombre es Simón, y quiero contaros algunas de las cosas que me han ido pasando  a lo largo del tiempo.  Mi primera historia es una historia  real. Aquí no vais a encontrar miembros de treinta centímetros ni modelos esculturales, sino gente corriente, pero con mucha marcha.

Cuando me ocurrió lo que os cuento yo era un hombre de treinta y tantos;  siempre he sido gordo y no creo que haya sido nunca un “latin lover”. Había estado casado durante diez años y había terminado en un divorcio unos años antes.  Tenía alguna aventurilla de cuando en cuando, pero ninguna relación seria. Esta historia empezó en una cena de empresa, unos días antes de Navidad. Fue una cena agradable, en un local que incluía restaurante y una pequeña discoteca, así que al acabar de cenar nos quedamos bailando en el mismo local.

Al terminar la fiesta yo no había bebido nada (no pruebo el alcohol) pero la mayoría de mis compañeros habían bebido bastante. Yo iba solo en mi coche y,  cuando me iba se me acercó una compañera, Sonia, y me preguntó si podía llevarla a casa, porque sus amigas se habían ido antes. Había bebido, pero no estaba borracha. Sonia era una chica agradable, guapa y con buen cuerpo, pero no era una chica espectacular. Ni por asomo se me ocurrió que pudiéramos hacer nada. Nunca antes había demostrado interés por mí.

Una vez que nos montamos en el coche, observé que se le había subido un poco la falda del vestido al sentarse. El vestido que llevaba era un vestido elegante, verde coral, con un escote generoso y una falda bastante corta. Al subirse la falda me dejaba ver las presillas de un liguero que sujetaba unas medias negras de encaje.

Me dijo:

-          Quiero pedirte un favor.

-          Dime, -le contesté.

-          He bebido un poco y ahora cuando llegue a casa voy a hacer ruido y a despertar a las compañeras de piso con las que vivo. Se que tu vives solo. ¿Podría quedarme en tu casa? Sin hacer nada,  - recalcó, - solo dormir.

Yo la estaba mirando de reojo mientras conducía y la vista se me iba hacia desde su pecho a su falda y volvía al pecho mientras yo intentaba no descuidar la conducción.  Su petición me dejó un poco descolocado, porque yo en ese momento ya deseaba hacerle algo, pero ella insistió machaconamente:

-          Sin hacer nada, ¿eh?, solo dormir. Prométeme que no vas a hacerme nada.

Dudé un segundo, pero como me considero un caballero acepté:

-          De acuerdo, Sonia, sin hacer nada. Tengo un dormitorio libre. Te lo dejaré.

-          Gracias. Pero no pienses que soy una fresca. Solo dormir.

Seguimos adelante y ella siguió la conversación dando vueltas al mismo tema.

-          No se que vas a pensar de mí, pero es sólo que no quiero despertar a mis compañeras, que tienen que trabajar mañana. De verdad que no quiero nada. - Al mismo tiempo que decía esto me puso la mano en la rodilla.

Yo empecé a ponerme nervioso, porque empezaba a tener una erección que no podía controlar. Ella seguía hablando repitiendo lo mismo y su mano iba subiendo poco a poco por mi pierna mientras repetía:

-          ¡Pero sin hacer nada!

Yo ya iba a mil, pero como le estaba prometiendo que no íbamos a hacer nada y pensaba cumplir mi promesa a pesar de todo, cogí su mano y la retiré de mi pierna cuando ya me rozaba el pene.

-          Si no quieres que hagamos nada no me toques la pierna, -le dije.

-          Lo siento. No se que me pasa. No quiero hacer nada. Te lo prometo.

Al final llegamos a mi casa. Aparqué el coche y subimos. Una vez en el piso, le busqué un pijama que había dejado una antigua amiga en mi casa y que yo había guardado por nostalgia. No era precisamente erótico. Le di el pijama y le señalé dónde estaba el baño. Entró y oí el ruido del grifo.

Había dejado la puerta entreabierta y yo no pude resistir la tentación de mirar por la rendija. Se había quitado el vestido y estaba con un tanga negro, un sujetador a juego y el liguero que yo había entrevisto en el coche. La vi quitarse el liguero, el sujetador y las medias y se puso sólo la chaqueta del pijama que yo le había dado. No se puso los pantalones. Se refrescó la cara con agua en el lavabo. La chaqueta le quedaba un poco larga y le tapaba el tanga cuando salió del baño. A mí no me cabía el pene dentro del pantalón del traje, pero estaba dispuesto a cumplir mi promesa.

-          Ven, te enseñaré tu habitación.

-          Espera, ¿puedo quedarme en tu cama, por favor?  Sin hacer nada. No me apetece dormir sola esta noche. Pero prométeme que no me harás nada.

-          No creo que sea una buena idea. Hay habitaciones vacías. Mejor duerme en una de ellas. No creo que sea una buena idea dormir juntos si no vamos a hacer nada, -le dije.

-          Por favor, me siento triste. No quiero dormir sola. Esta noche no. Pero te prometo que no haremos nada.

Yo tenía la sensación de que iba a hacer el tonto, pero bueno, ella era una buena persona y me dio pena dejarla sola cuando yo suponía que de verdad estaba triste, así que al final acepté dormir en la misma cama, pero cada uno hacia un lado. Yo tenía un calentón que no sabía que hacer con él, pero esta dispuesto a cumplir mi promesa de no hacerle nada. Pensaba esperar un poco a que se durmiera y luego irme al baño a aliviarme un poco.

Al momento de meternos en la cama y decirnos buenas noches, noté como volvía a poner la mano sobre mi pierna. Yo no entendía nada. Seguía insistiendo en que no quería hacer nada, pero no dejaba de acariciarme la pierna, subiendo cada vez más. Yo le pedí que se estuviera quieta.

-          No puedo respetarte si no dejas de tocarme la pierna, -le dije. 

-          Pero si no quiero hacer nada. Solo te toco para no sentirme sola, para sentir que estás aquí, – pero sequía subiendo hacia el pene.

-          Si sigues haciendo eso yo no podré contenerme, le advertí.

Ella no contestó a ese último aviso. Se calló y siguió acariciándome. Yo ya no pude aguantarme más. En ese momento ella me acariciaba el pene erecto por encima del pantalón del pijama. Yo empecé a hacer lo mismo con su pierna. Poco a poco, le fui desabrochando los botones del pijama. Acaricié su pecho siguiendo el borde de la chaqueta que había quedado un poco abierto.  Se estremeció y acercó su cuerpo al mío. Yo ya había olvidado mis promesas de no hacerle nada, como ella parecía olvidarse de lo que había pedido mil veces.

La besé en la comisura de los labios y fui bajando lentamente hacia su cuello y después hacia su pecho.  De vez en cuando la acariciaba con la punta de la lengua y luego continuaba con los labios recorriendo su cuerpo. Seguí así hasta llegar a su pecho, que ya había entrevisto en el baño. A esa distancia era espectacular, duro, firme, redondo y erguido, pidiendo guerra.  Y le di guerra. Lo acaricié, lo besé, lo lamí, lo chupé, lo contemplé con adoración, lo mordí y volví a acariciarlo y a retorcerlo suavemente.

Mientras recorría sus pechos con mis labios, Mis manos bajaron hasta sus nalgas y empezaron  a acariciarla. Fui rodeando su cuerpo hasta llegar a la parte delantera y empecé a acariciar sus muslos mientras mordía sus pechos. La oía gemir cada vez más y eso me ponía mas caliente. Seguí bajando por su cuerpo lamiendo la piel que latía debajo de mi lengua. Me entretuve en el ombligo antes de llegar a la cinta delantera del tanga.

Fui siguiendo la cinta de lado a lado con la punta de la lengua y la sentí vibrar. Le bajé el tanga  con los dientes. Tenía el pubis depilado por completo. Lo besé cien veces y ella se retorcía y me empujaba la cabeza hacia su vulva. Yo me resistía a bajar del pubis para aumentar su tensión. Mientras besaba su pubis acerqué mis dedos a su vulva y descubrí que chorreaba por completo. Empecé a acariciarla suavemente con la yema de mis dedos mientras mordisqueaba su pubis. La penetré con un dedo, luego con dos y por fin bajé la lengua hacia su clítoris. Nunca he sido nada especial con el pene. Del montón. Pero puedo mover la lengua a una velocidad increíble y aquella noche aceleró más que nunca.

Sentí en mis dedos, que se retorcían en su vagina la presión del orgasmo que llegaba, al mismo tiempo que gritaba brutalmente y se retorcía.

Mientras yo le lamía el clítoris ella había liberado mi pene y lo movía al ritmo que yo le iba marcando. Por fin, mientras tenía el orgasmo me apretó con todas sus fuerzas y lo movió un par de veces más provocándome una corrida espectacular.

Aquello fue sólo el principio de la noche, pero ya me he extendido demasiado para ser mi primer relato en esta página. Quizás más adelante os termine de contar esta noche tan extraña en la que una mujer me pidió que la respetara y yo le prometí hacerlo.

Si os ha gustado el relato, comentádmelo para continuarlo.

Simón G.