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La golfilla de mi cuñada (4): Mi dormitorio.

en Amor filial

Al día siguiente, mi mujer había quedado con sus amigas para pasar el día en el centro comercial. Intentó llevarse a su hermana, pero esta le dijo que no se encontraba bien, que prefería quedarse en casa y descansar. Mi mujer habló de quedarse ella también a cuidarla, pero María le dijo que era una tontería, que estaba bien, solo estaba empezando con la regla y prefería quedarse en casa a descansar, pero que estaba bien. Por fin mi esposa se fue.

Cuando mi mujer salió por la puerta, mi cuñada estaba en su habitación, tumbada en la cama. Entré en su habitación, sin decir nada y la cogí en brazos. Sólo llevaba una braguitas puestas. La llevé a mi habitación. Ella llevaba los ojos cerrados. La tiré en mi cama con brusquedad. Ella siguió con los ojos cerrados. La coloqué de rodillas con las piernas bien abiertas y luego cogí las cintas del cajón y le até las piernas a la cama, bien estiradas. A continuación los brazos, juntos y estirados hacia adelante, de forma que la cara quedaba sobre la cama. A continuación le vendé los ojos. Ella estaba completamente quieta. Como ya era costumbre en estos casos, no dijo ni una palabra.

Cogí unas tijeras y, separándole las braguitas de la piel con un tirón brusco, las corté sin contemplaciones. La deje con el culo al aire. Yo pretendía asustarla un poco, pero descubrí con asombro que en vez de estar asustada tenía la vulva brillante y que un hilillo de líquido le chorreaba hacia el pubis. La muy guarra estaba caliente sólo por traerla en brazos y atarla a la cama.

Empecé lo mismo que ella me vio el día anterior con la pluma y el cepillo del pelo, alternando caricias con la pluma con golpecitos con el cepillo. De esta forma fui recorriendo su cuerpo, tanto por la espalda como por las piernas, recreándome especialmente en los glúteos y en las nalgas. Pero al llegar a la vulva, en lugar de meterle el mango del cepillo, saqué un vibrador de la mesita y se lo introduje de un golpe. Ella dejó escapar un grito ahogado. Yo puse el vibrador en marcha al mínimo de potencia. Empezó a moverse intentando seguir el ritmo que le marcaba el vibrador. Sus flujos chorreaban por fuera, aunque con el movimiento salían más espesos, una especie de espuma.

Empezó a jadear. Entonces cogí el cepillo y la golpeé en la nalga. Un golpe seco. Ella dio un respingo. Se quedó como en suspenso, esperando el siguiente, pero no se lo di. Cuando se relajó  y volvía a seguir el ritmo con el trasero, volví a golpear. Esta vez más fuerte. Volvió a pararse, a quedarse en suspenso. Como no volví a darle, al cabo de unos segundos empezó a moverse de nuevo. Esperé un tiempo y volví a golpear en el mismo sitio, más fuerte aún. No pudo evitar soltar un grito. Entonces, con el mango del cepillo le acaricié el clítoris. Estaba hinchado. María se estremeció y empezó a moverse con más intensidad. La veía jadear cada vez con más fuerza.

Era evidente que estaba a punto de correrse. Apagué el vibrador y se lo saqué de un golpe. Al no poder cerrar las piernas, seguía moviendo la pelvis por la excitación. Le di unas cuantas palmadas en las nalgas lo que pareció enfriarla un poco. De todas formas seguía jadeando. Decidí entonces poner a prueba su jueguecito. Me acerqué a su cabeza y le susurré al oído:

― ¿Te gusta que te peguen, eh, guarrilla?

No contestó. Me fui de la habitación tres o cuatro minutos. Cuando volví se removía en la cama, pero sin cambiar de posición. Las ataduras no le daban mucho margen. Aunque seguía excitada, ya  no estaba al borde del orgasmo. Le solté los brazos y se los até a las piernas. Sus pechos y su cara quedaron descansando sobre la cama. Había traído un bote de mermelada de mango, que yo sabía que le encantaba. Mojé el dedo en mermelada. La acerqué a su cara. Dejé que la oliese y luego puse el dedo en sus labios. Cuando notó el olor había entreabierto los labios. Ahora  chupó el dedo y lo atrajo hacia adentro. Lo chupeteaba con gula. Volví a sacarlo y a mojar en la mermelada. Ella siguió chupeteándolo con fruición.

A continuación me puse mermelada en mis labios y levanté su cabeza. Cuando rocé sus labios con los míos empezó a lamérme y a chuparme los labios. Después me metió la lengua en la boca y me dio un beso de tornillo. Me besaba de una forma salvaje.

Por último puse mermelada en la punta de mi pene y, cogiéndola con brusquedad por el pelo, la acerqué de golpe, haciendo que su boca chocase con mi glande. Entendió rápidamente lo que yo quería. Empezó a lamer la mermelada muy lentamente, arrastrándola a lo largo de toda mi polla. La fue recorriendo centímetro  a centímetro. Era evidente que no era una novata en esas lides.  Después bajó aún más y empezó a chuparme los testículos. A continuación volvió a recorrer el tallo con la lengua y finalmente se metió el glande en la boca. Empezó entonces un mete-saca en el que cada vez se la metía más hasta el fondo en la garganta. En algún momento le daban arcadas, pero la sacaba un poco y volvía a empezar. Al final me corrí como un adolescente, y ella se tragó todo lo que le llegaba. Cuando terminó me limpió con la lengua hasta dejarme la polla brillante. Se la veía excitada de  nuevo. Deje caer su cabeza sobre la cama y volví a su trasero.

Volví a meterle el vibrador en la vagina, regulado aún al mínimo. La desaté, la puse boca arriba y le até piernas y brazos juntas al cabecero de la cama. De esa forma su trasero y su vulva quedaban totalmente levantados y expuestos a mí. Dejándole el vibrador en su vagina, acerqué mis labios a su pubis y empecé a mordisquearlo y chupetearlo. Luego bajé al clítoris y le di un mordisquito. Y un chupetón. A María se le escapó un grito. Hice vibrar mi lengua con rapidez y fuerza sobre el clítoris y María se corrió aullando de placer. Le saqué el vibrador y fui acompañando su bajada metiéndole dos dedos en la vagina y buscando su punto G. Fui bastante rudo con su coño. De alguna forma intuía que a ella le gustaba que la tratase con rudeza.

María tenía el chocho encharcado. Con cada contracción salía un chorro de flujo de su vagina y ella gemía. Yo hacía girar mis dedos dentro de la vagina y, de pronto, me di cuenta de que ella, en lugar de bajar, se mantenía en la cresta de la excitación. Yo ya me había puesto bruto viendo su chochito de cerca abrirse y cerrarse con las contracciones.

Me puse de rodillas en la cama. Puse mi polla a la entrada de su vagina y ella se estremeció de nuevo. Se la metí de un golpe. Después del consolador, tenía la zona irritada. La polla al entrar y salir debían rozarle y hacerle daño, pero ella jadeaba como una perra, completamente excitada. Empecé a bombear con fuerza porque yo también estaba muy excitado. Ella gemía. Yo también. Por fin exploté y me vacié dentro de su vagina. No me preocupé de embarazos porque yo sabía que tomaba la píldora. Cuando me vacié por completo me salí y tras mi polla salió un chorro formado por sus jugos y mi semen. Mojé el dedo en ese líquido y lo acerqué a sus labios. Yo esperaba que lo rechazara, pero abrió la boca y chupó mi dedo con cara de viciosa.  Volví a mojar mi dedo y recorrí el hueco entre sus glúteos, parando en el agujero del trasero. Empecé a acariciarlo con el flujo mezclado  que salía de su vagina. Poco a poco fui metiendo el dedo en su trasero. Ella no se queja. Sigo frotando con los jugos, y el agujero del ano. Después con dos dedos y después incluso con tres. María, como no había llegado a correrse conmigo, estaba todavía muy excitada. Pese a la forma en que estaba atada, se estremecía sin parar.

Cogí el vibrador y se lo metí en el culo de un golpe.  Empecé a meterlo y sacarlo. Ella comenzó a gritar cuando entraba y salía. Al mismo tiempo le metí tres dedos en la vagina mientras con el pulgar le acariciaba el clítoris. Por fin explotó en un orgasmo gritando sin control. Fue un orgasmo brutal. Dudo que en su vida hubiera tenido algún orgasmo tan brutal como ese. Le saqué el vibrador y la desaté. Después me tumbé junto a ella y la abracé. Ella me abrazó también y los dos nos dormimos un rato.

Yo dormí poco, pues, aunque sabía que mi mujer no solía volver a casa hasta la noche cuando se iba con sus amigas al centro comercial, temía que volviera por algún motivo y nos pillara. A pesar de ello, no podía evitarlo. Incluso empezaba a excitarme la idea de que nos pillase, aunque, por supuesto, era una barbaridad. Si esto fuese una novela yo contaría cómo habíamos metido a mi mujer en un trío conmigo y con su hermana, pero esto era la  realidad y yo sabía que si se enteraba su relación conmigo estaría más que muerta y no volvería a hablar tampoco a su hermana. Pese a ello, no podíamos estarnos quietos.

Preocupado por lo que podía pasar con mi mujer, preparé un baño caliente, desperté a mi cuñada con unos  besitos en el pezón derecho y la llevé en brazos hasta la bañera, la metí dentro y le dije que esperara. A continuación recogí las sábanas y las metí en la lavadora. Sabía que si la lavaba pronto se secaría antes de la vuelta de mi mujer y podría volver a ponerla para que no notase el cambio. Luego volví al baño donde mi cuñada estaba hundida en el agua, de la que solo sobresalía la cabeza. Yo ya había llenado la bañera de espuma y sales. Ahora cogí una esponja natural que teníamos allí  y empecé a lavarla por todo el cuerpo, haciéndola incorporarse cuando era necesario para llegar a todo. Tenía todavía la vulva irritada, y, lo que más me excitó incluso ahora, fue observar que su ano seguía abierto. No pude evitar la tentación de darle un beso y meterle un poquito el dedo por ese agujero que palpitaba. No pudo evitar dar un respingo.

Saqué el tapón de la bañera y la sequé con su toalla. Después le traje las zapatillas y le quité la toalla para que fuera a su habitación a vestirse. Ella intentó llevarse la toalla puesta, pero no se lo permití. Me deleité viendo su cuerpo escultural desnudo corriendo hacia su dormitorio. Yo me fui a la cocina a preparar el almuerzo. Ella salió al momento de su habitación ya vestida. Y lo de vestida es un decir. Traía un bikini que llevaba en total menos tela que un pañuelo. Un tanga de hilo, con solo un triangulito mínimo delante y un sujetador también de hilo, con otros dos triangulitos en los pechos que apenas tapaban los pezones, pero que dejaban al aire hasta las areolas del pezón. Y por supuesto, dejaba a la vista todo el volumen del pecho. Ese bikini yo no se lo había visto nunca para ir a la playa y dudo que lo tuviera para estar en casa con su hermana delante. Al parecer lo había traído esperando un día como el de hoy.

Siguió con su rollo de que no pasaba nada entre nosotros. Llegó, me dio un beso en la mejilla, y me dijo:

― ¡Qué bien he dormido! ¿Y tú?

― Yo también he dormido muy bien. Estoy preparando unos filetes y una ensalada. ¿Te apetece?

― Por supuesto. Me he levantado con mucha hambre hoy. No sé por qué. Si no fueras el marido de mi hermana te secuestraba y te llevaba como cocinero.

Esa era una de las bromas que ella me gastaba incluso delante de su hermana. Yo le seguí el juego a ver si reconocía algo, pero me contestó lo mismo que me decía cuando su hermana estaba delante. Me dijo con picardía:

― Y si te llevo como cocinero, me podrías servir también como esclavo sexual.

El día no había acabado aún, pero lo que sucedió a continuación es motivo para otro relato en otra ocasión.