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La golfilla de mi cuñada (1): la siesta.

en Amor filial

Mi cuñada María es una chica de veintipocos años, rubia natural, de uno setenta de altura, cara redondita, con un cuerpo atractivo y espectacular. Talla 38, pecho 95 C, muy guapa. Es unos diez años menor que su hermana y yo, pero siempre ha tenido una buena relación con nosotros. Para mí, es como una hermana pequeña, a la que tengo mucho cariño, pero a la que nunca había mirado como a una mujer. Estudia en la universidad de Sevilla, y desde que nos casamos su hermana y yo, pasa la mayor parte del tiempo de vacaciones en nuestra casa, junto a la playa, después de una breve visita a sus padres.

Su padre es un poco anticuado y ella prefiere estar con nosotros a  estar chocando con su padre continuamente. Yo estoy encantado. Como ya os dije, la quería mucho.

En casa se comporta con absoluta naturalidad, vistiendo con ropa vieja y cómoda, y, durante las vacaciones de verano, con un atuendo bastante reducido. En casa de sus padres, su padre no le permite estar demasiado descuidada con la vestimenta, por lo que aprovecha nuestra casa para estar como quiere. Yo no digo que no le haya echado alguna vez un vistazo y haya pensado: “que buena está esta niña”. Pero lo he pensado con admiración y con respeto, sin un interés sexual, sino como constatación de un hecho. Nunca la había mirado con lujuria.

Pero esto empezó a cambiar el verano pasado. Durante el verano, tanto ella como mi mujer solían usar como vestuario en casa camisetas largas que le llegaban por mitad de los muslos. Este atuendo se completaba con unas braguitas y normalmente nada más salvo que esperasen visita de fuera en cuyo caso se ponían un sujetador. Normalmente mi mujer solía acostarse después de comer en la cama para dormir la siesta y ella y yo nos quedábamos cada uno en un sofá viendo la televisión y a veces ella se dormía también; yo no suelo dormirme.

El verano pasado ella cambió sus hábitos levemente, pero de una forma que iba a cambiar nuestras vidas. Aunque siempre lo había hecho en los días de un calor exagerado, el año pasado empezó a vestirse en casa sólo con un bikini, siempre que no hiciera demasiado fresco. A mí se me iban los ojos hacia su cuerpo disimuladamente cuando pensaba que no me iba a ver nadie.  Por mucho que me esforzara en no ver, cada vez era para mí menos una niña y más un pedazo de mujer con un cuerpazo. Pero era la hermana de mi mujer y no se me hubiera ocurrido intentar nada con ella, aparte de que valoro mucho mi relación con mi mujer y no la quiero arriesgar.

Como os decía, el verano pasado fue la época de los cambios leves que cambiarían mi vida. María, en lugar de tumbarse en el sofá pequeño después de comer para dar una cabezadita, empezó a tumbarse en el grande, en el que yo estaba sentado y usaba mis piernas como almohada. Acababa de cortar con su novio y yo pensé que simplemente se sentía sola y que le gustaba sentir a alguien al lado.  Yo solía sentarme y poner los pies en alto sobre un taburete y ella empezó a echarse sobre mis muslos para dormir.  

Aunque solíamos tener la televisión puesta, yo normalmente leía un libro y ella usaba los documentales de animales que suele haber a esa hora en  alguna televisión de España como somnífero. Yo no podía evitar mirarla detenidamente cuando se dormía y estábamos solos. Un cuerpo realmente de infarto. Y ese sujetador del bikini un poco apretado, que en lugar de tapar resaltaba. Y ese canalillo que volvería loco a cualquiera. Y esa braguita que a duras penas cubría la mitad de su trasero y por delante apenas tapaba un pubis que se adivinaba medio depilado. Había tardes que no llegaba a leer dos páginas seguidas del libro. Miraba el libro haciendo como que leía, pero no podía evitar imaginarme tórridas situaciones con mi cuñadita. Ver su cabeza apoyada tan cerca de mi pubis me transportaba a las nubes. A causa del calor, daba vueltas dormida de vez en cuando.

Una tarde cualquiera, unas dos semanas después de estar en casa, se dio la vuelta mientras dormía al tiempo que alzaba un brazo, de forma que su cabeza quedó mirando hacia mi cuerpo y su mano quedó apoyada en mi polla. Yo solía tenerla medio levantada cuando ella dormía sobre mis piernas, pero al sentir mi mano la polla se disparó y se levantó con todas sus fuerzas. La verdad es que pasé un mal rato, porque temía moverme, no fuera a despertarse y pensase algo raro de mí, pero tampoco podía quedarme allí mientras ella me tocaba la polla, aunque fuera involuntariamente. Al final opté por dejar caer mi mano sobre su brazo y no pude resistir el impulso de empezar a acariciarlo suavemente. Pensé que si la despertaba ella se quitaría discretamente.

La iba acariciando con mucha suavidad tratando de no despertarla. Por la postura en la que estaba en ese momento, podía ver la parte de sus braguitas que queda por debajo del pubis. No pude resistir la tentación de pasar rozando el pecho con el dedo mientras le acariciaba el brazo. Al final acabé pasando a acariciar directamente el pecho, con mucha suavidad. Temí que se despertase, pero no se inmutó, al menos en apariencia, pero observé por casualidad que sus braguitas se iban manchando por la parte de abajo. Las braguitas eran de color claro y cada vez estaban más evidentemente húmedas. Me dio miedo y me quedé mirando su cara. Entonces descubrí que estaba jadeando levemente con los labios entreabiertos y durante un instante los ojos se abrieron y cerraron muy lentamente, como para que no me diese cuenta de que estaba despierta.

Así que yo estaba acariciándole el pecho y ella tenía su mano sobre mi polla y simulando que seguía dormida cuando era mentira. Eso me puso como una moto y me olvidé de que mi esposa estaba a pocos pasos en el dormitorio.  Ya que se estaba haciendo la dormida, decidí dar un paso más adelante y empecé a acariciarle el pecho con más intensidad, sin preocuparme ya sobre si se despertaba o no. Ella empezó a estremecerse, pero simuló seguir dormida. Mi mano empezó a bajar entonces de su pecho hacia su vientre y después hacia el pubis, tocando sus braguitas. La humedad era muy evidente. Con sólo tocar la tela mis dedos tenían la sensación de estar empapados.

Seguí acariciando con la mano izquierda, ya todo su pecho, cuerpo, pubis y vulva. Ella tenía la boca entreabierta y respiraba de manera entrecortada, pero seguía aparentando dormir. Evidentemente estaba a punto de correrse.

Entonces hice una locura de la que no sabía si me arrepentiría toda mi vida. Con la mano derecha que tenía libre bajé mi bañador y dejé salir mi polla. Yo estaba excitado como un caballo en celo, pero  no dejaba de escuchar con atención por si mi esposa se levantaba. Si hubiese salido en ese momento, con mi mano en la vulva de su hermana y su mano cerca de mi polla, que estaba fuera del bañador, habría sido una catástrofe, pero no me podía resistir. Cogí la cabeza con mi mano libre y la empujé en dirección a mi polla. Era imposible que siguiera dormida, pero siguió con los ojos cerrados. Empujé su cabeza hasta que sus labios entreabiertos rodearon la punta de mi pene y un poco más. El mensaje estaba clarísimo. A ver si pegaba un salto y se iba indignada o aquella guarrilla tenía ganas de verdad.

No me defraudó. Cuando le solté la cabeza ella empezó a chupármela suavemente. No se cortó. Evidentemente, no era la primera polla que se comía. En la universidad se aprenden muchas cosas, por lo visto. Mientras yo le metía primero uno, luego dos y por fin hasta tres dedos en una vagina encharcada, ella me hizo una mamada de campeonato. Empezó chupando, siguió lamiendo todo el tronco de arriba hasta los huevos. Luego fue subiendo de nuevo mordisqueando. Entonces sentí que se había corrido. Mi mano izquierda parecía estar dentro de un charco. Su bikini estaba completamente mojado. Y cada vez más. Su boca volvió entonces a la punta de mi pene y se tragó de golpe una buena parte de él. Empezó a subir y bajar cada vez más rápido. Yo me sentí trasladado al cielo. No sabía si me iba a correr o me iba a mear, porque sentía una presión brutal en la próstata. Finalmente me corrí de una forma salvaje, soltando un gran chorro de leche de su boca, que no pudo contenerla y se salió por los lados. Ella seguía con una corrida que parecía durar ya varios minutos.  Cuando notó que se le escapaba la leche, se tragó rápidamente lo que tenía en la boca y empezó a lamer la que se le había derramado sobre mi polla, y mi pubis. Me dejó totalmente limpio.  Seguía aparentando dormir por increíble que parezca. De pronto se dio la vuelta en el sofá y se puso de espaldas a mi polla, cerrando las piernas. Simuló seguir durmiendo.

Parecía que no hubiera pasado nada. Pensé: “¡joder con la niña! ¡Y parecía tonta!”

Pero si ella quería simular que no había pasado nada, mejor para mí. Quiero a mi mujer y esto  solo había sido un calentón porque mi cuñadita estaba de vicio. Al cabo de un momentito se levantó como si acabara de despertarse y se fue a lavar y cambiar. Yo también me cambié y cinco minutos después se despertó mi esposa. Entonces fue cuando me di cuenta de que si se despierta unos minutos antes nos hubiera pillado de lleno con las manos y las bocas en la masa. Me sentí culpable durante bastante tiempo, pero ya no tenía remedio. Ahora era cuestión de que mi esposa no lo supiese nunca.

Una vez todo el mundo despierto, las dos hermanas se bajaron a la playa, como solían hacer por la mañana y por la tarde y yo me quedé trasteando con el ordenador, ya que yo bajaba a la playa sólo por la mañana. A mí eso de estar tumbado como un cangrejo al sol no me llamaba demasiado la atención. Mi cuñada no me había dicho ni una palabra después de lo que hicimos. Parecía que no habíamos hecho nada. Y de hecho después nunca hemos hablado de ello. Pero si que han pasado muchas cosas entre nosotros, aunque esas cosas te las iré contando en relatos sucesivos.