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E hotelito rural (2). Deseo a mi nuera.

en Amor filial

Hoy uno de nuestros clientes habituales pidió un menú especial. Es un cliente que ya ha venido al hotel varias veces, pero nunca había pedido nada especial.  Hasta ahora.  Le hicieron pasar a mi despacho.

― ¡Buenas tardes, señor Gómez!

― ¡Buenas tardes!

― Me han dicho que desea un menú especial.

― Sí.

― ¡Muy  bien! Cuénteme sus sueños.

― Verá. No tengo claro que nadie pueda conseguirlo. Lo que sueño es imposible. Pero me han dicho que a veces ustedes hacen milagros con sus menús especiales.

― No perdemos nada con intentarlo. Cuéntenos sus sueños. Le garantizamos absoluta discreción. Si lo conseguimos será caro, muy caro. Si no lo conseguimos no cobramos nada. Usted no tiene nada que perder.

― Está bien. Se lo contaré. Yo soy un hombre muy rico, y a mis sesenta años, no puedo quejarme de cómo me ha ido con las mujeres. Soy guapo y rico, así que la mayoría de las mujeres que me han gustado se me han lanzado en los brazos sin problema. Cuando he deseado algo más especial, lo he pagado, también sin problemas. Es la primera vez que no puedo conseguir lo que quiero.

― Muy bien. Cuénteme.

― Mi hijo se casó hace diez años. Y desde el primer día que vi a su novia me sentí enormemente atraído por ella. Por supuesto, no dije nada ni dejé que se me notase. Era mi  hijo, al que yo adoraba. Pensé que era un capricho pasajero. La crisis de los cincuenta. Pero cada vez que la veo, que coincidimos en una comida familiar, en una fiesta, en una inauguración, siento que se contraen las tripas. El deseo me retuerce por dentro. He llegado al punto en que no puedo apenas verla. Huyo de los sitios en los que está. Procuro no encontrarme con mi hijo por no verla a ella. En este caso ustedes no pueden hacer nada. Es imposible. Ella ama a su marido y, aunque no lo amase, el último con el que se acostaría sería conmigo.

― Bueno. Déjenos que investiguemos un poco. Si no podemos hacer nada, nadie se enterará y usted no tendrá que pagar nada. Le llamaré en un par de semanas.

Y así empezó esta historia. En cuanto nuestro cliente se fue, llamé a un detective al que contrataba en estos casos. Le pedí que averiguara todo lo que pudiera sobre esta familia. Tanto sobre nuestro cliente como sobre su hijo y, sobre todo, su nuera. No iba a ser barato y puede que no sirviera de nada. Pero así es nuestro negocio. Si no arriesgas no ganas.

El detective volvió al cabo de siete u ocho días con los informes. La información sobre mi cliente coincidía con lo que yo esperaba. Es un empresario que dirige un holding de empresas bastante rentables, por lo que se trata de un hombre muy rico. No hay ningún problema de solvencia. Tampoco ningún escándalo. Es un hombre felizmente casado, que se acuesta discretamente con quien le da la gana y cuya esposa lo sospecha pero se hace la tonta para poder mantener su nivel de vida. Aparte de las mujeres que la rodean, de vez en cuando participa en fiestas privadas organizadas por alguno de sus amigos, en los que unas cuantas profesionales dan rienda suelta a los caprichos más oscuros de los ricachones, que estos no se atreven a pedir a sus amiguitas habituales. Nada especial en realidad. Incluso si se supiese no sería grave para ellos. En su ambiente es habitual y sus mujeres se tragarían las escusas para seguir viviendo estupendamente a costa de su dinero.

Su hijo dirige una de las empresas del holding del padre. No parece que haya tampoco ninguna irregularidad en su caso.  Es un hombre anodino, más bien tristón, que igual que su padre, mantiene a su mujer como una reina y la engaña siempre que puede. Como empresario es un hombre responsable.

La nuera se podría decir que es la típica mujer florero. Alta, guapa, siempre vestida de marca, de lujo, elegante y gastando a manos llenas el dinero de su marido. A cambio la lleva a su lado y lo acompaña en todas las ocasiones sociales. Es la perfecta anfitriona y la perfecta acompañante para su marido. Aunque ella es mucho más discreta que su marido, parece ser que de vez en cuando echa alguna canita al aire. Por otro lado el detective ha encontrado algo que quizás pueda sernos útil por fin, pero no estoy muy seguro. Al parecer, gasta más de lo que le da su marido, pero no puede decírselo porque no puede justificar en que lo gasta. Está financiando por su cuenta la buena vida de un presunto “pintor” al que se está tirando. Eso hace que sus tarjetas empiecen a mandarle avisos y que algunas de las mejores tiendas no la vean ya con buenos ojos. Y no puede permitirse que su marido se dé cuenta.

Decidimos que, aunque no era seguro, podría haber una buena posibilidad. Nos pusimos en contacto con nuestro cliente para decirle que seguíamos intentando darle satisfacción, que seguiríamos en contacto.

El siguiente paso era contactar con la nuera. De ello se encargó una de nuestras colaboradoras especiales. Naturalmente no voy a decir su nombre. Lo que sí puedo decir es que se trata de una mujer de la alta sociedad muy conocida en ese mundillo, que se financia sus caprichos especiales colaborando con nosotros, en lugar de pagarlos. Esta mujer se hizo la encontradiza con ella en uno de los clubes que solía frecuentar. Tras charlar en varias ocasiones, nuestro gancho empezó a contarle que tenía un problema de liquidez que no podía contarle a su marido. Le dijo con una sonrisa que los maridos no deben enterarse de los “secretillos” de sus mujeres y que no podía pedírselo a su marido. Dejó ahí la conversación.

Al cabo de unos días, nuestro contacto volvió a coincidir con ella e hizo como si estuviera azorada.

― Quisiera pedirle un favor, querida. El otro día me dejé llevar por la simpatía que le tengo y le conté cosas que no debería haber contado a nadie. Ahora me siento en la cuerda floja y no puedo sino rogarle que olvide los problemas que le conté, que por otra parte ya he solucionado, y que me prometa que no los comentará nunca con nadie, ya que si mi marido se enterase puede ser mi ruina.

― Por supuesto puede usted contar con mi absoluta discreción. En ningún caso comentaría con nadie cualquier confidencia suya. La considero una amiga y jamás la traicionaría. Además para que vea que me solidarizo con usted le diré que yo me encuentro en una situación parecida. He incurrido en unos gastos, que, sin ser por nada malo, no puedo justificar delante de mi marido. Y la verdad es que estoy desesperada. Ha dicho usted que ha solucionado sus problemas…

― Pues sí, pero no puedo explicarle como lo he hecho. Digamos que he encontrado un trabajo fácil para recuperar el dinero que me faltaba. Cómodo y rápido. Pero la condición para hacerlo es no comentar nada sobre ese trabajo. No puedo decirte más.

― No puedes darme una pista…

― No. He firmado un contrato de confidencialidad. Si cuento algo sobre lo que he hecho tendría que devolver todo el dinero que he cobrado y les debería otro tanto. De todas formas, es mejor que busques otra solución. La mía es sólo para personas desesperadas. Yo estaba a punto de perder mi matrimonio y quedarme sin nada. Seguro que tu problema no es tan grave.

― Mi problema si es grave. Si mi marido se entera de lo que pasa pedirá el divorcio, y como todo nuestro dinero es de su padre, no podré reclamarle apenas nada. ¡Ayúdame, por favor!

  ― Bueno, lo único que te puedo dar es un nombre, una dirección y un teléfono. Puedes llamarlos. No sé si aceptarán trabajar contigo o no, pero lo que si te garantizo es que lo que les digas es confidencial. Este negocio se basa en la confidencialidad. Llama, diles quien eres y pide cita para una entrevista de trabajo. Oficialmente es una gestoría.

― Dámelo, aunque no se todavía si llamaré.

Nuestra colaboradora nos comunicó que había picado el anzuelo y esperamos su llamada en la gestoría.  La gestoría era de unos amigos nuestros en Madrid, pero cuando pidió cita la pasamos con otra de nuestras colaboradoras, que, supuestamente, pertenecía al Departamento de Recursos Humanos. Le dimos cita al día siguiente, a las doce de la mañana. A las doce en punto estaba en la oficina.

― Quisiera ver a la señorita Arias. Tengo una cita con ella.

― La está esperando. Pase por la puerta de la izquierda.

La señorita Arias, nuestra colaboradora, vestía impecablemente con un traje de ejecutiva. Las oficinas de la gestoría tenían aspecto lujoso y señorial, un poco anticuado, para dar sensación de solera, de seriedad y formalidad.

― Bienvenida. Soy Sonia Arias. Por razones que comprenderá le vamos a asignar un nombre en clave para todos nuestros tratos presentes y futuros. La llamaremos Marta Rodríguez en todos nuestros contactos excepto cuando veamos sus datos para el trabajo. Ante todo explicarle que todo lo que hablemos aquí es confidencial, tanto si usted decide finalmente trabajar con nosotros y nosotros estamos de acuerdo como si no. Para ello tenemos un acuerdo de confidencialidad estándar de forma que si usted habla de lo que le proponemos o nosotros filtramos alguna información sobre usted, el perjudicado recibirá del otro cien mil euros. Esto no es un formulismo. Si usted habla a alguien de lo que le propongamos aquí, lo haga o no, tendrá que pagarnos cien mil euros. Igualmente si alguien de aquí da cualquier información sobre lo que sepamos de usted, le pagaremos cien mil euros. ¿Desea olvidar todo esto y marcharse o firmará el acuerdo de confidencialidad? El acuerdo no la compromete a hacer el trabajo. Sólo a no hablar de él.

― No sé qué hacer…

― Esto la protege más a usted que a  nosotros, pero puede hacer lo que quiera. Si desea marcharse ahora mismo…

― No… Firmaré… Quiero saber de qué se trata.

Una vez firmado el acuerdo, Sonia empezó a explicar:

―  Verá usted. Nuestra empresa es una empresa de servicios. Nuestros clientes son muy especiales y demandan servicios que nosotros tratamos de prestar. Esos servicios son tan confidenciales, que el acuerdo de confidencialidad es de cien mil euros. Nuestros clientes normalmente desean conocer a personas cultivadas, inteligentes, socialmente bien relacionados para relacionarse con ellas. Para ello están dispuestos a pagar una cantidad que puede llegar a los cien mil euros por pasar unas horas con una persona que tenga ese perfil. Nosotros garantizamos el cobro recibiendo el dinero por adelantado y pagando en una cuenta suiza una vez que el cliente nos dice que está satisfecho.

― ¿Qué quiere decir relacionarse? ¿Me está hablando de prostitución de lujo?

― No, todo lo contrario. Nuestros clientes podrían contratar a cualquier prostituta de lujo sin ningún problema, sin recurrir a nosotros. Precisamente con nosotros buscan otra cosa. Personas de alto nivel que en ningún caso son prostitutas. Por supuesto que en algunos casos desean tener sexo, pero no quieren a una prostituta. Y están dispuestos a pagar muy caro por estar con alguien que no lo sea. Quieren el estilo, el saber estar, saber vestir, saber hablar, saber comportarse…, mucho más que el sexo. Pero no le voy a negar que cuando uno paga cien mil euros por un día, es muy probable que el sexo forme parte de la historia. Pero piense que en veinticuatro horas como máximo puede haber resuelto todos sus problemas económicos.

― Esto no es para mí. Me marcho.

― Muy bien. Como usted desee. Le recuerdo que no puede hablar a nadie de lo que hemos hablado.

― Por supuesto.

―  De todas formas, tiene usted mi número. Si cambia de opinión llámeme. No tendrá que volver aquí.

Sonia consultó conmigo y decidimos esperar unos días antes de comunicar a nuestro cliente que no se podía hacer. Sonia creía que volvería a llamar cuando madurase un poco. Al fin y al cabo no era el primer amante que tenía y lo que se le proponía era tener un amante más y cobrar cien mil euros. Queríamos darle tiempo a pensarlo. Mientras tanto suponíamos, y luego confirmamos, que las empresas de sus tarjetas seguirían apretándole.

Al cabo de una semana, Sonia recibió una llamada de “Marta Rodríguez”.

― ¿Sonia?

― Sí.

― Soy “Marta Rodríguez”. Me he pensado mejor su oferta. Me gustaría tener más información sobre lo que tendría que hacer.

― Marta, no puedo explicarle eso porque depende de lo que solicite cada cliente. Lo que si le aseguro que no le harán ningún daño serio ni le dejarán hacerle ninguna marca. Durante todo el tiempo una de nuestras colaboradoras la vigilará por un circuito cerrado de televisión para asegurarse de que no sufra ningún daño. Naturalmente ese circuito es en directo. No se puede grabar.

― ¿Y cómo lo haríamos?

―  Cuando tengamos un cliente que desee estar con usted le pasamos un perfil del cliente sin decirle el nombre. Si usted acepta, nos dirá que día puede faltar de su casa 24 horas. Le daremos la dirección de un hotel y allí recibirá usted el resto de las instrucciones.

―  Bien. Espero que me llamen pronto. Necesito el dinero con urgencia.

“Marta” ya era nuestra.  A cabo de pocos días le enviamos un mensaje a su móvil:

“Roberto”, es un empresario que dirige un grupo de empresas. Tiene sesenta años, mide un metro setenta y pesa sesenta y cinco kilos.  Se mantiene en forma haciendo una hora de gimnasio diario. Y aunque no es un adonis, no tiene mal cuerpo. Un hombre muy rico. Felizmente casado. Le hace ilusión acostarse con una mujer de alta sociedad. Está dispuesto a pagar cien mil euros, de los cuales nosotros nos quedaríamos con el veinte por ciento como comisión para organizarlo. Tú te llevarías ochenta mil euros limpios. Si estás de acuerdo dinos que día podrías venir.

“Marta” nos contestó en poco tiempo: “Estaré libre este fin de semana. Mi marido tiene un viaje a Ámsterdam”.

Llamamos a su suegro y le explicamos que lo habíamos conseguido. Que si quería estar con ella le iba a costar cien mil euros, pero a cambio podría hacer con ella lo que quisiera mientras no le hiciese un daño grande ni permanente. Le enviamos un mensaje a ella:

“Te esperamos el sábado sobre las doce de la mañana en el Hotel Rural cuya dirección te adjuntamos. Tendrás reservada una habitación a nombre de Marta Rodríguez”.

Por supuesto, citamos a su suegro el mismo día a las nueve de la noche.

“Marta” llegó al hotel alrededor de las doce de la mañana. Se dirigió a la recepción y preguntó por una reserva a nombre de Marta Rodríguez. Una de nuestras empleadas se le acercó:

― Señorita ·Rodríguez”, soy Isabel, la estábamos esperando. Tiene una suite reservada. También le hemos reservado hora en el spa. Yo seré su asistente personal durante el día de hoy.

Isabel la acompañó a su habitación para dejar su maleta y luego se dirigieron al spa.

― Le hemos preparado unos chorros con un tratamiento de frio-calor. Después un masaje de drenaje linfático. Después un almuerzo en la terraza. Por la tarde manicura y pedicura y un tratamiento de belleza- A continuación cena y por fin su cita de las nueve.

“Marta” Se dedicó durante todo el día a sus tratamientos y a relajarse, y, tras la cena, Isabel la acompañó a una suite donde tenía preparado un conjunto de ropa interior de su talla, de seda natural, acompañado de un salto de cama.  Al lado un cordón de seda y un trozo de tela de satén. Junto a la cama, una bandeja de frutas y dulces, y una cubitera con una botella de champagne.

―  Marta, póngase esta ropa, y a continuación voy a taparle los ojos. Nuestro cliente no desea que usted lo vea, al menos al principio.

― ¿Y si me conociera?

― Recuerde que tenemos un acuerdo de confidencialidad. Si la conociera no podría decir nada o tendría que pagarle miles de euros. Si usted lo conociera, tampoco podría decir nada, aunque fuera un amigo íntimo suyo. El cliente nos ha pedido también que la sujetemos a la cama. No le vamos a apretar las cuerdas, de modo que puede sacar las manos de la cuerda cuando quiera, pero le pedimos que no las saque sin motivo. Eso es lo que desea nuestro cliente. Recuerde también que una empleada nuestra la estará vigilando por el circuito cerrado de televisión desde la habitación de al lado. No hay grabadora, sólo el directo. En caso de que la situación se desmande ella nos avisará e intervendremos.

― Todavía me da cierto reparo. Me siento mal.

― Recuerde que esto le solucionará todos sus problemas y, además, seguramente lo pasará bien.

A partir de aquí, “Marta” se cambió y se dejó hacer. Isabel se dirigió a la puerta de la habitación de al lado, dejando entrar al suegro de “Marta” y marchándose ella. Al suegro en este caso le llamamos “Manuel”, que por supuesto no es su nombre real. Manuel se queda mirando a Marta. Ella está vestida con un camisón largo que le cubre casi todo el cuerpo, pero lleva un escote generoso que deja entrever sus deliciosos pechos. Mientras la mira se da cuenta de que ella está nerviosa. No sabe con quién va a estar y eso la asusta, a pesar de que han intentado tranquilizarla.

Manuel se acerca lentamente a la cama, se coloca junto a su pierna y, sin decir nada, la acaricia sobre el vestido con suavidad pasando el dorso de los dedos. Marta se estremece. No esperaba el contacto y se le escapa un gemido. Manuel sigue acariciando el resto del cuerpo con el dorso de los dedos, siempre sobre el camisón. En ningún momento le ha tocado la piel, pero a ella, que esperaba un salvaje que la follara sin miramientos, esa tranquilidad la excita y le hacer mojar las braguitas que le han hecho ponerse.

El coge una navaja y empieza a cortar el camisón. La hoja de la navaja siempre hacia arriba y el dorso apoyado en la piel, para que no pueda cortarla. Ella nota la frialdad de la navaja sin saber que es. Tiene que estar muy afilada, porque el  camisón se va partiendo como si fuese de papel. Él va cortando muy despacio, recreándose en la  visión de la piel que va quedando a la vista. Poco a poco va separando el camisón hasta que de un tirón puede retirar la parte superior que la cubría. Marta, que no sabe muy bien que le está haciendo, siente de pronto que parte de su camisón la destapa, pero sin quitárselo ni arrancárselo, lo que la hace estremecer de nuevo. Manuel hace lo mismo con los laterales de las braguitas y se las arranca de un tirón. Vuelve a estremecerse.

Ninguno de los dos habla. Parecen dos pajarillos temiendo asustarse mutuamente. Él coge entonces un pincel fino y un bote de chocolate líquido. Empieza a dibujar arabescos sobre su piel, con curvas que se mueven por toda la parte superior del cuerpo y de la cara. A continuación empieza a lamer con la punta de la lengua siguiendo las líneas que ha dibujado.

Cuando Marta siente la lengua su excitación se va al cielo. Nota un fuego que empieza en su útero y la traspasa de arriba abajo. Su frente se llena de sudor. Su cuerpo se arquea hacia arriba, buscando más contacto con la lengua que lo recorre. La sensación de estar cegada y atada en manos de una persona desconocida la ha excitado hasta un punto al que no había llegado nunca. Se siente sucia por estar allí a cambio de dinero. Y sentirse una guarra es lo que más la excita. Esa mezcla de vergüenza y miedo, de no saber que va a pasar,  la excita hasta sentir que se le abre el alma. Siente correr sus jugos sobre los glúteos y entre ellos hasta caer en la cama. Literalmente siente como si se estuviese derritiendo.

Manuel también se está estremeciendo. Ver a la nuera que le vuelve loco. Desnuda frente a él, en sus manos, atada y cegada,  lo pone en el cielo. Tiene una erección como hacía muchos años que no tenía. Se siente de nuevo con veinte años, joven, fuerte y conquistador.

Cuando Manuel llega con su lengua a los pezones de Marta, ella ve llegar su primer orgasmo. Una autenticas cascada cae entre sus piernas. Las contracciones de su útero le llegan hasta la garganta. Por un momento siente que se ahoga. El fuego la abrasa por completo.  Manuel la deja unos instantes, hasta que se relaja un poco. Sale de la habitación. Ella, aunque no lo escucha, siente algo. Escucha el ruido de un pequeño motor, pero no consigue entender de qué se trata. Se estremece de miedo y anticipación. Empieza a asustarse más. Se le pone la piel  de gallina.

De pronto Marta nota como una brisa que recorre su cuerpo. Es como si se hubiese abierto una ventana en un día de brisa fuerte. O como si hubiesen puesto un ventilador enfrente de su cuerpo. No ha oído a Manuel, pero tiene que haber entrado. La brisa se siente caliente sobre la piel. Nota el aire caliente que le recorre el cuerpo, desde el hombro derecho hacia los pies. Su cuerpo sigue excitado a pesar del orgasmo. La mezcla de miedo y expectativas de deseo la están volviendo loca. De alguna forma sabe que Manuel está a su lado, aunque no lo oyó acercarse.

De pronto, un toque helado sobre su ombligo. Siente la humedad y el frío simultáneamente. Su piel se pone de gallina en un instante. Nota el cubito de hielo que se desliza sobre su piel. Da vueltas sobre su vientre. Ella no  puede evitar estremecerse mientras ese frio le recorre la piel. Su vientre se contrae. El hielo no se para el tiempo suficiente para ser insoportable en ningún punto de su piel, pero la sensación es brutal. Poco a poco el hielo va subiendo al pecho izquierdo, rodeándolo; después pasa al pecho derecho rodeándolo también hasta llegar al centro.  

Bruscamente él le presiona ambos pechos con una mano hacia el centro. Los pezones quedan casi juntos. Él coloca el hielo de forma que toca ambos pezones a la vez. Lo deja ahí unos instantes. Esta vez sí está el tiempo suficiente para ser desagradable, pero los pezones se han puesto de punta, aumentando al doble de su tamaño. De pronto el martirio desaparece y Manuel empieza a darle besitos por las zonas por donde había pasado el hielo antes, empezando por el ombligo y terminando por los dos pezones, juntos de nuevo los pechos, esta vez con las dos manos.

Al presionar los pechos le hace un poco de daño, pero eso sólo la excita más todavía. Luego le suelta el pecho y sigue con los besitos hasta llegar al monte de venus. Lo tiene totalmente depilado. Cuando el posa allí sus labios el calor vuelve a recorrerle el útero y morderle las entrañas. No puede comprender que un extraño, sin apenas hacerle nada, la esté conmoviendo hasta lo más hondo de su cuerpo. Cuando los labios de Manuel se posan sobre su clítoris hay una explosión de fuego en sus entrañas. El lame el clítoris suavemente. Al mismo tiempo Marta siente que el hielo ha vuelto y recorre sus labios mayores. El calor le sube por el clítoris y el frío por el útero. La mezcla provoca un orgasmo explosivo como ella no recuerda haber tenido nunca. El líquido salta de su cuerpo como no lo ha hecho jamás. Tiene la sensación de orinarse encima, pero sabe que no es así. Está eyaculando por primera vez en su vida.

Marta espera que le deje descansar un par de minutos igual que antes y relajarse un poco, pero no lo hace. Ella sigue todavía en la cúspide del placer cuando siente una vibración sobre su vulva. Poco a poco siente como la recorre la vibración y la penetra. Manuel la está penetrando con un vibrador cuando está todavía en pleno orgasmo. Ella sigue en el cielo y cree que no va a aguantar más, pero aguanta porque no puede hacer otra cosa. De pronto el hace algo que la sorprende. De un empujón le mete el vibrador hasta el fondo y lo sujeta a su cuerpo con un trozo de cinta adhesiva. Ella siente que le llena la vagina por completo. El aprovecha que tiene las manos libres y la coge y la obliga a darse la vuelta y ponerse de rodillas.  Marta sigue teniendo las manos atadas.

Manuel se acerca ahora a ella por la parte superior de la cama, se pone de rodillas junto a ella y le coloca el pene sobre los labios. Manuel tiene casi siempre un pene normal, pero hoy tiene por lo menos un par de centímetros más de ancho que de costumbre. Manuel le acaricia los labios con la punta del pene y empieza a empujar suavemente la boca. Ella se da cuenta entonces de lo que es y abre la boca y se la traga de un golpe. Está tan excitada, que ese pollón en la boca le parece un regalo. Lo chupa un par de veces y luego empieza a lamerlo por todas partes. Le cuesta hacerlo al tener las manos sujetas, pero aún así se retuerce para lamerle toda la polla y los huevos. Después vuelve a chuparla, entrando y saliendo. Se está volviendo loca por el orgasmo que no para, por el vibrador que le está machacando el coño y por esa polla que le sabe a gloria.

Cuando menos lo espera, Manuel se retira de su cara y se dirige de nuevo hacia la parte baja de la cama. Marta siente un líquido que le chorrea por el ano y siente también que Manuel se lo está untando. Después le mete un dedo suavemente. Después dos…

Ella sabe ya lo que viene después. Musita:

― ¡No! ¡Por ahí no!

Pero apenas tiene fuerzas para negarse y lo hace mientras todo su cuerpo se retuerce de placer. Mientras Manuel le mete ya tres dedos por el culo y los hace girar suavemente. Ella se retuerce de placer. De pronto Manuel saca los dedos, y dejando el vibrador en la vagina sujeto con la cinta a los dos lados, le mete el pene de un golpe en el trasero. Marta siente que va a morir ese día y decide seguir adelante aunque le cueste la vida. Manuel empieza una cabalgada sin ningún miramiento. Al tiempo que le mete y le saca la polla por el trasero, le da palmadas en las nalgas para marcar el ritmo. Eso, en lugar de molestarla, la excita más todavía.

Por fin, Manuel saca la polla del trasero de Marta, le quita la cinta que sujeta el vibrador de un tirón. Ella da un grito. Él le saca el vibrador y se lo mete en el culo. Ella da un grito desgarrador al sentir como ese artefacto rígido le recorre los intestinos. Manuel le mete la polla en la vagina y completa los últimos movimientos hasta que se derrama en su interior dejándola inundada de semen.  Ella sigue soltando jugos sin parar. Al sentir como él se vacía dentro de ella ha vuelto a tener un nuevo orgasmo, muy por encima del nivel en el que se quedó en el anterior. Su cuerpo se cayó hacia adelante, sin fuerzas para mantenerse erguida. El cayó sobre ella, todavía con la polla dentro de la vagina.  Tuvo que esperar un poco antes de salir porque no podía moverse. Finalmente se separó de ella y se dejó caer a su lado.

Ella no tenía fuerzas ni siquiera para moverse. Seguía con los ojos tapados y las manos atadas a la cama. Manuel le soltó los brazos, la abrazó con mucha ternura y empezó a besarle la cara poquito a poco, hasta que sus labios se quedaron juntos. Marta estaba casi desmayada. En los besos de él ya no había lujuria, sino ternura. Poco a poco le fue levantando la venda de los ojos. Cuando le quitó la venda Marta tenía los ojos cerrados. Apenas tenía fuerzas y además le daba miedo ver la cara del hombre que la había hecho gozar como nadie en su vida y al mismo tiempo sentirse como una puta. Cuando  vio la cara del hombre que se la había follado no pudo evitar soltar un grito. Su cara se transformó en una máscara de terror. Manuel dio un salto y salió de la habitación. Entonces entró Isabel, nuestra empleada, se acercó a ella y le dio un abrazo. Marta lloraba desconsolada al pensar con quien había estado. Isabel le acariciaba el pelo poco a poco. Al final se fue tranquilizando. Isabel trataba de convencerla de que no pasaba nada. Ella quería hacer el trabajo y lo había hecho. Ya tenía el dinero ganado en su cuenta y su suegro no podía decir nada a nadie.

― Pero me he acostado con mi suegro ―exclamó Marta―. Como voy a mirar a mi marido y a mi suegro a partir de ahora.

― No te preocupes. Tu suegro ha conseguido lo que quería y tu también. El no va a decir nada a nadie. Es más, si tu quieres, nos ha dicho que le encantaría seguir acostándose contigo y financiando tus gastos “privados”. Sabe que gastos son y no le importan. Y no puedes negar que ha sido uno de tus mejores amantes.

― Es cierto, pero es todo tan extraño que no sé qué decir.

― Ahora no tienes que decir nada.  Piénsalo y se lo comunicas a él discretamente. Si lo deseáis podéis venir por aquí juntos. Seguimos teniendo un contrato de confidencialidad. Nadie se enteraría. Y solo cobraríamos ya la habitación. Pero eso lo decidís vosotros dos.

Por fin Marta se tranquilizó y se marchó a su casa.  Su suegro estaba más que satisfecho, y más todavía cuando le dijimos que nos parecía muy probable que ella deseara seguir acostándose con él, siempre que le “financiase” sus caprichos.

Finalmente volvieron juntos muchas veces. E incluso pidieron algún menú especial, aunque esa es otra historia que contaré en otro lugar.